SUBRAYADO: CAPÍTULO 6 ¿QUÉ ES LA INTELIGENCIA SOCIAL? Tres adolescentes de doce años se encaminan hacia un campo de fútbol para asistir a clase de gimnasia. Delante va un muchacho regordete seguido de otros dos de aspecto atlético que se mofan de él. ¿Así que vas a tratar de jugar al fútbol? pregunta, en tono sarcástico y despectivo, uno de ellos, en una situación que, teniendo en cuenta los códigos sociales que rigen la conducta de esos adolescentes, bien puede desembocar en una pelea. El chico rechoncho cierra entonces los ojos unos instantes y respira profundamente, como si estuviera preparándose para un enfrentamiento. Pero luego se dirige a los demás con voz tranquila y serena diciendo: Sí, ya sé que no juego muy bien al fútbol, pero aun así voy a intentarlo y luego, tras una breve pausa, agrega: Pero lo cierto es que sé dibujar muy bien. Mostradme algo y veréis lo bien que lo dibujo. Después, dirigiéndose a su antagonista, añade: ¡Me parece fantástico que sepas jugar bien al fútbol! ¡Me parece realmente fantástico! A mí también me gustaría jugar tan bien como tú. Quizás, si sigo entrenándome, acabe consiguiéndolo. La verdad es que no juegas tan mal responde entonces el primero, completamente desarmado, en un tono muy afectuoso: Si te interesa quizás pueda enseñarte algunas cosas. Este breve episodio constituye un ejemplo magistral de inteligencia social en acción que puede acabar convirtiendo en una buena amistad lo que perfectamente podría haber generado una enemistad.1 Y es que nuestro aspirante a artista no sólo supo capear las turbulentas corrientes sociales de la enseñanza secundaria, sino que superó también con creces una competición intercerebral invisible y mucho más sutil. Conservando la serenidad, nuestro héroe se resistió a reaccionar al sarcasmo y acabó llevando a sus ofensores hacia un terreno emocionalmente más amable. Se trata de un ejemplo evidente de una especie de jiujitsu neuronal aplicado al mundo de la relación que transforma la química emocional compartida desde un rango hostil hasta otro positivo. «La inteligencia social se manifiesta claramente en los ámbitos de la guardería, el patio de recreo, el cuartel, la fábrica y la sala de subastas, pero elude las condiciones formales estándar del laboratorio.» Eso fue lo que dijo Edward Thorndike, el psicólogo de la Columbia University que propuso el concepto, en un artículo publicado en 1920 en el Harper s Montly Magazine,2 en el que afirmó claramente la importancia de las relaciones interpersonales en multitud de campos, especialmente el liderazgo. «La falta de inteligencia social puede convertir escribió al mejor de los mecánicos de una fábrica en el peor de los capataces.» Pero, a finales de los cincuenta, David Wechsler, el conocido psicólogo que puso a punto la que actualmente sigue siendo una de las medidas del CI más ampliamente utilizadas, desdeñó la inteligencia social considerándola como «un caso particular de la inteligencia general aplicada al campo de las situaciones sociales». Hoy en día, medio siglo más tarde, parece que ya ha llegado el momento de recuperar la llamada inteligencia social , en la medida en que la neurociencia empieza a cartografiar la regiones cerebrales que controlan la dinámica interpersonal [los lectores interesados pueden encontrar más detalles al respecto en el Apéndice C]. Si queremos tener una comprensión más plena de la inteligencia social, deberemos revisar el concepto, asegurándonos de que también incluye aptitudes no cognitivas como, por ejemplo, la sensibilidad de la madre que sabe calmar el llanto de su hijo con el contacto adecuado, sin detenerse siquiera a pensar un instante lo que tiene que hacer. Los psicólogos todavía no tienen claro cuáles son las habilidades sociales y cuáles las emocionales. Esto no resulta nada extraño porque, como también sucede con el cerebro social y el cerebro emocional, ambos dominios se hallan muy entremezclados.5 Como dice Richard Davidson, director del Laboratory for Affective Neuroscience de la University of Wisconsin: «Todas las emociones son sociales. Resulta imposible separar la causa de una emoción del mundo de las relaciones, porque son las relaciones sociales las que movilizan nuestras emociones». Mi propio modelo de la inteligencia emocional se centraba en la inteligencia social sin prestar, como hacen otros teóricos, mucha importancia a ese hecho.6 Pero, como hemos acabado descubriendo, el simple hecho de ubicar la inteligencia social dentro del ámbito de lo emocional nos impide pensar con claridad en las aptitudes que favorecen la relación, ignorando lo que sucede en nuestro interior cuando nos relacionamos, una miopía que soslaya la dimensión social de la inteligencia. Los ingredientes fundamentales de la inteligencia social pueden agruparse, en mi opinión, en dos grandes categorías, la conciencia social (es decir, lo que sentimos sobre los demás) y la aptitud social (es decir, lo que hacemos con esa conciencia). La inteligencia social La conciencia social se refiere al espectro de la conciencia interpersonal que abarca desde la capacidad instantánea de experimentar el estado interior de otra persona hasta llegar a comprender sus sentimientos y pensamientos e incluso situaciones socialmente más complejas. La conciencia social está compuesta, en mi opinión, por los siguientes ítems: Empatía primordial: Sentir lo que sienten los demás; interpretar adecuadamente las señales emocionales no verbales. Sintonía: Escuchar de manera totalmente receptiva; conectar con los demás. Exactitud empática: Comprender los pensamientos, sentimientos e intenciones de los demás. Cognición social: Entender el funcionamiento del mundo social. La conciencia social Aptitud social Pero el simple hecho de experimentar el modo en que se siente otra persona o de saber lo que piensa o pretende no es más que el primer paso, porque lo cierto es que no basta con ello para garantizar una interacción provechosa. La siguiente dimensión, la aptitud social, se basa en la conciencia social que posibilita interacciones sencillas y eficaces. El espectro de aptitudes sociales incluye: Sincronía: Relacionarse fácilmente a un nivel no verbal. Presentación de uno mismo: Saber presentarnos a los demás. Influencia: Dar forma adecuada a las interacciones sociales. Interés por los demás: Interesarse por las necesidades de los demás y actuar en consecuencia. Tanto el dominio de la conciencia social como el de la aptitud social van desde las competencias básicas características de la vía inferior hasta las articulaciones más complejas propias de la vía superior. Así, por ejemplo, la sincronía y la empatía primordial son capacidades exclusivas de la vía inferior, mientras que la exactitud empática y la influencia combinan las vías superior e inferior. Y, por más blandas que puedan parecer algunas de estas habilidades, ya existen muchos tests y escalas para valorarlas.