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Desde siempre ha existido un interés por parte de los filósofos, muchos de ellos precursores de
la Psicología, por el mundo legal, dedicando parte de su producción literaria a este ámbito. En
este sentido, Gudjosson y Haward (1983) afirman que la Psicología Forense permaneció,
durante algunos siglos, latente al servicio de los tribunales; y que su reconocimiento no tuvo
lugar hasta haber adquirido un estatus independiente como disciplina, diferenciada, por
ejemplo, de la medicina forense. Otros autores (v. gr., Garzón, 1989; Kury, 1997; y Reichel,
1910) consideran que hasta el siglo XVIII no se configura la Psicología Jurídica, coincidiendo con
el inicio del debate sobre la relevancia del conocimiento psicológico para la fundamentación
legal y la praxis judicial. La obra del alemán Eckartshausen (1791) “Sobre la necesidad de
conocimientos psicológicos para juzgar los delitos” es una prueba de ello. También a finales de
siglo se escriben obras relacionadas con aspectos psicológicos de la delincuencia (v.g., Muench,
1799; Schaumann, 1792). Pero no se produce un claro reconocimiento de que la Psicología es
importante para el mundo legal hasta llegado el siglo XIX. Justamente, podemos significar la
publicación de Hoffbauer (1808) “La psicología en sus principales aplicaciones a la
administración de justicia”. Igualmente, otros autores contribuyeron a formar los cimientos de
esta área; así, en 1835, Friedrich edita el “Manual sistemático de la psicología judicial” en el
que se defiende el hecho de que para llevar a cabo una práctica judicial adecuada se precisa de
los conocimientos de la Psicología. Más tarde, Zitelman (1879) en su manual “El error y la
relación jurídica: una investigación jurídicapsicológica” expone la constante utilización de
conceptos psicológicos en el ámbito jurídico, aspecto que legitima que la psicología se
inmiscuya en el mundo legal.
Por su parte, Freud explicó, en 1906, a los jueces de Viena las aportaciones de la Psicología a la
Ley; centrándose, especialmente, en que la técnica de asociación de palabras podría establecer
un nuevo método de investigación para Edmundo legal. Igualmente, planteó una analogía
entre la labor del terapeuta y lo que la justicia busca (Brigham, 1999; Ogloff, 2000; Tapp,
1976). Asimismo, un discípulo suyo, Jung (1875-1961), es citado como pionero de la disciplina
por su obra “Die psychologische diagnose des tabestands” (Lösel, 1992). En cuanto a Stumpf,
éste se suele significar por haber fundado en 1889 el laboratorio de Munich, y que
posteriormente transformó en el Instituto de Psicología General y Aplicada; el cual estaba
formado por varios departamentos, entre ellos el de psicología militar (Gondra, 1997). Del
mismo modo, el mítico Watson (1913) defendió la incorporación de trabajos psicológicos
relevantes al mundo legal. La aportación de Luria a la psicología jurídica viene representada
por un estudio que llevó a cabo en 1932, con el objeto de determinar si podía diferenciarse
objetivamente la culpabilidad y la inocencia en personas acusadas de cometer un delito. Para
ello trabajó con delincuentes recién arrestados y previamente a ser interrogados por la policía
(Ogloff, 2000).
El siglo XX se inicia con aportaciones de gran interés, tanto desde el mundo del Derecho como
desde la Psicología. A los trabajos ya citados podemos añadir algunos otros, como por ejemplo
los escritos de: Fiore (1904) “Manual de psicología jurídica”, Sommer (1904) “Psicología
criminal y psicopatología jurídico penal”, Lombroso (1906) “La Psicología del testimonio en los
procesos penales”, Lombroso (1911) “Crímenes causas y sus remedios” y, en Latinoamérica, el
libro de “Criminología” de José Ingenieros. Esta obra supuso una importante aportación a la
Psicología Jurídica, aunque es menos reseñada en los tratados sobre el tema, no por falta de
relevancia, sino simplemente por haber surgido al sur de los Estados Unidos, concretamente
en Argentina, y en lengua española. Pese a que este país fue precursor en esta área, “como
reconocen especialistas de la talla de Pierre Bouzat y Pinatel, fue Argentina el primer país
donde se produce la publicación de un libro de Criminología Clínica y el primero que cuenta
con la publicación de una revista especializada en lengua castellana en esta área de
conocimiento” (Lupiáñez, 2002). La significación de Ingenieros y de su obra queda reflejada en
el hecho de que en 1905, el mentado libro, ya se había traducido total o parcialmente a
diferentes idiomas: inglés, francés, portugués e italiano. En cuanto a las publicaciones
periódicas, Argentina también ha sido pionera en el área. Así el 1 de Enero de 1873 se crea la
Revista Criminal; 20 años más tarde, la revista Criminología Moderna; y, en 1902, Archivos
Criminológicos. Asimismo, en este país, en 1889, se constituye la primera sociedad para el
estudio científico del delincuente, la Sociedad de Antropología Jurídica. Ésta se concibió para
estudiar la personalidad criminal, establecer el grado de peligrosidad y responsabilidad del
delincuente; y para promover reformas de las leyes penales, en Argentina (Olmo, 1987;
Lupiáñez, 2002). La Sociedad de Antropología Jurídica a pesar de haber surgido con grandes
pretensiones, desgraciadamente tan sólo tuvo un año de vida. A todo lo señalado debemos
añadir, que ya en 1889, contaban en Buenos Aires con el Servicio de Antropometría de la
Policía. De este modo, Argentina inicia el siglo XX con una trayectoria excelente, que permite,
en 1900, crear la Clínica de Psiquiatría Forense, que dio más tarde lugar a la Clínica Psiquiatrica
y Criminológica, y engrandecerse, en 1903, con un Laboratorio de Psicología Experimental. En
1906, se pone en marcha la Oficina de Psicología y Antropometría, a la que, posteriormente,
José Ingenieros le imprimió el carácter de Instituto de Criminología. Debemos subrayar que
éste es el primer “Gabinete específico creado en Latinoamérica, y algunos autores consideran
que fue el primero en el mundo, ya que el de Vervaeck en Bélgica fue creado en 1908”
(Lupiáñez, 2002, p. 628).
Bien entrado el primer cuarto de siglo, en 1922, en Alemania, tiene lugar el primer testimonio
en el ámbito civil, a cargo del profesor de Psicología Karl Marbe (1869-1953) de la Universidad
de Wurzburg. Marbe participó, como testigo experto, en un caso de descarrilamiento de un
tren, informando de los efectos del alcohol sobre los tiempos de reacción. De igual forma,
testificó en juicios penales sobre la credibilidad de los niños testigos. Concretamente, en
algunos juicios contra profesores acusados de abusar sexualmente de sus alumnas, en los que
convenció al jurado de que las declaraciones de las menores eran inciertas; logrando, de esta
forma, exonerar a los acusados (Bartol y Bartol, 1999). También colaboró en la emergencia de
la Psicología Jurídica con una profusa investigación sobre psicología del testimonio (p.e.,
Marbe, 1913a, 1913b), defendiendo, entre otras cuestiones, al igual que el ya reseñado Stern,
la validez de la testificación de menores. En esta línea afirma “creo tener que rechazar la
opinión de algunos autores, que piensan que uno no debe condenar a nadie solamente
basándose en las declaraciones de un niño” (Marbe, 1913a, p. 39), asimismo, exigió la
presencia de psicólogos para la evaluación individual en casos judiciales (Fabian, 2001).
En las primeras décadas de siglo se llevaron a cabo aportaciones significativas en esta área,
que se traducen en la consolidación de la investigación en la primera parte del siglo XX. Así,
Hutchins y Slesinger, en 1928, escribieron varios artículos que versaban sobre la aplicación de
los hallazgos psicológicos a la ley, centrándose en la prueba; Brown (1926) publicó el libro
“Legal Psychology: Psychology Applied to the Trial of Cases, to Crime and its Treatment, and to
Mental States and Proceses”; en ese mismo año, Stern edita “Jugendliche Zeugen in
Sittlichkeitsprozessen”. Las contribuciones más trascendentales se produjeron, principalmente,
en los años 20, lo que ha motivado que algunos autores (v.g Horowitz y Willging, 1984, Loh,
1984 y Melton, Monahan y Saks, 1987) sitúen el comienzo de la Psicología Jurídica en la
década de los 20. En este sentido, Melton, Monahan y Saks (1987) sentencian que la historia
de las ciencias sociales, en el ámbito de la Ley, se inicia a principios de la década de los 20, de
la mano del movimiento del realismo legal. Éste defendía la utilización de la metodología y la
perspectiva de las ciencias sociales para examinar la ley, los procesos legales y la toma de
decisiones (Kalman, 1986; Ogloff, 2000; Schlegel, 1979, 1980; Twining, 1985). De esta forma, la
mayoría de las aportaciones en el campo de la psicología jurídica se realizaron desde el ámbito
legal.
El interés del mundo legal por los conocimientos psicológicos confluye en la integración de la
Psicología en el curriculum del Derecho (Ogloff, 2000). Paradójicamente, como señala este
autor, en esos años un buen número de psicólogos ejercen su rol de docentes en facultades de
Derecho, superando la ratio existente posteriormente en estos centros (Melton, Monahan y
Saks, 1987). Pero son pocos los psicólogos jurídicos que dedican su labor de investigación y
docencia a esta disciplina; por el contrario, se diversifican en función de las necesidades de los
departamentos. Sin duda, la excepción viene representada por Willian Marston, también
discípulo de Wundt, quien, en 1922, se convirtió en el primer profesor americano de Psicología
Legal (Gudjonsson y Haward, 1998). Este autor investigó diversos campos de la Psicología
Jurídica, tales como el de la mentira y el de los jurados. En el primero encontró que la presión
sistólica de la sangre correlacionaba con la mentira (Marston, 1917); en el segundo, refutó los
hallazgos de Münstenberg (1914) que sostenían que las mujeres eran menos precisas en sus
decisiones que los varones. Por otra parte, Marston desempeñó un papel importante como
asesor en el sistema penal americano. Sus ideas y propuestas fueron más aceptadas por la
comunidad científica que las de Münstenberg, debido en parte a su estilo más prudente y a su
mayor experiencia en el campo legal. Sin embargo, no existe demasiada evidencia de que el
sistema legal americano asumiese la puesta en práctica de sus hallazgos. Probablemente,
debido a que su praxis era incompatible con el sistema jurídico americano de adversarios
(Bartol y Bartol, 1999). Por tanto, el período transcurrido hasta los años 20 marcó un cierto
resurgimiento de la Psicología Jurídica, aunque debemos destacar el predominio de las
aportaciones de los profesionales del Derecho.
Las siguientes dos décadas se han tomado como las menos productivas en el progreso de esta
disciplina. No obstante, el mundo legal continuó mostrando interés por las aportaciones de la
Psicología y contribuyendo a la literatura sobre el tema. Así, Burtt (1931) publicó “Legal
Psychology”, que es considerado el primer libro de texto en el área; Cairns (1935) editó “Law
and the Social Sciences” en donde plantea un debate teórico de inesperada vigencia en la
actualidad (Ogloff, 2000). Garzón (1990) considera que el descenso de las contribuciones
psicológicas pudo estar motivado por la diversificación de la psicología en nuevos campos de
trabajo, así como por la etapa de reflexión interna que vivía la Psicología. Por contra, el mundo
del Derecho, que también se hallaba inmerso en la batalla que enfrentaba a los defensores del
formalismo legal y aquellos que participaban del realismo legal, experimentó un gran
desarrollo con un número importante de publicaciones, reforzándose, de igual modo, el área
de la Psicología Jurídica. El movimiento del realismo legal utilizó el Psicoanálisis y el
Conductismo para basar la tesis principal de su teoría, a saber: lo que cuenta no es la ley, sino
su interpretación y aplicación, lo que supone un seguir mirando a la Psicología. En este sentido,
Robinson (1935) defiende la conveniencia de la psicología conductista para la práctica jurídica.
Por su parte, Frank (1930, 1948) indicaba la trascendencia de que los decisores judiciales se
psicoanalizaran, ya que consideraba que factores inconscientes pueden afectar a la toma de
decisiones. Si bien, los seguidores del realismo legal recurren al saber psicológico
principalmente con dos objetivos. El primero de ellos para “traducir los conceptos abstractos
de las leyes a términos empíricos: al lenguaje de los hechos. Las leyes abstractas y genéricas
deben ser trasladadas a conceptos operacionales. En segundo lugar, en el sentido de que tal
conocimiento proporciona conceptos y técnicas que permiten poner de manifiesto la realidad
psicológica y social de las decisiones judiciales” (Garzón, 1990, p. 32). Todo ello supuso un
“psicologismo jurídico” (Loh, 1981), teniendo lugar una fase de silencio para la Psicología
(Bartol y Bartol, 1999).
Entre los años 40 y 50 se prolonga el mutismo psicológico, en este sentido, Ogloff (2000)
afirma, de forma categórica, que no se han escrito por psicólogos ni artículos ni libros sobre
tópicos generales de psicología y ley entre esas décadas, y no duda en apuntar que supuso un
paso atrás en el campo de la Psicología Jurídica. Fabian (2001) haciendo referencia a la subárea
que ha servido de motor a la Psicología Jurídica europea (la psicología del testimonio en
Alemania) aseveraba “...desde aproximadamente 1930 hasta el fin de la Segunda Guerra
Mundial. En este período de tiempo, dentro de la Psicología se había perdido repentinamente
el interés por la investigación de la psicología de las declaraciones, y durante estos años los
psicólogos fueron sólo raramente consultados como peritos en los procesos jurídicos”. Por su
parte, Boring (1950) señalaba que mientras ciertas áreas de la Psicología, como la Psicología
Clínica, se recuperaban tras el retraimiento provocado por la Gran Depresión y la Segunda
Guerra Mundial, la Psicología Jurídica seguía siendo olvidada. Empero, cabe reseñar un
acontecimiento histórico, la sentencia del Tribunal Supremo de EEUU, en el año 1954, que
basándose en hallazgos de las Ciencias Sociales revoca una sentencia de 1896, manteniendo
que la segregación racial en la educación vulneraba los derechos constitucionales. Los
opositores a la sentencia de 1954 criticaron, abiertamente, que el Tribunal Supremo se alejó
de su obligación de tomar decisiones meramente legales y de estar influenciados por
observaciones psicológicas y sociológicas (Garrido, 1994). Pese a la infertilidad literaria, Loh
(1984) destaca la importancia de la década de los cincuenta por considerar que se produce en
ella la consolidación de la psicología forense, al incluir al psicólogo entre los expertos que
testifican en los tribunales, tanto en casos penales como civiles. Si bien, como ya se ha ido
recogiendo ya habían existido incursiones anteriores de peritos psicólogos.
Por tanto, aunque los albores de siglo parecían esperanzadores, este crecimiento no se
mantuvo y se llegó a mediados de siglo con una Psicología Jurídica menos desarrollada de lo
que se podría presumir a inicios de la centuria, que incluso, en algunos casos, dio lugar a un
proceso involutivo. Ogloff (2000) apunta, como posibles factores explicativos de este retraso,
la inexistencia de una organización formal e institucionalizada de psicólogos interesados en la
ley, el reducido número de personas dedicadas a la investigación en esta área, así como la
carencia de programas de formación.