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Andrés Santana
Universidad Autónoma de Madrid
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All content following this page was uploaded by José Ramón Montero on 22 March 2019.
José Rama
Universidad Autónoma de Madrid.
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3990-1696
jose.rama@uam.es
Andrés Santana
Universidad Autónoma de Madrid.
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2594-1360.
andres.santana@uam.es
Resumen
Las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2017 supusieron un nuevo descenso de
la participación electoral en Chile desde que en 2012 el registro se hiciese automático y
el voto obligatorio. Ni el cambio de un sistema binominal a uno más proporcional, ni la
emergencia de nuevos partidos y la subsiguiente competitividad electoral fueron capaces
de superar el umbral de participación alcanzado en las elecciones de 2013. Este trabajo
examina los factores individuales del voto en unos comicios anteriores a la reforma
institucional de 2012, las elecciones presidenciales de 1999, y en unas posteriores, las de
2017. Tras discutir la adquisición del hábito de no-voto y un embudo de la causalidad
para la participación en el caso chileno, el trabajo utiliza dos encuestas para analizar las
diferencias en el abstencionismo antes y después de la reforma. Mientras que la edad y el
hábito de voto resultaban los factores explicativos más importantes de la abstención en
1999, su relevancia decae en la de 2017, cuando surgen otros factores, como el nivel de
1
Dos versiones anteriores de este trabajo se presentaron en el Seminario sobre Chile como laboratorio
político: análisis de los cambios electorales, organizado por la Facultad de Gobierno de la Universidad del
Desarrrollo (UDD) en Santiago en mayo de 2018, y en el Seminario de Investigación en Ciencia Política
de la Universidad de Salamanca en febrero de 2019. Queremos agradecer a Eugenio Guzmán, Rodrigo
Arellano y Gonzalo Müller, de la UDD, y a Manuel Alcántara y Fátima García, de la Universidad de
Salamanca, sus respectivas invitaciones, así como a los participantes en ambos eventos sus comentarios y
sugerencias. Y debemos también agradecer a Richard Gunther y Paul A. Beck, del Mershon Center for
International Security Studies, Ohio State University, su amable colaboración para la utilización de los
datos chilenos integrados en el Comparative National Elections Project (CNEP), y a Andrés Scherman y a
Teresa Correa, de la Facultad de Comunicación y Letras, Universidad Diego Portales (UDP), su gentileza
al permitirnos utilizar la encuesta postelectoral que llevaron a cabo en noviembre-diciembre de 2017 como
parte del CNEP.
2
estudios, la clase social o la información sobre política, que ahondan todavía más las
desigualdades en la participación electoral.
Abstract
The 2017 presidential and parliamentary elections brought about a higher decline in
electoral turnout in Chile since registration became automatic and voting compulsory in
2012. Neither the change from a binominal system to a more proportional one, nor the
emergence of new parties and the subsequent higher electoral competitiveness were able
to mobilize Chileans with respect to the 2013 previous elections. This paper analyzes
individual vote factors in the 1999 presidential elections and in the 2017 elections, before
and after the institutional reform. After discussing the habit of non-voting and a funnel of
causality for turnout in the Chilean case, it concludes that, whereas age (the youngest)
and the voting habit were the most significant explanatory factors of the abstention in
1999, its relevance falls in 2017 elections, when other factors like educational levels,
social class, or political information emerged, deepening even more the inequalities in
turnout.
Keywords: Chile, elections, turnout, electoral registry, compulsory and voluntary voting.
3
y el voto obligatorio; entre las políticas, la calidad del sistema democrático. En términos
más generales, Blais (2008: 23) cifra en cuatro los que califica como “hallazgos robustos”
(aunque, precisa, “con muchas inconsistencias”): “podemos afirmar con confianza que la
participación es menor en los países pobres y mayor en los países pequeños, que el voto
obligatorio fomenta la participación y que ésta se incrementa cuando las elecciones están
muy reñidas”. Aparentemente, todos estos factores se dan cita en Chile: no es un país
grande, goza de los mejores indicadores económicos de América Latina, cuenta con
instituciones políticas que funcionan correctamente, celebra elecciones concurrentes
desde 2005 con niveles elevados de competitividad, sobre todo en las elecciones
presidenciales, y, por si faltara algo, ha tenido voto obligatorio (aunque ciertamente
peculiar) entre el plebiscito de 1988 y las elecciones presidenciales de 2009. Sin
embargo, Chile es también un caso único en el mundo de los sistemas democráticos por
el declive continuado de la participación electoral en todas las elecciones presidenciales
y municipales celebradas desde 1989 (siete) y en siete de las ocho elecciones
parlamentarias.
2
En https://www.imf.org/en/Countries/CHL#countrydata, consultado el 12 de octubre de 2018.
3
Según datos de la Encuesta Nacional de Empleo (ENE), del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) de
Chile, consultados el 10 de agosto de 2018 de http://www.ine.cl/estadisticas/laborales/ene.
4
En http://www.bancomundial.org/es/country/chile, consultado el 12 de octubre de 2018.
5
En http://reports.weforum.org/global-competitiveness-index-2017-2018/competitiveness-rankings/,
consultado el 12 de octubre de 2018.
5
6
En http://observatorio.ministeriodesarrollosocial.gob.cl/casen-
multidimensional/casen/docs/Presentacion_Sintesis_de_Resultados_Casen_2017.pdf, consultado el 12 de
octubre de 2018.
7
Datos del Banco Mundial, consultados el 12 de octubre de 2018, en
https://www.indexmundi.com/facts/indicators/SI.POV.GINI/rankings.
8
The Economist Intelligence Unit, Democracy Index 2018: Me Too? Political Participation, Protest and
Democracy. Londres: The Economist, 2019; en
http://www.eiu.com/Handlers/WhitepaperHandler.ashx?fi=Democracy_Index_2018.pdf&mode=wp&cam
paignid=Democracy201, consultado el 12 de febrero de 2019.
6
En fin, dos factores también señalados con anterioridad por Blais (2008), el
institucional del voto obligatorio y el político de la competitividad entre los dos
principales partidos o coaliciones, tuvieron un peculiar desarrollo en el caso chileno. Que
sepamos, la configuración del voto obligatorio chileno entre 1989 y 2009 es única entre
los 29 sistemas democráticos que han adoptado el voto obligatorio (Birch 2009: 11) y,
desde luego, entre los numerosos países latinoamericanos que cuentan con alguna de sus
variantes (Pignataro 2014: 166-167).9 Como luego discutiremos, la aplicación del voto
obligatorio solo para quienes se hubieran inscrito previamente en el registro electoral y la
fijación de sanciones más o menos efectivas para quienes no votaran han supuesto un
factor tan elemental como considerable para el crecimiento de la abstención. Quienes no
se habían inscrito con ocasión del plebiscito de 1988 carecieron luego de incentivos para
hacerlo a medida que se sucedían las elecciones. En consecuencia, solo proporciones
mínimas de chilenos se inscribieron antes de cada consulta. Y, sobre todo, dejaron de
hacerlo en bloque los jóvenes que llegaban al mercado electoral al cumplir los 18 años.
De esta forma, la abstención electoral entre los inscritos aumentó solo en unos pocos
puntos porcentuales en las elecciones posteriores al plebiscito, pero creció de forma
notable y sostenida entre la población en edad de votar (PEV). Los puntos de partida y de
llegada son indicativos de esta evolución. En el plebiscito de 1988, votó el 89 por ciento
de la población en edad de hacerlo. En las elecciones de 2017, lo hizo solo el 46 por
ciento; y a ello debe añadirse que un 5 por ciento votó en blanco y que otro 5 por ciento
de los votos resultó nulo. El caso chileno ocupa así un puesto destacado entre los sistemas
9
Para algunos autores (como Contreras, Joignant y Morales [2016: 524]), se trataría en realidad de un
sistema “semi-obligatorio”, puesto que sólo estaban obligados a votar quienes voluntariamente se hayan
inscrito.
7
institucionales y políticas que rodearon las elecciones de 1999 y 2017. Ambas pertenecían
a las que cabe calificar como elecciones movilizadoras; es decir, de las que deberían
haberse traducido en incrementos sustantivos de la participación electoral –bien que no
lo hicieran. En la tercera sección examinaremos las principales implicaciones de la
regulación institucional del esquema inscripción voluntaria-voto obligatorio y de su
sustitución en 2012 por el de la inscripción automática-voto voluntario. En la cuarta,
discutiremos los marcos conceptuales derivados de algunos de los planteamientos más
relevantes sobre la abstención, especialmente los que parecen haber conformado el
declive de la participación en el caso chileno. En la siguiente, presentaremos nuestras
hipótesis. En la sexta sección, discutiremos los datos empleados y el diseño empírico
seleccionado para contrastar nuestras hipótesis, y comentaremos en qué medida nuestros
resultados arrojan similitudes o diferencias entre los abstencionistas de 1999 y de 2017,
así como sobre los factores de voto explicativos de la abstención en ambas elecciones.
Finalmente, en la última recogeremos nuestras principales conclusiones.
Niveles de abstencionismo
La Tabla 1 contiene los datos básicos de la evolución de la participación electoral en
Chile. Están calculados como porcentajes redondeados de quienes han votado desde el
plebiscito de 1988 en todo tipo de elecciones y en dos formatos: como proporción
respecto a los inscritos voluntariamente en el registro electoral y como proporción
respecto a la PEV. Hemos incluido asimismo los porcentajes de voto en blanco y de votos
nulos, también sobre la PEV, que en algunas consultas alcanzaron niveles considerables.
La segunda columna recoge el declive de la participación electoral a lo largo de las tres
décadas del nuevo sistema democrático chileno. Los 39 puntos porcentuales a la baja
entre las primeras elecciones presidenciales y parlamentarias de 1989 y las últimas de
2017 evidencian ciertamente un descenso extraordinario, que lo es todavía más al haberse
producido de forma hasta el momento irreversible. Además, el descenso entre las de 2013
y 2017, por señalar el más cercano, es también consistente en términos territoriales. Como
puede apreciarse en el Gráfico 1, la participación se ha reducido en todas las regiones
chilenas, excepto en la de Tarapacá y en la Metropolitana.10
10
Cf. también Barnes y Rangel (2004: 578-579).
9
tendencia”. Su descenso, que ronda los 40 puntos porcentuales, está probablemente entre
los más acusados del mundo: es, pues, un caso realmente excepcional. Y un caso que se
aparta de otros similares, como los de Guatemala en 1985 y Venezuela en 1993, que
también conocieron caídas de la participación tras sendas reformas que abolieron el voto
obligatorio. En ambos países, no obstante, la participación se recuperó en las consultas
posteriores. No ocurrió así en las chilenas de 2017 con respecto a las de 2013: la
participación continuó descendiendo. En realidad, el descenso en las municipales de
2012, las inmediatas tras la reforma electoral que modificaba la inscripción en el registro
y convertía en voluntario el voto obligatorio, con una abstención del 61 por ciento, 14
puntos porcentuales más que en las de 2008, supuso el mayor cambio en la historia
electoral chilena de los últimos 60 años. Fue además un crecimiento mayor de lo que se
esperaba (Guzmán, Troncoso y Fernández 2017: 37).
11
Sin embargo, la abstención entre los inscritos se redujo, desde el 16 por ciento en las elecciones
presidenciales de 1993 al 10 por ciento en las de 1999.
11
12
De acuerdo con los datos de la encuesta del Comparative National Elections Project (CNEP) para Chile
que estamos utilizando para estas elecciones de 1999, un 84 por ciento de los votantes de Lagos prefería un
régimen democrático frente a cualquier otra forma de Gobierno, una preferencia que alcanzaba solo al 43
por ciento de los de Lavín. Sendas mayorías del electorado (64 por ciento), de los no inscritos (65 por
ciento) y de los no votantes (52 por ciento) se alineaban con Lagos a este respecto. Y un 39 por ciento de
los seguidores de Lavín mostraba su preferencia “en algunas circunstancias” por un régimen militar, frente
al 5 por ciento de los de Lagos. Por su parte, y en relación con el apoyo al Gobierno de Pinochet, un 67 de
los votantes de Lagos manifestaba su rechazo, mientras que un 60 por ciento de los de Lavín lo apoyaba.
13
El índice de partidos electorales fue 2,54 en 1999 (frente a 2,24 en 1993), y el de partidos parlamentarios,
2,07 (frente a 1,95). En general, el índice del número efectivo de partidos suele estar dentro del rango de +/-1
del número real de partidos que obtengan más del 10 por 100 de los votos; cf. Laakso y Taagepera (1979).
Estos datos proceden del Election Indices Dataset de Michael Gallagher, en
http://www.tcd.ie/Political_Science/people/michael_gallagher/ElSystems/index.php, consultado el 10 de
agosto de 2018.
13
añaden Eugenio Tironi y Felipe Agüero (1999: 167), todas ellas “podrían inducir a un
total descuelgue de la ciudadanía del sistema político, vía reducción dramática de la
inscripción y participación electoral”. En las elecciones parlamentarias de 1997 ya habían
aparecido indicios de ello: la abstención fue del 40 por ciento de la PEV, y hubo además
un 4 por ciento de votos en blanco y nada menos que un 14 por ciento de votos nulos. La
decreciente participación electoral fue así conectada tanto con la legislación electoral
como sobre todo con los niveles crecientemente bajos de vinculación de los partidos
chilenos con los ciudadanos. El resultado apunta a la paradoja existente entre partidos
institucionalizados en el interior de un sistema estable y su capacidad para generar
lealtades electorales fuertes, de un lado, y, de otro, la presencia de ciudadanos con débiles
identidades partidistas, con niveles considerables de desconfianza hacia los partidos y con
escasas simpatías hacia las instituciones políticas en las que operan (Luna 2008: 112).
Todo ello terminó aparentemente contrarrestando el carácter en principio movilizador de
las elecciones.
La paradoja antes señalada por Juan Pablo Luna (2008) para las elecciones de
1999 alcanzaba mayor intensidad cuando se celebraron las de 2017. Peor que una
contradicción, para Rossana Castiglioni y Cristóbal Rovira Kaltwasser (2016: 4) se ha
convertido en una situación verdaderamente desconcertante en uno de los países más ricos
y con mayor calidad democrática de América Latina; en sus palabras, el problema reside
en “el desajuste entre las actitudes de los votantes y el rendimiento general del régimen.
Mientras que los primeros parecen estar cada vez más enfadados y desconfiados, el último
ha sido capaz de asegurar el crecimiento económico y la estabilidad política”. Con estos
u otros términos similares, muchos analistas chilenos han subrayado ese desajuste
poniendo el acento en distintos tipos de factores, todos los cuales convertían al descenso
continuo de la participación electoral en uno de sus indicadores más relevantes. Así, por
ejemplo, Peter M. Siavelis (2016) ha destacado el contraste entre el éxito de la estabilidad
institucional lograda y las deficiencias en la representación política. Un informe del
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD 2017: 6) confrontaba los
14
Estos datos proceden también del Election Indices Dataset de Gallagher, citado en la nota anterior.
15
niveles anteriores eran de por sí llamativamente bajos. Pero no ocurrió así. Entre las
municipales de 2012 y 2016, la participación pasó de un 39 a un 35 por ciento; y entre las
presidenciales y parlamentarias de 2013 y 2017, de un 49 a un 46 por ciento.15
15
Aunque estamos utilizando los datos de la participación en la primera vuelta, debe señalarse que en la
segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 1999 y 2017 la participación fue algo más elevada (un
punto en las de 1999, poco más de dos puntos en las de 2017), siempre en relación con la PEV.
16
Corvalán y Cox (2013: 63) recogen el caso de México, aunque con reservas, dado que ni las autoridades
controlan la obligatoriedad del voto, ni los electores se preocupan por cumplirla.
17
Cuestión aparte es el caso del registro voluntario en Estados Unidos, cuya contribución a la existencia de
un elevado abstencionismo ha sido discutida con frecuencia; cf., por ejemplo, el conocido libro de
Wolfinger y Rosenstone (1980: cap. 4) y, más recientemente, Burden y Neiheisel (2013).
17
países con voto obligatorio.18 A medio plazo, los dirigentes de la dictadura diseñaron unas
reglas institucionales que esperaban reducir la participación electoral y sesgar los
resultados electorales del futuro hacia los partidos conservadores mediante el sistema
electoral binominal (Corvalán 2011: 24). A corto plazo, esperaban lograr el éxito en la
consulta del plebiscito de 1988 mediante la inscripción de buena parte de sus partidarios,
a la vez que confiaban en que sus detractores lo hicieran en mucha menor medida. Como
pretendían sus diseñadores, el sistema de inscripción suponía costes considerables
(Corvalán y Cox 2013: 50). Los inconvenientes incluían un “proceso (…) engorroso,
lejano de las personas, en plazos que no guardan relación con las elecciones mismas y,
además, (…) [con] sanciones a quienes no votan una vez inscritos” (Garretón M. y
Garretón 2010: 130). No es extraño que el sistema de inscripción voluntaria haya sido
caracterizado como “el más tortuoso sistema de inscripción” (Valenzuela 2004: 5), o
calificado como “perverso” (Altman y Castiglioni 2018: 111). Era un esquema ya
existente con anterioridad a la dictadura: el registro voluntario procedía de la Constitución
de 1925, y el voto voluntario de 1962. En las elecciones celebradas en 1964, 1970 y 1973,
por ejemplo, la participación electoral sobre los inscritos se movió entre el 82 y el 87 por
ciento, mientras que sobre la población en edad de votar osciló entre el 56 y el 69 por
ciento.19 Tanto antes como después de la dictadura, sus efectos fueron similares:
consistían en desincentivar, cuanto menos, la inscripción de ciudadanos que no tenían
demasiado interés en votar y que en todo caso querían evitar quedar expuestos a las
sanciones vinculadas al voto obligatorio. Aunque los inscritos que no votaran deberían
aportar una excusa legítima por no haberlo hecho, las sanciones eran de orden menor,
hasta el punto de que muchos autores destacan su ausencia efectiva. Por ejemplo,
Alejandro Corvalán y Paulo Cox (2013: 63) las califican de “reducidas, infrecuentes y a
veces inexistentes”. Pero, como ellos mismos precisan, los inscritos que luego no votaban
acudían masivamente a las oficinas del registro para disculparse en base a alguno de los
18
Sólo Colombia, Nicaragua, Guatemala desde 1985 y Venezuela desde 1993 no lo tienen. La variable
clave a este respecto es naturalmente la de la existencia de sanciones para quienes no voten. Pignataro
(2014: 166-167) afirma que Argentina, Bolivia, Brasil, Chile hasta 2012, Ecuador, Honduras hasta 2001,
México, Paraguay, Perú y Uruguay prevén algún tipo de sanciones que resultan luego aplicadas, cuando lo
son, de modos muy diferentes, mientras que Costa Rica, El Salvador, Guatemala hasta 1985, Honduras
desde 2005, Panamá, República Dominicana y Venezuela hasta 1993 carecían de sanción alguna. Esta
relación es matizada por la incluida en el International Institute for Democracy and Electoral Assistance
(IDEA), en https://www.idea.int/data-tools/data/voter-turnout/compulsory-voting, consultada el 21 de
enero de 2019.
19
Cf. Contreras y Navia (2013: 428) y Huneeus, Lagos y Díaz (2015: cap. 2).
18
20
Estos datos proceden de la Encuesta Nacional de Opinión Pública 14, realizada por el Centro de Estudios
Públicos (CEP) en diciembre de 2001-enero de 2002 a los inscritos que no votaron en las elecciones
parlamentarias de 2001; en
https://www.cepchile.cl/cep/site/artic/20160304/asocfile/20160304092854/encCEP_dic2001.pdf,
consultados el 17 de diciembre 2018.
21
Se trata de la Encuesta Nacional de Opinión Pública del CEP realizada en mayo-junio de 2009
(Documento de Trabajo 378, de julio de 2009); en
https://www.cepchile.cl/cep/site/artic/20160304/asocfile/20160304094913/encCEP_may-jun2009.pdf,
consultada el 17 de diciembre de 2018.
19
sistema político y de los partidos (Luna 2011: 2). Están recogidos en la Tabla 2, agrupados
en categorías generales. Siete de cada diez de los no inscritos alegaban razones derivadas
de su desinterés hacia la política, su desconfianza hacia la política y su sentimiento de
ineficacia política por la escasa relevancia de su voto. Ryan E. Carlyn (2006: 643) ha
confirmado la relevancia del desinterés y la despolitización mediante coeficientes logit
para las elecciones de 1999. Alrededor de una quinta parte señalaba motivos en mayor o
menor medida verosímiles relacionados con las dificultades para inscribirse. En cambio,
las connotaciones políticas de la no inscripción, que la concebirían como una crítica o
una protesta contra el sistema político, eran mínimas.
22
Cabe añadir que el crecimiento de la no inscripción o de la propia abstención estaba también conectado
con otros elementos más generales que ya hemos apuntado, como el sistema electoral binominal o el
funcionamiento insatisfactorio del sistema político chileno de cara a los ciudadanos, caracterizado por su
desconfianza hacia las instituciones políticas, su indiferencia respecto a los procesos políticos
convencionales, su menor identificación con unos partidos crecientemente débiles y su rechazo a las élites
políticas o partidistas (Castiglioni y Rovira Kaltwasser 2016).
23
Una abundante literatura ha analizado con cierto detalle las fases del proceso, los argumentos de los
protagonistas y las discusiones que las acompañaron, de naturaleza normativa más que empírica. Cf., entre
otros, los trabajos de Moraga (2018), Huneuus, Lagos y Díaz (2015), Morales y Contreras (2017), Cox y
González (2016), Fuentes y Villar (2015), Huneuus (2015), Barnes y Rangel (2014), Contreras y otros
(2012), Luna (2011), Morales (2011), Navia y del Pozo (2011) y Fontaine y otros (2005).
21
Steven J. Rosenstone (1980: cap. 4), han demostrado que la participación electoral
aumenta con el registro automático a cargo de la Administración electoral. En el caso
chileno, el censo electoral se amplió sustancialmente, permitiendo además recuperar a los
jóvenes entre los 18 y los 29 años, que pasaron del 8 por ciento en el censo de 2009 al 26
por ciento (Barnes y Rangel 2014: 574); o, desde otro punto de vista, se pasó de una
situación en la que solo tres de cada diez jóvenes estaban inscritos a otra en la que todos
lo estaban. El cambio del voto obligatorio a voluntario implicó mayores discusiones, sin
embargo. El hecho de que los países con voto obligatorio y sanciones efectivas disfruten
de una mayor participación electoral, también en América Latina, suscitaba mayores
dudas sobre el alcance de la reforma (Blais y Dobrzynska 2009). La discusión estuvo
entreverada por argumentos normativos alrededor de la concepción del voto como un
derecho y no como un deber, y presidida por el apoyo mayoritario de alrededor de siete
de cada diez chilenos a favor del voto voluntario.24 También existía una llamativa
seguridad en que el voto voluntario generaría incentivos para airear la política mediante
la renovación de las agendas programáticas de los partidos (Luna 2011: 8). Otros
argumentos de naturaleza empírica, como la experiencia de otros países en trances
similares, la escasa competitividad electoral del sistema político chileno o la probabilidad
de que el aprendizaje durante décadas de los jóvenes en el campo del abstencionismo les
mantuviera en él, fueron tildados de secundarios. El cambio estuvo además impulsado
por la coincidencia entre los intereses estratégicos de los partidos del Gobierno de
Concertación por la Democracia y de los de la oposición, entonces integrados en la
Alianza por Chile. Los primeros creían que, tras la reforma, los nuevos votantes, por ser
mayoritariamente jóvenes, optarían por el centro-izquierda; los segundos esperaban
contrarrestar esta posibilidad por los mayores recursos de los conservadores y su mayor
predisposición para votar (Morales y Contreras 2017: 108-109). La aprobación del voto
voluntario se llevó finalmente a cabo en enero de 2012. Aunque al parecer el Gobierno
consideró seriamente el mantenimiento del voto obligatorio, el voluntario fue aprobado
24
Al menos desde 2001, el CEP ha venido incluyendo preguntas sobre las preferencias a favor del voto
voluntario u obligatorio en muchas de sus encuestas; para una selección de ellas pueden verse las Encuestas
Nacionales de Opinión Pública 42 (diciembre de 2001-enero de 2002), 44 (diciembre de 2002), 47 (junio-
julio de 2004) y 68 (noviembre-diciembre de 2012), así como el Estudio Nacional sobre Partidos Políticos
y Sistema Electoral (marzo-abril de 2008) y la Auditoría sobre la Democracia (septiembre-octubre de
2010).
22
con el apoyo del 66 por ciento de los senadores, entre los que eran mayoría los de la
Alianza, mientras que se opusieron los de un amplio sector de la Concertación.25
El registro pasó de los poco más de 8,2 millones de inscritos voluntariamente para
la elecciones presidenciales y parlamentarias de 2009 a los casi 13,5 millones de las
municipales de 2012. Los más de 5,3 millones de nuevos electores hasta entonces
marginados de toda contienda electoral podrían modificar abruptamente la pauta de
resultados, caracterizados en las dos últimas décadas por su estabilidad. Además de su
considerable ampliación, el nuevo registro reflejaba correctamente la población en edad
de votar. La edad media de los tradicionalmente inscritos era 59 años; la de quienes no lo
estaban y fueron incorporados al nuevo padrón, 29 años (Huneeus, Lagos y Díaz 2015:
38). Los partidos afrontaron las primeras consultas tras el cambio “con un enorme
componente de incertidumbre” (Luna 2011: 186). Se descontaba que el rejuvenecimiento
del registro obligaría a los partidos a desarrollar nuevas estrategias e incentivos para atraer
a los nuevos votantes (Contreras y Morales 2014: 599). Pero, sorprendentemente, no
parece que esas estrategias se hubieran abordado. Existía además una confianza un tanto
apriorística en que la participación crecería por su menor coste, un supuesto que contaba
con el apoyo mayoritario de los chilenos en numerosas encuestas, pero que no era
consistente con los descensos observados en países que habían pasado por situaciones
similares. Según ha destacado Jorge Ramírez, la reforma pecó de ambiciosa al gestarse
en medio de una “hiperinflación de expectativas relativa a los niveles de participación
electoral”, y que además contrastaba con la ausencia de campañas para promover la
participación o facilitar las condiciones de voto.26 Para algunos autores, como Navia y
25
Resultan llamativas las considerables diferencias surgidas durante la discusión parlamentaria entre las
opiniones de algunos diputados y sus decisiones de voto. Los congresistas de la Concertación, aunque eran
al parecer contrarios al voto voluntario, acabaron apoyándolo (Morales y Contreras 2017: 110ss.). Una
encuesta a sus parlamentarios descubría que el 26 por ciento de sus diputados estaba de acuerdo con la
reforma, frente al 74 por ciento que prefería el mantenimiento del voto obligatorio; entre los de la Alianza
por Chile, dos terceras partes apoyaban la reforma. A finales de 2011, durante la tramitación de la nueva
ley, entre los primeros aparecieron señales de arrepentimiento que llegaron incluso a cristalizar en un
proyecto legislativo que no llegó a presentarse al constatar sus defensores las numerosas encuestas
existentes favorables al voto voluntario (Morales y Contreras 2017: 117ss.). Tras las elecciones municipales
de 2012, tanto Bachelet como Piñera mostraron su decepción por los pobres resultados de la participación
con el nuevo esquema (Barnes y Rangel 2014: 581). En 2015, varios senadores de distintos partidos
presentaron un proyecto de reforma constitucional para restablecer el voto obligatorio, un proyecto que no
tuvo demasiado recorrido (Cox y González 2016: 4-5).
26
Jorge Ramírez, “La orfandad del voto voluntario”, en https://lyd.org/centro-de-
prensa/noticias/2016/09/columna-jorge-ramírez-la-tercera-la-orfandad-del-voto-voluntario/, consultada el
14 de octubre de 2018.
23
del Pozo (2012: 186), en realidad “nadie [sabía] a ciencia cierta qué (…) [ocurriría] con
la participación electoral y qué partidos o coaliciones se (…) [verían] beneficiados”; en
cambio, para otros, como Morales y Contreras (2017: 107), “nada garantizaba un
incremento de la participación”.
Los resultados del cambio legal desmintieron los argumentos utilizados tanto por
los presidentes Bachelet y Piñera como por los partidos que lo aprobaron con mayorías
contundentes, así como buena parte de los informes elaborados por expertos. De hecho,
la participación siguió bajando, tanto en las elecciones municipales (del 53 por ciento de
las de 2008, antes de la reforma, al 39 por ciento en 2012 y 35 por ciento en 2016) como
en las presidenciales y parlamentarias (del 57 por ciento de las de 2009 al 49 por ciento
en 2013 y 46 por ciento en 2017). Como se aprecia en la Tabla 3, los datos relativos a la
consulta de 2013 son interesantes. En la primera vuelta, votaron 6,7 millones de chilenos.
De ellos, 1,3 millones, o uno de cada cinco, eran nuevos votantes, es decir, electores que
no estaban inscritos en el esquema de voto anterior. Estos nuevos votantes constituían,
sin embargo, una minoría entre el total de 5,6 millones de quienes no habían estado nunca
inscritos. Así, el porcentaje de abstencionistas entre este grupo fue del 76 por ciento,
mientras que entre los antiguos inscritos fue mucho menor, del 33 por ciento. A pesar de
esta diferencia entre los antiguamente no-inscritos y los inscritos, la tasa de abstención de
estos últimos subió abruptamente: si antes de la reforma era de un mero 14 por ciento,
tras ella alcanzó el 33 por ciento. En términos numéricos, esto significa que 2,6 millones
de los antiguos inscritos se quedaron en casa, con lo que, a los algo más de 1,1 millones
de inscritos que ya se abstuvieron en 2009, se sumaron casi 1,5 millones adicionales que
dejaron de votar como consecuencia de la voluntariedad del voto. Hubo, pues, un gran
recambio de votantes, estimado en el 30 por ciento del padrón de 2013 (Cox y González
2016: 11 y 23).
También es interesante, desde otro ángulo, conocer las razones esgrimidas por los
propios abstencionistas en las encuestas postelectorales, recogidas en la Tabla 4. En su
conjunto, revelan la composición plural de la abstención. Las razones recogidas en la
tabla parecen apuntar sobre todo a una abstención más estructural que coyuntural, más
voluntaria que forzosa, más pasiva que activa (Justel 1995: 340 ss.). Predominan las
24
razones fundadas en el desinterés, seguidas por las de las actitudes relativas a las de la
ineficacia política. La abstención activa, basada en el rechazo del mecanismo electoral o
en la protesta “contra el sistema”, es, en cambio, mínima. Las razones de fuerza mayor
son algo más abundantes. En las elecciones de 2017, por su parte, los abstencionistas
involuntarios, que alegan no haber podido votar, son de nuevo muy pocos. Los que
declararon explícitamente no haber querido hacerlo lo justifican por una combinación de
factores relativos a la ausencia de alternativas, la desconfianza hacia los partidos y los
políticos y su propia ineficacia política ante el voto; solo una minoría del 4 por ciento
cifraba su abstención en una expresión de descontento.27
27
Los datos de 2017 proceden de la encuesta realizada por la Facultad de Gobierno de la Universidad del
Desarrollo (UDD) entre los días 11 y 18 de enero de 2018 mediante entrevistas personales a una muestra
representativa de 489 chilenos en 23 de las 32 comunas del Gran Santiago; para un nivel de confianza del
95 por ciento por ciento, su margen de error es +/- 4,36 por ciento.
25
Con estos precedentes, en las páginas que siguen podemos plantear dos marcos
conceptuales de la abstención que resultan en nuestra opinión especialmente relevantes
para abordar el caso chileno. Y formularemos luego, en base a ellos, las hipótesis con las
que examinaremos a nivel individual los principales factores de la abstención electoral en
las consultas de 1999 y 2017, antes y después de la reforma de las condiciones de
inscripción y voto.
28
Las respuestas negativas corresponden a las posiciones 0 a 4 en una escala de 11 posiciones; las positivas,
a las posiciones 6 a 10; en la posición 5 se situó el 28 por ciento. La pregunta era la siguiente: “¿Diría usted
que la implementación del voto voluntario e inscripción automática ha sido negativa o positiva para el
funcionamiento de nuestra democracia? Por favor, sitúese en una escala de 0 a 10, en la que el 0 significa
‘muy negativa’ y el 10 ‘muy positiva’”.
29
Contreras y Morales (2014: 599-609) y Navia y del Pozo (2012: 168-170) ofrecen más referencias sobre
la participación electoral en Chile.
26
y políticos; de otra, no suelen incluir en sus modelos a nivel individual la variable relativa
a la inscripción, sin duda la más relevante en este campo.
Estas características son hasta cierto punto similares a las que existen en muchos
otros países con respecto a los trabajos interesados en la participación electoral. Dos meta-
análisis realizados recientemente han subrayado la existencia de una situación
contradictoria entre la relativamente escasa dimensión acumulativa de la investigación
sobre participación electoral y la situación de un auténtico embarras de richesse en la
utilización de variables explicativas (Smets y van Ham 2013). Utilizando variables
agregadas, João Cancela y Benny Geys (2016) han cifrado en 12 los factores potenciales
de la explicación de la participación encontrados en 185 estudios sobre elecciones
nacionales y sub-nacionales. Son variables de naturaleza socioeconómica (como el
tamaño, la concentración, la estabilidad y la homogeneidad tanto étnica como económica
de la población), política (como la participación en elecciones anteriores, la
competitividad electoral, los gastos de campaña electoral y la fragmentación política) e
institucional (como el sistema electoral, el voto obligatorio, las elecciones concurrentes
y los requisitos de registro por el elector). Pero los que explican de forma significativa la
participación en ambos niveles territoriales son sólo cinco: el tamaño y la estabilidad de
la población, la competitividad electoral, los gastos de campaña y los mecanismos
institucionales. Por su parte, Kaat Smets y Carolien van Ham (2013) han examinado nada
menos que 170 variables independientes incluidas en 90 estudios con datos de encuestas
publicados en revistas relevantes durante la década 2000-2010. Sólo ocho de estas
variables se han incluido en el 25 por ciento de dichos estudios (edad, educación, género,
raza, ingresos, estado civil, identificación partidista e interés por la política), y las más
comunes, como educación y edad, lo han sido en el 74 y 72 por ciento, respectivamente.
De nuevo, las variables que producen efectos consistentes no son muchas: edad, edad al
cuadrado, educación, movilidad residencial, región, exposición a medios, movilización,
voto en elecciones pasadas, identificación partidista e información sobre política. En
cambio, las más inconsistentes han sido las de género, raza, estatus ocupacional,
ciudadanía, afiliación sindical, confianza en las instituciones y cercanía de las elecciones.
Todo ello cristaliza en la existencia de demasiados estudios que contienen inferencias
espurias y modelos escasamente especificados: el resultado es la ausencia de un modelo
mínimo de participación electoral (Smets y van Ham 2013: 13).
27
30
Por ejemplo, Guzmán, Troncoso y Fernández (2017: 2 ss.) han recopilado así buena parte de la literatura
existente entre variables de tipo sociodemográfico, institucional, político, económico, cultural, familiar,
participativa y psicológica.
31
Se trata de un factor de naturaleza institucional que, a su vez, incluye numerosos elementos relativamente
variados como el estatus mayoritario del primer partido (medido por su cercanía o distancia al 50 por ciento
del voto), su margen de victoria con respecto al segundo, la incertidumbre sobre los resultados, la
decisividad de las elecciones o la medida en la que sus ganadores puedan modificar las políticas públicas,
la fragmentación del sistema de partidos, la desproporcionalidad del sistema electoral, la cohesión de los
partidos competidores, la polarización política o electoral, la responsividad del Gobierno o su capacidad
para responder a las demandas de los ciudadanos y la accountability del sistema político.
28
Una propiedad destacable del carácter de una elección es que sus mayores efectos
tienen lugar sobre todo en las cohortes más jóvenes (2004: 66). Esta relación se encuentra
a su vez condicionada por los modos de integración de las cohortes jóvenes en el mercado
electoral. En consecuencia, la participación electoral es una función de dos elementos. De
una parte, la combinación de cuestiones políticas con otras demográficas: depende de
cómo aparecen las elecciones ante los votantes en general y de cómo los más jóvenes
responden a los estímulos procedentes del campo político-institucional (p. 215). De otra,
y es aquí donde aparecen los factores a medio o largo plazo, la adquisición por los
votantes jóvenes del hábito de voto, o del aprendizaje para hacerlo regularmente; esto es,
de la inercia que los lleva a votar habitualmente, y hacerlo además por un partido, algo
que suele adquirirse pronto en la vida adulta (pp. 12 y 130). Como regla general, precisa
Franklin, el hábito de votar se adquiere a lo largo de las tres primeras elecciones vividas
por los jóvenes, de forma que, si votan en alguna de ellas, seguirán luego probablemente
haciéndolo: se convertirán así en votantes habituales. Pero si, por cualquier razón, no
llegaran a hacerlo, tendrían, en cambio, mayores probabilidades de convertirse en
abstencionistas habituales (pp. 204-205).
hábito, a medida que se acumulan las convocatorias electorales, facilita una cierta inercia
del voto (o de la abstención) que propicia su reiteración en elecciones sucesivas: la
participación o la abstención se convierten entonces en la respuesta habitual a los mismos
o similares estímulos contextuales (Dinas 2018: 109). Como añaden Cees van der Eijk y
Mark Franklin (2009: 48), el resultado cristaliza en la reiteración de comportamientos
pasados: “cada vez que alguien no vota en una elección, es más probable que deje de
hacerlo también en la siguiente elección”.32
32
En sentido similar, Denny y Doyle (2009: 18) (“si dos individuos tienen exactamente las mismas
características, pero uno decide votar y el otro no, estas decisiones afectarán luego a su probabilidad de
votar en elecciones futuras”) y Green y Shachar (2000: 562) (“manteniendo constantes las características
individuales y contextuales, simplemente el hecho de haber acudido a las urnas aumenta la probabilidad de
regresar”; también, Dinas (2012) y Plutzer (2002)
30
Más recientemente, Hanna Wass y André Blais (2017) han propuesto un original
enfoque para aplicar al campo de la participación el embudo de la causalidad (el famoso
funnel of causality) que concibieron Angus Campbell y sus colaboradores (1960: 24-32)
para el análisis del impacto de la identidad partidista en el voto y que luego refinaron
Warren E. Miller y J. Miller Shanks (1996: 9-14). Se trata de una metáfora para examinar
la incidencia que variables alejadas en el tiempo pueden tener en la explicación de un
determinado fenómeno tras su conexión con factores más próximos. Su objetivo básico
consiste en ordenar los muchos factores que, como antes hemos señalado, parecen tener
alguna capacidad explicativa sobre la participación electoral. Dicho de otro modo, la
metáfora del embudo pretende estimar la variable dependiente de la participación
mediante la ordenación de una selección de las numerosas variables independientes
existentes en una secuencia de bloques sobre la base de su distancia causal con respecto
a aquélla; es decir, mediante su inserción diferenciada en alguno de los bloques del
embudo en función de su lejanía o proximidad a la decisión de voto (Wass y Blais 2017:
462). Siguiendo un modelo similar al de la identidad partidista, la secuencia de la
participación se desarrolla también en tres bloques. En el nivel superior o más distante
del embudo estarían situados los factores institucionales y contextuales. Sería el caso de
variables agregadas como la fragmentación partidista, el nivel de competitividad, el
sistema electoral, los requisitos de inscripción o el tipo de voto, obligatorio o voluntario,
buena parte de las cuales se manifiestan por su interacción con factores de nivel
individual. En el nivel medio o próximo, se recogerían características individuales del
votante (como el sexo, la edad o la educación) y otros factores relacionados con la
motivación del voto (como el interés por la política, la información política o la eficacia
política externa e interna). Finalmente, el nivel más cercano a la decisión de voto, o
31
Pese a ello, creemos que las incluidas en el embudo resultan suficientes para
componer un marco adecuado de factores explicativos de la participación electoral. Así
ocurre con los factores que dan cuenta de las características de los electores y que Wass
y Blais (2017: 464-465) etiquetan entre las causas próximas de participación y subdividen
32
entre sus recursos y motivaciones. Ambos conforman el núcleo de los tres factores de
participación que integran el llamado modelo de voluntarismo cívico: los recursos en
sentido estricto, el involucramiento psicológico y las redes de reclutamiento (Verba,
Schlozman y Brady 1995: cap. 7). Aunque los tres son importantes para explicar la
participación, el modelo otorga mayor relevancia a los dos primeros. Las variables
relativas a los recursos en las Tablas 5 y 6 cubren en buena medida factores asociados
con la participación, sobre todo la edad, la educación y la clase social. Y las orientaciones
o actitudes políticas incluidas bajo las motivaciones son también importantes para la
participación, puesto que el interés por la política, la eficacia política y la información
política suelen ser condiciones normalmente necesarias, aunque no suficientes, para la
decisión de votar. Por último, Wass y Blais (2017: 463-469) consideran como causas
inmediatas de participación, y por lo tanto las más próximos a ella, los factores que
cristalizan los recursos y las motivaciones en participación, y que cifran en criterios
cercanos al modelo de la elección racional como los beneficios o costes del voto o la
concepción del voto como deber cívico (Downs 1957).
En este último bloque, nuestras variables son menos específicas, pero resultan
hasta cierto punto equivalentes. La conveniencia de votar (y la superación de los costes
asociados a ella) puede estar asociada a preferencias por el sistema democrático, la
evaluación del Gobierno y la valoración de la situación económica del país. El deseo de
expresar una opinión mediante el voto está vinculado a la intensidad relativa de las
preferencias de los ciudadanos y a sus identidades políticas, partidistas o ideológicas.
Unas y otras les suministran información sobre el contexto electoral y le proporcionan
estímulos suficientes para canalizarlas hacia sus respectivos candidatos o partidos. El
único factor sobre el que no tenemos una medida equivalente es el relativo a la concepción
del voto como un deber cívico. Pero contamos en cambio con indicadores sobre los
denominados intermediarios de voto, que a su vez proceden de los modelos tradicionales
de voto desarrollados por Paul F. Lazarsfeld y sus colaboradores (1944) y por Bernard
Berelson y los suyos (1954).33 Están integrados por los contactos cara a cara de los
ciudadanos (en la familia, entre los amigos o con los compañeros de trabajo), los medios
33
En una definición mínima, los intermediarios de voto están constituidos por los canales y procesos a
través de los cuales los electores reciben información durante las campañas electorales y resultan
movilizados para votar o/y para apoyar a un partido u otro; cf. Gunther, Montero y Puhle (2007: 1).
33
de comunicación que de un modo u otro utilizan y las organizaciones sociales a las que
pertenecen; algunos de sus indicadores están incluidos en nuestras Tablas 4 y 5. Estos
intermediarios actúan como movilizadores del voto tanto directamente hacia la
participación como indirectamente hacia la opción por algún partido (Magalhâes 2016:
94). Y es probable que en este proceso las razones normativas para votar puedan reforzar
su dimensión como obligación moral y por lo tanto su concepción como un deber cívico.34
Más adelante, en la sección dedicada a la descripción de nuestros datos, comentaremos
con cierto detalle estas variables.
34
Además, la concepción del voto como deber manifiesta algunas peculiaridades en Chile. La encuesta
postelectoral realizada en 2018 por la Universidad del Desarrollo (UDD), que ya conocemos, encontró que
para los chilenos el voto aparecía más como un derecho (51 por ciento) que como un deber (45 por ciento).
Utilizando datos de esta encuesta, un estudio reciente de Santana, Rama y Montero (2019) ha demostrado
que el deber de voto en Chile, como integrante de la ya clásica ecuación de Downs (1957), tiene un distinto
sentido del existente en otros países, como Canadá, Holanda y España (Santana 2014). Mientras que en
estos últimos la medida del deber de voto tiene connotaciones morales o sociales, en Chile parece estar
asociada ante todo con el estatus legal del voto como consecuencia de la reforma de 2012, que modificó el
registro e hizo voluntario el voto hasta entonces obligatorio.
35
Dos análisis similares, aplicados a las elecciones municipales de 2012, en Guzmán, Troncoso y
Fernández (2015) y Mackenna (2014, 2015). Otros trabajos analizan a inscritos y no inscritos, o a votantes
y abstencionistas en distintos momentos de tiempo, como, por ejemplo, Contreras y Navia (2013), Corvalán
y Cox (2013) y Luna (2011).
34
Nuestra primera hipótesis está relacionada con el hábito del voto. En línea con las
propuestas de Franklin (2014), entre otros, asumimos que la participación en las
elecciones inmediatamente anteriores predispone a que un votante, ante una nueva cita
electoral, tenga una mayor probabilidad de acudir a las urnas.36 En Chile, algunos datos
individuales de naturaleza administrativa confirman este hábito de voto. Utilizando una
muestra del 2,9 por ciento de la población chilena de más de 18 años, obtenida de los
registros de voto, Catalina Bravo y David Bravo (2018) han subrayado desde varios
ángulos la importancia del historial de la participación. Comprueban así, en general, que
quienes pertenecen al grupo que se inscribió para el plebiscito de 1988 tienen 8 puntos
porcentuales más de probabilidad de votar que quienes se añadieron automáticamente al
padrón de 2012. Además, un 87 por ciento de los votantes en las elecciones de 2017
habían participado en las cuatro elecciones anteriores; un 71 por ciento lo hizo en tres, un
59 por ciento en dos y un 44 por ciento en una. Sólo un 13 por ciento de los que no habían
votado en ninguna de las cuatro elecciones anteriores lo hizo en 2017. Un análisis
econométrico con varios factores permite comprobar cómo la participación crece en
función de haber votado en elecciones anteriores. Así, quien haya votado en sólo una de
las cuatro elecciones previas aumenta la probabilidad de haberlo hecho en las de 2017
entre 14 y 31 puntos porcentuales respecto a quienes no votaron en ninguna; quienes lo
hicieron en dos, entre 29 y 47 puntos; quienes lo hicieron en tres, entre 34 y 52 puntos; y
quienes votaron en todas ellas, en nada menos que 59 puntos (Bravo y Bravo 2018).
A su vez, el hábito de voto está condicionado por la edad del individuo. Por
supuesto, la edad es de por sí una de las variables con mayor capacidad explicativa en los
estudios sobre la participación electoral (Dassonneville 2017: 139-141). De hecho, lo que
convierte a la edad en un factor tan sumamente relevante radica, sobre todo, en la
formación del hábito de voto con el paso del tiempo. Como ya sabemos, Franklin (2004)
ha demostrado que quienes acuden a las urnas cuando alcanzan la edad requerida para
votar tienen una mayor probabilidad de continuar votando en elecciones posteriores,
mientras que quienes no voten en esa primera elección tienen mayores posibilidades de
convertirse en abstencionistas habituales. Algunos autores chilenos se muestran
contundentes a este respecto. Gonzalo Contreras y Mauricio Morales (2014) y Bernardo
36
A nivel agregado, Franklin (2004) llegó a incluir en sus análisis empíricos los niveles previos de
participación como variable de control, haciendo el análisis explícitamente dinámico.
35
H2: Aquellos electores que no estaban inscritos en las elecciones precedentes a las
presidenciales de 1999 serán más propensos a abstenerse en las elecciones de 1999 que
los ya inscritos.
Esta hipótesis sólo puede ser contrastada para las elecciones de 1999, porque en
las previas a las de 2017, las de 2013, todos estaban ya inscritos al tener lugar con
posterioridad a la reforma que establecía la inscripción automática. Por otro lado, los
37
Mientras Contreras y Morales se centran en los comicios presidenciales de 2009 y 2013, Mackenna
estudia las elecciones municipales de 2008 y 2012, siendo estas últimas las primeras en las que se aplicó la
reforma de 2012.
38
En las anteriores Tablas 5 y 6 hemos reflejado esta relevancia al incluir dichos elementos como una de
las causas distantes dentro del embudo de la causalidad que hemos elaborado replicando el de Wass y Balis
(2017).
36
pocos jóvenes que se fueron inscribiendo tras el plebiscito de 1988 llegaron a estar, con
el paso del tiempo, claramente infrarrepresentados. Como ha destacado Sergio Toro
(2007: 102), “el peso electoral de las personas de 18 a 29 años de edad ha disminuido
desde el 36 por ciento en 1988 al 9,71 por ciento en el año 2005”.39 Aunque este
porcentaje no era tan bajo en las elecciones de 1999, los grupos de edad más jóvenes
experimentaron un descenso extraordinario. La tendencia descendente constante para los
grupos de edad joven que recoge el propio Toro (2007: 107) no deja lugar a dudas.
Contreras y Navia (2013: 429) lo resaltan aún más al señalar que “la tasa de inscripción
en la cohorte de 25 a 34 años comenzó a caer a mediados de los noventa, cuando aquellos
que cumplieron 18 años después del retorno a la democracia comenzaron a entrar en esa
cohorte”. Los anteriores Gráficos 4 y 5 resultan suficientemente ilustrativos.
H3a: En las elecciones anteriores a la reforma de 2012, la edad tendrá efectos negativos
y significativos en la abstención.
39
Ríos, Gaethe y Sacks (2015: 21) destacaban también las diferencias existentes entre el padrón electoral
y el conjunto de la sociedad chilena.
40
Es interesante, en este contexto, el trabajo de Bargsted, Somma y Muñoz (2018), que analiza la
participación electoral en Chile desde el enfoque de edad, periodo y cohorte. Según sus hallazgos, hay en
primer lugar un efecto de cohorte que separaba a las más viejas (nacidas entre 1921 y 1926), que llegaron
a votar en el plebiscito, de las que alcanzaron la mayoría de edad entre 1990 y 1999; en segundo lugar, se
produce asimismo un efecto de la edad, puesto que la propensión a votar de quienes nacieron después de
1935 aumenta a medida que envejecen; y existe finalmente un acusado efecto de periodo, negativo y lineal,
lo que supone el declive generalizado de la propensión a votar de todos los grupos de edad (Bargsted,
Somma y Muñoz 2018: 19-20).
37
H3b: En las elecciones posteriores a la reforma de 2012, la edad tendrá efectos negativos
y significativos en la abstención, ya que los más jóvenes han aprendido a abstenerse; sin
embargo, este efecto debería desaparecer una vez se controle por el comportamiento
previo de voto.
Junto a la edad, muchos trabajos han señalado también a la clase social como otra
de las variables sociales más relevantes de la participación electoral. Contreras y Navia
(2013) han destacado el impacto tanto de la juventud del elector como de la clase social
en su decisión de registrarse; y, como sabemos, la inscripción determinaba de manera
directa la participación electoral. De esta forma, las clases sociales bajas estaban
infrarrepresentadas entre los inscritos chilenos. Como consecuencia, quienes consideran
que pertenecen a las clases medias y altas mostraban una mayor propensión a acudir a las
urnas. En los distintos estudios centrados en los factores explicativos del voto antes y
después de la reforma electoral, se han empleado diferentes indicadores para medir las
desigualdades socioeconómicas. Entre ellos, los más frecuentes han sido la clase social
subjetiva, el nivel de ingresos o el nivel educativo. Mackenna (2015), por ejemplo,
utilizando las encuestas postelectorales del CEP para las elecciones municipales de 2008
y 2012, interpreta que la correlación entre el nivel educativo y la participación electoral
que encuentra en sus estimaciones sería evidencia de sesgo de clase: se abstienen más
aquellos sin estudios universitarios. Morales (2011), por su parte, analiza las elecciones
municipales de 2012 mediante una encuesta de la Universidad Diego Portales (UDP) para
determinar las variables explicativas de la participación bajo un sistema de inscripción
obligatoria y voto voluntario. Para él (2011: 70), el nivel socioeconómico tiene un efecto
positivo y significativo en el voto: “a mayor ingreso, mayor predisposición a votar”.
Contreras y Morales (2014: 606) corroboran estos hallazgos: en las elecciones
presidenciales de 2009 y 2013, los electores de mayor nivel socioeconómico se
encontraban entre los más propensos a votar el día de las elecciones.41
41
Según los datos individuales administrativos de Bravo y Bravo (2018), también la educación está
asociada con la participación electoral: cada año de educación significaba 1.5 puntos porcentuales de
incremento en la probabilidad de votar.
39
de nivel educativo alto y quienes tienen en propiedad una vivienda son los más propensos
a votar antes de la reforma de 2012 (la clase social subjetiva no tiene ningún efecto), los
propietarios de sus viviendas son los que mayor propensión a votar mostraron después de
la reforma, en las elecciones municipales de 2012; ni el nivel educativo ni la clase social
subjetiva resultaron estadísticamente significativas. Parecería, pues, que, tras la reforma,
las desigualdades sociales perdiesen capacidad explicativa para la abstención. Pero otros
estudios afirman lo contrario. Por ejemplo, Contreras, Joignant y Marales (2015), también
sobre las elecciones municipales de 2012, relacionan la abstención a nivel local con la
competitividad electoral: fue menor en las municipalidades con mayor competitividad,
que se produjo como regla general en los municipios más ricos. Por su parte, Contreras y
Morales (2015: 91), con datos de las elecciones presidenciales de 2013, destacan que,
mientras los segmentos más ricos y los medios muestran una predisposición a votar
cercana al 55 por ciento, los bajos lo hacen en un 45 por ciento, muy inferior al promedio
nacional. Y señalan asimismo que el sesgo de clase no ha aumentado ni se ha diluido tras
la introducción del voto voluntario. Si en 2009 quienes disfrutaban de mayores recursos
eran más propensos a estar inscritos que quienes los tenían bajos (controlando por edad,
hábitat y género), en las presidenciales de 2013 las probabilidades de votar eran, de la
misma forma, mayores entre los electores de clases sociales más altas (Contreras y
Morales 2015: 93-94). Este hallazgo revalida otro anterior de los mismos autores 2013):
“el sesgo de clase no es algo inusual en la política chilena. De todos modos, el sesgo de
2013 parece ser mucho más acentuado que el de 2009”. En fin, Corvalán y Cox (2013:
61), con datos individuales de 2006, 2008 y 2010, concluyen que la baja participación de
los jóvenes estaba fuertemente condicionada por la clase social: los más ricos votaban en
mayor medida que los más pobres. Además, y dado que el electorado más joven continúa
reemplazando a los de mayor edad, el sesgo de clase está afectando a todos los votantes.
Por su parte, la relación entre interés por la política y voto parecería estar más
clara. Aunque los estudios dedicados al voto en Chile no lo han considerado de forma
sistemática en sus modelos multivariables, existe evidencia suficiente como para afirmar
que es uno de los elementos más relevantes para explicar la abstención electoral (Anduiza
1999: 111-117). Así lo ha confirmado Carlyn (2006: 644), por ejemplo, con datos
individuales para las elecciones de 1999. Las anteriores Tablas 2 y 3 apuntan claramente
al desinterés por la política entre los no inscritos entre 1988 y 2010 y los no votantes entre
2012 y 2016. En un sentido similar, Andrés Santana y sus colaboradores (2018), con datos
de la encuesta postelectoral realizada por la UDD para las elecciones presidenciales y
parlamentarias de 2017, muestran cómo un 83 por ciento de los abstencionistas declara
tener muy poco o ningún interés por la política. La variable de interés por la política,
junto a la de identidad partidista, es introducida por Mackenna (2014:16) en sus modelos
explicativos del voto en las elecciones municipales de 2008 y 2012. Si antes de la reforma
de 2012 estas variables no resultaban estadísticamente significativas, ambas ganan
relevancia después de la misma. En la misma línea, Ricardo González y Mackenna (2017:
8) muestran que, “con tan solo cuatro preguntas (intención de participación, edad, interés
en elección y voto en elecciones pasadas) podemos predecir la participación electoral con
relativa precisión”.42
Finalmente, los factores que cabría incluir dentro de las causas inmediatas de la
participación han sido poco atendidos por la literatura chilena. Entre estos factores se
encuentran la satisfacción con el funcionamiento de la democracia, la valoración del
desempeño del Gobierno, la evaluación de la situación económica, la pertenencia a
asociaciones y sindicatos o la discusión con familiares y amigos sobre las elecciones.
Entre los escasos trabajos que consideran estas variables en sus modelos explicativos del
42
Morales, Cantillana y González (2010: 45-46) obtienen resultados positivos, bien que en modelos cuyas
variables dependientes están basadas en la respuesta afirmativa sobre si el entrevistado votaría con un
hipotético esquema de voto voluntario.
41
Datos y resultados
Hemos utilizado en este trabajo cuatro encuestas postelectorales chilenas. Dos de ellas
pertenecen a las elecciones presidenciales de 1999. Se trata de las realizadas por la
Universidad Católica (UC) y el CEP, ambas en 2000. La primera forma parte del
Comparative National Election Project (CNEP), integrado en el Mershon Center de la
43
En este trabajo hemos introducido también como variables independientes la información sobre política,
que Smets y van Ham (2013) también consideran como uno de los factores con mayor capacidad explicativa
de la participación electoral, así como la pertenencia a asociaciones y sindicatos, a la que ambos autores
ubican dentro del grupo de variables menos explicativas. Que sepamos, estas variables no han sido
utilizadas en los estudios chilenos sobre voto y abstención.
42
Ohio State University y coordinado por Richard Gunther y Paul A. Beck; la encuesta fue
realizada por el Instituto de Sociología de la Universidad Católica de Chile en diciembre
de 1999 y enero de 2000 mediante entrevistas personales a una muestra de 795 personas
residentes en el Gran Santiago y el Gran Valparaíso. La Encuesta del CEP constituye su
Estudio de Opinión Pública 39, realizado en marzo y abril de 2000 a una muestra de 1.503
casos; el error muestral es de +/- 3,00 por ciento, con un nivel de confianza del 95 por
ciento. 44 Las dos restantes pertenecen a las elecciones presidenciales y parlamentarias de
2017. Gracias a su mayor número de casos, nos hemos basado principalmente en la
realizada por la Universidad Diego Portales (UDP) en 2017, también integrada en el
CNEP. La encuesta fue llevada a cabo por Feedback para la Facultad de Comunicación y
Letras de la UDP en noviembre y diciembre de 2017 mediante entrevistas personales a
una muestra representativa de 1.600 chilenos residentes en las áreas urbanas del Gran
Santiago, el Gran Valparaíso y la Gran Concepción; para un nivel de confianza del 95 por
ciento, su margen de error es +/- 3,5 por ciento. La cuarta, que nos ha servido para validar
resultados de la anterior y también para completar algunos datos, fue llevada a cabo por
la UDD y ha sido ya citada con anterioridad.45
44
La primera es accesible en https://u.osu.edu/cnep/.
45
Véase supra, nota 27.
46
Debido al bajo número de casos que declaró no haber votado en las elecciones de 1999 en la encuesta
UC/CNEP 2000, hemos utilizado también los datos del CEP para validar nuestros hallazgos. Así, para 1999,
y con datos del CEP, hemos creado tres variables dependientes adicionales. La primera toma valor 1 para
los que no votaron y/o no estaban inscritos y valor 0 para los que votaron; la segunda toma valor 1 para los
que no votaron y valor 0 para los que votaron; y la tercera toma valor 1 para los no inscritos y valor 0 para
los inscritos. Gracias a ellas podremos conocer si nuestras variables independientes afectan de distinta
forma a (i) los no votantes y los no inscritos, (ii) los no votantes y (iii) los no inscritos.
43
Entre las variables de tipo político, hemos considerado para ambas elecciones el
interés por la política (originalmente de cuatro categorías, recodificadas como 1 = muy
o bastante interesado, 0 = nada o poco interesado); la ideología (1= izquierda, 10 =
derecha); la identificación partidista (1 = identificado con algún partido político, 0 = no
identificado con ninguno); la satisfacción con el funcionamiento de la democracia
(convertida en binaria mediante la recodificación de las cuatro categorías de la variable
original como 1 = muy o bastante o muy satisfecho, 0 = nada o poco satisfecho) y la
consideración de la democracia como mejor régimen (1 = acuerdo con la afirmación de
que “la democracia es el mejor régimen político posible”). Sólo para las elecciones de
2017 (dado que estas cuestiones no se preguntaron en 1999), contamos con tres variables:
la información política (1 = está informado sobre política, 0 = carece de información
sobre política); la eficacia política externa (grado de acuerdo con la afirmación de que
“los políticos no se interesan por lo que piensa la gente como yo”, cuyas cinco respuestas
han sido recodificadas distinguiendo entre aquéllos que están muy de acuerdo o de
acuerdo frente al resto, e invirtiendo la escala para que sea creciente con la eficacia); y la
eficacia política interna (grado de acuerdo con la afirmación de que “la política es
demasiado complicada”, y realizando un proceso de recodificación análogo al de la
variable precedente). Para ambas elecciones, hemos incluido las variables de la
satisfacción con el Gobierno (1 = satisfecho con el desempeño del Gobierno) y la
47
A la hora de seleccionar las variables independientes para incluir en nuestros modelos de regresión,
hemos intentado (i) que estén presentes en los cuestionarios de 1999 y 2017 y (ii) que ayuden a identificar
el perfil del no votante. Hemos tenido la fortuna de que buena parte de las variables esté recogida en ambos
cuestionarios.
44
Las Tablas 8 y 9 contienen los resultados de sendas regresiones logísticas para las
elecciones de 1999 y 2017, respectivamente. En ellas, hemos empleado pesos que tienen
en cuenta tanto la distribución del censo en términos sociodemográficos como la
asignación de los resultados electorales oficiales. Sus datos permiten conocer el efecto de
las variables independientes seleccionadas en el voto y en la abstención. Y hemos podido
además hacerlo de modo simultáneo para cada elección, puesto que la correlación entre
45
las variables no llega en ningún caso, ni en 1999 ni en 2017, a 0,5 (Santana y Rama 2017:
158).
Pasemos ahora a evaluar las hipótesis relacionadas con la edad, H3a y H3b. La
edad es en Chile, como en tantos otros países, una variable decisiva. En todos los modelos
de la Tabla 8, referida a 1999, la edad y su cuadrado son estadísticamente significativas.
El signo negativo de la edad y positivo de la edad al cuadrado indican que la abstención
cae con la edad hasta un cierto umbral en el que vuelve a repuntar. La hipótesis 3a queda,
entonces, parcialmente confirmada: si bien es cierto que los más jóvenes son los más
propensos a abstenerse, no lo es menos que los de edad más avanzada también tienen una
mayor tendencia a no votar. A su vez, la Tabla 9, referida a 2017, permite contrastar la
hipótesis 3b. En los Modelos 1 a 4, el coeficiente asociado a la edad es negativo y
estadísticamente significativo, mientras que el término cuadrático no es estadísticamente
significativo. Estos resultados corroboran la primera parte de la hipótesis 3b, a saber, que,
pese a la reforma electoral de 2012, la edad sigue teniendo un efecto negativo en la
abstención. La pérdida de significatividad de la edad en el último modelo, el quinto, en
46
el que se controla por la abstención previa (la de las elecciones 2013), es consistente con
la segunda parte de H3b, en la cual plateábamos que el efecto de la edad desaparecería al
controlar por la conducta previa de voto. En términos sustantivos, ello significa que, en
2017, el aumento en la probabilidad de abstenerse entre los más jóvenes es íntegramente
debido a su abstención en elecciones previas. Se corrobora, así, uno de los argumentos
centrales de este trabajo: el anterior esquema de voto chileno, al educar a varias
generaciones en el no voto, ha funcionado como una especie de fábrica de
abstencionistas, y que además parece perpetuarse a largo plazo.
Las Tablas 8 y 9 muestran, asimismo, dejando ahora al margen los efectos sobre
la abstención de las variables institucionales de la inscripción y del hábito de votar, el
cambio sufrido por el perfil de los abstencionistas antes y después de la reforma. En las
elecciones presidenciales de 1999, son pocas las variables que resultan estadísticamente
significativas y que, por lo tanto, nos permiten atribuir unas determinadas características
a los no votantes (constituidos entonces por los no inscritos y por los inscritos que dejaron
de votar). En las elecciones de 2017, en cambio, el perfil de los abstencionistas es más
nutrido al cobrar relevancia más factores, y además pertenecientes a distintos ámbitos:
son de naturaleza social, actitudinal y política.
48
Este hallazgo es corroborado por Bravo y Bravo (2018) utilizando datos individuales de naturaleza
administrativa.
49
Hemos combinado ambas encuestas mediante la opción merge de Stata, sobre la que puede encontrarse
más información en https://www.stata.com/manuals13/dmerge.pdf.
50
Cada columna de los gráficos señalados incluye las regresiones logísticas que muestran la relación entre
la variable dependiente y las variables independientes del modelo. Su interpretación requiere que nos
fijemos en la relación de las líneas de cada fila, correspondientes a sendas variables, con el punto 0, señalado
con una línea vertical para cada modelo. El punto que representa cada variable señala la mejor estimación
que puede hacerse del efecto de esa variable en la dependiente; la línea horizontal en la que se inserta cada
uno de los puntos expresa el intervalo de confianza. Cuando los puntos de cada variable y sus respectivas
48
contiene las explicaciones sociodemográficas (en cuanto recursos de los electores, tal
como los clasificamos en el embudo de la participación) para la abstención en Chile antes
y después de la reforma electoral. De esta forma, mientras que en 1999 los más jóvenes
y los de mayor edad son los más propensos a abstenerse, este efecto parece menos acusado
en 2017: aunque los más jóvenes siguen siendo los más propensos a la abstención, no hay
un repunte significativo entre los de mayor edad. Además, en 2017, las variables de nivel
educativo y clase social ganan relevancia. Como han sostenido, entre otros, Mackenna
(2015) y Contreras y Morales (2014 y 2015), la nueva conformación institucional del voto
ha incrementado las desigualdades sociales que propician la mayor abstención de las
clases bajas y de los sectores menos educados.51
líneas horizontales están a la derecha de la línea vertical señalada por el 0, el efecto de la variable
independiente en cuestión sobre la dependiente (es decir, sobre la abstención) es positivo; y su efecto es
negativo, por el contrario, si se sitúa a la izquierda. Si la línea horizontal que acompaña al punto corta o
cruza la línea vertical, el efecto no es estadísticamente significativo. Debe señalarse, finalmente, que,
aunque en cada gráfico aparezcan seleccionadas sólo algunas variables, todas las que conforman el modelo
están incluidas en las regresiones logísticas por las que se obtienen los gráficos de coeficientes.
51
De acuerdo con los datos individuales administrativos recogidos por Bravo y Bravo (2018), la tasa de
participación de las mujeres en 2017 alcanzaba el 51 por ciento, mientras que la de los hombres fue del 43
por ciento.
49
propensos a participar que abstenerse. Ahora bien, nuestros hallazgos irían en contra de
los sugeridos por Morales (2011: 71) y Contreras y Morales (2014: 606). Para ellos,
quienes se auto-colocaban en la derecha de la escala ideológica tienen mayores
probabilidades de votar. Nosotros, en cambio, no hemos encontrado significatividad
estadística de esta variable ni en 1999 ni en 2017.
Por su parte, el Gráfico 11 muestra los coeficientes de los factores que, dentro del
embudo de la causalidad, consideramos como causas inmediatas del voto: el apoyo a la
democracia y la satisfacción con su funcionamiento, la satisfacción con el desempeño del
Gobierno, la valoración de la situación económica, la pertenencia a asociaciones y
sindicatos y la discusión sobre política con familiares y amigos.52 De estos siete factores,
solo uno de ellos ayuda a explicar la abstención en 1999 (los menos satisfechos con la
democracia son más abstencionistas), mientras que en 2017 esta variable carece de
significación estadística, pero otras cinco adquieren relevancia.. Quienes consideran que
la democracia no es el mejor régimen político los menos satisfechos con la actuación del
Gobierno, los que hablan menos de política con la familia y con los amigos, y los que no
pertenecen a asociaciones son los más propensos a abstenerse. Estos resultados son
coherentes con los que ya habían señalado Guzmán, Troncoso y Fernández (2015) para
las elecciones municipales de 2012. Nuestros hallazgos en este bloque evidencian las
diferencias existentes con las variables de 1999: permítasenos reiterar que, si en las
elecciones de 1999 eran pocas las diferencias entre votantes y no votantes o no inscritos,
en 2017 los perfiles de los abstencionistas son mucho más nítidos.53
52
Como en los anteriores casos, los controles sociodemográficos, aunque no se muestran en el gráfico,
están incluidos en los modelos de regresión logística para ambas elecciones.
53
Mackenna (2014) también ha señalado que sus modelos estadísticos para las elecciones municipales de
2008, antes de la reforma del esquema de voto, contienen muchos menos predictores significativos,
salvando el de la edad, que los de las municipales de 2012, celebradas después de la reforma.
50
Para 2017, el Gráfico 13 incluye dos modelos; el primero (2017A) contiene todas
las variables individuales, y el segundo (2017B) añade la variable institucional de la
54
Los tres modelos, pero sobre todo el segundo y el tercero, se muestran de forma separada debido a la
elevada correlación existente entre las variables de abstención en 1993 e inscripción en 1993.
55
Así construyen Contreras y Morales (2014:605) la variable del hábitat.
51
Conclusiones
Adam Przeworski (2009: 23) ha subrayado que la clave para entender la historia electoral
de un país no radica en la decisión individual del voto, sino en la evolución de las
condiciones bajo las cuales esa decisión debe realizarse. Esta afirmación resulta
especialmente apropiada para el análisis de la participación electoral en Chile a lo largo
de las últimas tres décadas. De forma imprevista, el país ha pasado de ostentar uno de los
máximos niveles de participación en América Latina (y en buena parte de otros
continentes, incluido el europeo) en el plebiscito de 1988 a exhibir uno de los más bajos
en las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2017. El descenso –43 puntos
porcentuales sobre la Población en Edad de Votar, o PEV— ha sido también uno de los
más acusados del mundo. Esta caída ha resultado además paradójica al producirse durante
dos décadas con un esquema institucional de registro voluntario y voto obligatorio, un
factor este último decisivo en los 29 países que en un momento u otro lo han adoptado
para alcanzar niveles considerables de participación electoral.
52
como carácter de las elecciones y el hábito de (no) voto; el otro es el de Wass y Blais
(2017), que proponen una especie de embudo para ordenar causalmente los muchos
posibles factores que impactan sobre la participación electoral. Los resultados son,
creemos, novedosos con respecto a la también nutrida literatura que analiza la
participación electoral en Chile. La inclusión de las variables institucionales relativas a la
inscripción y al hábito de voto nos ha permitido comprobar el papel tan destacado que
ambas ocupan cuando interactúan con los factores habituales del abstencionismo. Y la
selección de dos momentos diferentes en la evolución electoral de Chile, los de las
consultas de 1999 y 2017, nos ha posibilitado adicionalmente la comparación de los
efectos de los distintos tipos de que alcanzan significación estadística antes y después de
la reforma institucional de 2012. Si estos factores demográficos, sociales y políticos
conforman la participación electoral en los países democráticos, el caso chileno refuerza
la peculiar importancia de los elementos institucionales, tanto antes como después de la
reforma.
56
Luna (2011: 2) ha añadido un tercer supuesto, que consistiría en la relativamente fácil movilización de
los abstencionistas procedentes de la no inscripción y de los electores de más edad recurriendo a discursos
contra los partidos y la política convencional, lo que podría reforzar las actitudes caudillistas y
antipartidistas ya existentes en la política chilena de los últimos años.
56
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65
Tabla 1. Participación electoral, votos blancos y votos nulos en Chile, 1988-2017 (en
porcentajes) a
2012 Municipales 39 39 2 3
2013 Presidenciales 49 49 4 3
2013 Parlamentarias 49 49 4 3
2016 Municipales 35 35 1 2
2017 Presidenciales 46 46 5 5
2017 Parlamentarias 46 46 5 5
a
En porcentajes redondeados; los votos en blanco y nulos están también calculados sobre la PEV. La
primera vuelta de las elecciones presidenciales y las elecciones parlamentarias fueron concurrentes en 1989
y 1993, y cada cuatro años a partir de 2005. Entre 1988 y 2009, las elecciones se llevaron a cabo con
inscripción voluntaria y voto obligatorio; en el segundo bloque, a partir de 2012, mediante inscripción
automática a cargo de la Administración electoral y con voto voluntario.
b
En negrita, las elecciones seleccionadas en este artículo.
Fuentes: Elaboración propia en base a Contreras y Navia (2013: 428) y Servicio Electoral de Chile
(SERVEL), en https://www.servel.cl.
66
Tabla 2. Razones para la no inscripción por parte de los no inscritos en Chile, 1988-
2010 (en porcentajes) a
Razones 1988 1998 2001 2004 2008g 2010g
Desinterés por 24 33 37 41 38 41
la política b
Desconfianza 27 24 13 19 18
hacia los
políticos c
Ineficacia 42 20 10 2 9 11
política d
Problemas con 18 8 20 31 25 21
la inscripción e
Significación 9 4 5 4
política de la
no-inscripción f
Otras 11 7
No respuesta 5 3 5 3 5 6
Antiguos no
inscritos Porcentaje Antiguos inscritos Porcentaje Total Porcentaje
Voto 1.321.401 20 5.377.610 80 6.699.011 100
Porcentaje 24 67 49
Abstención 4.249.353 62 2.624.724 38 6.874.077 100
Porcentaje 76 33 51
Total 5.570.754 41 8.002.334 59 13.573.088 100
Porcentaje 100 100 100
a
Los porcentajes de fila están calculados sobre el total de votantes y abstencionistas; los de columna, sobre
los antiguos no inscritos e inscritos.
Desinterés por la 40 30 51
política b
Escasa atracción por 11 11 12
los candidatos c
Ineficacia política d 22 29 19
Significación política 3 4 1
de la abstención e
Fuerza mayor f 12 22 14
No respuesta 12 4 3
Fuentes: Para las elecciones presidenciales de 2013 y las municipales de 2012, Encuestas sobre
Auditorías a la Democracia 2016 y 2012, respectivamente, realizadas por el CEP y el PNUD en
mayo-junio de 2016 y en noviembre de 2012; para las municipales de 2016, CEP, Estudio Nacional
de Opinión Pública 78, noviembre-diciembre de 2016.
69
Causas
distantes:
variables
institucionales (Sistema electoral binominal)
(Fragmentación partidista)
(Competitividad electoral)
(Elecciones concurrentes)
Inscripción en las elecciones de 1993
Participación en las elecciones de 1993
Causas
próximas:
características
de los votantes Recursos Sexo
Edad
Estudios
Estado civil
Religiosidad
Clase social
Fuente: Adaptado de Wass y Blais (2017: 463) con variables de la Encuesta UC/CNEP 2000.
70
Causas
distantes:
variables
institucionales (Nuevo sistema electoral)
(Fragmentación partidista)
(Competitividad electoral)
(Elecciones concurrentes)
Participación en las elecciones de 2013
Causas
próximas:
características
de los votantes Recursos Sexo
Edad
Estudios
Estado civil
Religiosidad
Clase social
Fuente: Adaptado de Wass y Blais (2017: 463) con variables de la Encuesta UDP/CNEP 2017.
71
a
Dt, desviación típica.
a
Entre paréntesis, errores estándar. En negrita, coeficientes significativos. Los niveles de significación
estadística son los siguientes: + p<0.1, * p<0.05, ** p<0.01, y *** p<0.001.
Fuente: UDP/CNEP 2017.
74
Recursos
Mujer ns -
Edad -- ns
Edad # Edad ++ ns
Universitario ns -†
Casado ns ns
Asistencia religiosa (frecuente) ns ns
Clase social (media/alta) ns --
Motivaciones
Interés por la política -- ns
Eficacia política externa * ns
Eficacia política interna * ns
Información sobre la política * --
Seguimiento de campaña en periódicos ns ns
Seguimiento de campaña en radios ns ns
Seguimiento de campaña en televisión ns ns
Ideología ns ns
Identificación con algún partido ns -
a
na, no apropiado; ns, no significativo; * variable no incluida en el cuestionario; +, positivo y significativo
al 95%; ++, positivo y significativo al 99%; -, negativo y significativo al 95%; --, negativo y significativo
al 99%; -†, negativo al 90%. Los factores significativos están resaltados en negrita.
Metropolitana
El Maule
O´Higgins
Biobío
Valparaíso
Los Ríos
Coquimbo
Araucanía
Los Lagos
Atacama
Aysén
Antofagasta
Tarapacá
Arica y Parinacota
Magallanes
-10 0 10 20 30 40 50 60
a
Las regiones están ordenadas de mayor a menor participación electoral en 2017.
Elecciones presidenciales
90
97 92 88
89 85 84 84
76 70 64
57
49 46
Elecciones parlamentarias
87
97 92 88
89 85 84 84
76 71
60 64
58 57
49 46
Elecciones municipales
86
97 87
89 86
82 77
73
65 64
57 53
39 35
a
En porcentajes redondeados. Los de las elecciones presidenciales son los de la primera vuelta. Las
presidenciales y parlamentarias de 1989, 1993 y a partir de 2005 fueron simultáneas.
a
El voto es obligatorio en todos los países latinoamericanos excepto en Colombia, Nicaragua, Guatemala
desde 1985 y Venezuela desde 2000, aunque con diferentes formatos, niveles de seguimiento y aplicación
de sanciones. Chile 1 recoge, entre 1989 y 2009, la participación en las elecciones parlamentarias en
porcentaje de los votantes (con voto obligatorio) sobre los inscritos (mediante inscripción voluntaria); para
las elecciones de 2013 y 2017, porcentajes sobre los inscritos en el registro electoral. Chile 2 muestra las
mismas elecciones parlamentarias, pero ahora sobre la población en edad de votar para todo el periodo;
Chile 3, las elecciones presidenciales, y Chile 4, las municipales, también ambas sobre la población en edad
de votar y para todo el periodo.
Fuente: Elaboración propia en base a los datos del International Institute for Democracy and Electoral
Assistance (IDEA), en https://www.idea.int/data-tools/data/voter-turnout.
79
18 24 30 36 42 48 54 60 66 72 78 84 90
Edad
18 23 28 33 38 43 48 53 58 63 68 73 78 83 88 93
Edad
24 29 34 39 44 49 54 59 64 69 74 79 84 89
Edad
1999 2017
Mujer
Edad
Edad # Edad
Universitario
Casado
Asistencia religiosa
Clase media/alta
−3 −2 −1 0 1 −3 −2 −1 0 1
N 1999 = 563. N 2017 = 1353.
1999 2017
Interés política
Seguimiento campaña TV
Ideología
Identifiación partido
Información política
-1 -.5 0 .5 -1 -.5 0 .5
N 1999 = 539. N 2017 = 978.
1999 2017
Satisfacción democracia
Satisfacción Gobierno
Pertenencia asociación
Pertenencia sindicato
−1 −.5 0 .5 −1 −.5 0 .5
N 1999 = 534. N 2017 = 1128.
Causas inmediatas
Democracia mejor régimen
Satisfacción democracia
Satisfacción Gobierno
Valoración economía Chile
Hablar política familia
Hablar política amigos
Pertenencia asociación
Pertenencia sindicato
Causas distantes
Abstención en 1993
Inscripción en 1993
−4 −2 0 2 −4 −2 0 2 −4 −2 0 2
N 1999 A = 513. N 1999 B = 513. N 1999 C = 491.
a
Los coeficientes de 1999A recogen todas las variables individuales (Modelo 4 de la Tabla 7); los de
1999B (Modelo 5) incluyen adicionalmente la abstención en las elecciones de 1993 y los de 1999C
consideran el hecho de estar inscritos en 1993 (Modelo 6).
2017A 2017B
Causas próximas: recursos
Mujer
Edad
Edad # Edad
Universitario
Casado
Asistencia religiosa
Clase media/alta
Causas inmediatas
Democracia mejor régimen
Satisfacción democracia
Satisfacción Gobierno
Valoración economía Chile
Hablar política familia
Hablar política amigos
Pertenencia asociación
Pertenencia sindicato
Causas distantes
Abstención en 2013
-.5 0 .5 1 -.5 0 .5 1
N 2017 A = 873. N 2017 B = 873.
a
Los coeficientes correspondientes a 2017A recogen todas las variables individuales (Modelo 4 de la
Tabla 8); los de 2017B (Modelo 5) incluyen adicionalmente la abstención en las elecciones de 2013.