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Aprediendo a ser abstencionistas en Chile: participación electoral e


institciones en Chile

Conference Paper · March 2019

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3 authors:

José Ramón Montero Jose Rama


Universidad Autónoma de Madrid King's College London
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Andrés Santana
Universidad Autónoma de Madrid
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Electoral behavior: the support for populist parties View project

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Aprendiendo a ser abstencionistas: participación electoral e
instituciones en Chile1

José Ramón Montero


Universidad Autónoma de Madrid.
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8507-0192
joseramon.montero@uam.es

José Rama
Universidad Autónoma de Madrid.
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3990-1696
jose.rama@uam.es

Andrés Santana
Universidad Autónoma de Madrid.
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2594-1360.
andres.santana@uam.es

Resumen
Las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2017 supusieron un nuevo descenso de
la participación electoral en Chile desde que en 2012 el registro se hiciese automático y
el voto obligatorio. Ni el cambio de un sistema binominal a uno más proporcional, ni la
emergencia de nuevos partidos y la subsiguiente competitividad electoral fueron capaces
de superar el umbral de participación alcanzado en las elecciones de 2013. Este trabajo
examina los factores individuales del voto en unos comicios anteriores a la reforma
institucional de 2012, las elecciones presidenciales de 1999, y en unas posteriores, las de
2017. Tras discutir la adquisición del hábito de no-voto y un embudo de la causalidad
para la participación en el caso chileno, el trabajo utiliza dos encuestas para analizar las
diferencias en el abstencionismo antes y después de la reforma. Mientras que la edad y el
hábito de voto resultaban los factores explicativos más importantes de la abstención en
1999, su relevancia decae en la de 2017, cuando surgen otros factores, como el nivel de

1
Dos versiones anteriores de este trabajo se presentaron en el Seminario sobre Chile como laboratorio
político: análisis de los cambios electorales, organizado por la Facultad de Gobierno de la Universidad del
Desarrrollo (UDD) en Santiago en mayo de 2018, y en el Seminario de Investigación en Ciencia Política
de la Universidad de Salamanca en febrero de 2019. Queremos agradecer a Eugenio Guzmán, Rodrigo
Arellano y Gonzalo Müller, de la UDD, y a Manuel Alcántara y Fátima García, de la Universidad de
Salamanca, sus respectivas invitaciones, así como a los participantes en ambos eventos sus comentarios y
sugerencias. Y debemos también agradecer a Richard Gunther y Paul A. Beck, del Mershon Center for
International Security Studies, Ohio State University, su amable colaboración para la utilización de los
datos chilenos integrados en el Comparative National Elections Project (CNEP), y a Andrés Scherman y a
Teresa Correa, de la Facultad de Comunicación y Letras, Universidad Diego Portales (UDP), su gentileza
al permitirnos utilizar la encuesta postelectoral que llevaron a cabo en noviembre-diciembre de 2017 como
parte del CNEP.
2

estudios, la clase social o la información sobre política, que ahondan todavía más las
desigualdades en la participación electoral.

Palabras clave: Chile, elecciones, participación electoral, inscripción electoral, voto


obligatorio, voto voluntario.

Abstract
The 2017 presidential and parliamentary elections brought about a higher decline in
electoral turnout in Chile since registration became automatic and voting compulsory in
2012. Neither the change from a binominal system to a more proportional one, nor the
emergence of new parties and the subsequent higher electoral competitiveness were able
to mobilize Chileans with respect to the 2013 previous elections. This paper analyzes
individual vote factors in the 1999 presidential elections and in the 2017 elections, before
and after the institutional reform. After discussing the habit of non-voting and a funnel of
causality for turnout in the Chilean case, it concludes that, whereas age (the youngest)
and the voting habit were the most significant explanatory factors of the abstention in
1999, its relevance falls in 2017 elections, when other factors like educational levels,
social class, or political information emerged, deepening even more the inequalities in
turnout.

Keywords: Chile, elections, turnout, electoral registry, compulsory and voluntary voting.
3

La caída de la participación electoral y particularmente la de los


jóvenes constituye uno de los talones de Aquiles de la democracia
chilena.

Juan Pablo Luna (2011: 1)

Nothing [is] inevitably about declining turnout. Turnout has


declined (wherever it has declined) for a mixture of demographic
and political reasons. (…) There is no reason why turnout decline
need continue indefinitely.

Mark N. Franklin (2004: 212 y 217)

Este trabajo examina la abstención electoral en Chile, centrándose en las consultas de


1999 y 2017. Como es sabido, la participación electoral, en la caracterización
multidimensional clásica de Sidney Verba (1975), es el modo más frecuente de
participación política, pero también el más sencillo, el que menos iniciativa requiere por
parte de los ciudadanos, el que menos costes les supone y aquel cuya realización les
implica menores conflictos. La participación mediante el voto es muy simple, pero su
significado, como advierte André Blais (2007: 623), está lejos de serlo: mientras más se
estudia, en mayor medida se aprecia que las razones por las que los ciudadanos votan o
se abstienen son más complejas de lo que el simple acto de votar parecería indicar. No le
faltaba por ello razón a Mark N. Franklin (2004: xi) cuando calificaba a la participación
electoral, para decirlo en sus propios términos, como “the ‘gran enchilada’ of puzzles in
political science. (…) Almost everything about voter turnout is puzzling”.

El caso chileno es un excelente ejemplo de esta complejidad. Su evolución a la


baja desde el plebiscito de 1988 desafía buena parte de los factores generalmente
aceptados para explicar la abstención electoral. Para América Latina, Carolina A. Fornos,
Timothy J. Power y James C. Garand (2004: 931-932) concluyen su análisis comparado
señalando que las variables socioeconómicas, institucionales y políticas explican la
participación electoral, aunque algunas funcionan mejor que otras. Entre las
institucionales se encuentran las elecciones presidenciales y parlamentarias concurrentes
4

y el voto obligatorio; entre las políticas, la calidad del sistema democrático. En términos
más generales, Blais (2008: 23) cifra en cuatro los que califica como “hallazgos robustos”
(aunque, precisa, “con muchas inconsistencias”): “podemos afirmar con confianza que la
participación es menor en los países pobres y mayor en los países pequeños, que el voto
obligatorio fomenta la participación y que ésta se incrementa cuando las elecciones están
muy reñidas”. Aparentemente, todos estos factores se dan cita en Chile: no es un país
grande, goza de los mejores indicadores económicos de América Latina, cuenta con
instituciones políticas que funcionan correctamente, celebra elecciones concurrentes
desde 2005 con niveles elevados de competitividad, sobre todo en las elecciones
presidenciales, y, por si faltara algo, ha tenido voto obligatorio (aunque ciertamente
peculiar) entre el plebiscito de 1988 y las elecciones presidenciales de 2009. Sin
embargo, Chile es también un caso único en el mundo de los sistemas democráticos por
el declive continuado de la participación electoral en todas las elecciones presidenciales
y municipales celebradas desde 1989 (siete) y en siete de las ocho elecciones
parlamentarias.

Repasemos brevemente algunas de estas características sociales y económicas.


Entre 2010 y 2017, el Producto Interior Bruto (PIB) chileno creció un promedio del 3,5
por ciento, y las previsiones del Fondo Monetario Internacional (IMF) para 2018 lo
situaban a la cabeza de todas las economías latinoamericanas con un 4 por ciento.2 La
tasa de paro en la primavera de 2017 era del 7,6 por ciento, y un año después solo había
crecido al 7,9 por ciento.3 Los datos del Ingreso Nacional Bruto (INB) del Banco Mundial
(WB) colocan a Chile a la cabeza de América Latina,4 y los de la competitividad
económica del Foro Económico Mundial (WEF) la sitúan en el puesto trigésimo tercero
del mundo, y también a la cabeza de América Latina.5 Pero los niveles de pobreza y
desigualdad conformaban un retrato muy diferente. Según las estimaciones de la Encuesta

2
En https://www.imf.org/en/Countries/CHL#countrydata, consultado el 12 de octubre de 2018.
3
Según datos de la Encuesta Nacional de Empleo (ENE), del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) de
Chile, consultados el 10 de agosto de 2018 de http://www.ine.cl/estadisticas/laborales/ene.
4
En http://www.bancomundial.org/es/country/chile, consultado el 12 de octubre de 2018.
5
En http://reports.weforum.org/global-competitiveness-index-2017-2018/competitiveness-rankings/,
consultado el 12 de octubre de 2018.
5

de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN) de 2017, realizada por el


Ministerio de Desarrollo Social, el nivel de pobreza multidimensional alcanzaba al 21 por
ciento de los chilenos.6 Las desigualdades sociales tenían todavía mayor intensidad. De
acuerdo con los datos del WB, en 2015 Chile era el cuarto país más desigual en América
del Sur tras Brasil, Colombia y Paraguay, y ocupaba el puesto vigésimo tercero de un
total de 158 países.7

En términos políticos, la transición desde la dictadura se llevó a cabo con serias


dificultades, aunque sus resultados fueron finalmente positivos (Linz y Stepan 1996: cap.
13; Garretón 1987). El antiguo dictador y el Ejército como institución continuaron
desempeñando papeles relevantes en el nuevo régimen, activamente o mediante su poder
de veto. Algunas instituciones clave para la estabilización de la competición
interpartidista, como el sistema electoral binominal, creado por la Constitución de la
dictadura, desincentivaban la participación electoral al restringir la competencia entre los
partidos existentes, impedir la aparición de los nuevos y maximizar la
desproporcionalidad en favor de los conservadores (Siavelis 2005; Fontaine y otros
2009). Estas dificultades alentaron la estrategia, única en América Latina, de la
Concertación entre los partidos de centro e izquierda. Si en su vertiente positiva permitió
los acuerdos electorales ganadores entre partidos diversos y la formación de Gobiernos
estables, en la negativa terminó propiciando altos niveles de rechazo por los ciudadanos
debido a los costes del consenso prevalente en sus relaciones y a la falta de transparencia
de sus decisiones. Pese a ello, Chile encabeza el ranking de las democracias
latinoamericanas: de acuerdo con el índice elaborado anualmente por The Economist,
Chile ocupaba en 2018 la posición 23, tras Uruguay (en la 18) y Costa Rica (en la 20), de
un total de 167 países.8 El nuevo sistema político había conseguido proporcionar
estabilidad a su sistema de partidos y gobernabilidad a sus principales actores, un
resultado que contrastaba con el sistema de partidos polarizado y la radicalización

6
En http://observatorio.ministeriodesarrollosocial.gob.cl/casen-
multidimensional/casen/docs/Presentacion_Sintesis_de_Resultados_Casen_2017.pdf, consultado el 12 de
octubre de 2018.
7
Datos del Banco Mundial, consultados el 12 de octubre de 2018, en
https://www.indexmundi.com/facts/indicators/SI.POV.GINI/rankings.
8
The Economist Intelligence Unit, Democracy Index 2018: Me Too? Political Participation, Protest and
Democracy. Londres: The Economist, 2019; en
http://www.eiu.com/Handlers/WhitepaperHandler.ashx?fi=Democracy_Index_2018.pdf&mode=wp&cam
paignid=Democracy201, consultado el 12 de febrero de 2019.
6

maximalista de la etapa previa al golpe de Estado de 1973. Pero el paradójico precio de


estos resultados positivos parece haber cristalizado en una especie de malestar con
respecto a la representación política que se expresaría en las tres Des de desafección,
desaprobación y desconfianza (Joignant, Morales y Fuentes 2017a: 20). Los chilenos
manifestarían así niveles elevados de desinterés sobre la vida política convencional, de
desconfianza hacia las instituciones políticas y de insatisfacción con el funcionamiento
de la democracia (González 2017). Todo ello contribuiría al creciente desarrollo de
actitudes de desafección política y fundamentalmente de comportamientos
abstencionistas (Luna 2008; Luna y Rosenblatt 2012).

En fin, dos factores también señalados con anterioridad por Blais (2008), el
institucional del voto obligatorio y el político de la competitividad entre los dos
principales partidos o coaliciones, tuvieron un peculiar desarrollo en el caso chileno. Que
sepamos, la configuración del voto obligatorio chileno entre 1989 y 2009 es única entre
los 29 sistemas democráticos que han adoptado el voto obligatorio (Birch 2009: 11) y,
desde luego, entre los numerosos países latinoamericanos que cuentan con alguna de sus
variantes (Pignataro 2014: 166-167).9 Como luego discutiremos, la aplicación del voto
obligatorio solo para quienes se hubieran inscrito previamente en el registro electoral y la
fijación de sanciones más o menos efectivas para quienes no votaran han supuesto un
factor tan elemental como considerable para el crecimiento de la abstención. Quienes no
se habían inscrito con ocasión del plebiscito de 1988 carecieron luego de incentivos para
hacerlo a medida que se sucedían las elecciones. En consecuencia, solo proporciones
mínimas de chilenos se inscribieron antes de cada consulta. Y, sobre todo, dejaron de
hacerlo en bloque los jóvenes que llegaban al mercado electoral al cumplir los 18 años.
De esta forma, la abstención electoral entre los inscritos aumentó solo en unos pocos
puntos porcentuales en las elecciones posteriores al plebiscito, pero creció de forma
notable y sostenida entre la población en edad de votar (PEV). Los puntos de partida y de
llegada son indicativos de esta evolución. En el plebiscito de 1988, votó el 89 por ciento
de la población en edad de hacerlo. En las elecciones de 2017, lo hizo solo el 46 por
ciento; y a ello debe añadirse que un 5 por ciento votó en blanco y que otro 5 por ciento
de los votos resultó nulo. El caso chileno ocupa así un puesto destacado entre los sistemas

9
Para algunos autores (como Contreras, Joignant y Morales [2016: 524]), se trataría en realidad de un
sistema “semi-obligatorio”, puesto que sólo estaban obligados a votar quienes voluntariamente se hayan
inscrito.
7

democráticos del mundo que están sufriendo declives sistemáticos de la participación


electoral (Corvalán y Cox 2013: 49).

En este trabajo queremos examinar esta excepcional evolución. Hemos


seleccionado para ello las elecciones presidenciales de 1999 y las presidenciales y
parlamentarias de 2017. La primera tuvo lugar antes de las reformas institucionales de
2012 y la segunda, después, pero ambas suponen dos momentos diferenciados en el
crecimiento de la abstención experimentado por Chile. Son también dos consultas para
las que contamos con sendas encuestas post-electorales. Con ellas analizaremos algunos
de los principales factores explicativos de la abstención. Nuestra principal hipótesis es
que, por la configuración institucional de la inscripción voluntaria y del voto obligatorio,
los abstencionistas aprendieron a serlo desde 1989 mediante su peculiar ejercicio del
hábito de no votar a lo largo de más de dos décadas. Después de la reforma de 2012,
cuando la inscripción se convirtió en automática y el voto en voluntario, muchos antiguos
no inscritos se convirtieron en abstencionistas de un modo que cabría calificar como
natural. Y más todavía cuando los partidos chilenos no parecen haber puesto en marcha
estrategias de corto y medio plazo para intentar revertir tras la reforma lo que parece
apuntarse como una tendencia en fase de consolidación. Como ha apuntado también Blais
(2007: 628-630), las explicaciones sobre el declive de la participación en las democracias
contemporáneas se agrupan en tres interpretaciones: el reemplazo generacional por
jóvenes que tienen menores probabilidades de votar a causa de su mayor desinterés hacia
la política que las dos generaciones anteriores o a causa de sus nuevos valores; las
características de los sistemas políticos, de los partidos o de las propias elecciones que
han reducido su competitividad o su decisividad; y el declive de los procesos de
movilización electoral por la menor implicación de organizaciones sociales (como los
sindicatos) o el paulatino debilitamiento de las organizaciones partidistas. En el caso
chileno, es probable que los tres factores hayan interactuado con los institucionales
relativos a la naturaleza del voto para explicar el declive de su participación electoral. A
todos ellos nos referiremos en las páginas que siguen, bien que nos centremos en los que
podamos analizar empíricamente mediante la utilización de datos individuales.

El trabajo está estructurado en siete secciones. En la siguiente describiremos los


niveles de la abstención chilena y las compararemos, aunque de modo sucinto, con las de
otras democracias latinoamericanas. Recordaremos después las características
8

institucionales y políticas que rodearon las elecciones de 1999 y 2017. Ambas pertenecían
a las que cabe calificar como elecciones movilizadoras; es decir, de las que deberían
haberse traducido en incrementos sustantivos de la participación electoral –bien que no
lo hicieran. En la tercera sección examinaremos las principales implicaciones de la
regulación institucional del esquema inscripción voluntaria-voto obligatorio y de su
sustitución en 2012 por el de la inscripción automática-voto voluntario. En la cuarta,
discutiremos los marcos conceptuales derivados de algunos de los planteamientos más
relevantes sobre la abstención, especialmente los que parecen haber conformado el
declive de la participación en el caso chileno. En la siguiente, presentaremos nuestras
hipótesis. En la sexta sección, discutiremos los datos empleados y el diseño empírico
seleccionado para contrastar nuestras hipótesis, y comentaremos en qué medida nuestros
resultados arrojan similitudes o diferencias entre los abstencionistas de 1999 y de 2017,
así como sobre los factores de voto explicativos de la abstención en ambas elecciones.
Finalmente, en la última recogeremos nuestras principales conclusiones.

Niveles de abstencionismo
La Tabla 1 contiene los datos básicos de la evolución de la participación electoral en
Chile. Están calculados como porcentajes redondeados de quienes han votado desde el
plebiscito de 1988 en todo tipo de elecciones y en dos formatos: como proporción
respecto a los inscritos voluntariamente en el registro electoral y como proporción
respecto a la PEV. Hemos incluido asimismo los porcentajes de voto en blanco y de votos
nulos, también sobre la PEV, que en algunas consultas alcanzaron niveles considerables.
La segunda columna recoge el declive de la participación electoral a lo largo de las tres
décadas del nuevo sistema democrático chileno. Los 39 puntos porcentuales a la baja
entre las primeras elecciones presidenciales y parlamentarias de 1989 y las últimas de
2017 evidencian ciertamente un descenso extraordinario, que lo es todavía más al haberse
producido de forma hasta el momento irreversible. Además, el descenso entre las de 2013
y 2017, por señalar el más cercano, es también consistente en términos territoriales. Como
puede apreciarse en el Gráfico 1, la participación se ha reducido en todas las regiones
chilenas, excepto en la de Tarapacá y en la Metropolitana.10

10
Cf. también Barnes y Rangel (2004: 578-579).
9

[Tabla 1 y Gráfico 1 por aquí]

Como la Tabla 1 contiene datos sobre consultas de distinta naturaleza, en el


Gráfico 2 hemos distinguido entre las presidenciales, las parlamentarias y las
municipales. Dada la jerarquía que los votantes hacen de ellas en función de la relevancia
que les otorgan (Grofman 1995), la participación es algo más elevada en las
presidenciales que en las parlamentarias; coincidieron en 1989, 1993 y desde 2005,
cuando se aprobó que ambas consultas se celebraran concurrencial o simultáneamente.
Siguiendo una pauta prácticamente general, las municipales, también a la baja, se han
movido siempre en los últimos niveles. La única excepción reseñable, para todo el
periodo y todas las consultas, es la de las elecciones parlamentarias de 2005 (Gamboa y
Segovia 2006), en las que la participación creció seis puntos con respecto a las de 2001,
quizás empujada al alza por su reciente concurrencia con la presidenciales, para luego
descender siete puntos en las de 2009 y continuar bajando, como las presidenciales, en
las posteriores de 2013 y 2017.

[Gráfico 2 por aquí]

Es cierto que la participación electoral ha descendido de forma significativa en


muchos países democráticos, sobre todo en los europeos occidentales. Si hay otra
generalización válida sobre la participación, consiste en subrayar su declive continuado
desde hace cinco décadas (Franklin 2004: cap. 7). Un cálculo elemental proporcionado
por Blais (2007: 624) arroja nueve puntos porcentuales entre la participación en la década
de los setenta y la de los dos mil tanto en 106 países como entre 29 democracias
establecidas. El descenso en los países europeos occidentales entre el final de la Segunda
Guerra Mundial y 2015 oscila alrededor de los 12 puntos (Solijonov 2016: 26; Vowles
2018: 58). Las democracias latinoamericanas, sin embargo, muestran una evolución
diferente. De acuerdo con Altman y Castiglioni (2018: 126), mantienen niveles
razonablemente estables de participación, e incluso de recuperación en algunos casos
(véase también el Gráfico 3). En este sentido, un informe reciente del PNUD (2017)
constata que, en los últimos 25 años, la participación en la región ha crecido ocho puntos;
a diciembre de 2006, el promedio regional de la participación llegaba al 71 por ciento,
mientras que en los países de la OECD era del 64 por ciento. En este contexto, los datos
de la evolución de Chile quedan, como se han calificado (PNUD 2017: 9), “fuera de
10

tendencia”. Su descenso, que ronda los 40 puntos porcentuales, está probablemente entre
los más acusados del mundo: es, pues, un caso realmente excepcional. Y un caso que se
aparta de otros similares, como los de Guatemala en 1985 y Venezuela en 1993, que
también conocieron caídas de la participación tras sendas reformas que abolieron el voto
obligatorio. En ambos países, no obstante, la participación se recuperó en las consultas
posteriores. No ocurrió así en las chilenas de 2017 con respecto a las de 2013: la
participación continuó descendiendo. En realidad, el descenso en las municipales de
2012, las inmediatas tras la reforma electoral que modificaba la inscripción en el registro
y convertía en voluntario el voto obligatorio, con una abstención del 61 por ciento, 14
puntos porcentuales más que en las de 2008, supuso el mayor cambio en la historia
electoral chilena de los últimos 60 años. Fue además un crecimiento mayor de lo que se
esperaba (Guzmán, Troncoso y Fernández 2017: 37).

[Gráfico 3 por aquí]

Dos elecciones (supuestamente) movilizadoras


Por distintas circunstancias, las elecciones de 1999 y 2017 deberían en principio haber
revertido la pendiente negativa de la participación electoral instalada en Chile desde las
elecciones fundacionales de 1989. Pero no fue así. En 1999, la abstención electoral fue
del 30 por ciento de la PEV, duplicando la de las consultas de 1989.11 En 2017, menos de
dos décadas después, fue del 54 por ciento, un considerable crecimiento de 39 puntos
porcentuales con respecto a 1989 y de 24 puntos con respecto a 1999. Entre una y otra, y
como examinaremos después, el esquema institucional de la participación electoral se
modificó radicalmente. El nuevo formato se aplicó por vez primera en las elecciones
municipales de 2012 y en las presidenciales y parlamentarias de 2013. En ambos casos,
la abstención siguió su pauta ascendente: llegó al 61 y al 51 por ciento, respectivamente.
Aunque cabía esperar una elevada abstención en las municipales, que tradicionalmente
han solido ocupar lugares inferiores en la escala de la participación, la abstención de más
de la mitad de los chilenos en las de elecciones presidenciales y parlamentarias de 2013
resultó inesperadamente alta, tanto más cuanto que en estas elecciones cabía anticipar una
mayor movilización, al tratarse de unas elecciones de alternancia: Michelle Bachelet

11
Sin embargo, la abstención entre los inscritos se redujo, desde el 16 por ciento en las elecciones
presidenciales de 1993 al 10 por ciento en las de 1999.
11

alcanzó su segundo mandato tras la presidencia de Sebastián Piñera (Huneeus, Lagos y


Díaz 2017). Para muchos observadores, el nuevo crecimiento de la abstención tras la
reforma fue simplemente causado por el cambio de los requisitos del voto, al convertir en
voluntario algo que hasta entonces había sido obligatorio durante más de dos décadas –
aunque reservado a quienes estaban inscritos. Así había ocurrido además en los casos de
Holanda en 1967 (Irwin 1974), Guatemala en 1985 (Boneo y Torres-Rivas 2000), Italia
en 1993 (Tuorto 2010) y Venezuela en 1993 (Birch 2009). Pero confiaban en que, en unas
siguientes elecciones, las de 2017, amortizada ya la novedad del voto voluntario, los
chilenos participarían en mayor medida, ajustándose así a las previsiones de quienes
habían defendido el cambio institucional (Navia y del Pozo 2012). La abstención, sin
embargo, siguió creciendo: como ya hemos señalado, llegó al 54 por ciento.

Las elecciones de 1999


Examinemos ahora algunos de los elementos que caracterizaron a las elecciones de 1999
y 2017. Una buena parte de la literatura sobre la participación electoral coincide en
señalar que la competitividad (esto es, la incertidumbre sobre el resultado o/y las escasas
diferencias en el voto de las dos primeras fuerzas) es una condición necesaria y suficiente
para llevar a los ciudadanos a las urnas. Para resumirlo con la contundencia de Blais
(2000: 60), “vota más gente cuando las elecciones están más reñidas”. Las presidenciales
de 1999 fueron indudablemente competidas (Fontaine 2000: 70). Aunque volvió a ganar
la Concertación, necesitó por vez primera de las dos vueltas. Además, las diferencias
entre Ricardo Lagos y Joaquín Lavín fueron mínimas tanto en la primera vuelta (Lagos
se impuso por 47,96 frente a 47,56 por ciento) como en la segunda (51,31 frente a 48,19
por ciento). Para Patricio Navia y Alfredo Joignant (2000: 7), “a medida que la elección
se tornaba más disputada, mayor era el interés por participar. (…) La teoría funciona.
Cuando las elecciones deciden cosas importantes y el resultado es incierto, la
participación aumenta”. Es verdad que la participación creció seis puntos entre los
inscritos con respecto a las anteriores presidenciales de 1993, pero descendió otros tantos,
como ya hemos indicado, entre la población en edad de votar. En su primer mensaje tras
asumir la Presidencia, Lagos anunció que promovería una reforma constitucional que
hiciera obligatoria la inscripción electoral y voluntario el voto para así, añadía,
incrementar la participación de ese nuevo padrón formado por todos los chilenos mayores
de 18 años (Navia y Joignant 2000: 8).
12

Aunque las elecciones tuvieron lugar en momentos de crisis económica, algunas


situaciones políticas adquirieron especial relevancia. El arresto de Pinochet en Londres,
la oportunidad de Lavín para alejarse de su herencia ante los votantes de la conservadora
Unión por Chile y la presencia por vez primera de un candidato socialista como Lagos al
frente de la Concertación reactivaron con fuerza el cleavage de democracia/autoritarismo
(Torcal y Mainwaring 2003; Tironi y Agüero 1999).12 Ello mantuvo la volatilidad
electoral en niveles relativamente bajos, y más aún en el contexto latinoamericano: los
votantes siguieron permaneciendo fieles a las dos coaliciones surgidas tras el plebiscito
(Luna 2008: 83; Cruz 2016: 181). Pero la mayor radicalización del enfrentamiento entre
ambas formaciones polarizó la decisión de voto, lo que, en principio, habría de facilitar
la movilización electoral. En su contra, sin embargo, ya se habían detectado corrientes de
fondo que podrían contrarrestar esas circunstancias movilizadoras e incluso producir
consecuencias más allá de estas elecciones presidenciales. Algunos investigadores habían
apuntado que los datos positivos de la reconfiguración del sistema de partidos tras la
dictadura, la competición sostenida entre las dos coaliciones y la estabilidad del nuevo
régimen democrático estaban generando reacciones que eran menos positivos. Las
elecciones de 1999, por ejemplo, reforzaron la continuidad del sistema de partidos: los
índices del número efectivo de partidos electorales y parlamentarios de 1993 se
mantuvieron en términos similares.13 Pero también propiciaron críticas a los mecanismos
habituales de la competición interpartidista, basados en criterios elitistas en la selección
de los representantes, la aparición recurrente de escándalos de corrupción, la restricción
permanente de las políticas públicas y la falta de transparencia en las decisiones. Como

12
De acuerdo con los datos de la encuesta del Comparative National Elections Project (CNEP) para Chile
que estamos utilizando para estas elecciones de 1999, un 84 por ciento de los votantes de Lagos prefería un
régimen democrático frente a cualquier otra forma de Gobierno, una preferencia que alcanzaba solo al 43
por ciento de los de Lavín. Sendas mayorías del electorado (64 por ciento), de los no inscritos (65 por
ciento) y de los no votantes (52 por ciento) se alineaban con Lagos a este respecto. Y un 39 por ciento de
los seguidores de Lavín mostraba su preferencia “en algunas circunstancias” por un régimen militar, frente
al 5 por ciento de los de Lagos. Por su parte, y en relación con el apoyo al Gobierno de Pinochet, un 67 de
los votantes de Lagos manifestaba su rechazo, mientras que un 60 por ciento de los de Lavín lo apoyaba.

13
El índice de partidos electorales fue 2,54 en 1999 (frente a 2,24 en 1993), y el de partidos parlamentarios,
2,07 (frente a 1,95). En general, el índice del número efectivo de partidos suele estar dentro del rango de +/-1
del número real de partidos que obtengan más del 10 por 100 de los votos; cf. Laakso y Taagepera (1979).
Estos datos proceden del Election Indices Dataset de Michael Gallagher, en
http://www.tcd.ie/Political_Science/people/michael_gallagher/ElSystems/index.php, consultado el 10 de
agosto de 2018.
13

añaden Eugenio Tironi y Felipe Agüero (1999: 167), todas ellas “podrían inducir a un
total descuelgue de la ciudadanía del sistema político, vía reducción dramática de la
inscripción y participación electoral”. En las elecciones parlamentarias de 1997 ya habían
aparecido indicios de ello: la abstención fue del 40 por ciento de la PEV, y hubo además
un 4 por ciento de votos en blanco y nada menos que un 14 por ciento de votos nulos. La
decreciente participación electoral fue así conectada tanto con la legislación electoral
como sobre todo con los niveles crecientemente bajos de vinculación de los partidos
chilenos con los ciudadanos. El resultado apunta a la paradoja existente entre partidos
institucionalizados en el interior de un sistema estable y su capacidad para generar
lealtades electorales fuertes, de un lado, y, de otro, la presencia de ciudadanos con débiles
identidades partidistas, con niveles considerables de desconfianza hacia los partidos y con
escasas simpatías hacia las instituciones políticas en las que operan (Luna 2008: 112).
Todo ello terminó aparentemente contrarrestando el carácter en principio movilizador de
las elecciones.

Las elecciones de 2017


Por su parte, las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2017 tuvieron lugar en el
marco de una serie de circunstancias excepcionales que a priori deberían también haber
repercutido positivamente en un crecimiento de la participación (Santana y otros 2018;
Toro y Valenzuela 2018). Para los partidos, la campaña electoral estuvo dominada por
nuevas reglas de financiación pública, incluyendo la eliminación de las aportaciones por
las empresas. Para los candidatos, se aplicaron también por vez primera reglas sobre la
presencia de las mujeres en las listas electorales: las candidatas pasaron así de constituir
un 19 por ciento en 2013 a un 41 por ciento en 2017, y se tradujeron en un 23 por ciento
de diputadas en la Cámara de 2017 frente al 16 por ciento de cuatro años antes. Para
partidos, candidatos y votantes, las elecciones estuvieron también protagonizadas por la
existencia de un nuevo sistema electoral, calificado como “proporcional de carácter
inclusivo” (Gamboa y Segovia 2016: 133). Sustituía al binominal instaurado en los
últimos años de la dictadura, y, aunque continuaba con la misma fórmula de D’Hondt,
tenía como novedades relevantes la introducción del voto preferencial y la ampliación de
escaños y distritos en las dos Cámaras del Congreso Nacional (Gamboa y Morales 2016).
14

Los resultados electorales supusieron asimismo cambios considerables. Por vez


primera desde los años noventa, la habitual competición bipolar entre las dos principales
coaliciones, la izquierdista, bajo la etiqueta ahora de Fuerza de la Mayoría (FM), y la
conservadora, bajo la de Chile Vamos (CV), dio entrada a una nueva competidora, Frente
Amplio (FA). La clara victoria de CV sobre la FM gobernante (38,7 frente a 24 por ciento
de los votos, y 47 frente a 28 por ciento de los escaños en la Cámara de los Diputados)
estuvo en cierto modo empañada por el éxito relativo de FA, con un 16,5 por ciento de
los votos y un 13 por ciento de los escaños. La volatilidad electoral entre los partidos
ascendió a un 17 por ciento, la más elevada en las últimas dos décadas; y el cambio de
voto entre coaliciones alcanzó su cota más alta para todo el periodo, con otro 17 por
ciento. Como consecuencia, tanto la fragmentación electoral como la parlamentaria
crecieron de forma considerable. El índice del número efectivo de partidos electorales
pasó del 2,75 de 2013 hasta los 4,03 de 2017; y el de partidos parlamentarios lo hizo del
2,09 al 3,14.14 En fin, es la primera ocasión en que el presidente carece de una mayoría
parlamentaria absoluta en la Cámara, lo que sin duda dificultará la conformación de
apoyos mayoritarios en un periodo legislativo cuya agenda incluye numerosas cuestiones
de suma importancia.

La paradoja antes señalada por Juan Pablo Luna (2008) para las elecciones de
1999 alcanzaba mayor intensidad cuando se celebraron las de 2017. Peor que una
contradicción, para Rossana Castiglioni y Cristóbal Rovira Kaltwasser (2016: 4) se ha
convertido en una situación verdaderamente desconcertante en uno de los países más ricos
y con mayor calidad democrática de América Latina; en sus palabras, el problema reside
en “el desajuste entre las actitudes de los votantes y el rendimiento general del régimen.
Mientras que los primeros parecen estar cada vez más enfadados y desconfiados, el último
ha sido capaz de asegurar el crecimiento económico y la estabilidad política”. Con estos
u otros términos similares, muchos analistas chilenos han subrayado ese desajuste
poniendo el acento en distintos tipos de factores, todos los cuales convertían al descenso
continuo de la participación electoral en uno de sus indicadores más relevantes. Así, por
ejemplo, Peter M. Siavelis (2016) ha destacado el contraste entre el éxito de la estabilidad
institucional lograda y las deficiencias en la representación política. Un informe del
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD 2017: 6) confrontaba los

14
Estos datos proceden también del Election Indices Dataset de Gallagher, citado en la nota anterior.
15

logros relativos a la gobernabilidad con el fracaso en la promoción de la participación y


representación de los chilenos. La dimensión positiva de la estabilidad de partidos y
coaliciones está acompañada por la creciente debilidad tanto de las organizaciones
partidistas como del propio sistema de partidos. En términos electorales, estas
características han cristalizado en la menor identificación partidista existente en América
Latina, la menor colaboración con los partidos en las campañas electorales y la elevada
desconfianza mostrada hacia todos ellos (Luna y Altman 2011). Ha sido así posible que
pudieran formularse preguntas, quizás algo más que retóricas, sobre si había ya llegado
el tiempo para preparar las “notas para una autopsia” de los partidos chilenos (Luna y
Rosenblatt 2012); o sobre el “fin de una época en Chile”, dominada por “certezas,
empates y una profunda mantención del statu quo”, así como por agendas
gubernamentales “contestadas, limitadas e insuficientes” y una extendida “desafección
política de los ciudadanos” (Altman y Castiglioni 2018: 105 y 126). Se trataría, en fin, de
una “democracia incompleta” (Garretón y Garretón 2010), instalada en un país aquejado
por una especie de malestar crónico que afecta a muchos sectores sociales y sobre todo
políticos (González 2016; Joignant, Morales y Fuentes 2017b). Uno de sus indicadores
más importantes sería precisamente el de la decreciente participación electoral, que
expresaría con suficiente fuerza la “exclusión, oligarquización y desafección” de la
política chilena (Alvarado Espina 2015).

En suma, las elecciones presidenciales de 1999 conocieron por vez primera


niveles tan elevados de competitividad e incertidumbre como para requerir una segunda
vuelta. Las diferencias de votos para los candidatos de las dos coaliciones, Lagos y Lavín,
fueron llamativamente escasas: cuatro décimas en la primera vuelta, tres puntos en la
segunda. Pese a ello, la participación electoral, en lugar de repuntar, descendió 6 puntos
con respecto a las elecciones de 1993 (siempre como porcentaje de la PEV). Y en las
presidenciales y parlamentarias de 2017 coincidieron un nuevo sistema electoral, nuevos
mecanismos de financiación y nuevas reglas de incorporación de mujeres en las listas
electorales. Sus resultados arrojaron mayores niveles de volatilidad electoral para partidos
y coaliciones, mayores niveles de fragmentación electoral y parlamentaria y mayores
niveles de competitividad mediante la llegada al Congreso Nacional de nuevas
organizaciones políticas. Es improbable encontrar alguna otra consulta en la que se hayan
concitado tantos elementos asociados en principio a procesos intensos de movilización
como para cristalizar en una mayor participación electoral. Y más todavía cuando los
16

niveles anteriores eran de por sí llamativamente bajos. Pero no ocurrió así. Entre las
municipales de 2012 y 2016, la participación pasó de un 39 a un 35 por ciento; y entre las
presidenciales y parlamentarias de 2013 y 2017, de un 49 a un 46 por ciento.15

Un cambio problemático: antes y después de la reforma de 2012


Las elecciones de 1999 y 2017, que comparten tantos elementos similares sobre su
competitividad partidista y la novedad de sus resultados, fueron celebradas, sin embargo,
con reglas institucionales diferentes. Eran además unas reglas que han adquirido un
protagonismo decisivo en la evolución de la participación electoral. Ya hemos aludido
con anterioridad a ellas. Hasta las elecciones de 2009, el régimen electoral combinaba la
inscripción voluntaria con la obligación de votar para los inscritos. El crecimiento
continuado de la abstención desde 1988 llevó entonces a presidentes y a legisladores a
actuar conjuntamente para intentar su reversión. En enero de 2012 se aprobó así la Ley
que regula la inscripción automática, modifica el servicio electoral y moderniza el
sistema de votaciones, más conocida como la de inscripción automática y del voto
voluntario (Morales y Contreras 2017). Queremos ahora subrayar algunos de los rasgos
más relevantes a nuestros efectos antes y después de la reforma. Dado que esperamos que
los no inscritos hayan aprendido, por así decir, a ser abstencionistas mediante su hábito
de no voto durante dos décadas y media, resulta conveniente examinar esos aspectos para
apreciar mejor su impacto en la evolución a la baja de la participación electoral.

Tras la instauración del voto obligatorio en la Constitución de 1980, su regulación


legislativa se completó en 1986, al establecer la inscripción voluntaria por parte de los
ciudadanos. Entre los escasos países que cuentan con voto obligatorio, ninguno, excepto
el caso muy peculiar de México,16 permite la inscripción voluntaria en el registro electoral
(Birch 2009).17 Tampoco existe en América Latina, el continente con mayor número de

15
Aunque estamos utilizando los datos de la participación en la primera vuelta, debe señalarse que en la
segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 1999 y 2017 la participación fue algo más elevada (un
punto en las de 1999, poco más de dos puntos en las de 2017), siempre en relación con la PEV.

16
Corvalán y Cox (2013: 63) recogen el caso de México, aunque con reservas, dado que ni las autoridades
controlan la obligatoriedad del voto, ni los electores se preocupan por cumplirla.

17
Cuestión aparte es el caso del registro voluntario en Estados Unidos, cuya contribución a la existencia de
un elevado abstencionismo ha sido discutida con frecuencia; cf., por ejemplo, el conocido libro de
Wolfinger y Rosenstone (1980: cap. 4) y, más recientemente, Burden y Neiheisel (2013).
17

países con voto obligatorio.18 A medio plazo, los dirigentes de la dictadura diseñaron unas
reglas institucionales que esperaban reducir la participación electoral y sesgar los
resultados electorales del futuro hacia los partidos conservadores mediante el sistema
electoral binominal (Corvalán 2011: 24). A corto plazo, esperaban lograr el éxito en la
consulta del plebiscito de 1988 mediante la inscripción de buena parte de sus partidarios,
a la vez que confiaban en que sus detractores lo hicieran en mucha menor medida. Como
pretendían sus diseñadores, el sistema de inscripción suponía costes considerables
(Corvalán y Cox 2013: 50). Los inconvenientes incluían un “proceso (…) engorroso,
lejano de las personas, en plazos que no guardan relación con las elecciones mismas y,
además, (…) [con] sanciones a quienes no votan una vez inscritos” (Garretón M. y
Garretón 2010: 130). No es extraño que el sistema de inscripción voluntaria haya sido
caracterizado como “el más tortuoso sistema de inscripción” (Valenzuela 2004: 5), o
calificado como “perverso” (Altman y Castiglioni 2018: 111). Era un esquema ya
existente con anterioridad a la dictadura: el registro voluntario procedía de la Constitución
de 1925, y el voto voluntario de 1962. En las elecciones celebradas en 1964, 1970 y 1973,
por ejemplo, la participación electoral sobre los inscritos se movió entre el 82 y el 87 por
ciento, mientras que sobre la población en edad de votar osciló entre el 56 y el 69 por
ciento.19 Tanto antes como después de la dictadura, sus efectos fueron similares:
consistían en desincentivar, cuanto menos, la inscripción de ciudadanos que no tenían
demasiado interés en votar y que en todo caso querían evitar quedar expuestos a las
sanciones vinculadas al voto obligatorio. Aunque los inscritos que no votaran deberían
aportar una excusa legítima por no haberlo hecho, las sanciones eran de orden menor,
hasta el punto de que muchos autores destacan su ausencia efectiva. Por ejemplo,
Alejandro Corvalán y Paulo Cox (2013: 63) las califican de “reducidas, infrecuentes y a
veces inexistentes”. Pero, como ellos mismos precisan, los inscritos que luego no votaban
acudían masivamente a las oficinas del registro para disculparse en base a alguno de los

18
Sólo Colombia, Nicaragua, Guatemala desde 1985 y Venezuela desde 1993 no lo tienen. La variable
clave a este respecto es naturalmente la de la existencia de sanciones para quienes no voten. Pignataro
(2014: 166-167) afirma que Argentina, Bolivia, Brasil, Chile hasta 2012, Ecuador, Honduras hasta 2001,
México, Paraguay, Perú y Uruguay prevén algún tipo de sanciones que resultan luego aplicadas, cuando lo
son, de modos muy diferentes, mientras que Costa Rica, El Salvador, Guatemala hasta 1985, Honduras
desde 2005, Panamá, República Dominicana y Venezuela hasta 1993 carecían de sanción alguna. Esta
relación es matizada por la incluida en el International Institute for Democracy and Electoral Assistance
(IDEA), en https://www.idea.int/data-tools/data/voter-turnout/compulsory-voting, consultada el 21 de
enero de 2019.
19
Cf. Contreras y Navia (2013: 428) y Huneeus, Lagos y Díaz (2015: cap. 2).
18

supuestos legales existentes. Entre los inscritos, el promedio de la abstención en las


elecciones presidenciales entre 1989 y 2009 fue del 12 por ciento, y del 16 por ciento en
las parlamentarias y en las municipales. Las razones aducidas por tres de cada cuatro de
estos abstencionistas para no haber votado eran de tipo técnico, o forzoso, o involuntario:
alegaban enfermedad, o pérdida del documento acreditativo, o desplazamiento a lugares
situados a más de 200 kilómetros del lugar de la votación. Los motivos cifrados en falta
de interés, rechazo a la política e ineficacia política oscilaban entre el 1 y el 3 por ciento.20
En todo caso, el esquema resultante creaba dos tipos de ciudadanos: los inscritos,
obligados a votar en todo tipo de elecciones, y los no inscritos, que no podían votar en
ninguna y que por regla general renunciaron posteriormente a inscribirse pese a que
podían hacerlo, aunque no sin dificultades, antes de cada consulta (Navia 2004: 89).

En el plebiscito de 1988, su primera ocasión tras la dictadura, la re-implantación


del esquema de inscripción voluntaria-voto obligatorio obtuvo resultados sumamente
importantes. Contra lo que esperaban los dirigentes del régimen militar, la oportunidad
para derrotar al régimen militar de Pinochet llevó a una inscripción masiva: nada menos
que 7,5 millones de chilenos, o un 92 por ciento de la PEV. Votó el 97 por ciento de los
inscritos, o el 89 por ciento de la PEV; tras 17 años sin votar, el no que puso fin a la
dictadura logró el 56 por ciento de las papeletas. Pero, en las dos décadas siguientes, el
porcentaje de nuevos inscritos fue reducido y las diferencias entre los inscritos y el
conjunto de chilenos en edad de votar no hicieron sino aumentar. Los jóvenes que iban
entrando en el mercado electoral al cumplir 18 años carecían de incentivos para
inscribirse. Por ejemplo, en una encuesta realizada por el Centro de Estudios Públicos
(CEP) en 2009 se recogía que el 56 por ciento de los no inscritos rechazaba inscribirse
ante las próximas elecciones presidenciales de 2009.21 Cuando se preguntaba a los no
inscritos por sus razones para no hacerlo a lo largo de más de dos décadas, sus respuestas
abarcaban una considerable variedad de motivos: todos ellos apuntaban a su distancia del

20
Estos datos proceden de la Encuesta Nacional de Opinión Pública 14, realizada por el Centro de Estudios
Públicos (CEP) en diciembre de 2001-enero de 2002 a los inscritos que no votaron en las elecciones
parlamentarias de 2001; en
https://www.cepchile.cl/cep/site/artic/20160304/asocfile/20160304092854/encCEP_dic2001.pdf,
consultados el 17 de diciembre 2018.

21
Se trata de la Encuesta Nacional de Opinión Pública del CEP realizada en mayo-junio de 2009
(Documento de Trabajo 378, de julio de 2009); en
https://www.cepchile.cl/cep/site/artic/20160304/asocfile/20160304094913/encCEP_may-jun2009.pdf,
consultada el 17 de diciembre de 2018.
19

sistema político y de los partidos (Luna 2011: 2). Están recogidos en la Tabla 2, agrupados
en categorías generales. Siete de cada diez de los no inscritos alegaban razones derivadas
de su desinterés hacia la política, su desconfianza hacia la política y su sentimiento de
ineficacia política por la escasa relevancia de su voto. Ryan E. Carlyn (2006: 643) ha
confirmado la relevancia del desinterés y la despolitización mediante coeficientes logit
para las elecciones de 1999. Alrededor de una quinta parte señalaba motivos en mayor o
menor medida verosímiles relacionados con las dificultades para inscribirse. En cambio,
las connotaciones políticas de la no inscripción, que la concebirían como una crítica o
una protesta contra el sistema político, eran mínimas.

[Tabla 2 por aquí]

La evolución de la no inscripción es llamativa, como puede comprobarse en el


Gráfico 4. Los inscritos fueron descendiendo progresivamente hasta integrar en 2010 solo
al 69 por ciento de los chilenos mayores de edad; en 2011, el porcentaje descendió al 64
por ciento, lo que suponía que más de cuatro millones de chilenos quedaban al margen de
la competición electoral (Gamboa, López y Baeza 2013: 453). Desde un primer momento,
los inscritos en la cohorte de los 18 a 24 años fueron cayendo casi ininterrumpidamente
hasta suponer en 2010 sólo un escaso 20 por ciento de la cohorte. A mediados de los años
noventa, los inscritos en la cohorte de los 25 a 34 años, formada por quienes cumplieron
18 años después del plebiscito, comenzaron también a descender, y lo hicieron ya de
forma considerable a finales de los noventa. Por el contrario, los niveles de los inscritos
en las cohortes de los 34 años o más se mantuvieron entre el 80 y el 90 por ciento a lo
largo de todo el periodo. Con grupos de edad ligeramente distintos, el acusado descenso
de los jóvenes de 18 a 29 años y el crecimiento sostenido de los mayores de 65 años
marcan, como puede apreciarse en el Gráfico 5, un extraordinario contraste. Además de
este sesgo etario, las inscripciones estaban caracterizadas por diferencias educativas y
socioeconómicas relevantes (Cox y González 2016: 8). Los electores de más edad, con
mayores niveles de educación y con niveles elevados de educación o renta estaban
sobrerrepresentados: la desigualdad social se reforzaba así por la desigualdad política
(Corvalán y Cox 2013: 62). Esta evolución denota el quiebre entre los chilenos de las
generaciones que se inscribieron para votar en el plebiscito de 1988 y los que fueron
alcanzando la mayoría de edad durante las dos décadas posteriores: si los primeros
continuaron acudiendo masivamente a las urnas, los segundos exhibían un
20

abstencionismo sistemático (Contreras y Navia 2013: 429-430; Contreras, Joignant y


Morales 2015: 6). Estas divergencias se produjeron también en términos territoriales. En
2009, en Maipú, la comuna más poblada del país y una de las menos desarrolladas, las
inscripciones suponían el 30,3 por ciento de la PEV, mientras que, en Vitacura, la de
mayor renta per cápita, alcanzaban el 97,3 por ciento (Contreras y Navia 2013: 420). Es
muy probable, en consecuencia, que las generaciones jóvenes, más que iniciarse, poco o
mucho, o con mayores o menores altibajos, en el hábito de la participación electoral hasta
alcanzar al cabo de dos o tres consultas la inercia del votante habitual, hayan adquirido
en realidad el hábito del abstencionista habitual. En otras palabras, alrededor de seis de
cada diez de los chilenos que en los años noventa llegaron a la mayoría de edad tras el
plebiscito, y nada menos que ocho de cada diez desde los años dos mil, no es que no
hubiesen votado, o que lo hubieran hecho irregularmente, sino que ni siquiera se habían
molestado en inscribirse para unas hipotéticas elecciones que, como se ha dicho, “poco y
nada les importaban” (Moraga 2018: 455).22 Los jóvenes chilenos estaban próximos a
convertirse en un “electorado en vías de extinción” (Luna 2011: 1).

[Gráficos 4 y 5 por aquí]

El caso chileno también es excepcional por la reforma del régimen electoral


aprobada en 2012: abandonó la inscripción voluntaria de los ciudadanos para poner en
pie la creación del padrón a cargo del Servicio Electoral de Chile (SERVEL) y convirtió
luego el voto obligatorio en voluntario.23 La reforma del registro se aprobó en diciembre
de 2011, y lo hizo sin oposición parlamentaria y favorecida por un consenso generalizado
en los medios de comunicación y en la opinión pública. Las investigaciones sobre las
modalidades de registro, al menos desde el ya clásico libro de Raymond E. Wolfinger y

22
Cabe añadir que el crecimiento de la no inscripción o de la propia abstención estaba también conectado
con otros elementos más generales que ya hemos apuntado, como el sistema electoral binominal o el
funcionamiento insatisfactorio del sistema político chileno de cara a los ciudadanos, caracterizado por su
desconfianza hacia las instituciones políticas, su indiferencia respecto a los procesos políticos
convencionales, su menor identificación con unos partidos crecientemente débiles y su rechazo a las élites
políticas o partidistas (Castiglioni y Rovira Kaltwasser 2016).

23
Una abundante literatura ha analizado con cierto detalle las fases del proceso, los argumentos de los
protagonistas y las discusiones que las acompañaron, de naturaleza normativa más que empírica. Cf., entre
otros, los trabajos de Moraga (2018), Huneuus, Lagos y Díaz (2015), Morales y Contreras (2017), Cox y
González (2016), Fuentes y Villar (2015), Huneuus (2015), Barnes y Rangel (2014), Contreras y otros
(2012), Luna (2011), Morales (2011), Navia y del Pozo (2011) y Fontaine y otros (2005).
21

Steven J. Rosenstone (1980: cap. 4), han demostrado que la participación electoral
aumenta con el registro automático a cargo de la Administración electoral. En el caso
chileno, el censo electoral se amplió sustancialmente, permitiendo además recuperar a los
jóvenes entre los 18 y los 29 años, que pasaron del 8 por ciento en el censo de 2009 al 26
por ciento (Barnes y Rangel 2014: 574); o, desde otro punto de vista, se pasó de una
situación en la que solo tres de cada diez jóvenes estaban inscritos a otra en la que todos
lo estaban. El cambio del voto obligatorio a voluntario implicó mayores discusiones, sin
embargo. El hecho de que los países con voto obligatorio y sanciones efectivas disfruten
de una mayor participación electoral, también en América Latina, suscitaba mayores
dudas sobre el alcance de la reforma (Blais y Dobrzynska 2009). La discusión estuvo
entreverada por argumentos normativos alrededor de la concepción del voto como un
derecho y no como un deber, y presidida por el apoyo mayoritario de alrededor de siete
de cada diez chilenos a favor del voto voluntario.24 También existía una llamativa
seguridad en que el voto voluntario generaría incentivos para airear la política mediante
la renovación de las agendas programáticas de los partidos (Luna 2011: 8). Otros
argumentos de naturaleza empírica, como la experiencia de otros países en trances
similares, la escasa competitividad electoral del sistema político chileno o la probabilidad
de que el aprendizaje durante décadas de los jóvenes en el campo del abstencionismo les
mantuviera en él, fueron tildados de secundarios. El cambio estuvo además impulsado
por la coincidencia entre los intereses estratégicos de los partidos del Gobierno de
Concertación por la Democracia y de los de la oposición, entonces integrados en la
Alianza por Chile. Los primeros creían que, tras la reforma, los nuevos votantes, por ser
mayoritariamente jóvenes, optarían por el centro-izquierda; los segundos esperaban
contrarrestar esta posibilidad por los mayores recursos de los conservadores y su mayor
predisposición para votar (Morales y Contreras 2017: 108-109). La aprobación del voto
voluntario se llevó finalmente a cabo en enero de 2012. Aunque al parecer el Gobierno
consideró seriamente el mantenimiento del voto obligatorio, el voluntario fue aprobado

24
Al menos desde 2001, el CEP ha venido incluyendo preguntas sobre las preferencias a favor del voto
voluntario u obligatorio en muchas de sus encuestas; para una selección de ellas pueden verse las Encuestas
Nacionales de Opinión Pública 42 (diciembre de 2001-enero de 2002), 44 (diciembre de 2002), 47 (junio-
julio de 2004) y 68 (noviembre-diciembre de 2012), así como el Estudio Nacional sobre Partidos Políticos
y Sistema Electoral (marzo-abril de 2008) y la Auditoría sobre la Democracia (septiembre-octubre de
2010).
22

con el apoyo del 66 por ciento de los senadores, entre los que eran mayoría los de la
Alianza, mientras que se opusieron los de un amplio sector de la Concertación.25

El registro pasó de los poco más de 8,2 millones de inscritos voluntariamente para
la elecciones presidenciales y parlamentarias de 2009 a los casi 13,5 millones de las
municipales de 2012. Los más de 5,3 millones de nuevos electores hasta entonces
marginados de toda contienda electoral podrían modificar abruptamente la pauta de
resultados, caracterizados en las dos últimas décadas por su estabilidad. Además de su
considerable ampliación, el nuevo registro reflejaba correctamente la población en edad
de votar. La edad media de los tradicionalmente inscritos era 59 años; la de quienes no lo
estaban y fueron incorporados al nuevo padrón, 29 años (Huneeus, Lagos y Díaz 2015:
38). Los partidos afrontaron las primeras consultas tras el cambio “con un enorme
componente de incertidumbre” (Luna 2011: 186). Se descontaba que el rejuvenecimiento
del registro obligaría a los partidos a desarrollar nuevas estrategias e incentivos para atraer
a los nuevos votantes (Contreras y Morales 2014: 599). Pero, sorprendentemente, no
parece que esas estrategias se hubieran abordado. Existía además una confianza un tanto
apriorística en que la participación crecería por su menor coste, un supuesto que contaba
con el apoyo mayoritario de los chilenos en numerosas encuestas, pero que no era
consistente con los descensos observados en países que habían pasado por situaciones
similares. Según ha destacado Jorge Ramírez, la reforma pecó de ambiciosa al gestarse
en medio de una “hiperinflación de expectativas relativa a los niveles de participación
electoral”, y que además contrastaba con la ausencia de campañas para promover la
participación o facilitar las condiciones de voto.26 Para algunos autores, como Navia y

25
Resultan llamativas las considerables diferencias surgidas durante la discusión parlamentaria entre las
opiniones de algunos diputados y sus decisiones de voto. Los congresistas de la Concertación, aunque eran
al parecer contrarios al voto voluntario, acabaron apoyándolo (Morales y Contreras 2017: 110ss.). Una
encuesta a sus parlamentarios descubría que el 26 por ciento de sus diputados estaba de acuerdo con la
reforma, frente al 74 por ciento que prefería el mantenimiento del voto obligatorio; entre los de la Alianza
por Chile, dos terceras partes apoyaban la reforma. A finales de 2011, durante la tramitación de la nueva
ley, entre los primeros aparecieron señales de arrepentimiento que llegaron incluso a cristalizar en un
proyecto legislativo que no llegó a presentarse al constatar sus defensores las numerosas encuestas
existentes favorables al voto voluntario (Morales y Contreras 2017: 117ss.). Tras las elecciones municipales
de 2012, tanto Bachelet como Piñera mostraron su decepción por los pobres resultados de la participación
con el nuevo esquema (Barnes y Rangel 2014: 581). En 2015, varios senadores de distintos partidos
presentaron un proyecto de reforma constitucional para restablecer el voto obligatorio, un proyecto que no
tuvo demasiado recorrido (Cox y González 2016: 4-5).
26
Jorge Ramírez, “La orfandad del voto voluntario”, en https://lyd.org/centro-de-
prensa/noticias/2016/09/columna-jorge-ramírez-la-tercera-la-orfandad-del-voto-voluntario/, consultada el
14 de octubre de 2018.
23

del Pozo (2012: 186), en realidad “nadie [sabía] a ciencia cierta qué (…) [ocurriría] con
la participación electoral y qué partidos o coaliciones se (…) [verían] beneficiados”; en
cambio, para otros, como Morales y Contreras (2017: 107), “nada garantizaba un
incremento de la participación”.

Los resultados del cambio legal desmintieron los argumentos utilizados tanto por
los presidentes Bachelet y Piñera como por los partidos que lo aprobaron con mayorías
contundentes, así como buena parte de los informes elaborados por expertos. De hecho,
la participación siguió bajando, tanto en las elecciones municipales (del 53 por ciento de
las de 2008, antes de la reforma, al 39 por ciento en 2012 y 35 por ciento en 2016) como
en las presidenciales y parlamentarias (del 57 por ciento de las de 2009 al 49 por ciento
en 2013 y 46 por ciento en 2017). Como se aprecia en la Tabla 3, los datos relativos a la
consulta de 2013 son interesantes. En la primera vuelta, votaron 6,7 millones de chilenos.
De ellos, 1,3 millones, o uno de cada cinco, eran nuevos votantes, es decir, electores que
no estaban inscritos en el esquema de voto anterior. Estos nuevos votantes constituían,
sin embargo, una minoría entre el total de 5,6 millones de quienes no habían estado nunca
inscritos. Así, el porcentaje de abstencionistas entre este grupo fue del 76 por ciento,
mientras que entre los antiguos inscritos fue mucho menor, del 33 por ciento. A pesar de
esta diferencia entre los antiguamente no-inscritos y los inscritos, la tasa de abstención de
estos últimos subió abruptamente: si antes de la reforma era de un mero 14 por ciento,
tras ella alcanzó el 33 por ciento. En términos numéricos, esto significa que 2,6 millones
de los antiguos inscritos se quedaron en casa, con lo que, a los algo más de 1,1 millones
de inscritos que ya se abstuvieron en 2009, se sumaron casi 1,5 millones adicionales que
dejaron de votar como consecuencia de la voluntariedad del voto. Hubo, pues, un gran
recambio de votantes, estimado en el 30 por ciento del padrón de 2013 (Cox y González
2016: 11 y 23).

[Tabla 3 por aquí]

También es interesante, desde otro ángulo, conocer las razones esgrimidas por los
propios abstencionistas en las encuestas postelectorales, recogidas en la Tabla 4. En su
conjunto, revelan la composición plural de la abstención. Las razones recogidas en la
tabla parecen apuntar sobre todo a una abstención más estructural que coyuntural, más
voluntaria que forzosa, más pasiva que activa (Justel 1995: 340 ss.). Predominan las
24

razones fundadas en el desinterés, seguidas por las de las actitudes relativas a las de la
ineficacia política. La abstención activa, basada en el rechazo del mecanismo electoral o
en la protesta “contra el sistema”, es, en cambio, mínima. Las razones de fuerza mayor
son algo más abundantes. En las elecciones de 2017, por su parte, los abstencionistas
involuntarios, que alegan no haber podido votar, son de nuevo muy pocos. Los que
declararon explícitamente no haber querido hacerlo lo justifican por una combinación de
factores relativos a la ausencia de alternativas, la desconfianza hacia los partidos y los
políticos y su propia ineficacia política ante el voto; solo una minoría del 4 por ciento
cifraba su abstención en una expresión de descontento.27

[Tabla 4 por aquí]

En las elecciones municipales de 2012 y en las presidenciales y parlamentarias de


2013, los bajos niveles del voto joven resultaron decepcionantes para los partidarios del
voto voluntario. De acuerdo con las encuestas post-electorales del Instituto Nacional de
la Juventud (2015), solo un 23 por ciento de los jóvenes entre los 18 y los 29 años lo hizo
en las primeras, y un 32 por ciento en las segundas. Muchos expertos reiteraron entonces
su convicción de que la reforma del esquema de voto pertenecía al tipo de cambios que
deberían haberse evitado a causa de su contribución directa o indirecta al descenso de la
participación electoral (Luna 2011: 1). Aunque partidarios de la inscripción automática,
la opción por el voto voluntario supuso para ellos “un retroceso histórico (…), la más
contradictoria y absurda de las fórmulas” (Garretón M. y Garretón 2010: 130). Sus efectos
han sido tildados también en esta ocasión como “perversos”, por no corregir ninguno de
los problemas diagnosticados cuando se discutió la reforma (Contreras, Joignant y
Morales 2015: 9). En el contexto de las elecciones de 2017, estos efectos estuvieron
acompañados por las pérdidas sufridas por los partidos establecidos, cuya vinculación
con sus votantes se había debilitado considerablemente, y por la aparición de nuevos
partidos y grupos sociales emergentes que trataban de repolitizar desigualdades sociales
y económicas (Roberts 2016; Morgan y Meléndez 2016; Luna y Rosenblatt 2012). Poco
después de la aprobación del voto voluntario, la opinión pública comenzó a virar. En

27
Los datos de 2017 proceden de la encuesta realizada por la Facultad de Gobierno de la Universidad del
Desarrollo (UDD) entre los días 11 y 18 de enero de 2018 mediante entrevistas personales a una muestra
representativa de 489 chilenos en 23 de las 32 comunas del Gran Santiago; para un nivel de confianza del
95 por ciento por ciento, su margen de error es +/- 4,36 por ciento.
25

2012, tras la elevada abstención en las elecciones municipales, el respaldo al voto


obligatorio subió del 22 al 41 por ciento, y el del voto voluntario descendió desde el 77
al 57 por ciento (Morales y Contreras 2017: 133). En 2017, la opinión contraria a la
reforma electoral creció. En la encuesta post-electoral de la UDD antes citada, la reforma
fue calificada como negativa por el 46 por ciento de los entrevistados, mientras que sólo
un 28 por ciento la consideraba positiva.28

Con estos precedentes, en las páginas que siguen podemos plantear dos marcos
conceptuales de la abstención que resultan en nuestra opinión especialmente relevantes
para abordar el caso chileno. Y formularemos luego, en base a ellos, las hipótesis con las
que examinaremos a nivel individual los principales factores de la abstención electoral en
las consultas de 1999 y 2017, antes y después de la reforma de las condiciones de
inscripción y voto.

Dos marcos conceptuales sobre la abstención electoral en Chile


No es extraño que la participación electoral en Chile haya sido estudiada ampliamente.
El aumento del abstencionismo es el tema predominante en muchos trabajos (Bargsted,
Somma y Muñoz 2018; PNUD 2017, 2015; Cox y González 2016; Mackenna 2015;
Corvalán 2011; Cantillana 2009; Navia 2004; Navia y Joignant 2000), así como el voto
en blanco y el nulo (López y Pirinoli 2009; Carlyn 2006). Otros estudios han dedicado
una especial atención a la participación de las cohortes más jóvenes, centrándose en
quienes no habían cumplido la mayoría de edad cuando se celebró el plebiscito de 1988
(Contreras y Morales 2014; Contreras y Navia 2013; Mackenna 2014 y 2015; Corvalán
y Cox 2013; Luna 2011; Toro 2008, 2007; Parker 2003, 2000; Lehmann 1998).29 Estos
trabajos ofrecen hallazgos relevantes sobre los factores determinantes del voto antes y
algo menos después de la reforma de 2012. Sin embargo, dejan de lado, de una parte,
algunos elementos explicativos de la participación electoral, sobre todo los actitudinales

28
Las respuestas negativas corresponden a las posiciones 0 a 4 en una escala de 11 posiciones; las positivas,
a las posiciones 6 a 10; en la posición 5 se situó el 28 por ciento. La pregunta era la siguiente: “¿Diría usted
que la implementación del voto voluntario e inscripción automática ha sido negativa o positiva para el
funcionamiento de nuestra democracia? Por favor, sitúese en una escala de 0 a 10, en la que el 0 significa
‘muy negativa’ y el 10 ‘muy positiva’”.
29
Contreras y Morales (2014: 599-609) y Navia y del Pozo (2012: 168-170) ofrecen más referencias sobre
la participación electoral en Chile.
26

y políticos; de otra, no suelen incluir en sus modelos a nivel individual la variable relativa
a la inscripción, sin duda la más relevante en este campo.

Estas características son hasta cierto punto similares a las que existen en muchos
otros países con respecto a los trabajos interesados en la participación electoral. Dos meta-
análisis realizados recientemente han subrayado la existencia de una situación
contradictoria entre la relativamente escasa dimensión acumulativa de la investigación
sobre participación electoral y la situación de un auténtico embarras de richesse en la
utilización de variables explicativas (Smets y van Ham 2013). Utilizando variables
agregadas, João Cancela y Benny Geys (2016) han cifrado en 12 los factores potenciales
de la explicación de la participación encontrados en 185 estudios sobre elecciones
nacionales y sub-nacionales. Son variables de naturaleza socioeconómica (como el
tamaño, la concentración, la estabilidad y la homogeneidad tanto étnica como económica
de la población), política (como la participación en elecciones anteriores, la
competitividad electoral, los gastos de campaña electoral y la fragmentación política) e
institucional (como el sistema electoral, el voto obligatorio, las elecciones concurrentes
y los requisitos de registro por el elector). Pero los que explican de forma significativa la
participación en ambos niveles territoriales son sólo cinco: el tamaño y la estabilidad de
la población, la competitividad electoral, los gastos de campaña y los mecanismos
institucionales. Por su parte, Kaat Smets y Carolien van Ham (2013) han examinado nada
menos que 170 variables independientes incluidas en 90 estudios con datos de encuestas
publicados en revistas relevantes durante la década 2000-2010. Sólo ocho de estas
variables se han incluido en el 25 por ciento de dichos estudios (edad, educación, género,
raza, ingresos, estado civil, identificación partidista e interés por la política), y las más
comunes, como educación y edad, lo han sido en el 74 y 72 por ciento, respectivamente.
De nuevo, las variables que producen efectos consistentes no son muchas: edad, edad al
cuadrado, educación, movilidad residencial, región, exposición a medios, movilización,
voto en elecciones pasadas, identificación partidista e información sobre política. En
cambio, las más inconsistentes han sido las de género, raza, estatus ocupacional,
ciudadanía, afiliación sindical, confianza en las instituciones y cercanía de las elecciones.
Todo ello cristaliza en la existencia de demasiados estudios que contienen inferencias
espurias y modelos escasamente especificados: el resultado es la ausencia de un modelo
mínimo de participación electoral (Smets y van Ham 2013: 13).
27

Los esfuerzos para agrupar las variables agregadas e individuales en factores de


participación que integren a ambas según su naturaleza tampoco han reducido demasiado
el número de factores.30 En un intento por resultar parsimonioso, el trabajo de Fornos,
Power y Garand (2004) sobre la participación electoral en América Latina entre 1980 y
2000 seleccionó los enfoques socioeconómicos de naturaleza individual o agregada, los
elementos institucionales y las características políticas relacionadas con la naturaleza de
las elecciones o el proceso de competición electoral. Por nuestra parte, hemos
seleccionado las contribuciones de sólo dos autores, Mark N. Franklin y André Blais,
para privilegiar algunas variables especialmente relevantes en el caso chileno, de un lado,
y, de otro, para organizar las muchas variables utilizadas habitualmente mediante una
ordenación teórica y empíricamente significativa.

El hábito de (no) votar: Mark N. Franklin


El libro de Franklin (2004) sobre la participación electoral en 22 democracias europeas
occidentales entre 1945 y 1999 es también relevante para el caso chileno. Su interés
descansa en la interacción entre un factor a corto plazo y otro a medio o largo plazo para
la explicación de cambios en los niveles de participación. El primero recae en el papel
asignado a las elecciones; el segundo, en la dinámica del reemplazo generacional. Para
Franklin (2004: cap. 5), el factor a corto plazo más relevante en las variaciones de la
participación electoral reside en los cambios de lo que califica como el carácter de las
elecciones, es decir, su grado de competición o su nivel de competitividad.31 Resulta así
que la participación electoral no depende tanto de cómo los ciudadanos se acerquen a las
elecciones, sino de las condiciones –el carácter-- con las que las elecciones aparezcan
ante los ciudadanos. Dicho de otro modo, lo que explica la mayor varianza en la
participación electoral de una consulta a otra radica en la interacción entre cambios en el
carácter de las elecciones y la proporción de ciudadanos que les presten atención a esos
cambios.

30
Por ejemplo, Guzmán, Troncoso y Fernández (2017: 2 ss.) han recopilado así buena parte de la literatura
existente entre variables de tipo sociodemográfico, institucional, político, económico, cultural, familiar,
participativa y psicológica.
31
Se trata de un factor de naturaleza institucional que, a su vez, incluye numerosos elementos relativamente
variados como el estatus mayoritario del primer partido (medido por su cercanía o distancia al 50 por ciento
del voto), su margen de victoria con respecto al segundo, la incertidumbre sobre los resultados, la
decisividad de las elecciones o la medida en la que sus ganadores puedan modificar las políticas públicas,
la fragmentación del sistema de partidos, la desproporcionalidad del sistema electoral, la cohesión de los
partidos competidores, la polarización política o electoral, la responsividad del Gobierno o su capacidad
para responder a las demandas de los ciudadanos y la accountability del sistema político.
28

Una propiedad destacable del carácter de una elección es que sus mayores efectos
tienen lugar sobre todo en las cohortes más jóvenes (2004: 66). Esta relación se encuentra
a su vez condicionada por los modos de integración de las cohortes jóvenes en el mercado
electoral. En consecuencia, la participación electoral es una función de dos elementos. De
una parte, la combinación de cuestiones políticas con otras demográficas: depende de
cómo aparecen las elecciones ante los votantes en general y de cómo los más jóvenes
responden a los estímulos procedentes del campo político-institucional (p. 215). De otra,
y es aquí donde aparecen los factores a medio o largo plazo, la adquisición por los
votantes jóvenes del hábito de voto, o del aprendizaje para hacerlo regularmente; esto es,
de la inercia que los lleva a votar habitualmente, y hacerlo además por un partido, algo
que suele adquirirse pronto en la vida adulta (pp. 12 y 130). Como regla general, precisa
Franklin, el hábito de votar se adquiere a lo largo de las tres primeras elecciones vividas
por los jóvenes, de forma que, si votan en alguna de ellas, seguirán luego probablemente
haciéndolo: se convertirán así en votantes habituales. Pero si, por cualquier razón, no
llegaran a hacerlo, tendrían, en cambio, mayores probabilidades de convertirse en
abstencionistas habituales (pp. 204-205).

En definitiva, el declive de la participación resulta en buena medida de la tardía


incorporación de las cohortes más jóvenes a las filas de los votantes. Ello dificultará su
consideración del voto como hábito, lo que a su vez repercutirá en la menor presencia de
electores jóvenes en las siguientes consultas, sobre todo si su carácter propicia dinámicas
desmovilizadoras. Esta combinación se encuentra asimismo asociada con factores
individuales de naturaleza demográfica (como la edad, la educación o la clase social),
política (como el interés por la política y las elecciones, la satisfacción con el sistema
democrático o la confianza hacia las instituciones políticas) o partidista (como la
identificación con un partido, el apoyo a sus políticas o la simpatía hacia sus líderes). En
palabras de Franklin (2004: 12), “la participación electoral es estable cuando, para la
mayoría de los ciudadanos, el hábito de voto se ha instalado en fechas relativamente
tempranas de sus vidas adultas. Quienes tienen razones para votar en una de las primeras
elecciones en las que puedan hacerlo continuarán votando en elecciones posteriores,
aunque sean menos importantes. De otra parte, aquellos que tienen razones para no votar
en sus primeras elecciones continuarán por lo general sin hacerlo en las posteriores,
aunque sean más importantes”. Dicho de otro modo, el aprendizaje lleva al hábito, y el
29

hábito, a medida que se acumulan las convocatorias electorales, facilita una cierta inercia
del voto (o de la abstención) que propicia su reiteración en elecciones sucesivas: la
participación o la abstención se convierten entonces en la respuesta habitual a los mismos
o similares estímulos contextuales (Dinas 2018: 109). Como añaden Cees van der Eijk y
Mark Franklin (2009: 48), el resultado cristaliza en la reiteración de comportamientos
pasados: “cada vez que alguien no vota en una elección, es más probable que deje de
hacerlo también en la siguiente elección”.32

En el caso chileno, los factores destacados por Franklin han alcanzado


probablemente una importancia extraordinaria; podremos comprobarlo más adelante
cuando incluyamos en nuestros análisis multivariables la variable de la inscripción o de
la participación en una elección previa. El diseño institucional del voto antes y después
de la reforma de 2012 ha debido de potenciar algunos de los elementos incluidos en el
denominado carácter de las elecciones, sobre todo por su impacto en generaciones muy
jóvenes. A lo largo de dos décadas, estas cohortes han adquirido volis nolis el hábito de
no votar al no hacerlo mediante su negativa a inscribirse en el registro electoral. De una
forma u otra, el diseño institucional del voto en Chile, al mezclar los procesos de abolición
del voto obligatorio y de concesión del voto a los no inscritos, que se habían comportado
como abstencionistas crónicos, podría estar apuntando a un cierto crecimiento del
abstencionismo electoral. Así ha ocurrido al menos hasta el momento en las elecciones
municipales de 2012 y 2016 y en las presidenciales y parlamentarias de 2013 y 2017.

El embudo de la participación: André Blais


También revisten un interés especial para este trabajo los estudios dedicados por Blais a
explicar los cambios en los niveles de participación electoral. Entre ellos destacan los que
analizaban el declive de la participación en los países democráticos occidentales desde
finales de los años cuarenta del siglo pasado, y con especial intensidad desde los años
noventa (Blais 2000, 2006, 2007). Blais y Rubenson (2013), por ejemplo, se han centrado
en tres bloques de factores. Primero, los del reemplazo generacional, protagonizado por

32
En sentido similar, Denny y Doyle (2009: 18) (“si dos individuos tienen exactamente las mismas
características, pero uno decide votar y el otro no, estas decisiones afectarán luego a su probabilidad de
votar en elecciones futuras”) y Green y Shachar (2000: 562) (“manteniendo constantes las características
individuales y contextuales, simplemente el hecho de haber acudido a las urnas aumenta la probabilidad de
regresar”; también, Dinas (2012) y Plutzer (2002)
30

la llegada al mercado electoral de nuevas generaciones caracterizadas por su menor


interés político, la menor atención prestada a los acontecimientos políticos, la menor
identificación partidista y la presencia en las más jóvenes de nuevos valores o actitudes
políticas; segundo, los institucionales, que resultan de una menor competitividad
electoral, y que se traducen en elecciones menos decisivas o relevantes y por lo tanto
menos movilizadoras; y tercero, los relativos al declive de la movilización por
organizaciones que, como los sindicatos o los partidos laboristas y socialistas, han solido
desempeñar en décadas anteriores un papel determinante al respecto, sobre todo para
votantes de izquierda y con escasos recursos cognitivos o políticos.

Más recientemente, Hanna Wass y André Blais (2017) han propuesto un original
enfoque para aplicar al campo de la participación el embudo de la causalidad (el famoso
funnel of causality) que concibieron Angus Campbell y sus colaboradores (1960: 24-32)
para el análisis del impacto de la identidad partidista en el voto y que luego refinaron
Warren E. Miller y J. Miller Shanks (1996: 9-14). Se trata de una metáfora para examinar
la incidencia que variables alejadas en el tiempo pueden tener en la explicación de un
determinado fenómeno tras su conexión con factores más próximos. Su objetivo básico
consiste en ordenar los muchos factores que, como antes hemos señalado, parecen tener
alguna capacidad explicativa sobre la participación electoral. Dicho de otro modo, la
metáfora del embudo pretende estimar la variable dependiente de la participación
mediante la ordenación de una selección de las numerosas variables independientes
existentes en una secuencia de bloques sobre la base de su distancia causal con respecto
a aquélla; es decir, mediante su inserción diferenciada en alguno de los bloques del
embudo en función de su lejanía o proximidad a la decisión de voto (Wass y Blais 2017:
462). Siguiendo un modelo similar al de la identidad partidista, la secuencia de la
participación se desarrolla también en tres bloques. En el nivel superior o más distante
del embudo estarían situados los factores institucionales y contextuales. Sería el caso de
variables agregadas como la fragmentación partidista, el nivel de competitividad, el
sistema electoral, los requisitos de inscripción o el tipo de voto, obligatorio o voluntario,
buena parte de las cuales se manifiestan por su interacción con factores de nivel
individual. En el nivel medio o próximo, se recogerían características individuales del
votante (como el sexo, la edad o la educación) y otros factores relacionados con la
motivación del voto (como el interés por la política, la información política o la eficacia
política externa e interna). Finalmente, el nivel más cercano a la decisión de voto, o
31

inmediato, contendría factores que intervienen en la transformación de las motivaciones


y de los recursos en participación electoral, como los costes del voto, los beneficios
relativos obtenidos de la selección de un partido o candidato y la percepción sobre el
deber de votar.

En las Tablas 5 y 6 hemos recogido una posible adaptación del embudo de la


causalidad a la participación en las elecciones de 1999 y 2017, respectivamente. Lo
hemos hecho aplicando con cierta libertad los criterios utilizados por Wass y Blais (2017:
463) en su propia ilustración de cómo podrían ordenarse los distintos factores en cada
uno de los bloques antes señalados. En realidad, nuestra adaptación depende de dos
circunstancias. La primera radica en que los factores individuales incluidos en ambos
gráficos lo están porque están recogidos en las encuestas que estamos utilizando para las
elecciones de 1999 y 2017. Y la segunda consiste en que no hemos podido incluir ninguno
de los factores más lejanos del embudo, los de naturaleza institucional y contextual.
Aunque resultan idóneos para los análisis comparados de la participación electoral, son
de imposible aplicación en estudios de caso como el de este trabajo. De ahí que en las
tablas hayamos transcrito esas variables entre paréntesis. De todas formas, incluso en
estudios de caso, su impacto sobre la participación puede producirse a través de la
interacción de una variable de naturaleza institucional con variables individuales situadas
en otros bloques. Por ejemplo, cabe pensar, como sugieren Wass y Blais (2017: 463-464),
que, entre los electores con menores recursos cognitivos, menor interés o/y menor
información sobre lo ocurrido durante la campaña electoral, la de la abstención suponga
una decisión probable si el sistema electoral resulta poco permisivo, o aparece un seguro
vencedor que no es su candidato preferido ni está identificado con su partido, o las
elecciones carecen de capacidad movilizadora alguna. Y también, y esto resulta
particularmente importante para el caso chileno, si no está inscrito en el registro electoral
para las elecciones de 1997 o no participó en la elección anterior a las de 2017.

[Tablas 5 y 6 por aquí]

Pese a ello, creemos que las incluidas en el embudo resultan suficientes para
componer un marco adecuado de factores explicativos de la participación electoral. Así
ocurre con los factores que dan cuenta de las características de los electores y que Wass
y Blais (2017: 464-465) etiquetan entre las causas próximas de participación y subdividen
32

entre sus recursos y motivaciones. Ambos conforman el núcleo de los tres factores de
participación que integran el llamado modelo de voluntarismo cívico: los recursos en
sentido estricto, el involucramiento psicológico y las redes de reclutamiento (Verba,
Schlozman y Brady 1995: cap. 7). Aunque los tres son importantes para explicar la
participación, el modelo otorga mayor relevancia a los dos primeros. Las variables
relativas a los recursos en las Tablas 5 y 6 cubren en buena medida factores asociados
con la participación, sobre todo la edad, la educación y la clase social. Y las orientaciones
o actitudes políticas incluidas bajo las motivaciones son también importantes para la
participación, puesto que el interés por la política, la eficacia política y la información
política suelen ser condiciones normalmente necesarias, aunque no suficientes, para la
decisión de votar. Por último, Wass y Blais (2017: 463-469) consideran como causas
inmediatas de participación, y por lo tanto las más próximos a ella, los factores que
cristalizan los recursos y las motivaciones en participación, y que cifran en criterios
cercanos al modelo de la elección racional como los beneficios o costes del voto o la
concepción del voto como deber cívico (Downs 1957).

En este último bloque, nuestras variables son menos específicas, pero resultan
hasta cierto punto equivalentes. La conveniencia de votar (y la superación de los costes
asociados a ella) puede estar asociada a preferencias por el sistema democrático, la
evaluación del Gobierno y la valoración de la situación económica del país. El deseo de
expresar una opinión mediante el voto está vinculado a la intensidad relativa de las
preferencias de los ciudadanos y a sus identidades políticas, partidistas o ideológicas.
Unas y otras les suministran información sobre el contexto electoral y le proporcionan
estímulos suficientes para canalizarlas hacia sus respectivos candidatos o partidos. El
único factor sobre el que no tenemos una medida equivalente es el relativo a la concepción
del voto como un deber cívico. Pero contamos en cambio con indicadores sobre los
denominados intermediarios de voto, que a su vez proceden de los modelos tradicionales
de voto desarrollados por Paul F. Lazarsfeld y sus colaboradores (1944) y por Bernard
Berelson y los suyos (1954).33 Están integrados por los contactos cara a cara de los
ciudadanos (en la familia, entre los amigos o con los compañeros de trabajo), los medios

33
En una definición mínima, los intermediarios de voto están constituidos por los canales y procesos a
través de los cuales los electores reciben información durante las campañas electorales y resultan
movilizados para votar o/y para apoyar a un partido u otro; cf. Gunther, Montero y Puhle (2007: 1).
33

de comunicación que de un modo u otro utilizan y las organizaciones sociales a las que
pertenecen; algunos de sus indicadores están incluidos en nuestras Tablas 4 y 5. Estos
intermediarios actúan como movilizadores del voto tanto directamente hacia la
participación como indirectamente hacia la opción por algún partido (Magalhâes 2016:
94). Y es probable que en este proceso las razones normativas para votar puedan reforzar
su dimensión como obligación moral y por lo tanto su concepción como un deber cívico.34
Más adelante, en la sección dedicada a la descripción de nuestros datos, comentaremos
con cierto detalle estas variables.

Hipótesis para un experimento natural


Nuestras hipótesis para explicar el descenso de la participación electoral en Chile
combinan factores institucionales, sociodemográficos y políticos. Y lo hacen en dos
momentos en el tiempo, para comprobar la medida en la que la reforma de 2012 ha
modificado los perfiles de la abstención y los rasgos de los abstencionistas. Se trata, pues,
de realizar una especie de experimento natural o casi-natural por el que podemos
comparar en dos momentos de tiempo algunos factores determinantes del abstencionismo
mediante las variaciones exógenas introducidas por la reforma de la inscripción y del tipo
de voto (Downing 2012).35 Este experimento se presta especialmente bien para revisitar
el efecto de factores institucionales (hábito del voto e inscripción) y su interacción con la
edad, un factor que la literatura sobre abstención ha destacado como especialmente
relevante y que en el caso chileno está íntimamente relacionado con el aprendizaje
abstencionista.

34
Además, la concepción del voto como deber manifiesta algunas peculiaridades en Chile. La encuesta
postelectoral realizada en 2018 por la Universidad del Desarrollo (UDD), que ya conocemos, encontró que
para los chilenos el voto aparecía más como un derecho (51 por ciento) que como un deber (45 por ciento).
Utilizando datos de esta encuesta, un estudio reciente de Santana, Rama y Montero (2019) ha demostrado
que el deber de voto en Chile, como integrante de la ya clásica ecuación de Downs (1957), tiene un distinto
sentido del existente en otros países, como Canadá, Holanda y España (Santana 2014). Mientras que en
estos últimos la medida del deber de voto tiene connotaciones morales o sociales, en Chile parece estar
asociada ante todo con el estatus legal del voto como consecuencia de la reforma de 2012, que modificó el
registro e hizo voluntario el voto hasta entonces obligatorio.
35
Dos análisis similares, aplicados a las elecciones municipales de 2012, en Guzmán, Troncoso y
Fernández (2015) y Mackenna (2014, 2015). Otros trabajos analizan a inscritos y no inscritos, o a votantes
y abstencionistas en distintos momentos de tiempo, como, por ejemplo, Contreras y Navia (2013), Corvalán
y Cox (2013) y Luna (2011).
34

Nuestra primera hipótesis está relacionada con el hábito del voto. En línea con las
propuestas de Franklin (2014), entre otros, asumimos que la participación en las
elecciones inmediatamente anteriores predispone a que un votante, ante una nueva cita
electoral, tenga una mayor probabilidad de acudir a las urnas.36 En Chile, algunos datos
individuales de naturaleza administrativa confirman este hábito de voto. Utilizando una
muestra del 2,9 por ciento de la población chilena de más de 18 años, obtenida de los
registros de voto, Catalina Bravo y David Bravo (2018) han subrayado desde varios
ángulos la importancia del historial de la participación. Comprueban así, en general, que
quienes pertenecen al grupo que se inscribió para el plebiscito de 1988 tienen 8 puntos
porcentuales más de probabilidad de votar que quienes se añadieron automáticamente al
padrón de 2012. Además, un 87 por ciento de los votantes en las elecciones de 2017
habían participado en las cuatro elecciones anteriores; un 71 por ciento lo hizo en tres, un
59 por ciento en dos y un 44 por ciento en una. Sólo un 13 por ciento de los que no habían
votado en ninguna de las cuatro elecciones anteriores lo hizo en 2017. Un análisis
econométrico con varios factores permite comprobar cómo la participación crece en
función de haber votado en elecciones anteriores. Así, quien haya votado en sólo una de
las cuatro elecciones previas aumenta la probabilidad de haberlo hecho en las de 2017
entre 14 y 31 puntos porcentuales respecto a quienes no votaron en ninguna; quienes lo
hicieron en dos, entre 29 y 47 puntos; quienes lo hicieron en tres, entre 34 y 52 puntos; y
quienes votaron en todas ellas, en nada menos que 59 puntos (Bravo y Bravo 2018).

A su vez, el hábito de voto está condicionado por la edad del individuo. Por
supuesto, la edad es de por sí una de las variables con mayor capacidad explicativa en los
estudios sobre la participación electoral (Dassonneville 2017: 139-141). De hecho, lo que
convierte a la edad en un factor tan sumamente relevante radica, sobre todo, en la
formación del hábito de voto con el paso del tiempo. Como ya sabemos, Franklin (2004)
ha demostrado que quienes acuden a las urnas cuando alcanzan la edad requerida para
votar tienen una mayor probabilidad de continuar votando en elecciones posteriores,
mientras que quienes no voten en esa primera elección tienen mayores posibilidades de
convertirse en abstencionistas habituales. Algunos autores chilenos se muestran
contundentes a este respecto. Gonzalo Contreras y Mauricio Morales (2014) y Bernardo

36
A nivel agregado, Franklin (2004) llegó a incluir en sus análisis empíricos los niveles previos de
participación como variable de control, haciendo el análisis explícitamente dinámico.
35

Mackenna (2014) subrayan el efecto positivo y significativo de la edad en el voto, tanto


en elecciones anteriores a la reforma de 2012 (caso de las elecciones presidenciales de
1999) como en las posteriores (caso de las elecciones presidenciales y parlamentarias de
2017). Además, ambos estudios analizan distintas elecciones situadas en diferentes
niveles, lo que reforzaría la robustez de sus hallazgos.37 Nuestra primera hipótesis liga así
edad y abstencionismo:

Hipótesis 1: Aquellos electores que en su recuerdo de voto declaran haberse abstenido


en las elecciones respectivamente anteriores serán más propensos a abstenerse de nuevo
en las de 1999 y en las de 2017.

Nuestra segunda hipótesis está vinculada con elementos específicos de tipo


institucional. Entre ellos, la obligatoriedad del voto adquiere una especial relevancia para
la participación electoral (Birch 2016: cap. 5). Así, la peculiaridad chilena del voto
obligatorio solo para quienes se hubieran inscrito voluntariamente convirtió a este último
requisito en un elemento crucial para explicar los niveles de participación.38 De hecho,
quienes no se habían inscrito en el plebiscito de 1988 carecieron de incentivos para
hacerlo posteriormente, y a lo largo de más de dos décadas. De ahí que consideremos que
la inscripción en las elecciones presidenciales de 1993 debería favorecer la participación
en las de 1999. La formulación, a la inversa, sería la siguiente:

H2: Aquellos electores que no estaban inscritos en las elecciones precedentes a las
presidenciales de 1999 serán más propensos a abstenerse en las elecciones de 1999 que
los ya inscritos.

Esta hipótesis sólo puede ser contrastada para las elecciones de 1999, porque en
las previas a las de 2017, las de 2013, todos estaban ya inscritos al tener lugar con
posterioridad a la reforma que establecía la inscripción automática. Por otro lado, los

37
Mientras Contreras y Morales se centran en los comicios presidenciales de 2009 y 2013, Mackenna
estudia las elecciones municipales de 2008 y 2012, siendo estas últimas las primeras en las que se aplicó la
reforma de 2012.
38
En las anteriores Tablas 5 y 6 hemos reflejado esta relevancia al incluir dichos elementos como una de
las causas distantes dentro del embudo de la causalidad que hemos elaborado replicando el de Wass y Balis
(2017).
36

pocos jóvenes que se fueron inscribiendo tras el plebiscito de 1988 llegaron a estar, con
el paso del tiempo, claramente infrarrepresentados. Como ha destacado Sergio Toro
(2007: 102), “el peso electoral de las personas de 18 a 29 años de edad ha disminuido
desde el 36 por ciento en 1988 al 9,71 por ciento en el año 2005”.39 Aunque este
porcentaje no era tan bajo en las elecciones de 1999, los grupos de edad más jóvenes
experimentaron un descenso extraordinario. La tendencia descendente constante para los
grupos de edad joven que recoge el propio Toro (2007: 107) no deja lugar a dudas.
Contreras y Navia (2013: 429) lo resaltan aún más al señalar que “la tasa de inscripción
en la cohorte de 25 a 34 años comenzó a caer a mediados de los noventa, cuando aquellos
que cumplieron 18 años después del retorno a la democracia comenzaron a entrar en esa
cohorte”. Los anteriores Gráficos 4 y 5 resultan suficientemente ilustrativos.

Mackenna (2014) y Contreras y Morales (2013) han demostrado la mayor


presencia de los jóvenes entre los abstencionistas, tanto antes como después de la reforma
de 2012. Y Marcela Ríos, Exequiel Gaete y Sofía Sacks (2015: 21) han confirmado, con
datos de la tercera encuesta sobre Auditoría de la Democracia del CEP, cuyo trabajo de
campo se llevó a cabo poco después de las elecciones municipales de 2012, que los
jóvenes siguieron siendo quienes menos declaran haber concurrido a las urnas. De hecho,
con anterioridad a la aprobación de la reforma del esquema de voto, y con el objetivo de
averiguar qué factores incidirían en el voto voluntario, Mauricio Morales (2011)
comprobó hasta qué punto la inscripción en el registro y la edad afectarían a la
probabilidad de votar. Sus hallazgos son inequívocos: los ya inscritos y de mayor edad
manifestaron una mayor predisposición a votar.40 De ahí la siguiente hipótesis:

H3a: En las elecciones anteriores a la reforma de 2012, la edad tendrá efectos negativos
y significativos en la abstención.

39
Ríos, Gaethe y Sacks (2015: 21) destacaban también las diferencias existentes entre el padrón electoral
y el conjunto de la sociedad chilena.
40
Es interesante, en este contexto, el trabajo de Bargsted, Somma y Muñoz (2018), que analiza la
participación electoral en Chile desde el enfoque de edad, periodo y cohorte. Según sus hallazgos, hay en
primer lugar un efecto de cohorte que separaba a las más viejas (nacidas entre 1921 y 1926), que llegaron
a votar en el plebiscito, de las que alcanzaron la mayoría de edad entre 1990 y 1999; en segundo lugar, se
produce asimismo un efecto de la edad, puesto que la propensión a votar de quienes nacieron después de
1935 aumenta a medida que envejecen; y existe finalmente un acusado efecto de periodo, negativo y lineal,
lo que supone el declive generalizado de la propensión a votar de todos los grupos de edad (Bargsted,
Somma y Muñoz 2018: 19-20).
37

Existen razones para sospechar que el efecto negativo de la edad sobre la


abstención podría haberse debilitado después de la reforma de 2012, momento en el que
la inscripción se convirtió en automática, aunque el voto pasase a ser voluntario. En
efecto, la inscripción automática debería haber ayudado a una nivelación en la propensión
a votar entre los jóvenes (predominantemente no inscritos antes de la reforma) y el resto
de los chilenos (con tasas de inscripción muy superiores). Esta expectativa es consistente
con diferentes estudios. Patricio Navia y Belén del Pozo (2012), valiéndose de la Encuesta
de Opinión Pública del CEP de 2009, que incluía una pregunta sobre la predisposición a
votar, hicieron un ejercicio de prospección al plantearse qué hubiese pasado en las
elecciones de 2009 si el voto hubiese sido entonces voluntario y la inscripción automática.
Uno de sus principales hallazgos es que el electorado que declara que habría participado
hubiese sido más joven y más representativo de la sociedad (en términos
socioeconómicos). Cox y González (2016: 2), por su parte, señalan que en las elecciones
presidenciales y parlamentarias de 2013 hubo un incremento neto en la participación
electoral de los chilenos entre 18 y 34 años, y una pérdida neta de votantes mayores de
35 años. En la misma línea, Morales y Contreras (2017: 126) ratifican que los nuevos
votantes son predominantemente jóvenes. Por último, Guzmán, Troncoso y Fernández
(2015: 17) observan que, para las elecciones municipales de 2008 y 2012, “el patrón entre
probabilidad predicha y edad se hizo más plano, es decir, los efectos marginales se
hicieron menores para todas las edades”.

Sin embargo, el hecho de que la inscripción automática viniera de la mano de la


voluntariedad del voto supuso probablemente un límite a la igualación de la conducta
electoral entre los jóvenes y el resto de las cohortes. Como apuntamos en la discusión de
la teoría del hábito de votar de Franklin (2004), la propensión a votar, en ausencia de la
obligación de hacerlo, debería estar condicionada de manera importante por el
comportamiento previo de voto. Y, aquí, la diferencia entre los jóvenes
(mayoritariamente no inscritos previamente a la reforma y, por tanto, fuera del juego
electoral hasta 2012) y los mayores (inscritos y obligados a votar hasta 2012) es
fundamental. De esta forma, cabría pensar que, aunque la edad podría tener un efecto
menor después de la reforma (dada la inscripción automática), persistirían las diferencias
entre jóvenes y el resto de los chilenos (dado el voto voluntario y los distintos hábitos de
voto o abstención). Teniendo en cuenta estos argumentos, proponemos la siguiente
hipótesis:
38

H3b: En las elecciones posteriores a la reforma de 2012, la edad tendrá efectos negativos
y significativos en la abstención, ya que los más jóvenes han aprendido a abstenerse; sin
embargo, este efecto debería desaparecer una vez se controle por el comportamiento
previo de voto.

Junto a la edad, muchos trabajos han señalado también a la clase social como otra
de las variables sociales más relevantes de la participación electoral. Contreras y Navia
(2013) han destacado el impacto tanto de la juventud del elector como de la clase social
en su decisión de registrarse; y, como sabemos, la inscripción determinaba de manera
directa la participación electoral. De esta forma, las clases sociales bajas estaban
infrarrepresentadas entre los inscritos chilenos. Como consecuencia, quienes consideran
que pertenecen a las clases medias y altas mostraban una mayor propensión a acudir a las
urnas. En los distintos estudios centrados en los factores explicativos del voto antes y
después de la reforma electoral, se han empleado diferentes indicadores para medir las
desigualdades socioeconómicas. Entre ellos, los más frecuentes han sido la clase social
subjetiva, el nivel de ingresos o el nivel educativo. Mackenna (2015), por ejemplo,
utilizando las encuestas postelectorales del CEP para las elecciones municipales de 2008
y 2012, interpreta que la correlación entre el nivel educativo y la participación electoral
que encuentra en sus estimaciones sería evidencia de sesgo de clase: se abstienen más
aquellos sin estudios universitarios. Morales (2011), por su parte, analiza las elecciones
municipales de 2012 mediante una encuesta de la Universidad Diego Portales (UDP) para
determinar las variables explicativas de la participación bajo un sistema de inscripción
obligatoria y voto voluntario. Para él (2011: 70), el nivel socioeconómico tiene un efecto
positivo y significativo en el voto: “a mayor ingreso, mayor predisposición a votar”.
Contreras y Morales (2014: 606) corroboran estos hallazgos: en las elecciones
presidenciales de 2009 y 2013, los electores de mayor nivel socioeconómico se
encontraban entre los más propensos a votar el día de las elecciones.41

Pese a ello, el trabajo de Guzmán, Troncoso y Fernández (2015) discute hallazgos


que no dejan del todo claro el efecto de las diferencias sociales en el voto. Si los electores

41
Según los datos individuales administrativos de Bravo y Bravo (2018), también la educación está
asociada con la participación electoral: cada año de educación significaba 1.5 puntos porcentuales de
incremento en la probabilidad de votar.
39

de nivel educativo alto y quienes tienen en propiedad una vivienda son los más propensos
a votar antes de la reforma de 2012 (la clase social subjetiva no tiene ningún efecto), los
propietarios de sus viviendas son los que mayor propensión a votar mostraron después de
la reforma, en las elecciones municipales de 2012; ni el nivel educativo ni la clase social
subjetiva resultaron estadísticamente significativas. Parecería, pues, que, tras la reforma,
las desigualdades sociales perdiesen capacidad explicativa para la abstención. Pero otros
estudios afirman lo contrario. Por ejemplo, Contreras, Joignant y Marales (2015), también
sobre las elecciones municipales de 2012, relacionan la abstención a nivel local con la
competitividad electoral: fue menor en las municipalidades con mayor competitividad,
que se produjo como regla general en los municipios más ricos. Por su parte, Contreras y
Morales (2015: 91), con datos de las elecciones presidenciales de 2013, destacan que,
mientras los segmentos más ricos y los medios muestran una predisposición a votar
cercana al 55 por ciento, los bajos lo hacen en un 45 por ciento, muy inferior al promedio
nacional. Y señalan asimismo que el sesgo de clase no ha aumentado ni se ha diluido tras
la introducción del voto voluntario. Si en 2009 quienes disfrutaban de mayores recursos
eran más propensos a estar inscritos que quienes los tenían bajos (controlando por edad,
hábitat y género), en las presidenciales de 2013 las probabilidades de votar eran, de la
misma forma, mayores entre los electores de clases sociales más altas (Contreras y
Morales 2015: 93-94). Este hallazgo revalida otro anterior de los mismos autores 2013):
“el sesgo de clase no es algo inusual en la política chilena. De todos modos, el sesgo de
2013 parece ser mucho más acentuado que el de 2009”. En fin, Corvalán y Cox (2013:
61), con datos individuales de 2006, 2008 y 2010, concluyen que la baja participación de
los jóvenes estaba fuertemente condicionada por la clase social: los más ricos votaban en
mayor medida que los más pobres. Además, y dado que el electorado más joven continúa
reemplazando a los de mayor edad, el sesgo de clase está afectando a todos los votantes.

Los modelos explicativos del voto y de la abstención han solido también


incorporar variables actitudinales y políticas. Encajarían en lo que Wass y Blais (2017)
calificaron como recursos dentro de las causas próximas del voto; en nuestras anteriores
Tablas 4 y 5 constituyen las causas próximas e inmediatas del embudo de la causalidad.
Con respecto a las motivaciones del voto, factores explicativos como el interés por la
política, el seguimiento de la campaña electoral, la ideología y la identidad partidista han
sido tenidos en cuenta por varios trabajos dedicados al caso chileno. Así, por ejemplo,
Morales (2011: 71), Contreras y Morales (2014: 606) y Mackenna (2014: 16) han incluido
40

la ideología como variable explicativa de la propensión a votar. Sin embargo, sus


hallazgos son distintos. Mientras los dos primeros encuentran que quienes se definen
como conservadores son los más propensos a acudir a las urnas, Mackenna no encuentra
diferencias estadísticamente significativas entre los de izquierda y los de derecha en las
elecciones municipales de 2008 y 2012.

Por su parte, la relación entre interés por la política y voto parecería estar más
clara. Aunque los estudios dedicados al voto en Chile no lo han considerado de forma
sistemática en sus modelos multivariables, existe evidencia suficiente como para afirmar
que es uno de los elementos más relevantes para explicar la abstención electoral (Anduiza
1999: 111-117). Así lo ha confirmado Carlyn (2006: 644), por ejemplo, con datos
individuales para las elecciones de 1999. Las anteriores Tablas 2 y 3 apuntan claramente
al desinterés por la política entre los no inscritos entre 1988 y 2010 y los no votantes entre
2012 y 2016. En un sentido similar, Andrés Santana y sus colaboradores (2018), con datos
de la encuesta postelectoral realizada por la UDD para las elecciones presidenciales y
parlamentarias de 2017, muestran cómo un 83 por ciento de los abstencionistas declara
tener muy poco o ningún interés por la política. La variable de interés por la política,
junto a la de identidad partidista, es introducida por Mackenna (2014:16) en sus modelos
explicativos del voto en las elecciones municipales de 2008 y 2012. Si antes de la reforma
de 2012 estas variables no resultaban estadísticamente significativas, ambas ganan
relevancia después de la misma. En la misma línea, Ricardo González y Mackenna (2017:
8) muestran que, “con tan solo cuatro preguntas (intención de participación, edad, interés
en elección y voto en elecciones pasadas) podemos predecir la participación electoral con
relativa precisión”.42

Finalmente, los factores que cabría incluir dentro de las causas inmediatas de la
participación han sido poco atendidos por la literatura chilena. Entre estos factores se
encuentran la satisfacción con el funcionamiento de la democracia, la valoración del
desempeño del Gobierno, la evaluación de la situación económica, la pertenencia a
asociaciones y sindicatos o la discusión con familiares y amigos sobre las elecciones.
Entre los escasos trabajos que consideran estas variables en sus modelos explicativos del

42
Morales, Cantillana y González (2010: 45-46) obtienen resultados positivos, bien que en modelos cuyas
variables dependientes están basadas en la respuesta afirmativa sobre si el entrevistado votaría con un
hipotético esquema de voto voluntario.
41

voto destaca el de Guzmán, Troncoso y Fernández (2015). En su comparación de las


elecciones municipales de 2008 y 2012 con datos del CEP, encuentran que, para 2012,
“hablar de política con amigos, identificarse con partidos políticos y la confianza en las
instituciones pasaron a ser estadísticamente significativas” (2015: 16). Ninguna de estas
variables, sin embargo, resultó relevante en los comicios de 2008. Otros componentes de
los procesos de intermediación política, como los medios de comunicación, a través de
los cuales puede seguirse el desarrollo de la campaña electoral, han sido también poco
frecuentados por la literatura chilena. Pese a ello, Smets y Van Ham (2013), en su meta-
análisis de 111 estudios a nivel individual publicados en las principales revistas de
Ciencia Política en inglés entre 2000 y 2010, sitúan a los medios entre las variables con
mayor capacidad explicativa del voto.43 En el caso chileno, en el trabajo de Santana y sus
colaboradores (2018), por ejemplo, sobre las elecciones parlamentarias de 2017, los
abstencionistas dominaban en el grupo de electores que menos exposición habían tenido
a la televisión, la radio o la prensa, y que con menos frecuencia conversaban sobre política
con familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo. En el mismo estudio, se
comprobaba también que los abstencionistas mostraban una menor satisfacción con la
democracia (un 3,9 en promedio, en una escala de 0 a 10). Las explicaciones económicas
son asimismo relevantes. Con datos del CEP de 2009, Navia y del Pozo (2012: 178)
aprecian “una menor predisposición a votar entre las personas que consideraban que la
situación económica actual del país era mala o muy mala”. Y algo similar ocurría con la
pregunta sobre la situación económica futura de Chile: las personas más optimistas son
las que mostraban una mayor predisposición a votar en comparación con quienes
consideraban que la situación de Chile iba a ser peor o mucho peor en el futuro.

Datos y resultados

Hemos utilizado en este trabajo cuatro encuestas postelectorales chilenas. Dos de ellas
pertenecen a las elecciones presidenciales de 1999. Se trata de las realizadas por la
Universidad Católica (UC) y el CEP, ambas en 2000. La primera forma parte del
Comparative National Election Project (CNEP), integrado en el Mershon Center de la

43
En este trabajo hemos introducido también como variables independientes la información sobre política,
que Smets y van Ham (2013) también consideran como uno de los factores con mayor capacidad explicativa
de la participación electoral, así como la pertenencia a asociaciones y sindicatos, a la que ambos autores
ubican dentro del grupo de variables menos explicativas. Que sepamos, estas variables no han sido
utilizadas en los estudios chilenos sobre voto y abstención.
42

Ohio State University y coordinado por Richard Gunther y Paul A. Beck; la encuesta fue
realizada por el Instituto de Sociología de la Universidad Católica de Chile en diciembre
de 1999 y enero de 2000 mediante entrevistas personales a una muestra de 795 personas
residentes en el Gran Santiago y el Gran Valparaíso. La Encuesta del CEP constituye su
Estudio de Opinión Pública 39, realizado en marzo y abril de 2000 a una muestra de 1.503
casos; el error muestral es de +/- 3,00 por ciento, con un nivel de confianza del 95 por
ciento. 44 Las dos restantes pertenecen a las elecciones presidenciales y parlamentarias de
2017. Gracias a su mayor número de casos, nos hemos basado principalmente en la
realizada por la Universidad Diego Portales (UDP) en 2017, también integrada en el
CNEP. La encuesta fue llevada a cabo por Feedback para la Facultad de Comunicación y
Letras de la UDP en noviembre y diciembre de 2017 mediante entrevistas personales a
una muestra representativa de 1.600 chilenos residentes en las áreas urbanas del Gran
Santiago, el Gran Valparaíso y la Gran Concepción; para un nivel de confianza del 95 por
ciento, su margen de error es +/- 3,5 por ciento. La cuarta, que nos ha servido para validar
resultados de la anterior y también para completar algunos datos, fue llevada a cabo por
la UDD y ha sido ya citada con anterioridad.45

Siguiendo la tradición de los estudios basados en encuestas, hemos construido la


variable dependiente a través del recuerdo de voto, otorgando el valor 1 a los
entrevistados que declararon no haber votado y el 0 a los que sí lo hicieron en las
elecciones de 1999 y 2017, bien por un partido o bien emitiendo un voto nulo o en blanco.
En el caso de las elecciones de 1999, la definición de no votante contempla también a los
no inscritos.46 Estimaremos, en consecuencia, distintos modelos de regresión logística
con el objetivo de comprobar el efecto de las variables independientes y de control, que
ahora comentaremos, en la probabilidad de no votar.

44
La primera es accesible en https://u.osu.edu/cnep/.
45
Véase supra, nota 27.

46
Debido al bajo número de casos que declaró no haber votado en las elecciones de 1999 en la encuesta
UC/CNEP 2000, hemos utilizado también los datos del CEP para validar nuestros hallazgos. Así, para 1999,
y con datos del CEP, hemos creado tres variables dependientes adicionales. La primera toma valor 1 para
los que no votaron y/o no estaban inscritos y valor 0 para los que votaron; la segunda toma valor 1 para los
que no votaron y valor 0 para los que votaron; y la tercera toma valor 1 para los no inscritos y valor 0 para
los inscritos. Gracias a ellas podremos conocer si nuestras variables independientes afectan de distinta
forma a (i) los no votantes y los no inscritos, (ii) los no votantes y (iii) los no inscritos.
43

Nuestros modelos recogen una amplia selección de variables independientes;


incluyen varias de tipo sociodemográfico, un número considerable de elementos de tipo
político y algunos de los denominados intermediarios políticos.47 Además, consideran el
recuerdo de voto en las elecciones precedentes de 1993 y 2013, así como el hallarse
inscrito para las de 1993. Entre las variables sociales y demográficas, hemos incluido el
sexo (1 = mujer, 0 = hombre); la edad (en años) y la edad al cuadrado (con el objetivo
de comprobar si la relación entre la edad y el voto es lineal o curvilínea); el nivel educativo
(1 = estudios universitarios, 0 = sin estudios, primaria y secundaria); el estado civil (1 =
casado); la práctica religiosa (1 = asistencia regular a servicios religiosos, que
codificamos como asistencia semanal o más frecuente) y la clase social subjetiva (1 =
clase alta o media, siendo la clase baja la categoría de referencia).

Entre las variables de tipo político, hemos considerado para ambas elecciones el
interés por la política (originalmente de cuatro categorías, recodificadas como 1 = muy
o bastante interesado, 0 = nada o poco interesado); la ideología (1= izquierda, 10 =
derecha); la identificación partidista (1 = identificado con algún partido político, 0 = no
identificado con ninguno); la satisfacción con el funcionamiento de la democracia
(convertida en binaria mediante la recodificación de las cuatro categorías de la variable
original como 1 = muy o bastante o muy satisfecho, 0 = nada o poco satisfecho) y la
consideración de la democracia como mejor régimen (1 = acuerdo con la afirmación de
que “la democracia es el mejor régimen político posible”). Sólo para las elecciones de
2017 (dado que estas cuestiones no se preguntaron en 1999), contamos con tres variables:
la información política (1 = está informado sobre política, 0 = carece de información
sobre política); la eficacia política externa (grado de acuerdo con la afirmación de que
“los políticos no se interesan por lo que piensa la gente como yo”, cuyas cinco respuestas
han sido recodificadas distinguiendo entre aquéllos que están muy de acuerdo o de
acuerdo frente al resto, e invirtiendo la escala para que sea creciente con la eficacia); y la
eficacia política interna (grado de acuerdo con la afirmación de que “la política es
demasiado complicada”, y realizando un proceso de recodificación análogo al de la
variable precedente). Para ambas elecciones, hemos incluido las variables de la
satisfacción con el Gobierno (1 = satisfecho con el desempeño del Gobierno) y la

47
A la hora de seleccionar las variables independientes para incluir en nuestros modelos de regresión,
hemos intentado (i) que estén presentes en los cuestionarios de 1999 y 2017 y (ii) que ayuden a identificar
el perfil del no votante. Hemos tenido la fortuna de que buena parte de las variables esté recogida en ambos
cuestionarios.
44

evaluación de la situación económica (satisfacción con la situación económica nacional


en el momento de las elecciones, cuyas cinco opciones de respuesta han sido
recodificadas como una variable dicotómica, 1 = muy buena, buena o regular, etiquetada
como positiva, y 0 = muy mala o mala, etiquetada como negativa).

Por último, hemos introducido asimismo las siguientes variables: pertenencia a


asociaciones (1 = sí); pertenencia a un sindicato (1 = sí); seguimiento de la campaña a
través de los periódicos (mediante la recodificación de la variable original de cuatro
categorías en una dicotómica, 1 = mucho o bastante, 0 = nada o poco); seguimiento de la
campaña a través de la radio (recodificación análoga a la anterior: 1 = mucho o bastante,
0 = nada o poco); seguimiento de la campaña a través de la televisión (1 = mucho o
bastante, 0 = nada o poco); hablar de política con la familia (recodificación de la variable
original de cuatro categorías en una binaria, 1 = mucho o bastante, 0 = nada o poco) y
hablar de política con amigos (1 = mucho o bastante, 0 = nada o poco).

Cierran el bloque de variables independientes y de control dos factores, ambos de


naturaleza institucional (y que estarían integrados entre las causas distantes en el embudo
de la causalidad). Se trata, de una parte, de la inscripción electoral en las elecciones de
1993 (1 = estar inscrito en las elecciones de 1993, 2 = no estar inscrito en ellas, y 3 = no
estar inscrito porque no tenía la edad para ello); y de otra, el recuerdo del voto tanto en
las elecciones anteriores a las de 1999 (1 = no haber votado en las elecciones de 1993)
como en las de 2017 (1 = no haber votado en las elecciones de 2013). La Tabla 7 describe
las variables incluidas en los modelos, ofreciendo el número de observaciones, la media,
la desviación típica, el mínimo y el máximo.

[Tabla 7 por aquí]

Las Tablas 8 y 9 contienen los resultados de sendas regresiones logísticas para las
elecciones de 1999 y 2017, respectivamente. En ellas, hemos empleado pesos que tienen
en cuenta tanto la distribución del censo en términos sociodemográficos como la
asignación de los resultados electorales oficiales. Sus datos permiten conocer el efecto de
las variables independientes seleccionadas en el voto y en la abstención. Y hemos podido
además hacerlo de modo simultáneo para cada elección, puesto que la correlación entre
45

las variables no llega en ningún caso, ni en 1999 ni en 2017, a 0,5 (Santana y Rama 2017:
158).

[Tablas 8 y 9 por aquí]

La Tabla 8 (Modelo 5) confirma la primera hipótesis: los electores que no votaron


en las elecciones precedentes mostraron una mayor probabilidad de volverse a abstener
en las elecciones de 1999 que los que sí lo habían hecho en 1993. La variable resulta
estadísticamente significativa en su máximo nivel, un 99,9. Y ninguna de las restantes
variables estadísticamente significativas pierde su significación al introducirla. El
recuerdo de voto importa asimismo en las elecciones de 2017 (Modelo 5 de la Tabla 8).
Como apuntaba Franklin (2004), el hábito del voto determina en muy buena medida las
probabilidades de que un individuo, si lo tiene, participe en unas elecciones, y que se
abstenga si carece de él; y más todavía si, como hemos señalado en varias ocasiones, y
Bravo y Bravo (2018) han documentado, ha adquirido en realidad el hábito del no voto.
Por su parte, la segunda hipótesis queda también confirmada en el Modelo 6 de la Tabla
8: las probabilidades de abstenerse en 1999 aumentan entre quienes en 1993 no estaban
inscritos. La variable también resulta estadísticamente significativa al 99,9 por ciento. Es,
por lo tanto, un elemento clave a la hora de explicar la abstención electoral en Chile, al
menos antes de la reforma de 2012.

Pasemos ahora a evaluar las hipótesis relacionadas con la edad, H3a y H3b. La
edad es en Chile, como en tantos otros países, una variable decisiva. En todos los modelos
de la Tabla 8, referida a 1999, la edad y su cuadrado son estadísticamente significativas.
El signo negativo de la edad y positivo de la edad al cuadrado indican que la abstención
cae con la edad hasta un cierto umbral en el que vuelve a repuntar. La hipótesis 3a queda,
entonces, parcialmente confirmada: si bien es cierto que los más jóvenes son los más
propensos a abstenerse, no lo es menos que los de edad más avanzada también tienen una
mayor tendencia a no votar. A su vez, la Tabla 9, referida a 2017, permite contrastar la
hipótesis 3b. En los Modelos 1 a 4, el coeficiente asociado a la edad es negativo y
estadísticamente significativo, mientras que el término cuadrático no es estadísticamente
significativo. Estos resultados corroboran la primera parte de la hipótesis 3b, a saber, que,
pese a la reforma electoral de 2012, la edad sigue teniendo un efecto negativo en la
abstención. La pérdida de significatividad de la edad en el último modelo, el quinto, en
46

el que se controla por la abstención previa (la de las elecciones 2013), es consistente con
la segunda parte de H3b, en la cual plateábamos que el efecto de la edad desaparecería al
controlar por la conducta previa de voto. En términos sustantivos, ello significa que, en
2017, el aumento en la probabilidad de abstenerse entre los más jóvenes es íntegramente
debido a su abstención en elecciones previas. Se corrobora, así, uno de los argumentos
centrales de este trabajo: el anterior esquema de voto chileno, al educar a varias
generaciones en el no voto, ha funcionado como una especie de fábrica de
abstencionistas, y que además parece perpetuarse a largo plazo.

Los Gráficos 6 a 8 permiten apreciar la magnitud de los efectos de las variables


institucionales (abstención e inscripción, correspondientes a H1 y H2, respectivamente)
y la edad (H3a y H3b) sobre la probabilidad de abstenerse. Así, el Gráfico 6 muestra las
probabilidades predichas de que un elector se abstenga en las elecciones de 1999 teniendo
en cuenta su participación electoral en las elecciones inmediatamente anteriores, las de
1993; es decir, teniendo en cuenta si se abstuvo previamente o no y su edad. Tanto para
los que votaron en 1993 como para los que no lo hicieron, la probabilidad de abstenerse
en las elecciones presidenciales de 1999 muestra un trazo curvilíneo, en forma de U: los
más jóvenes y los de mayor edad son los más propensos a no votar. Incluso para el grupo
etario en el que la diferencia entre ambos grupos es menor, correspondiente a los electores
de 54 años, las probabilidades de abstenerse en 1999 de quienes sí votaron en 1993 y de
los que no lo hicieron difieren notablemente: son de un 2,6 por ciento para los que votaron
en 1993 frente a un 30,5 por ciento para los que no lo hicieron.

[Gráfico 6 por aquí]

El Gráfico 7 muestra las probabilidades correspondientes a las elecciones de 2017;


los resultados son también destacables. Dentro de cada una de las categorías de edad
presentes en el eje x de las abscisas, quienes se abstuvieron en las elecciones de 2013
tienen casi 40 puntos porcentuales más de probabilidades de volver a hacerlo en 2017 que
quienes recuerdan haber votado. Para ser más claros, utilicemos el ejemplo de los
electores más jóvenes. Mientras que la propensión a abstenerse en las elecciones
parlamentarias de 2017 entre quienes en 2013 tenían 18 años y recuerdan haber votado
es del 31 por ciento, la propensión a la abstención entre quienes declaran no haber votado
47

en 2013 es de un 71 por ciento, más del doble.48 Y el Gráfico 8 ilustra la relevancia de la


asociación entre la no inscripción y la edad en las elecciones de 1999. La probabilidad de
abstenerse en 1999 no sólo es función de la no inscripción en 1993, sino que, entre los no
inscritos, aumenta en modo curvilíneo para los chilenos jóvenes y los de edad más
avanzada.

[Gráficos 7 y 8 por aquí]

Las Tablas 8 y 9 muestran, asimismo, dejando ahora al margen los efectos sobre
la abstención de las variables institucionales de la inscripción y del hábito de votar, el
cambio sufrido por el perfil de los abstencionistas antes y después de la reforma. En las
elecciones presidenciales de 1999, son pocas las variables que resultan estadísticamente
significativas y que, por lo tanto, nos permiten atribuir unas determinadas características
a los no votantes (constituidos entonces por los no inscritos y por los inscritos que dejaron
de votar). En las elecciones de 2017, en cambio, el perfil de los abstencionistas es más
nutrido al cobrar relevancia más factores, y además pertenecientes a distintos ámbitos:
son de naturaleza social, actitudinal y política.

Podremos comparar con mayor nitidez a los abstencionistas en ambas elecciones


si acudimos a los gráficos de coeficientes y si los desagregamos con respecto a los
diferentes grupos de variables incluidas en el embudo de la participación. Los gráficos
de coeficientes representan los resultantes de los modelos de regresión logística para las
elecciones de 1999 y 2017 que están contenidos en las Tablas 8 y 9. Para ello, hemos
combinado nuestras dos principales encuestas, la UC/CNEP 2000 y la UDP/CNEP
2017.49 Así, los Gráficos 9 a 11 representan en la columna de la izquierda los coeficientes
de las variables correspondientes a 1999 y en la de la derecha los de 2017.50 El Gráfico 9

48
Este hallazgo es corroborado por Bravo y Bravo (2018) utilizando datos individuales de naturaleza
administrativa.
49
Hemos combinado ambas encuestas mediante la opción merge de Stata, sobre la que puede encontrarse
más información en https://www.stata.com/manuals13/dmerge.pdf.
50
Cada columna de los gráficos señalados incluye las regresiones logísticas que muestran la relación entre
la variable dependiente y las variables independientes del modelo. Su interpretación requiere que nos
fijemos en la relación de las líneas de cada fila, correspondientes a sendas variables, con el punto 0, señalado
con una línea vertical para cada modelo. El punto que representa cada variable señala la mejor estimación
que puede hacerse del efecto de esa variable en la dependiente; la línea horizontal en la que se inserta cada
uno de los puntos expresa el intervalo de confianza. Cuando los puntos de cada variable y sus respectivas
48

contiene las explicaciones sociodemográficas (en cuanto recursos de los electores, tal
como los clasificamos en el embudo de la participación) para la abstención en Chile antes
y después de la reforma electoral. De esta forma, mientras que en 1999 los más jóvenes
y los de mayor edad son los más propensos a abstenerse, este efecto parece menos acusado
en 2017: aunque los más jóvenes siguen siendo los más propensos a la abstención, no hay
un repunte significativo entre los de mayor edad. Además, en 2017, las variables de nivel
educativo y clase social ganan relevancia. Como han sostenido, entre otros, Mackenna
(2015) y Contreras y Morales (2014 y 2015), la nueva conformación institucional del voto
ha incrementado las desigualdades sociales que propician la mayor abstención de las
clases bajas y de los sectores menos educados.51

[Gráfico 9 por aquí]

Vuelve a producirse un resultado similar cuando nos centramos en las


motivaciones de los electores, también situadas entre las causas próximas de la abstención
en el embudo causal de la participación electoral. El Gráfico 10 diferencia nuevamente
entre las elecciones de 1999, en las que estas variables no ayudan a predecir la abstención
alcanzada, y las de 2017, en las que un grupo importante de ellas adquiere capacidad
explicativa y significatividad estadística. Sólo el interés por la política ayuda a entender
la abstención en los comicios de 1999. Esta variable también resulta significativa en los
de 2017, pero a ella se añaden otras tres variables relevantes: los que demuestran una
mayor desinformación política, desconocen las noticias televisivas sobre la campaña
electoral y carecen de identificación con algún partido son más propensos a abstenerse.
Nuestro estudio coincide con los resultados de Mackenna (2014) sobre las elecciones
municipales: mientras la identificación con un partido carecía de importancia antes de la
reforma, después de 2012 los menos identificados manifestaron una mayor propensión a
no votar. Además, los que siguen la campaña electoral a través de la televisión son más

líneas horizontales están a la derecha de la línea vertical señalada por el 0, el efecto de la variable
independiente en cuestión sobre la dependiente (es decir, sobre la abstención) es positivo; y su efecto es
negativo, por el contrario, si se sitúa a la izquierda. Si la línea horizontal que acompaña al punto corta o
cruza la línea vertical, el efecto no es estadísticamente significativo. Debe señalarse, finalmente, que,
aunque en cada gráfico aparezcan seleccionadas sólo algunas variables, todas las que conforman el modelo
están incluidas en las regresiones logísticas por las que se obtienen los gráficos de coeficientes.
51
De acuerdo con los datos individuales administrativos recogidos por Bravo y Bravo (2018), la tasa de
participación de las mujeres en 2017 alcanzaba el 51 por ciento, mientras que la de los hombres fue del 43
por ciento.
49

propensos a participar que abstenerse. Ahora bien, nuestros hallazgos irían en contra de
los sugeridos por Morales (2011: 71) y Contreras y Morales (2014: 606). Para ellos,
quienes se auto-colocaban en la derecha de la escala ideológica tienen mayores
probabilidades de votar. Nosotros, en cambio, no hemos encontrado significatividad
estadística de esta variable ni en 1999 ni en 2017.

[Gráfico 10 por aquí]

Por su parte, el Gráfico 11 muestra los coeficientes de los factores que, dentro del
embudo de la causalidad, consideramos como causas inmediatas del voto: el apoyo a la
democracia y la satisfacción con su funcionamiento, la satisfacción con el desempeño del
Gobierno, la valoración de la situación económica, la pertenencia a asociaciones y
sindicatos y la discusión sobre política con familiares y amigos.52 De estos siete factores,
solo uno de ellos ayuda a explicar la abstención en 1999 (los menos satisfechos con la
democracia son más abstencionistas), mientras que en 2017 esta variable carece de
significación estadística, pero otras cinco adquieren relevancia.. Quienes consideran que
la democracia no es el mejor régimen político los menos satisfechos con la actuación del
Gobierno, los que hablan menos de política con la familia y con los amigos, y los que no
pertenecen a asociaciones son los más propensos a abstenerse. Estos resultados son
coherentes con los que ya habían señalado Guzmán, Troncoso y Fernández (2015) para
las elecciones municipales de 2012. Nuestros hallazgos en este bloque evidencian las
diferencias existentes con las variables de 1999: permítasenos reiterar que, si en las
elecciones de 1999 eran pocas las diferencias entre votantes y no votantes o no inscritos,
en 2017 los perfiles de los abstencionistas son mucho más nítidos.53

[Gráfico 11 por aquí]

En fin, los Gráficos 12 y 13 muestran los resultados finales de los modelos


anteriormente presentados para 1999 y 2017. En esta ocasión, las regresiones recogen

52
Como en los anteriores casos, los controles sociodemográficos, aunque no se muestran en el gráfico,
están incluidos en los modelos de regresión logística para ambas elecciones.
53
Mackenna (2014) también ha señalado que sus modelos estadísticos para las elecciones municipales de
2008, antes de la reforma del esquema de voto, contienen muchos menos predictores significativos,
salvando el de la edad, que los de las municipales de 2012, celebradas después de la reforma.
50

conjuntamente todas las variables antes divididas en función de su inclusión en los


distintos bloques del embudo de la causalidad. Son ahora, pues, los modelos que podrían
denominarse completos. Para el caso de 1999, el Gráfico 12 representa los coeficientes
incluidos en la Tabla 7: el Modelo 4 de dicha tabla es en el Gráfico 12 el 1999A; el Modelo
5 corresponde al 1999B y el Modelo 6 al 1999C. 54 El resultado es claro: teniendo en
cuenta todas las variables, en las elecciones de 1999 resultan estadísticamente
significativas la edad y su cuadrado (Edad#Edad), el interés por la política, el voto en las
elecciones anteriores de 1993 y el haber estado inscrito en las elecciones de 1993.

[Gráfico 12 por aquí]

Adicionalmente, y con el objetivo de otorgar robustez a nuestros hallazgos, la


Tabla 10 contiene tres modelos de regresión logística con tres diferentes variables
dependientes. El Modelo 1 pretende conocer los factores explicativos de la abstención
frente al voto. Como cabe comprobar, solo la edad y su cuadrado (los más jóvenes y los
de mayor edad), el género (los hombres), el hábitat (quienes viven en la Región
Metropolitana)55 y la identificación partidista (aquellos que no se identifican con ningún
partido) conforman la propensión a abstenerse en las elecciones presidenciales chilenas
de 1999. Por su parte, los Modelos 2 y 3 buscan determinar los factores explicativos de
la no inscripción frente al voto y de la no inscripción frente a la inscripción,
respectivamente. En ambos casos, sólo la edad y su función cuadrática resultan variables
significativas (al 99,9 por ciento). Estos resultados corroboran los hallazgos presentados
en la anterior Tabla 7 y en el Gráfico 12. Como comprobaremos en seguida, si la edad
resulta estadísticamente significativa en 1999, pierde su capacidad explicativa en 2017,
tras la aprobación de la inscripción automática y del voto voluntario.

[Tabla 10 por aquí]

Para 2017, el Gráfico 13 incluye dos modelos; el primero (2017A) contiene todas
las variables individuales, y el segundo (2017B) añade la variable institucional de la

54
Los tres modelos, pero sobre todo el segundo y el tercero, se muestran de forma separada debido a la
elevada correlación existente entre las variables de abstención en 1993 e inscripción en 1993.
55
Así construyen Contreras y Morales (2014:605) la variable del hábitat.
51

abstención en 2013. El género y la clase social, dentro del conjunto de variables


sociodemográficas, son los únicos factores que se muestran consistentes en todos y cada
uno de los modelos de la anterior Tabla 9: los hombres y los de clase social baja fueron
más propensos a abstenerse. Los chilenos con estudios no universitarios también exhiben
una mayor probabilidad de no votar, si se compara con los universitarios, al menos al 90
por ciento de confianza. Del conjunto de variables de tipo político y actitudinal, la
información sobre la política, la identificación partidista y la satisfacción con el Gobierno
son las únicas que se mantienen estadísticamente significativas en el modelo completo.
Dicho de otro modo, quienes tienen menos información sobre temas políticos, no se
identifican con algún partido y se muestran insatisfechos con el desempeño de Gobierno
tienen mayores probabilidades de abstenerse en las elecciones de 2017. Por último, al
introducir los intermediarios políticos junto al resto de variables, solo mantienen su
significatividad estadística la pertenencia a asociaciones y el hablar de política con
amigos: entre los más abstencionistas se encuentran quienes no pertenecen a asociaciones
y no acostumbran a discutir de temas políticos con amigos.

[Gráfico 13 por aquí]

Conclusiones
Adam Przeworski (2009: 23) ha subrayado que la clave para entender la historia electoral
de un país no radica en la decisión individual del voto, sino en la evolución de las
condiciones bajo las cuales esa decisión debe realizarse. Esta afirmación resulta
especialmente apropiada para el análisis de la participación electoral en Chile a lo largo
de las últimas tres décadas. De forma imprevista, el país ha pasado de ostentar uno de los
máximos niveles de participación en América Latina (y en buena parte de otros
continentes, incluido el europeo) en el plebiscito de 1988 a exhibir uno de los más bajos
en las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2017. El descenso –43 puntos
porcentuales sobre la Población en Edad de Votar, o PEV— ha sido también uno de los
más acusados del mundo. Esta caída ha resultado además paradójica al producirse durante
dos décadas con un esquema institucional de registro voluntario y voto obligatorio, un
factor este último decisivo en los 29 países que en un momento u otro lo han adoptado
para alcanzar niveles considerables de participación electoral.
52

En este trabajo pretendemos explicar estos fenómenos, tan extraordinarios como


desconcertantes (Castiglioni y Rivera Kaltwasser 2016). En las páginas anteriores hemos
examinado los niveles chilenos de abstencionismo, informado sobre los datos
contextuales de algunas elecciones destacables, discutido los cambios de sus reglas
institucionales básicas y formulado nuestras hipótesis. Hemos intentado comprobarlas
mediante análisis empíricos de datos individuales contenidos en cuatro encuestas post-
electorales. Hemos seleccionado para ello las consultas presidenciales de 1999 y las
presidenciales y parlamentarias de 2017, en las que coincidieron sendas dinámicas de una
movilización electoral que, sin embargo, tampoco llegó a producirse: en ambas, la
abstención siguió creciendo. Para nuestros objetivos, ambas elecciones tenían además la
ventaja de haberse celebrado antes y después de la reforma institucional de 2012, que
modificó radicalmente el esquema existente de inscripción voluntaria y voto obligatorio
por el de inscripción automática y voto voluntario. De forma un tanto hiperbólica, se ha
escrito que la reforma creó un padrón dividido en dos Chiles. De una parte, el viejo Chile
de los “inscritos antiguos”, votantes habituales por haber estado continuamente inscritos
entre 1988 y 2009, y por lo tanto cumplidores más que razonables de la obligación de
votar. Y, de otra parte, el nuevo Chile, el de los “inscritos nuevos”, que nunca llegaron a
inscribirse a medida que fueron cumpliendo 18 años, que en consecuencia nunca habían
votado en ningún tipo de elecciones (presidenciales, parlamentarias, municipales) y que
obtuvieron por así decir su derecho al voto tras la reforma de 2012 (Huneeus, Lagos y
Díaz 2015: 12-13). Sin embargo, la conversión de esos “inscritos nuevos” en nuevos
votantes efectivos resultaba problemática. En todo caso, en ellos radica una de las claves
de la caída de la participación en Chile.

La hipótesis general que hemos mantenido en este trabajo es que (a) la


configuración institucional del voto entre 1989 y 2009 incentivó la no inscripción
sistemática de los jóvenes tras su llegada al mercado electoral cuando cumplían 18 años;
(b) estos jóvenes aprendieron así a convertirse en abstencionistas crónicos mediante su
peculiar ejercicio del hábito de no voto a lo largo de dos décadas; y (c), tras la reforma de
2012, muchos de esos antiguos no inscritos se convirtieron en abstencionistas casi sin
solución de continuidad. Para fundamentar esta hipótesis general, hemos seleccionado de
la abundante literatura sobre la participación electoral dos marcos conceptuales básicos
que nos parecen especialmente relevantes para el caso chileno. Uno es el de Franklin
(2004), que privilegia como variables independientes de la abstención el que califica
53

como carácter de las elecciones y el hábito de (no) voto; el otro es el de Wass y Blais
(2017), que proponen una especie de embudo para ordenar causalmente los muchos
posibles factores que impactan sobre la participación electoral. Los resultados son,
creemos, novedosos con respecto a la también nutrida literatura que analiza la
participación electoral en Chile. La inclusión de las variables institucionales relativas a la
inscripción y al hábito de voto nos ha permitido comprobar el papel tan destacado que
ambas ocupan cuando interactúan con los factores habituales del abstencionismo. Y la
selección de dos momentos diferentes en la evolución electoral de Chile, los de las
consultas de 1999 y 2017, nos ha posibilitado adicionalmente la comparación de los
efectos de los distintos tipos de que alcanzan significación estadística antes y después de
la reforma institucional de 2012. Si estos factores demográficos, sociales y políticos
conforman la participación electoral en los países democráticos, el caso chileno refuerza
la peculiar importancia de los elementos institucionales, tanto antes como después de la
reforma.

Así, nuestros principales hallazgos parecen confirmar que (i) la inscripción


voluntaria para las elecciones anteriores a la reforma de 2012 suponía el principal
predictor de la participación electoral; (ii) el hábito de voto, tanto en elecciones anteriores
como posteriores a la reforma, incide de forma directa en la participación electoral: es
más probable que quienes recuerdan haber votado en elecciones precedentes vuelvan a
hacerlo en las siguientes; (iii) a su vez, el hábito de voto interacciona con la edad, pero
de forma distinta antes y después de la reforma electoral de 2012: si en las elecciones de
1999 los más jóvenes y los de mayor edad eran los más propensos a abstenerse, mostrando
una típica relación curvilínea, en las de 2017, en cambio, la probabilidad de abstenerse
aumentaba linealmente con la edad; pero ese aumento se debía exclusivamente al
aprendizaje del hábito de no votar, de modo que cuando se controla por el voto o la
abstención en las elecciones previas, las de 2013, el efecto de la edad desaparece; y (iv)
mientras que el perfil del abstencionista en 1999 resulta poco determinado (solo sabemos
que son más propensos a no acudir a las urnas los más jóvenes y los más mayores, así
como los más desinteresados de la política), su perfil tras la reforma de 2012 se vuelve
más complejo: además de ser más jóvenes y contar con un escaso hábito de voto, declaran
pertenecer a la clase social baja, tienen pocos estudios, manejan poca información sobre
la política, no se identifican con ningún partido, no pertenecen a ninguna asociación y no
hablan de política con nadie. Dicho de otra manera, en 2017 la decisión de votar o
54

abstenerse ya no depende solamente de la edad y el hábito de voto, ya que ganan


importancia otras variables que hasta el momento no la tenían para explicar la
participación electoral:, la clase social, el nivel de estudios, la pertenencia a asociaciones,
la información sobre política, el seguimiento de la campaña en los medios y la discusión
política con amigos. La Tabla 11 resume estos hallazgos para ambas elecciones.

[Tabla 11 por aquí]

La combinación institucional de inscripción voluntaria y voto obligatorio


resultaba excepcional entre los países con voto obligatorio: Chile era el único caso
existente. En realidad, su incorporación al arsenal institucional supuso un éxito
considerable del régimen militar, que lo había concebido, junto con el sistema electoral
binominal, para limitar la futura participación electoral de los chilenos (Corvalán 2011).
Pero su modificación tras la reforma de 2012, cuando el esquema de voto se normalizó,
adoptando una regulación de la inscripción y del voto similar a la de muchos otros países,
resultó para muchos expertos cuando menos desacertada (por ejemplo, Luna 2011):
combinaba amplios segmentos del abstencionismo crónico característico de los no
inscritos con unas elecciones percibidas como escasamente competitivas e insertadas en
un sistema político hacia el que muchos ciudadanos sentían insatisfacción, desconfianza
o desafección. La adopción del voto voluntario no hizo sino cristalizar la continuidad
abstencionista de muchos chilenos que habían ya adquirido el hábito de no votar. La
reforma institucional de 2012 produjo asimismo resultados paradójicos de suma
importancia: además de no mejorar hasta el momento los niveles de participación
electoral, la ha convertido en más desigual, sesgada a favor de los sectores sociales con
mayores recursos. Dicho de otro modo, el crecimiento del abstencionismo estuvo
acompañado por el de las desigualdades sociales relacionadas con el voto. Como han
señalado numerosos estudios (por ejemplo, Jackman y Miller 1995 y Lijphart 1997), el
reemplazo de un sistema de votación obligatorio por otro de tipo voluntario no solo hace
que descienda la participación electoral, sino que también ocasiona unos mayores niveles
de desigualdad social y política al favorecer la participación de quienes cuentan con
mayores recursos. A la excepcionalidad de contar con tasas de participación realmente
bajas, se añadieron tras la reforma niveles crecientes de desigualdad entre quienes
participan y quienes no lo hacen. Ahora, los que votan parecen disfrutar de mayores
recursos sociales, educativos o políticos. Todo ello apunta al creciente arraigo de
55

diferencias sociales y territoriales en el sistema de representación chileno, que, a su vez,


podrían converger en la que Corvalán y Cox (2013: 62) han calificado como democracia
desigual.

La evolución futura de la participación electoral en Chile es, desde luego, una


incógnita. Adaptando al caso chileno algunas sugerencias comparadas de Cees van der
Eijk y Franklin (2009: 189-190), cabría aventurar dos supuestos. El primero reproduciría
los casos de los países que han abolido el voto obligatorio, uno de los cuales sería el
chileno en las elecciones celebradas entre 2012 y 2017. La desaparición del voto
obligatorio podría haber llevado a los votantes más jóvenes, que han afrontando una de
sus primeras tres elecciones, a abstenerse como reacción inmediata al cambio
institucional. Por su parte, los antiguos no inscritos habrían seguido en buena parte sin
participar tras su aprendizaje como abstencionistas. Es posible que la participación
electoral continúe descendiendo incluso tras la llegada de nuevas cohortes de jóvenes:
aunque aprendan el hábito de voto, podrían ejercitarlo irregularmente, dada la ausencia
de la compulsión del voto obligatorio. Es posible también que la participación pueda
estabilizarse en un futuro, pero lo haría en niveles inferiores a los anteriores: aunque
lentamente, seguiría a la baja. El segundo supuesto estaría basado en los casos de la
ampliación del derecho de voto a las mujeres tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque
muchas llegaron a la edad adulta sin haber aprendido el hábito de votar, participaron con
mucha intensidad cuando se les concedió el voto, pero en niveles algo inferiores al de los
hombres. En Chile, el nuevo esquema de registro automático y voto voluntario habría
significado en la práctica una especie de ampliación del voto a un nuevo grupo de
electores, los no inscritos entre 1989 y 2009, que hasta entonces se habían comportado
masivamente como si no hubieran podido, en vez de querido, votar. Dado que, en su
mayoría, han aprendido a no hacerlo, es posible que una buena parte de ellos siga sin
votar. Pero también cabe prever que las cohortes más jóvenes puedan ir adquiriendo el
hábito de voto y que, con el paso del tiempo, reduzcan el impacto de la abstención de los
antaño no inscritos; el resultado podría incrementar a medio plazo y en alguna medida la
participación electoral.56

56
Luna (2011: 2) ha añadido un tercer supuesto, que consistiría en la relativamente fácil movilización de
los abstencionistas procedentes de la no inscripción y de los electores de más edad recurriendo a discursos
contra los partidos y la política convencional, lo que podría reforzar las actitudes caudillistas y
antipartidistas ya existentes en la política chilena de los últimos años.
56

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Tabla 1. Participación electoral, votos blancos y votos nulos en Chile, 1988-2017 (en
porcentajes) a

Votantes/inscritos Votos válidos/


Tipos de en registro población en edad de Votos en Votos
Años elección b electoral votar (PEV) blanco nulos
1988 Plebiscito 97 89 2 5
1989 Presidenciales 92 85 2 3
1989 Parlamentarias 92 85 2 3
1992 Municipales 82 73 3 6
1993 Presidenciales 84 76 4 5
1993 Parlamentarias 84 76 4 5
1996 Municipales 77 65 3 8
1997 Parlamentarias 71 60 4 14
1999 Presidenciales 90 70 1 3
2000 Municipales 87 64 3 6
2001 Parlamentarias 87 58 3 9
2004 Municipales 86 57 3 6
2005 Presidenciales 88 64 3 5
2005 Parlamentarias 88 64 3 5
2008 Municipales 86 53 3 6
2009 Presidenciales 84 57 3 6
2009 Parlamentarias 84 57 3 6

2012 Municipales 39 39 2 3
2013 Presidenciales 49 49 4 3
2013 Parlamentarias 49 49 4 3
2016 Municipales 35 35 1 2
2017 Presidenciales 46 46 5 5
2017 Parlamentarias 46 46 5 5
a
En porcentajes redondeados; los votos en blanco y nulos están también calculados sobre la PEV. La
primera vuelta de las elecciones presidenciales y las elecciones parlamentarias fueron concurrentes en 1989
y 1993, y cada cuatro años a partir de 2005. Entre 1988 y 2009, las elecciones se llevaron a cabo con
inscripción voluntaria y voto obligatorio; en el segundo bloque, a partir de 2012, mediante inscripción
automática a cargo de la Administración electoral y con voto voluntario.
b
En negrita, las elecciones seleccionadas en este artículo.

Fuentes: Elaboración propia en base a Contreras y Navia (2013: 428) y Servicio Electoral de Chile
(SERVEL), en https://www.servel.cl.
66

Tabla 2. Razones para la no inscripción por parte de los no inscritos en Chile, 1988-
2010 (en porcentajes) a
Razones 1988 1998 2001 2004 2008g 2010g
Desinterés por 24 33 37 41 38 41
la política b
Desconfianza 27 24 13 19 18
hacia los
políticos c
Ineficacia 42 20 10 2 9 11
política d
Problemas con 18 8 20 31 25 21
la inscripción e
Significación 9 4 5 4
política de la
no-inscripción f
Otras 11 7
No respuesta 5 3 5 3 5 6

(n) (485) (1.505) (332) (349) (372) (413)


a
En 1998, se preguntaba a toda la muestra; en los demás años, sólo a los no inscritos.
b
En 1988, “no estoy interesado”; en 1998 y 2001, “no me interesa la política/me interesan otras cosas”; en
2004, “no me interesan las elecciones”; en 2008 y 2010, “la política no me interesa”.
c
En 1998, “los políticos no se hacen cargo de los problemas reales de la gente”; en 2004, “los políticos se
reparten el poder y mi voto no cuenta”; en 2001, 2008 y 2010, “los políticos no abordan los problemas que
me interesan” o “lo que de verdad importa” y “los políticos no son honestos”.
d
En 1988, “mi voto no tiene importancia”, “no me importa quién gane” y “Pinochet ganará de todos
modos”; en 1998 y 2001, “no hay grandes cosas en juego por las cuales luchar” y “tienen la sensación de
que su voto no cambiará las cosas”; en 2004, “hay pocas alternativas para elegir”; en 2001, 2008 y 2010,
“mi voto no cambiará las cosas” y “no cambiaría en nada las cosas”.
e
En 1988, “no me ha llegado el momento para inscribirme”, “el horario de trabajo no me lo permite”, “la
oficina de inscripción está lejos” y “es muy caro”; en 1998, “si se inscriben, después están obligados a
votar” e “inscribirse es muy engorroso”; en 2004, “por olvido”, “ no sé donde inscribirme” y “el lugar para
inscribirme está muy lejos”; en 2001, 2008 y 2010, “no quiero estar obligado a votar”, “se me han pasado
los plazos”, “no quiero ser vocal de mesa” y “no sé cómo inscribirme”.
f
En 1998, “es una forma de criticar el sistema”; en 2001, 2008 y 2010, “es una forma de protesta contra el
sistema”.
g
Respuesta múltiple; hemos seleccionado sólo las primeras respuestas.

Fuentes: Encuestas del Centro de Estudios Públicos (CEP), en


www.cepchile.cl/cep/site/edic/base/port/encuestacep.html, consultada el 7 de noviembre de 2018. La
encuesta de 1988 se realizó en mayo-junio, Estudio Social y de Opinión Pública, Documento de Trabajo
104; la de 1998, en diciembre de 1997 y enero de 1998, 7º Estudio Nacional de Opinión Pública (Tercera
Serie); la de 2001, en diciembre de 2000 y enero de 2001, Estudio Nacional de Opinión Pública 42; la de
2004, en junio-julio, Estudio Nacional de Opinión Pública 47; la de 2008, en abril, Encuesta Nacional sobre
Partidos Políticos y Sistema Electoral, en colaboración con el Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD) de Chile; y la de 2010, en septiembre-octubre, Estudio sobre Auditoría de la
Democracia, también en colaboración con el PNUD de Chile.
67

Tabla 3. Voto y abstención de los antiguos inscritos y no inscritos en las elecciones


presidenciales y parlamentarias de 2013 a

Antiguos no
inscritos Porcentaje Antiguos inscritos Porcentaje Total Porcentaje
Voto 1.321.401 20 5.377.610 80 6.699.011 100
Porcentaje 24 67 49
Abstención 4.249.353 62 2.624.724 38 6.874.077 100
Porcentaje 76 33 51
Total 5.570.754 41 8.002.334 59 13.573.088 100
Porcentaje 100 100 100
a
Los porcentajes de fila están calculados sobre el total de votantes y abstencionistas; los de columna, sobre
los antiguos no inscritos e inscritos.

Fuente: Elaboración propia a partir de datos de SERVEL y de Cox y González (2016).


68

Tabla 4. Razones de la abstención electoral en las elecciones presidenciales de 2013 y


en las municipales de 2012 y 2016 en Chile (en porcentajes) a
Razones Elecciones Elecciones municipales
presidenciales 2013
2012 2016

Desinterés por la 40 30 51
política b
Escasa atracción por 11 11 12
los candidatos c

Ineficacia política d 22 29 19

Significación política 3 4 1
de la abstención e

Fuerza mayor f 12 22 14

No respuesta 12 4 3

(n) (473) (662) (644)


a
En cada elección, solo se preguntaba a los abstencionistas.
b
“La política no me interesa”.
c
“Ningún candidato me gustaba” y “no conocía ningún candidato”.
d
“Mi voto no cambiaría en nada las cosas”, “esta elección no era importante”, “tenía otras cosas
que hacer” y “me dio lata votar”.
e
“Quería protestar contra el sistema”.
f
“Estaba enfermo, perdí el carnet, estaba fuera del lugar de votación”, “no sabía mi lugar de
votación”, “no me enteré de mi lugar de votación” y “mi lugar de votación ha cambiado sin mi
consentimiento”.

Fuentes: Para las elecciones presidenciales de 2013 y las municipales de 2012, Encuestas sobre
Auditorías a la Democracia 2016 y 2012, respectivamente, realizadas por el CEP y el PNUD en
mayo-junio de 2016 y en noviembre de 2012; para las municipales de 2016, CEP, Estudio Nacional
de Opinión Pública 78, noviembre-diciembre de 2016.
69

Tabla 5. El embudo de la causalidad para el registro (voluntario) y la participación


(obligatoria) en las elecciones presidenciales chilenas de 1999

Causas
distantes:
variables
institucionales (Sistema electoral binominal)
(Fragmentación partidista)
(Competitividad electoral)
(Elecciones concurrentes)
Inscripción en las elecciones de 1993
Participación en las elecciones de 1993

Causas
próximas:
características
de los votantes Recursos Sexo
Edad
Estudios
Estado civil
Religiosidad
Clase social

Motivaciones Interés político


Seguimiento de la campaña electoral
Ideología
Identidad partidista
Causas
inmediatas:
mecanismos
hacia la
participación Apoyo a la democracia
Satisfacción con la democracia
Satisfacción con el gobierno
Valoración de la situación económica
Hablar de las elecciones con familia y amigos
Pertenencia a asociaciones
Pertenencia a sindicatos

Fuente: Adaptado de Wass y Blais (2017: 463) con variables de la Encuesta UC/CNEP 2000.
70

Tabla 6. El embudo de la causalidad para la participación (voluntaria) en las elecciones


presidenciales y parlamentarias chilenas de 2017

Causas
distantes:
variables
institucionales (Nuevo sistema electoral)
(Fragmentación partidista)
(Competitividad electoral)
(Elecciones concurrentes)
Participación en las elecciones de 2013
Causas
próximas:
características
de los votantes Recursos Sexo
Edad
Estudios
Estado civil
Religiosidad
Clase social

Motivaciones Interés político


Eficacia política
Información sobre la política
Seguimiento de la campaña electoral
Ideología
Identidad partidista
Causas
inmediatas:
mecanismos
hacia la
participación Apoyo a la democracia
Satisfacción con la democracia
Satisfacción con el gobierno
Valoración de la situación económica
Hablar de las elecciones con familia y amigos
Pertenencia a asociaciones
Pertenencia a sindicatos

Fuente: Adaptado de Wass y Blais (2017: 463) con variables de la Encuesta UDP/CNEP 2017.
71

Tabla 7. Descripción de las variables independientes para explicar la participación


electoral en las elecciones chilenas de 1999 y 2017 a
Elecciones presidenciales 1999 Elecciones presidenciales y parlamentarias 2017
Variables N Media Dt Mínimo Máximo N Media Dt Mínimo Máximo
Causas distantes: participación en elecciones
Inscripción en 1993 722 1,37 0,72 1 3 - - - - -
Abstención en t-1 795 0,27 0,44 0 1 1.625 0,40 0,49 0 1
Causas próximas: características de los votantes
Recursos
Mujer 795 0,51 0,50 0 1 1.625 0,57 0,50 0 1
Edad (años) 795 42,79 16,75 18 90 1.625 38,07 16,97 18 93
Universitario 795 0,27 0,44 0 1 1.618 0,42 0,49 0 1
Casado 795 0,53 0,50 0 1 1.612 0,34 0,47 0 1
Asistencia religiosa (frecuente) 682 0,29 0,45 0 1 1.583 0,09 0,29 0 1
Clase social (media/alta) 717 0,12 0,32 0 1 1.624 0,18 0,39 0 1
Motivaciones
Interés por la política 792 0,40 0,49 0 1 1.611 0,37 0,48 0 1
Eficacia política externa - - - - - 1.610 0,73 0,45 0 1
Eficacia política interna - - - - - 1.606 0,48 0,50 0 1
Información sobre la política - - - - - 1.610 0,48 0,50 0 1
Seguimiento campaña en periódicos 795 0,49 0,50 0 1 1.597 0,20 0,40 0 1
Seguimiento campaña en radios 795 0,55 0,50 0 1 1.597 0,21 0,41 0 1
Seguimiento campaña en televisión 795 0,87 0,34 0 1 1.593 0,44 0,50 0 1
Ideología 757 5,32 2,33 1 10 1.231 4,77 2,41 1 10
Identificación de partido 795 0,30 0,46 0 1 1.552 0,18 0,38 0 1
Causas inmediatas: mecanismos hacia la participación
Democracia como mejor régimen 772 0,66 0,47 0 1 1.502 0.73 0.45 0 1
Satisfacción con la democracia 775 0,26 0,44 0 1 1.556 0,49 0,50 0 1
Satisfacción con el Gobierno 776 0,61 0,49 0 1 1.558 0,30 0,46 0 1
Valoración de la economía del país 794 0,49 0,50 0 1 1.602 0,17 0,38 0 1
Hablar de elecciones con la familia 795 0,59 0,49 0 1 1.597 0,53 0,50 0 1
Hablar de elecciones con los amigos 795 0,51 0,50 0 1 1.587 0,38 0,49 0 1
Pertenencia a una asociación 795 0,03 0,16 0 1 1.566 0,13 0,33 0 1
Pertenencia a un sindicato 795 0,06 0,24 0 1 1.580 0,07 0,25 0 1

a
Dt, desviación típica.

Fuentes: UC/CNEP 2000 y UDP/CNEP 2017.


72

Tabla 8. Modelos de regresión logística para explicar la abstención en las elecciones


presidenciales chilenas de 1999 a
Variables Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4 Modelo 5 Modelo 6
Mujer -0.08 -0.18 -0.04 -0.14 -0.17 -0.14
(0.14) (0.16) (0.15) (0.17) (0.19) (0.18)
Edad -2.07*** -2.10*** -2.13*** -2.13*** -1.11*** -1.11**
(0.22) (0.23) (0.24) (0.25) (0.30) (0.35)
Edad # Edad 1.01*** 1.06*** 1.08*** 1.15*** 0.75*** 0.67**
(0.15) (0.16) (0.16) (0.17) (0.20) (0.21)
Universitario -0.11 -0.03 -0.06 -0.13 -0.24 -0.07
(0.17) (0.18) (0.18) (0.20) (0.22) (0.21)
Casado -0.15 -0.08 -0.22 -0.17 -0.14 -0.10
(0.16) (0.17) (0.18) (0.18) (0.20) (0.19)
Asistencia religiosa (frecuente) -0.22+ -0.17 -0.22 -0.19 -0.10 -0.20
(0.13) (0.13) (0.14) (0.15) (0.16) (0.16)
Clase (media/alta) -0.19 -0.18 -0.13 -0.15 -0.20 -0.26
(0.20) (0.21) (0.21) (0.22) (0.23) (0.24)
Interés por la política -0.56** -0.67** -0.72** -0.68**
(0.18) (0.20) (0.24) (0.22)
Campaña en periódicos -0.12 -0.13 -0.06 -0.12
(0.15) (0.17) (0.19) (0.18)
Campaña en radios -0.04 -0.07 -0.02 -0.07
(0.16) (0.17) (0.19) (0.18)
Campaña en televisión 0.14 0.26 0.42 0.25
(0.24) (0.29) (0.31) (0.31)
Ideología 0.18 0.26 0.22 0.26
(0.16) (0.18) (0.19) (0.18)
Identificación con algún partido -0.07 -0.03 0.03 -0.05
(0.14) (0.15) (0.17) (0.16)
Democracia como mejor régimen -0.03 0.10 0.03 -0.09
(0.16) (0.18) (0.19) (0.19)
Satisfacción con la democracia -0.44* -0.28 -0.13 -0.29
(0.21) (0.22) (0.25) (0.24)
Satisfacción con el Gobierno 0.07 0.05 -0.09 0.12
(0.17) (0.18) (0.20) (0.19)
Valoración de la economía de Chile 0.04 0.04 0.09 0.14
(0.15) (0.16) (0.18) (0.17)
Hablar de elecciones con la familia 0.02 0.21 0.17 0.16
(0.18) (0.20) (0.22) (0.21)
Hablar de elecciones con los amigos 0.08 0.26 0.31 0.25
(0.18) (0.19) (0.22) (0.20)
Pertenencia a una asociación -0.39 -0.34 -0.50 -0.54
(0.28) (0.31) (0.31) (0.33)
Pertenencia a un sindicato 0.04 0.04 -0.07 0.07
(0.18) (0.19) (0.22) (0.19)
Abstención en 1993 1.32***
(0.22)
Inscripción en 1993 0.91***
(0.25)
Constante -2.87*** -3.04*** -3.36*** -3.66*** -3.60*** -3.31***
(0.27) (0.32) (0.37) (0.43) (0.49) (0.45)
Observaciones 563 539 534 513 513 491
Aic 345.45 331.36 323.35 311.89 272.46 294.17
a
Entre paréntesis, errores estándar. En negrita, coeficientes significativos. Los niveles de significación
estadística son los siguientes: + p<0.1, * p<0.05, ** p<0.01, y *** p<0.001
Fuente: Encuesta UC/CNEP 2000.
73

Tabla 9. Modelos de regresión logística para explicar la abstención en las elecciones


parlamentarias y presidenciales chilenas de 2017 a
Variables Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4 Modelo 5
Mujer -0.10+ -0.13+ -0.16* -0.19* -0.19*
(0.06) (0.07) (0.07) (0.08) (0.08)
Edad -0.28*** -0.23* -0.31*** -0.24* 0.13
(0.07) (0.09) (0.09) (0.10) (0.12)
Edad # Edad 0.07 0.15* 0.09 0.13 0.02
(0.06) (0.08) (0.07) (0.08) (0.09)
Universitario -0.39*** -0.23** -0.31*** -0.20* -0.15+
(0.06) (0.08) (0.07) (0.09) (0.09)
Casado -0.10 -0.04 -0.07 -0.05 -0.00
(0.07) (0.09) (0.08) (0.09) (0.10)
Asistencia religiosa (frecuente) -0.03 -0.02 -0.03 0.03 0.03
(0.08) (0.10) (0.09) (0.11) (0.12)
Clase (media/alta) -0.33*** -0.22** -0.23*** -0.19* -0.18*
(0.06) (0.07) (0.07) (0.08) (0.08)
Interés por la política -0.24** -0.11 -0.12
(0.08) (0.10) (0.10)
Eficacia política externa -0.14+ 0.03 0.07
(0.08) (0.09) (0.10)
Eficacia política interna -0.04 -0.08 -0.10
(0.08) (0.09) (0.10)
Información sobre la política -0.24** -0.29** -0.30**
(0.08) (0.10) (0.10)
Campaña en periódicos -0.15 -0.19+ -0.16
(0.10) (0.11) (0.11)
Campaña en radios 0.04 0.07 0.12
(0.10) (0.11) (0.11)
Campaña en televisión -0.19* -0.06 -0.08
(0.08) (0.09) (0.10)
Ideología 0.08 -0.05 -0.05
(0.07) (0.09) (0.09)
Identificación con algún partido -0.39*** -0.29** -0.23*
(0.08) (0.09) (0.10)
Democracia como mejor régimen -0.16* 0.05 0.07
(0.07) (0.09) (0.10)
Satisfacción con la democracia 0.04 -0.00 -0.03
(0.07) (0.08) (0.09)
Satisfacción con el Gobierno -0.24** -0.24* -0.20*
(0.08) (0.10) (0.10)
Valoración de la economía de Chile -0.10 -0.03 -0.01
(0.09) (0.10) (0.10)
Hablar de elecciones con la familia -0.27*** -0.13 -0.06
(0.08) (0.09) (0.10)
Hablar de elecciones con los amigos -0.36*** -0.31** -0.36***
(0.08) (0.10) (0.10)
Pertenencia a una asociación -0.17** -0.23** -0.22**
(0.06) (0.07) (0.08)
Pertenencia a un sindicato 0.02 -0.01 -0.00
(0.07) (0.09) (0.09)
Abstención en 2013 0.68***

Constante -0.10 -0.51*** -0.38*** -0.63*** -0.58***


(0.09) (0.11) (0.10) (0.13) (0.13)
Observaciones 1.353 978 1.128 873 873
Aic 1767.46 1189.59 1376.84 1030.85 977.73

a
Entre paréntesis, errores estándar. En negrita, coeficientes significativos. Los niveles de significación
estadística son los siguientes: + p<0.1, * p<0.05, ** p<0.01, y *** p<0.001.
Fuente: UDP/CNEP 2017.
74

Tabla 10. Modelos de regresión logística para explicar la abstención y la no-inscripción


en las elecciones presidenciales chilenas, 1999 a

Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3


0= votar 0=votar 0=inscrito
Variables
1=abstenerse 1=no inscrito 1=no inscrito
Edad -0.19*** -0.43*** -0.39***
(0.04) (0.04) (0.04)
Edad # Edad 0.00*** 0.00*** 0.00***
(0.00) (0.00) (0.00)
Género (1= mujer) -0.71** 0.15 0.25
(0.26) (0.24) (0.22)
Casado -0.07 -0.36 -0.23
(0.28) (0.26) (0.26)
Educación (1= universitaria) -0.32 -0.44 -0.27
(0.37) (0.30) (0.29)
Hábitat (1= Región Metropolitana) 0.51* 0.20 0.07
(0.26) (0.24) (0.23)
Asistencia religiosa (1= > 1 vez semana) -0.39 -0.08 -0.02
(0.36) (0.32) (0.31)
Clase social (1= alta) -0.11 0.04 0.05
(0.34) (0.30) (0.28)
Ideología -0.08 0.06 0.08
(0.12) (0.10) (0.10)
Identificación con algún partido -0.57* -0.25 -0.02
(0.26) (0.24) (0.22)
Valoración de la economía actual de Chile 0.21 -0.43 -0.41
(0.27) (0.25) (0.23)
Satisfacción con el presidente -0.19 0.19 0.23
(0.29) (0.27) (0.26)
Constante 2.76** 8.12*** 6.90***
(0.99) (0.94) (0.88)
Observaciones 1.024 1.109 1.184
Pseudo R2 0.097 0.432 0.394
a
Errores estándar en paréntesis. Los niveles de significación estadística son los siguientes: + p<0.1 *
p<0.05; ** p<0.01, y *** p<0.001.

Fuente: Encuesta CEP 2000.


75

Tabla 11. Factores explicativos de la abstención en las elecciones presidenciales de


1999 y en las presidenciales y parlamentarias de 2017 a

Elecciones presidenciales Elecciones presidenciales y parlamentarias


Variables 1999 2017
Causas distantes: variables institucionales
Inscripción en 1993 ++ na
Abstención en t-1 ++ ++

Causas próximas (características de los votantes

Recursos
Mujer ns -
Edad -- ns
Edad # Edad ++ ns
Universitario ns -†
Casado ns ns
Asistencia religiosa (frecuente) ns ns
Clase social (media/alta) ns --

Motivaciones
Interés por la política -- ns
Eficacia política externa * ns
Eficacia política interna * ns
Información sobre la política * --
Seguimiento de campaña en periódicos ns ns
Seguimiento de campaña en radios ns ns
Seguimiento de campaña en televisión ns ns
Ideología ns ns
Identificación con algún partido ns -

Causas inmediatas: mecanismos hacia la


participación
Democracia como mejor régimen ns ns
Satisfacción con la democracia ns ns
Satisfacción con el Gobierno ns -
Valoración de la economía de Chile ns ns
Hablar de elecciones con la familia ns ns
Hablar de elecciones con los amigos ns --
Pertenencia a una asociación ns --
Pertenencia a un sindicato ns ns

a
na, no apropiado; ns, no significativo; * variable no incluida en el cuestionario; +, positivo y significativo
al 95%; ++, positivo y significativo al 99%; -, negativo y significativo al 95%; --, negativo y significativo
al 99%; -†, negativo al 90%. Los factores significativos están resaltados en negrita.

Fuente: Elaboración en base a los coeficientes de las Tablas 8 y 9.


76

Gráfico 1. Participación electoral por regiones en las elecciones parlamentarias de


Chile, 2013 y 2017 (en porcentajes) y diferencias entre ambas (en puntos porcentuales) a

Metropolitana
El Maule
O´Higgins
Biobío
Valparaíso
Los Ríos
Coquimbo
Araucanía
Los Lagos
Atacama
Aysén
Antofagasta
Tarapacá
Arica y Parinacota
Magallanes

-10 0 10 20 30 40 50 60

Diferencia 2013 2017

a
Las regiones están ordenadas de mayor a menor participación electoral en 2017.

Fuente: Elaboración propia en base a SERVEL (https://www.servel.cl).


77

Gráfico 2. Participación electoral en Chile según tipos de elecciones, 1989-2017 (en


porcentajes)

Elecciones presidenciales

90
97 92 88
89 85 84 84
76 70 64
57
49 46

1988 1989 1993 1999 2005 2009 2013 2017

Votantes/Inscritos Votos válidos/Pobl. edad votar

Elecciones parlamentarias

87
97 92 88
89 85 84 84
76 71
60 64
58 57
49 46

1988 1989 1993 1997 2001 2005 2009 2013 2017

Votantes/Inscritos Votos válidos/Pobl. edad votar

Elecciones municipales

86
97 87
89 86
82 77
73
65 64
57 53
39 35

1988 1992 1996 2000 2004 2008 2012 2016

Votantes/Inscritos Votos válidos/Pobl. edad votar

a
En porcentajes redondeados. Los de las elecciones presidenciales son los de la primera vuelta. Las
presidenciales y parlamentarias de 1989, 1993 y a partir de 2005 fueron simultáneas.

Fuentes: Véase Tabla 1.


78

Gráfico 3. Participación electoral en las elecciones parlamentarias de los países


latinoamericanos, 1940-2018, y en las presidenciales, parlamentarias y municipales de
Chile, 1989-2017 (en porcentajes) a

a
El voto es obligatorio en todos los países latinoamericanos excepto en Colombia, Nicaragua, Guatemala
desde 1985 y Venezuela desde 2000, aunque con diferentes formatos, niveles de seguimiento y aplicación
de sanciones. Chile 1 recoge, entre 1989 y 2009, la participación en las elecciones parlamentarias en
porcentaje de los votantes (con voto obligatorio) sobre los inscritos (mediante inscripción voluntaria); para
las elecciones de 2013 y 2017, porcentajes sobre los inscritos en el registro electoral. Chile 2 muestra las
mismas elecciones parlamentarias, pero ahora sobre la población en edad de votar para todo el periodo;
Chile 3, las elecciones presidenciales, y Chile 4, las municipales, también ambas sobre la población en edad
de votar y para todo el periodo.

Fuente: Elaboración propia en base a los datos del International Institute for Democracy and Electoral
Assistance (IDEA), en https://www.idea.int/data-tools/data/voter-turnout.
79

Gráfico 4. Tasas de inscripción en el registro electoral por grupos de edad en Chile,


1988-2010

Fuente: Contreras y Navia (2013: 430).


80

Gráfico 5. Inscritos de 19-29 años y de 60 y más años en Chile, 1988-2001

Fuente: Morales, Cantillana y González (2010: 41).


81

Gráfico 6. Probabilidades de abstenerse en las elecciones presidenciales de Chile de


1999 como función de la edad y del recuerdo de voto
1
Probabilidad de abstenerse
.2 .4 0 .6 .8

18 24 30 36 42 48 54 60 66 72 78 84 90
Edad

Voto en 1993 Abstención en 1993

Fuente: Encuesta UC/CNEP 1999.


82

Gráfico 7. Probabilidades de abstenerse en las elecciones presidenciales y


parlamentarias de Chile de 2017 como función de la edad y del recuerdo de voto
1
Probabilidad de abstenerse
.4 .6
.2 .8

18 23 28 33 38 43 48 53 58 63 68 73 78 83 88 93
Edad

Voto en 2013 Abstención en 2013

Fuente: Encuesta UDP/CNEP 2017.


83

Gráfico 8. Probabilidades de abstenerse en las elecciones presidenciales de Chile de


1999 como función de la edad y de la inscripción en las elecciones anteriores
1
Probabilidad de abstenerse
.2 .4 0 .6 .8

24 29 34 39 44 49 54 59 64 69 74 79 84 89
Edad

Inscrito No inscrito en 1993

Fuente: Encuesta UC/CNEP 2000.


84

Gráfico 9. Gráfico de coeficientes de los factores explicativos de la abstención en Chile


en las elecciones presidenciales de 1999 y en las presidenciales y parlamentarias de
2017: recursos de los electores

1999 2017

Mujer

Edad

Edad # Edad

Universitario

Casado

Asistencia religiosa

Clase media/alta

−3 −2 −1 0 1 −3 −2 −1 0 1
N 1999 = 563. N 2017 = 1353.

Fuentes: Encuestas UC/2000 y UDP/2017.


85

Gráfico 10. Gráfico de coeficientes de los factores explicativos en Chile en las


elecciones presidenciales de 1999 y presidenciales y parlamentarias de 2017:
motivaciones de los electores

1999 2017
Interés política

Seguimiento campaña periódico

Seguimiento campaña radio

Seguimiento campaña TV

Ideología

Identifiación partido

Eficacia política externa

Eficacia política interna

Información política

-1 -.5 0 .5 -1 -.5 0 .5
N 1999 = 539. N 2017 = 978.

Fuentes: Encuestas UC/2000 y UDP/2017.


86

Gráfico 11. Gráfico de coeficientes de los factores explicativos de la abstención en


Chile en las elecciones presidenciales de 1999 y en las presidenciales y parlamentarias
de 2017: mecanismos hacia la participación

1999 2017

Democracia mejor régimen

Satisfacción democracia

Satisfacción Gobierno

Valoración economía Chile

Hablar política familia

Hablar política amigos

Pertenencia asociación

Pertenencia sindicato

−1 −.5 0 .5 −1 −.5 0 .5
N 1999 = 534. N 2017 = 1128.

Fuentes: Encuestas UC/2000 y UDP/2017.


87

Gráfico 12. Gráfico de coeficientes para tres modelos completos de abstencionismo en


las elecciones presidenciales chilenas de 1999 a

1999A 1999B 1999C


Causas próximas: recursos
Mujer
Edad
Edad # Edad
Universitario
Casado
Asistencia religiosa
Clase media/alta

Causas próximas: motivaciones


Interés política
Seguimiento campaña periódico
Seguimiento campaña radio
Seguimiento campaña TV
Ideología
Identifiación partido

Causas inmediatas
Democracia mejor régimen
Satisfacción democracia
Satisfacción Gobierno
Valoración economía Chile
Hablar política familia
Hablar política amigos
Pertenencia asociación
Pertenencia sindicato

Causas distantes
Abstención en 1993
Inscripción en 1993
−4 −2 0 2 −4 −2 0 2 −4 −2 0 2
N 1999 A = 513. N 1999 B = 513. N 1999 C = 491.

a
Los coeficientes de 1999A recogen todas las variables individuales (Modelo 4 de la Tabla 7); los de
1999B (Modelo 5) incluyen adicionalmente la abstención en las elecciones de 1993 y los de 1999C
consideran el hecho de estar inscritos en 1993 (Modelo 6).

Fuente: Encuesta UC/CNEP 2000.


88

Gráfico 13. Gráfico de coeficientes para dos modelos completos de abstencionismo en


las elecciones presidenciales y parlamentarias chilenas de 2017 a

2017A 2017B
Causas próximas: recursos
Mujer
Edad
Edad # Edad
Universitario
Casado
Asistencia religiosa
Clase media/alta

Causas próximas: motivaciones


Interés política
Eficacia política externa
Eficacia política interna
Información política
Seguimiento campaña periódico
Seguimiento campaña radio
Seguimiento campaña TV
Ideología
Identifiación partido

Causas inmediatas
Democracia mejor régimen
Satisfacción democracia
Satisfacción Gobierno
Valoración economía Chile
Hablar política familia
Hablar política amigos
Pertenencia asociación
Pertenencia sindicato

Causas distantes
Abstención en 2013
-.5 0 .5 1 -.5 0 .5 1
N 2017 A = 873. N 2017 B = 873.

a
Los coeficientes correspondientes a 2017A recogen todas las variables individuales (Modelo 4 de la
Tabla 8); los de 2017B (Modelo 5) incluyen adicionalmente la abstención en las elecciones de 2013.

Fuente: Encuesta UDP/CNEP 2017.

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