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UNIVERSIDAD POLITÉCNICA DE TLAXCALA

REGIÓN PONIENTE.

INGENIERÍA EN LOGÍSTICA Y TRANSPORTE

GRUPO: 3” B”

MATERIA: DESARROLLO INTERPERSONAL

DOCENTE: MTRA. ANALINE RIVERA CABALLERO

ALUMNO: JULIO CÉSAR LÓPEZ CASTRO

FECHA DE ENTREGA: 14/05/2020


SUBRAYADO:
CAPÍTULO 6
¿QUÉ ES LA INTELIGENCIA SOCIAL?
Tres adolescentes de doce años se encaminan hacia un campo de fútbol para
asistir a clase de gimnasia. Delante va un muchacho regordete seguido de
otros dos de aspecto atlético que se mofan de él. ¿Así que vas a tratar de
jugar al fútbol? pregunta, en tono sarcástico y despectivo, uno de ellos, en una
situación que, teniendo en cuenta los códigos sociales que rigen la conducta
de esos adolescentes, bien puede desembocar en una pelea. El chico
rechoncho cierra entonces los ojos unos instantes y respira profundamente,
como si estuviera preparándose para un enfrentamiento. Pero luego se dirige
a los demás con voz tranquila y serena diciendo: Sí, ya sé que no juego muy
bien al fútbol, pero aun así voy a intentarlo y luego, tras una breve pausa,
agrega: Pero lo cierto es que sé dibujar muy bien. Mostradme algo y veréis lo
bien que lo dibujo. Después, dirigiéndose a su antagonista, añade: ¡Me parece
fantástico que sepas jugar bien al fútbol! ¡Me parece realmente fantástico! A
mí también me gustaría jugar tan bien como tú. Quizás, si sigo entrenándome,
acabe consiguiéndolo. La verdad es que no juegas tan mal responde entonces
el primero, completamente desarmado, en un tono muy afectuoso: Si te
interesa quizás pueda enseñarte algunas cosas. Este breve episodio
constituye un ejemplo magistral de inteligencia social en acción que puede
acabar convirtiendo en una buena amistad lo que perfectamente podría haber
generado una enemistad.1 Y es que nuestro aspirante a artista no sólo supo
capear las turbulentas corrientes sociales de la enseñanza secundaria, sino
que superó también con creces una competición intercerebral invisible y
mucho más sutil. Conservando la serenidad, nuestro héroe se resistió a
reaccionar al sarcasmo y acabó llevando a sus ofensores hacia un terreno
emocionalmente más amable. Se trata de un ejemplo evidente de una especie
de jiujitsu neuronal aplicado al mundo de la relación que transforma la química
emocional compartida desde un rango hostil hasta otro positivo. «La
inteligencia social se manifiesta claramente en los ámbitos de la guardería, el
patio de recreo, el cuartel, la fábrica y la sala de subastas, pero
elude las condiciones formales estándar del laboratorio.» Eso fue lo que dijo
Edward Thorndike, el psicólogo de la Columbia University que propuso el
concepto, en un artículo publicado en 1920 en el Harper s Montly Magazine,2
en el que afirmó claramente la importancia de las relaciones interpersonales
en multitud de campos, especialmente el liderazgo. «La falta de inteligencia
social puede convertir escribió al mejor de los mecánicos de una fábrica en el
peor de los capataces.» Pero, a finales de los cincuenta, David Wechsler, el
conocido psicólogo que puso a punto la que actualmente sigue siendo una de
las medidas del CI más ampliamente utilizadas, desdeñó la inteligencia social
considerándola como «un caso particular de la inteligencia general aplicada al
campo de las situaciones sociales». Hoy en día, medio siglo más tarde,
parece que ya ha llegado el momento de recuperar la llamada inteligencia
social , en la medida en que la neurociencia empieza a cartografiar la regiones
cerebrales que controlan la dinámica interpersonal [los lectores interesados
pueden encontrar más detalles al respecto en el Apéndice C]. Si queremos
tener una comprensión más plena de la inteligencia social, deberemos revisar
el concepto, asegurándonos de que también incluye aptitudes no cognitivas
como, por ejemplo, la sensibilidad de la madre que sabe calmar el llanto de su
hijo con el contacto adecuado, sin detenerse siquiera a pensar un instante lo
que tiene que hacer. Los psicólogos todavía no tienen claro cuáles son las
habilidades sociales y cuáles las emocionales. Esto no resulta nada extraño
porque, como también sucede con el cerebro social y el cerebro emocional,
ambos dominios se hallan muy entremezclados.5 Como dice Richard
Davidson, director del Laboratory for Affective Neuroscience de la University
of Wisconsin: «Todas las emociones son sociales. Resulta imposible separar
la causa de una emoción del mundo de las relaciones, porque son las
relaciones sociales las que movilizan nuestras emociones». Mi propio modelo
de la inteligencia emocional se centraba en la inteligencia social sin prestar,
como hacen otros teóricos, mucha importancia a ese hecho.6 Pero, como
hemos acabado descubriendo, el simple hecho de ubicar la inteligencia social
dentro del ámbito de lo emocional nos impide pensar con claridad en las
aptitudes que favorecen la relación, ignorando lo que sucede en nuestro
interior cuando nos relacionamos, una miopía que soslaya la dimensión social
de la inteligencia. Los ingredientes fundamentales de la inteligencia social
pueden agruparse, en mi opinión, en dos grandes categorías, la conciencia
social (es decir, lo que sentimos sobre los demás) y la aptitud social (es decir,
lo que hacemos con esa conciencia).
La inteligencia social
La conciencia social se refiere al espectro de la conciencia interpersonal que
abarca desde la capacidad instantánea de experimentar el estado interior de
otra persona hasta llegar a comprender sus sentimientos y pensamientos e
incluso situaciones socialmente más complejas. La conciencia social está
compuesta, en mi opinión, por los siguientes ítems:
Empatía primordial: Sentir lo que sienten los demás; interpretar
adecuadamente las señales emocionales no verbales. Sintonía: Escuchar de
manera totalmente receptiva; conectar con los demás. Exactitud empática:
Comprender los pensamientos, sentimientos e intenciones de los demás.
Cognición social: Entender el funcionamiento del mundo social.
La conciencia social
Aptitud social
Pero el simple hecho de experimentar el modo en que se siente otra persona
o de saber lo que piensa o pretende no es más que el primer paso, porque lo
cierto es que no basta con ello para garantizar una interacción provechosa. La
siguiente dimensión, la aptitud social, se basa en la conciencia social que
posibilita interacciones sencillas y eficaces. El espectro de aptitudes sociales
incluye:
Sincronía: Relacionarse fácilmente a un nivel no verbal. Presentación de uno
mismo: Saber presentarnos a los demás. Influencia: Dar forma adecuada a
las interacciones sociales. Interés por los demás: Interesarse por las
necesidades de los demás y actuar en consecuencia.
Tanto el dominio de la conciencia social como el de la aptitud social van desde
las competencias básicas características de la vía inferior hasta las
articulaciones más complejas propias de la vía superior. Así, por ejemplo, la
sincronía y la empatía primordial son capacidades exclusivas de la vía inferior,
mientras que la exactitud empática y la influencia combinan las vías superior
e inferior. Y, por más blandas que puedan parecer algunas de estas
habilidades, ya existen muchos tests y escalas para valorarlas.

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