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CÓMO EDUCAR PARA LA INTERIORIDAD

Y LA TRASCENDENCIA

1. Entrar en nosotros: situarnos ante el misterio

2. Dejarse interpelar: escuchar

3. Hacerse como niños

4. Necesidad de silencio

5. La solidaridad

6. Los pobres

7. La personalización

8. Dedicación de tiempo

9. Somos, siempre, seres trascendentes

10. Oración y compromiso

11. Vivir en positividad

12. Historia de una persona que bajó al sótano


CÓMO EDUCAR PARA LA INTERIORIDAD
Y LA TRASCENDENCIA
1. Estas páginas nacen después de reflexionar varias veces pensando en personas
concretas de algunos grupos a quienes quisiera educar en la interioridad. Me
preguntaba qué les diría, qué les pediría, por dónde trataría de iluminarlos para que
caminaran hacia ese objetivo. El resultado ha sido este texto catequético que, a
modo de pinceladas, quiere resaltar las líneas y rasgos fundamentales de una
educación para la interioridad y la trascendencia.

2. La pregunta del enunciado tiene diversas implicaciones. Ante todo, está lo de


"educar". Es una actividad práctica y diferencial: jóvenes, niños, adultos, creyentes,
no creyentes, etc. Es difícil decir algo que valga para todos.
Después está el contenido. ¿Por qué se pregunta por la interioridad y la
trascendencia? ¿Se busca una vía para hablar de Dios sin nombrarle, en este tiempo
de secularización? ¿Es estrategia pastoral o es miedo al anuncio expreso y claro?
Quizá sea que la interioridad, como otros campos, se está secularizando y no es
privativa de creyentes. Pero lo que sí es cierto que preguntar por la interioridad y la
trascendencia es aceptar que somos seres llamados a ser más de lo que somos o
expresamos, seres que podemos superarnos, seres en búsqueda constante de
identidad, abiertos a un anhelo y plenitud que no queda colmada con nuestras
realizaciones y vivencias cotidianas.

3. A mi juicio, lo primero es descubrir, empezar a ser conscientes de lo que somos, de


nuestra propia realidad escondida: lo inmensa que es, la riqueza que encierra, etc. Al
mismo tiempo tendríamos que atisbar que nosotros mismos y toda persona somos un
misterio, algo que cuanto más se nos revela y conocemos, más nos pone de
manifiesto su hondura e inabarcabilidad. Por eso, las preguntas surgen por doquier,
y dejarse interpelar y escuchar es imprescindible para avanzar. En esta perspectiva
están redactados los dos primeros números.

4. A partir de ahí, veo tres puntos en los que conviene insistir para que la interioridad
no se quede en conocimiento intelectual: la limpieza de corazón y el
desprendimiento; la necesidad de silencio y sus dificultades prácticas; la
solidaridad como componente necesario de una interioridad auténtica. Este último
punto se concreta luego en los pobres, como primera dirección de cualquier
solidaridad. Son los números 3 al 6.

5. Parece necesario y conveniente hacer una crítica de las prácticas y celebraciones,


incluso "oficiales", que no favorecen la interioridad, junto con una invitación a la
personalización. Por ahí va el número 7. A la vez llama la atención sobre el
reduccionismo a que está expuesto a menudo el seguimiento de Jesús, con olvido de
aspectos tan fundamentales como la interioridad.

6. Aparte la referencia a la falta de tiempo (número 8), me parece obligada una alusión
directa a las trascendencia, que aparece en el enunciado (número 9). He querido
evitar que quedara como una realidad neutral, una especie de superación de lo
humano, que ya estaría conseguido en la persona desarrollada. Después del pecado

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del mundo, que nos envuelve a todos, ya no hay nada neutral; también la
trascendencia es partidista, como ocurrió en Jesús.
A esto había que añadir, frente al individualismo occidental que se inquieta con la
propia supervivencia y la de los suyos, que la trascendencia es, ante todo, universal,
trascendencia del mundo; y que, dentro del Todo, trascienden (con la Humanidad
Nueva encabezada por Jesús) los que han empujado la resurrección universal.
Después vendrán los otros. Un sentido solidario y partidista de la interioridad y la
trascendencia me parece necesario en este tiempo de falso irenismo.

7. El número 10 subraya los dos grandes afluentes que fluyen al río de la auténtica
interioridad cristiana: oración y compromiso. Sin ellos, la interioridad cristiana es
tierra yerma en la que es imposible que florezca la buena noticia.

8. El número 11 hace referencia a esa actitud tan básica y fundamental, que si falla, la
buena noticia no puede ser acogida como tal. Vivir en positividad, aprender a vivir
en positividad es imprescindible para avanzar por el camino de la interioridad y de
la trascendencia.

9. Terminamos esta reflexión catequética con la "Historia de una persona que bajó al
sótano", que nos habla precisamente de la interioridad que todos tenemos, y que es
necesario hacerla consciente para conocerla, gustarla y vivificarla.

10. Quedan varias cuestiones de importancia pedagógica que convendría añadir. Una de
ellas es el examen de conciencia, que se decía antes, y que ahora recibe el nombre
de "repaso o revisión del día". Su práctica diaria es un medio fuerte de crecimiento
de la interioridad. Está también el acompañamiento o la dirección espiritual, cuya
función (aunque a veces se haya tergiversado, es la de hacernos más libres, más
responsables, más adultos en nuestro caminar. Otro tema es la alegría silenciosa de
la interioridad, y su eficacia para el crecimiento personal y el compromiso... Pero
dejemos estas cuestiones para posteriores reflexiones y catequesis.

1. Entrar en nosotros: situarnos ante el misterio

Dentro de cada uno de nosotros hay un espacio inexplorado


que nadie puede abarcar.
Se llama interioridad.
Es una extensión ilimitada, un hueco inmenso;
nunca llegamos a tocar sus límites ni alcanzamos a medirlo.

No es el mundo de la psicología,
sino que está en una dimensión más profunda
que nos desborda a nosotros mismos.

Si me hago la pregunta: ¿Quién soy yo?,


es como si me asomara a mi interior y gritara:
¿Qué pasa por ahí?, ¿quién anda ahí dentro?,
y responde el Misterio con su silencio sonoro.

Cuando no hemos transitado por ese interior,

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nos parece pequeño y estrecho,
como un pasillo corto de una cueva arqueada.
Entonces no hay casi nada dentro,
y sólo queda lo de fuera.
El hombre exterior es un hombre pobre y un pobre hombre.

Pero, si empezamos a andar,


el pequeño pasillo se alarga, se ensancha
y no se termina nunca.

Estamos llamados a ser personas de mucha interioridad,


para hacernos hombres y mujeres profundos,
capaces de una existencia potente y solidaria.

2. Dejarse interpelar: escuchar

Nuestro mundo interior


es el ámbito de los interrogantes y las interpelaciones.
Son preguntas tan simples que no tienen contestación.
¿Quién soy yo? Y más profundamente: ¿Qué soy yo?
Y no sabemos responder.

Del interior desconocido brotan nuevas preguntas,


antes de que hayamos contestado a las primeras:
¿Dónde estoy yo?, ¿de dónde vengo?
El interrogatorio continúa sin cesar, implacablemente:
¿Por qué estoy aquí?, ¿para qué?
¿Por qué yo soy yo y no otro?

No sé nada de todo esto, y estoy como a oscuras.


Pero ese interior incansable sigue haciendo preguntas,
como los niños pequeños a sus padres
¿Qué es el sol? ¿A dónde vamos?

Mucha gente no se para a escuchar estas preguntas.


Pasan de largo rápidamente,
como cuando alguien les pregunta por la parada de autobús
y responden apresuradamente mientras siguen andando.
La gente no quiere oír estos interrogantes;
los llama cuestiones abstractas.
Sólo los niños, en su simplicidad,
hacen preguntas que pueden parecerse a éstas.

Venimos a la comunidad,
a dejar que broten sin estorbos los interrogantes
y nos rasquen por dentro como incansables roedores.
Si el grupo los tapa con el gusto de estar juntos,
¿qué clase de comunidad es ésa?

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3. Hacerse como niños

Los niños hacen muchas preguntas,


porque empiezan a abrirse a la interioridad
además del mundo exterior.
Son interrogantes difíciles y comprometidos,
pues en el fondo preguntan por el ser y el sentido.

Los interrogantes se multiplican en la alta adolescencia.


Mientras sigamos empujando las paredes del pasillo interior,
éstas ceden y abren nuevos espacios
que suscitan más interrogantes.

Después, la vida nos constriñe a hacernos más "realistas".


Si no nos posicionamos contra la corriente dominante,
las inquietudes se vuelven pragmáticas, quizá materialistas.
Porque hay que vivir, hacer una familia, ser alguien,
amontonar dinero, prestigio, nivel de vida...

La sed de bienes materiales y triunfos sociales


agarra del cuello a los interrogantes y asfixia la interioridad,
lo mismo que el altar sagrado del placer
y la agitación de la vida trepidante.
Es la tierra llena de abrojos,
que no dejan crecer la semilla de lo profundo
y, si crece, la sofocan.

Mantener la infancia significa conservar o recuperar


la capacidad de admiración e interrogación,
propia del espíritu puro, simple y directo.
Si no os hacéis como niños, no entraréis en ese Reino.
Pero nunca seremos niños sin renuncias, soledad y silencio.

4. Necesidad de silencio

La interioridad vive de la soledad y crece con ella.


Si somos incapaces de soledad,
nos quedaremos con una interioridad estrecha y pobre.

Nuestra civilización de urbes superpobladas


condena a muchas personas a soledades forzosas,
que se compensan con radios, televisores y perros.
No es ésa la soledad que engendra interioridad,
sino la soledad amada, buscada y alimentada,
que deja brotar el surtidor de las preguntas y meditaciones.

Soledad y silencio se necesitan mutuamente.


Silencio exterior y silencio interior.

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Los dos son uno: lo otro no es silencio.

Todos los días nos hace falta un buen rato de inactividad


para adentrarnos descalzos en nuestro mundo interior.
Los agnósticos lo necesitan tanto como los creyentes.
Las casas modernas, tan pequeñas como ruidosas,
con habitaciones compartidas y televisores exultantes,
ofrecen pocas posibilidades para el silencio.
Ese espacio vital sólo se conquista a base de disciplina,
incluso con el sacrificio de levantarse un poco antes.

De vez en cuando, tendremos que ir a la soledad varios días


por propia iniciativa, al margen del grupo.
Si sólo hacemos las convivencias comunes,
tendremos una interioridad estrecha, movida desde fuera.
Los grupos demasiado "comunitarios"
no educan en la profundidad ni en la libertad.
La comunidad debe formarnos en el silencio y la interioridad,
tanto como en el encuentro, el compromiso y las celebraciones.

5. La solidaridad

El mundo interior necesita de la solidaridad


tanto como de la soledad.
La interioridad es tan solidaria como solitaria.

Formamos un inmenso cuerpo con toda la Humanidad,


tanto la presente como la pasada y la futura.
Y no puede una célula decir a otra: "Paso de ti",
sin corromperse en su propia interioridad.
Ni puede desentenderse de las células enfermas
sin destruir su propia esencia.
Somos solidarios por naturaleza, antes que por deber.

La interioridad no es fruto de la huida del mundo,


sino el arte de entrar hasta su hondón,
más adentro que la cáscara de las modas y las corrientes.
Allá dentro encontramos personas humanas,
seres que son no cosas que se tengan y se manejen,
sino parte de mí mismo, sin los cuales yo ni siquiera sería.
La solidaridad es inherente a la interioridad.

Hay gente honrada, y hasta religiosa,


que vive para ganar el cielo como otros la tierra,
y cultiva la perfección helada del cumplimiento del deber,
un deber a menudo insolidario, impuesto por el sistema.
Es el cáncer de la interioridad y de la ética misma.

El que no ama no conoce el mundo interior.

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El que no ama con obras lleva la mentira dentro.
Y si sólo amamos a los nuestros, ¿acaso amamos?

Amemos con obras, ampliando nuestra familia al universo.


Y llevaremos pintados en las paredes del corazón
los rostros de amor y dolor que forman nuestro propio yo.
Y nuestro cuarto oscuro se iluminará y se ensanchará.

6. Los pobres

¿Puede haber vida interior al margen de los pobres?


Puede haberla, pero será una interioridad falseada,
por estar levantada sobre la insolidaridad y la mentira.

El rostro de los pobres es el rostro invertido del Hombre


y el negativo de Dios.
La solidaridad empieza por ellos,
y la verdadera interioridad no se da sin ellos.

El "test" de los Derechos Humanos de un país o del mundo


es la vida y los derechos de los pobres.
El compromiso con ellos es la primera ética,
el primer progresismo y la primera interioridad.

El cultivo de la interioridad al margen de los pobres


es un producto burgués, un cubo de basura elegante
que no tiene dentro más que desperdicios.

Ésa es la interioridad del rico Epulón,


que, después de cebarse bien, busca profetas.
No se le enviará ningún nuevo Moisés o Abraham.
Le basta con los lázaros que tiene delante.
Si no escucha a éstos,
tampoco a los profetas, aunque vengan de ultratumba.

Los pobres no sustituyen el esfuerzo del silencio,


necesario para una interioridad potente y expansiva;
pero tampoco son sustituibles por ese esfuerzo.
La verdadera interioridad es la interioridad solidaria,
que va unida al compromiso con la justicia y los pobres.
En la "sentada" diaria de silencio y meditación,
llenemos la estancia interior con el NOSOTROS solidario,
que se trasciende y abraza lo de Abajo y lo de Arriba.

7. La personalización

La religión puede ser vehículo de la interioridad,


pero no siempre ocurre esto.

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Hay muchas celebraciones, llenas de palabras y ritos,
donde no queda espacio alguno para el silencio.
Los participantes no saben entrar al mundo interior
y, cuando no oyen palabras o no ven hacer algo,
se ponen inquietos y empiezan a moverse, a mirar...
Unos segundos de silencio se hacen largos,
unos minutos serían insoportables.

¿Quién ha deseducado a la gente religiosa?


con tanta palabra seguida y no asimilada?
¿Quién ha desencantado el rito?
Es triste que ciertos actos religiosos
se llenen de palabras sin silencios
y fomenten las respuestas más que las preguntas.
Una religiosidad que se nutra solamente de tales actos
corre el riesgo de quedar vacía y perder interés.

Jesús se retiraba frecuentemente a la soledad.


De madrugada o al atardecer, huía al descampado
y estaba allí a solas, a veces toda la noche.
Se escapaba aunque el trabajo fuera intenso.
Los discípulos lo encontraban sumido en el abismo
y te tenían que gritar: "¡Todo el mundo te busca!"
Su interioridad de gigante era un depósito inmenso,
siempre capaz de más.
Él nos recomendó cerrar la puerta y orar en secreto.

Necesitamos seguir a Jesús en su interioridad


tanto como en su compromiso.
Necesitamos acompañarle al descampado muy a menudo.
Así sabremos entrar dentro de nosotros mismos
y, aún en compañía, escuchar y cantar con eco interior,
como el de la piedra que cae al pozo profundo.

8. Dedicación de tiempo

En nuestro mundo, estar ocupado es una obligación.


Hay que hacer algo: trabajo, deportes, visitas, viajes...
Tener la agenda repleta sin un minuto libre es un honor.

Hace años se decía esto del compromiso social.


Persona comprometida era la que no tenía tiempo para nada.
Pero compromiso no es hacer muchas cosas, sino mucho bien,
lo cual requiere reflexión, programación, interioridad.

El exceso de trabajo atenta contra la interioridad.


No es una virtud, sino una enfermedad.
Denota dificultad para el encuentro con otros y consigo.

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Podemos mantener la interioridad con una actividad fuerte,
con tal de controlar esta última con disciplina constante.
La interioridad no ocupa espacio, pero exige tiempo.

También la agitación y las prisas impiden la interioridad.


La calma de la vida, aunque se trabaje intensamente,
es necesaria para la vida interior.
Ayuda mucho el reposo de la mente en los cambios.
El zen recomienda llevar su espíritu a toda la vida,
hacer una sola cosa cada vez (age quod agis, decían antes)
y ocupar con ella toda la mente.
En los tiempos muertos (esperas, autobuses, etc.)
es aconsejable hacer respiraciones,
así como en breves interrupciones durante el trabajo.

Tenemos mucho que aprender de los orientales


para pacificar el espíritu, vivir con activa lentitud,
desarrollar la interioridad y el sentido trascendente.
El que quiere saca tiempo: es cuestión de valoraciones.

9. Somos, siempre, seres trascendentes

El hombre es más que el hombre: es un ser trascendente.


Pero trasciende desde su interioridad,
porque salimos desde dentro, no desde fuera.
Para trascender mucho hace falta interiorizar mucho.

La trascendencia humana es, más que la caridad,


el compromiso por la Tierra Prometida.
Y pasa por los pobres, que son la parte débil
y el pecado del mundo, del que somos culpables todos.
Trascendencia es la salida del reino del pecado
por el éxodo desde sí mismo hacia los pobres.

Jesús no necesitaba salir del pecado, porque no lo tenía.


Pero, como se hizo pecado por y con nosotros,
salió también de ese reino del mal hacia los pobres,
llevándose consigo a la cautividad liberada, a nosotros.

Salió con un compromiso tan radical


que le supuso, no sólo perder su condición divina,
sino también su dignidad humana;
no sólo ser uno de tantos, sino menos que ninguno,
infrahombre, que no tenía ni aspecto humano.

Ésa fue su trascendencia al revés,


fusión con la Humanidad entera desde los pobres.
Su interioridad solidaria
fue también la máxima exterioridad trascendente.

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Por eso fue encumbrado hasta lo más alto,
como cabeza del cuerpo total de la Humanidad Nueva.
Con él están exaltados en la cruz los pobres
y cuantos se suman a su causa.
Ahí nos toca estar a nosotros.

10. Oración y compromiso

Hagamos una fiesta, hagamos una vida nueva.


Impliquemos la oración con el compromiso, y viceversa.
Alimentemos la oración y el compromiso mutuamente,
para ser como Jesús y gestar con él la Tierra Nueva.
Así tendremos una interioridad potente y expansiva.

Dicen que los místicos ven cuando se quedan ciegos


y que en esa oscuridad luminosa se desposan con el Amado.
Hoy no nos bastan las lumbres y desposorios particulares,
pues buscamos el desposorio universal en la Luz solidaria.

El místico comprometido, quizá hasta el despojo social:


ése es el mensajero del futuro,
pletórico de interioridad y combatividad.
Cualquiera de nosotros que quiera emprender el éxodo
desde las seguridades comunitarias y religiosas al mundo,
puede ser esa esperanza para los pobres.

Las sectas les dan la interioridad que otros no les daban,


avalorios que compensan una carencia clamorosa,
a la vez que los drogan contra la rebeldía y la lucha.

Unamos los dos afluentes


en el gran río único que conduce a la Tierra Nueva.
Nuestra interioridad quedará reeducada por el compromiso,
y el compromiso redimensionado por la interioridad.
Hagamos algo nuevo.
Hagamos una fiesta para los pobres y la esperanza.

11. Vivir en positividad

Descubrir a Dios en la praxis del amor y en el gozo de la vida


sólo es posible si vivimos con talante positivo.
Saber apreciar lo que somos, lo que se nos da y ofrecemos,
es algo imprescindible.
A pesar de nuestra precariedad, debilidades y fallos,
y a pesar de la ambigüedad del mundo y la historia,
son muchas las realidades positivas;
tantas como para decir que la Buena Noticia
sigue teniendo sentido hoy y no es una palabra hueca.

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Dios no nos invita al sufrimiento,
ni a la desazón, ni al agobio, ni al temor, ni a la renuncia.
Sigue invitándonos a la vida y al gozo.
Hasta el punto que su mandato de amar al prójimo tiene por regla,
unas veces el "amor a nosotros mismos"
y otras "el amor con el que Él nos ama".

Los cristianos, sin embargo, no siempre hemos sabido reflejar


la alegría de vivir, la alegría de Dios.
Desde el escrúpulo hasta la angustia,
desde la estrechez de espíritu hasta la enemistad para con el cuerpo,
desde el ascetismo mal integrado hasta un legalismo sin calor,
desde la vivencia de la fe como peso hasta el temor al gozo
y a que la dicha nos sorprenda...
damos demasiadas veces la impresión de ser personas
más encadenadas que liberadas por Dios.
Hemos convertido al cristianismo, frecuentemente, en enemigo de la vida.

Descubrir a Dios en lo positivo de la vida


y hacer de ésta algo positivo constituye una urgencia cristiana.
En la alegría bien vivida,
en la punta siempre abierta a nuestras plenitudes,
en los destellos de nuestras pequeñas positividades
se anuncia y se percibe lo que Él es
y lo que nosotros estamos destinados a ser.
Porque si la gloria de Dios es que el hombre viva,
la vida del hombre es la visión de Dios

12. Historia de una persona que bajó al sótano

Me da miedo el sótano, decía el hombre.


Me da miedo ese subterráneo
tan oscuro,
tan profundo,
donde no voy a tener luz
ni suelo en que posarme...

Y le invadió un susto ciego


ante aquella negrura sin fondo,
cuando descendió en vertical por la empinada escalera,
sin saber si haría pie.

¿Quién anda por ahí?,


gritó con la voz afónica del que teme hallar respuesta.
Sólo se oyó el silencio,
y el silencio no disminuyó su espanto.

Palpando palmo a palmo con las manos,

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sus ojos vencieron la oscuridad presente
y, volviéndose hacia atrás,
empezaron a tocar pilas de vivencias,
de recuerdos, de experiencias,
amontonados sobre el suelo del piso inferior.
¡Pedazos olvidados de su yo,
apiñados sin orden, pero vivos!

Saboreó el gozo
de encontrarse con lo más oculto de su personalidad,
y decidió subir al piso de arriba todo lo bueno,
para revivirlo
y gozarlo otra vez,
y volver a ser, consciente,
todo lo que había sido,
todo lo que actualmente era sin saberlo.

Mientras manoseaba los montones apilados en la noche,


sintió una especie de calambre,
algo parecido a una sacudida eléctrica,
-temblor, gozo, desconcierto a la vez-
al tocar una vivencia extraña
que no podía identificar,
un recuerdo borroso,
unas huellas apenas perceptibles
de las que no hallaba la más mínima pista.

Mirando, mirando,
con los ojos saltados, por entre la oscuridad,
palpando una y otra vez,
reconoció,
desconcertado,
el rastro de aquel Ser Misterioso en el que él no creía.
Y descubrió que no era un desconocido para él,
porque había estado anteriormente en su casa.
¡Lo conocía sin saberlo!

Al reconocerlo,
quedó tan paralizado por la emoción,
que sólo pudo exclamar:
¡O sea que no eras un extraño para mí!

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