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EL CERRO QUE LLORA PLATA #LEYENDA DE PERÚ

Gualpa era hijo del gran "curaca" Alcaxuca, el noble terrateniente de Yanqui, al que toda la nación
Chumbibilca estimaba por su bondad y rectitud.  Llegó el día en que la tierra de Cuzco se sintió
azotada por la guerra.  Los "viracochas", los blancos llegados del otro lado del océano, penetraron
en la tierra sagrada de los Incas, y todo se abatió a su paso.  El gran Alcaxuca combatió contra el
invasor y fue vencido.  Su cuerpo vigoroso fue atado a dos caballos, que partieron al galope,
destrozaron sus miembros y los perros devoraron los infelices restos.

A partir de este momento, Gualpa y su buena madre no conocieron sino los sinsabores y
amarguras de una vida de peregrinación.  Harto de sufrir, Gualpa abandonó un día el rancho y dejó
en él a su triste madre.  Caminó hacia el destierro.

Poco a poco se hundió en una existencia inerte y vacía.  Durante algún tiempo se dedicó al duro
trabajo de las minas de plata, en el Porco, soportando el desconsiderado trato de un tiranuelo
blanco.  Sonó con hacer fortuna, pero su dueño decidió enviarle a la Pampa, donde hubo de
guardar los rebaños de llamas.  La monotonía de la llanura concluyó por aniquilar en Gualpa todo
impulso vital.

El frío helado de la Pampa le hería como cruel azote.  Desde la llanura en que pastaban
tranquilamente los animales, hasta el aprisco, que estaba en Huiñai-Rumi, se extendía un inmenso
campo, que recorría, al anochecer, al frente del rebaño.  Se dejaba caer, triste y cansado, junto a
los perros, y se dormía.

Un día, en el cerro Sojta-Orco, encontró una llama.  Era muy joven y de hermosísimo aspecto,
blanca y ligera.  El animal miró a Gualpa y sin duda le inspiró confianza, pues se acercó a él y se
dejó llevar al aprisco.  Desde aquel día, la vida de Gualpa tuvo sentido; un afecto silencioso y cálido
alentaba junto a él.  Dió nombre a la llamita; Cusi-Sonkoy (Alegría de mi corazón).  Tranquila
transcurrió su vida, sin altibajos de dolor ni goce.

Era ya casi de noche, Gualpa, sentado a orillas de la ciénaga del Potoj-Orco, recubiertas de verdes
queñuas, y el viento helado de la Pampa entumecía sus miembros.  Se puso a cantar un
melancólico "yaravi", que en el Cuzco aprendió de labios de su madre.  Repentínamente se acordó
de Cusi-Sonkoy; volvió la vista y no estaba, Se levantó Gualpa y buscó a su dulce amiga, pero no la
encontró.  La llamó, desolado, con angustiado acento.  No le contestó otro rumor que el  del
viento frío de la noche pampera.  Abandonó el rebaño y corrió hacia el cerro.  Con él, avanzaba la
noche, que envolvía en negra oscuridad la llanura.  Tropezó Gualpa y al mismo tiempo oyó un
gemido.  Rodó por tierra, y sus manos se hundieron en el cuerpo suave y querido de Cusi-Sonkoy. 
Los ojos dulces de la llama le miraron con acritud.  Gualpa besó entre lágrimas la cabeza de su bien
recobrado.  Consoló y abrigó a su amiga, encendió alegre fuego y espero la llegada del alba.  A la
luz de las llamas vio unas manchas de sangre que salpicaban la blanca piel de Cusi-Sonkoy.

 Llegó la mañana; junto al fuego, ya consumido, y sobre el suelo del cerco, brillaban húmedas
lágrimas de refulgente plata, el cerro lloraba la tristeza y soledad de Gualpa, el hijo de Alcaxuca. 
Gualpa bautizó al cerro llamándole Kolqueguacaj (el que llora plata), y con este nombre
conocieron durante largo tiempo, los "viracochas" el riquísimo cerro del Potosí.

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