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24 de mayo de 2020
Para entender en toda su complejidad los orígenes de la Revolución Científi ca newtoniana
Irse rápido, lejos y volver lento eran las recomendaciones para la población azotada por la peste bubónica
en el Londres de 1665. La ciudad iba quedando vacía y en los alrededores de la capit al brit ánica, en donde t enía
su sede la más import ant e universidad inglesa de la época, Cambridge, las autoridades habían decidido el cierre
t emporario de sus act ividades. Los profesores y est udiant es se vieron obligados a desplazarse a lugares más
seguros, uno de ellos, Isaac Newton, quien recién había recibido su Bachelor of Art s, daría de qué hablar –y
mucho- en el fut uro.
Nacido en la Navidad de 1642 en Woolst horpe, Lincolnshire, en un hogar de pequeños propiet arios rurales
había dejado su pueblo nat al para probar suert e en el Trinity College de Cambridge, a donde arribó en junio de
1661. Para sost enerse económicament e allí revist aba como un sizar, realizando tareas de servidumbre hacia
otros estudiantes de mayores ingresos.
Alumno de costumbres extrañas (podía quedarse varios días sin probar bocado ni dormir enfrascado en el
est udio de algún t ema) ya para 1664 había leído la "Geomet ría" de Descart es y la "Clavis Mat hemat icae" de
William Ought red, dos de los t extos más reconocidos y novedosos en ese momento.
A principios del año 1665 había profundizado sus estudios con la lectura de las obras de califi cados
matemáticos, ent re ellos Van Schoot en, Vièt e y Wallis, y había encont rado la solución al llamado ‘problema de
las t angent es’ (el proceso de diferenciación de una curva, part e esencial del Análisis Mat emát ico) siguiendo la
huella de los t rabajos pioneros de Descart es, Gregory y de Sluse. También para est a misma época pudo
estudiar el problema de hallar la cuadratura de una curva (cuest ión conocida ahora como int egración) y
llegar comprender que diferenciar e integrar son procesos inversos uno del otro.
En lo que hace al estudio del movimiento de los cuerpos Newton consideraba que la propiedad de inercia
de una partícula (o sea el mant enimiento de su est ado, sea en reposo o con velocidad const ant e, a menos que
un agent e ext erno act úe sobre él) era lineal. Con esto en ment e se dedicó a analizar el movimiento de un
objeto en una t rayectoria circular. Newton pensaba que algo debía mant ener a un cuerpo en su desplazamiento
circular ya que si así no fuere el cuerpo ‘escaparía por la t angent e’ a la misma. Mediant e el uso de experimentos
ment ales Newton concluyó que una fuerza denominada cent rípet a (proporcional al cuadrado de la velocidad e
inversa al radio de la circunferencia) era la causa que mant enía a un cuerpo en un movimiento circular.
En estas cavilaciones se encontraba Newton cuando llegó la peste. En el ambient e de la época se esperaba
una gran calamidad de un momento a ot ro. La voz de aquellos que alertaban del próximo fi n del mundo era
algo bastante común en aquellos días. La pest e ya se había enseñoreado en Milán (1629-1631) y en Sevilla
(1647) dejando miles de muertos.
El proceso que llevaba a la muerte de los infectados era particularmente tenebroso y así lo relat aba el
clérigo T homas Vincent : “Primero empieza con un dolor y vért igos en la cabeza, luego t emblores en los
miembros, después aparecen púst ulas en debajo de los brazos y en las ingles y luego en ot ras part es del
cuerpo… Llegado a est e punto se puede afirmar que dent ro de unas horas caerá al polvo”.
En el momento de mayor virulencia de la enfermedad fallecía un promedio de ocho mil personas por
semana. Samuel Pepys, editor de periódicos y fut uro secret ario del Almirant azgo brit ánico sent enciaba que “La
gent e se est á muriendo y ahora parece que t ienen que cargar los muertos al lugar donde los ent ierran t ambién
durant e el día, pues no alcanzan las noches. Hace 3 o 4 días vi un cadáver en un at aúd en la calle sin ent errar... la
pest e nos est á volviendo crueles”.
Lejos de este desolador paisaje londinense, Newton pudo continuar con sus investigaciones. Según
cuent a una muy popular historia (difundida por el mismo Newton más de cincuent a años después) ingresó en
una profunda meditación luego de observar la caída de una manzana en el patio de su casa en
Woolsthorpe. Est a súbit a iluminación int elect ual, una aut ént ica epifanía newtoniana, fort aleció el mito de un
genio creador capaz de poder explicar el movimiento de la luna y del papel que cumplía allí la gravedad.
Falt aban todavía veint e años para la publicación de su "Principios Mat emát icos de la Filosofía Nat ural" (1687),
quizá la obra cient ífica más influyent e de la historia, y casi cuarent a para la edición de su "Ópt ica" (1703). El
conjunto de su producción en Mat emát icas y Física, t anto la publicada como la repart ida en cuadernos
escolares y apunt es, hicieron que Newton fuera presentado en los años posteriores a su muerte (1727)
como la referencia principal de lo que es una persona entregada en alma y vida al desarrollo de la ciencia.
Sin embargo, esto no es así. Por ejemplo, en su nut rida bibliot eca las obras que se pudieran clasificar como
t extos cient íficos son clarament e una minoría, un 30 por ciento en tot al. El resto de las obras agrupan t extos
clásicos griegos y romanos, filosofía, derecho, lit erat ura general y t ambién libros de t eología, estos últ imos en
un sorprendent e 28 por ciento.
Est a pluralidad de int ereses da cuent a de una personalidad mucho más compleja, alejada por cierto de
cualquier est ereot ipo. Por esas cosas del dest ino quien más contribuyó en su momento para derribar años
de relatos maniqueos sobre Newton fue el economista inglés John Maynard Keynes. La causa de esto no
fue un análisis sobre el papel cumplido por Newton en la Casa de la Moneda de Inglat erra, primero como
Director (1696) y luego como Gobernador de la misma (1699). La cuest ión viene por ot ro lado.
En 1936, el año de publicación de su opus magnum "Teoría General del empleo, el int erés y la moneda", Keynes
part icipó de una part icular subast a en Sot heby’s, la reconocida casa de subast as londinense. Keynes pudo
adquirir allí una profusa colección de obras religiosas y alquímicas que fueron est udiadas por él con gran
dedicación y cuidado.
En 1942 Keynes publicó un opúsculo, "Newton el hombre", en el que da cuenta de su impresión acerca de la
real personalidad de Newton. Dice Keynes: “¿Por qué lo considero un brujo? Porque consideraba todo el
universo y todo lo que hay en él ‘como un acert ijo’, como un secreto que podía ser revelado aplicando el
pensamiento puro a ciert as evidencias, a ciert as claves míst icas que Dios había puesto en el mundo para
permit ir que una hermandad esot érica se dedicara a una suert e de cacería de t esoros ent re filósofos…
Consideraba al universo como un criptograma puesto por el Omnipot ent e. Creía que el acert ijo se le revelaría al
iniciado por medio del pensamiento puro, de la concent ración ment al. Él descifró el acert ijo de los cielos”.
La sed de saberes de Newton no se agot aba aquí. A part ir de la lect ura de los t extos del Apocalipsis bíblico
Newton se dedicó con idént ica int ensidad y concent ración que la aplicada a sus invest igaciones cient íficas a
hurgar en los secretos celosament e guardados de la t radición crist iana o en poder hallar las fuent es de la
t ransmut ación de los met ales o el elixir de la vida.
Tenía razón el historiador brit ánico Hugh Kearney al llamar a Newton ‘el gran anfibio’. En Newton conviven más
que en nadie las tres tradiciones que dieron origen a la ciencia moderna: la organicista, la mágica y la
mecanicista. No olvidarse de esto es un buen paso para poder entender en toda su complejidad los orígenes
de la Revolución Científi ca newtoniana.
Es porque t e int eresa la información rigurosa, porque valorás t ener ot ra mirada más allá del bombardeo
cot idiano de la gran mayoría de los medios. Página/12 t iene un compromiso de más de 30 años con ella y
cuent a con vos para renovarlo cada día. Defendé la ot ra mirada. Defendé t u voz.
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