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¿Eran los dinosaurios como nos lo imaginamos?

Representación libre de un elefante, una cebra y un rinoceronte a partir de sus esqueletos  Cortesía
de C.M. Kosemen

Para Kosemen, las ilustraciones de los dinosaurios deberían tomar más rasgos de los animales que
viven hoy en día. Estos están llenos de estructuras blandas que no quedan en los fósiles y que se
manifiestan en forma de aletas, papadas o sacos de piel. “Puede que incluso haya formas que
nadie ha imaginado”, asegura. “Pudo haber dinosaurios herbívoros, por ejemplo, que
tuvieran armaduras como las del pangolín o el armadillo que no fueran conservadas en fósil.
Podría también haber dinosaurios con espinas como las de puercoespín”.
Reconstrucción libre y "dinosaurica" de un babuino a partir de sus huesos  Cortesía de C.M.
Kosemen

Para el divulgador y doctor en Paleontología Francisco Gascó, conocido en redes


como @Pakozoiko, el análisis de Kosemen tienen muy poco rigor e ignora principios básicos de la
reconstrucción de dinosaurios. “Su visión incide en la parte de interpretación libre que conlleva la
reconstrucción de fósiles”, asegura, “Pero lo cierto es que ignora la base a la hora de empezar una
reconstrucción”. Antes de empezar a trazar líneas de contornos de piel a partir de un esqueleto los
restos deben estar estudiados y clasificados, recuerda, con lo que se crea un marco de actuación.
“Si se clasifica como un mamífero”, explica, “ya estaríamos desechando escamas, plumas y
estructuras más típicas de otros vertebrados, por ejemplo”. Y lo mismo sucede con la musculatura.
“La comparación de la musculatura se hace siempre dentro de un "marco filogenético" muy
cerrado. Por ejemplo, para dinosaurios se usan únicamente aves y cocodrilos como comparación”.

"Es verdad que hay sesgos en las reconstrucciones”, admite Peñas Artero, “pero hasta un límite”

José Antonio Peñas Artero (@japa6691) es uno de los mejores ilustradores españoles en el campo
de la paleontología. En su opinión, Kosemen se ha limitado a plantear una caricatura burda del
proceso de paleoreconstrucción, ignorando completamente la base en la que se apoya dicho
proceso, que es la anatomía comparada. “Es verdad que hay sesgos en las reconstrucciones”,
admite, “pero hasta un límite”. Lo que plantea este ilustrador no se parece en nada a lo que hacen
los profesionales en este terreno. “No es cierto, no reconstruimos los seres poniendo una capa de
piel en los huesos. La anatomía comparada es fundamental en estos casos”, reclama. “Si alguien
reconstruye un cachalote o una orca”, explica, “nunca le pondría una cola de reptil o pez.
Cualquier anatomista identificaría los cráneos de esos animales como de mamíferos, y aunque
nunca encontráramos sus colas, sabría que en el movimiento natatorio los mamíferos ondula en el
plano vertical, porque nuestra espina dorsal se mueve así”.

Un estudiante de arqueología representa erróneamente un cachalote y una orca a partir de su


esqueleto  @AtiliusAugustus

Sin embargo, sí hay parte de la crítica que tiene razón, como la que se refiere e a elementos que
no podemos conocer por el registro fósil. “Que incluya la representación del elefante es gracioso
porque, de no existir elefantes vivos, no podríamos haber interpretado el enorme hueco nasal de
los cráneos de mamuts y mastodontes como el lugar donde va de la trompa”, asegura. “Pero como
teníamos los elefantes como referencia, nadie reconstruiría un mamut con un aspecto parecido a
lo que él [Kosemen] dibuja”. Si recogiéramos restos de delfines actuales, sin ir más lejos, tampoco
sabríamos que tienen una aleta. Y eso pasó exactamente con los primeros restos de ictiosaurios,
aunque sabiendo que eran reptiles y cómo se movían se predijo que podrían tener una proyección
en forma de aleta caudal. “Y cuando se descubrieron los fósiles alemanes, que habían dejado una
marca del perfil de las aletas, se comprobó que su predicción era correcta”, recuerda Peñas.

Los iguanodontes mueren de pie

El debate sobre la interpretación de los fósiles es tan viejo como la propia paleontología. Comienza
a mediados del siglo XIX cuando Gideon Mantell descubre un enorme diente en un bosque inglés y
por su semejanza con el diente de una iguana bautiza a la especie propietaria como iguanodonte.
“Mantell extrapoló los datos y pensó que los resto pertenecían a una iguana gigante de 12
metros”, explica Peñas. “Más adelante Owen pensó que se trataba de una criatura mamiferiana,
algo así como un rinoceronte con cola”.

A lo largo de los siglos, el paradigma iría cambiando y con él la forma de representar el animal. En
1877 se descubrieron los fósiles de 31 iguanodontes perfectamente conservados en una mina de
carbón de la localidad belga de Benissart y se comprendió que la propuesta de Owen no tenía
sentido. “Hay una famosa fotografía del paleontólogo que montó sus esqueletos, Louis Dollo, en la
que se ve que estaba buscando algo con los que compararlo, porque en la imagen tiene un
esqueleto de ibis [el ave africana] y otro de canguro”, explica Peñas. “Como el paradigma del
mamífero seguía estando activo, Dollo siguió reconstruyendo el iguanodon como un canguro,
cuando tenía todos los elementos para haberlo interpretado correctamente. Por eso los
dinosaurios se representaron casi caminando, como humanos, durante décadas”.

La tendencia a representar a los terópodos en vertical, tipo Godzilla, se ha mantenido casi hasta
nuestros días. Hace unos años, un equipo de la Universidad de Cornell hizo una prueba con 111
estudiantes de universidad y 143 de bachillerato a los que pidieron que dibujaran un Tiranosaurus
rex tal y como ellos lo imaginaban. La inmensa mayoría seguía dibujando el tiranosaurio en la
postura erguida - y errónea - que habían descrito los primeros paleontólogos. “Sigue habiendo
muchos sesgos”, admite el ilustrador, “como representar a los pterosaurios como una especie de
dragones, cuando desde el principio estaban cubiertos de pelo”. Otro error repetido, se queja, es
el de dibujar a los dinosaurios con cara de psicópatas, con expresión de querer devorar al
espectador en cualquier momento. “Un tópico que se ha transmitido mucho es el de la pose de los
brazos”, prosigue. “Lo que yo llamo la pose del pianista malvado o del vampiro, con la que se
representa por ejemplo al velocirraptor. Hoy sabemos, por la anatomía, que es totalmente
antinatural, tendrían que rotar el brazo 180 grados: más bien tenían las palmas hacia dentro, como
las alas de un ave”.

En 1802 Anderson representó el mastodonte con los colmillos encajados en los orbitales

En ocasiones los errores históricos fueron de bulto, como en el caso de los mastodontes. En 1802,
el artista Alexander Anderson reprodujo el esqueleto montado de uno de estos grandes animales,
parecidos a los mamuts, y le colocó sus colmillos encajados en los orbitales. Un año
después, Rembrandt Peale pensó que estos animales eran carnívoros y que necesitaban los
colmillos para desgarrar la carne, de modo que los colocó mirando hacia abajo. “Hoy ya no
hacemos estas cosas”, explica Peñas. “Conocemos las relaciones filogenética y las reglas
biológicas que impiden extrapolar simplemente en tamaño. Sabemos, por ejemplo, que cuanto
más grande es una animal mayores tienen que ser sus reservas; no puedes coger un elefante y
representarlo como un ratón gigante. Tampoco reconstruirían un rinoceronte como lo hace el
autor de la polémica, que lo representa con una espina dorsal en forma de vela. “Nosotros
conocemos a los rinocerontes y animales parecidos y sabemos que eso no se corresponde con una
vela”, sentencia. “Es cierto que existen los sesgos y que se trasmiten, pero las recreaciones que ha
hecho él no se basan en eso, sino en inventarse el animal”.
Errores de interpretación del mastodonte, con los colmillos en los ojos o hacia abajo  Universidad
de Bristol

Cómo reconstruir un dinosaurio

Cuando un ilustrador recibe el encargo para reconstruir un animal tiene muchos datos encima de
la mesa para no tener que inventarse cosas. Una parte queda para la creatividad, pero las normas
biológicas y anatómicas están ahí y se han ido perfeccionando durante mucho tiempo. “Hay
normas que te permiten extrapolar esos datos”, explica el ilustrador y pone el ejemplo concreto
de la reconstrucción que hizo él mismo de Pelecanimimus, un dinosaurio que se encontró en
Cuenca.

“Encontraron la columna vertebral, los brazos, el cuello y la cabeza; nos faltaban las patas”,
recuerda. “La estructura de la muñeca permitió identificarlo como un ornitomímido, luego ya
sabes que las patas van a ser de un animal corredor no muy grande. También sabes que no puede
ser un animal muy pesado”. Estos datos se pueden deducir de las marcas que dejan los músculos
en los huesos, rugosidades que aparecen donde se insertan los tendones. “Yo hice mi
reconstrucción, en base a otras que se habían hecho antes, e introduje algunos cambios. Y cuando
la puse a correr en el programa me di cuenta de que tenía que levantar mucho el fémur, lo que
implica demasiado gasto energético. Así que lo tuve que modificar y ponerle las patas más largas”.
Reconstrucción de 'Pelecanimimus'  Cortesía de J. A. Peñas Artero

Una vez terminado este proceso el ilustrador tiene algo más de libertad respecto a la librea, es
decir, el color y aspecto exterior. “Pero el color también se puede intuir, lo que no vamos a hacer
es un triceratops rosa”, bromea. De todas formas, la discusión continúa y los cambios en la
representación siguen encima de la mesa. El último asunto importante es la presencia de plumas y
su posición. “Ahora que ya está más establecido el paradigma de aves, se tiende a hacer aves en
los dinosaurios terópodos”, reconoce. “Pero se les sigue poniendo plumas aquí y allá para que
parezca un monstruo. Hace poco hice una reconstrucción de un T. rex en Japón y me hicieron
repetirla, porque se había descubierto que partes del vientre estaban sin plumas, así que se las
puse solo la espalda y las piernas” concluye. “Porque se tiene en cuenta y todos esos detalles
importan”.

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