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Portada
Dedicatoria
Elogios
Cita
1. Una mujer adornada y que adorna pag. 3
PARTE UNO. Una mujer bajo Dios
2. La doctrina, tú y Tito 2 pag. 20
3. No pierdas la esperanza en esta carrera de modelaje Envejeciendo
hermosamente, a cualquier edad pag. 37
4. Crece y discipula a otras Enseñando y aprendiendo: De una vida a otra pag. 53
5. Un avivamiento de reverencia pag. 72
PARTE DOS. Una mujer bajo control
6. No me digas pag. 88
7. En libertad pag. 108
8. Un estado mental “sófron” pag. 132
9. Apasionadas por la pureza pag. 153
PARTE TRES. Una mujer bajo su techo
10. Una probadita del cielo pag. 173
11. Necesito ayuda para amar a ese hombre pag. 197
12. Una bendición inesperada pag. 220
13. Dadoras de vida en entrenamiento pag. 242
14. Instrumentos de gracia pag. 263
Epílogo. Una mujer rebosante de alegría pag. 282
Notas
Un sincero agradecimiento
Créditos
Libros de Nancy DeMoss publicados por Portavoz
Editorial Portavoz

1
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.

Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la p aciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no


esclavas del vino, maestras del bien;

que en señen a las m ujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos,


para que la palabra de Dios no sea blasfemada.

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador.
TITO 2:1-5, 10

2
CAPÍTULO 1

Una mujer adornada y que adorna


Secretos de belleza de Tito 2
Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su
esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y
resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos.
APOCALIPSIS 19:7-8

NO HABÍA DORMIDO BIEN AQUELLA NOCHE, pero eso no me importó. Yo sabía


que ese día —sábado 14 de noviembre de 2015— sería un día que nunca
olvidaría. A los cincuenta y siete años de edad, estaba a punto de convertirme
en esposa por primera vez. Ese día diría “acepto” delante de Dios y de
algunos cientos de testigos, y me convertiría en la señora de Wolgemuth. Era
un día que había anticipado con entusiasmo y para el que me había preparado
con ahínco durante meses.
La alarma de mi teléfono me despertó a las 5:15 de la mañana. Una hora
después, una dulce joven amiga y su esposo tocaron a la puerta de mi
habitación del hotel. En medio de la naciente quietud del amanecer,
manejamos durante veinte minutos por la zona oeste de los suburbios de
Chicago y finalmente nos estacionamos en un parqueo vacío de una iglesia de
Wheaton, Illinois.
Dentro de la iglesia, nos guiaron hacia un cuarto escasamente amueblado
donde en pocas horas tendría lugar una transformación. Me puse una bata y
me senté, mientras primero un estilista de cabello y luego un artista de
maquillaje calladamente se ponían manos a la obra. Habíamos hecho varias
pruebas, así que ya sabían qué hacer.
Mi vestido de novia, comprado meses antes, meticulosamente arreglado y
cuidadosamente limpiado al vapor por una amiga la noche anterior, colgaba a
un lado, listo para que lo vistiera. Un elegante brazalete y aritos de
“diamante” yacían sobre la mesa junto a unos relucientes zapatos plateados,
que otra amiga había llevado a la tienda de zapatos apenas abrió para que los
ensancharan. (¡Eran completamente nuevos y me estaban matando!). Todo
estaba listo para completar el conjunto.
3
¿Por qué me estaba esforzando tanto? ¿Por qué me estaba arreglando más
que otras veces en mi vida? ¿Por qué había sido meticulosa en un sinfín de
detalles que acapararon mi vida por tantos meses? ¿Por qué recluté y
agradecidamente acepté la ayuda de tantas amigas que tenían muchas otras
cosas importantes que hacer?
Te diré por qué. Todo el tiempo, el pensamiento, el dinero y el esfuerzo
dedicados a ese único día tenían un solo propósito. Yo quería estar adornada:
hermosa, lista para mi novio. Y quería adornar a mi futuro esposo con mi
dedicación y atención. Quería que fuera honrado y admirado. Quería que
nuestros invitados vieran cuánto amaba yo a este hombre y qué gran regalo
era él para mí.
Habíamos decidido tomar nuestras fotos previo a la ceremonia de boda. Así
que sin demora a las 9:30, con mi vestido de cola y chal blanco de piel
sintética, subí cuidadosamente a un auto que me llevaría a un lugar cercano al
aire libre para nuestra sesión de fotos.
Robert ya estaba en el lugar, de espaldas a mí. En el momento indicado, se
dio vuelta para dar su primer vistazo a la novia adornada, que solo había
podido imaginar en su mente hasta ese instante. Su reacción —la mirada de
sus ojos, su gesto involuntario de asombro— fue inestimable para mí. Hizo
que todo el esfuerzo valiera la pena.
Caminamos quince metros más o menos uno hacia el otro, luchando contra
el frío abrupto del otoño tardío, nuestros corazones entraron en calor uno al
lado del otro. Robert me abrazó, y yo caí en sus brazos.
¡Nunca antes me había sentido más hermosa!

De mujer a mujer
De regreso a la habitación de la novia, momentos antes que la ceremonia
diera inicio, mientras Robert y yo y algunos otros atendíamos detalles de
última hora, alguien entró para avisarme que una de nuestras invitadas había
pedido orar conmigo antes de la boda.
Vonette Bright, una querida amiga de toda la vida, era como una segunda
madre para mí. Una anciana de ochenta y nueve años, y viuda hacía bastante
tiempo, había estado batallando contra la leucemia y acababa de enterarse de
que solo le quedaban unos meses de vida. Pero había esperado ansiosamente
estar en mi boda, aunque fuese lo último que hiciera, y lo logró. (Aconteció
que se iría con el Señor tan solo seis semanas después).
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Yo estaba ansiosa de ver a esta amada amiga, así que la invitamos a unirse
a nosotros por algunos instantes. La cuidadora de Vonette empujó
suavemente su silla de ruedas dentro de la habitación. Elegantemente vestida
en un rojo brillante, Vonette volteó su rostro radiante hacia nosotros.
Rodeamos su silla de ruedas en un círculo mientras las cámaras disparaban
flashes y el video rodaba y esta venerable mujer de Dios nos guiaba en
oración para bendecir nuestro matrimonio.
Cuando terminó de orar, Vonette se dirigió a mí y susurró: “Esperaba poder
hablar contigo a solas”. En respuesta, rápidamente les pedí a todos que
abandonaran la habitación. Luego ella me miró y me habló tierna, pero
francamente: “Cielo, soy una madre… y me gustaría saber: ¿hay algo que
quisieras preguntarle a una madre antes de casarte?”.
Ninguna cámara tomó registro del dulce intercambio que tuvo lugar en los
instantes siguientes, pero aquella escena y nuestra conversación quedarán por
siempre grabadas en mi corazón.
Una mujer en el invierno de su vida le daba ánimo y ​recomendaciones a
una mujer que estaba en una estación más temprana de su vida, ansiosa por
cosechar todo lo que pudiera.
Una esposa experimentada —que había disfrutado un matrimonio lleno de
vida y amor durante cincuenta y cuatro años— estaba enseñando a una
novata cómo darle importancia a Cristo en su propio matrimonio.
Dos mujeres, una anciana y otra más joven, estaban viviendo la belleza del
evangelio… juntas.
De mujer a mujer.
Esta imagen me trae a la mente otro par de mujeres. Me imagino a la
anciana Elisabet que, después de décadas de infertilidad y anhelos no
concedidos, esperaba un hijo de manera sobrenatural… y le abría su corazón
y su hogar a María de Nazaret… para impartir fe y sabiduría a la virgen
adolescente, en cuyo vientre crecía milagrosamente un bebé que un día sería
nuestro Salvador.
Poquísimo se registra de su conversación, pero lo que se ha preservado
para nosotros habla de la belleza del evangelio manifestada en la vida de
mujeres que caminaban en compañía la una de la otra. Mujeres cuyas vidas
estaban adornadas por la presencia de Cristo y que adornaban el evangelio y
lo hacían creíble para la próxima generación a través de su humilde y gozosa
obediencia.
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Después que Vonette me transmitiera lo que había en su corazón, tomó mis
manos entre las suyas y una vez más oró y alabó a nuestro Padre por la boda
que estaba a punto de celebrarse e imploró Su bendición y favor sobre el
matrimonio que habría de formarse. Casi se podía escuchar al cielo susurrar
amén.
Esa pequeña y sencilla habitación desordenada, en medio de utensilios de
cabello y maquillaje, un surtido de artículos de vestir, joyería y más cosas,
fue transformada al unir nuestros corazones por medio del Espíritu de Dios
en un lugar de belleza, un templo adornado por y para el Cristo vivo.

La hermosura de Cristo
Mientras esta Elisabet del tiempo moderno y yo salíamos de ese lugar santo,
podíamos escuchar el compás del preludio que fluía del santuario cercano.
Majestuoso.
Puesto que no nos queríamos perder ni un momento de la celebración,
Robert y yo nos dirigimos a una habitación aparte, contigua a la galería,
desde donde podíamos ver y escuchar el preludio y la primera parte del
servicio de adoración hasta que fuera el momento cuando comenzara la
marcha nupcial.
El santuario con su diseño colonial era una fiesta visual. Los altos y
resplandecientes tubos del órgano cubrían la pared del antealtar. Estandartes
dorados proclamaban: “Digno es el Cordero” y “A Él la gloria”. Numerosos
arreglos de rosas rojas y calas adornaban la plataforma, junto a ramilletes de
rosas y lazos al final de los bancos. Candelas en elegantes pedestales dorados
y plateados. Finísimo.
Y, en el centro de todo, desplegaba prominentemente sobre la plataforma
una rústica cruz de tres metros y medio que hacía todo el escenario aún más
impresionante.
Porque… ¿no fue en el Calvario donde nuestro Salvador cargó sobre Sí
mismo los harapos de nuestro pecado y nuestra vergüenza y nos adornó al
intercambiar nuestros harapos por Su justicia? ¿No es la cruz la única fuente
de toda belleza eterna que anhelamos experimentar u ofrecer a otras almas
que carecen de amor y hermosura?
Jesús, tu sangre y justicia
mi belleza son, mi vestido glorioso.[1]
6
Al principio de la ceremonia, diez niñas pequeñas, a cuyas familias
conozco y amo hace años, caminaron hacia el altar haciendo sonar pequeñas
campanas. Vestían encantadores vestidos —unos rojos, otros blancos— con
medias y zapatos elegantes, y sus cabellos peinados con adorables rizos.
Una foto de las diez niñas alrededor de la novia, todas en los escalones al
frente de la iglesia, llenó mis ojos de lágrimas la primera vez que la vi. En
estas preciosas niñas bellamente vestidas, vi diez jóvenes mujeres de Dios en
formación.
Me encanta la idea de inspirar a esas niñas con una perspectiva de lo que
significa ser una novia que ha experimentado el amor y la gracia de Cristo y

que irradia Su belleza a otros. Oro porque crezcan y sus corazones estén
adornados por la gracia y que sus vidas adornen el evangelio de Cristo para
su generación.
Niñas adornadas. Invitados adornados. Un santuario adornado. Una novia
adornada.
La intención de todo era cumplir la visión que Robert y yo teníamos para
nuestra boda desde el día que anunciamos nuestro compromiso:
concretamente, exhibir la hermosura de Cristo.
O, como el apóstol Pablo lo expresó en el segundo capítulo del libro de
Tito, para “adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador” (v. 10).

Amor y belleza
A las mujeres nos gusta la belleza. Disfrutamos el proceso de adornarnos y
adornar nuestro ambiente.
Comprar ropa, maquillaje o joyería que nos ayude a lucir lo mejor posible.
Escoger pintura y ornamentos que hagan de nuestro hogar un ambiente más
acogedor, cómodo o contemporáneo.
Aderezar esmeradamente la comida que ponemos sobre la mesa.
Vestir a nuestros pequeños con bonitos conjuntos.
Añadir esos toques especiales que hacen a nuestra ambientación, nuestras
relaciones o nuestras actividades un poco más atractivas, personales y
divertidas.
Hay justamente algo acerca de orquestar y crear belleza, que es sumamente
satisfactorio.
Y sentirse hermosas… ese es un profundo anhelo del corazón de muchas
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mujeres, que ha originado y dado inicio a incontables industrias.
Yo nunca me consideré particularmente hermosa en el sentido físico. No es
que piense que no soy atractiva o que hay algo malo con la belleza física. Es
solo que no me he enfocado mucho en ello. Consciente de la naturaleza fugaz
y engañosa de la belleza externa, he tratado de concentrarme en cultivar el
tipo de belleza que no puede fotografiarse (o editarse en Photoshop): la
belleza del carácter y el corazón.
Sin embargo, todavía puedo recordar cómo palpitó mi corazón la primera
vez que Robert me dijo que yo era hermosa.
Crecí en un hogar afectivo con un padre que me adoraba. He disfrutado la
bendición de tener varios hombres buenos y amables en mi vida. Si mi
memoria no me falla, previo a ese momento, no puedo recordar haber
escuchado a un hombre decirme: “Eres hermosa”.
Robert seguía diciéndome que yo era hermosa. Parecía que hablaba en
serio. Gradualmente, comencé a creer que él de veras me veía de esa forma;
aun cuando acababa de hacer ejercicio en el gimnasio o los días cuando no
había tenido tiempo de maquillarme o arreglar mi cabello. Mientras nuestro
cortejo progresaba, le dije a una amiga: “Creo que no hay nada que pueda
hacer para que me ame menos o piense que soy menos hermosa”.
Pero también noté que estaba ocurriendo algo aún más significativo.
Mientras el persistente y tierno amor de este hombre se enraizaba en mi
corazón, su efecto en mí era enternecedor y embellecedor. De hecho, para mi
asombro, la gente comenzó a comentar acerca de mi nuevo “resplandor”. Una
y otra vez, el día de mi boda, mis amigas me decían: “Estás hermosísima”.
Nuestro llamado como
Sus seguidoras es hacer
que Su amor y Su
verdad sean visibles y
creíbles —y hermosos—
a los escépticos que
nos observan.
No digo esto para centrar la atención en mí misma, sino para hacer notar
que, cuando el amor de otro nos adorna, desarrollamos mayor capacidad de
reflejar el amor y la belleza a otros.
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Verás, Dios nos ha colocado aquí en la tierra como embajadoras del
evangelio de Cristo. Y nuestro llamado como Sus seguidoras es hacer que Su
amor y Su verdad sean visibles y creíbles —y hermosos— a los escépticos
que nos observan.
Porque lo ven en nosotras. Porque ven cómo nos transforma.
Su amor nos hace hermosas. Nos adorna.
Y, a través de nosotras, adorna Su evangelio.

Porque nos necesitamos las unas a las otras


Es una imagen maravillosa, ¿verdad?
Pero, tristemente —como tú y yo sabemos bien—, no siempre funciona de
esa manera.
Podemos decir que amamos a Jesús, pero por alguna razón las personas no
siempre ven Su belleza reflejada en nuestras actitudes y acciones. No siempre
ven en nosotras el poder transformador de Su amor.
En cambio, con demasiada frecuencia, ven mujeres tan abrumadas,
preocupadas, banales o sin amor como las mujeres del mundo. Si somos
sinceras, así nos vemos muchas veces a nosotras mismas.
Pero anhelamos ser mucho mejor. Realmente, queremos que nuestra vida
refleje el evangelio de la mejor manera, aun cuando estamos:
• sumamente ocupadas con el trabajo y la vida familiar, con poco tiempo
para nuestra oración personal y lectura de la Biblia
• preocupadas y frustradas por un hijo que se está alejando de Dios
• sufriendo la soledad de un matrimonio sin amor con un esposo que está
distante
• inmersas en una rutina superficial en la que nos levantamos,
preparamos café, miramos televisión y hacemos el crucigrama de la
mañana
• o quizás estamos atrapadas en una de esas tediosas y deprimentes
temporadas de la vida cuando la motivación a seguir adelante es casi
imposible de reunir

Pero ¿cómo lo hacemos mejor? Esa es la cuestión, ¿verdad?


¿Cómo hacer para adornar el evangelio y dejar que este nos adorne en
medio de nuestra realidad terrenal y agonizante?
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Con ayuda.
¡Mucha ayuda!
La buena noticia es que esta tarea de dejarnos adornar por el evangelio y de
mejorar la manera en que otros nos perciben no es algo que debemos hacer
por nosotras mismas. En su gracia, Dios nos ha dado su Santo Espíritu y Su
Iglesia para ayudarnos a cumplir lo que nos ha encomendado. Y a las
mujeres, Dios nos ha dado una comunidad de otras mujeres creyentes como
nuestra inspiración y apoyo.
El fin de semana de nuestra boda, un ejército de mujeres amigas, jóvenes y
otras mayores, se unieron para darme apoyo personal y práctico de todas las
maneras imaginables. La estimada amiga que me llevó a hacerme las uñas (y
pagó la cuenta en secreto). La joven que me acompañó a la iglesia para mi
rutina de maquillaje. Amigas amorosas que hornearon y decoraron
magdalenas, y otras que manejaron la lista de invitados y atendieron los
detalles administrativos de cuatro diferentes actividades. Las dulces mujeres
que se escabulleron rápidamente de la recepción para adornar nuestra
habitación de hotel con una abundancia de flores, velas y deliciosos
bocadillos.
El amor y el esfuerzo combinado de estas mujeres especiales (junto a
muchos hombres amables y serviciales) dieron como resultado un día
indescriptiblemente maravilloso. No lo podría haber logrado sin el ánimo y la
ayuda que ellas me dieron. Y, de una manera muy similar, no podría salir
adelante en la vida sin caminar en comunidad con mujeres que se unen para
apoyarse y embellecerse mutuamente en Cristo.
El modelo bíblico de ancianas
que viven el evangelio y
enseñan a las mujeres jóvenes
a hacer lo mismo es vital para
que todas crezcamos sanas.
Necesito de ancianas como mi amiga Vonette, que oró por mí desde que yo
era una niña, me vio convertirme en una mujer, me habló frecuentemente con
sabiduría, visión y fe, y que luego, al acercarse el fin de su vida, resistió los
rigores de un viaje para acompañarme y transmitirme su amor y sabiduría el
día de mi boda.

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También necesito mujeres jóvenes en mi vida, incluso niñas tan pequeñas
como aquellas dulces futuras mujeres que participaron de mi boda. Ellas me
ayudan a no volverme intolerante y deleznable, y me transmiten mucho gozo
y esperanza.
Y necesito mujeres de mi propia etapa de la vida, como el pequeño grupo
de “hermanas” del cual soy parte, con quienes nos comunicamos
periódicamente por teléfono o nos reunimos en persona, para darnos ánimo,
rendirnos cuentas y orar unas por otras. Atesoro la compañía y la influencia
de estas mujeres en mi vida.
Mujeres mayores, mujeres más jóvenes, mujeres de la misma edad; todas
nos necesitamos mutuamente si queremos adornar el evangelio y mostrar su
belleza en nuestra vida. Y esa realidad nos lleva otra vez a Tito 2 y el tema
central de este libro. Porque este importante pasaje nos ofrece un manual
básico de cómo y por qué todo esto funciona. Nos presenta una imagen de
sabiduría generacional que fluye hacia corazones inexpertos, de donde puede
regresar en un proceso continuo de cuidado y consejo piadoso.
De mujer a mujer.
Día tras día.
De una vida a otra.
Este es el buen y maravilloso plan de Dios. El modelo bíblico de ancianas
que viven el evangelio y enseñan a las mujeres jóvenes a hacer lo mismo, de
mujeres jóvenes que reconocen el valor de las ancianas en sus vidas —de
mujeres que juntas adornan el evangelio— es vital para que todas crezcamos
sanas. Vivir como mujeres de Tito 2 nos permite cumplir el propósito para el
cual fuimos creadas. Ayuda a nuestras familias e iglesias a florecer y a la
belleza del evangelio a resplandecer en este mundo.
Juntas en la carrera
Muchas veces hemos escuchado la comparación de la vida con un maratón, y
la perseverancia como la característica distintiva. Y, ciertamente, la carrera
de la vida demanda perseverancia a lo largo del camino.
Pero la vida es mucho más que perseverar en el camino, apretar los dientes
y resistir. Además, estamos destinadas a crecer, prosperar y celebrar.
Tenemos que disfrutar la belleza; la belleza impresionante y enriquecedora
que exalta a Dios.
Estamos destinadas a experimentar la fortaleza y el estímulo que fluyen al
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transitar la vida juntas, al ayudarnos a vivir adornadas por el evangelio y, a la
vez, al adornar el evangelio a la vista del mundo.
Así que me gusta imaginar que somos mujeres cristianas, que participan de
una carrera diferente. No somos solo competidoras que avanzan con
dificultad para llegar a una meta distante. En cambio, somos un equipo.
Corremos juntas.
Piensa en esto como en una carrera de relevos, donde nos pasamos el
bastón una a la otra, cada una participa del proceso mientras damos y
recibimos y avanzamos hacia nuestro destino. Es trabajo en equipo, no solo
desempeño personal lo que cuenta.
O piensa en esto como una de esas carreras de caridad donde todas
avanzamos en grupo, nos ayudamos unas a las otras, aunamos fuerzas por
una causa que amamos. Sabemos que nuestros esfuerzos individuales
cuentan, pero no depende totalmente de nosotros lograrlo y, la carrera en sí,
no solo llegar a la meta, tiene significado.
Cuando ancianas y mujeres
jóvenes se apoyan unas a otras
a vivir el amor transformador
de Dios, todo el cuerpo de
Cristo se embellece más.
Imagínate un vasto campo de atletas —unas mayores, otras jóvenes, unas
más maduras, otras menos experimentadas— y a ti y a mí junto a ellas. Todas
necesitamos nuestra propia relación personal con Dios y Su Palabra, por
supuesto, pero no corremos solas. Dios pretende que nuestras vidas se
intersecten con las de otras, para llevarnos a cada una adelante bajo el fuerte,
victorioso y bello estandarte de Cristo.
Ahora bien, si todo esto parece un tanto filosófico y esotérico, te aseguro
que las implicaciones prácticas pronto serán evidentes. Y son enormes,
porque este maratón, esta carrera de relevos, esta carrera por una causa pasa
justo por la sala de estar de tu casa. El bastón pasa directamente por tu cocina
entre medio de conversaciones y encuentros que parecen insignificantes.
Esto es para ti y para mí… mujeres reales que vivimos una vida diaria real.
Y, cuando funciona, créeme que funciona. Cuando las ancianas deciden
invertir su vida en la vida de mujeres jóvenes, la bendición se siente en

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familias e iglesias enteras. Cuando madres jóvenes y mujeres solteras
ensanchan sus grupos íntimos para incluir mujeres que ya han corrido unas
cuantas vueltas más y han vivido para contarlo, ambos lados de la relación se
fortalecen y crecen. Cuando ancianas y mujeres jóvenes se apoyan unas a
otras a vivir el amor transformador de Dios, todo el cuerpo de Cristo —la
novia de Cristo— se embellece más.
Así que si eres una anciana (y dispuesta a admitirlo… como yo), el
mensaje de este libro es para ti.
Y si eres una mujer joven (como yo todavía lo soy para algunas), el
mensaje de este libro también es para ti. Es para todas nosotras, porque cada
una de nosotras es una anciana para algunas y una mujer joven para otras. Y
cada una de nosotras, de diferentes maneras y en diferentes etapas de la vida,
puede estar en ambos lados, tanto en el de dar como en el de recibir en este
proceso de una vida a otra.

Por dónde comenzar


La clave de este poderoso patrón puede verse en un solo párrafo de Tito 2. Y,
aun así, el conocimiento rico, práctico y saturado del evangelio, que se
encuentra en Tito 2:3-5, es suficiente para alimentarnos y ayudarnos a crecer
durante toda la vida.
Estas palabras fueron escritas originalmente por mano del apóstol Pablo
para un joven pastor llamado Tito, que luchaba al frente de una iglesia en la
isla de Creta. El Imperio romano, que gobernaba Creta, comenzaba a estar
bajo el reinado tirano del despiadado emperador, Nerón. Solo imagínate
cómo se sentirían las amenazas maníacas de Nerón dentro de las iglesias
principiantes de esos días, especialmente cuando su gobierno oficialmente
prohibió el cristianismo en todo el imperio.
¿Crees que es difícil ser cristiana en estos días? Trata de verte como una
especie en extinción. Trata de pensar en que, si este joven movimiento
revolucionario ha de sobrevivir, deben trazarse planes tanto para propagar
como para profundizar su influencia. No puede ser solamente una orden
religiosa o un sistema teológico; el evangelio tiene que empapar y penetrar
tanto el corazón y la vida de las personas y las familias, que ningún
emperador, ninguna persecución, ninguna injuria puedan ser capaces de
sacudir a la Iglesia de Cristo de sus fundamentos. Ninguna cantidad de
presión, temor o fatiga pueda diluir la Iglesia a tal punto de que pierda su luz:
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su distintivo, su vitalidad y su influencia en el mundo.
Estas eran algunas preocupaciones de la carta de Pablo a Tito. Los
cristianos se preguntaban:
• ¿Cómo debemos pensar y actuar los cristianos en momentos como
estos?
• ¿Cómo podemos evitar ser engañados por falsas doctrinas y falsos
maestros?
• ¿Cómo podemos transmitir nuestra fe a la siguiente generación, en
lugar de ver cómo se extingue?
• ¿Cómo puede la Iglesia no solo sobrevivir, sino también prosperar en
un mundo que es hostil a nuestra fe?
• ¿Cómo podemos cumplir con eficacia nuestra misión de alcanzar a un
mundo corrupto con la belleza del evangelio de Cristo?

¿Te suena familiar? Esas preguntas aún tienen vigencia.


Por eso todavía hoy necesitamos el libro de Tito.
Quizás no vivamos en la Roma de Nerón, pero vivimos en una cultura
decadente y engañosa que amenaza a la Iglesia de Cristo con sus encantos,
así como con sus acusaciones y ataques. Necesitamos que nos ayuden a
reflejar el evangelio en nuestra vida de una manera tan hermosa que otros
vean en nosotras el poder transformador de Cristo y sean atraídos a conocerlo
y seguirlo. Y (¿nos atrevemos a decirlo?) necesitamos que nos ayuden a
mantener Su evangelio tan atractivo para nosotras, que quienes decimos creer
en Él, realmente confiemos en Él, lo obedezcamos y experimentemos el
poder, la paz y el gozo que Él promete, incluso mientras vivimos como
peregrinas en esta tierra.
Todas necesitamos saber cómo adornar la enseñanza del evangelio de
Cristo en nuestra manera de vivir, y necesitamos ayudarnos las unas a las
otras a hacer lo mismo. Y eso es exactamente lo que Tito 2 establece. Con su
conciso resumen de las cualidades de carácter, que deleitan el ​corazón de
Dios y atraen el corazón de quienes nos rodean, este pasaje nos ofrece un
plan de estudios atemporal a pasar de generación a generación. Permite a las
mujeres mayores saber qué es lo más importante que deben enseñar a otras y
a las más jóvenes qué deben aspirar ser.
Hace años, cuando comencé a prepararme para enseñar acerca de este
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tema, leí este corto libro de la Biblia un sinfín de veces; medité en él, lo
memoricé, reflexioné en cada palabra y dejé que mi espíritu se embebiera de
él.
Espero que tú hagas lo mismo. Léelo una y otra vez; primero los tres
capítulos completos, para que te den el panorama general, y luego
concéntrate en el capítulo 2, con énfasis especial en los versículos tres al
cinco. Sumérgete en el texto y su significado, porque este es un pasaje que tú
y yo debemos entender. Cuanto más dejemos que defina nuestras vidas y
relaciones, más hermoso será Cristo para nosotras y más brillará la belleza de
Su evangelio a otros a través de nosotras.
La vida, como debe ser
Hace varios años, recibí un inolvidable correo de una mujer joven de treinta y
tantos años, una madre soltera a quien había conocido desde que ella era muy
joven. El motivo del mensaje simplemente decía: “¡Feliz día de la madre!”.
Intrigada, lo abrí y comencé a leer.
Su nota despertó recuerdos que, aunque borrosos en mi mente, estaban aún
frescos en la suya. Hizo referencia a algunas actividades que yo había
planeado para ella y varias de sus amigas de secundaria y algunas breves
conversaciones esporádicas que habíamos tenido en sus años de crecimiento;
nada particularmente significativo para mí. Pero Dios había usado esas
conversaciones periódicas como un medio de gracia y aliento duradero en su
vida.
Su párrafo final me conmovió profundamente:
Aunque no tengas hijos biológicos aquí en la tierra, tu maternidad
espiritual y tu influencia son una de las más grandes bendiciones de mi
vida. Gracias por ser un brillante ejemplo de la semejanza de Cristo.
¡Feliz día de la madre!
La nota estaba firmada de esta manera: “Una de tus muchas hijas
espirituales”.
No podría haber sido mejor.
Te aseguro que no soy un “brillante ejemplo de la semejanza de Cristo”
como anhelaría ser. Pero agradezco a Dios por cómo usa nuestra vida y
nuestro ejemplo —por imperfectos que sean— para lograr Sus propósitos

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aquí en la tierra.
Mi respuesta a mi joven amiga captura la esencia de este libro, así como
también mi deseo de que cualquiera que sea tu etapa en la vida podamos
comenzar este viaje juntas:
Yo tenía casi la edad que tú tienes ahora cuando sucedió parte de lo que
describes. En ese entonces no tenía idea de que esas simples cosas
pudieran influenciar la vida de muchachas como tú. Yo solo quería darte
amor y aliento. Y Dios, en su gracia, hizo que esas semillas echaran raíz
y produjeran un dulce fruto.
Ahora Dios te ha dado una preciosa hija a quien discipular y, sin duda,
ha puesto a otras en tu esfera de influencia. Oro porque tu vida sea una
fragancia de Cristo para ellas y que un día tengas el gozo de recibir una
nota que te bendiga tanto como tu nota me ha bendecido a mí.
Con amor,
Nancy.
Y así la carrera continúa. Cada una de nosotras apoya a otras y las anima
a seguir adelante. Una generación que le pasa el bastón a la siguiente, que
preserva e inspira la piedad y el testimonio del evangelio. Y, en el proceso, la
belleza de Cristo brilla y Su reino avanza en este mundo.
Este es un gozo que tú puedes experimentar. No se trata de tener una gran
plataforma o un rol de enseñanza oficial (aunque Dios puede encomendarte
una o ambas cosas). Más que eso, se trata de vivir la vida para la cual Él te ha
creado y te ha llamado, allí mismo donde te encuentras.
Ancianas que dan ejemplo de santidad, obediencia y amor, e invierten su
vida intencionalmente en la vida de mujeres jóvenes.
Mujeres jóvenes que buscan y reciben con humildad y gratitud las
bendiciones destinadas a ellas de parte de mujeres experimentadas, solo para
pasar ese tesoro a otras.
Mujeres de todas las edades, que son más hermosas a medida que el
evangelio de Cristo adorna nuestras vidas.
Adornamos el evangelio con nuestra manera de vivir.
Y hacemos todo juntas, paso a paso… como Tito 2 enseña.

16
Reflexión personal
Ancianas
1. ¿Puedes pensar en dos o tres mujeres jóvenes a quienes podrías
transmitir tu vida y experiencia, como Vonette Bright lo hizo
conmigo? ¿Quiénes son? ¿Cómo podrías acercarte a ellas?
2. Las ancianas son llamadas a pasar el bastón a las mujeres jóvenes.
¿Qué has aprendido o experimentado que te gustaría pasar a la
siguiente generación?
Mujeres jóvenes
1. ¿Te sientes inspirada, por la nota que recibí de mi joven amiga, a
enviar una nota parecida a una madre espiritual de tu vida? Si es así,
¿por qué cosas específicas puedes expresarle gratitud?
2. Nombra una anciana que te transmite sabiduría, visión y fe como lo
hizo Vonette Bright conmigo. Si actualmente no tienes a nadie así,
pídele al Señor que te muestre una mujer a la que puedas acercarte
para recibir de ella.

Para obtener el máximo beneficio de este libro, invita a un grupo de mujeres


—jóvenes y mayores— a leerlo juntas. Encontrarás una guía para debatir en
grupo y muchos recursos complementarios en adornedbook.com (solo en
inglés). Conéctate allí con otras mujeres para poder cumplir el llamado de
Tito 2 en tu vida y tus relaciones.

17
18
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la p aciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no


esclavas del vino, maestras del bien;

que en señen a las m ujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos,


para que la palabra de Dios no sea blasfemada.

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador.
TITO 2:1-5, 10

19
CAPÍTULO 2

La doctrina, tú y Tito 2
El “qué” y el “ahora qué”
No te conformes con una teología débil. Es indigna de ti. Dios es demasiado grande. Cristo es
demasiado glorioso.
JOHN PIPER

MI ESPOSO SUFRE DE ACROFOBIA Y LO ADMITE. Tiene temor a las alturas. Pídele


que suba al último escalón de una escalera o que eche un vistazo desde el
balcón de un edificio alto, y te confesará que su corazón palpita y sus rodillas
se vuelven gelatina.
Robert es muy hábil con sus manos y un constructor aficionado. A lo largo
de los años, ha trabajado en algunos proyectos de construcción
impresionantes. He visto las fotos. Y algunos de esos proyectos —construir
una chimenea de nueve metros, pintar una casa de dos pisos— requirieron
que él trabajara a gran altura.
Así que, ¿cómo lucha él con su temor mientras se encuentra a una altura de
seis metros del piso? “Eso es fácil —dice él—, nunca me subo a una escalera
o un andamio hasta que estoy seguro de que he nivelado bien las patas de la
escalera o he apoyado el andamio sobre un lugar totalmente firme”.
Lo que Robert describe es una metáfora perfecta para este capítulo.
El deseo de mi corazón es ser una mujer de Tito 2. Constantemente.
Contentamente. Hermosamente. Ser adornada con el evangelio y adornar el
evangelio a los ojos de otros.
Espero que este también sea tu deseo.
Pero el punto de partida del viaje que nos llevará allí podría no ser el que
esperas.
Quizás volteaste la página de este capítulo lista para saltar inmediatamente
al corazón del noble llamado y las cualidades que Pablo delinea para las
mujeres. Así como Robert se sube a la escalera o al andamio para comenzar
su trabajo, tú también estás ansiosa por comenzar. Esperas encontrar algo
útil, algo que puedas poner en práctica en tu día a día.
En cambio, vas a darte en la frente con una de esas “palabras de iglesia”,
20
que parece no tener nada que ver con tu manera de vivir.
Doctrina.
Así es. Este capítulo trata sobre la doctrina.
Es una palabra que me recuerda el tiempo que mi esposo se toma para
asegurarse de que su escalera esté nivelada o que su andamio esté apoyado
sobre tierra firme, antes de subirse a ellos.
Comprendo que estés tentada a saltarte algunas páginas para llegar a “la
parte buena”, y que quieras buscar “información que te pueda servir”:
conocimiento y herramientas prácticas que te ayuden a ser una mujer más
piadosa y fructífera. Y encontrarás mucho de eso en Tito 2 y en este libro.
Pero Pablo habla de la doctrina antes de exponer los detalles específicos de
nuestro adiestramiento, y lo hace así por una buena razón. La doctrina —lo
que creemos— es fundamental para nuestra manera de vivir. Si la pasas por
alto, nunca llegarás adonde quieres ir.

Creencia y comportamiento
Entonces, ¿cuál es tu primera reacción ante la palabra doctrina? ¿Parece
tediosa? ¿Aburrida? ¿Divisiva o antipática? Tal vez te sientes igual a un
hombre que una vez le dijo a una de mis amigas: “En nuestra iglesia no
predicamos doctrina; solo amamos a Jesús”.
Pero la verdad es que cada una de nosotras y cada situación que
encontramos en la vida están promovidas por algún tipo de doctrina. Es el
fundamento sobre el cual construimos nuestra vida.
Puede que tus hijos vayan a escuelas públicas; supuestamente, zonas libres
de religión. Pero no pienses, ni por un minuto, que no se enseña doctrina en
las escuelas primarias y secundarias y en las universidades. Toda asignatura
que se enseña en cada escuela está fundamentada sobre algún tipo de marco
doctrinal.
Los programas de entrevistas vespertinos tienen una doctrina. Los dramas y
las novelas de la noche tienen una doctrina. Los libros de la lista de éxitos de
ventas del New York Times, así como los que están en la vitrina de tu librería
cristiana local, contienen una doctrina. Aun los ateos tienen una doctrina. No
una buena doctrina, sino una doctrina que los guía a ciertas conclusiones y
ciertos valores, que determinan su manera de pensar y de vivir.
Verás, doctrina, simplemente, significa “enseñanza”. Es el contenido de lo
que creemos, la comprensión de la realidad que le da forma a nuestra fe.
21
Como el suelo de un jardín, la doctrina aporta el contexto para el crecimiento
del carácter.
El suelo de la doctrina en el cual somos plantadas puede hacernos
hermosas y ayudarnos a mostrar a otros la belleza de Cristo y Su evangelio.
Pero solo si es la doctrina correcta.
Aun aquellas de nosotras, que hemos sido cristianas por mucho tiempo,
podemos ser confundidas por creencias falsas o retorcidas que hemos
escuchado en algún lugar. Si no estamos atentas al suelo donde plantamos y
regamos nuestra mente y nuestro corazón, no podemos esperar recoger una
buena cosecha al final. Mala doctrina, mal fruto. Buena doctrina, buen fruto.
Déjame darte un ejemplo: mi amiga de muchos años, Holly Elliff, es
esposa de pastor y madre de ocho hijos. Tiene un dinámico ministerio para su
familia y otras mujeres. Pero hubo un tiempo, poco antes de cumplir los
treinta años, cuando un caso de mala doctrina empañó su experiencia de una
vida cristiana abundante.
Tiempo atrás, Holly, como muchas mujeres, había adquirido de alguna
manera la creencia de que si ella daba lo mejor de sí para ser una buena mujer
cristiana, si oraba y leía la Biblia fielmente, si amaba a su esposo e hijos y
cumplía con todos los requisitos cristianos correctos, entonces Dios le
regresaría el favor y la libraría de problemas. Dada esta aseveración —esta
doctrina incorrecta acerca de Dios— te puedes imaginar cómo se sacudió el
mundo de Holly cuando los problemas comenzaron a aparecer.
Después de dar a luz a sus primeros dos hijos, tuvo un aborto espontáneo.
Su próximo hijo nació con una lesión congénita que requirió meses de
terapia. En medio de todo esto, su suegro, que había sido un ejemplo piadoso
durante muchos años, fue infiel a su esposa, lo cual derivó en el divorcio de
sus suegros después de un matrimonio de cuarenta y tres años. Luego, su
suegra contrajo la enfermedad de Alzheimer, y Holly —ahora con cuatro
hijos pequeños todavía en casa— se convirtió en su cuidadora principal.
Y, por si eso fuera poco, un grupo influyente comenzó a causar división en
su iglesia y a atacar con críticas a su esposo Bill. Algo así es difícil de
enfrentar cuando tú eres el blanco, pero aún más cuando está dirigido a
alguien que amas.
Los domingos por la mañana, una de las tareas de Holly era atender la
mesa de bienvenida. Este servicio, que siempre había disfrutado, se volvió
incómodo durante ese periodo, cuando había conversaciones contenciosas en
22
los pasillos, en los salones de reunión de la iglesia, en las cenas y en llamadas
telefónicas. Y no ayudó en nada que la mujer dulce, que frecuentemente
compartía con Holly las tareas de hospitalidad, estuviera casada con uno de
los más acérrimos críticos de Bill.
Ahora, ponte en el lugar de Holly. Si hubieras estado frente a este conjunto
de circunstancias y tuvieras la perspectiva doctrinal que Holly había
adquirido de joven, que cree que Dios libra a los creyentes obedientes de los
desafíos o las dificultades angustiantes, ¿cuál hubiera sido tu respuesta?
¿Hubiera sido “reverente” en tu comportamiento, “con dominio propio” en tu
apariencia, “amable” en tus comentarios, como Tito 2 te insta a ser?
Como podrás ver, las creencias afectan el comportamiento. La doctrina
importa.
Toda esta experiencia forzó a Holly a examinar lo que realmente creía. La
desafió a construir un fundamento sólido en su vida mediante una mayor
profundización en la Palabra y un mayor conocimiento de Dios. El fruto de
esa resolución, que salió de un periodo difícil de su vida, ha sido
extraordinario y hermoso.
Así que, el punto de partida —el fundamento— para convertirse en una
mujer de Tito 2 es exactamente el primer llamado de Pablo a vivir “de
acuerdo con la sana doctrina”.

Desesperadas por la doctrina


La cultura en la Creta del primer siglo, donde Tito servía como pastor, era la
más alejada de lo bueno y lo piadoso. Citando a un filósofo contemporáneo
de ese tiempo, “los cretenses, siempre mentirosos, malas bestias, glotones
ociosos —Pablo simplemente añadió—, este testimonio es verdadero” (Tit.
1:12-13). Describió a los no creyentes como “abominables y rebeldes,
reprobados en cuanto a toda buena obra” (v. 16).
Invariablemente, la desenfrenada falsa doctrina iba de la mano con el estilo
de vida irreverente que prevalecía tanto en Creta:
“Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y
engañadores, mayormente los de la circuncisión, a los cuales es preciso
tapar la boca; que trastornan casas enteras, enseñando por ganancia
deshonesta lo que no conviene” (Tit. 1:10-11).

23
Esta falsa enseñanza no es de poca importancia. La palabra traducida como
“trastornan” significa “derrocar, anular, destruir”.[1] Ese es el tipo de
agitación que la doctrina malsana estaba causando en familias cristianas
enteras.
Entonces, ¿qué debían hacer esos cristianos del primer siglo a la luz de una
enseñanza malsana y vida pagana tan dominantes? ¿Y qué debemos hacer en
situaciones similares hoy día? ¿Preocuparnos y desesperarnos? ¿Maldecir las
tinieblas? ¿Darnos por vencidas y esperar que Jesús regrese?
“Pero tú —dijo Pablo al pastor Tito—, habla lo que está de acuerdo con la
sana doctrina” (2:1).
¿Es eso? ¿Enseñar al pueblo de Dios cómo vivir conforme a la verdad?
Así es. Ese es el plan de Dios: que la verdad y la luz triunfen sobre la
decepción y las tinieblas.
La cultura cretense estaba en una necesidad desesperada de creyentes e
iglesias que valoraran la doctrina correcta. Nuestra cultura tiene la misma
necesidad. Porque donde se enseña, se cree y se practica tal doctrina, se
exhibe el evangelio de Cristo; se proclama con poder y se vuelve creíble. Esa
es la razón por la cual Pablo urgía a Tito a designar ancianos y obispos en
cada iglesia para que pudieran “exhortar con sana enseñanza” (v. 9) y cuyo
ejemplo respaldara la enseñanza.
La sana doctrina es
radicalmente
transformacional.
Cuando la vivimos,
cambia todo en
nuestra vida.
La palabra griega traducida “sana” (como en “sana doctrina”) es jugiaíno.
Es un término del cual obtenemos nuestra palabra en español higiene.[2] La
sana doctrina es un medio para mantenernos sanos. Es saludable. Es dadora
de vida. Ayuda a las personas espiritualmente enfermas a sanarse en todos los
aspectos relevantes para la eternidad.
Hoy escuchamos mucho acerca de fuentes de energía limpias y decisiones
para un estilo de vida saludable. Nuestra cultura activista es rápida para
luchar contra el uso excesivo de pesticidas en la industria agrícola o en

24
vecindarios infestados de mosquitos. Y todos conocemos personas a quienes
les gusta tener a sus amigos cerca, pero su desinfectante en gel aún más cerca.
Pero muchos que parecen puntillosos a la hora de lavar sus frutas y
vegetales no son tan cuidadosos con el tipo de doctrina que ingieren. Los
contaminantes no parecen molestarles en cuanto a lo que ellos creen.
La doctrina sana y saludable es pura. Es higiénica. Es segura. Está libre del
error venenoso. Como resultado, produce creyentes sanos y saludables. Sus
vidas muestran la influencia que tiene la sana doctrina.
Pero, muy a menudo, muy poca de esa influencia se hace evidente en la
vida de aquellos que dicen llamarse cristianos.
No hace mucho me sorprendieron los resultados de una encuesta que leí. Se
les preguntó a incrédulos, en sus últimos años de adolescencia y adultos
jóvenes, si tenían un amigo personal o conocido que fuera cristiano. Del casi
85% que dijo que sí, solo el 15% indicó que veía algunas diferencias entre el
estilo de vida de sus amigos cristianos y no cristianos.
Y no solo lo notan los estudiantes y los adultos jóvenes. El problema existe
tanto entre las generaciones antiguas como en las nuevas.
No debería ser así. Los creyentes deberían ser notablemente diferentes. Los
creyentes verdaderos serán notablemente —hermosamente— diferentes.
Y la sana doctrina es la causante.
Cómo nos cambia la sana doctrina
La sana doctrina es radicalmente transformacional. Cuando la vivimos,
cambia todo en nuestra vida. Nos aconseja. Nos corrige. Es como un sistema
de dirección a bordo, que dirige y determina nuestro curso. Y, al final,
transforma la cultura a través de nosotras y a nuestro alrededor.
La enseñanza de la sana doctrina era tan fundamental en el pensamiento de
Pablo que, de hecho, incluyó esta frase nueve veces en las tres epístolas del
Nuevo Testamento, que conocemos como “epístolas pastorales” (1 y 2
Timoteo y Tito). Cinco de esas instancias están solamente en Tito.
Sana doctrina.
Importó entonces. Importa ahora. Es el objeto completo de la verdad,
revelada en las Escrituras, que enseña y define nuestra fe. Entre otras cosas
nos dice:
• quiénes somos
25
• quién es Dios
• qué significa ser cristiano
• qué es el evangelio
• quién es Jesús
• por qué vino
• por qué murió
• por qué vive otra vez
La sana doctrina nos dice que Dios es soberano sobre todo: sobre el
tiempo, sobre la naturaleza, sobre nuestra vida, sobre cada detalle minúsculo
del universo. Eso significa que, cuando todo en el mundo parece derrapar y
derrumbarse, podemos confiar que “Él tiene todo el mundo en Sus manos”.
La sana doctrina nos dice que existimos para dar la gloria a Dios y que
cada circunstancia que viene a nuestras vidas contribuye a tal fin. Si
pudiésemos tan solo fijar esa verdad en nuestros corazones, nunca
volveríamos a ver nuestras circunstancias de la misma manera.
Esa creencia —esa doctrina— ciertamente nos cambiaría.
La sana doctrina nos dice que el pecado entró al mundo y lo infectó hasta
cada partícula de polvo y el agua subterránea. Nos dice que nuestra tendencia
natural (desde Adán y Eva) es tratar de remediar la situación por nuestros
propios medios, separados de Dios, y escondernos de Él detrás de nuestras
hojas de higuera cosidas a mano con la esperanza de evitar que nos vea y
tener que rendirle cuentas. También nos dice que los conflictos en el hogar, el
trabajo, la familia y el mundo son una evidencia de lo que el pecado nos ha
hecho a nosotras y a otros.
Al saber esto, nuestra única esperanza se encuentra en volvernos a Aquel
que, aunque ciertamente tenía el derecho de desecharnos, decidió introducir
la redención y la reconciliación en nuestro mundo. A la luz de Su verdad,
vemos nuestro pecado y el pecado del mundo como realmente es, y
reconocemos nuestra absoluta dependencia de Él, que es nuestra justicia y
nuestra vida.
Eso, también, nos cambia.
La sana doctrina nos dice que nuestras opiniones personales son
intrascendentes comparadas a las de Dios, que los derechos individuales no
superan a los absolutos eternos, que la verdad no es subjetiva ni relativa, sino
constante en todas las épocas, todos los lugares y todas las personas,
26
incluidas nosotras.
Nos dice que las cosas no siempre serán así, que la meta de la vida cristiana
no es la mera supervivencia ni la coexistencia pacífica con una cultura
perdida, sino el triunfo final de Cristo sobre la cultura.
La sana doctrina nos dice que aún como creyentes podemos tener una lucha
contra el pecado que mora en nosotras, contra los apetitos carnales y contra
los deseos egoístas. Nos recuerda que si no permanecemos en Cristo y
permitimos que su Espíritu haga su obra santificadora en nosotras, podemos
hacer obras religiosas, pero no dar fruto espiritual.
Aún más, la sana doctrina nos dice que, cada vez que decimos sí a Jesús y
no a nuestra carne, y permitimos que Su amor y Su poder fluyan a través de
nosotras, nos asemejamos cada vez más al Rey, a cuyo reino celestial
representamos aquí en la tierra.
Nos dice que la cruz es el mensaje de esperanza de Dios al mundo y que las
evidencias primarias de su realidad presente son vidas en quienes Su
misericordia y Su gracia están activamente obrando.
Y todo eso, mi hermana, debería transformarnos por completo.

El regalo de la sana doctrina


Sí, la sana doctrina nos cambia.
Es el qué, que nos guía a nuestro ahora qué.
“Que también pueda exhortar con sana enseñanza”, le dice Pablo a Tito
(1:9). Coloca un fundamento bíblico sólido y un fundamento teológico en el
corazón de tu pueblo. Ese es el qué. Es el punto de partida.
Luego, “habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina” (2:1), es decir,
haz una aplicación personal y práctica de la verdad. Esto es el ahora qué. Es
la aplicación práctica. La sana doctrina no es solo una colección de conceptos
teológicos abstractos. Siempre está ligada al deber. Requiere, motiva y nos
permite vivir una vida que sea agradable al Señor.
Tristemente, muchos creyentes e iglesias de hoy parecen carecer de apetito
por la sana doctrina. Vivimos en una cultura consumista. Queremos que nos
entretengan. Queremos estar cómodas. No queremos tener que pensar. Y no
queremos que la gente de afuera piense que somos intolerantes, excluyentes o
aburridas. Hemos aprendido que “la doctrina liviana” muchas veces atrae
mayores multitudes que una enseñanza y predicación doctrinalmente fuertes.
Pero el impacto del evangelio en el mundo se debilita inevitablemente
27
cuando nuestro enfoque en programas, producciones, mercadeo y relevancia
supera nuestro énfasis en la sana doctrina. Cuando eso ocurre, privamos a las
personas de aquello mismo que le da al mensaje cristiano su mayor
persuasión: el saleroso testimonio de vidas cambiadas que reflejan la belleza
de Cristo y Su verdad. Anhelar algo inferior a la sana enseñanza es transitar
por un terreno peligroso.
Pero esta tendencia no es exclusiva de nuestra era. Tampoco debería
sorprendernos. Pablo advirtió a su joven pastor amigo Timoteo acerca de lo
mismo:
Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que
teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus
propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a
las fábulas (2 Ti. 4:3-4).
Pablo fue rápido en indicar a Timoteo una solución atemporal:
Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo… que prediques la
palabra… redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina
(2 Ti. 4:1-2).
En esencia, este es el mismo mensaje que Pablo le dio a Tito al principio de
su carta, cuando detalló los requisitos específicos de los líderes de la iglesia.
Los pastores y los ancianos son responsables de dar dirección y protección
espiritual al rebaño de Dios. Un compromiso indefectible con la sana doctrina
es central para ese llamado:
Retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también
pueda exhortar con sana enseñanza [dirección] y convencer a los que
contradicen [protección] (Tit. 1:9).
Si los pastores o líderes de tu iglesia aman, viven y enseñan la sana
doctrina, has recibido un regalo enorme. Asegúrate de que sepan cuán
bendecida y agradecida estás. Si buscas una iglesia donde congregarte,
asegúrate de escoger una donde tú y tu familia encuentren una dieta constante
de sólida enseñanza bíblica que los anime a vivir las implicaciones de la sana
doctrina. Y si tu iglesia está en la búsqueda de un nuevo pastor, ora para que
Dios lleve a un hombre que “hable lo que está de acuerdo con la sana
28
doctrina” (Tit. 2:1). No tiene que ser un orador fascinante o un administrador
espléndido. No tiene que poseer un gran carisma o la habilidad de edificar
una megaiglesia, sino ser capaz de “predicar la Palabra”, para “exhortar y
reprender con toda autoridad” (v. 15).

Doble peligro
Sin sana doctrina, no tenemos anclaje ni un punto de apoyo sólido para
nuestras vidas. Si no estamos cimentadas en la sana doctrina, seremos
fácilmente engañadas y conducidas por mal camino, susceptibles a la falsa
doctrina. No sabremos cómo discernir la verdad del error cuando escuchemos
a un predicador popular o leamos un libro de superventas, que no está
completamente en línea con las Escrituras. Sin la sana doctrina, no podemos
saber cómo vivir de la manera que agrada a Dios.
La doctrina que produce
defensores de la verdad,
que tienen justicia propia
y son críticos, contenciosos
e insensibles, no es
verdaderamente sana;
porque la sana doctrina
no es tan solo verdadera
y correcta, sino también
hermosa y buena.
Por eso, frecuentemente, vemos a creyentes profesantes caer presa de
enseñanzas erróneas y justificar decisiones no bíblicas e inmorales, porque se
han extraviado de la sana doctrina y sus implicaciones en la vida.
Ante todo lo dicho, necesitamos reconocer que es posible sostener
tenazmente la sana doctrina de una manera fría, sin vida y carente del Espíritu
(¿tal vez, farisea?). De hecho, existen dos peligros, que igualmente se deben
evitar cuando se trata de la doctrina.
Hasta ahora, en este capítulo hemos enfatizado el primer problema: el de
una vida sin sana doctrina. Por otro lado, aquellos que valoran y promueven
la sana enseñanza bíblica pueden correr el peligro de tener una doctrina sin
vida.
29
Este fue el problema de Nicodemo cuando por primera vez se acercó a
Jesús. El líder espiritual judío era bien versado en las Escrituras del Antiguo
Testamento. Observaba sus preceptos meticulosamente. Había comprendido
la doctrina. Pero no tenía el Espíritu. No tenía vida. Y, cuando fue a hablar
con Jesús una noche, rápidamente quedó claro que Nicodemo carecía de los
principios básicos de la vida del Espíritu. Esto hizo que Jesús se asombrara y
dijera: “¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” (Jn. 3:10).
Nicodemo es un excelente ejemplo del hecho de que es posible saber lo
correcto y hacer lo correcto, y sin embargo no estar en lo correcto.
Aún más, la doctrina que produce defensores de la verdad, que tienen
justicia propia y son críticos, contenciosos e insensibles, no está de acuerdo
con el corazón y el carácter de Dios. No es verdaderamente sana; porque la
sana doctrina no es tan solo verdadera y correcta, sino también hermosa y
buena.
¿Podrían los demás ver eso cuando observan nuestra vida? Podríamos tener
las mejores respuestas a las preguntas más difíciles, pero ¿exhibimos ternura
cuando damos esas respuestas? Podríamos ser capaces de citar con “capítulo
y versículo” nuestros distintivos doctrinales, pero ¿manifestamos genuino
amor y bondad —el fruto del Espíritu— en nuestra rectitud teológica?
Podríamos ser expertas en la Palabra de Dios, pero ¿es evidente a otros que
nuestro corazón está conmovido por la maravilla de lo que conocemos?
Como Pablo le dijo a Tito, la meta es que “en todo adornemos la doctrina
de Dios nuestro Salvador” (Tit. 2:10). Cuando vivimos Su verdad en el poder
del Espíritu Santo, nuestra vida se vuelve más hermosa. Y esa verdad se
vuelve más convincente e irresistible para quienes nos rodean.
La única diferencia
Cuando Pablo insta a Tito a enseñar lo que está de acuerdo con la sana
doctrina, da a entender que ciertas maneras de vivir no están de acuerdo con
la sana doctrina. A lo largo de todo el libro de Tito, Pablo identifica maneras
en que la vida de los cristianos debería diferir radicalmente de la de los
incrédulos.[3] Veamos algunas de estas distinciones:
• Consecuencia entre creencia y comportamiento. Los incrédulos
“profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan” (1:16),
mientras que se espera que la vida de los verdaderos creyentes sea
30
consecuente con lo que dicen creer.
• Pureza. Pablo describe a los incrédulos como “abominables” y
rebeldes (1:15; 2:14), que se comportan como “malas bestias” (1:12).
En contraste, la doctrina de la santidad de Dios nos llama a ser
“irreprensibles” (1:6-7) en cada área de nuestra vida.
• Dominio propio. Los incrédulos son esclavos de “concupiscencias y
deleites diversos” (3:3) como la glotonería y la pereza (1:7, 12). Pero
los creyentes en Cristo reciben Su poder para tener dominio propio.
• Compostura. Los incrédulos son muchas veces “iracundos” y
“pendencieros” (1:7). Pero los creyentes deben ser “prudentes” y
“no… respondones” (2:5, 9), “que a nadie difamen, que no sean
pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con
todos los hombres” (3:2).
• Relaciones. Pablo describe la actitud de los incrédulos hacia otros
como estar “viviendo en malicia y envidia” (3:3), mientras que las
relaciones de los creyentes deben reflejar “la bondad de Dios nuestro
Salvador” (3:4).
• Veracidad. Pablo describe a los incrédulos como intrigantes
“mentirosos” (1:12) y “engañadores” (1:10). Sin embargo, se refirió al
creyente como aquel que tiene “un conocimiento de la verdad” (1:1) y
una devoción a Dios que “nunca miente” (1:2).

Y pudiera continuar. Pero creo que entiendes lo que quiero decir. La


distinción entre las personas cristianas y las del mundo debe ser tan clara
como el agua. No porque somos mejores personas o porque tuvimos una
mejor crianza. De hecho, inherentemente, no diferimos en nada a otras
personas. A nuestro corazón le encantaría marchar al mismo ritmo
egocéntrico que el resto del mundo.
La única diferencia —la única diferencia— es Jesús. El evangelio.
Pero qué diferencia marca. ¡Qué diferencia Él marca!
Y el medio a través del cual el Espíritu continúa aflojando nuestro aferro a
viejos patrones de comportamiento, para liberarnos de las ataduras de la
conformidad cultural y despertar nuestro corazón a la belleza de Cristo y Sus
caminos, es a través de la verdad impartida de Su Palabra.
A través de la sana doctrina.
No pienses que puedes vestirte con un mejor comportamiento o convertirte
31
en la hermosa mujer que esperas ser sin fundar tu vida sobre la verdad
bíblica. Si no estás dispuesta a comenzar allí y permanecer allí, saturándote
de las Escrituras y recibiendo la sana doctrina de creyentes maduras, tu
búsqueda de una vida piadosa y fructífera siempre será un ejercicio de
frustración.
Y si tratas de vivir sin prestar mucha atención a la sana enseñanza bíblica,
no pienses que evitarás encontrarte con la doctrina. Simplemente estás
escogiendo vivir un tipo de doctrina diferente.
Porque todas nosotras vivimos (y morimos) por la doctrina.

El evangelio de la verdad
He llegado a creer que cada falla y defecto en nuestra vida fluye de alguna
clase de deficiencia doctrinal.
O no nos han enseñado y realmente no conocemos la verdad de Dios, que
nos permite obedecerlo y deleitarnos en Él.
O (peor aún) conocemos la verdad, pero no estamos caminando de acuerdo
con lo que conocemos.
Es uno o lo otro. Porque solo la sana doctrina, aplicada constantemente,
mantendrá nuestro pensamiento y comportamiento en el camino correcto.
La sana doctrina es segura. Es higiénica. Es pura. Y es absolutamente
indispensable para un corazón sano y una vida piadosa.
Nuestro más alto
propósito es engrandecer
a Dios. Hacemos eso
cuando experimentamos,
disfrutamos y reflejamos
la hermosura de Cristo,
y la mostramos a un
mundo que está carente
de verdadera belleza.
Ahora bien, conocer y aceptar la sana doctrina bíblica no “endulza” la
guerra espiritual que enfrentamos ni nos garantiza que nunca fallaremos. Pero
cuando fallamos, nos muestra a dónde ir; nos indica el camino de regreso a la
cruz, nos llama a arrepentirnos y a entregarnos otra vez a Cristo, y nos
32
asegura Su misericordia.
Nuevamente, todo nos lleva de regreso al evangelio. Nuestro propósito en
buscar el carácter, las relaciones y el ministerio de Tito 2 no es solo para ser
mejores esposas, madres o líderes ministeriales, o para tener una mejor
reputación o poder dormir mejor por la noche. Nuestro más alto propósito es
engrandecer a Dios. Hacemos eso cuando experimentamos, disfrutamos y
reflejamos la hermosura de Cristo, y la mostramos a un mundo que está
carente de verdadera belleza.
Puede que estés preocupada —como todas deberíamos estarlo— por la
rápida desintegración moral que nos rodea. Nuestra respuesta reflexiva es
pensar que la solución se encuentra en leyes nuevas y mejores, estructuras y
sistemas nuevos o un reacondicionamiento de las escuelas y los gobiernos. Es
tentador pensar que un presidente distinto, legisladores y jueces diferentes, o
más y mejores programas sociales cambiarían las cosas.
Pero lo que Pablo plantea en Tito es que, primero y principal, necesitamos
discípulos que conozcan y vivan de acuerdo con la sana doctrina. Hombres y
mujeres que estén fundados en las Escrituras y que vivan lo que creen.
Creyentes que sean piadosos, sabios, buenos y amables, que tengan familias y
relaciones amorosas y sanas.
Nuestros mejores argumentos intelectuales en sí solos nunca persuadirán al
mundo entero sobre la existencia de Dios, la singularidad de Cristo, el
camino a la salvación y la justicia moral de una cosmovisión bíblica, y otras
cosas más. El mundo es mucho más propenso a dejarse persuadir cuando ve
el evangelio manifestado en nuestra vida y nuestras relaciones.
Como dijo Heinrich Heine, el filósofo alemán del siglo XIX: “Muéstrenme
su vida redimida y tal vez pueda creer en su Redentor”.[4]
Simplemente, no hay herramienta de evangelismo más poderosa ni medios
más eficaces de producir un cambio social o sistemático, sino cristianos que
creen y demuestran la doctrina y el evangelio de Cristo Jesús.
Cuando mujeres jóvenes
y ancianas aprenden y
viven juntas la Palabra
de Dios, el resultado
es asombrosamente

33
bello. Sumamente
cautivante. Un reflejo
de la imagen de Cristo.
Esa proposición podría parecer ingenua y demasiado simple para muchos.
¿Qué influencia podría ejercer un puñado de seguidores de Cristo
regenerados en una isla de Creta perteneciente a ese vasto y corrupto Impero
romano? ¿Qué influencia podemos ejercer tú y yo si vivimos una vida
piadosa en nuestro mundo impío?
Tú, tu familia y tu iglesia podrían ser pequeñas islas de piedad en un vasto
mar de maldad. Pero no subestimes lo que Dios puede hacer por medio de
esos fortines de gracia y belleza para que el evangelio sea deseable para las
almas perdidas. Así se extiende el Reino de Dios.
Por lo tanto, si eres una mujer joven… ahora prepárate a aprender a buscar,
entender y atesorar la sana doctrina de la Palabra de Dios, porque sabes que
esto formará la persona que hoy eres y la que serás mañana. Asegúrate de
relacionarte con ancianas piadosas, cuyo amor por Cristo y Su Palabra
incremente tu apetito por la sana doctrina y tu entendimiento de la influencia
que tiene en cada área de tu vida.
Y para aquellas de nosotras que somos ancianas, asegúrate de nunca dejar
de lado lo esencial: la Palabra de Dios pura, sin disolución. Seamos epístolas
vivientes de la sana doctrina, tanto en el aprendizaje como en la práctica.
Suficiente hemos tenido con la atracción y la distracción del mundo. Es
tiempo de mostrarles a las generaciones siguientes la belleza de la verdad de
Dios y su suficiencia para los desafíos de nuestro tiempo. Te aseguro que,
cada vez que seas obediente a este llamado, podrás ver que Dios pinta tu vida
con colores del evangelio fuertes y vivos como jamás imaginaste.
La doctrina es el qué.
Su aplicación es el ahora qué.
Y, cuando ambos están juntos, tenemos el fundamento de la verdad firme y
nivelado sobre el cual construir nuestra vida con confianza.
Cuando mujeres jóvenes y ancianas aprenden y viven juntas la Palabra de
Dios, el resultado es asombrosamente bello. Sumamente cautivante. Un
reflejo de la imagen de Cristo.

34
Reflexión personal
Ancianas
1. Si una mujer joven estuviese buscando una mentora sólidamente
fundada en la verdad bíblica y que refleje la belleza de la verdad,
¿pensaría en ti? ¿Por qué sí o por qué no?
2. ¿Qué pasos prácticos podrías tomar a fin de estar mejor preparada
para ser mentora de una mujer más joven? (¡Recuerda que no tienes
que ser perfecta para ser de ayuda!).
3. ¿Cómo podrías animar a una mujer más joven en tu vida a ser más
intencional en cuanto a “plantar y regar” su corazón en el suelo de la
buena doctrina?
Mujeres jóvenes
1. ¿De dónde has “adquirido” las “doctrinas” (enseñanzas) que más han
influido en tu vida? ¿De la televisión/películas, amigas, miembros de
tu familia, mentoras, libros, las Escrituras, la iglesia? ¿Son estas
fuentes sabias y piadosas? ¿Cuál es el fruto de estas enseñanzas en tu
vida?
2. ¿Qué cualidades de una mentora potencial te indicarían que tiene un
firme compromiso con la sana doctrina? ¿Cuáles podrían ser unas
posibles señales de alarma?
3. ¿Qué pasos podrías tomar para profundizar tu entendimiento de la
Palabra de Dios y saturar tu mente, tu corazón y tu vida con la sana
doctrina?

35
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.

Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el


amor, en la paciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte ; no calumniadoras ,


no esclavas del vino, maestras del bien;

que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos,


para que la palabra de Dios no sea blasfemada.

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador.
TITO 2:1-5, 10

36
CAPÍTULO 3

No pierdas la esperanza en esta carrera de modelaje


Envejeciendo hermosamente, a cualquier edad
Una persona mayor que ha caminado por mucho tiempo en la senda de la justicia es un tesoro:
un tesoro de sabiduría, un tesoro de experiencia y un tesoro de entendimiento.
JOHN MacARTHUR

NO HACE MUCHO, UN MÉDICO AMIGO nos presentó a mi esposo y a mí un


suplemento de salud, que ha sido desarrollado para reparar, rejuvenecer y
restaurar las células del cuerpo a nivel molecular. A medida que
envejecemos, estas moléculas se desequilibran y disminuyen, y nuestro
cuerpo ya no puede funcionar a niveles óptimos.
Cuando escuchamos a nuestro amigo mientras nos explicaba el respaldo
científico del producto y sus resultados de un incremento de energía, fuerza y
salud, nos miramos el uno al otro y pensamos: ¿Cómo podemos obtenerlo?
¿Cuándo podemos comenzar?
Como sabrás, nadie nos tuvo que decir que esas células de nuestro cuerpo
están envejeciendo. Lo sabemos. Lo sentimos. Tú también lo sabes. ¿Y a
quién no le encantaría retrasar ese proceso?
Robert y yo no estamos buscando algo que nos devuelva el cuerpo que
teníamos a los veinticinco años, pero nos gustaría tener la fuerza física para
amar y servir al Señor, el uno al otro y a los demás mientras Él nos dé aliento.
Aún más importante, queremos conservar la vitalidad espiritual —florecer y
dar fruto— a medida que envejecemos.
Y todas estamos envejeciendo: cada una de nosotras. Aunque tengamos
veinte, cuarenta u ochenta años de edad, los años siguen pasando a una
velocidad que parece estar en continuo incremento. Ninguna de nosotras será
más joven de lo que somos ahora. Sin embargo, esta realidad, por inevitable
que sea, todavía logra sorprendernos.
En realidad, el proceso
de envejecimiento puede
ser una oportunidad de
37
madurar y —desde una
perspectiva eterna—
ser cada vez más
hermosas, no menos.
Pocas de nosotras estamos dispuestas a ver las características, que alguna
vez notamos en nuestros padres o abuelos, aparecer ahora sobre la piel de
nuestras manos, en la forma de nuestro cuerpo, en el color gris de nuestro
cabello. ¿Cuándo ocurrió esto? ¿Estuvo esa mancha oscura siempre allí? ¿Ya
no puedo leer sin estos lentes? (Si esta todavía no ha sido tu experiencia,
créeme, lo será, ¡y más pronto de lo que imaginas!). ¡Qué rápido —nos
dijeron— pasarían los años!
Cuánta razón tenían.
Pero en nuestro descorazonamiento ante los efectos inexorables de la vida
sobre nuestras raíces, nuestros reflejos y nuestra memoria, no perdamos de
vista el hecho de que la Biblia no considera el envejecimiento como algo
malo. De hecho, da honor a aquellos que han cosechado sabiduría con el paso
de los años.
Por eso me encanta ver personas de un amplio rango de edad participar de
la adoración corporativa y el ministerio de la iglesia local o pasar tiempo
juntas durante una comida con la comunidad de la iglesia. Estamos seguros
de que la iglesia se ve disminuida cuando es demasiado homogénea,
especialmente cuando se deja de lado a las personas más ancianas (o jóvenes)
o simplemente no se las busca integrar como parte de la combinación
demográfica homogénea ideal de una iglesia en particular.
El Señor dijo a los israelitas desde tiempos antiguos: “Delante de las canas
te levantarás, y honrarás el rostro del anciano” (Lv. 19:32). Se decía que los
patriarcas del Antiguo Testamento estaban “llenos de años”, “llenos de días”
(Gn. 25:8; 35:29). Y muchos héroes de la fe de las Escrituras florecieron a
partir de la mitad y la última parte de sus vidas. Job mismo señaló:
En los ancianos está la ciencia,
y en la larga edad la inteligencia (Job 12:12).

Incluso la estructura de Tito 2 implica una deferencia hacia los creyentes


ancianos. Pablo habló primero a los ancianos, luego a las ancianas y después

38
dio instrucciones a las mujeres y hombres jóvenes.
En general, la cultura occidental ya no piensa de esta manera. Tendemos a
devaluar a las personas cuando envejecen, de la misma manera que tendemos
a depreciar nuestro propio valor a medida que envejecemos, y nos sentimos
infelices con nuestra apariencia, nuestro ritmo más lento y el esfuerzo
requerido para estar más ágiles y en forma. Pero, en realidad, el proceso de
envejecimiento puede ser una oportunidad de madurar y —desde una
perspectiva eterna— ser cada vez más hermosas, no menos. Puede
conducirnos a una mayor productividad y a un vital cambio de rol dentro del
cuerpo de Cristo, que contribuya a la extensión del reino incluso mientras
envejecemos.
Por favor, escúchame. No estoy sugiriendo que sea necesariamente
pecaminoso desilusionarse por los cambios poco atractivos que vemos en el
espejo o tener añoranza por nuestros años más jóvenes y el deseo fugaz de
recuperarlos.
Lo que estoy diciendo es que nuestra experiencia común al envejecer,
como cualquier otra experiencia en la vida, debería definirse por un
paradigma bíblico más que por la perspectiva promovida por el mundo. En
lugar de fijar nuestras expectativas en lo que vemos en los comerciales o
escuchamos en una conversación, o incluso leemos en investigaciones
publicadas en revistas científicas y médicas, estamos llamadas a enmarcar
nuestro presente y nuestro futuro en torno al modelo atemporal para el
envejecimiento que encontramos en las Escrituras.
Sí, estamos envejeciendo, ya sea que “anciana” para ti signifique tener
treinta y cinco, sesenta y cinco o noventa y cinco años.
Y, sí, cada una de estas edades trae nuevos desafíos, algunos más difíciles
que otros.
Pero aun cuando te encuentres en la categoría bíblica de “ancianas” (en
algún punto más allá de los años de crianza de los hijos, tal vez mucho más
allá), tus mejores días como una modelo de piedad vital y dinámica todavía
pueden estar por delante. Cada día de vida que Dios te da es una oportunidad
de seguir creciendo en el carácter de Cristo y de reconocer en estas nuevas
líneas de expresión y arrugas los ingredientes de una mujer de Tito 2.

Para mujeres que maduran a cualquier edad


Ya te he presentado a mi amiga, la ya fallecida Vonette Bright. Conocí a
39
Vonette cuando yo era pequeña. En numerosas ocasiones, tuve el privilegio
de viajar y ministrar con esta brillante mujer, la cofundadora (con su marido,
el Dr. Bill Bright) de la Cruzada Estudiantil para Cristo (ahora llamada, Cru).
Para mí, fue una de esas personas que lograron captar mucho de lo bello de
una mujer piadosa —llena de la Palabra, llena de fe, llena de vitalidad
espiritual— hasta los últimos días de su vida.
A los ochenta años, incluso mucho después de haber enviudado, esta
increíble mujer seguía viajando por todo el mundo, sirviendo al Señor y a los
demás con vigor y gozo. Su pastor me dijo que, ocupada como estaba, se
ofreció a organizar una reunión semanal de grupos pequeños en su hogar.
Ella se negó a amoldarse y vivir para sí misma.
A finales de sus setenta años, Vonette incluso tomó un curso en línea para
convertirse en un miembro de pleno derecho de la Asociación de
Motociclistas Cristianos —¡pasó la prueba en línea y luego fue a dar un
paseo!—, porque amaba lo que estaban haciendo para difundir el evangelio y
quería animarlos. Uno de los momentos más emotivos del día de su funeral
fue observar a una escolta de una docena de motoristas que conducían la
caravana de la familia, amigos cercanos y el coche fúnebre que llevaba su
ataúd. ¡Qué espectáculo! Los hombres en Harleys, honraban el recuerdo de
una mujer de ochenta y nueve años que amaba a Jesús y tuvo amor por ellos.
Lo que pasó en el ministerio público de Vonette fue igualmente evidente en
su conducta y estilo de vida privados. Era una mujer de Tito 2 en todos los
aspectos de su vida. Y se notaba.
Cuando ves a una anciana
que es sabia, encantadora,
agradecida, amable y llena
del Espíritu de Dios, estás
viendo un carácter que
seguramente se ha formado
a lo largo de muchos años.
Vonette y yo hablamos frecuentemente durante los meses finales de su vida
y, en ocasiones, de manera extensa. Me infundió gran esperanza ser testigo
del espíritu aún lleno de vida y el crecimiento y la devoción interminables de
esta mujer tres décadas mayor que yo, y darme cuenta de que “¡Sí, se
40
puede!”. Ella era una prueba viviente de lo que la gracia de Dios puede
producir en nosotras —en mí— mientras corremos la carrera que Él nos ha
puesto por delante.
Pero esto es lo que debemos recordar: las Vonette Brights no se forman de
la noche a la mañana. Las mujeres no se despiertan a los ochenta y nueve
años y, de repente, se encuentran espiritualmente fructíferas y florecientes.
No es algo para empezar a considerar después de la menopausia.
El reto para las ancianas es seguir considerándose espiritualmente vitales y
relevantes. A medida que sus problemas de salud aumentaban y el cuerpo de
Vonette se debilitaba, lamentaba no poder hacer más para el Señor y por
otros y anhelaba poder ir a su hogar celestial. Ella necesitaba que se le
recordara que no había dejado de ser útil y que su llamado no había
caducado.
Las mujeres más jóvenes también enfrentan un reto: hacer buen uso de esos
años cuando la fuerza física, la belleza y la energía son más naturales, y
prepararse para cuando llegue el día en que no puedan abotonarse la ropa con
la misma facilidad y sus articulaciones comiencen a ponerse rígidas... para
que puedan seguir con su carrera de ser ejemplos.
Convertirme en una “anciana piadosa” ha sido una de mis metas en la vida
desde que tengo memoria. Sé que puede sonar un poco extraño. Pero incluso
cuando era una joven adolescente comencé a darme cuenta de que las
decisiones que estaba tomando en ese entonces contribuirían a mi vida como
estudiante universitaria, como joven adulta, como mujer de mediana edad y,
al final, como la ancianita que algún día vivirá en mi domicilio particular.
Sabía entonces, y sé ahora, que no hay atajos para adquirir las cualidades de
una anciana piadosa. Deben cultivarse y sazonarse con el tiempo para que
adquieran sabor y alcancen su punto justo.
Requieren una vida. Requieren experiencia.
Requieren errores, confesión y arrepentimiento.
Requieren intencionalidad y sacrificio.
Requieren toda una vida de práctica.
No estoy tratando de poner la presión de toda tu vida encima de tus planes
sociales para este fin de semana. Tampoco estoy diciendo que Dios no puede
hacer nada contigo si no eres espiritualmente intencional desde una edad
temprana. Pero cuando ves en la iglesia a una anciana que es sabia,
encantadora, agradecida, amable y llena del Espíritu de Dios —una modelo
41
en todos los sentidos— estás viendo un carácter que seguramente se ha
formado a lo largo de muchos años. Y cuando observas a esas ancianas que
parecen quejumbrosas, intolerantes, mezquinas o amargadas, casi con toda
seguridad llegaron a ser así en el transcurso de las décadas.
Esta es la verdad: las ancianas piadosas más maravillosas que conoces
probablemente también tomaron en serio ser mujeres jóvenes piadosas.
Así que el mensaje de Tito 2 es para todas nosotras, ancianas y jóvenes. Y,
a medida que profundicemos en sus tesoros, veremos cómo las ancianas de la
iglesia florecen cuando permanecen junto a mujeres más jóvenes, y cómo las
jóvenes pueden encontrar una perspectiva inspiradora de su carácter y
utilidad perennes en la vida y en el rostro de sus hermanas espirituales
mayores.
Eso no quiere decir que no haya diferencias entre las diversas etapas de la
vida. Cada una tiene desafíos y experiencias que hacen que las palabras de
Pablo tengan validez para cada grupo. Y, aun así, todas podemos
beneficiarnos de leer y practicar todo lo que él escribió.
Incluso, por curioso que parezca, sus recomendaciones iniciales a los
ancianos.
Madurez total
Al dar el primer vistazo al versículo 3 de Tito 2, donde empiezan las
instrucciones de Pablo a las ancianas, casi de inmediato notarás una palabra
que nos hace detener antes de proseguir.
“Las ancianas —comienza el versículo— asimismo…”. ¿Asimismo?
Esta palabra me lleva a creer que lo que Pablo les escribió a los ancianos
también tenía la intención de aplicarse al carácter de las ancianas. De modo
que debemos retroceder al versículo 2 para ver qué tipo de cualidades están
de acuerdo con la sana doctrina, tanto para hombres como para mujeres:
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el
amor, en la paciencia (Tit. 2:2).
Estas no son cualidades que podríamos escoger y servirnos como en un
restaurante autoservicio. No. Estas son la marca registrada de todos los
creyentes espiritualmente maduros. Ninguna de ellas es opcional si queremos
convertirnos en modelos de Tito 2. Así que tomemos un tiempo breve para

42
analizarlas.
“Sobrias”
La aplicación más literal que nos viene a la mente cuando escuchamos este
término es estar libre de la influencia embriagante del alcohol. Pero ser
sobrias en un sentido bíblico tiene connotaciones más amplias. Implica no
embriagarse con ninguno de los varios excesos que tenemos disponibles en el
mundo.
Podría ser un apetito glotón por la comida cuando medicamos nuestras
emociones con bocados irreflexivos de nuestros refrigerios favoritos y no
podemos esperar para salir a cenar y darle gusto a nuestro antojo.
Podría ser una fiebre por gastar dinero, aunque lo justifiques como el
derecho de abuela de consentir a tus nietos con juguetes y regalos.
Podría ser el hábito de explorar la Internet negligentemente o de no
perderte la serie de televisión más reciente.
Desde la distancia, podemos ver fácilmente este tipo de actividades (y
otras) como algo extravagantes, derrochadoras, egocéntricas y vanas. Sin
embargo, en un momento tentador, bajo circunstancias que se prestan a
buscar una vía de escape o alivio emocional, cualquiera de nosotras puede
caer en la indulgencia excesiva y el exceso, al ocuparnos en buscar cosas
vanas y efímeras que nunca nos saciarán lo suficiente y que siempre nos
llevarán a buscar más.
Una mujer sobria, por el contrario, ha aprendido la diferencia que satisface
el alma entre los placeres temporales y los placeres eternos. Ella reconoce
que nunca será totalmente inmune al clamor exigente de las necesidades
insatisfechas y a la atracción por los apetitos carnales, ya sean en la forma de
compras extravagantes o juegos de computadora altamente adictivos. Pero la
madurez le ha enseñado lo que realmente importa en la vida.
Y así, a través de un patrón de práctica de la obediencia y entrega al
Espíritu, ella ha experimentado la libertad de decir “no” a las indulgencias
que al final pueden dejarla vencida, desanimada y desmoralizada. Y las
mujeres jóvenes que ansían este tipo de discernimiento y fuerza para sí
mismas encontrarán en ella un ejemplo de templanza y moderación —su
sobriedad— atractivo y digno de imitar.
“Serias”

43
La NVI traduce este término como “respetables”. Es la cualidad de ser
honorable, reverente y debidamente solemne en la vida.
Nuestra vida incluye una abundancia de oportunidades adecuadas para la
diversión y la risa, momentos que se prestan para la alegría. Pero no todos los
momentos son así. De hecho, yo diría que la mayoría de ellos no lo son. La
vida debe tomarse en serio; no con pesimismo, ni con tristeza, no carente de
gozo y algarabía, pero tampoco con ligereza y descuido.
Por eso, Pablo instó a los creyentes a que “andemos como de día,
honestamente” (Ro. 13:13), “redimiendo el tiempo” (Col. 4:5). Somos
llamadas a vivir de una manera digna de los que pertenecen a Dios, que es “el
Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo” (Is.
57:15).
Uno de los beneficios de
envejecer es tener una
conciencia creciente de
la eternidad, la cual
debería darle color a todo
lo que tiene que ver con
nuestra vida diaria.
Uno de los beneficios de envejecer es (o debería ser) tener una conciencia
creciente de la eternidad, la cual debería darle color a todo lo que tiene que
ver con nuestra vida diaria. Las cosas se ven diferentes cuando adoptamos
esta visión a largo plazo. Tenemos más motivos para estar menos agitadas,
menos apresuradas, menos dramáticas, menos inclinadas a llamar a toda una
emergencia. Podemos estar más en paz y en calma, poder determinar mejor
cómo manejar cualquier tipo de dilema, dinámica o desacuerdo que se
presente. El cielo está cada vez más cercano, lo cual nos permite andar
tranquilamente con confianza y gracia y caminar en reverencia ante Aquel en
cuya presencia vivimos. Y lejos de volvernos taciturnas o mojigatas, esta
manera de pensar y vivir nos lleva a disfrutar del más alto y puro gozo.
Las ancianas están en la mejor posición de modelar este tipo de dignidad y
postura a las mujeres jóvenes, que regularmente se encuentran ante
situaciones que parecen demasiado difíciles de manejar y que necesitan la
influencia tranquilizadora de la sabiduría y la madurez.
44
La seriedad es algo hermoso de contemplar.
“Prudentes”
Dedicaremos un capítulo a este asunto más adelante, ya que Pablo regresa a
él en varias ocasiones. Pero echemos un vistazo breve a esta importante
palabra.
“Prudente” viene de la palabra griega sófron, la cual deriva de dos
palabras, una significa “salvo” o “sano”, y la otra significa “mente”. Ser
prudente es actuar con una “mente salva” o una mente sana: vivir con una
mente sensata.
Curiosamente, la última parte de la palabra —fron— está relacionada con
la palabra del griego moderno que se usa para frenos de un automóvil. Una
persona prudente sabe cuándo detenerse, cuándo decir que no. Sabe cómo
frenar sus deseos e impulsos. Sabe dominarse bajo el control del Espíritu
Santo. Se gobierna a sí misma y disciplina su mente, sus pasiones, sus deseos,
su comportamiento.
No existen atajos para adquirir esta característica. Cada una de nosotras
sabe, por dura experiencia, cuán obstinada y resistente puede ser nuestra
voluntad humana. Naturalmente, nos resistimos no solo a los intentos de otros
de manejarnos y dirigirnos, sino también a nuestros propios esfuerzos. Por
eso, las mujeres jóvenes necesitan modelos mayores que hayan enfrentado el
reto de ejercer “sófron”, pero que también pueden mostrar en su propia vida
cómo es esta cualidad y cómo se cultiva.
“Sanas en la fe”
Pablo termina esta lista de cualidades en el versículo 2 con tres
características que demuestran el fruto de la sana doctrina en el carácter de
los creyentes mayores: sanos en la fe… sanos en el amor… sanos en la
paciencia.
La palabra traducida como “sanos” implica salud y salubridad, lo cual lo
hace aún más alentador cuando se dirige a creyentes en sus últimos años,
cuando los problemas de salud tienden a empeorar. Incluso cuando el cuerpo
comienza a ponerse lento, a crujir y a perder vigor en varias partes, en nuestra
vida espiritual deberíamos estar en mejor forma que nunca.
“Sanas en la fe” significa, literalmente, sanas en la fe: cimentadas en la
verdad de la Palabra de Dios. Y capaces de afirmar, a partir de la experiencia,

45
la confiabilidad de las promesas de Dios.
Pienso en Josué que, parado delante del pueblo de Israel cerca del final de
su vida, declaró: “Y he aquí que yo estoy para entrar hoy por el camino de
toda la tierra; reconoced, pues, con todo vuestro corazón y con toda vuestra
alma, que no ha faltado una palabra de todas las buenas palabras que Jehová
vuestro Dios había dicho de vosotros; todas os han acontecido, no ha faltado
ninguna de ellas” (Jos. 23:14).
Estas no son las palabras de un hombre cuya fe era meramente intelectual.
Estas revelan una fe madura, una fe que ha sido puesta a prueba y
comprobada, una confianza firme en Dios y Su Palabra. Aun en la vejez —de
hecho, por su vejez— Josué pudo declarar su fe con confianza. En su
trayectoria de muchos años y en innumerables situaciones desesperantes, no
se limitó a hablar de algo que había oído, sino a dar testimonio de algo que
conocía por experiencia propia.
Ser sana en la fe depende
de la confiabilidad de
Aquel en quien has puesto
tu fe, no de tu trayectoria
perfecta de caminar en fe.
¡Cuán inspirador puede ser ese testimonio para aquellas que aún están
corriendo las primeras vueltas de su carrera!
Y aun así, puedes ser una anciana que no se siente “sana en la fe”. Quizás
no te sientas calificada para inspirar a la generación que viene detrás de ti. La
realidad es que todavía estamos aprendiendo. Todavía estamos creciendo.
Todavía necesitamos gracia diaria. Ser sanas en la fe no es la cima de una
montaña, una meta a alcanzar. Es un camino. Y cada una de nosotras
cometemos errores en nuestro camino.
Te prometo que lo que has deducido de la naturaleza y los caminos de Dios
a lo largo de tu vida, por muy incapaz que te sientas, vale la pena transmitirlo
a otras que vienen detrás de ti. Dondequiera que hayas visto a Dios demostrar
que es fiel, dondequiera que Su Palabra te haya sostenido en tu debilidad y te
haya dado la dirección que necesitabas, y sí, dondequiera que hayas
experimentado las consecuencias de equivocarte y no caminar de acuerdo
con Su Palabra, allí tienes una historia que contar.

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Ser sana en la fe depende de la confiabilidad de Aquel en quien has puesto
tu fe, no de tu trayectoria perfecta de caminar en fe.
“Sanas… en el amor”
Si bien la doctrina bíblica es crucial, también puede ser compleja o incluso
abrumadora. Y, en el proceso de tratar de entender todo en nuestra mente,
podemos olvidarnos de lo más importante.
El fundamento del amor cristiano.
El avance de la edad en la vida del creyente debe caracterizarse por una
capacidad de amar cada vez mayor. Amor genuino. Amor sacrificial. Amor
paciente. El tipo de amor de Dios.
He asistido a muchos funerales de personas que eran muy conocidas por
sus logros profesionales o por su valiente postura en cuestiones morales o su
notable ministerio público. Y siempre me conmueve escuchar que se recuerda
más a estos “grandes” por sus demostraciones personales de amor y
preocupación por otros, a menudo inadvertidas.
Esta cualidad puede mostrarse de innumerables maneras, pero en ninguna
otra parte se irradia más bellamente que a través de la vida de una persona, o
adorna más claramente la doctrina de Dios que cuando se expresa a través del
perdón genuino.
¿Cuántas familias y relaciones familiares una vez íntimas se destruyeron a
través de años de enojo, amargura, silencio sepulcral y malentendidos jamás
aclarados? Una colega estaba experimentando esto cuando me escribió y
pidió que orara por su madre, que tenía cáncer terminal:
Mientras sigo esperando que Dios haga un milagro en su cuerpo físico,
mi principal oración es que Él obre en su corazón y que ella perdone a la
hermana de mi padre, que los ha herido profundamente, tanto a ella
como a mi padre. Ella sabe que necesita perdonarla, pero siente que no
lo puede hacer.
¡Oh, cuántas cicatrices pueden dejar la traición y la confianza quebrantada!
Pero el amor puede ayudar a sanar esas heridas, incluso años después de
haberlas experimentado. El perdón en el corazón de una persona mayor es
uno de los ejemplos más inspiradores de todos. Una persona que está sana en
amor estará familiarizada con las expresiones: “Te perdono” o “Me
equivoqué, ¿me perdonas?”.
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El perdón es solo un ejemplo del tipo de amor que Pablo nos llama a
modelar a medida que envejecemos. Aquí hay algunas buenas preguntas que
podemos hacernos periódicamente:
• ¿Está mi amor creciendo, abundando “más y más” (Fil. 1:9)?
• ¿Estoy más concentrada en las necesidades de los demás que en mis
propias necesidades?
• ¿Es mi amor más profundo, rico, saludable de lo que era años atrás,
una década atrás?
“Sanas… en la paciencia”
Dos creyentes ancianas y piadosas me contaron recientemente que están
pasando las circunstancias más difíciles que les ha tocado enfrentar. He
estado reflexionando sobre sus palabras y recordé esta solemne observación
bíblica:
Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son
ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo (Sal. 90:10).
Esa no es la opinión cínica de un pesimista deprimido; es simplemente la
verdad. La vida en este mundo caído es difícil, y a menudo se vuelve más
difícil a medida que envejecemos. No importa las adversidades que ya
hayamos encontrado, lo peor (en esta vida) puede estar aún por delante.
Como ancianas, lo sabemos. Nuestra propia experiencia lo confirma, como
también el testimonio de otras personas que conocemos. Entonces, ¿qué tipo
de mujeres queremos ser por el resto de nuestra vida cuando reconocemos
que la adversidad es inevitable y que la vida puede ser aún más difícil?
Si queremos proyectar nuestro futuro conforme a la Palabra, entonces
sabemos cuál debería ser nuestra respuesta: ser sanas (saludables y fuertes) en
la “paciencia”.
Esta palabra griega es una combinación de dos palabras más cortas, que
podrían traducirse literalmente “permanecer bajo”. La idea es la de soportar
una carga pesada: no desplomarse bajo la presión, no ser aplastados por ella,
sino resistir el peso. Y no solo sobrevivir, sino también enfrentar las
circunstancias de la vida de manera triunfal y permitir que Dios las use para
moldearnos y formarnos, y soportarla de una manera que glorifique al Dios
en quien confiamos.

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Me encanta la manera en que una de mis heroínas de la fe, la Dra. Helen
Roseveare, lo presenta. En su elocuente acento británico, explicó por qué ella
prefería la palabra perseverancia en lugar de resistencia: “La palabra
resistencia tiene una especie de connotación de apretar los dientes, hacer
fuerza, sobrevivir de alguna manera. La palabra perseverancia se refiere a
permanecer firme, no darse por vencido, no importa lo que venga”.[1]
Este tipo de carácter se encuentra en aquellos que reconocen y se someten a
la providencia de Dios. Incluso ven sus pruebas como provenientes de Su
mano, lo cual les permite seguir adelante con valentía y fe.
Ese es el tipo de mujer que quiero ser.
Las personas que están sufriendo y aquellas que enfrentan dificultades
necesitan modelos como estos. Mujeres jóvenes, que todavía tienen su vida
por delante, necesitan modelos como estos.
Modelos de seriedad. De dignidad. De autocontrol. De fe, amor y
paciencia.
Y sí, tú puedes serlo. Deberías serlo. Según la Biblia, Dios espera que tú lo
seas. Y que yo lo sea.
Cuanto más envejecemos, más debemos permitir que Dios nos moldee, nos
forme, nos embellezca y nos perfeccione, que exfolie la piel muerta y seca de
la impureza y el egocentrismo y que irradie a través de nosotras el brillo de
Su obra.
Sigue brillando
Todos estamos incluidos en el patrón de vida cristiana que encontramos en
Tito 2. Ancianos. Ancianas. Hombres jóvenes. Mujeres jóvenes. Cada uno
tiene un papel que desempeñar en adornar la doctrina de Dios.
Independientemente de si eres una joven que envejece o no tan joven que
envejece, puedes ser un modelo dinámico, próspero y fructífero mientras
Dios te da aliento; siempre y cuando permanezcas sana y constante en tu
caminar con Dios a medida que pasan los años. Esa es la expectativa:
madurez cronológica acompañada de crecimiento espiritual continuo y salud
espiritual en aumento. Esa es la misma visión presentada por uno de mis
versículos favoritos de las Escrituras, uno que frecuentemente incluyo en mis
felicitaciones de cumpleaños:
Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en
49
aumento hasta que el día es perfecto (Pr. 4:18).
No estás condenada a llegar a tu punto más alto y luego iniciar el camino
de descenso cuando llegues a los cincuenta, sesenta, ochenta años o más. Esa
es la perspectiva del mundo sobre el envejecimiento, no la de Dios. A medida
que envejecemos, nuestro cuerpo físico y nuestra mente se puede deteriorar,
pero nuestro espíritu interno (Cristo en nosotros) puede brillar más y más
hasta que el día sea perfecto: el día cuando entremos a la luz eterna de Su
presencia, sin sombras, cuando “transformará el cuerpo de la humillación
nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:21).
Un comentarista dijo: “La vejez despoja al cuerpo de su glamur para
enfatizar la belleza del alma”.[2] Es verdad. Cuando somos jóvenes, podemos
disimular algunos de esos molestos defectos de carácter con el brillo natural
de nuestra energía, buena apariencia y personalidad. Pero, cuando
envejecemos, nuestro brillo físico comienza a atenuarse. Y esos mismos
defectos de carácter, si no los hemos tratado ni santificado, solo serán más
pronunciados y visibles.
Pero si perseveramos en la instrucción de Tito 2 de adornar el evangelio,
nos volveremos más y más como los “justos” descritos en el Salmo 92:
El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano…
Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes,
para anunciar que Jehová mi fortaleza es recto… (Sal. 92:12, 14-15).

¿No te encanta? Es una descripción inspiradora de creyentes que florecen,


maduran y dan fruto: renovados internamente día a día, para proclamar la
belleza de Cristo.
Anciana, no escuches lo que tus pies y tu cansancio te están diciendo.
Escucha lo que tu fe en Dios y Su Palabra te están diciendo. Estás destinada a
ser un modelo, a vivir una vida digna de respeto que vale la pena imitar. A
convertirte en una persona de quien se diga: “Así quiero ser cuando tenga su
edad”. A ser ejemplo del corazón y el carácter de Cristo.
Y mujer joven, ya sea que tengas dieciséis o veintiséis años, o lo que “más
joven” signifique en tu caso, la anciana piadosa en la cual espero que quieras
convertirte no está tan lejos de la mujer joven que eres hoy. Comienza hoy a
cooperar con el Espíritu Santo para cultivar esas cualidades en tu vida.

50
Sea cual sea tu edad, recuerda que todas somos modelos aspirantes, que
siguen a Cristo y hacen que otras anhelen conocerlo y seguirlo. Mujeres, de
todas las edades, adornadas —hermoseadas— por el Cristo que mora en ellas.
Y mujeres cuyas vidas adornan la doctrina que dicen creer, al hacer lo que ya
es bello aún más atractivo para todos a su alrededor.

Reflexión personal
Ancianas
1. Vonette Bright se negó a amoldarse y vivir su vida para sí misma.
Ella continuó creciendo, sirviendo y animando a otros hasta que pasó
a la eternidad. ¿Cómo te inspira su vida a ser un modelo de Tito 2
hasta que el Señor te llame a su presencia?
2. A medida que envejecemos, muchas mujeres tienen una “consciencia
creciente” de la eternidad. ¿Es esto así en ti? ¿Cómo te anima
Colosenses 4:5-6 en esta área?
3. ¿Qué puedes hacer para incluir a más mujeres jóvenes de tu iglesia,
que tienen un corazón sediento, en tus tiempos de adoración,
comunión y ministerio?
Mujeres jóvenes
1. ¿Alguna vez has visto una anciana con una belleza que la rejuvenece?
Describe lo que ves en ella.
2. ¿Cómo podrían las decisiones que estás tomando hoy afectar a la
anciana que algún día serás? Si puedes, haz una lista de ejemplos específicos.
3. ¿Qué puedes hacer para incluir más ancianas sabias de tu iglesia en
tus tiempos de adoración, comunión y ministerio?

51
Pero tú h ab la lo que está de acuerdo con la san a doctrina.

Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no


esclavas del vino, maestras del bien;

que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,
a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos,
para que la palabra de Dios no sea blasfemada

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador.
TITO 2:1-5, 10

52
CAPÍTULO 4

Crece y discipula a otras


Enseñando y aprendiendo: De una vida a otra
Este es el reto para toda madre espiritual: ¿Permitirás que Dios te use para ayudar a otras
mujeres a aprender de tu conocimiento y tu experiencia, tus errores y tus victorias?
CATHE LAURIE

EL PASTOR TOM NELSON CUENTA LA HISTORIA de una mujer de su congregación


en Denton, Texas. Joy Brown,[1] que en ese entonces ya tenía setenta años
era conocida como una mujer piadosa, cuya vida manifestaba varias de las
características que vimos en el capítulo anterior. Había recibido a Cristo a
una edad temprana y había escuchado personalmente a varios de los más
grandes predicadores del siglo XX. Además, había sido una apasionada
estudiante de la Palabra de Dios por años y, a través de su influencia
santificadora, había crecido hasta convertirse en una verdadera amante de
Dios, así como también en una esposa, madre y amiga leal.
—Pero Joy —le preguntó el pastor un día—, ¿estás haciendo discípulos?
—¿Yo? —respondió ella—. No sé si estoy preparada.
Al oír esto, podríamos preguntarnos: Señora, si usted no está preparada,
¿entonces quién? ¿Pero a cuántas de nosotras, cualquiera que sea nuestra
edad o experiencia, nos podrían preguntar lo mismo y podríamos sentir lo
mismo?
—¿Yo? No sé si estoy preparada.
No mucho tiempo después de escuchar esta respuesta, el pastor Nelson
llamó aparte a la directora del ministerio para mujeres de la iglesia y le dijo:
“No quiero que Joy Brown se matricule en más estudios bíblicos. Ella ya
sabe más que nadie”. El pastor quería que esa enorme riqueza de
conocimiento, experiencia y perseverancia se transmitiera a una generación
más joven que podía beneficiarse de lo que una mujer como Joy podía
enseñarle.
—Prepárate —le dijo a Joy—. Estás a punto de entrar en el ministerio.
Él le asignó la tarea de enseñar a un grupo pequeño de adolescentes. Estaba
muerta de miedo. ¿Qué querrían aprender esas jóvenes de una anciana como
53
ella? Pero ella se sumergió en la tarea y el estudio de las Escrituras, y empezó
a llenar libretas de notas y a desarrollar una planificación de lecciones bien
detallada.
Seis meses después de reunirse con esas chicas, Joy apenas había tocado
sus notas. Las jóvenes tenían muchas preguntas sobre la vida, los padres, el
sexo, el pecado, la escuela, el matrimonio. De su conocimiento de la Palabra
y de la experiencia de su larga vida (incluso sus debilidades, imperfecciones
y luchas), Joy respondió a sus preguntas y sembró sabiduría y perspectiva
bíblicas en esos corazones jóvenes.
Continuó enseñando de esa manera hasta que cumplió los noventa. Las
generaciones de muchachas jóvenes que se sentaban a oír sus enseñanzas se
conocían en la iglesia como las “Brownies”, y se le pegaban como patitos
que siguen a su madre.
Inspirador, ¿no es cierto?
Pero, por más especial que sea esta historia, no debería ser tan inusual.
He visto a varias amigas despedir del nido hasta la última de sus “crías”.
Cuando sus hijos terminan su educación formal, consiguen empleo, se casan
y forman su propia familia, estas madres, que han pasado tantos años
cuidando de su familia, comienzan a preguntarse: ¿Qué hago ahora? ¿Cuál
es mi propósito? ¿Mi identidad?
Tal vez te hayas hecho las mismas preguntas. Gracias a Dios, Tito 2 dice
exactamente qué debes hacer ahora:
Las ancianas… sean… maestras del bien; que enseñen a las mujeres
jóvenes… (vv. 3-4).
En una parte de este pasaje, que estudiaremos más adelante, Pablo dice que
las ancianas no deben ser calumniadoras. Es decir, no deben usar su lengua
para difundir mentiras o maldad o para herir y perjudicar a otros. Pero aquí
dice cómo debemos usar nuestra lengua: “como maestras del bien”. Debemos
hablar palabras que sean verdaderas y buenas, palabras que bendigan y
edifiquen a otros. Y, en el proceso, entrenar a mujeres jóvenes en la vida de
fe.
La frase “maestras del bien” se traduce de una palabra griega que también
podría entenderse como “maestras de lo bueno”. Proverbios 31 lo dice de esta
manera:

54
Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia [cuando instruye, lo
hace con amor, NVI] está en su lengua (v. 26).
Si eres anciana, enseñar lo bueno a mujeres jóvenes es parte de la
descripción de tu trabajo. Dios tiene un propósito para ti en esta etapa de la
vida que es vital, y nadie más que tú la puede cumplir. Se supone que ya has
aprendido a aplicar la sana enseñanza de la Palabra de Dios a tu
comportamiento, tus afectos, tus relaciones, tus prioridades —a todo— y que
estás comprometida a tomar lo que has aprendido y a transmitirlo a otras.
Esta debería ser la norma, no la excepción.
Y, si eres una mujer joven, este pasaje plantea preguntas importantes para
ti: ¿De quién estás aprendiendo? ¿Quiénes son tus maestras? ¿Son
mayormente de la misma edad? ¿Qué comunidades en línea están saturando
tus pensamientos e influyendo en tus relaciones? ¿Qué celebridades están
influenciando tus valores, tu sentido de identidad y propósito?
Como verás, Tito 2:4 no es solo un llamado a las ancianas a enseñar lo
bueno. También es un llamado a las jóvenes a aprender lo bueno de sus
hermanas mayores más experimentadas. Como veremos, este mandato es un
gran regalo para mujeres de todas las edades.

Una visión y un llamado


Si eres anciana, hay una razón por la que has estado aprendiendo sobre la
vida durante todos estos años. De hecho, más de una razón. Una de ellas es
ayudarte a acumular sabiduría divina —tanto de tus errores como también de
tus aciertos— y aplicar esa sabiduría a los obstáculos que encuentres. Pero
igualmente importante es la capacidad de transmitir esa sabiduría adquirida
con mucho esfuerzo a otras mujeres, especialmente a aquellas que no han
recorrido tanto camino como tú.
Nuestra misión es
encarnar la sabiduría
de la Palabra de Dios de
tal manera que podamos
enseñarla eficazmente
a otras mujeres; no solo

55
con nuestros cuadernos
de apuntes, sino con
nuestra vida.
Mujeres que por la gracia de Dios han cultivado el fruto del Espíritu en sus
vidas deben juntarse con otras mujeres que necesitan ayuda para desarrollar
dominio propio, bondad y prioridades bien ordenadas.
Esposas, que han aprendido a amar y respetar a sus maridos durante su
larga travesía —“en las buenas y en las malas”—, deben enseñar a las
mujeres jóvenes cómo se hace.
Madres, que fielmente han criado y enseñado a sus propios hijos, deben
usar la sabiduría que han adquirido en el salón de clases de la experiencia
para enseñar a las mujeres jóvenes que están criando a sus hijos.
Esta es nuestra misión, sea que tengamos cuarenta, sesenta, ochenta años...
o los que sean. Nuestra misión es encarnar la sabiduría de la Palabra de Dios
de tal manera que podamos enseñarla eficazmente a otras mujeres; no solo
con nuestros cuadernos de apuntes, sino con nuestra vida.
Esta visión y llamado no es solo para una supuesta clase de superestrellas
espirituales o para aquellas de nosotras que poseen dones de enseñanza
especiales. Y no es solo para mujeres que son esposas y madres. Todas
estamos llamadas a cultivar un carácter piadoso para ser ejemplo de cómo
debería vivirse el evangelio en cada área de nuestra vida. Entonces debemos
enseñar a las mujeres que vienen tras nosotras cómo hacer lo mismo. Al
hacerlo —con nuestras vidas, nuestros labios, nuestras labores, nuestro amor
— crecemos más en la gracia, pasaremos el bastón de la fe auténtica a la
próxima generación, preservaremos la salud de la iglesia y realzaremos
nuestro testimonio al mundo.
Este es un llamado a crecer y discipular a otras mujeres. “Porque debiendo
ser ya maestros, después de tanto tiempo” es lo que la Palabra de Dios les
dice a creyentes que ya tuvieron bastante tiempo y oportunidades de aprender
la sana doctrina y ponerla por obra (He. 5:12).
Sin embargo, este mandato no tiene la intención de agobiarnos con una
obligación más, una carga más a soportar. Lejos de eso. Dios nos está
ofreciendo el increíble privilegio y gozo de comprometernos con Él a formar
vidas (incluida la nuestra) en la semejanza de Jesús, adornadas con la sana
doctrina y, al fin y al cabo, hacer que el evangelio sea hermoso a los ojos de
56
todos. Y como cualquiera que ha dicho sí a este reto sabe, el proceso mismo
proporciona una enorme satisfacción. Se forman amistades inverosímiles. Se
comparten dulces tiempos de oración, estudio de la Biblia y crecimiento
espiritual.
¿Por qué no querríamos ser parte de eso?

Siempre estás enseñando


Tal vez te resulte difícil verte como una maestra. Quizás te imaginas un salón
de clases, diapositivas de PowerPoint, dos noches a la semana con libros de
comentarios bíblicos desparramados sobre la mesa de tu cocina; una imagen
desalentadora para ti. Quizás la idea de pararte frente a un grupo y hablar en
público te pone un poco nerviosa.
Si es así, cobra ánimo. Doy gracias al Señor por las mujeres que Él ha
capacitado y dotado para enseñar la Palabra a otras mujeres en escenarios
estructurados. Espero que tu iglesia tenga mujeres así, pero no creo que esa
sea la única (o incluso la principal) forma de enseñanza que el apóstol Pablo
tenía en mente cuando nos llamó a ser maestras.
La verdad es que siempre estás enseñando, tan solo por la manera en que
vives. Tus conversaciones espontáneas enseñan. Tu respuesta a los chismes
enseña. Tu reacción a un problema inesperado enseña. La pregunta no es si
estás enseñando, sino si estás enseñando (como dice Pablo) “el bien”.
Muchos de los homólogos de una persona joven, sin mencionar los
publicistas que determinan lo que nos hace falta para sobrevivir, comunican
constantemente su definición de lo bueno: bueno tener, bueno hacer, bueno
saber, bueno alcanzar, bueno participar.
Y la mayoría, por desgracia, no es bueno.
Las mujeres jóvenes necesitan algo para contrarrestar esos constantes
mensajes. Necesitan la voz de alguien que les enseñe lo que es realmente
bueno. Y, por regla general, no aprenderán la mayoría de lo que es bueno —
al menos no de una manera que resuene en sus corazones y se refleje en sus
decisiones y comportamiento— si lo escuchan en un salón de clases o de
boca de algún famoso predicador en una conferencia. Lo escucharán y lo
recibirán mejor de ti, con una taza de té de hierbas, con tu mano
suficientemente cerca para que la extiendas y toques las suyas con tu
sabiduría, experiencia, perspectiva bíblica y amor dirigido —personalizado,
de una vida a otra— a sus preguntas y necesidades específicas.
57
Este es el regalo que recibí de Leta Fischer (o “mamá Fischer”, como le
decían cariñosamente) durante mis últimos dos años de universidad. Recién
habían pasado mis años de adolescencia; los hijos de Leta ya habían crecido.
En la iglesia donde yo asistía, ella era legendaria por tener reuniones
personalizadas con mujeres más jóvenes alrededor de una pequeña mesa de
cocina, donde volteaba las páginas de su muy marcada Biblia, amaba,
escuchaba, se preocupaba, hablaba, oraba, vertía sabiduría práctica en
corazones abiertos. Y hoy tengo el gozo de ver en la vida de mujeres jóvenes
el regalo que recibí en la mesa de la cocina de Mamá Fischer hace más de
cuarenta años.
Una necesidad desesperada
Me parece interesante que Pablo no asignara a Tito esta responsabilidad de
enseñar a las mujeres jóvenes. La tarea del joven pastor era la de enseñar la
sana doctrina a la iglesia, mantener el evangelio y sus implicaciones en
primer plano, pero el discipulado personal y la edificación de mujeres
jóvenes fue (y es) sabiamente asignado a las ancianas. Su ministerio es tan
necesario para la salud de la iglesia y para la vida del evangelio como lo es el
ministerio del pastor para toda la congregación.
Las ancianas deben ser “maestras del bien —dijo Pablo— que enseñen a
las mujeres jóvenes” (vv. 3-4). Otras traducciones dicen “aconsejar a las
jóvenes” (NVI) o “instruir a las más jóvenes” (NTV).
Este verbo con un significado complejo —razón por la cual una palabra en
español no puede expresarlo— es la palabra griega sofronízo. Aparece en el
Nuevo Testamento solamente aquí y, sin embargo, está relacionada con una
palabra que ya hemos visto y veremos de nuevo: sófron. Como recordarás,
esta palabra conlleva la idea de una “mente salva” o una “mente sana”. Del
mismo modo, sofronízo significa “procurar una mente sana… instruir o
enseñar a alguien a comportarse con sabiduría y cordura”.[2] Tiene que ver
con hacer que alguien entre en razón, para que pueda vivir una vida sensata,
prudente, sobria y espiritualmente disciplinada.
Tristemente, un gran número de mujeres hoy día vive una vida que dista
mucho de ser prudente y sensata. Y eso no solo es cierto de las mujeres que
ves en los reality shows. Muchas mujeres de la iglesia parecen tomar una
decisión insensata y destructiva tras otra; decisiones que derivan en
relaciones crónicamente difíciles. Muchas tienen una vida superficial y pasan
58
el tiempo en actividades carentes de sentido y conversaciones vanas,
arrastradas por los valores de este mundo.
Sin embargo, si nuestra reacción reflexiva es considerar a estas mujeres
con desaprobación o exasperación, tenemos que preguntarnos: ¿Hemos
cumplido nuestra responsabilidad como ancianas? ¿Hemos modelado la
belleza de una vida ordenada, vivida bajo el control y el señorío de Cristo?
¿Hemos sido fieles en alcanzar a nuestras hermanas jóvenes para enseñarles
lo bueno y a vivir una vida que honre a Cristo?
En algunos casos, estas jóvenes mujeres nunca recibieron la enseñanza
adecuada. No tienen la más mínima idea de cómo hacer que un matrimonio
funcione o de cómo criar hijos o cómo tener una vida fructífera como soltera.
En medio de las presiones y el agotamiento de criar hijos y desarrollar una
carrera laboral, es fácil que se filtre resentimiento, depresión e ideas
equivocadas. Con toda la falsa enseñanza que hay, son fácilmente engañadas
y tentadas a dejarse convencer por las filosofías de este mundo.
Necesitan que las ancianas de la iglesia les enseñen a vivir con prudencia y
sabiduría en cada área de la vida y a cumplir su deber con Dios, la familia y
sus semejantes. Necesitan madres en la fe que las tomen de la mano, las
animen, las instruyan y les ayuden a poner sus ojos en Cristo y a mantener un
equilibrio espiritual y emocional.
Necesitan que las ancianas les enseñen con amor la verdad y el bien.

Un ministerio de mentoras
Como hemos visto, este tipo de entrenamiento usualmente no ocurre tanto en
un ambiente de enseñanza formal como sucede a través de relaciones de
cuidado y apoyo intencional, comúnmente llamadas “discipulado”. A veces,
el discipulado puede tener lugar en una reunión de grupo pequeño o en una
cita programada. Sin embargo, más a menudo ocurre orgánicamente, en el
laboratorio de la vida.
Justamente, esta mañana le envíe a una mamá el enlace de un blog que
hablaba de su etapa de la vida, que pensé que sería de aliento para ella. En
menos de una hora me respondió y me agradeció por habérselo compartido:
“¡Me encantó el gran recordatorio de poner mis pensamientos en Dios en
medio de mis interminables responsabilidades cotidianas y rutinarias!”.
También escuché esta mañana a una mamá de adolescentes expresar lo que
muchas mamás de adolescentes experimentan: “Siento que las cosas se
59
mueven a un ritmo vertiginoso, solo quisiera que las cosas vayan más
despacio”. Eso me dio otra oportunidad de animar a una mujer joven con un
testimonio personal de la gracia de Dios que he recibido en mis propias
etapas agobiantes de la vida.
Pero si bien para este tipo de discipulado no se quieren habilidades de
oratoria en público, sí se requiere de tiempo. Transmitir nuevos patrones de
pensamiento no es el resultado de un solo encuentro. Es el fruto de un
proceso continuo, un compromiso. Allí estaré. Puedes llamarme. Estoy
contigo. Estoy orando por ti.
Mi dulce amiga Sarah recientemente dio a luz a su quinto hijo. Ella educa
en su casa a sus tres hijos mayores. Aunque hace un estupendo trabajo como
esposa y madre, como toda mamá hay momentos en los que pierde la
perspectiva y piensa que se va a volver loca. Su propia madre murió cuando
ella era una adolescente, y Sarah vive lejos de su familia. Pero
intencionalmente ha cultivado relaciones enriquecedoras con ancianas como
yo; mujeres que invierten tiempo en su vida y a quienes puede recurrir para
recibir sabiduría y aliento cuando está a punto de perder la cordura.
Conocí a Sarah cuando ella y su esposo recién se habían casado, y los
invité a vivir en mi casa. Pensamos que sería por seis meses o algo así hasta
que ellos pudieran establecerse en su propio hogar. Después de tres años y
medio y dos bebés, se mudaron. En los años transcurridos desde entonces,
hemos seguido en contacto y nos hemos bendecido y animado mutuamente
cada vez que tuvimos la oportunidad. Y ahora estoy viendo con gozo que
Dios está usando a Sarah para hablar a mujeres más jóvenes y que el bastón
de la verdad está pasando a la generación que viene tras ella.
He oído hablar de una iglesia donde un grupo de ancianas (¡y sus esposos!)
organizan despedidas de solteros para parejas a punto de casarse. El regalo
principal que le dan a la joven pareja es una velada de conversación donde
matrimonios que han estado casados por treinta, cuarenta, cincuenta años o
más les transmiten de su experiencia cómo se forma un matrimonio tierno y
duradero. ¿Cuántas mujeres recién casadas recordarían tal ocasión como un
momento decisivo en su preparación para el matrimonio y probablemente
encontrarían en ese grupo una anciana que podría ser un gran apoyo en el
futuro?
Hay muchas otras maneras de llevar a cabo este ministerio de discipulado:
en el vecindario, en el lugar de trabajo, en gimnasios y cafés. Ancianas que
60
enseñen con su vida, que se dediquen a enseñar lo bueno a las que vienen tras
ellas. Mujeres jóvenes que reciben la ayuda y el consejo y aprenden a ayudar
de la misma manera a aquellas que vienen detrás.
Y no, este tipo de discipulado no es fácil, ni para la anciana ni para la
joven.
Requiere disciplina y planificación.
Disposición a comprometerse a desarrollar una relación.
Sinceridad para abrirse una a la otra.
Enseña de tus fracasos.
Úsalos para mostrar a
otros la sublime gracia de
Dios y un Salvador que
vino a redimir a los
pecadores.
Es poco probable que veamos resultados drásticos de un día al otro. No es
el resultado de una fórmula como decir: “Ven a tomar mi clase de seis
semanas de cómo ser una mujer de Dios”. Es más una cuestión de acompañar
a alguien, estar a su lado, ir a visitarla cuando quizás prefieras
​ leer una revista
o ver una película o tomar un largo baño. Tiene un costo… de la misma
manera que todo lo que vale la pena tiene un costo.
Pero ¿quién no quisiera mirar atrás y ver un legado de relaciones fructíferas
en lugar de un estante lleno de libros usados o una colección de películas en
DVD pasadas de moda?

De nuestros fracasos
“Pero me he equivocado en mis relaciones”.
“He tomado varias malas decisiones”.
“Todavía lucho con este grave pecado”.
Un sentimiento de fracaso personal impide que muchas ancianas acepten
este tipo de ministerio y relaciones. Tu matrimonio, por ejemplo, todavía
podría ser una batalla de voluntades. Algunos de tus hijos podrían estar
tomando decisiones insensatas, contrario a lo que has tratado de enseñarles.
Un continuo problema con la ira, una adicción o cualquier otra cosa podría
hacerte sentir descalificada para enseñar a otras, especialmente cuando ves a

61
otras mujeres de tu edad que parecen ser excelentes ejemplos de virtud
cristiana.
Lo sé. Muchas veces veo las contradicciones y las batallas en mi propia
vida y pienso: ¿Cómo podría Dios usarme para bendecir la vida de alguien?
Ninguna de nosotras está a la altura de lo que quisiéramos ser, pero no
dejes que eso te detenga. Enseña de tus fracasos. Úsalos para mostrar a otros
la sublime gracia de Dios y un Salvador que vino a redimir a los pecadores.
Enseña lo que Dios te mostró cuando fallaste y no confiaste en Él: a dónde
te llevó eso y cómo Dios te encontró. Enseña lo que aprendiste de las
adicciones con las que has batallado, de las decisiones que debiste haber
tomado, el dolor que podrías haber evitado. Abre la Palabra, abre tu corazón,
habla de las preguntas difíciles que te has formulado y observa a Dios crear
algo bello de las cenizas delante de tus propios ojos.
Quizás hayas experimentado una ruptura matrimonial pero si has permitido
que Dios te sane, te restaure y te perdone cualquier ofensa o falla cometida en
la ruptura de tu relación, ¿no estás en la condición indicada para ayudar a una
mujer que muchas veces se pregunta si vale la pena seguir adelante con su
propio matrimonio?
Tal vez no has sido sexualmente pura como adolescente o adulta joven.
¿No eres la más indicada para aconsejar a una chica de secundaria de tu
iglesia que no tiene el apoyo de padres piadosos en su vida? Ella necesita
saber —no de la Internet o del ícono cultural más reciente ni de sus mejores
conjeturas propias— de alguien que ha pasado por lo mismo: qué tipo de
daño emocional, físico y espiritual puede causar por no atesorar el regalo de
la pureza.
Admitámoslo: este modelo de una vida a otra de Tito 2, desarrollar una
relación entre ancianas y mujeres jóvenes, no sería eficaz ni necesario si cada
una de nosotras —si alguna de nosotras— tuviera toda su vida en orden. La
verdad es que si vamos a dedicar nuestra vida a ayudar a otras o si vamos a
recibir la sabiduría ofrecida por otras, algunos de los encuentros más
significativos ocurrirán dentro del contexto de la debilidad y la insuficiencia
humanas. Sí, incluso el fracaso y el pecado. Aunque todavía estamos en el
proceso de ser transformadas a la imagen de Cristo, Él puede usarnos como
medios de Su gracia en la vida de otras mujeres.
Somos pecadoras, sí. Aún estamos lejos de ser lo que deberíamos y
quisiéramos ser (y un día lo seremos, ¡alabado sea Dios!), pero esta es parte
62
de la historia que debemos transmitir a otras. Incluso nuestros fracasos —
humildemente reconocidos y redimidos por Su gracia y misericordia—
pueden convertirse en el camino hacia una vida y ministerio más fructíferos.
No podemos darnos el lujo de permitir que los fracasos y las acciones
irreflexivas del pasado (y del presente) nos priven de las bendiciones que
Dios inevitablemente multiplica cuando las mujeres se unen para transmitirse
unas a otras el sabio conocimiento adquirido a través de sus experiencias.
Aquí es donde Dios hace un uso valioso de todo lo que hemos aprendido para
ayudar a otras a evitar los errores que nosotras hemos cometido y para
animarnos unas a otras a ser fieles y fructíferas seguidoras de Cristo.
En resumen: Dios es capaz de usar todo en nuestra vida, nuestras victorias
y nuestras derrotas. Al abrirnos y mostrarnos transparentes ante las mujeres
que instruimos, aumentamos nuestra influencia en sus vidas.

Ninguna está excluida


Tal vez estés convencida de que estás muy ocupada para dedicarle tanto
tiempo a otra persona, no importa lo importante que esta idea parezca en
teoría. Simplemente, no puedes imaginar cómo agregar algo más a una vida
ya demasiado ocupada.
A esto gentilmente respondería: si estás demasiado ocupada para hacer esto
—comprometerte a ser una mentora de otra mujer, ya sea como anciana o
mujer joven— quizás necesites preguntarte si estás demasiado ocupada con
cosas de menos importancia. Esta transmisión de vida generacional es un
requisito básico del estilo de vida cristiano. Es parte de los “deberes
cristianos” que enseñan las Escrituras: amarse los unos a los otros, servirse
los unos a los otros, llevar las cargas de los otros.
No puedo dejar de enfatizar cuán vital es esto. De hecho, estoy convencida
de que habría menos necesidad de consejería y tratamiento de crisis si este
tipo de relación de mujer a mujer fueran la norma en la iglesia.
Y ten en cuenta que “anciana” y “joven” son términos relativos. Puede que
solo tengas veintitrés años, pero eres mayor que esa muchacha de dieciséis
del grupo de jóvenes que te ha llamado la atención por las cosas que le has
oído decir y por su manera de coquetear con los chicos. ¿Qué tal si te acercas
a ella como una amiga mayor que está muy interesada en enseñarle lo bueno?
¿Quién sabe qué tragedia y angustia el Señor puede ayudarte a prevenir en la
vida de esa adolescente?
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Los roles de las ancianas —que enseñan lo bueno con amor— y de las
mujeres jóvenes —que aprenden con humildad— son para todas nosotras.
Estas relaciones no son opcionales para las creyentes. Es lo que las Escrituras
nos llaman a hacer. Ninguna de nosotras está excluida.
Ayuda… en ambas direcciones
Una noche de verano reuní a un grupo de unas veinte mujeres más jóvenes en
mi casa; todas estaban en sus últimos años de adolescencia o apenas con
veinte años y servían juntas en el ministerio. Después de la cena,
acomodamos nuestras sillas en un círculo afuera en la azotea, y le pedí a cada
una de las chicas que contara un breve resumen de su travesía espiritual.
Como podrás imaginar, una amplia variedad de experiencias de vida y
problemas surgieron en el círculo. En algunos momentos, interrumpí para dar
palabras de ánimo o discernimiento, y otras veces para contarles mi propia
experiencia. Pero, por sobre todo, escuché y mi corazón se conmovió por la
sinceridad a la hora de contar sus historias y la disposición de recibir la
perspectiva madura de las mujeres mayores en el círculo.
Posteriormente, varias de esas mujeres jóvenes expresaron su gratitud por
el interés que había mostrado en ellas y por la inversión de tiempo (por más
pequeño que fuera) que había hecho en sus vidas. Una de ellas comentó lo
útil que había sido esa noche para ella, porque, como expresó: “Nuestra
generación es tan propensa a pensar que ya tenemos todas las respuestas, que
no hay nada que necesitemos escuchar de boca de una mujer mayor”.
Creo que esta es la razón principal por la que las ancianas tienden a ser
reticentes a desempeñar su rol en la vida de mujeres jóvenes. Las mujeres
jóvenes no nos necesitan —piensan—. Si nos necesitaran, nos lo ​pedirían.
Así que, mujer joven, déjame preguntarte: ¿Qué tan dispuesta estás a
buscar y recibir la participación de las ancianas en tu vida? ¿Tienes un
espíritu enseñable? ¿O tienes la impresión de que puedes resolver la vida por
tu cuenta?
En Su sabiduría, Dios nos ha dado una provisión de gracia sin la cual nada
podemos hacer. De modo que mi reto es que tomes la iniciativa. Busca a una
anciana que parece poseer las cualidades que te gustaría tener un día.
Pregúntale si estaría dispuesta a visitarte en ocasiones, para hacerle preguntas
y poder aprender de sus experiencias —juntas— y de la Palabra de Dios.
No te sorprendas si ella te dice que no sabe realmente qué te podría ofrecer.
64
Pero tampoco te sorprendas si se alegra de que se lo hayas pedido.
Cuando se reúnan, podría ser de ayuda que le preguntes cosas como:
• “¿Alguna vez has luchado con ________________?”.
• “¿Cómo has manejado _______________________?”.
• “¿Podrías orar por mí para ____________________?”.
No esperes respuestas perfectamente formuladas. Pero sí espera recibir
aliento y aprender de la experiencia y la sabiduría de esta hermana
mayor/madre espiritual.
Creo que puedo garantizarte que, a medida que la relación vaya creciendo,
cosecharás tanto de esta anciana que te preguntarás cómo pudiste llegar hasta
aquí sin su amistad, sus oraciones y su aporte. Espero que te inspire a
convertirte en una anciana en la vida de otra mujer, y que nunca dejes de
servir a otras personas mientras tengas vida.
También le presentaría un reto a aquella mujer que, como yo, ha llegado a
la etapa de anciana en su vida. Es fácil (y tentador) para nosotras sentarnos
con nuestro pequeño círculo de amigas que piensan de forma parecida, para
criticar cómo se visten y se comportan las mujeres jóvenes de nuestra iglesia.
Sin embargo, mucho más productivo (y bíblico) sería poner manos a la obra e
intervenir en la vida de una o más de esas jóvenes mujeres.
Siempre me he dado cuenta de que las jóvenes necesitan mujeres mayores
en sus vidas. Pero ahora, como anciana, me he dado cuenta de que nosotras
también necesitamos a las jóvenes en nuestras vidas. (¡Un beneficio práctico
para mí, entre muchos otros, ha sido su ayuda con mi guardarropa!). No sabes
realmente de lo que te estás perdiendo si no tienes este tipo de relaciones
intergeneracionales.
Estas mujeres jóvenes desafían mi pensamiento. Me inspiran a seguir
adelante cuando me canso en la carrera. Evitan que me vuelva intolerante e
irascible. Me motivan a creer en Dios mucho más de lo que yo pueda ver o
imaginar. Hoy es mi cumpleaños. Mi teléfono se ilumina con textos dulces,
muchos de ellos de preciosas jóvenes a quienes he conocido y con quienes he
caminado a lo largo de los años, que me agradecen por mi amistad, mis
palabras de aliento y mi influencia en sus vidas. No saben que yo siento la
misma gratitud hacia ellas. Te aseguro que pocas cosas en la vida son más
satisfactorias que ver cómo Dios obra en el corazón de otras personas a través

65
del ejemplo de tu vida, de tu profunda sabiduría bíblica, incluso de tu
humilde reconocimiento de los errores y las lecciones aprendidas de la peor
manera.
Sé que podrías estar más ocupada de lo que jamás pensaste estar en esta
etapa de tu vida. Muchas mujeres conocidas, que pasaron la etapa de la
crianza de los hijos, están trabajando arduamente para ayudar a cubrir los
costos universitarios o complementar sus ahorros para la jubilación. Otras se
encuentran atrapadas en un torbellino de trabajos voluntarios: actividades en
las que siempre quisieron participar, pero para las cuales nunca tuvieron
tiempo, así como cumplir con las nuevas expectativas de los demás… “ahora
que tienen tiempo”.
Estos años —cuando nuestras circunstancias y nuestros compromisos
empiezan a cambiar y enfrentamos nuevas decisiones sobre cómo ocupar
nuestros días— también pueden traer ricas oportunidades para apoyarnos en
nuestro llamado de Tito 2. Así que, antes de desempolvar tu plan de estudios
para una mujer con el “nido vacío” y de llenar tu calendario con nuevos
compromisos, ¿por qué al menos no consideras si dedicar parte de tu tiempo
para otro tipo de responsabilidad podría ser de beneficio para el reino?
A veces quisiera decirles a esas mamás que están tratando de descifrar qué
viene ahora que sus hijos han dejado el nido: “¡Mira a tu alrededor! Te
necesitan más que nunca. ¡Hay mujeres jóvenes que necesitan
desesperadamente tu amor, tu tiempo, tu aliento y tu sabiduría!”.
¿Y qué si no hay nadie que venga a sentarse a tus pies como una discípula?
¿Por qué no pedirle a Dios que te traiga a una mujer joven con el corazón
sediento? Pídele al Espíritu Santo que te muestre cómo cumplir este mandato
bíblico. Y mientras Él obra —¡y lo hará!— sé obediente y sigue hasta el
final, con la confianza de que Él te ha puesto a la par de alguien que necesita
lo que tú, tu amor y experiencias de vida pueden transmitirle.

El poder de la disponibilidad
No puedo enfatizar de manera suficiente que este tipo de ministerio de
mentoras no requiere títulos avanzados o habilidades extraordinarias. Con
frecuencia, es bastante simple: quedarse un tiempo después del servicio de la
iglesia, reunirse en la mesa de la cocina, con una taza de café, hablar por
teléfono durante la semana. Ocurre en conversaciones casuales, pero
significativas, que comienzan con una muestra de interés, al hacer preguntas
66
y proceder a escuchar, al preocuparte y decir: “Oremos por eso”. Incluso con
un poco de intención —un correo electrónico o mensaje de texto
reconfortante, un enlace compartido o un versículo de las Escrituras— se
cultivan las relaciones. Se enseña. Y todo lo que se necesita es estar
disponible, muchas veces sin pensarlo.
Hace muchos años, una mujer se me acercó después de escucharme
predicar en otra ciudad. Empezó a abrirme su corazón sobre algunas graves
dificultades que estaba enfrentado en su matrimonio y su familia. Sabía que
ella necesitaba más de lo que yo le podía ofrecer en los pocos minutos que
teníamos disponibles para hablar. Justo entonces, vi a mi amiga Bonnie de
reojo. Bonnie era una mujer mayor que vivía en esa ciudad, una mujer que yo
sabía que era sabia, compasiva y bíblicamente sólida. Le hice señas a Bonnie,
se la presenté a la joven mujer y las anime a empezar a reunirse.
Poco tiempo después, la joven mujer y yo tuvimos una oportunidad de
volver a vernos y le pregunté cómo estaba. No encontraba las palabras para
explicarme la bendición que había sido Bonnie para ella las tres veces que se
habían reunido. “Jamás nadie había hecho esto por mí —dijo ella—. ¡Esto ha
sido más valioso que nueve meses de consejería!”.
Otra mujer me contó una experiencia similar en un reciente correo
electrónico:
Tengo veinticinco años y solo hace dos años y medio que soy cristiana.
El nombre de mi mentora es Carola. Ella siempre está buscando al Señor
y, cuando habla de Él, puedes ver el gozo en su rostro. Me ha enseñado
muchísimo, ha sido paciente, atenta y cariñosa. Ama a su marido y a su
familia, y estoy maravillada. Ha sido un ejemplo piadoso de alguien que
busca hacer la voluntad de Dios. Yo estaba muy perdida. Nadie me
había enseñado acerca de Jesús ni se había tomado el tiempo de
mostrarme el amor de Dios. Estaré agradecida con ella mientras tenga
vida. Espero ser una Carola para otra mujer algún día.
Y ese es el objetivo de estas relaciones como mentoras. Así como el
apóstol Pablo le dijo a su joven discípulo Timoteo: “Lo que has oído… esto
encarga a hombres [y mujeres] fieles que sean idóneos para enseñar también
a otros” (2 Ti. 2:2).
A través de los años, he visto a mi amiga Holly Elliff convertirse en una

67
increíble mentora, que practica muy bien el discipulado con mujeres jóvenes.
Ella nunca ha anunciado sus servicios, pero las mujeres jóvenes acuden a
ella, ansiosas de aprender del entendimiento que ha adquirido a lo largo de
décadas de conocer a Dios y caminar con Él en una amplia variedad de etapas
y experiencias de la vida.
Con frecuencia, Holly suele hablar de sus experiencias de vida y su
sabiduría en la transmisión diaria de “Aviva nuestros corazones”, el
ministerio que llevo a cabo. Hace un tiempo, una de nuestras oyentes —una
mujer joven— nos escribió una carta conmovedora donde agradecía a Holly
por enseñarle lo bueno:
Cuando Nancy te invitó por primera vez a su programa, mi alma estaba
tan necesitada de ayuda que tu consejo equilibrado y maduro me sacó
del lugar profundo y oscuro en el que me encontraba.
Lo que me ayudó fue ver que tu conocimiento no era solo teoría.
Parecían las palabras de alguien que había aprendido en la trinchera de
la vida: al casarse, formar una familia, cocinar comida tras comida, criar
cada hijo y glorificar a Dios en cada cosa que hacía.
Gracias por las cálidas palabras de un consejo piadoso, por
permanecer firme en los mandamientos del Señor y no ser transigente.
No sabes cómo ha conmovido realmente mi vida y mi alma tan
manchada y marcada por el pecado sin una mujer piadosa a quien
acudir.
Estoy segura de que cuando cambiabas pañales o escuchabas la misma
historia… una y otra vez… nunca hubieras imaginado que esas serían
las mismas cosas que harían que tu consejo fuera tan importante y
verdadero para mí, una mujer soltera. Cuando tú hablas, lo haces desde
el punto de vista de alguien que lo ha vivido, que ha formado una
familia y que ha cumplido las Escrituras a puertas cerradas. La Palabra
de Dios te ha moldeado de tal manera que tu vida transmite una
profunda riqueza.
Por favor, diles a las mujeres mayores que lo más valioso que ellas
pueden hacer es hacer justicia, no una carrera o una bonita casa. Solo
una vida de justicia puede ayudar a redimir vidas destruidas. Nunca
pensé que podría valorar los caminos de Dios sobre los del mundo o ver
realmente lo hermosa que es la santidad; pero lo he hecho y te agradezco
68
por ser parte de la manera que Dios eligió para revelarse a mi vida y
revelarme Su hermosura y la belleza de vivir una vida piadosa.
Anciana, quizás nunca te pidan que te pares sobre una plataforma para
predicar o para enseñar con un micrófono en una transmisión nacional de
radio, como lo hace Holly a veces. Sin embargo, nunca subestimes el impacto
que tu vida puede causar en otras mujeres, de una vida a otra, en adornar el
evangelio, dondequiera que Él te haya plantado.
Y mujer joven, esto es algo que debes aspirar… a partir de ahora. A medida
que aprendas lo bueno y seas enseñada en justicia, tu vida a la vez mostrará la
hermosura de Cristo a aquellas mujeres jóvenes que vengan detrás de ti.
Las palabras que Pablo le escribió a Tito hace más de dos mil años son
atemporales en su impacto y relevancia. Por sobre todo, son la receta de Dios
para la prosperidad y la vida fructífera de Sus mujeres, esencial para pasar
exitosamente el bastón de la verdad a la siguiente generación y al mundo.
Y esto comienza contigo y conmigo —aun con imperfecciones—
disponibles para enseñar y ser enseñadas en el bien.

Reflexión personal
Ancianas
1. ¿Qué te enseña la historia de Joy Brown, la anciana del comienzo de
este capítulo, con respecto a lo que las mujeres jóvenes quieren y
necesitan hoy?
2. ¿Alguna vez sentiste que nadie querría aprender de tu vida? ¿Cuáles
son algunas de las experiencias de vida que podrías transmitir para
animar o enseñar a una mujer joven sobre los caminos de Dios?
3. La Palabra de Dios llama a las ancianas, que no están actuando como
madres espirituales, a “crecer y discipular a otras”. Haz una paráfrasis
de Hebreos 5:12 para estas mujeres renuentes. Si eres una de ellas,
incluye tu nombre en la paráfrasis.
Mujeres jóvenes
1. ¿De quién estás aprendiendo en estos días? ¿Quiénes son tus
maestras? ¿Son mayormente de la misma edad? ¿Qué comunidades en
línea están saturando tus pensamientos y tus relaciones? ¿Qué

69
ancianas están influenciando y hablando a tu vida?
2. Una mujer joven me dijo: “Nuestra generación es tan propensa a
pensar que tenemos todas las respuestas, que no hay nada que
necesitemos escuchar de boca de una mujer mayor”. ¿Estás de
acuerdo con esa afirmación? ¿Qué papel juega la humildad en la
relación con una mentora? ¿Un espíritu enseñable? ¿La disposición de
pedirle a una anciana que invierta tiempo en tu vida?
3. ¿Qué preguntas podrías hacer para iniciar una conversación y animar
una posible relación de discipulado con una anciana?

70
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.

Q ue los ancianos sean sobrios , serios , prudentes, sanos en la fe, en el amor,


en la paciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras,


no esc lavas del vin o, maestras de l b ien ;

que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas , sujetas a sus maridos,


para que la palabra de Dios no sea blasfemada.

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador .
TITO 2:1-5 , 10

71
CAPÍTULO 5

Un avivamiento de reverencia
Viviendo en servicio sagrado
Esta anciana ve la vida, todo en la vida, desde el punto de vista de Dios y entiende que incluso
la rutina diaria es importante para Él… Piensa bien sus pasos durante el día para hacer lo que
esté en el corazón de Dios. Su vida gira en torno a las cosas que son importantes para Él.
ROCHELLE FLEMING

NO HAY MUCHOS SITIOS en estos días donde nadie te pueda observar.


Considera:
• Las cámaras de tráfico monitorean tu desplazamiento al trabajo por la
mañana y vigilan las intersecciones principales, para tomar debida nota
del momento preciso cuando la luz amarilla se vuelve roja.
• Enormes bases de datos llevan el control de tu actividad en Internet y
almacenan un registro digital de cada tecleo o clic del ratón.
• Existen imágenes disponibles en línea de la calle de tu casa y tu
vecindario, así como todo el camino desde el garaje hasta la casita del
perro que está en tu patio trasero.
• Y, la próxima vez que entres a Walmart, Costco u otro gran
establecimiento comercial, echa un rápido vistazo al techo y verás allí
arriba la gran cantidad de cámaras de vigilancia, que inmediatamente
pueden localizar en algún lugar de la tienda a cada madre que está
regañando a su impaciente niño de cuatro años.
No estoy tratando de ponerte paranoica. Solo quiero hacerte ver que el
grado de anonimato que las generaciones anteriores pudieron haber
disfrutado ya no está disponible para nosotros. Ya no podemos controlar lo
que otras personas saben de nosotras solo con ser mujeres amables y
amistosas en la iglesia y mantener el resto de nuestra vida en secreto.
Y si bien esta invasión a la privacidad personal nos inquieta, no puedo
dejar de pensar que al menos tiene algo positivo, algo que podría funcionar a
nuestro favor. Quizás la presencia generalizada de patrullajes de seguridad,
monitoreo en línea y cámaras de teléfonos celulares pueden servir como un
72
recordatorio de que, como cristianos, nuestra vida siempre está en exhibición.
Como a veces dice una colega mía: “Vive como si el micrófono estuviera
encendido… porque lo está”.
Nos guste o no, como dijo Pablo, somos un “espectáculo al mundo, a los
ángeles y a los hombres” (1 Co. 4:9). La gente nos observa. Más importante
aún, Dios nos observa. Esta concientización debería profundizar nuestra
motivación de honrar a Dios y representarlo bien en todo momento.
Recuerdo estar en una conferencia de mujeres donde me habían invitado a
predicar. En un momento dado estaba sentada en la última fila escuchando a
las oradoras que me precedían en el programa, cuando una mujer vestida de
colores vivos subió a la plataforma. La reconocí como una comediante, cuyo
monólogo había escuchado antes. Y, aunque su categoría de comedia se
rotula de cristiana y para la familia, por mi experiencia sabía que podía
pasarse un poco de tono.
Dos hombres, que eran parte de nuestro equipo ministerial, ese fin de
semana estaban sentados junto con el resto de nosotras. Mientras la oradora
se presentaba —entre fuertes gritos y aplausos— me incliné hacia el
caballero más cercano a mí y le susurré: “Creo que tal vez te incomoden
algunas de las cosas que diga”. Asintió con la cabeza, se acercó a su colega y
calladamente se retiraron.
Lamentablemente, estaba en lo cierto. La presentación incluyó mucho
humor sobre el cuerpo y contenido grosero destinados a obtener risas fáciles.
Según mi criterio, traspasaba los límites del buen gusto. Y aun así, las
mujeres de la audiencia, que momentos antes habían estado orando y
alabando juntas, ahora estaban desternillándose de risa por los sarcasmos
burdos que se estaban ofreciendo como entretenimiento cristiano.
Me entristeció profundamente; no es que no pudiera ver que la forma de
hablar de la mujer era cautivante (era una comunicadora excepcionalmente
dotada) y mi objetivo no era arruinarle el buen momento a nadie. Pero somos
mujeres que profesamos conocer y amar a un Dios santo. Somos mujeres
redimidas por el costoso sacrificio de un Salvador. Somos ancianas que
enseñamos a las mujeres jóvenes lo que es bueno. Somos mujeres jóvenes
con el deseo de crecer en la gracia y la verdad, ser dignas, prudentes y firmes
en la fe.
¿Lo somos?
Por lo tanto, con esos objetivos en mente, profundicemos más en los
73
aspectos prácticos del reto de Pablo a las mujeres de Dios de esa época y
también de la nuestra. Los ideales que contienen los versículos 3-5 de Tito 2
—reverencia, amor, pureza, bondad y todo el resto— son cualidades que
esperamos ver cultivadas en nuestras vidas mientras el Espíritu de Dios obra
en nuestro corazón rendido a Él. Pero esto también forma parte de un plan
práctico de discipulado para aquellas mujeres a las que estamos instruyendo y
enseñando en nuestra relación de mujer a mujer, de corazón a corazón.
Hay toda una vida de sabiduría y crecimiento a descubrir en estos pocos
versículos, y no hay mejor momento como este para empezar a
comprenderlo.
Comenzamos con la reverencia: la fuente de la cual brotan las demás
gracias a las cuales hemos sido llamadas y aspiramos.
“Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte”, escribió Pablo.
¿Qué significa eso? ¿Y cómo debería influir en nuestra vida diaria?
Una existencia sagrada
Varias traducciones captan esta exhortación de Pablo como una instrucción
“a vivir de una manera que honre a Dios” (NTV) y ser “reverentes y devotas
en [nuestro] comportamiento como conviene a aquellos que están
comprometidos en servicio santo” (AMP).
La traducción de este versículo del comentarista William Barclay es
similar: “Encarga a las ancianas que se comporten tal como conviene a
aquellos que participan de las cosas sagradas”.[1]
Ser reverente significa
vivir con la percepción
constante y consciente
de que estamos en la
presencia de un Dios
santo y temible. La
presencia de Dios no es
un lugar de monotonía
ni aburrimiento, donde
todo es amargo.
La palabra griega traducida como “reverente” en este pasaje es una palabra
74
compuesta, que combina la idea de ser sagrado, santo o consagrado a Dios
con la de comportarse de manera conveniente, correcta o apropiada. La raíz
de su significado tiene que ver con ser “como un sacerdote”.[2]
¡Eso se supone que debemos ser nosotras! Una mujer reverente comprende
que ha sido separada por Dios para el servicio sagrado… y actúa como tal.
En todo momento, día y noche, ya sea dentro o fuera de hora, dondequiera
que esté —en la iglesia, en el trabajo, en casa o en línea— en público y en
privado, ya sea con la familia, amigas, colegas o gente totalmente extraña,
ella es un ejemplo de santidad. Eso se ve en su manera de conducirse, sus
actitudes y su interacción con otros. Su estilo de vida diario, como el de los
sacerdotes en el templo, siempre es coherente con su supremo y santo
llamado.
Ahora bien, no me malentiendas. Ser una mujer reverente no significa
hablar siempre en voz baja y susurrante, caminar por la vida como si
estuviéramos andando de puntillas a través de una catedral europea. No
significa estar siempre tristes ni apesadumbradas, con una seriedad sepulcral,
incapaces de hacer una broma con una conciencia limpia. Y, desde luego, no
implica ser legalistas ni críticas. Eso dista mucho de ser verdadera reverencia.
Ser reverente significa vivir con la percepción constante y consciente de
que estamos en la presencia de un Dios santo y temible. Y la presencia de
Dios no es un lugar de monotonía ni aburrimiento, donde todo es amargo.
Más bien, es un lugar de abundancia y deleite puro que satisface el alma. Un
lugar, como declaró el salmista, donde hay “plenitud de gozo” (Sal. 16:11).
Y allí es donde debemos vivir las veinticuatro horas del día, los siete días
de la semana: como gente santa en un lugar santo. Reconociendo que durante
todo el día estamos administrando momentos sagrados y deberes sagrados.
Una joven madre y yo hablábamos de esto hace poco. Ella se sentía bajo
presión, estresada y confundida por las múltiples demandas que debía
atender. Cuando traté de animarla y recordarle que está comprometida con el
servicio sagrado y las tareas sagradas, ella protestó: “¡Pero la mayoría de las
veces todo eso no parece sagrado!”.
Lo entiendo. Las interrupciones, las irritaciones y las tareas interminables
que ocupan gran parte de nuestro tiempo y nuestra atención no parecen
sagradas… hasta que reorientamos nuestros pensamientos y recordamos que
estamos en presencia de un Dios santo.
Dondequiera que estemos en este momento es un lugar sagrado y todo lo
75
que Él nos ha dado para hacer es servicio sagrado. Eso significa que:
• Si eres una esposa, servir a tu marido es un deber sagrado que debes
ejecutar con intencionalidad y devoción, en reverencia a Dios.
• Si eres una madre, atender las necesidades de tus hijos es un deber
sagrado, una ofrenda diaria al Señor en cuya presencia sirves.
• Si trabajas fuera de casa, el desempeño de tus responsabilidades, por
insignificantes que parezcan en el panorama general, es un deber
sagrado, ejecutado a plena vista del Señor como un acto de adoración.
• Si eres una estudiante, cumplir con los deberes escolares es una tarea
sagrada, así como lo es tu participación en clase, tu compromiso con la
integridad y los sacrificios necesarios para sacar el máximo provecho
de tu capacitación.
• Si eres una mujer jubilada o desempleada, soltera o viuda o sin hijos,
tus tareas diarias y tus relaciones son tu deber sagrado, que debes
ejecutar como una mujer que vive, respira y camina en la presencia de
Dios.

Simplemente no existe una rígida línea divisoria entre lo sagrado y lo


secular en nuestra vida. No hay compartimentos especiales para aquellas
piezas y partes de nuestra vida que pertenecen a nuestra fe y compartimentos
separados para todo lo demás.
No, todo es un ejercicio sagrado. Cada una de nosotras, sea cual sea la
etapa de la vida en que nos encontremos, debe vivir como conviene a
“aquellos que participan del servicio sagrado”. Cada una de nosotras posee
un llamado santo, un supremo llamamiento, digno de nuestra apasionada
devoción a Dios y Su voluntad. Y respondemos a este llamamiento cada día
cuando lo honramos con una vida que refleja Su carácter y ejemplifica
nuestra entrega a Él con gratitud y amor.
Ser una mujer de Tito 2 —y enseñar a otras a serlo— no es una manera de
vivir que podemos apagar y encender. No colgamos nuestra actitud reverente
en el closet cuando llegamos a casa y nos cambiamos de ropa al final de un
largo día. Siempre estamos sirviendo en Su presencia, sea que estemos en
casa o en la iglesia o en cualquier otro lugar, en nuestro tiempo de descanso o
en nuestra jornada repleta de compromisos. Sí, también podemos divertirnos
y disfrutar de la compañía de otros. Podemos disfrutar de una buena
76
carcajada, hacer bromas y festejar. Pero la mayor satisfacción vendrá de estar
conscientes de que vivimos cada momento en Su dulce y santa presencia.
Llegamos a ser las mujeres que realmente queremos ser cuando
practicamos la reverencia.

Nunca fuera de moda


La profetisa Ana, que aparece en una de las primeras escenas de la vida de
Jesús, Su presentación en el templo, ofrece un hermoso ejemplo de reverencia
en acción. En la breve descripción bíblica de su vida, que se nos permite ver
en el Evangelio de Lucas, observamos que era una anciana, viuda desde hacía
muchos años. (Su esposo, con quien se había casado cuando era una joven
virgen, había fallecido después de tan solo siete años de matrimonio). Y Ana,
aún a sus ochenta y cuatro años, permanecía devota a un estilo de vida
reverente. “No se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con
ayunos y oraciones” (Lc. 2:37). Su hábito diario, fortalecido a través de los
años de práctica fiel, era simplemente estar con Dios sin ninguna distracción,
sin ninguna prisa por hacer algo más emocionante.
Aquí estaba una mujer frente a todas las tentaciones para aflojar en sus
esfuerzos: una historia de soledad, el comienzo de la edad avanzada, quizás la
lánguida fatiga de sueños no cumplidos. Si pudiéramos trasladar rápidamente
su situación a nuestro tiempo, quizás se hubiera convertido en alguien que
pasaría noche tras noche como un autómata frente al televisor, alguien que
contaría con autocompasión los detalles de su visita al médico en cualquier
ocasión que el teléfono suene, alguien que pensaría que su iglesia realmente
no la necesita más que para llenar el mismo asiento cada domingo por la
mañana.
Sin embargo, Ana todavía pasaba sus horas productivamente adorando a
Dios. Era una mujer devota a la oración y disciplinada, vigilante y positiva.
Su reverencia constaba no solo de pasar largos periodos de tiempo en su lugar
físico favorito: el templo, sino también de tener la consciencia diaria de que
ella existía para estar en Su presencia.
No puedo imaginar a Ana convertirse en otra persona totalmente distinta al
salir del templo. ¿Puedes imaginarla así? Y tampoco creo que su reverencia
fuera un desarrollo reciente. Creo que vivió así no solo a los ochenta y cuatro
años, sino también en su juventud, cuando quizás todavía podría haber tenido
una vida social activa y el placer de celebrar y vivir a lo grande.
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Para Ana, la reverencia no estaba limitada a un determinado lugar o
momento. No se trataba de cierto estado de ánimo o de cierta rutina
espiritual. Se había convertido en la sustancia de su vida; desarrollada durante
toda una vida de amor y temor a Dios, de confianza en Él y deleite en Su
bondad. Cualquier otra cosa podría haber competido por ocupar su tiempo y
atención, pero ella encontró su plenitud como mujer en el reconocimiento y la
participación constante del “servicio sagrado”.
Esta clase de mujer puede experimentar a Cristo de maneras que muy
pocas pueden hacerlo. No nos sorprende que Ana reconociera tan pronto al
niño Mesías. Me encanta la imagen de ella sorprendida y agradecida, que
irrumpe en alabanza y anuncia con gozo las buenas nuevas a otros en toda
una ciudad que, por mucho tiempo, había esperado junto a ella la redención
que Dios había prometido: “¡Él está aquí! ¡Él está aquí!”.
Pero ¿te atrae esta clase de mujer? ¿Encajaría entre tu círculo de amigas?
¿Admirarían su porte siempre reverente y querrían ser como ella? ¿O sería el
objeto de comentarios con aires de superioridad y miradas que digan: se toma
demasiado en serio su fe?
Me preocupa que hayamos perdido el aprecio y el apetito por un estilo de
vida reverente; quizás no en la teoría, pero sí en la práctica. Me preocupa la
impertinencia con la que viven hoy día muchas mujeres que profesan ser
cristianas y declaran su amor por Dios, pero con muy poco o ningún temor de
Él. Expresan una conformidad mental con Su Palabra, pero no hasta el punto
de restringir realmente sus impulsos y apetitos y de comportarse
convenientemente delante de Él. Me molesta lo propensas que somos —lo
propensa que soy yo— a olvidar en presencia de Quién estamos, qué tan
dispuestas estamos a vivir con una brecha entre nuestro llamado y nuestro
carácter, a actuar y reaccionar sin reconocer que nuestros momentos
devocionales matutinos no son más sagrados que este momento. Que
cualquier momento.
Necesitamos un avivamiento de reverencia.
Y, de lo que Pablo le dice a Tito, las ancianas en particular necesitan ser
conscientes de esto. A medida que hacemos la transición a esas etapas de la
vida donde estamos más tentadas a bajar la velocidad, después de haber
gastado tanta energía en conquistar varios desafíos de la juventud y la
mediana edad, necesitamos recordar que ahora no es el momento de
disminuir nuestros esfuerzos.
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Esta etapa debería ser para rendirnos más que nunca a la adoración y la
oración. Para examinar nuestro estilo de vida y consagrar nuestros
pensamientos. Para tener amistades que honren a Dios, para santificar hábitos
y temas de conversación. Para tomar decisiones diarias que reflejen nuestra
relación con Aquel que reverenciamos.
Sí, la casa podría estar más tranquila durante esta etapa, pero no para que la
volvamos a poblar con personajes de programas de crímenes o dramas y con
“amigos” de Facebook. Nuestro cuerpo podría estar más rígido y no tener
tantos reflejos como en nuestros años más ágiles, pero no por eso vamos a
pasar todo el día reclinadas en un sillón. Podríamos tener más respiro en
nuestra cuenta bancaria, pero no para gratificarnos con cualquier placer o
apetito que podamos pagar.
No somos llamadas a una vida reverente solo para nuestro propio bien.
Somos modelos, recuerda: para nuestras hijas, nuestras nietas y las otras
mujeres jóvenes que reciben nuestra influencia. Y ellas necesitan
desesperadamente modelos de una vida reverente.
Las mujeres jóvenes no
necesitan tu aparente
relevancia tanto como
tu reverencia.
Podrías pensar que ellas se sienten atraídas por esas mujeres mayores que,
de alguna manera, han podido mantener un aspecto juvenil, que disfrutan de
juguetear con los límites de una cultura vulgar. Pero te aseguro que lo que las
mujeres jóvenes más desean de ti como mentora o modelo es el fruto de una
genuina relación con Dios. Están constantemente rodeadas de frialdad,
mundanalidad y superficialidad. Lo que no ven suficiente —y sufren por
carecerlo— son mujeres maduras que han estado con Jesús, lo que un
comentarista de la Biblia ha descrito como una “vida en la presencia de lo
santo”.[3]
Las mujeres jóvenes podrían reírse a carcajadas de la irreverencia, pero lo
que realmente anhelan y necesitan es el polo opuesto. Podrían estar
fascinadas por las tendencias populares, pero muy en lo profundo desean que
las rescaten de la identidad trivial que están experimentando como resultado.
Ellas no necesitan tu aparente relevancia tanto como tu reverencia.

79
Reverencia diaria
A veces reducimos la reverencia a una postura física: la cabeza inclinada, los
ojos cerrados, las manos cruzadas. Pero quiero volver a señalar un significado
más activo de la palabra reverente que Pablo emplea en su carta a Tito. Él
exhorta a las mujeres a ser “reverentes en su porte”, es decir, reverentes en las
acciones diarias, en la práctica, en nuestro carácter y comportamiento
general.
Los maestros solían asignar una nota por “porte” en las libretas de
calificaciones de los estudiantes. Es un término antiguo para designar la
manera de actuar o comportarse. Y nuestra manera de actuar, nos recuerda
Pablo, es un indicador clave de qué tan reverente es nuestro corazón.
También empleó la misma idea en algunos pasajes de instrucción a otro
pastor, Timoteo. Estos pasajes nos dan varios ejemplos prácticos de cómo se
manifiesta en nuestras decisiones y nuestras acciones un corazón reverente.
Apariencia reverente
Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y
modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos
costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que
profesan piedad (1 Ti. 2:9-10).

Sí, un espíritu de reverencia debería afectar nuestra manera de vestir y


presentarnos. Ahora bien, Pablo no está prohibiendo el uso de joyería o
maquillaje o de que tratemos de vernos lo mejor posible. Lo que está
diciendo es que estas cosas —el peinado, los aretes, el último corte de moda,
colores y estilos— no deben ser nuestra obsesión u ocupar nuestro tiempo
desmesuradamente. El aspecto físico de una mujer es solo parte de lo que ella
es, no el aspecto principal. De modo que no necesita gastar demasiada
energía en adornar su exterior. Tiene que concentrarse en otra manera más
importante de adornarse.
Aquí también encontramos un llamado a la “modestia”, la cual, si echamos
un vistazo a nuestro alrededor, parece haberse perdido, como los teléfonos de
línea directa que solíamos tener en nuestra cocina. No estoy abogando por
una preocupación rigurosa y enfermiza de medir la profundidad de los
escotes o el largo de los vestidos. Pero, al menos, una reverencia piadosa
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debería inspirarnos a cada una a tener normas personales de recato y
decencia.
Nuestra selección de ropa y nuestra fijación con el espejo puede decirnos
qué espera conseguir nuestro corazón a través de nuestra apariencia. ¿A quién
tratamos de agradar? ¿Nuestra apariencia acapara la atención hacia nosotras
mismas? ¿Distrae a otros de sentirse atraídos a Cristo? ¿O atrae a otros a Él?
Este es el tipo de preguntas que son importantes para una mujer que tiene un
corazón reverente.
Actitud reverente
La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la
mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre… se salvará
engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con
modestia (1 Ti. 2:11-12, 15).
Este pasaje, sin duda, ha desconcertado a innumerables comentaristas y
podría enardecer a las mujeres. No es mi intención analizar profundamente su
significado aquí. Pero no quiero que se pierda el principio eterno que habla
de la actitud de las mujeres cristianas.
No podemos darnos el
lujo de ser frívolas y
negligentes y perder el
tiempo en escoger qué
situaciones requieren una
actitud y comportamiento
reverentes. Debemos
ser reverentes en todas
las situaciones.
No, las mujeres no están confinadas a votos de silencio, sino que la
reverencia hacia Dios y Su Palabra nos hace enseñables y dóciles a la
autoridad que Dios ha ordenado. Nos impide traspasar los límites
divinamente establecidos. Y nos hace dispuestas y deseosas de llevar a cabo
Su santo llamamiento para nuestra vida.
En cuanto a la declaración de que la mujer se salva al engendrar hijos,
debemos entenderlo a la luz del resto de las Escrituras. Está claro que no
81
somos salvas eternamente de nuestros pecados o justificadas ante Dios por
ser madres y tener hijos. Y no engendrar hijos, desde luego, no nos hará
perder la salvación. En el contexto de este versículo, creo que Pablo está
diciendo que las mujeres podemos “salvarnos” de años desperdiciados e
inútiles, si tan solo somos fieles a lo que Dios nos ha llamado a hacer y nos
comportamos con reverencia en cualquier etapa o situación de la vida en que
nos encontremos.
Estilo de vida reverente
Sea puesta en la lista sólo la viuda no menor de sesenta años, que haya
sido esposa de un solo marido, que tenga testimonio de buenas obras; si
ha criado hijos; si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los pies de
los santos; si ha socorrido a los afligidos; si ha practicado toda buena
obra (1 Ti. 5:9-10).
Este pasaje es parte de un debate sobre las mujeres que reunían las
condiciones necesarias para recibir ayuda financiera de la iglesia. Se describe
a una anciana que, desde joven, había vivido con intencionalidad y propósito
para Dios y los demás. Una mujer que servía y ofrendaba con fidelidad y
ayudaba a otros. Era reverente en su comportamiento y fiel a su santo
llamado. No desperdiciaba su vida en lo que no importaba. Y, como
resultado, su vida reflejaba la belleza del evangelio.
Esto es para nosotras también, seamos ancianas o mujeres jóvenes. No
podemos darnos el lujo de ser frívolas y negligentes y perder el tiempo en
escoger qué situaciones requieren una actitud y comportamiento reverentes.
Debemos ser reverentes en todas las situaciones.
Eso no quiere decir que esté mal tomarse un descanso o unas vacaciones.
Pero, dondequiera que estemos, debemos tener un corazón reverente; no solo
en la iglesia, sino también en el café, el gimnasio, la playa o dondequiera que
vayamos. Es lo que somos. Es el sello distintivo de nuestra manera de vivir,
forma parte de cada decisión e interacción.
Dónde comienza la reverencia
Un clérigo inglés del siglo XIX reflexionó sobre lo que había presenciado en
su hogar durante su infancia y recordó lo siguiente:
Mi madre tenía el hábito de retirarse a su habitación inmediatamente

82
después del desayuno. Allí pasaba una hora leyendo la Biblia,
meditando y orando. De aquella hora sacaba, como de una fuente de
agua pura, la fuerza y la dulzura que le permitían cumplir con todos sus
deberes y permanecer serena ante las preocupaciones y las trivialidades
que, con frecuencia, hay que enfrentar en ciertos vecindarios.
Al pensar en su vida y todo lo que tuvo que soportar, veo el triunfo
absoluto de la gracia cristiana en el hermoso ideal de una mujer
cristiana. Jamás la vi perturbada ni la escuché decir una palabra de ira…
o de chisme; nunca observé en ella algún sentimiento inapropiado de un
alma que había bebido del río de agua de vida, y que se había
alimentado del maná en el infértil desierto.[4]

Esa, mi amiga, es una ilustración gráfica de la reverencia, que nos muestra


dónde empieza la conducta reverente: en los momentos a solas con Dios.
“Sí, pero eso no es práctico —podrías decir—. No tengo espacio para una
cosa más en mi vida”.
Sé que tus niños podrían estar despiertos y demandar tu atención: uno que
necesita que le cambies el pañal, otro que necesita que lo ayudes a encontrar
los zapatos que dejó en algún lugar la noche anterior, y todos que te piden
comida. Entiendo que quizás el teléfono no deje de sonar y que tu jefe esté
impaciente para que termines ese proyecto, y la cena no se cocina por sí sola.
No importa dónde te encuentres, si estás en la etapa de la anciana o la joven,
la vida puede ser abrumadora.
Pero pregúntate, mujer joven: ¿qué necesitan más de ti tus hijos cuando son
pequeños? ¿Cómo quieres que sea tu relación con Dios cuando tengas
cincuenta, sesenta, setenta u ochenta años? Y, anciana: ¿qué necesitan más
de ti las mujeres jóvenes que te rodean cuando les enseñas y las instruyes?
No estoy hablando de apartarnos en oración y lectura bíblica a cada
momento. Esa no es la definición de un estilo de vida reverente. Solo me
refiero a tener conciencia de Dios en todo momento, a percibir que Él está
aquí, dedicarle nuestra devoción, adoración y atención, hasta que
comencemos a rectificar nuestros pensamientos, planes, horarios y estilo de
vida de tal modo que se ajusten a esta realidad gloriosa y eterna.
Hasta que lleguemos a ser lo que Dios, a través de Pablo, nos llama a ser.
Reverentes en conducta.
Reverentes en adoración.
83
Reverentes en estilo de vida.
Reverentes en lo que leemos y escuchamos y cómo nos entretenemos.
Reverentes en cada lugar al que vamos, en lo que hacemos y a quién
admiramos.
Reverentes en lo que vestimos y en lo que nos gusta, en lo que decimos y
lo que no decimos.
Reverentes en la manera de adornar nuestra vida y la doctrina de Cristo.
Reverentes todo el tiempo; no solo porque las cámaras de Dios están
filmando, sino porque Él es digno de nuestra sincera devoción y obediencia.
Y porque Él ha hecho que agradarle a Él sea la experiencia más grata de la
vida en la tierra.

Reflexión personal
Ancianas
1. La vida de los cristianos está siempre en exhibición, y eso es algo
bueno si vivimos para glorificar a Cristo. ¿Hay alguna actitud o
conducta que no te gustaría que la gente vea porque sabes que al
Señor no le agrada? ¿Algo que no refleje Su carácter? Pídele al
Espíritu de Dios que te dé fuerzas para cambiar.
2. Las ancianas a veces sienten la tentación a sentarse y relajarse en su
servicio al Señor y a los demás. ¿De qué manera reconoces esta
tendencia o deseo en tu vida? ¿Por qué este no es un tiempo para bajar
la velocidad espiritualmente?
3. Las mujeres jóvenes necesitan tener amistad con ancianas que
modelan el fruto de una relación genuina con Dios. ¿Cómo evidencia
tu vida que estás pasando tiempo con Jesús? ¿Qué te podría ayudar a
crecer en esta área?
Mujeres jóvenes
1. ¿Hay alguna actitud o conducta que no te gustaría que la gente vea
porque sabes que al Señor no le agrada? ¿Algo que no refleje Su
carácter? ¿Cómo podría una consciencia de la presencia de Dios
afectar esta área de tu vida?
2. ¿Qué rol pueden desempeñar las amistades en tu deseo de vivir una
vida reverente y santa, tanto negativa como positivamente?
84
3. ¿Qué amigas (jóvenes o ancianas) te inspiran a ser “reverente en [tu]
porte”?

85
86
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.

Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no


esclavas del vino, maestras del bien;

que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos ,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos,


para que la palabra de Dios no sea blasfemada.

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador .
TITO 2:1-5, 10

87
CAPÍTULO 6

¡No me digas!
Absteniéndose de la calumnia
Somos administradores del tesoro del buen nombre los unos para con los otros. Procuremos
silenciar la… calumnia en nosotros y tengamos la gracia de dar y recibir la ayuda de otros
cuando alguno de nosotros se desliza, quizás sin darse cuenta, en la calumnia.
JON BLOOM

“REVERENTES EN SU PORTE”. Como ya hemos visto, esto debería


caracterizar a las ancianas de la iglesia. Pero ¿cómo es exactamente el
comportamiento reverente? El apóstol Pablo hace una aplicación práctica en
dos aspectos específicos: “Ancianas… reverentes en su porte —dice él—, no
calumniadoras ni esclavas del vino” (Tit. 2:3).
La sana doctrina en la vida de una mujer produce reverencia por Dios. Y
esa reverencia se manifiesta en el uso cuidadoso de la lengua y en un estilo de
vida moderado.
Anciana: así adornamos la doctrina de Dios y la hacemos hermosa y
deseable. Si no tenemos estas cualidades, no tendremos credibilidad como
“maestras del bien”. Desacreditaremos nuestro propio mensaje. Haremos que
las mujeres jóvenes se desvíen de lo que está “de acuerdo con la sana
doctrina”. Y la iglesia no reflejará el evangelio al mundo de una manera
convincente.
Mujer joven: esta es una descripción de la clase de anciana que quieres

llegar a ser. Estas son las cualidades a las que debes aspirar. Son dignas de
nuestra atención, tiempo, esfuerzo y búsqueda a lo largo de nuestra vida. El
carácter de Cristo, que el Espíritu produce en ti, es lo que te hará
verdaderamente hermosa.
Así que, comencemos con este asunto de la calumnia, algo que Dios toma
en serio en todos los creyentes y, como Pablo indica, en las mujeres en
particular.

Palabras que hieren


Hace un tiempo, una oyente de nuestra transmisión radial envió un correo
88
electrónico a nuestro ministerio para expresar su seria preocupación por un
reciente invitado al programa. El correo electrónico incluía un enlace a una
página de Internet que, según ella, podía proporcionarnos la información que
respaldaba su preocupación.
Como me siento responsable de nuestra programación, decidí verificar el
sitio.
Lo que encontré detrás de un simple clic fue una gran cantidad de sitios en
línea, cada uno vinculado a otros, al parecer todos dedicados a exponer a
ministerios y líderes cristianos. Estoy hablando de gran cantidad de
acusaciones personales y comentarios mordaces, incluso documentos
privados que nunca debieron haberse publicado: procedimientos
disciplinarios de las iglesias, comunicados filtrados y cosas por el estilo. La
mayor parte del material de esas páginas consistía en rumores mezquinos
relacionados con asuntos sensacionalistas y escandalosos, del tipo “él
dijo/ella dijo”, lo cual llevaba a los lectores a completar los espacios en
blanco con sus propias conclusiones.
Este sitio era como un laberinto de túneles secretos, como los que corren
debajo del suelo de algunos de nuestros patios traseros. Cada uno parecía
implicar a otra persona: un pastor, un escritor, un predicador, el líder de un
ministerio o cualquier otro tipo de líder de la iglesia. Era insidioso y horrible,
todo puesto al desnudo en el ciberespacio para que todo el mundo lo viera (y
le diera “me gusta” y lo “compartiera”).
El invitado de radio, cuyo carácter era objeto de cuestionamiento en el
correo de nuestra oyente, era uno de los individuos que formaba parte de esa
lista que fue blanco de ese ataque. Al parecer, dejaron a pocos afuera. Pero
cuando profundicé un poco más en las acusaciones hechas en su contra,
descubrí un hilo en común que explicaba mucho.
Dar rienda suelta
a nuestras palabras
puede ser tan dañino
y destructivo como
cualquier otro tipo de
ataque agresivo.
Todo parecía remontarse a una mujer con una venganza contra los líderes

89
espirituales de su iglesia local. Habían tratado de confrontarla por un patrón
de desobediencia que veían en ella. Al no quebrantarse ni arrepentirse, parece
que se embarcó en la misión de hundir a las personas que se atrevieron a
decirle la verdad, y en su ataque arrastró a muchos otros.
Si la exposición que estaba leyendo alguna vez había sido un esfuerzo
genuino de descubrir la verdad, ya no era nada de eso. Era una vengativa
campaña de división y destrucción llena de odio. Y todo había comenzado
con una mujer, cuya ira y amargura dieron lugar a la calumnia.
Y la triste realidad es que sucede a menudo.
En su estilo característico y contundente, Martín Lutero aclara lo siguiente
en su comentario sobre el Sermón del Monte:
Es especialmente entre las mujeres que prevalece el vergonzoso vicio de
la calumnia, de tal manera que la gran desgracia a menudo es causa de
una lengua malvada.[1]
Estas palabras no son fáciles de oír. Pero, para ser sinceras, tenemos que
admitir que a menudo las mujeres parecen ser propensas a este problema en
particular. Con esto no pretendo sugerir que los hombres no sean capaces de
resentirse, querer desquitarse y ejecutar venganza contra los demás. Pero,
cuando vemos que Pablo exhorta específicamente a Tito a recordar a las
mujeres de la iglesia que no sean “calumniadoras” (2:3), hacemos bien en
detenernos y prestar atención.
Cuando los hombres tienen una disputa con otro hombre, pueden recurrir al
ataque físico. Pero las mujeres son más propensas a dejar que su lengua haga
todo el trabajo. Cuando nos sentimos amenazadas, podemos ser feroces con
nuestras palabras.
(¿Alguna vez te has preguntado, como yo, por qué Pablo se dirige a las
ancianas sobre la calumnia? Quizás esta sea una tentación peculiar de las
mujeres, después que sus hijos crecieron y tienen más tiempo para sentarse a
hablar y hacer correr rumores y cuentos de otras personas, sin detenerse a
pensar: ¿es esto verdad? ¿Es de provecho para quienes están oyendo? ¿Es de
edificación para la vida de quienes estamos hablando?).
Al pasar al aspecto práctico de Tito 2, es bueno comenzar por darnos
cuenta de que dar rienda suelta a nuestras palabras puede ser tan dañino y
destructivo como cualquier otro tipo de ataque agresivo.

90
A veces, en realidad, puede ser peor.

El diablo está en los detalles


La amonestación de Pablo, en Tito 2, contra la calumnia y los pecados de la
lengua me toca de cerca. Hace justamente unos minutos, mientras trabajaba
en este capítulo, me sorprendí al darme cuenta de que estaba por decirle algo
a una amiga cercana sobre otra persona; un comentario que era innecesario y
no hubiera hecho quedar bien a esa persona. Esto es exactamente lo que
Pablo dice que no deben hacer las ancianas reverentes al Señor. ¡Cuán
agradecida estoy por Su Palabra y su Espíritu que, en esa oportunidad, me
impidieron hacer un comentario potencialmente dañino! Lamento las veces
que no acaté la insinuación del Espíritu.
Yo lo tomo en serio.
Y espero que tú también.
Como una muestra de la importancia que deberíamos darle al asunto de la
calumnia, la palabra traducida “calumniadoras” en Tito 2:3 —que en otras
versiones se ha traducido como “chismosas” (DHH) o “no hablen mal de los
demás” (PDT)— es la palabra griega diábolos, de la cual deriva nuestra
palabra castellana diabólico.
Esta palabra diábolos aparece treinta y ocho veces en el Nuevo
Testamento. Y, en todos los casos, excepto en cuatro, se usa para referirse a
Satanás.
Dedica un momento a pensar en esto.
Diábolos. La calumnia es diabólica.
Esta relación entre la calumnia y Satanás no debería tomarnos por sorpresa.
La primera vez que lo encontramos en las Escrituras está calumniando la
naturaleza y el carácter de Dios delante de Eva en el huerto del Edén. “No
moriréis” por comer el fruto del árbol prohibido, le dijo (Gn. 3:4). Casi
puedes escuchar el sonido de una pequeña risa en esas palabras. ¿Dios dijo
eso? No. Y si lo hizo, no te dijo toda la verdad. Porque la verdad es… bueno
digamos que hay algo que Él no quiere que sepas…
Ser una mujer
calumniadora es ser
como el diablo; es
obedecer sus órdenes y
91
cumplir sus propósitos.
Calumniar a Dios delante de los seres humanos: esa es una de las tácticas
características de Satanás. Estoy segura de que a veces trató de convencerte
de que “no puedes confiar en Dios; Su Palabra no es verdad; a Él no le
importa nada de ti. Si le importaras, ¿por qué permitió que sucediera eso? Es
evidente que Dios no está de tu lado, así que…”.
También sabemos por las Escrituras que Satanás persiste activamente en
calumniar a los creyentes delante de Dios. Lo hizo, como todo el mundo
sabe, en los primeros capítulos de Job, cuando dijo que la conducta de este
hombre justo era una respuesta fácil a una vida fácil. “Pero extiende ahora tu
mano y toca todo lo que tiene —dijo Satanás a Dios—, y verás si [Job] no
blasfema contra ti en tu misma presencia” (Job 1:11).
Fíjate cuál es el temple de Job cuando no le retribuyes por amarte, se burla
el calumniador.
Diabólico. ¿Escuchaste? Y, desde entonces, Satanás ha seguido
calumniando. “El acusador de nuestros hermanos”, así lo llama el apóstol
Pablo en el libro de Apocalipsis (12:10). Lleva constantes acusaciones y
calumnias de nosotras ante el trono de Dios, y con eso refuta lo que la muerte
sacrificial de Cristo ha logrado al declararnos santas y justas delante del
Señor.
Es un mentiroso. Un acusador.
Satanás (diábolos) es un calumniador (diábolos).
Y, al oír la exhortación de Pablo a Tito, deberíamos entender ​-
inmediatamente la relación. Ser una mujer calumniadora es ser diabólica; es
ser como el diablo. Es participar de las obras y el carácter del mismo Satanás.
Cuando calumniamos a otros, estamos obedeciendo sus órdenes y
cumpliendo sus propósitos.
Curiosamente, en dos de los tres casos donde se emplea diábolos en las
Escrituras para comunicar la idea de calumnia, está dirigido específicamente
a las mujeres. Tito 2:3 es uno de esos casos; 1 Timoteo 3:11 es el otro. En el
pasaje de 1 Timoteo, la palabra diábolos aparece tres veces entre los
versículos 6 y 11, en los cuales se hace referencia a Satanás dos veces y a las
calumniadoras una vez.
Como si no hubiera mucha diferencia entre las dos.
Por lo tanto, para no pensar que dar rienda suelta a nuestra lengua es
92
insignificante comparado con otras cosas, recordemos en compañía de qué
ser sarcástico y siniestro nos coloca. Recordemos también que Jesús mismo
incluyó el pecado de la calumnia en la misma lista que el homicidio, el
adulterio y la inmoralidad sexual (Mt. 15:19). ¿Nos preocupa y nos
escandaliza el pecado que cometemos con nuestra lengua igual que el pecado
que vemos en otros?
Que el Señor abra nuestros ojos para que veamos cuán perversa es nuestra
inclinación a la calumnia y a los comentarios mordaces.

¿Qué es la calumnia?
Cuando Pablo dice: “ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca” (Ef.
4:29), una de nuestras reacciones es pensar que probablemente sería mejor
que nunca dijéramos nada.
Sin embargo, en el mismo versículo se nos exhorta a decir cosas “buenas
para la necesaria edificación... a fin de dar gracia a los oyentes”.
De modo que antes de irnos hacia el otro extremo y hacer un voto de
silencio para evitar decir lo que no debemos, aclaremos lo que está incluido
en la calumnia (además de algunos pecados relacionados con la lengua) y
exploremos lo que necesitamos mostrar y aprender en este aspecto, ya sea
como ancianas o como mujeres jóvenes que están creciendo en la semejanza
de Cristo.
1. La calumnia puede implicar dar un falso testimonio.
Decir algo sobre otra persona que no es verdad es calumnia. Pero esto
puede ser engañoso, porque quizás no estemos intencionalmente mintiendo.
Tal vez solo estemos mal informadas o, por lo menos, no suficientemente
informadas. No podemos saber todo sobre el corazón, los antecedentes y las
circunstancias de las personas. Rara vez conocemos todos los detalles. Y así,
nuestra versión de la verdad puede distar mucho de ser lo que ocurrió o lo
que la persona realmente quiso decir. Podemos dar un falso testimonio
simplemente por no conocer toda la información.
De modo que cuando somos conscientes de una situación que pone a
alguien en una posición negativa, tenemos que tener cuidado de pensar que
conocemos todos los detalles. Si decidimos comentar lo que pensamos que
sabemos, podríamos estar comunicando mentiras y conclusiones falsas sin ni
siquiera darnos cuenta.
93
Dios toma esto en serio. Es uno de los Diez Mandamientos: “No hablarás
contra tu prójimo falso testimonio” (Éx. 20:16). Proverbios 6 menciona al
“testigo falso que habla mentiras” entre las “seis cosas [que] aborrece
Jehová” (vv. 19, 16). No debemos tomar a la ligera lo que Dios abomina.
2. La calumnia puede implicar divulgar información dañina.
La Biblia usa el típico término descriptivo chismoso para describir a
alguien que se especializa en esta actividad. “Las palabras del chismoso son
como heridas” —dice Proverbios 18:8— que tienen la intención de herir,
desacreditar y difamar. En nuestro corazón sabemos cómo pueden hacer
quedar a la otra persona nuestras palabras dañinas. Y detestaríamos pensar
que otras personas puedan decir cosas igualmente desagradables de nosotras.
Pero, en demasiadas ocasiones, para nuestra vergüenza, seguimos adelante y
decimos tales palabras.
3. La calumnia puede incluir decir la verdad con mala intención.
Asegúrate de no leer demasiado rápido este punto, porque es un miembro
de la familia de la calumnia que muchas veces ignoramos, lo dejamos pasar y
lo racionalizamos. Para que un comentario o un cuento sea una difamación,
no necesita ser inventado de la nada o carecer de exactitud. Lo que decimos
puede ser cien por cien verdadero y, aun así, ser una especie de calumnia. De
modo que, aun cuando estemos en lo correcto, necesitamos preguntarnos:
¿Cuál es mi propósito al añadir esto a una conversación? ¿Es mi intención
dañar a alguien? ¿Vengarme de alguien? ¿Rebajar a alguien o hacerlo
quedar mal? ¿Llamar la atención sobre mí de tal manera de mostrar que soy
alguien que maneja cierta información?
“El que anda en chismes descubre el secreto —dijo Salomón—; mas el de
espíritu fiel guarda todo” (Pr. 11:13).
“Su honra es pasar por alto la ofensa”, añadió en Proverbios 19:11.
Solo porque sabemos algo no significa que tenemos que contarlo a otros. Si
parte de nuestra intención en decirlo es manchar la reputación de la otra
persona, entonces, ¿qué importa si es verdad? El mismo Señor sacará la
verdad a la luz a Su tiempo, cuando lo crea oportuno, sin nuestra ayuda.
Eso no quiere decir que nunca deberíamos hablar de una verdad negativa
con nadie. Sin duda hay ocasiones cuando necesitamos confrontar realidades
dolorosas y quizás pedirle cuentas a alguien. Pero debemos ser cuidadosas

94
cuando lo hacemos: orar por la situación, pedir consejo confiable si es
necesario y examinar nuestras intenciones. Hay una gran diferencia entre una
confrontación necesaria y reflexiva sobre un asunto y usar el asunto para
quedar bien o hacer quedar mal a otros.
4. La calumnia no es lo mismo que el chisme, pero el chisme hace que la
calumnia sea más fácil.
Por definición, “chisme” significa difundir rumores o revelar información
personal sobre otra persona. No es exactamente lo mismo que la calumnia, lo
cual generalmente significa difundir información dañina o mentiras sobre
otra persona. Pero, en la comodidad locuaz de una sesión de chisme, es muy
fácil cruzar la línea de la especulación, la información falsa, las mentiras
rotundas o los rumores maliciosos; en otras palabras, la calumnia. Evitar el
chisme nos ayudará a evitar la calumnia.
La calumnia causa dolor
La calumnia puede ser una mentira o puede ser verdad.
Pero la calumnia siempre hiere a alguien.
Eso es lo que la hace una calumnia.
Sé, por supuesto, que nuestra intención no siempre es maliciosa. A veces
simplemente se nos escapa hacer un comentario hiriente. Nos viene a la
mente, y parece ser que no nos podemos controlar. Sin darnos cuenta de lo
que estamos haciendo, ya hemos dicho una calumnia.
Al mirar atrás, vemos por qué lo hicimos. La gente se estaba riendo,
bajamos la guardia y nos dejamos llevar por el humor que reinaba en la mesa.
¿Qué raras o santurronas hubiéramos parecido si tratáramos de cambiar de
tema?
Pero, por eso, Santiago nos da esta palabra de advertencia: “No murmuréis
los unos de los otros” (Stg. 4:11).
Punto.
La palabra griega, que se traduce como “murmuréis” en este versículo, da
la idea de “palabras irreflexivas”.[2] Conversación casual. Un comentario al
pasar. No queríamos decir nada con eso, “fue solo un comentario”.
Pero ¿cuál es la diferencia de decirlo al pasar si de todos modos
manchamos la reputación y perdemos la confianza de otros, si tratamos a los
líderes como personas despreciables y difamamos a las iglesias, si el corazón
95
de nuestros hijos se endurece y echamos a perder nuestras relaciones? ¿No
estamos estorbando nuestra comunión con el Padre? ¿No estamos
deshaciendo la unidad del Espíritu, que debe ser el sello distintivo del pueblo
de Dios?
Quizás no parezca que le hacemos un daño a nadie con hacer un
comentario negativo o dañino sobre otra persona. Pero ¿le estamos haciendo
un bien a esa persona con lo que decimos de ella? Creo que todas sabemos la
respuesta.
La calumnia no solo daña a los demás, también revela los contaminantes
que hay en nuestro propio corazón, como:
• Orgullo: el deseo de mostrar que somos mejores, más inteligentes, más
capaces, superiores, aunque solo sea hacer que otra persona parezca
peor en comparación a nosotras.
• Envidia: estar resentidas por la posición, las relaciones, el éxito, la
familia, los talentos, las posesiones o la reputación de otra persona.

Quizás no podemos hablar, cantar ni entretener a los invitados o citar
las Escrituras como esa persona, entonces queremos hacer que quede
un poco mal.
• Espíritu crítico: la tendencia a juzgar, sacar conclusiones, esperar
secretamente que otros fracasen. Podemos minimizar lo que otros han
logrado al cuestionar o no valorar cómo lo hicieron y hacerlos parecer
“poca cosa”.

Las Escrituras nos advierten que la calumnia divide y corta relaciones (Pr.
16:28; 17:9). La calumnia destruye. Alguien la ha denominado como una
forma de “homicidio verbal”. Proverbios la asocia con el simbolismo de “un
martillo y cuchillo y saeta aguda” (25:18). Es atroz. Es cruel. Desgarra viejas
heridas. Abre nuevas heridas.
La calumnia causa dolor.
Si no la frenamos, seguirá causando más dolor.
Pero tú y yo podemos hacer que el dolor desaparezca.

Un plan para arrancar la calumnia de raíz


“La amargura se ha ido —me dijo—. ¡Ha desaparecido!”.
Muchas veces he sido testigo del alivio visible en el rostro de las personas
96
cuando son libres de las mentiras del diablo, de las cadenas del pecado. Esa
mirada en sus ojos cuando el peso cae, cuando dan el paso hacia la libertad de
la rendición, la sinceridad y el perdón; no hay sentimiento igual a ese.
Y eso fue lo que vi en el rostro de mi joven amiga aquel día.
Ella me había llamado para preguntarme si nos podíamos ver esa tarde. En
seguida me di cuenta de que algo la estaba inquietando. Apenas se sentó,
empezó a llorar.
Había sido una etapa difícil para esta joven mujer y su familia. Aunque no
era su culpa, habían ocurrido algunas cosas muy lamentables, que dieron
lugar a un conflicto. Varias personas de su confianza, a quienes respetaba,
habían actuado y reaccionado mal. Aunque ella no era responsable de lo que
había ocurrido, se había ofendido con alguien a quien ella amaba y había
permitido que su corazón se infectara con indignación y resentimiento. Luego
hizo que la herida se infectara aún más al hablar de eso con otras personas.
Ella les contó a otros lo que ciertas personas habían hecho y cómo se sentía al
respecto. Qué sentía por ellos.
Con el tiempo, mi amiga se llenó de tristeza y vergüenza de cómo su ira se
había convertido en calumnia. Y ahora estaba quebrantada… allí mismo, en
la sala de mi casa. No podría haber tomado más en serio su parte de la
responsabilidad en las consecuencias.
Escuché con atención. Hablamos y oramos. Y luego, en respuesta a un
impulso del Señor, le pregunté si le gustaría que llamara a la persona que ella
sentía que más había ofendido: un pastor local. “¿Qué pasaría si él viniera
aquí —le pregunté—, y tú pudieras hablar con él ahora mismo?”.
Menos de una hora después, mi amiga estaba abriendo su corazón delante
de este hombre que había sido objeto de su ira y su veneno. “He pecado
contra ti. Les he hablado mal de ti a otras personas. He desacreditado tu
liderazgo y espero que me puedas perdonar. Lo siento mucho”. Más lágrimas.
Más oraciones.
Lo que ocurrió ese día fue muy hermoso. Muy redentor. Exactamente lo
que Dios nos ordena hacer cuando hemos causado daño a otra persona.
Esa es la clase de cosas que ocurren cuando nos presentamos delante del
Señor y descubrimos cómo Él se siente con respecto a lo que está pasando en
nuestra vida. En lugar de detenernos en cómo nos sentimos o en lo que
queremos, podemos comenzar a enfrentar y confesar lo que nuestras propias
palabras han hecho: cómo han herido a otras personas, cómo han
97
contaminado la opinión de otros. Y luego, al arrancar de raíz todo nuestro
orgullo y nuestra envidia, nuestra crítica y nuestra contención, podremos
decir: “La amargura se ha ido. ¡Ha desaparecido!”.
Mientras Dios hace su obra sanadora en tu corazón (y el mío),
aprovechemos la oportunidad de arrancar la amargura de raíz de nuestra vida.
Como personas arrepentidas, como mujeres que sabemos que hemos sido
ligeras con nuestra lengua y que tomamos en serio la necesidad de no causar
daño verbal en nuestro hogar, a nuestras relaciones y al cuerpo de Cristo,
volvamos a la Palabra para encontrar una ayuda.
Aquí hay siete maneras prácticas de poner fin a la calumnia.
1. Humíllate.
Liberarse del control diabólico de la calumnia en tu vida comienza por
enfrentar tu propia participación —reconocer que has hablado falsamente o
que has “compartido información” hiriente— incluso bajo el pretexto de una
petición de oración o preocupación personal. Luego, una vez que lo hayas
admitido, confiesa tal conducta hiriente y pide perdón.
Comienza con Dios porque, ante todo, has pecado contra Él (Sal. 51:4).
Confiesa tu pecado de hablar precipitadamente así como también el problema
de raíz detrás de esas palabras, esas actitudes ocultas que han sido como
compañeras silenciosas en el proceso. Recibe el perdón y comienza a
descansar en el perdón que Él ha comprado para ti por medio de Su gracia
redentora.
Pero no solo has pecado en contra de Dios. También has pecado en contra
de otras personas. De modo que, si realmente quieres ser libre, también
podrías tener que confesar tu calumnia a otros: a quienes les has dicho
calumnias, así como también a quienes has calumniado, y pedirles perdón.
Existen momentos, por supuesto, cuando el acto de pedir disculpas podría
herir aún más a la víctima, especialmente si aún no se han dado cuenta de lo
que has dicho. Pero si proponemos en nuestro corazón humillarnos, confesar
y pedir perdón por las cosas negativas que decimos de otras personas, lo
pensaremos dos veces antes de decirlas.
2. ¡Detente!
Las Escrituras dicen: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira,
gritería, y maledicencia, y toda malicia” (Ef. 4:31). Toda. Implementa una

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política de “tolerancia cero” concerniente a hacer comentarios negativos, que
no son verdad ni de beneficio para otros.
Fíjate en el pecado que encabeza la lista en este versículo: amargura.
Piensa cuántas veces nuestras palabras divisivas se alimentan de un espíritu
amargado. Si estás albergando resentimiento en tu corazón, si difícilmente
puedes pensar en esa persona o ciertas personas sin mencionar una lista de
cargos y acusaciones contra ellas, debes saber que nunca podrás controlar lo
que sale de tu boca hasta que hayas desconectado el tubo de oxígeno que
alimenta y mantiene con vida esos sentimientos. Amargura, enojo, ira,
gritería, maledicencia, malicia; quita de tu vida todo eso. Haz todo lo que sea
necesario para desconectar el flujo de la fuente que los alimenta.
Comprendo que podrías estar lidiando con situaciones en las cuales otras
personas realmente han pecado contra ti. Podrían estar haciendo cosas que te
hacen daño a ti y a otras personas. Tu esposo podría estar, pasivamente,
retrasando decisiones y pareciera no importarle cómo te está afectando su
postergación de las cosas. Alguien a quien considerabas amiga te podría estar
desprestigiando en la oficina. Piensa en una relación, piensa en una situación,
y tal vez encuentres una buena razón para compadecerte de ti misma cuando
hables con alguien sobre lo que te está ocurriendo.
Pero, antes de expresar tus quejas, toma un minuto para evaluar tu
motivación. ¿Es para exponer al ofensor? ¿Para castigarlo? ¿Para ganar un
aliado externo que se compadezca de ti y sienta lástima de ti? ¿Estás tan
preocupada por la persona que estás criticando como lo estás por cómo sus
acciones te están afectando?
Y luego piensa: ¿has orado por la persona que te está haciendo daño? Y
¿has ido directamente a hablar con esa persona, no con gritos y contención,
sino más bien en una genuina apelación a su bienestar y restauración
personal?
Algunas situaciones —me refiero en particular a relaciones abusivas o
quizás a un adolescente en rebeldía, algo que implique una conducta delictiva
—, sin duda, exigen una intervención externa. Debes informar lo que está
ocurriendo a las autoridades apropiadas y buscar la guía de un pastor o un
sabio consejero. Pero cualquier cosa que digas en esos casos debe ser con la
intención de que sea una operación de rescate, no de sabotaje. Cuando es
necesario exponer el pecado de otra persona, asegúrate de que la exposición
surja de un corazón que está genuinamente preocupado por la otra persona y
99
que quiere verla restaurada y en una buena relación con Dios. Y asegúrate de
escoger tus confidentes con sumo cuidado. Una buena regla general, que
escuché hace muchos años y que ha sido muy útil para mí, es: Si la persona a
quien le estás contando tu preocupación no es parte del problema o la
solución… no se lo digas.
3. Habla bien de los demás.
El comentarista William Barclay declara con razón: “Es un rasgo curioso
de la naturaleza humana, que la mayoría de las personas prefiera repetir y
escuchar un comentario malicioso en vez de uno que honra a otra persona”.
[3]
Quizás la mejor manera de frenar nuestra predisposición a señalar las faltas
de otros es simplemente esforzarnos en decir cosas buenas de ellos; no es que
tengamos que ser hipócritas o adular a las personas, tampoco que debamos
ser ciegas a sus imperfecciones, sino sencillamente prestar atención y hacer el
esfuerzo de expresar lo que notamos.
Podrías sorprenderte de cuántas oportunidades se te presentan para dar un
cumplido, elogiar el buen trabajo de alguien o expresar gratitud por una
lección que has aprendido al observar la conducta o el carácter de otra
persona. Si estás casada, te asombrarías de ver cómo puede enriquecerse tu
relación matrimonial cuando te tomas el tiempo de expresar tu admiración
por tu esposo o comentarle a una amiga cuánto lo admiras.
¿Cuánta calumnia podríamos eliminar de nuestra vida si fuésemos más
intencionales en hablar palabras de aliento y gracia?
Como esposa de un pastor vehemente y ocupado, y madre de once hijos,
Sarah Edwards (1710-1758) sin duda enfrentó la tentación y oportunidades
de calumniar. Pero se la conocía justamente por lo opuesto:
Sarah tenía como regla hablar bien de todos en tanto le fuera posible…
No era propensa a deleitarse en las imperfecciones y los fracasos de
nadie; y cuando escuchaba a las personas hablar mal de otros, ella decía
lo que consideraba apropiado con verdad y justicia en su defensa o
desviaba la calumnia y mencionaba cosas que eran encomiables de esas
personas.
Por lo tanto, tenía compasión por el carácter de todos, incluso por el de
aquellos que le hacían daño y hablaban mal de ella… Podía soportar

100
heridas y reproches con gran calma, sin ninguna disposición a pagar mal
por mal, sino, por el contrario, estaba dispuesta a tener misericordia y
perdonar a aquellos que parecían ser sus enemigos.[4]
¡Qué compromiso: hablar bien de todos! ¡Y qué llamado: reflejar el
corazón bueno y misericordioso de Cristo a quienes nos rodean!
4. Refrena tus pensamientos.
Mucho de lo que finalmente se convierte en calumnia nace y se nutre
cuando le damos rienda suelta a nuestros pensamientos. Por eso necesitamos
tener cuidado con los pensamientos que decidimos albergar en nuestra mente.
Debemos sofocar esa impía curiosidad, a la cual le encanta escuchar basura
de otros y luego añadir nuestro propio comentario mientras pensamos en eso
a lo largo del día.
Cuando ponemos
nuestros pensamientos
bajo el control del
Espíritu, podemos
disfrutar el dulce fruto
de palabras que son
aceptables para Él y
edificantes para otros.
El compromiso de “llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia de
Cristo” (2 Co. 10:5) requiere un esfuerzo consciente y disciplinado. Y pasar
tiempo a los pies de Jesús para fijar nuestros ojos en Él y ser transformadas
“por medio de la renovación de [nuestro] entendimiento” (Ro. 12:2) mientras
meditamos en Su Palabra.
Todas haríamos bien al apropiarnos de la oración del salmista:
Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante
de ti,
Oh Jehová, roca mía, y redentor mío (Sal. 19:14).
Cuando ponemos nuestros pensamientos bajo el control del Espíritu,
podemos disfrutar el dulce fruto de palabras que son aceptables para Él y
edificantes para otros.
101
5. Habla menos.
¿Cuántas veces participamos de conversaciones que no nos incumben? Nos
inmiscuimos en una conversación. Tomamos impulsivamente nuestro
teléfono. Hacemos preguntas que sondean más de lo que necesitamos saber.
Disminuir la cantidad de nuestras palabras disminuye las oportunidades y la
tentación a calumniar.
Una vez más, no estoy diciendo que debamos andar por la vida
estoicamente en silencio o sentir culpa por ser amigables. Pero hay sabiduría
en las palabras de Proverbios 10:19.
En las muchas palabras no falta pecado;
mas el que refrena sus labios es prudente.

Durante muchos años, tuve una compañera de caminata. En el transcurso de


ese tiempo, caminamos casi dos mil quinientos kilómetros juntas. Y mientras
disfrutábamos la oportunidad de conversar y ponernos al día, incluso de orar
y citar las Escrituras y animarnos la una a la otra en el Señor, también
teníamos que tener cuidado de no caer en palabras ociosas, chismes e incluso
calumnias.
Si la persona de la
cual estamos hablando
estuviera aquí con
nosotras, ¿diría yo lo
mismo?
Es tan fácil. Nos fluye naturalmente. Nace en las muchas palabras y puede
crecer rápidamente y convertirse en calumnia.
Por supuesto, debemos decir más palabras que bendigan, animen y
fortalezcan a otros. Pero si no hay nada necesario que decir en el momento,
nada amable, edificante, alentador o útil… menos palabras podrían ser
precisamente lo necesario.
6. Piensa antes de hablar.
¿Eres una de esas personas que realmente no sabes lo que piensas hasta que
lo has dicho en voz alta? ¿Tiendes a decir abruptamente tus pensamientos y
opiniones? Si es así, podrías estar en mayor peligro de caer en la calumnia
102
que una persona más reflexiva, aunque las personas calladas no son inmunes
a pecar con su lengua.
No estoy tratando de sugerir que me opongo a las conversaciones
espontáneas y animadas, pero realmente pienso que esto es algo a considerar,
especialmente para aquellas mujeres que tienen una lengua rápida y ansiosa.
¿Cuántas veces nos metemos en problemas por no pensar lo que vamos a
decir antes de decirlo?
Cuando las personas nos piden nuestra opinión, a veces la mejor respuesta
que podemos dar es: “Realmente no sé lo suficiente para tener una opinión”.
Y cuando nos encontramos en medio de un debate grupal, muchas veces lo
más sabio que podemos hacer es no decir nada. ¿Es realmente necesario que
las personas con las que estamos hablando sepan lo que pensamos,
especialmente si nuestra opinión de otra persona no es muy positiva?
Trato de preguntarme a mí misma: si la persona de la cual estamos
hablando estuviera parada o sentada aquí con nosotras, ¿diría yo lo mismo?
¿De la misma manera? ¿Estaría dispuesta a decírselo en la cara? Si no,
probablemente tampoco debería decirlo a sus espaldas.
7. Ni siquiera lo escuches.
No me refiero a hacer el gran espectáculo de salir de la habitación cuando
se empieza a hablar de otras personas. Eso es orgullo de otra especie. Pero
cada vez que está empezando a fluir el chisme y la calumnia, podemos tratar
de desviar amablemente la conversación hacia otro tema o decir algo positivo
sobre la persona de quien se está hablando. En algunas situaciones, quizás
debamos preguntar a los demás si realmente conviene estar hablando de esa
manera.
Tal vez recuerdes que el apóstol Pablo —antes de convertirse en apóstol—
una vez cubrió las espaldas de aquellos que estaban apedreando a Esteban, un
seguidor de Cristo, hasta matarlo. Aunque quizás él no haya arrojado las
piedras, había participado del hecho igual que aquellos que lo habían
apedreado. Y así somos nosotras cada vez que escuchamos ávidamente una
conversación calumniosa.
Así como tenemos un “abogado para con el Padre, Jesucristo el justo” (1
Jn. 2:1), como beneficiarias de Su inmerecida misericordia, debemos ser más
rápidas en abogar por nuestros hermanos y hermanas que en degradarlos… o
escuchar que los degraden.
103
Amor y templanza
Humillémonos. Dejemos de hablar mal de otros y, en cambio, hablemos
bien de ellos. Controlemos nuestros patrones de pensamientos. Hablemos
menos. Pensemos antes de hablar; de hecho, ni siquiera escuchemos cuando
otros digan calumnias. Hacer estas cosas nos ayudará a eliminar la calumnia
de nuestra vida. Mejor aún, como mujeres unidas en este compromiso,
adornaremos el evangelio de Cristo si mantenemos la calumnia fuera de la
iglesia. Y, en el proceso, nos ayudaremos unas a otras a desarrollar el sello
distintivo de la vida abundante que describe Gálatas 5:
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (vv.
22-23).

¿Te fijaste en la primera y la última cualidad de la famosa lista de Pablo?


Amor y templanza. Entre estas dos se encuentran todas las demás cualidades
que caracterizan una vida llena del fruto del Espíritu: gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe y mansedumbre. Estoy convencida de que el orden de
esta lista no es accidental. Dondequiera que carezcamos de amor y
templanza, invitamos a toda clase de crisis nerviosa y discordia a nuestra
situación. La amargura y el enojo de nuestro corazón, que expresamos en
palabras maliciosas, declaraciones vengativas, chismes malintencionados y
murmuración son todas señales que delatan que nos falta amor y templanza.
Me imagino que Satanás observa y se alegra cuando nos mordemos y
devoramos los unos a los otros en lugar de ser como nuestro Padre
reconciliador y dador de vida. De modo que unámonos como mujeres para
apagar la máquina de calumnias; la que hemos usado para comer vivas a
demasiadas personas, manchar su reputación, ofenderlas y dividir relaciones
(incluso iglesias enteras) en el proceso.
En cambio, “sigamos lo que contribuye a la paz y la mutua edificación”
(Ro. 14:19). Y oremos seriamente con el salmista:
Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios (Sal.
141:3).

Si tú y yo adoptamos la consigna de “no lo digas” cuando el Espíritu nos

104
constriñe a no hablar o no estamos seguras de qué está motivando nuestro
impulso de hablar, estaremos en condiciones de buscar la paz y cambiar el
ambiente donde vivimos. Las personas sabrán por experiencia: “A esa mujer
puedo confiarle mi corazón, mis debilidades, mis confesiones y mi historia
imperfecta, porque sé que nunca me calumniaría frente a los demás”.
El esposo en el Cantar de los Cantares alaba a su esposa por cómo lo
bendice ella con sus palabras y cómo bendice también a otros:
Como panal de miel destila tus labios, oh esposa;
miel y leche hay debajo de tu lengua (Cnt. 4:11).

Esta mujer no habla todo el tiempo como el murmullo de un arroyo. No


dice efusivamente todo lo que piensa. Sus palabras, como la miel, son
medidas. Son reflexivas y dulces. Su lengua tiene un filtro. Tiene un
regulador, muy parecido al mecanismo de seguridad que limita la velocidad
de un automóvil o una embarcación. Y sus palabras fortalecen y alientan el
corazón de aquellos que las escuchan en lugar de causar daño y contención.
Yo quiero ser como esa mujer, ¿y tú? Yo quiero que mis palabras ministren
gracia a otros, por empezar, a mi Esposo celestial.
Con la ayuda de Dios, utilicemos nuestra lengua para edificar a los que nos
rodean en lugar de destruirlos. Sobre todo, hablemos palabras que
engrandezcan a Cristo. Palabras que adornen Su evangelio y manifiesten Su
hermosura. Palabras dignas de mujeres cuyos corazones fueron conquistados
por Su sublime gracia.

Reflexión personal
Ancianas
1. ¿Qué manera de hablar y comportamiento manifiestan una cualidad
de reverencia en nuestra vida? ¿Por qué es especialmente importante
para las mujeres cristianas maduras? ¿Necesitas hacer algún cambio al
respecto?
2. Jesús incluyó el pecado de la calumnia en la misma lista que el
homicidio, el adulterio y la inmoralidad sexual (Mt. 15:19). ¿Sueles
estar tan preocupada por el pecado que cometes con tu lengua igual
que por el comportamiento de los demás?
105
3. ¿Cuál de los siete pasos prácticos de este capítulo necesitas
especialmente poner en práctica? ¿Cuáles son los más difíciles para ti?
Mujeres jóvenes
1. ¿Cómo contribuyen las redes sociales al pecado del chisme y la
calumnia? ¿Por qué es más fácil “compartir información” perjudicial a
través de las redes sociales?
2. Mucho de lo que finalmente se convierte en calumnia “nace y se
nutre” cuando damos rienda suelta a nuestros pensamientos y no están
bajo el control de Cristo. ¿Cómo puede el Salmo 19:14 ayudarte a
entrenar tu corazón en contra del chisme y la calumnia?
3. ¿Cuál de los siete pasos prácticos de este capítulo necesitas
especialmente poner en práctica? ¿Cuáles son los más difíciles para ti?

106
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.

Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la p aciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su p orte; no calumniadoras, no


esclavas del vino, maestras del bien;
que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos,


para que la palabra de Dios no sea blasfemada.

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador .
TITO 2:1-5, 10

107
CAPÍTULO 7

En libertad
Experimentando libertad de la esclavitud
Mirar esta adicción a los ojos me ha llevado a estar de rodillas… ante la cruz.
RENEE JOHNSON

SI BEBER ALCOHOL EN EXCESO no es un problema para ti, podrías estar tentada a


saltarte este capítulo.
Por fin, (¡una vez!) una directriz de Tito 2 que no nos incomoda.
Bueno…
Independientemente de si bebes o no, espero que sigas leyendo porque no
se trata solo del alcohol, aunque sin duda hablaremos de eso en este capítulo.
Tampoco se trata solo de las ancianas, aunque creo que hay una razón por
la que Pablo advierte específicamente a las ancianas sobre este tema.
Tocaremos este punto también.
En este pasaje, Pablo habla específicamente del abuso del alcohol, una
advertencia que era necesaria para las mujeres cristianas de sus días y no
menos necesaria hoy en día. Pero creo que el punto central de este texto va
más allá de tratar solo una cuestión de comportamiento. Busca exaltar y
exponer las profundidades ocultas de nuestro corazón, las cadenas que nos
impiden ser libres para representar y proclamar el evangelio.
Vivimos en una cultura altamente adictiva. En cierto nivel, muchas de
nosotras luchamos con algún tipo de esclavitud o atadura pecaminosa. La
prohibición de ser “esclavas del vino” podría incluir, en líneas generales,
cualquier comportamiento, práctica o deseo a los cuales les hemos permitido
esclavizarnos.

Indulgencia y exceso
Hemos visto que el apóstol exhorta a las ancianas a ser “reverentes en su
porte”, a vivir “de acuerdo con la sana doctrina”, como toda persona que está
comprometida con el servicio sagrado (¡porque lo estamos!).
¿Y cómo es eso? ¿Cuáles son las implicaciones para la vida diaria? Pablo

108
identifica dos características de una conducta reverente en las ancianas: no
debemos ser “calumniadoras” y no debemos ser “esclavas del vino” (Tit.
2:3). Nuestra reverencia a Dios debe manifestarse a través de nuestra lengua
y nuestra forma de vida moderada. Vimos la primera característica en el
capítulo anterior, ahora daremos atención a la segunda.
De alguna manera, ser “esclavas del vino” representa una mentalidad de
indulgencia excesiva, que invariablemente conduce a la esclavitud. Es la
inclinación humana natural que constantemente busca cualquier cosa que nos
produzca placer y alivie nuestro dolor. Es la mentalidad que dice “come, bebe
y goza de la vida”. La tendencia de buscar una vida de tranquilidad y
comodidad, de consentir la carne y —cada vez que la carne experimente
incomodidad física o emocional— hacer todo lo necesario para que la
incomodidad desaparezca. Ahora mismo. A cualquier precio.
¿Son las ancianas las únicas que caen en tal mentalidad? ¡Por supuesto que
no! Pero, al parecer, el apóstol Pablo, bajo la inspiración del Espíritu, sabía
que las ancianas en particular necesitaban esta palabra de exhortación. Y, de
hecho, al envejecer, me he dado cuenta de que frecuentemente siento la
tentación a buscar tranquilidad y placer en exceso. Puede ser una actitud
tácita y subconsciente: “He cumplido con mis responsabilidades. Hoy me
merezco un descanso. Voy a hacer algo que me haga sentir bien. Y si me
hace sentir bien… tal vez lo haga un poco más”.
Observa el énfasis en querer más. Pablo dice que no debemos ser esclavas
de “mucho vino” [LBLA]. Esa es una parte característica de esta tendencia
demasiado humana. Si tenemos un poco de algo, aunque sea bueno, tendemos
a querer más de él. La indulgencia se vuelve excesiva. En áreas particulares
de nuestra vida podríamos querer más y más de algo hasta llegar al punto de
depender de eso… no podemos prescindir de eso.
Ser “esclavas de mucho vino” (o “esclavas de mucho” de cualquier otra
cosa aparte de Jesús) es lo opuesto a tener una mente sobria —moderada y
prudente—; una virtud que Pablo menciona repetidas veces en esta breve
epístola (1:8; 2:2, 5, 6, 12).
Por lo tanto, al considerar lo que el Espíritu Santo nos está diciendo a
través de esta frase, podríamos empezar por preguntarnos si existen algunas
áreas en las cuales somos más propensas a la indulgencia y al exceso.
¿Tenemos el impulso de querer demasiado de algo?
¿Es nuestra vida moderada? ¿Es fructífera, productiva y delimitada por una
109
manera piadosa de pensar? O ¿estamos buscando tranquilidad y gratificación
y hacemos, sin pensar, todo aquello que nos traiga placer o alivie nuestro
dolor?

No me puedo escapar
Pero Pablo está hablando de algo aún más profundo que nuestro estilo de vida
de indulgencia y exceso. Está preocupado por nuestra tendencia a volvernos
esclavas a ciertas sustancias, hábitos o actividades —cualquier cosa— que
consideramos esenciales para nuestra felicidad, cordura o supervivencia.
La palabra esclava en Tito 2:3 significa “tomada por la fuerza o dominada
en contra de la propia voluntad”.[1] Y eso es exactamente lo que ocurre
cuando somos esclavizadas por una sustancia o comportamiento. No
podemos parar. No podemos vivir sin eso. No podemos escapar de eso.
Llamamos a tal esclavitud por muchos nombres: hábito, obsesión,
compulsión, dependencia, adicción, fortaleza. Cada término tiene un matiz
específico, pero todos tienen que ver con la esclavitud y todas somos
propensas a ella. Está vinculada a nuestro sistema nervioso humano. Es una
tendencia del cerebro a crear hábitos a partir de acciones repetidas y su
impulso a buscar placer y evitar el dolor. Es parte de nuestro ADN espiritual,
nuestra tendencia natural a convertir incluso buenos regalos o actividades
neutrales en oportunidades para pecar.
Considera algunas de estas compulsiones comunes que esclavizan a
muchas mujeres hoy día, incluso a las mujeres cristianas:
• La comida. Los atracones de comida son parte de los trastornos
alimentarios más comunes en los Estados Unidos. Un estudio de
CNN.com lo denominó “una manera de adormecer los sentimientos”.
[2] La investigación sugiere que, aunque una de cada diez mujeres que
asiste a la iglesia es probable que tenga un problema con las drogas o
el alcohol, una de cada cuatro tiene una relación abusiva con los
alimentos.[3]
• La dieta y el ejercicio. ¿Alguna vez has estado con alguien que no
habla de otra cosa que de carbohidratos, calorías, ritmo cardíaco y
reincidencia? ¡Realmente es posible ser adicta a estar saludable!
• Las compras. Según un informe, las compras compulsivas afectan a
más del 8% de la población estadounidense, y el 90% de esas adictas a
110
las compras son mujeres.[4] Lo que comienza como una manera de
satisfacer necesidades legítimas se convierte en un alivio de la presión
acumulada. Y, sin darnos cuenta, estamos escondiendo recibos de
tarjetas de crédito y pagando tasas de interés exorbitantes por facturas
vencidas.
• La televisión. En general, en los hogares estadounidenses se mira
mucho más televisión cada día, que en las familias de otros treinta y
cuatro países encuestados.[5] Las telenovelas continúan siendo una
“droga de elección” popular entre las mujeres. La autora Shannon
Ethridge escribe: “No es una coincidencia que experimentara la más
fuerte tentación extramarital mientras estaba viendo: Todos mis hijos,
Una vida por vivir y Hospital general a la hora de la siesta de mis
hijos”.[6]
• El tiempo frente a una pantalla. El pánico que sientes cuando pierdes o
se te rompe el teléfono celular es suficiente evidencia de que el uso del
teléfono puede tener cualidades adictivas. Eso también aplica a otras
formas de “obsesión por la pantalla”: juegos de computadora, redes
sociales o cosas similares.
• El trabajo. A menudo se piensa que la adicción al trabajo es
principalmente masculina, pero las mujeres también pueden
obsesionarse con la “productividad”, tanto pagada como no pagada.
• Novelas románticas. Una mujer, que escribe bajo el pseudónimo de
Linsday Roberts, describe un momento de su vida cuando se volvió
“adicta al romance”. “Al sentirme atrapada —recuerda ella—, traté de
escaparme con la lectura de novelas románticas… Como trabajaba solo
por la mañana, pasaba las tardes leyendo una o dos novelas antes que
los niños regresaran de la escuela. Por las noches, después que los
niños se iban a la cama, seguía leyendo una tercera. Pero… después de
un tiempo, no fue suficiente solo leer aventuras románticas. Largas y
solitarias caminatas o vueltas en mi coche me permitían evadirme del
mundo real y evocar mis propias fantasías”.[7]
• El sexo. Sea que implique actividad sexual ilícita, infidelidad conyugal
o pornografía, el deseo compulsivo de tener relaciones sexuales
(incluso legítimas) puede ser profundamente destructivo y
especialmente difícil de abandonar. Una mujer que ministra a
estudiantes de universidad me escribió: “Durante nuestro reciente
111
retiro de mujeres, me quedé hasta las cuatro de la mañana hablando
con muchachas adictas a la pornografía por Internet y a la
masturbación. ¡Auxilio!”.
• Medicamentos recetados. El abuso de medicamentos recetados como
estimulantes, analgésicos, sedantes y tranquilizantes es la categoría de
abuso de sustancias de más rápido crecimiento entre las mujeres. Más
allá de eso, millones de mujeres dependen de drogas psicoterapéuticas
para poder funcionar.
Amos y esclavos
Algunos expertos reservan el término “adicción” para el abuso de sustancias
tales como el alcohol y los narcóticos. Sin embargo, las así llamadas
adicciones conductuales (la mayoría de las cosas de la lista anterior) tienen
algunas características en común con las dependencias químicas.
Primero, todas ellas involucran algo que nos levanta el estado de ánimo o
cambia cómo nos sentimos. Jon Blomm, del ministerio Desiring God,
observa que lo que nos atrae es tal sentimiento de alivio:
Al momento de la indulgencia, esta no parece ser una enemiga. Parece
una recompensa que nos hace felices. Y sentimos el alivio de un antojo
que insiste en ser satisfecho.[8]

Segundo, todas esas dependencias pueden comprometer nuestra salud


física, nuestro bienestar emocional y espiritual, y nuestras relaciones, y a
veces, las tres cosas. Son malas para nosotras y para los demás.
Y tercero, es sumamente difícil abandonarlas, aunque estemos
desesperadas por hacerlo.
En realidad, es esclavitud. Y ocurre muy fácilmente.
Ya sea que se trate de los llamados placeres inocentes (por los que tal vez
no nos deriven a un centro de rehabilitación para hacer un tratamiento) o los
hábitos más destructivos del consumo de drogas, la pornografía, el juego y la
adicción al alcohol, todos comienzan con una decisión. Entonces los
mecanismos del cuerpo y nuestros deseos pecaminosos entran en acción y,
sin darnos cuenta, quedamos atrapadas.
Si no me crees, te reto a hacer un experimento.
Durante los próximos treinta días, ¿por qué no te abstienes de cualquier
112
cosa que pienses que te podría estar controlando? Fíjate si puedes decirle
“no” tan solo durante esas pocas semanas. Si te das cuenta de que no puedes,
entonces pregúntate quién está a cargo en esa área. ¿Quién es el amo y quién
es el esclavo?
Sin embargo, es muy probable que no necesites convencerte de que tu
corazón está esclavizado por una o más pasiones o hábitos dominantes. Es
posible que hayas perdido la esperanza de que tu vida pueda ser diferente. Tal
vez has concluido que vas a tener que convivir con eso.
O tal vez estés tan harta hasta el punto de estar lista para tomar cualquier
acción que pueda hacerte libre.
De cualquier manera, cuando las Escrituras dicen que no debemos ser
“esclavas del vino” (o de cualquier otra cosa que nos esclavice), hay implícita
en este pasaje una invitación a ser libres de los antojos y los deseos adictivos.
Eso nos debería dar esperanza. Y debería motivarnos a buscar liberación de
cualquier cosa y de todo aquello que nos controla aparte de Cristo.
No solo por nuestro propio bien, sino por el de aquellas que están usando
nuestras vidas como ejemplo.
Y para adornar el evangelio para ellas.

Un asunto de adoración
Pablo nos recuerda que antes de ser salvos por la gracia de Dios, todos
éramos “esclavos de concupiscencias y deleites diversos” (Tit. 3:3); es decir,
a deseos y placeres pecaminosos. En cambio, dice que las mujeres piadosas
deben conocerse por no ser esclavas del vino o, de manera implícita, a
ninguna otra sustancia o práctica que no honre a Dios.
Porque no podemos hacer ambas cosas.
No podemos ser siervas de Dios y al mismo tiempo inclinarnos y ceder a
las demandas de alguna otra sustancia o influencia. Jesús mismo dijo que es
imposible servir a dos amos (Mt. 6:24).
Entonces, ¿qué debemos elegir?
¿Y cómo elegimos? Con nuestra obediencia. Así como, en otro pasaje, el
apóstol aconseja: “sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado
para muerte, o sea de la obediencia para justicia” (Ro. 6:16).
Nuestras adicciones
reflejan la inclinación
113
de nuestro corazón al
arrodillarnos ante otros
dioses que no pueden
hacer nada por nosotras,
insatisfechas con el
único Dios verdadero.
En otras palabras, somos esclavas de nosotras mismas, de nuestro pecado,
de Satanás y sus engaños, o somos esclavas de nuestro Dios de amor, con la
confianza de que Su “paga” es “la vida eterna en Cristo Jesús” (Ro. 6:23).
Creo que todas estamos de acuerdo en que esto sobrepasa la recompensa por
dejar de servir a otros amos.
Otra manera de explicar esto es que la adicción tiene que ver con la
adoración.
Somos esclavas de lo que adoramos.
Ahora bien, es cierto que muchos factores entran en juego cuando nos
sentimos incapaces de dejar de participar en actividades nocivas o
perjudiciales. Hay culpa, hay una historia, hay un deseo de satisfacer lo que
sentimos que son necesidades insatisfechas y de aliviar o anestesiar el dolor.
Tenemos necesidad de escapar de nuestros problemas relacionales o
presiones financieras u otros problemas sin solución. Podríamos estar
enojadas con Dios, con la vida, con quienes han contribuido a las dificultades
que enfrentamos y a la manera en que instintivamente reaccionamos al estrés
y a la adversidad. Y aunque no haya sustancias químicas implicadas (como
las drogas o el alcohol), los factores fisiológicos o cambios en nuestro cuerpo
pueden hacernos más susceptibles a la dependencia.
Y aun así…
De una manera u otra, cuando nos volvemos dependientes de una sustancia
o una actividad, estamos cediendo nuestra voluntad y la estamos adorando.
Le estamos ofreciendo las primicias de nuestro tiempo, nuestro amor y
nuestra energía. A través de nuestras acciones —el lenguaje más delatador de
todos— estamos diciendo que elegimos el gobierno del pecado sobre
nosotras en lugar del gobierno de nuestro Padre celestial, sabio y amoroso.
De modo que describimos con mayor precisión nuestras adicciones cuando
pensamos en ellas como lo que realmente son: idolatría. Estas reflejan la

114
inclinación de nuestro corazón a vacilar en nuestras lealtades, al arrodillarnos
voluntariamente ante otros dioses que no pueden hacer nada por nosotras,
insatisfechas con el único Dios verdadero al que debemos nuestra vida.
Eso es exactamente lo contrario al llamado a ser mujeres según Tito 2.
Nuestra misión y nuestro privilegio es rendirnos por completo al servicio del
Señor Jesús. Dejar de lado nuestros hábitos idólatras y experimentar juntas la
alegría, la libertad y la adoración pura y dulce que fluye de ser totalmente de
Él.

Luchadoras por la libertad


“¡Pero no es tan fácil!” —podrías decir.
Y por supuesto que tienes razón.
Escucho de tantas mujeres —jóvenes, mayores, casadas, solteras— que se
sienten esclavizadas por patrones de hábitos pecaminosos y conductas
compulsivas destructivas. Pensaban que su fe en Cristo sería suficiente para
alejar a esos intrusos. Han escuchado historias y testimonios de personas
liberadas de estilos de vida horribles a través del poder de la salvación y la
misericordia de Cristo, pero esa no ha sido su experiencia. En cambio,
continúan cediendo, retrocediendo, cayendo bajo el peso y la presión,
sorprendidas de que todavía puedan sentirse tan atraídas a algo que las haga
sentir culpables, mal, avergonzadas e infelices.
Sienten que esas obsesiones implacables son como los enemigos que David
describe en el Salmo 59:
Vuelvan, pues, a la tarde, y ladren como perros, y rodeen la ciudad.
Anden ellos errantes para hallar qué comer; y si no se sacian, pasen la
noche quejándose (vv. 14-15).

Puede que hayan experimentado temporadas de victoria, con la esperanza


de que tal vez hayan abandonado eso al fin: esa evasión indulgente, esa
vergüenza privada, ese pecado sexual. Pero un día, bajo cierta alineación de
las circunstancias, con la guardia baja y las emociones al límite, se vuelve a
filtrar una tentación conocida. Parecía tan inofensiva. Tan merecida, de
hecho. Y, sin darse cuenta, están nuevamente esclavizadas.
Nuestro enemigo nos hace

115
creer que no podemos ser
libres, que siempre seremos
prisioneras de nuestros
hábitos y adicciones. La
Palabra de Dios declara
que no importa cuán
esclavizante haya sido tu
pecado, no tiene comparación
con el poder vencedor
del Espíritu de Dios.
Y así es la vida para ellas ahora. Aunque se esfuerzan por resistir la
tentación —y aprietan los dientes o se cruzan de brazos— todavía no se
sienten libres. Solo cansadas. Atormentadas. Como si estuvieran luchando
con algo.
Nuestro enemigo, por supuesto —diábolos—, nos hace creer que no
podemos ser libres, que siempre seremos prisioneras de nuestros hábitos y
adicciones, que ni Dios es suficientemente fuerte para ayudarnos a conquistar
lo que obviamente no hemos podido vencer en todos estos años de intentarlo.
Pero déjame recordarte que la Palabra de Dios está llena de promesas
destinadas a alimentar esperanza, expectación, perseverancia y triunfo.
Repetidas veces, declara que no importa cuán esclavizante haya sido tu
pecado (y quizás lo continúe siendo), no tiene comparación con el poder
vencedor del Espíritu de Dios.
Ahora bien, esto no significa que Dios va a agitar una varita mágica e
instantáneamente nos quitará todo deseo de ceder a una mala costumbre. Por
supuesto, Él puede hacer eso y muchas veces decide hacerlo así. Pero nuestra
experiencia probablemente se parezca más a la de los israelitas en relación a
sus enemigos en la tierra prometida.
Y Jehová tu Dios echará a estas naciones de delante de ti poco a poco;
no podrás acabar con ellas en seguida, para que las fieras del campo no
se aumenten contra ti (Dt. 7:22).
Dios podría haber aniquilado sobrenaturalmente toda la oposición que Su
pueblo enfrentaría en Canaán. Pero Él sabía que eso causaría circunstancias
116
más difíciles, así que en Su misericordia prometió darles la victoria “poco a
poco”, de la misma manera que Él nos ayuda a conquistar nuestras
dependencias idólatras que nos esclavizan.
Sabemos por Su Palabra que nuestra lucha contra el pecado no será
completamente ganada hasta que estemos en el hogar celestial con el Señor.
Y lo que Él quiere que aprendamos a través de la batalla, muchas veces
agotadora, es que este evangelio, que nos salvó, también puede continuar
salvándonos, hacernos libres en cada momento en medio de la batalla diaria
entre la carne y el espíritu. Este ataque puede hacernos volver a Cristo, Su
cruz, Su poder y Su gracia continuamente. Y, cuando lo hacemos,
descubrimos que Él está activamente obrando en nosotras “tanto el querer
como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13).
En realidad, es Su amor por nosotras, entonces, lo que hace que Dios nos
guíe por este camino largo y difícil y dé muerte a todos nuestros sustitutos
nocivos una elección obediente a la vez. Él nos adiestra en la batalla para que
podamos aprender a luchar a Su manera.
Después de todo, fuimos las que tomamos las decisiones que, desde un
principio, nos llevaron a esta esclavitud. Participamos activamente en nuestra
esclavitud. Y ahora podemos desempeñar un papel activo en nuestra
liberación, si decidimos poner nuestra devoción en Cristo, con la fe de que
nos ha hecho libres “de la ley del pecado y de la muerte” (Ro. 8:2) y
tomamos “cada pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo” (2 Co. 10:5).
A medida que perseveremos en estas tácticas espirituales, comenzaremos a
experimentar una victoria más rica, más satisfactoria y más duradera sobre
nuestros hábitos y adicciones que cualquier chasquido divino podría darnos.
Eso se debe a que nuestro objetivo no es solo mejorar, sino poder decir que
hemos dejado de hacer esto o aquello o cualquier cosa que hayamos hecho
miles de veces antes. El objetivo es acercarnos a nuestro Dios, que es más
deseable, atractivo y gratificante que cualquier exceso de comida o bebida.
Que cualquier relación prohibida. Que cualquier tentación placentera y
emocionante, pero esclavizante.
Que cualquier otra cosa.

Luchando juntas
Parte de la belleza —y el poder— de un estilo de vida como el de Tito 2 es
que no estamos solas en esta batalla. Tendemos a pensar en nuestras
117
compulsiones y adicciones como un asunto personal, algo que se trata
principalmente de nuestra salud, crecimiento y deseo de cambio personal.
Pero los preceptos que estamos estudiando en este libro —como no ser
“esclavas del vino”— no solo se tratan de nosotras individualmente, sino
también de cómo vivimos la belleza del evangelio… juntas.
Dios nos ha dado unas a otras, recuérdalo. Hacemos esto en comunidad con
otras, y lo hacemos por el bien de las demás. Qué gozo —y responsabilidad
— es luchar juntas por la gracia y la libertad en Cristo y llevar a otras con
nosotras a un lugar de victoria donde juntas podamos adorar totalmente
rendidas a los pies de Cristo.
Este mandato de Tito 2 consiste en compartir y recibir unas de las otras los
dones de transparencia, rendición de cuentas, misericordia y aliento, y
recordarnos las unas a las otras quién es realmente nuestro Amo.
Y se trata de enseñar a las demás también por qué Pablo dirigió su
amonestación de “no ser esclavas del vino” a las ancianas de la iglesia.
De la misma manera que se dice que una madre embarazada come por dos
—y que debería ver sus decisiones diarias en ese contexto si quiere que su
hijo sea saludable—, no podemos pensar que nuestros pecados y excesos
secretos sean meras indulgencias personales. No lo son. Si no nos resistimos
y cambiamos, no solo seguirán desalentándonos y venciéndonos en nuestra
vida personal, sino que también obstaculizarán lo que Dios nos ha llamado a
hacer por otros.
Por la gracia de Dios, la esclavitud al “vino” no ha sido un problema en mi
vida. Sin embargo, como he comentado en otro momento, he enfrentado una
batalla recurrente con la esclavitud a la “comida”. Estoy comprometida a
seguir buscando la libertad en esta área —y en cada área de mi vida que
amenaza con esclavizarme— por el bien de mi vida cristiana, sí, pero también
por el bien de mis hermanas e hijas en Cristo.
Sé que ser esclava de cualquier otra cosa que no sea Dios hace que me
resulte más difícil dar palabras de ánimo y esperanza a otras luchadoras en la
batalla. Disminuye mi confianza en el evangelio y mi capacidad de
proclamarlo apasionadamente. Hace que me mantenga alejada de ciertos
temas de debate y deja a las mujeres jóvenes solas en sus batallas y, por lo
tanto, perpetúa la vergüenza y la derrota en la próxima generación.
He tratado de enfatizar que no tenemos que vencer cada debilidad para
poder hablar a la vida de otras mujeres. Todas estaríamos descalificadas si
118
ese fuera el caso, pero seremos mucho más eficaces en ayudarlas en sus
luchas similares a las nuestras cuando hayamos experimentado la libertad en
nuestra propia vida.
Solo piensa cómo sería la vida si todas corriéramos juntas, si lucháramos
juntas, en lugar de boxear solas con adversarios imaginarios y oponentes tan
obstinados.
Y ahora… en cuanto al vino
Hasta aquí, nuestra consideración de esta parte de Tito 2 se ha enfocado en la
necesidad de ser vigilantes en la batalla contra todo tipo de indulgencias,
excesos y cualquier cosa que nos esclavice. Pero el reto de Pablo a las
ancianas de la iglesia cretense aborda específicamente la cuestión de ser
“esclavas del vino”.
Puedes preguntarte si este problema afecta a suficientes mujeres para
justificar más que una mención pasajera. La realidad es que este es un asunto
significativo y creciente entre las mujeres. La periodista y escritora Gabrielle
Glaser arroja luz sobre la poco conocida epidemia de bebedoras femeninas en
su libro Her Best Kept Secret [Su mejor secreto]. Ella señala que…
…por cada medida cuantitativa, las mujeres están bebiendo más.
Reciben cada vez más cargos por conducir en estado de ebriedad, se les
encuentran cada vez más altas concentraciones de alcohol en sangre en
las escenas de accidentes automovilísticos y se atiende cada vez a más
mujeres en las salas de emergencia por estar peligrosamente intoxicadas.
En la última década, un número récord de mujeres ha buscado
tratamiento por abuso del alcohol.[9]
Y no es solo una preocupación fuera de las paredes de nuestras iglesias,
como noté cuando una mujer cristiana madura me confió recientemente que
estaba volviendo a caer en algunos patrones destructivos que la habían
acosado antes de conocer a Cristo, incluso en “la dependencia del alcohol,
como un mecanismo de defensa nocivo, para poder hacer frente a ciertas
situaciones y emociones”.
Así que seríamos negligentes si no abordáramos más específicamente el
uso y el abuso del alcohol, como lo hace Pablo en Tito, y examinar lo que la
Biblia en su conjunto dice al respecto. Tres amonestaciones recurrentes en las

119
Escrituras pueden servir como punto de partida.
1. La Biblia condena la embriaguez.
No hay ninguna palabra positiva en las Escrituras sobre el uso excesivo o el
abuso del alcohol. Al contrario, la embriaguez en la Biblia está asociada con
la sensualidad, la inmoralidad, las juergas, la violencia, las obras de las
tinieblas y los comportamientos pecaminosos y paganos.
Eso, por supuesto, plantea la cuestión de cuándo beber cruza la línea y se
convierte en embriaguez. Las personas que conozco, que han luchado con el
alcoholismo, confiesan que fueron las últimas en reconocer que habían
bebido demasiado. Por lo general, no se daban cuenta del momento cuando
estaban pasando los límites. Y, como no existe un nivel de consumo estándar
que determine estar “ebrio”,[10] es difícil, si no imposible, saber cuánto es
demasiado, hasta que se ha cruzado esa línea.
2. La Biblia nos advierte sobre las consecuencias del abuso de alcohol.
Las advertencias sobre el uso y el abuso del alcohol son frecuentes en las
Escrituras. Proverbios 20:1 no anda con rodeos acerca del tema:
El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora, Y cualquiera que por
ellos yerra no es sabio.
Y Proverbios 23 se explaya en el tema y describe los síntomas y los efectos
de beber en exceso:
¿Para quién será el ay? ¿Para quién el dolor? [efectos emocionales]
¿Para quién las rencillas? ¿Para quién las quejas? [efectos
relacionales]
¿Para quién las heridas en balde? ¿Para quién lo amoratado de los ojos?
[efectos físicos]
Para los que se detienen mucho en el vino, para los que van buscando la
mistura (vv. 29-30).
Entonces, ¿qué debe hacer toda persona sabia? ¿Cómo se pueden evitar
estos efectos destructivos? El consejo del escritor (por lo menos, para la
persona descrita en los versículos anteriores) es sencillo:
No mires al vino cuando rojea, cuando resplandece su color en la copa.

120
Se entra suavemente (v. 31).
Este pasaje, que continúa hasta el final del capítulo, describe la situación de
una persona que toma un camino moral peligroso hasta que finalmente llega
al grado de despertarse cada mañana y decir: “iré en busca de más vino” (v.
35). Esa persona está esclavizada. La bebida que elige puede parecer buena y
agradable de beber. Pero se la exhorta a considerar cuidadosamente las
consecuencias (las que los anuncios no mencionan) y que se mantenga
alejada de la sustancia embriagante (vv. 31-35).
3. La Biblia ordena a aquellos con mayor responsabilidad a tener mayor
moderación.
Varios capítulos más adelante, la madre real, plasmada en la mujer de
Proverbios 31, instruye a su hijo, que un día gobernará la nación, con estas
palabras:
No es de los reyes, oh Lemuel, no es de los reyes beber vino, ni de los
príncipes la sidra;
no sea que bebiendo olviden la ley, y perviertan el derecho de todos los
afligidos (Pr. 31:4-5).
Al saber que la bebida fuerte puede embotar los sentidos, ralentizar la
mente y nublar el buen juicio, esta madre advierte al joven príncipe sobre
cualquier cosa que pueda atentar contra su capacidad o convertirlo en un líder
opresivo e insensible.
“Recuerda quién eres —le dice básicamente—. ¡Estás destinado a ser un
rey! No puedes gobernar a otros si tú eres esclavo de tus apetitos, pasiones y
lujurias”.
Ella reconoce que, para algunos, “la bebida fuerte” puede ser una manera
de anestesiar el dolor físico o emocional o de borrar los problemas, y podría
ser útil como un paliativo para el final de la vida:
Dad la sidra al desfallecido, y el vino a los de amargado ánimo.
Beban, y olvídense de su necesidad, y de su miseria no se acuerden más
(vv. 6-7).

Pero el hijo real necesitaba estar lúcido, en pleno control de todas sus
facultades, capaz de concentrarse en sus responsabilidades y ser un líder
121
sabio y bueno.
¿Y a quiénes exhortó Pablo a tener un estilo de vida moderado en su carta a
Tito? A los ancianos de la iglesia (1:7), así como también a las ancianas;
grupos de personas que eran particularmente influyentes y cuyo ejemplo
observaban atentamente y seguían.

Consideraciones de Tito 2 para las mujeres


Por lo tanto, la Biblia deja en claro que debe evitarse el abuso del alcohol.
Sin embargo, antes de dejar este tema, me siento obligada a plantear la
cuestión del uso del alcohol. Lo hago, sabiendo que hay creyentes sinceros
que aman la Palabra de Dios y tienen posiciones muy diferentes sobre este
tema. Después de todo, hay algunos versículos que presentan el vino como un
regalo de Dios para nuestro disfrute (por ejemplo, Sal. 104:15, Is. 55:1, Jn.
2:1-11), mientras que otros, algunos de los cuales acabo de mencionar, se
centran en los peligros potenciales de beber.
Creo que este es uno de esos temas ambiguos sobre los cuales las
Escrituras no dan un mandamiento explícito. Esto significa que los cristianos
tienen libertad en este asunto. Ninguna posición nos hace necesariamente más
espirituales que otros. Tampoco tenemos licencia para juzgar a los que no
están de acuerdo con nosotras. Pablo, de hecho, al abordar un tema
similarmente controvertido en el primer siglo, advirtió específicamente contra
emitir juicio sobre un hermano que está “plenamente convencido en su propia
mente” de que es fiel al Señor en sus pensamiento y acciones (Ro. 14:5-12).
Dicho esto, he aquí varias preguntas que he encontrado útiles en determinar
nuestra práctica en esta materia, consideraciones que pueden y deben
aplicarse a otros comportamientos potencialmente esclavizantes.
1. ¿Está dañando mi cuerpo?
Las Escrituras declaran que el cuerpo —nuestra parte corpórea, carne y
hueso— es “templo del Espíritu Santo” (1 Co. 6:19). En el contexto de este
versículo, Pablo estaba advirtiendo específicamente contra la inmoralidad
sexual, pero la misma advertencia puede aplicarse a cualquier mal uso de
nuestro cuerpo físico.
Los riesgos físicos asociados con beber demasiado —ya sea en una sola
ocasión o con el tiempo— están bien documentados. Según el Instituto
Nacional sobre Abuso de Alcohol y Alcoholismo, estos efectos potenciales
122
incluyen interferir con las vías de comunicación del cerebro, daño al corazón
(accidentes cerebrovasculares, presión arterial alta), daño al hígado (fibrosis,
cirrosis), aumento del riesgo de ciertos cánceres, y más.[11] Se advierte a las
mujeres embarazadas y madres lactantes contra cualquier consumo de
alcohol, ya que su presencia en el torrente sanguíneo eleva el riesgo de
defectos de nacimiento físicos o mentales en sus hijos no nacidos, así como
de aborto espontáneo.
Esto no quiere decir que beber ocasional o moderadamente arruine tu
salud. Sin embargo, a la luz de su potencial de abuso y adicción, creo que es
un error minimizar los riesgos fisiológicos del consumo excesivo de alcohol,
lo que nos lleva a la siguiente pregunta y más importante.
2. ¿Me esclaviza o me podría esclavizar?
Una mujer me contó que, en la época cuando bebía alcohol, llamaba a su
esposo cuando salía del trabajo y le prometía ir directamente a casa, lo cual
planeaba hacer. Pero, de camino a su casa, había un bar y “no podía pasar por
ahí sin detenerme —me dijo—. Lo intentaba, pero simplemente no podía”.
Obviamente, esta mujer no era libre. Era una esclava.
El alcoholismo, por supuesto, no es el único hábito que puede tener este
tipo de efecto sobre una persona. Pero la naturaleza del alcohol, que la
Asociación Médica Americana clasifica como droga adictiva, puede
tomarnos a la fuerza y dominarnos. Irónicamente, muchas personas que
beben para escapar de algún tipo de dolor en su vida, con mucha frecuencia
terminan siendo prisioneras de su hábito.
En 1 Corintios 6, Pablo citó el lema popular: “Todas las cosas me son
lícitas”, como una manera de establecer un terreno común con su audiencia
en la ciudad de Corinto. Pero, aunque “todas las cosas me son lícitas —
agregó—… no todas convienen”. Sin duda, él tenía la libertad de disfrutar las
bendiciones terrenales con una conciencia limpia. Pero no se dejaría, ni
siquiera en su libertad, “dominar de ninguna” (v. 12).
Esto es lo que comprendo de las palabras de Pablo. Al elegir si beber o no,
debemos considerar que el alcohol puede poner en duda los límites de nuestro
dominio propio y robarnos nuestra libertad.
Cuando era un joven, antes de llegar a la fe en Cristo, mi padre tenía una
tendencia a la adicción al juego de apuestas y al alcohol. Esa historia además
de conocer mi inclinación natural hacia patrones compulsivos cuando se trata
123
de placeres simples, me ha llevado a sospechar que, si el beber fuera parte de
mi vida, bien podría estar entre aquellos que tienen una predisposición al
exceso. Así que, hace años, decidí que era un riesgo que prefería no correr.
3. ¿Es el alcohol un ídolo en mi vida?
A veces se oye hablar de personas “impulsadas a beber”, quizás por el
estrés de problemas matrimoniales, dificultades de trabajo, depresión u otros
desafíos. Dios quiere usar tales adversidades reveladoras para enseñarnos a
depender de Él y que conozcamos cuán fiel, cuidadoso y redentor es. Pero
cuando las cosas no van de la manera que queremos, nuestro corazón a
menudo busca sustitutos. Y los efectos hipnóticos y calmantes del alcohol
pueden parecer exactamente lo que necesitamos para hacer frente a la difícil
situación de nuestra vida.
En otras palabras, el efecto del alcohol es más rápido. (O así lo creemos).
Y hace algo por nosotras, que la oración no puede hacer. (O así lo
creemos).
¿Y cómo llamamos a todo aquello que es un sustituto de Dios?
Un ídolo.
Mientras piensas en tus hábitos con la bebida, pregúntate si estás
recurriendo al alcohol para recibir el consuelo que Dios quiere que busques
en Él. Al evaluar cómo respondes a las dificultades y decepciones de la vida,
considera: ¿Te están conduciendo a la bebida o a Cristo? ¿Estás tratando de
llenar un vacío en tu corazón que fue hecho para Dios? ¿Estás buscando
alcohol (o cualquier otra cosa) para recibir alivio y respuestas a problemas
tales como la ansiedad, la culpa, el aburrimiento, el rechazo o la soledad?
¿Has aceptado a un dios falso y sustituto en tu vida?
Por supuesto, el “malo” aquí no es el alcohol (o la comida o lo que sea),
sino nuestro propio corazón pecaminoso que está inclinado a buscar
sustitutos de Dios. Quizás nunca hayas bebido alcohol y aun así tengas otros
dioses falsos en tu vida. Sin embargo, es prudente considerar que cualquier
sustancia o cosa puede convertirse en un objeto de adoración falsa.
4. ¿Mi consumo de bebidas alcohólicas podría causar daño espiritual a
otros o conducirlos a pecar?
Esta pregunta invoca la ley del amor: nuestra responsabilidad de amar a los
demás más de lo que nos amamos a nosotras mismas y nuestra libertad.

124
En Romanos 14 y 1 Corintios 8 y 10, Pablo aborda varios aspectos de estilo
de vida que no se detallan claramente en las Escrituras, en los cuales algunos
creyentes sienten que tienen libertad y en los que otros no pueden participar
en buena conciencia. El apóstol establece dos principios con respecto a cómo
debemos tratar tales asuntos, el primero de los cuales ya hemos visto. Ambos
principios son aplicaciones de la ley del amor:
• No emitir juicios sobre otros cuando debatimos temas cuestionables
(Ro. 14:1-12).
• No poner obstáculos o tropiezos en el camino de un hermano o
hermana en Cristo (vv. 13-23).

Este segundo principio es un punto de control clave cuando pensamos en


asuntos como el uso del alcohol. ¿Cuál es más importante que el otro: mi
libertad de beber o el posible efecto negativo que mi ejemplo con la bebida
pueda tener en otros? ¿Qué requiere la ley del amor?
Quizás hayas oído decir, por ejemplo, que aquello que los padres toleran
con moderación, muchas veces sus hijos excusan en exceso. He visto esto
ilustrado en las mujeres que me han contado sus pesadillas con el
alcoholismo. Muchas podían remontarse a la primera vez que probaron
alcohol de las bebidas que había disponible en la casa de sus padres durante
la infancia. No estoy hablando de padres que eran alcohólicos, sino de
aquellos que simplemente disfrutaban de una cerveza mientras miraban sus
partidos de fútbol o de una copa de vino en la cena.
¿Estaban haciendo algo malo los padres? No necesariamente. ¿Tenían un
problema de alcoholismo personal? Quizás no. ¿Pero su ejemplo encendió la
chispa de la curiosidad en una adolescente en camino a convertirse en una
alcohólica de cuarenta años de edad? Sucede con demasiada frecuencia, sí.
He visto cómo los ojos de un esposo se llenaban de lágrimas de
arrepentimiento al darse cuenta —demasiado tarde— de que, en el ejercicio
de su libertad de beber social y moderadamente, no había considerado la
debilidad (e historia familiar) de su esposa, que a lo largo del camino había
caído presa de una dependencia del alcohol.
Limitar su libertad por causa de otros que pueden ser inducidos a pecar
como consecuencia no es rendirnos al legalismo, como algunos sugieren. Es
ejercer mayor libertad: vivir según la ley del amor.
125
Hay muchos seguidores de Cristo devotos que creen que están siendo fieles
a las Escrituras al ejercer la libertad de beber con moderación. Y allí es donde
quizás tengas una buena conciencia delante del Señor.
Sin embargo, en nuestros días —y en una cultura donde las adicciones son
tan epidémicas y destructivas—, mi opinión personal es que la mejor parte de
la sabiduría es decidir voluntariamente limitarse más que ejercer nuestra
libertad de beber.
Es cierto que mi pensamiento ha sido influenciado por el horrible impacto
que ha tenido sobre la vida de hombres, mujeres y jóvenes, incluidos muchos
creyentes y pastores, el uso desmedido del alcohol. Siempre me ha parecido
imprudente (en el mejor de los casos) que algunos líderes cristianos puedan
celebrar la libertad de beber sin enfatizar con el mismo fervor los potenciales
peligros físicos y espirituales del consumo excesivo de bebidas alcohólicas,
por el bien de aquellos que son menos maduros en la fe o que batallan con
tentaciones fuertes en esta área.
Sin embargo, insisto en que este es un asunto que cada una de nosotras
debe decidir reflexivamente y en oración, con un sincero deseo de honrar al
Señor y de bendecir y servir a los demás.
De hecho, te animo a que leas o escuches a un maestro bíblico de confianza
que tenga una visión diferente a la mía. Luego pídele a Dios sabiduría y
claridad sobre tu propia vida, considera tus circunstancias y tus inclinaciones
y busca caminar en el Espíritu.

Por amor
Después de leer un borrador de este capítulo, mi esposo vino a mi estudio y
(siempre me anima) me dijo: “¡Esto es magnífico, cariño! Y muy necesario”.
Entonces se preguntó en voz alta si debía incluir “nuestra historia” sobre este
asunto. Así que, con su permiso, voy a relatar una experiencia personal e
inolvidable sobre una conversación que me permitió
​ tener una importante
visión del corazón del hombre con el que me casaría nueve meses después.
Una noche, en una de nuestras primeras citas, cuando acabábamos de
conocernos, Robert me preguntó:
—¿Te parece bien que beba una copa de vino en la cena?
—Por supuesto, siéntete libre —le respondí.
Al parecer, sospechaba o pensaba que yo no bebo. Así que insistió, para
estar seguro de que no me ofendería si él bebía.
126
—Eso es totalmente entre tú y el Señor —le aseguré—. Pero en algún
momento me encantaría que hablemos de esto para poder saber qué hay en
nuestro corazón al respecto.
Lo añadimos a nuestra creciente lista de “cosas para hablar”. Y él volvió a
sacar el tema cuando nos vimos otra vez esa misma semana.
Robert me contó que durante años él y su primera esposa habían disfrutado
de una copa de vino cada noche después del trabajo. Era una manera de
relajarse y hacer una transición a la noche. Él sabía de otros que habían
luchado con el exceso de alcohol, pero eso nunca había sido una tentación
para él.
Cuando me preguntó qué pensaba sobre ese asunto, le expliqué que no veía
eso como algo definitivamente correcto o incorrecto o una medida de
espiritualidad. Pero también le conté los problemas de mi padre con
conductas adictivas antes de venir a Cristo. Él conocía por experiencia propia
la atracción y los riesgos potenciales de beber. Así que, después de
convertirse, tomó la decisión de abstenerse del alcohol. No había adoptado
una posición farisaica ni condenaba a aquellos que no compartían su punto de
vista, pero nosotros no teníamos alcohol en nuestro hogar, y sabíamos que él
creía imprudente, en el mejor de los casos, beber.
Cuando llegué a la edad adulta, esta es una de las muchas áreas donde tomé
en serio la exhortación de Hebreos 13:7, recordé la forma en que mis padres
me habían enseñado la Palabra de Dios, consideré el resultado de su manera
de vivir y quise imitar su fe. No fue una decisión difícil para mí abstenerme
de beber. Lo vi como una manera de honrar a mis padres, como una
protección de cualquier predisposición genética a la dependencia que podría
haber heredado de mi padre, y como una oportunidad de encontrar la mayor
satisfacción de mi alma en Cristo.
Le conté todo esto a Robert, al igual que mi deseo como líder ministerial de
no ejercer ninguna libertad que pudiera causar un daño espiritual a los demás.
Nuestra conversación sobre este tema no fue extensa. Escuchó atentamente
y, en cuestión de minutos, dijo: “Esta es una obviedad. Si no puedo prescindir
del alcohol, entonces tengo un problema. Y si eso significa más para mí, que
tú, ¿no sería una necedad? Tú vales mucho más para mí que la libertad de
beber”.
Me dio las gracias por abrirle mi corazón y luego me dijo tiernamente: “No
hay problema. Nunca volveré a beber”. Fin de la conversación.
127
En ese momento, mi corazón se conmovió de una manera tal que,
probablemente, Robert no haya percibido. No se trataba del alcohol: de beber
o no beber. Era mucho más que eso, yo sabía que él era un hombre que
amaba al Señor por sobre todas las cosas y que estaba dispuesto a abandonar
cualquier placer o hábito por el bien de otros.
Por amor.
¿Y no debería ser ese el motor de todas nuestras decisiones? El amor… y la
verdadera libertad que Jesús nos ofrece de nuestras tendencias adictivas a la
gratificación personal.

Libertad para los cautivos


Sucedió durante un tranquilo día de reposo en Nazaret. Jesús, renovado
después de Su experiencia de tentación en el desierto, había ido a Su pueblo
natal y decidió visitar la sinagoga. Se puso de pie para leer las Escrituras y
alguien le dio un rollo. Hubo una pausa mientras Jesús se situaba en Su lugar.
Luego leyó este pasaje del profeta Isaías:
El Espíritu del Señor… me ha enviado… a pregonar libertad a los
cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a
predicar el año agradable del Señor (Lc. 4:18-19).

Jesús vino a la tierra a


liberar a los cautivos. Que
tú seas una. Y yo, otra. Y
que, al ser libres de toda
esclavitud terrenal, podamos
ser sinceras, agradecidas y
devotas siervas de Cristo.
No hay mayor libertad.
Las palabras eran conocidas. Todos en aquella sinagoga de Nazaret las
habían escuchado antes, pero esta vez algo parecía diferente. Nadie dijo una
palabra mientras Jesús enrollaba el manuscrito para devolverlo al asistente de
la sinagoga y luego se sentó. Todos los ojos estaban fijos en Él.
Después vinieron las palabras que transportan los escritos de un profeta del

128
Antiguo Testamento directamente a las salas, las habitaciones y otros lugares
donde todos hemos experimentado las pesadas cadenas de la esclavitud del
pecado.
“Hoy —dijo el Señor Jesús aquella tarde en Galilea— se ha cumplido esta
Escritura delante de vosotros” (v. 21).
Y en este día —hoy— donde sea que estés leyendo, sé que esta Palabra se
puede cumplir en ti también. A través de la presencia y el poder de Cristo en
tu vida, puedes ser libre de todo aquello que te mantiene cautiva.
Libre de los pasatiempos “inocentes” que te dominan.
Libre de las sustancias y las conductas que te han llevado a la idolatría.
Libre de la esclavitud a los (supuestos) placeres que nunca satisfacen en
verdad.
Esa libertad no viene al disponerte a obedecer, sino al rendirte a tu Amo.
Probablemente no sucederá en un instante. De hecho, escapar de tu
esclavitud puede ser lo más difícil que alguna vez hayas hecho; aunque la
libertad de Dios está disponible para ti en todo momento. Y es muy probable
que no suceda en la soledad, sino con la ayuda de otras personas cristianas
que te conocen bien y oran por ti, y ante quienes seas responsable;
especialmente otras mujeres cristianas que han experimentado el poder
liberador del evangelio y están ansiosas por ayudarte a lograr lo mismo.
Pero puede suceder. Sucede. Y esta es la palabra que todas necesitamos oír
en medio de las luchas con nuestras tentaciones y nuestras obsesiones.
Jesús vino a la tierra a liberar a los cautivos.
Que tú seas una. Y yo, otra.
Y que, al ser libres de toda esclavitud terrenal, podamos ser sinceras,
agradecidas y devotas siervas de Cristo. No hay mayor libertad.

Reflexión personal
Ancianas
1. ¿En qué áreas de tu vida tiendes a la indulgencia y al exceso? ¿Eres
propensa a querer demasiado de algo?
2. ¿Cómo podría tu transparencia sobre tus propias luchas en áreas de
esclavitud animar a una mujer más joven y darle esperanza? ¿Cuánta
“victoria” crees que una anciana necesita tener en una de estas áreas

129
para ser de ayuda a una mujer más joven?
Mujeres jóvenes
1. ¿Existen algunas sustancias, hábitos o actividades que consideres
esenciales para tu felicidad, cordura o supervivencia? ¿Qué mentiras
estás creyendo sobre estos asuntos?
2. ¿Cómo podría ayudarte en tus luchas en contra de los hábitos que te
esclavizan, tener una mujer mayor piadosa ante quien rendir cuentas?
¿Puedes pensar en algunas precauciones que deberías tener en cuenta
al hacerlo?

130
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.

Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; n o cal umniadoras, no


esclavas del vino, maestras del bien;

que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos ,

a ser prudentes, castas , cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus


maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada.

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador.
TITO 2:1-5, 10

131
CAPÍTULO 8

Un estado mental “sófron”


Desarrollando prudencia
Sin prudencia, somos esclavos de todos nuestros enemigos (el mundo, la carne y el diablo) e
incompetentes: incapaces de servir a Dios y a otros o de hacer algo en beneficio propio.
Terminamos no solo por ser esclavos de nosotros mismos, sino también de nuestros apetitos.
J. HAMPTON KEATHLEY III

NO FUE UNA GRAN ERUPCIÓN, dentro de lo que cabe para un volcán. Pero el
trastorno que causó fue terrible.
Se inició en marzo del 2010. La actividad sísmica alrededor del volcán
islandés Eyjafjallajökull fue en aumento. Una docena de conductos
volcánicos, o más, en toda su superficie rocosa empezaron a despedir fuego,
pero esos angostos orificios no pudieron contener la gran cantidad de magma
que hervía debajo de la corteza terrestre. Hacia el 14 de abril, la lava en
estado de ebullición llegó a la cumbre y derritió el hielo glacial antes que,
finalmente, despidiera una nube explosiva de cenizas que formó un hongo de
más de diez mil metros de altura.
La actividad volcánica continuó por seis días. Los escombros que caían
amenazaban las labores agrícolas y ganaderas de los alrededores,
contaminaban fuentes de agua y cubrían todo a su paso bajo una capa
grisácea de ceniza. Además, la nube masiva de partículas en la atmósfera
detuvo el tráfico aéreo en veinte países de toda Europa. Cientos de miles de
viajeros quedaron varados, y los retrasos costaron un valor estimado de mil
millones de dólares. Fue el mayor trastorno de su tipo en el continente
europeo desde la Segunda Guerra Mundial.
Mientras seguía las noticias sobre este suceso, comencé a darme cuenta de
que algo bastante similar había estado ocurriendo mucho más cerca de casa.
Mi tensión emocional había alcanzado niveles máximos durante varios
meses. Presiones organizativas y financieras en el ministerio. El estrés de una
mudanza inquietante. Cambios hormonales. Muchas cosas. Y, con el tiempo,
la presión que se había acumulado por dentro llegó a la superficie.
Me había vuelto cada vez más tensa y apática. Muchas veces estuve al
132
borde de reaccionar en vez de responder a las circunstancias, explotaba frente
a las personas que trataban de ayudar y supervisar detallada y
meticulosamente nuestro equipo y, por lo general, estaba nerviosa, negativa y
difícil de complacer. Me sentía fuera de control, como una olla de presión
emocional a punto de explotar. Aunque era consciente de que estaba
desmoralizando incluso a mis amigos y colegas más cercanos, parecía que no
me podía controlar.
Pero, curiosamente, todo el alboroto sobre esa erupción en Islandia me dejó
al descubierto. En su faz furiosa y humeante pude ver la caldera de mi propio
corazón. Y en la nube de ceniza volcánica lanzada por todo el continente
europeo, pude ver algo del daño que la erupción de mi espíritu estaba
causando a aquellos que me rodeaban.
Una mañana, siendo todavía muy temprano, confesé al Señor en mi diario
que había “lanzado una nube tóxica de cenizas sobre la vida de incontables
personas, entre ellas parte de mi equipo de trabajo y amigos queridos… y
había hecho apagar la luz en los ojos y el alma” de algunos de mis colegas
más cercanos en el ministerio. Había estado permitiendo que mis emociones
dictaran mi conducta en detrimento de mis amigos, mi ministerio y mi propia
alma.
Ese es solo uno de los muchos ejemplos personales que podría contar.
Definitivamente, soy una “obra en proceso” en cuanto se refiere al difícil reto
de ser una mujer piadosa y prudente. Sospecho que tú has enfrentado la
misma dificultad.
La palabra específica de Tito 2 que estamos viendo en este capítulo
representa un requisito desalentador: imposible sin el evangelio de Cristo. A
este evangelio y a este Salvador buscamos adornar; y es el mismo evangelio y
Salvador que nos capacita para vivir “en este siglo sobria, justa y
piadosamente” (Tit. 2:12).

Una vida de prudencia


Para que no nos quedemos tan absortas en estos capítulos individuales sobre
la calumnia y la esclavitud —o, más adelante, en los capítulos que tratan con
nuestro hogar y las relaciones familiares—, que perdamos de vista el
panorama general, recordemos la razón de Pablo al darnos este plan de
estudios sobre el carácter.
A las ancianas, Pablo nos dice que el objetivo más importante de nuestro
133
paso por esta tierra no es llegar a tener una vida tranquila para sentarnos
cómodamente a descansar. Somos llamadas a conocer, amar y servir a Cristo
durante toda nuestra vida, incluso cuando nos enfrentamos a la rigidez de
nuestras articulaciones o al dolor de espalda o al temor agobiante de que
nuestros mejores días podrían ser cosa del pasado. Este llamado requiere que
nos mantengamos espiritualmente sanas. También implica invertir en mujeres
más jóvenes y servir como mentoras y amigas, como mujeres que tienen un
historial con Dios y saben qué es ser receptoras de su sublime gracia.
Y, a las mujeres jóvenes, su mensaje es que la vida hermosa, bendecida y
abundante comienza ahora, no décadas más adelante. La mujer que serás en
diez, veinte o cincuenta años está siendo determinada por la mujer que eres
esta semana. Al unir tus manos con las ancianas que reflejan en su vida la
verdad, te alentarán y te guiarán en tu crecimiento, podrás llegar a ser una
seguidora de Cristo madura y fructífera, y harás lo mismo con las mujeres
que vienen detrás de ti.
En resumen, nos estamos convirtiendo en las mujeres que Dios desea ​ que
sus hijas sean. Estamos adornando el evangelio cuando vivimos su Palabra —
unidas— en dependencia de Su Espíritu.
Y en pocas cosas necesitamos al Espíritu Santo como en cultivar la
prudencia.
La prudencia es una
necesidad de toda la
vida, como también una
búsqueda de toda la vida.
La idea de “prudencia” es un hilo que corre por todo el mensaje de Pablo a
Tito. Pablo la menciona seis veces en esta breve epístola pastoral y la aplica a
todo tipo de personas de la iglesia.
Los ancianos, escribió Pablo, deben ser sobrios (Tit. 1:8). Los ancianos
deben ser prudentes (2:2). Las ancianas deben enseñar a las jóvenes a ser
prudentes (2:5), ¡algo que no pueden hacer muy bien si ellas mismas no
tienen prudencia! A los jóvenes también les dice (en la única línea que está
escrita específicamente para ellos): “sean prudentes” (2:6).
La clara implicación es que la prudencia es una necesidad de toda la vida,
como también una búsqueda de toda la vida.

134
Estamos juntas en esto.
Y tenemos un largo camino por delante.
Sin embargo, no quiero que olvidemos que esta batalla de toda la vida es
un caldo de cultivo perpetuo para el desánimo, la derrota y el cansancio, que
nos ataca constantemente. Y vivimos con esa voz regañina de vergüenza e
inferioridad en nuestra mente.
Aunque requiere mucho esfuerzo tener prudencia, el plan de Dios no es
torturarnos con esta demanda elevada de las Escrituras. Cuando lo
discernimos correctamente, en el contexto de Su gracia y Su evangelio —por
medio de los cuales, la Palabra dice, somos “salvos” (1 Co. 15:2)—, las
recompensas de la prudencia son una dulce experiencia que satisface el alma.
Y estas nos hacen instrumentos de bondad y gracia en la vida de aquellos que
nos rodean.
En otras palabras, hay esperanza para nosotras. Tú y yo podemos ser
mujeres prudentes en un mundo que está perdiendo el control, de una manera
que adorna hermosamente nuestras propias vidas y la doctrina de Cristo al
compartirla con otros.
Para empezar a movernos juntas en esa dirección, quiero que empieces a
familiarizarte con un vocablo griego fuerte, pero bello, y le des lugar en tu
vida. Ya lo hemos visto brevemente en el capítulo 3.

La belleza de una mente sana


Sófron.
¿Qué te parece esta palabra? Tal vez te traiga a la mente el azafrán: la
aromática especia de color naranja, muy común en la cocina india y
mediterránea. Puedes pensar que es exótica. Terrosa. Colorida y sabrosa.
Conserva esa asociación, porque necesitamos una nueva apreciación de la
belleza y la fragancia de sófron en nuestra vida.
Sófron, como hemos visto, viene de otras dos palabras griegas: sáos, que
significa “sano” o “salvo” y frén, que significa “perspectiva” o “mente”.
Cuando las unimos, significa tener una “mente sana” o una “mente salva”.
Es difícil pensar en una sola palabra castellana que comunique el
significado completo de este vocablo. En muchas versiones modernas se
traduce como “prudente”. Otras versiones la traducen como “juiciosas”
(DHH) o “sensatas” (NVI). En algunas ocasiones puede traducirse como
“sobrias” o “moderadas”.
135
Esto es lo que algunos diccionarios y comentaristas bíblicos dicen de
sófron y las palabras relacionadas a este conjunto de palabras griegas:
• “el dominio propio que gobierna todas las pasiones y los deseos, lo
cual permite al creyente conformarse a la mente de Cristo”.[1]
• “la disciplina interna habitual, que constantemente le pone freno a
todas las pasiones y los deseos”.[2]
• “el que tiene una mente sana; una persona que ha desarrollado la
capacidad de controlarse y disciplinarse, que tiene buen juicio y
gobierna su mente, sus pasiones y deseos; alguien que voluntariamente
impone limitaciones a su libertad”.[3]
• “esa fuerza renovadora y redentora de la mente, que ha aprendido a
gobernar cada instinto y cada pasión hasta que cada una tenga el lugar
que le corresponde y no más”.[4]
Como mencioné en el capítulo 3, la segunda parte de esta palabra está
relacionada con el término griego moderno para referirse a los frenos de un
automóvil, lo cual transmite la idea de poder frenar o detenerse. Si estás
yendo cuesta abajo desde una montaña empinada o estás ​conduciendo a gran
velocidad sobre una carretera cuando un camión viene de frente, lo que más
quieres es que tus frenos funcionen. Si no funcionan, estarás en problemas. Y
esa es exactamente la razón por la cual muchas mujeres están en problemas
hoy día: sus “frenos” no funcionan. Sus pensamientos, sus actitudes y su
lengua están siempre corriendo a toda velocidad sin poder detenerse.
Un estilo de vida sófron comienza con un estado mental sófron: una
manera de pensar que afecta toda nuestra manera de vivir. Una mentalidad
sensata, sana y prudente, que resultará en una conducta sensata, sana y
prudente.
De la misma manera, la conducta irracional, impulsiva, indisciplinada y sin
dominio propio es la evidencia de un pensamiento que no es sófron.
Ahora bien, sé que la lección de lenguaje puede ser un tanto confusa aquí.
Pero no quiero que dejes de ver el enorme significado comprimido en esta
palabra de tan pocas letras. Aprender a ser sófron —prudente, sensata, sobria,
capaz de “poner frenos” cuando es conveniente— es vital en el proceso de
convertirnos en una mujer adornada y que adorna.
Al meditar en esta palabra y su significado, he llegado a verla como uno de

136
los aspectos más prácticos y vitales de mi vida personal con el Señor. Mis
reacciones a las circunstancias diarias o inesperadas a menudo se pueden
explicar simplemente con una pregunta básica:
“¿Se trata de sófron?”.
¿Son mis palabras, acciones, o reacciones excesivas, compulsivas o
inestables? Es obvio que, por lo menos en ese momento, no soy sófron. Me
falta el dominio propio que fluye de una “mente sana”. Mi pensamiento no va
de acuerdo con la “sana doctrina” tal y como se encuentra en la Palabra de
Dios.
Y eso nos sucede a todas nosotras. Cuando consideramos algunas de las
decisiones insensatas, destructivas e imprudentes, que hemos tomado en la
vida —o cuando escuchamos a otros tratar de entender cómo nos metimos en
los apuros que actualmente experimentamos—, la mayoría podemos
remontarnos a momentos cuando no estábamos pensando ni razonando
claramente, cuando estábamos basando nuestras acciones en pensamientos
erróneos o simplemente reaccionando sin ni siquiera pensar.
En otras palabras, cuando no estábamos pensando con una mente sana.
Cuando no estábamos siendo sófron.
El diablo se deleita en perpetuar la clase de pensamientos equivocados que
vimos en el capítulo anterior, el tipo de pensamientos que nos lleva a excesos
e indulgencias y, finalmente, a compulsiones y adicciones:
• “Esa caja de dulces navideños hará que todo parezca mejor”.
• “Solo necesito un trago para calmar mis nervios”.
• “¡No lo puedo evitar! ¡Me saca de quicio!”.
• “Solo un puñado más de papas fritas. Mañana ayuno” (o “corro una
milla extra esta noche”).
• “Solo un juego de computadora más y me pongo a trabajar”.
• “¡Pero estaba en oferta!”.
Y así continúas cediendo a excusas, distracciones, sustitutos e ídolos
temporales; todo por la falta de una mente sana que te conduce a acciones
imprudentes.
Las ramificaciones de la prudencia y una vida y mente sanas (o la falta de
esta) son profundas y amplias. Observa cómo la referencia de Pablo a la
prudencia está justo en medio de su plan de estudios para las mujeres

137
jóvenes:
“Que enseñen a las mujeres jóvenes —dice— a amar a sus maridos y a sus
hijos, a ser prudentes [sófron], castas, cuidadosas de su casa, buenas… para
que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tit. 2:4-5).
En otras palabras, si no tienes una mente prudente y sana:
• No podrás amar a tu esposo cuando su conducta no te inspire a amarlo.
• No podrás amar a tus hijos en medio de toda la ropa que lavar y la
comida a preparar y cuando no quieran irse a la cama a horario.
• No podrás ser casta en tus hábitos y tus relaciones.
• No podrás ver el valor o la necesidad de ser cuidadosa de tu casa.
• No podrás ser buena con aquellos que no son buenos contigo.
Saldrás hecha una furia, darás un portazo, contestarás mal y te acobardarás
ante cada pequeña determinación que tomes. Y, al final de cuentas, tu vida
causará que otros rechacen el mismo evangelio que dices creer.
A menos que seas sófron.
La meta es la transformación
Creo que demasiadas veces nos enfocamos en tratar de cambiar de conducta
o dejar una mala costumbre —“no lo haré”, “lo dejaré de hacer”, “lo
prometo”— sin entender el verdadero desencadenante de nuestras acciones.
Eso se debe a que tales acciones no se originan en nuestra voluntad o nuestras
circunstancias estresantes, sino más bien en nuestra mente.
En lo que estamos pensando o no estamos pensando.
La razón por la cual agrediste verbalmente a ___________ otra vez (pon el
nombre de tu esposo, hijos, suegros, compañeros de trabajo) no es porque él
o ella hizo algo que te ofendió. No fue por eso, sino porque en ese momento,
cuando la frustración y el enojo hicieron erupción en la forma de palabras
impacientes y exaltadas, no estabas pensando con una mente sana.
La razón por la que te devoras la bolsa de papas fritas en un santiamén o
sales y te compras seis pares de zapatos nuevos o no puedes dejar de revisar
tu página de Facebook cada cinco minutos —aunque todo el tiempo estás
diciendo que debes dejar de hacerlo— es que no estás pensando con sensatez
en lo que estás haciendo.
Nunca pensaste que escucharías salir de tu boca tanta crítica y tanto
veneno. Nunca imaginaste que podrías actuar como lo has estado haciendo.
138
O levantas la vista un día, hastiada de las amargas consecuencias de una
decisión imprudente e insensata, y te preguntas: “¿Por qué hice eso? ¿Por qué
no pude parar a tiempo?”.
Por lo siguiente.
Porque no estabas siendo sófron. No estabas siendo prudente. Tu
pensamiento no estaba siendo sensato.
Esta es una guía que puede aplicarse a incontables situaciones de la vida:
• Mi manera de hablarle a esa persona hoy, ¿fue sófron?
• Mi manera de comer o hacer ejercicios o administrar mi tiempo hoy,
¿fue sófron?
• ¿Fue esa una respuesta sófron?
• ¿Fui sófron en esa situación?
Hablamos de una virtud que es tan fundamental para la vida cristiana como
lo son el abecedario y las tablas de multiplicar en la educación de un niño. Si
no la dominamos, lucharemos con cada una de las otras virtudes y disciplinas
espirituales. Ser prudente —tener una mente sófron— es básico para
cualquier creyente en cualquier etapa de la vida.

La mujer sófron
Para ayudarte a entender el efecto que tiene una mente sana —sófron— sobre
cualquier área de nuestras vidas, me gustaría describir a dos tipos de mujer.
Los gráficos de las páginas 168-169 muestran las inclinaciones y las
características que indican que una mujer no es sófron: que no tiene una
mente sana y no es prudente. A la derecha están las cualidades que
caracterizan a una mujer que es sófron.
Por supuesto que ninguna mujer cae por completo de un lado o del otro. En
el curso de un solo día, podemos demostrar cualidades de ambas listas. Pero
pensar en estas características me ha ayudado a considerar
​ si estoy siendo una
mujer sófron en cualquier momento o situación dada. Espero que a ti también
te ayude.
Te recomiendo que reserves un tiempo para revisar el gráfico en oración,
con un lápiz o marcador en mano. Haz anotaciones junto a las cualidades que
más caracterizan tu vida. Luego pregúntate:
• ¿Soy generalmente una mujer sófron?
139
• ¿En qué áreas de mi vida necesito pensar y vivir más sófron?

Los ejemplos piadosos y el estímulo personal pueden ser de gran ayuda


para ser más sófron. Anciana, ¿eres un ejemplo de prudencia? No podemos
aconsejar a otras lo que nosotras mismas no vivimos. ¿Cómo podrías usar tu
experiencia personal y lo que aprendiste en cuanto a ​desarrollar una
mentalidad y estilo de vida sófron para ayudar a las mujeres jóvenes que te
rodean a tener más prudencia?
Si pudiera retroceder el reloj
treinta años más o menos,
quisiera poder tener otra
oportunidad en esta área.
Y mujer joven, ¿es esto algo que aspiras? Entonces, no esperes a tener
sesenta años, cuando la falta de disciplina y de prudencia haya marcado
surcos tan profundos en tu carácter que ya sea demasiado difícil de cambiar.
El momento de comenzar a desarrollar este tipo de pensamiento y estilo de
vida es ahora. Busca una mujer mayor que manifieste prudencia en sus
actitudes, emociones, palabras y conducta. Pídele que ore por ti, que te anime
y te ayude a cultivar la clase de prudencia y mente sana que redunde en una
vida sana.
Por favor, escucha lo que hay en mi corazón con respecto a esto. Si pudiera
retroceder el reloj treinta años más o menos, quisiera poder tener otra
oportunidad en esta área. Hay áreas de mi carácter y mi vida cristiana hoy
que serían más fructíferas y bendecidas; batallas que no tendría que pelear
tanto si hubiera sido más determinante en el desarrollo de una mente sófron
cuando era joven. Cómo me gustaría ser una anciana en tu vida que te ayude
a tomar esa decisión ahora.
Pues bien, quizás esta mujer prudente y sobria te parece alguien que nunca
se divierte. Una mujer aburrida, estricta y tensa. Probablemente has conocido
mujeres así. He sido esa clase de mujer más veces de lo que quisiera admitir.
La Palabra de Dios controlará
tu carne, renovará tu mente,
fortalecerá tu determinación
y te dará apetito por las
140
cosas que agradan a Dios.
Pero la mujer prudente, que es obra del Espíritu y la gracia de Dios, es todo
menos aburrida. A diferencia de otras mujeres, no es esclava de sus pasiones
e impulsos. Es libre de amar y servir a Dios y a otros, libre de disfrutar los
dones maravillosos que Dios le ha dado. Su vida es un reflejo venerable y
convincente de la bondad y la hermosura de Cristo.
O quizás esta manera de pensar y vivir te parezca agotadora, siempre
tratando de controlar tu carne, como cuando juegas a “pegarle al topo” en la
feria del condado. No acabas de pegarle a un “topo” y hundirlo en su agujero
cuando aparecen dos más.
Pero gracias a Dios, que no ha dejado a nuestra propia voluntad y
determinación ser sófron. Como Pablo aclara en su carta a Tito, esta
mentalidad sófron comienza, se desarrolla y crece por obra y gracia del
Espíritu Santo.
Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los
hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos
mundanos, vivamos en este siglo de manera sobria, justa y piadosa…
(Tit. 2:11-12).
Dicho esto, ser una mujer sófron requiere esfuerzo y atención de nuestra
parte. Y contamos con la ayuda de la gracia de Dios a través de los medios
que Él nos ha dado para nuestra transformación y nuestro crecimiento.
¿Eres sófron?[5]
Mujer no sófron Mujer sófron
SU MENTALIDAD Y SUS ACTITUDES
1. Irreflexiva, impulsiva. Ejerce control y dominio propio.
Se deja engañar fácilmente por Trae todo pensamiento cautivo a la obediencia de
2. pensamientos no bíblicos y filosofías Cristo; procesa todo a través de la guía de las
impías. Escrituras.
Se preocupa demasiado por lo que
3. piensan los demás.
Teme al Señor; vive para Su aprobación.
Carece de discernimiento; no es
Es precavida/discierne las cosas que lee, mira,
4. precavida, permite cualquier influencia
escucha.
en su vida.
Alimenta el espíritu; controla la carne; está alerta
Alimenta la carne; su carne controla el espiritual, mental y moralmente; su mente y
5.
141
espíritu. corazón están firmes y protegidos.

Busca escapar de la presión y los Está dispuesta a soportar dificultades por causa de
6. problemas. un premio/una recompensa superior.
Es una víctima de sus circunstancias y su Usa su pasado como un trampolín para una vida
7. pasado. más fructífera.
Vive centrada en sí misma: “¿Cómo me Vive centrada en otros: “¿Cómo afecta mi
8. afecta esto a mí?”. conducta a los demás?”.
Vive obsesionada por la apariencia Le interesa más ser piadosa, que verse a la moda,
9. externa. bella o joven.
Es sana, estable; tiene sus pensamientos fijos en el
10. Es mentalmente inestable. Señor.
Tiene buenas intenciones, pero no
Cumple sus compromisos; desarrolla disciplinas
11. cumple lo que promete; sus compromisos piadosas.
no duran mucho.

12. Vive descontenta; tiene delirio de


grandeza: “Me merezco algo mejor”.
Vive contenta; humilde, agradecida; da gracias
por todo.

13. Es manipuladora; hace justicia por mano


propia.
Vive rendida al Señor; espera en Él para actuar.

14. Se enfoca en el aquí y ahora; piensa poco Tiene una perspectiva eterna; ve el aquí y ahora a
o nada en la eternidad. la luz de la eternidad.
SUS EMOCIONES
Sus emociones están controladas por las
Es emocionalmente estable; mantiene la calma/no
15. circunstancias; tiene altibajos pierde el control cuando está bajo presión.
emocionales.
Sus decisiones están impulsadas por los
Sus decisiones están impulsadas por la Palabra de
16. sentimientos, las presiones externas, las Dios.
circunstancias.
Su corazón está firme, confiado en el Señor;
responde en fe en lugar de temor cuando enfrenta
17. Se derrumba ante la crisis. dificultades; está segura en el Señor; su mente está
presente y sabe qué hacer en una crisis.

18. Se enoja/irrita fácilmente; pierde los


estribos fácilmente.
Es lenta en enojarse; no se irrita fácilmente.

19. Es aprensiva. Confía en el Señor.

20. Es malhumorada, taciturna,


temperamental.
Es pacífica, gozosa; el gozo del Señor es su
fortaleza.
Cuando la vida no va como ella quiere, Espera en el Señor; confía que Él está escribiendo
21. se enoja, se resiente, se deprime, pierde su historia; espera en Él y confía que restaurará su
la esperanza. vida.
22. Es fastidiosa y ansiosa. Ora y confía.
SU LENGUA

23. Dice cualquier cosa que le viene a la


mente sin ​pensar.
No se presura a hablar; mide sus palabras; piensa
primero.
24. Habla demasiado. Sabe escuchar.
142
25. Es rápida para expresar Es rápida para alabar, dar gracias.
frustración/enojo.

26. Hiere/menosprecia/destruye
sus palabras.
a otros con Sus palabras ministran gracia/bendición/aliento a
quienes la escuchan.
27. Exagera. Es cuidadosa con la verdad.

28. Habla ásperamente, emplea un lenguaje


profano o vulgar.
Habla con gracia, emplea palabras puras.

29. Es argumentadora; quiere tener la última


palabra.
Es humilde; cede el derecho a tener la razón.

30. Es excesivamente tímida; temerosa de


hablar.
Bendice a otros con palabras buenas en el
momento oportuno.
SU CONDUCTA
Vida bien ordenada y en paz; controlada por el
Vida desordenada; caos, confusión,
31. drama perpetuo; sin control. Espíritu y convicciones, no por las circunstancias
y emociones.

32. Busca la gratificación instantánea;


¡quiere saciar sus antojos ahora!
Está dispuesta a retrasar la gratificación; puede
decir “no” ahora a cambio de mejores beneficios.
Es una gastadora impulsiva, compra Es sabia y se controla a la hora de gastar; no
33. cosas que no puede pagar o no necesita; compra lo que no puede pagar; acumula tesoros en
tiene valores temporales. el cielo; es generosa.

34. Come lo que quiere cuando quiere; vive Come moderada y equilibradamente; come para
para comer. vivir, no vive para comer.
35. Es impredecible. Es coherente.

36. Es impulsiva; actúa sin pensar en las


consecuencias o el efecto.
Se detiene y considera las potenciales
consecuencias de sus decisiones antes de actuar.
No cuida su moral; no tiene discreción;
es coqueta, sensual, se deja arrastrar
Es modesta en su vestimenta y conducta; es
37. fácilmente por el mal camino; es moralmente casta/pura.
seductora; lleva a otros por el mal
camino.
Cede fácilmente ante la tentación; es
Resiste la tentación; es una sierva de Dios y la
38. esclava de sus deseos carnales y justicia.
pecaminosos.

39. Es frívola; amadora de los placeres


banales; vive para el placer temporal.
Tiene valores eternos; encuentra gozo en las cosas
que agradan a Dios.
Posterga las cosas; pospone las tareas Es diligente y fiel en sus responsabilidades; la
40. difíciles o desagradables; la diversión adoración y el trabajo primero, la diversión
primero, el trabajo después. después.

41. Le resulta difícil ser constante en su


disciplina y rutina.
Desarrolla y mantiene disciplinas y hábitos sanos
y constantes.
42. Una vida de excesos y extremos. Estilo de vida moderado y conservador.

43. Toma decisiones insensatas; carece de


sabiduría para lidiar con las dificultades.
Muestra buen juicio; tiene la capacidad de
resolver asuntos difíciles.
Es una sabia administradora de los recursos que
Es derrochadora.
143
44. Dios le ha confiado.

45. Hace el ridículo, es banal, trivial, necia. Tiene una mente sana y sabiduría.

46. Le encanta el entretenimiento sin


sentido; la vida es una fiesta.
Disfruta de una recreación sana para la gloria de
Dios.

47. Desperdicia
momento.
el tiempo; vive para el Usa su tiempo con propósito; considera los
resultados de sus decisiones a largo plazo.
Se distrae fácilmente; salta de una cosa a
Se concentra en lo que Dios le ha encomendado
48. otra; es incapaz de concentrarse o en ese momento; termina sus tareas.
terminar una tarea.
Toma decisiones basadas en sus
Toma decisiones basadas en los principios
49. sentimientos personales o en lo que es bíblicos, aunque eso requiera decisiones difíciles.
más fácil o más cómodo.
Renovadas por Su Palabra
Piensa cómo te sientes cada vez que pierdes el control, después que tus
emociones se desbordan como un río en temporada de inundaciones. Te
desesperas por recuperar el control de tus emociones y cambiar. Pero lo que
más debería desesperarnos en momentos así no es tener más control y
dominio propio, sino más de Jesús. Más de su Espíritu. Más de Su poder para
vivir con una mente salva y sana.
Y para tener más de Él, necesitamos más de Su Palabra. Pienso que la
mayoría de nosotras subestimamos cuánto lo necesitamos. Es por ello que la
exhortación de Pablo en Romanos 12 es tan vital:
No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la
buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (v. 2).
Esta es la meta: ser transformadas por medio de la renovación de nuestra
mente. Y el medio comprobado para esta renovación es pasar ​ tiempo en la
Palabra. Leerla. Estudiarla. Declararla. Meditarla. Obedecerla.
La Palabra de Dios controlará tu carne, renovará tu mente, fortalecerá tu
determinación y te dará apetito por las cosas que agradan a Dios. Su Palabra
te fortalecerá y te capacitará para enfrentar los problemas que se te puedan
presentar en el camino.
Hace muchos años, mi amiga de toda la vida, Susan, dio a luz un hijo con
diversos defectos graves que amenazaban su vida, entre ellos, la falta de
esófago. Difícilmente, Susan durmió durante los cuatro primeros años de vida
de su hijo, porque tenía que vigilarlo toda la noche para asegurarse de que no
144
se ahogara o dejara de respirar. Pero, durante ese tiempo, esta joven madre
recurrió a la Palabra. Cuando alguien con toda razón podría haberse vuelto
loca por falta de sueño y demasiadas preocupaciones, Susan desarrolló una
mente sana y fundada en la Palabra, el carácter y los caminos de Dios. Allí
encontró perspectiva, aliento y fortaleza; el maná diario de la Palabra fue su
cordura y su sostén.
Años más tarde, cuando otra de sus hijas enfrentó una crisis de salud
prolongada con uno de sus hijos, Susan (ahora anciana) pudo acompañar a su
hija a través de esa difícil etapa de su vida con sabiduría y gracia, y llevó a la
joven mujer a la Palabra y la ayudó a cultivar una mente sófron. En la
providencia divina, Dios también usó a Susan para ministrar y ser mentora de
cientos de jóvenes madres, a quienes les transmitió lo que Dios le había
enseñado durante ese tiempo estresante que había vivido años antes.
Esta es la dinámica que Pablo tuvo en mente cuando escribió Tito 2.
Anciana: las mujeres jóvenes que te rodean necesitan tu ejemplo. Necesitan
tus palabras de aliento y tus oraciones. Y necesitan que las ayudes a recurrir a
la Palabra y que la Palabra penetre en sus corazones.
No hay sustituto
No hay atajos
Cuando permitimos que la Palabra renueve nuestro pensamiento y
reencauce nuestras decisiones, podemos convertirnos en mujeres sófron de
Dios.

Inspiradas en la eternidad
Un poco más adelante en Tito 2, Pablo nos da otra clave importante para
cultivar un estilo de vida sófron. Nos llama a que:
vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la
esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran
Dios y Salvador Jesucristo… (vv. 12-13).
En otras palabras, nuestra capacidad de ser mujeres prudentes y piadosas
en el aquí y ahora está ligada a nuestra esperanza futura. Aquellos que
esperan el regreso de Cristo pueden decir “no” a su carne ahora en
anticipación de las recompensas eternas que les esperan en gloria. Pueden
soportar la dificultad de una gratificación retrasada —pueden esperar a que
se cumplan sus anhelos— con la certeza de que (Aquel) que está por delante
145
es muchísimo mejor que cualquier cosa que “este tiempo presente” pueda
ofrecer.
El apóstol Pedro hace eco de esta verdad:
Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y
esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea
manifestado (1 P. 1:13).
La exhortación de Pedro a “[ceñir] los lomos de vuestro entendimiento” se
traduce en la Nueva Traducción Viviente como “preparen su mente para
actuar”. “Ceñir los lomos” hace referencia a la antigua práctica de juntar los
pliegues de las túnicas y amarrarlos con el cinturón o sujetarlos con el puño
cuando había necesidad de salir corriendo. Nadie que tuviera que huir del
peligro o correr a la batalla quería tropezarse con su túnica al hacerlo.
Aquellos que piensan con una mentalidad eterna vivirán de esta manera:
mentalmente preparados, con sus ojos puestos en lo que está adelante, listos
para ir. Cuanto más mantengamos nuestra mente “extendiéndose hacia lo que
está adelante” en lugar de agobiarnos por lo “terrenal” (Fil. 3:13, 19), menos
probabilidades tendremos de tropezar en el área de la prudencia. Nuestros
pensamientos y nuestro ​comportamiento se verán más influenciados por las
promesas esperanzadoras del cielo, que por los problemas apremiantes del
momento, sin importar cuán tentadores o perturbadores sean esos problemas.
Piénsalo de esta manera. En un momento de debilidad, podrías estar
tentada a tomar la próxima salida y pasar por el autoservicio de un
establecimiento de comida rápida para comprar una hamburguesa, que se veía
irresistiblemente grande y jugosa en la cartelera que acabas de pasar. Pero
después recuerdas que tienes reservaciones para la noche en un popular
restaurante de carne asada. Piensas en ese delicioso filete de carne que vas a
saborear en poco tiempo. Y, de repente, esa hamburguesa parece de baja
calidad, de fabricación masiva y sin sabor.
Puedes esperar. Puedes decir no a la comida rápida, porque dirás sí a un
exquisito festín más adelante.
Más adelante, en su primera epístola, Pedro enfatiza nuevamente la
importancia de ser prudentes en vista de lo que aún está por venir:
Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed pues prudentes y de espíritu
sobrio para la oración (1 P. 4:7, LBLA).
146
Si no tenemos una mente y una vida sana, sobria y prudente, nos resultará
difícil orar (¡doy fe de eso!) y no estaremos preparadas para ver cara a cara al
Señor cuando Él vuelva.
La realidad de dar cuentas de cada pensamiento, palabra o acción en ese
día solemne y la gozosa expectativa de pasar toda la eternidad con nuestro
Salvador son la causa y la motivación para cultivar un estilo de vida sófron
ahora.
¡Podemos esperar! Tenemos una maravillosa fiesta preparada para nosotras
por delante.

Solo en Cristo
Pensar en tener una “mente sana” —un estado mental sófron— me transporta
nuevamente a una escena tranquila del ministerio de Jesús, que es aún más
extraordinaria en vista de la intensa confusión que la había precedido.
Jesús acababa de salir de la barca de sus discípulos, después de calmar
milagrosamente su “espíritu de temor” al reprender a los vientos y las olas de
una severa tormenta que los estaba azotando en el mar. “¡Calla y enmudece!”,
había reprendido (Mr. 4:39). Y al hacerlo, con la certeza y rotundez de su
poder, permitió que Sus seguidores recuperaran su prudencia perdida.
No obstante, tan pronto como Jesús puso el pie en tierra seca, encontró a un
hombre poseído por una multitud de demonios. (El hombre se identificó
como “legión”, un término empleado para referirse a un gran contingente de
soldados).
Los tres relatos de los evangelios sobre este hecho (Mt. 8:28-34; Mr. 5:1-
20; Lc. 8:26-39) presentan un panorama inquietante de un lunático
desquiciado, cuya conducta extraña y errática incluía correr por allí desnudo
y merodear entre los cadáveres sepultados a la orilla del mar. Por su
naturaleza violenta, la gente trataba de controlar al pobre hombre con
cadenas, aunque solo fuera para que no se lastimara su piel desnuda contra
las rocas afiladas u otros elementos a su alcance con los que pudiera
flagelarse a sí mismo. Sin embargo, siempre había logrado romper los
grilletes que la gente le colocaba.
A menos que descansemos
en Jesús y en Su poder
147
para poder poner en
práctica estas verdades, no
tendremos una victoria
sostenible sobre nuestros
pensamientos y nuestras
emociones sin cordura.
Su estado era crónico (“muchas veces”… “día y noche”… “siempre”). Su
comportamiento era peligroso para sí mismo y para otros. Como resultado,
estaba aislado, solo, separado de toda relación. Allí había un hombre en
profunda angustia mental y emocional, extremadamente fuera de control. Y,
en mayor o menor grado, se parece a muchas personas de hoy día.
Pienso en mujeres que conozco, que viven con diversos grados de tormento
mental o emocional. Algunas de ellas (¡de nosotras!) actúan de manera que
ponen en peligro su propia vida y la de otros. Una mujer me escribió sobre la
frustración que sentía en un correo electrónico que me envió:
Acabo de perder la calma con mi hija que está en preescolar.
Últimamente, me cuesta controlar mi manera de hablar con ella o con
mis otros hijos.
Crecí en un hogar en el cual mi madre siempre me levantaba la voz
cuando se enojaba por las cosas que yo hacía. Me he dado cuenta de que
estoy haciendo lo mismo que detestaba de mi madre. Pero por alguna
razón me enojo mucho.
He leído sobre padres que maltratan a sus hijos y me pregunto si yo
soy capaz de eso. No quiero que mis hijos sientan como que siempre
deben “andar con pies de plomo” y preguntarse cuándo volverá a hacer
erupción el volcán.
Y este hombre escribió a nuestro ministerio para pedirnos que oráramos
por su esposa:
Los altibajos son característicos en ella: constantes ataques de pánico,
ansiedad, acciones y actitudes hirientes hacia sí misma, hacia mí y la
familia. A lo largo de nuestro matrimonio hemos tenido breves
momentos de paz; pero la mayoría de los años han estado llenos de
confusión y perturbación espiritual, como convivir con el enemigo, casi
148
como si tuviera que hablar todos los días con alguien que amenaza con
su propia muerte. Me rompe el corazón.
Sin duda, así se debía de sentir la familia del hombre endemoniado en los
días de Jesús. Con el corazón roto. Impotentes. Atemorizados.
Y así como nadie era capaz de amansar o ayudar al hombre, muchas
mujeres (y hombres) hoy día —incluso cristianas— están siendo sometidas a
diferentes métodos, pero sin resultado alguno. Sin un cambio.
Pero el hombre que Jesús encontró tuvo un cambio. Un cambio drástico.[6]
Al final de su dramática confrontación con Jesús, tenemos una descripción
completamente distinta de este hombre. En lugar de flagelarse y cortarse a sí
mismo y comportarse de una manera salvaje, que alejaba a la gente por
temor, este exlunático está sentado tranquilamente con Jesús, “vestido y en su
juicio cabal” (Mr. 5:15).
Con una mente sana. Sófron.
En ambos ejemplos bíblicos —los discípulos en la tormenta y el hombre
endemoniado a la orilla del mar— el denominador común en la recuperación
del buen juicio fue un encuentro personal con el Cristo vivo.
Él era su única esperanza.
Así como Él también es nuestra única esperanza.
Podemos hacer todo lo humanamente concebible para forzar una conducta
madura en nosotras. Podemos hacer promesas y tener buenas intenciones.
Podemos dormir ocho horas por la noche y mantener nuestra presión arterial
y nuestros niveles hormonales saludables. Incluso podemos sumergirnos
diariamente en las Escrituras. Pero a menos que descansemos en Jesús y en
Su poder para poder poner en práctica estas verdades, no tendremos una
victoria sostenible sobre nuestros pensamientos y nuestras emociones sin
cordura.
La prudencia que trae el Espíritu nos eludirá a menos que estemos
continuamente clamando a Él por el cambio que solo Él puede producir.
Cuando el hombre una vez conocido como “legión” —el que había perdido
todo vestigio de prudencia— vio a Jesús a la distancia, “corrió y se arrodilló
ante Él” y le pidió ayuda (Mr. 5:6). Poco tiempo antes, en su barca agitada
por la tormenta, los discípulos de Jesús habían hecho lo mismo cuando
clamaron: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” (Mt. 8:25).
En ambos casos, Jesús oyó su clamor e intervino en su grave situación. Y,
149
cuando todo acabó, volvió el orden. Paz y tranquilidad reemplazaron al
pánico y el caos. Donde una vez había esclavitud a una mente sin su sano
juicio, a emociones fuera de control, ahora había sófron. Como podrás
imaginar, ¡no pasó mucho tiempo antes que las noticias de la transformación
del hombre endemoniado se propagaran por toda la región!
El enemigo de nuestras almas está haciendo estragos en la mente de las
mujeres de hoy. Solo la presencia y el poder de Cristo pueden devolvernos el
sano juicio. Solo Él puede hacernos sófron. Y ser sófron es ser adornadas con
la mente de Cristo.
No por nosotras mismas
Decadencia, perversión, creciente abuso de sustancias e inmoralidad; esta era
la cultura prevalente del Imperio romano en el primer siglo, cuando Pablo
escribió a Tito. En medio de esa oscuridad, llamó a los seguidores de Cristo a
ser sófron: sobrios y prudentes. Y se destacaron. Marcaron la diferencia.
Reflejaron la belleza, el equilibrio y la estabilidad que el evangelio trae a la
mente, la vida y la cultura.
Es justo decir —a juzgar por la referencia recurrente a la prudencia en Tito
2— que esta característica en particular es una especie de centro desde el cual
fluyen todos los demás intereses y principios. Y, si es así, pocas cosas
deberían tener más alta prioridad para nosotras que el desarrollo de una mente
sana: un pensamiento claro, saturado del evangelio.
El cambio no siempre es tan drástico como el que tuvo lugar entre los
sepulcros en los días de Jesús. A menudo se produce en los espacios y los
lugares comunes y cotidianos de nuestra vida. Tal fue el caso de una mujer
que me escribió para contarme que el Señor había sacado a la luz su
pensamiento no sófron y que estaba en el proceso de reemplazarlo por una
mente y corazón sófron:
Mi esposo recibió un llamado de Dios al ministerio hace unos nueve
meses y, como familia, nos mudamos a otro estado. Tuvimos una
reducción de ingresos del 50%, una reducción de espacio del 50% y una
reducción de gozo del 50% o más.
Durante los últimos nueve meses me he estado quejando en mi
corazón y, muchas veces, en voz alta por las cosas que ya no tenemos o
que desearía tener. He codiciado casi todo lo imaginable y he sido
150
totalmente desdichada.
Usted me ha ayudado a darme cuenta de que mi espíritu de ingratitud y
queja en realidad es un ataque a la vida que Dios ha escogido para mí, y
que yo he estado detestando. Gracias por hacerme entrar en razón y
mostrarme nuevamente la bondad del Dios a quien servimos.
De ahora en adelante este pequeño apartamento estará lleno de gozo
cada día mientras le agradezco a Dios por todo lo que Él ha escogido
para mí.
¿No te encanta eso? Qué excelente descripción de lo hermoso que es ser
sófron: nuestra mente renovada por la verdad, libre de las cadenas de nuestro
“yo” molesto y demandante, una vida bajo el control del Espíritu de Dios. Y
el gozo que llena el espacio invadido por Su gracia.

Reflexión personal
Ancianas
1. ¿Qué ha sido de gran ayuda para ti en el aprendizaje del hábito de la
prudencia y una mente sana? ¿Qué no ha sido de ayuda?
2. ¿Qué ejemplos de “falta de buen juicio” tienes de tu propia
experiencia, que podrías contarle a una mujer joven para ayudarle a
controlar sus propios pensamientos?
Mujeres jóvenes
1. Piensa en un momento reciente en el cual tuviste “falta de buen
juicio”. ¿Cuál fue el resultado? ¿Cómo hubiera cambiado el resultado
si hubieras pensado con una mentalidad sófron?
2. Identifica un área de tu vida en la cual necesitas ser más sófron. ¿Qué
pasos prácticos podrías tomar (incluso pedirle consejo a una anciana) para
tener más prudencia en esta área?

151
Pero tú h ab la lo que está de acuerdo con la san a doctrina.

Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no


esclavas del vino, maestras del bien;

que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos ,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, su jetas a sus maridos ,


para que la palabra de Dios no sea blasfemada

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador.
TITO 2:1-5, 10

152
CAPÍTULO 9

Apasionadas por la pureza


Buscando la pureza en un mundo impuro
Oh Señor, guarda nuestros corazones, guarda nuestros ojos, guarda nuestros pies y guarda
nuestra lengua.
WILLIAM TIPTAFT

GRACIAS A DIOS, HIZO OTRA LLAMADA TELEFÓNICA.


La primera había sido al capitán de un crucero, un hombre elegante que
había conocido mientras cumplía una asignación especial del ministerio para
coordinar una campaña evangelística en varias ciudades portuarias del
Caribe. Aunque su esposo desde hacía cinco años también iba a bordo, la
mayor parte del tiempo estaba ocupada con ese proyecto. En el transcurso de
su trabajo, Katia pasaba mucho tiempo cerca del capitán. Y cada vez más —a
pesar de las luces rojas y las señales de advertencia que se encendían en su
mente— hasta que se dio cuenta de que estaba buscando momentos
“ocasionales” para estar a solas con él.
El capitán respetaba al esposo de Katia y sabía que debía tener cautela.
Pero él también disfrutaba de la compañía de Katia. De modo que, cuando
ella pasaba a verlo o aceptaba con entusiasmo su invitación a bucear o le
señalaba cuántos intereses tenían en común, él se mostraba más que dispuesto
a seguir adelante.
Nada físico había ocurrido entre ellos. Aún no. Pero sus conversaciones se
habían vuelto cada vez más personales y menos reservadas. Cuando Katia se
atrevió a insinuar lo que sentía por él, su cálida ​respuesta había provocado un
hormigueo en ella que animaba sus horas en vela con fantasías románticas.
Las escenas seguían pasando por su cabeza: el elegante capitán marítimo, el
estilo de vida aventurero, las emocionantes posibilidades.
Una tarde, casi dos meses después de este viaje de múltiples destinos, con
el proyecto del ministerio a punto de terminar, Katia llamó al capitán desde
un lugar remoto. Había estado fuera del barco durante varios días para
atender sus responsabilidades, pero en los momentos libres no hacía más que
pensar en él. Así que lo llamó “solo para hablar”, y quizá para averiguar:
153
¿Estaba él tan triste como ella ante la perspectiva de su despedida en unas
pocas semanas? En algún momento de esa conversación de dos horas, las
semillas de esos pensamientos echaron raíces y comenzaron a germinar como
posibles planes: planes de dejar atrás su vida matrimonial en Colorado y de
navegar permanentemente por el Caribe con este marino.
¡Mira qué romance exótico!
Pero tan pronto como Katia terminó esa llamada, las emociones
vertiginosas que había estado alimentado, de repente, fueron invadidas por la
convicción del Espíritu Santo, que penetró su conciencia y le recordó su
compromiso con Cristo y su esposo. Aquella noche, cuando regresó a su
habitación, hizo otra llamada, esta vez a una amiga y mentora de muchos
años en los Estados Unidos.
Las dos habían desarrollado una estrecha relación durante esos años en los
que a veces se reunían regularmente y, otras veces, de manera más
esporádica. Esta anciana siempre había sido la voz de la razón, aliento y
sabiduría para Katia. En ese momento crítico, cuando las convicciones de
Katia, que una vez habían sido fuertes, se estaban debilitando bajo el engaño
y la confusión, sintió el impulso de hablar con una mujer, que seguramente le
diría lo que necesitaba oír, aunque no estuviera tan segura de querer oírlo.
Este llamado a la pureza
toca cada parte y cada
partícula de nuestra vida.
Y es por eso que estos lazos relacionales entre nosotras, las mujeres, son
tan importantes, porque son más que solo citas regulares de los martes cada
dos semanas. Son más que programas estructurados de discipulado en
nuestras iglesias. A medida que estos vínculos relacionales se fortalecen con
el tiempo y las experiencias de vida, también ofrecen protección y
apuntalamiento espiritual. Se convierten en el toque personal que vuelve a
poner en perspectiva la verdad cuando se ha vuelto borrosa y gris.
Y a veces, en el momento preciso, una relación como esta puede ser la
última cuerda salvavidas disponible que trae a una nadadora desorientada otra
vez a la orilla, a la seguridad, lejos de la poderosa corriente marina.
Esto parece suceder especialmente en los asuntos que tienen que ver con la
pureza.

154
Tanto así que una de las principales asignaturas del plan de estudios de Tito
2 para las mujeres es “ser castas”. Junto a las demás asignaturas que Pablo
enumera, esta es fundamental si queremos adornar la doctrina de Dios. Es
una de las cosas “buenas” que las ancianas deben enseñar a las mujeres
jóvenes de la iglesia para que esta sea un faro del evangelio en el mundo y
para pasar el bastón de la fe de una generación a la otra.
Por supuesto, no solo las mujeres jóvenes necesitan ser puras. La santidad
es uno de los temas más importantes y recurrentes de las Escrituras, y un
llamado para cada creyente.
Este llamado a la pureza toca cada parte y cada partícula de nuestra vida: lo
que hacemos, lo que decimos, lo que pensamos y nuestras actitudes y
motivaciones. “Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu”,
nos insta Pablo en 2 Corintios 7:1. Ninguna clase de impureza es
insignificante: los pecados “respetables” y ocultos del espíritu no son menos
contaminantes que los pecados de la carne más obvios.

Corrompidos e incrédulos
La pureza cristiana tiene un marcado contraste con lo que caracteriza a los
incrédulos. Pablo describe a estos últimos en Tito 1:
Para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente
y su conciencia están corrompidas. Profesan conocer a Dios, pero con
los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en
cuanto a toda buena obra (vv. 15-16).
Estos incrédulos —dice Pablo— son “esclavos de concupiscencias y
deleites diversos” (3:3). No son libres, sino que están obligados a cumplir los
deseos de su carne. Lo vemos en todas partes hoy día. Es difícil exagerar
cuando hablamos de lo predominante de la impureza en nuestra cultura.
Y yo me pregunto: ¿Acaso hemos perdido nuestra capacidad de
sorprendernos y contristarnos por el pecado? ¿Estamos tan acostumbradas a
la obscenidad, la inmundicia y la perversidad de las emisoras de radio
públicas, que nos hemos vuelto inmunes a los efectos hipnóticos en nuestro
propio corazón? ¿Nos hemos desensibilizado al lenguaje y las imágenes
profanas que pasan por la puerta de nuestros ojos o nuestros oídos a nuestra
mente y nuestro corazón? ¿Son nuestros héroes la clase de personas a quienes

155
David llamó los “santos que están en la tierra, y… los íntegros” (Sal. 16:3), o
nos atraen y enamoran más las mundanos y provocativos, los mejores
vestidos y los más fotografiados?
Después de compilar un documento de ochenta y dos páginas de
investigación relacionada con la impureza en nuestra cultura, una de mis
colegas me escribió: “Siento que necesito tomar un baño mental. ¡Cuánta
basura!”. Nuestro mundo está colmado de basura moral. Y no podemos
culpar de esto a “la cultura”. De una manera u otra, todos contribuimos a la
basura, que fluye de corazones contaminados. Todos necesitamos tomar un
baño mental y espiritual.
Y eso es exactamente lo que ofrece el cristianismo. Esta sí es una buena
noticia.

Mujeres llamadas a ser puras


Frente a una cultura donde los instintos más bajos y carnales tenían rienda
suelta y donde la promiscuidad era generalizada, Pablo escribió:
Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes,
extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos… Pero
cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para
con los hombres, nos salvó… por el lavamiento de la regeneración…
(Tit. 3:3-5).
¿Entiendes esto? Nosotras, que pertenecemos a Cristo, somos salvas —
hemos sido rescatadas— de nuestra vida pasada. Hemos sido lavadas del
pecado: limpiadas, purificadas. Somos diferentes a los incrédulos, y esa
diferencia debería ser obvia para todos. No debería ser difícil identificar si
realmente somos cristianas.
Este hilo corre a través del libro de Tito y, es más, de todo el Nuevo
Testamento. Los incrédulos se caracterizan por la impureza, pero los
seguidores de Cristo deben ser puros. Esta es la razón por la que Cristo murió
en sacrificio por nosotras:
[Cristo] se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda
iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras
(2:14).

156
Y a la luz del precio que Él pagó para redimirnos, los creyentes deben ser
“irreprensibles” (1:6-7) y “renunciando a la impiedad y a los deseos
mundanos, [vivir] en este siglo sobria, justa y piadosamente” (2:12). Una
vida pura.
Esto se aplica a todos los cristianos, por supuesto. Pero Pablo enfatiza
especialmente que las mujeres cristianas deben destacarse por ser “castas”
(2:5) o, como algunas versiones lo traducen, “puras” (NVI, DHH, LBLA).
Según un diccionario bíblico, el término griego original significa “puro de
toda falta, puro de corrupción, inmaculado… no contaminado”.[1] Otro lo
define como “sin defecto o mancha moral”.[2] Warren Wiersbe lo describe
como “puro de mente y corazón”.[3]
Este no es un llamado insignificante —¡o fácil!— para las mujeres de esta
cultura obscena que exalta a las “chicas salvajes” y la promiscuidad sexual.
Ahora bien, el tema de la pureza va más allá de la pureza sexual. Pero las
Escrituras ponen en claro que el pecado sexual tiene implicaciones
particularmente graves (1 Co. 6:12-19). Cuando el perfecto diseño de Dios
para el sexo se frustra y se distorsiona, el daño puede ser devastador. Por eso
cuando hablamos de la pureza debemos incluir este aspecto vital.
A pesar de ofrecer una
vía de escape y placer,
la vida impura no
satisface. De hecho, hace
exactamente lo opuesto.
Antes se pensaba que la inmoralidad era mayormente un problema de los
hombres. Sin embargo, esa idea ya no es válida (si alguna vez lo fue).
Tomemos, por ejemplo, el hecho de que una de cada seis mujeres ve
regularmente algún tipo de pornografía en línea y, la gran mayoría de estas
mujeres —alrededor del 80%, una proporción mucho mayor que la de los
hombres—, al final seguirá su actividad virtual en la realidad, cara a cara.[4]
(He leído de una consejera matrimonial con veinte años de práctica
profesional que, anteriormente, los hombres eran los que iniciaban casi el
90% de las infidelidades, pero hoy día es casi mitad y mitad).
Quiero exponer todo este asunto con pasión y compasión, porque soy
consciente de que mis palabras pueden tocar las partes delicadas y sensibles

157
del corazón de una mujer. Pueden suscitar viejos remordimientos. Pueden
sacar a la luz secretos escondidos. Pueden incluso ser usadas por el diablo
para instigar olas de culpabilidad y vergüenza, que pueden hundir a una
mujer en la depresión y el desaliento en vez de conducirla a la luz de la
libertad.
Pero el dolor y el quebrantamiento que he visto como resultado de
decisiones impuras, particularmente en el ámbito sexual, me obliga a hablar.
A pesar de ofrecer una vía de escape y placer, la vida impura no satisface.
De hecho, hace exactamente lo opuesto. Nuestras comunidades —sí, incluso
nuestras iglesias— están plagadas de corazones rotos que han sido devorados
y escupidos por el monstruo de la impureza. Desesperadamente, necesitan ver

mujeres cuyas vidas muestren la hermosura de la pureza y el amor de Dios, la
diferencia que Su gracia puede marcar.
Y hay una gran necesidad de ancianas que hayan visto o experimentado
este hecho y que obedezcan el llamado de Tito 2 de hablar a las mujeres
jóvenes, ya sea para ayudarlas a lidiar con las consecuencias de decisiones
pasadas o para ayudarlas a evitar más consecuencias en otra vida, otro
matrimonio, otra familia… una vez más.
El apóstol Pedro —que habla específicamente a las esposas en relación a
sus maridos y, sin embargo, establece un principio que tiene una aplicación
más amplia— dijo que otros pueden llegar a la verdad “sin palabra” cuando
ven una “conducta casta y respetuosa” (1 P. 3:1-2).
Cuanto más puras somos,
más hermoso parece nuestro
Salvador a los ojos de
aquellos que ven Su belleza
reflejada en nosotras.
Según un diccionario teológico, la palabra traducida como “casta”, tanto
aquí en Pedro 3 como en Tito 2:5, sugiere algo que “despierta asombro”,[5]
la clase de vida que atrae la mirada de otros y produce un impacto. Las
mujeres cristianas que tienen un corazón y una vida pura son como anuncios
publicitarios ambulantes de la verdad y el poder del evangelio. La gente
puede ver que el evangelio realmente cambia vidas. En un mundo oscuro e
impío, esas vidas transformadas exponen las tinieblas y atraen a los

158
pecadores a la luz de Cristo.
“Maestras del bien” —Pablo exhortó a las ancianas de la ciudad de Tito—
“que enseñen a las mujeres jóvenes… a ser castas”.
Sí, puras.
Y contrario a lo que el mundo quiere que creamos, esto es bueno.
Entonces, ancianas, si realmente creemos esto, ¿por qué no querríamos hacer
todo lo posible para ayudar a las mujeres jóvenes que nos rodean a ser puras?
Cuanto más puras somos, más hermosas somos… y más hermoso parece
nuestro Salvador a los ojos de aquellos que ven Su belleza reflejada en
nosotras.

El arduo trabajo de mantenernos en pureza


Si estamos en Cristo, por supuesto, hemos sido declaradas “posicionalmente
puras”. Su justicia ha sido acreditada a nuestro favor. Y Él ha prometido que
un día estaremos vestidas de blanco con Él en gloria (Ap. 7:9).
Esta es la gran esperanza y el gran anhelo de todo hijo de Dios. ¿Pero
mientras tanto? ¿Es realmente posible ser puras en medio de tanta inmundicia
y corrupción?
Mi papá así lo pensaba.
Antes de conocer a Jesús, ser puro era su pensamiento más remoto. Pero
todo eso cambió a los veintitantos años cuando el Espíritu cautivó su corazón
y se convirtió en un seguidor de Cristo. Desde ese momento, fue un
apasionado de la santidad.
Y eso era lo que él quería también para nuestra familia. Puedo recordar que
nos decía a mis hermanos y a mí que quería que fuésemos “tan puros como la
nieve recién caída”, no solo cuando estemos en el cielo algún día o en el
servicio de la iglesia, sino también cuando estemos en casa, con nuestros
amigos, en las decisiones de entretenimientos a disfrutar o cuando estemos
solos con nuestros pensamientos al final del día.
No solo puras en nuestra posición, sino puras en la práctica.
La Biblia dice que eso es lo que Dios quiere de nosotras también. Las
Escrituras nos instan a buscar la pureza:
Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón
limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida (1 Ti. 1:5).

159
Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad,
mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a
otros entrañablemente, de corazón puro… (1 P. 1:22).
Y repetidas veces nos llama a ser sexualmente puras:
Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre
vosotros… (Ef. 5:3).
Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los
fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios (He. 13:4).
Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de
fornicación… Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a
santificación (1 Ts. 4:3, 7).

Si queremos disfrutar la libertad y el gozo de caminar en pureza, hacemos


bien no solo en meditar frecuentemente sobre este tipo de pasajes, sino
también en considerar el costo de obedecer su enseñanza en nuestras vidas
diarias; porque, como hemos visto, la pureza práctica no es fácil. Esta parte
de nuestra vida cristiana requiere un esfuerzo y un entrenamiento concentrado
y continuo, así como también el estímulo vigilante de estas relaciones
cruciales de Tito 2.
Podemos acudir a Él
para que, en Su gracia,
nos transforme —no
importa lo que hayamos
hecho, no importa dónde
hayamos estado— hasta que
nuestra vida finalmente
sea un reflejo de la
blancura resplandeciente
de Su pureza.
Necesitamos mujeres que podamos llamar por teléfono y que se arrodillen
y clamen a Dios por nosotras. Necesitamos amistades que comprendan que ni

160
la mujer más piadosa y bien intencionada es inmune a la tentación y el
fracaso. Necesitamos relaciones intencionales y mutuamente invasivas con
amigas que nos digan la verdad.
Y sí, quise decir invasivas en el sentido de permitir que estas amigas entren
en nuestra vida y que nosotras estemos dispuestas a entrar en sus vidas. Este
tipo de relaciones no se conforma con permanecer en la superficie donde todo
parece estar bien. No andan con rodeos o se contienen por temor al rechazo.
No nos abstenemos de hacer preguntas difíciles y de decir las cosas que hay
que decir.
Por supuesto, debemos hacer esto “con espíritu de mansedumbre…
[considerándonos] a [nosotras mismas], no sea que [nosotras] también
[seamos tentadas]” (Gá. 6:1). Desde luego, debemos actuar con verdadera
preocupación y humildad, no con celos ni juicios. Y, por lo general, esto
debería ocurrir en el contexto de relaciones establecidas, donde el amor y el
cuidado genuinos ya son un hecho.
Todas necesitamos personas en nuestra vida que nos amen lo suficiente
para sondear nuestro corazón y ante quienes podamos ser responsables de
caminar en la luz. Y necesitamos estar dispuestas a ser esa clase de amigas
para otras mujeres. Hay momentos cuando es necesario acercarnos y decir
cosas duras, no quedarnos calladas cuando una de nuestras hermanas está
fallando en su compromiso. De esta manera “[sobrellevamos las unas] las
cargas de [las otras], y [cumplimos] así la ley de Cristo” (v. 2). De esta forma
vivimos la belleza del evangelio… juntas.
En todo esto, debemos dejar que la Palabra de Dios revele y determine lo
que nuestro corazón debe amar, lo que nuestra mente debe pensar, cuáles
deben ser nuestras relaciones y qué hábitos debemos evitar. Podemos acudir a
Él para que, en Su gracia, nos transforme —no importa lo que hayamos
hecho, no importa dónde hayamos estado— hasta que nuestra vida finalmente
sea un reflejo de la blancura resplandeciente de Su pureza.

Señales y cercos
El nuestro no es el primer período de la historia que experimenta la intensa
batalla de mantener un corazón y proceder puros. De hecho, extensos pasajes
del libro de Proverbios hablan de esta batalla y nos advierten sobre las
consecuencias dañinas y mortales del pecado sexual (ver caps. 5—7).
Escucha a Pablo, en el primer siglo, cuando exhorta a los creyentes de
161
Tesalónica a tomar en serio estos asuntos, a caminar “más y más” en la
pureza que agrada a Dios, por obra y gracia del Espíritu Santo, para la salud
de su cuerpo y espíritu, de su familia y adoración (1 Ts. 4:1). Y en Efesios
5:3 advierte: “Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se
nombre entre vosotros…”.
¿“Ni aún se nombre”? ¿“Toda inmundicia”? A oídos modernos, podría
parecer anticuado, extremo, nada realista en el mundo de hoy. Pero considera
la ventaja de buscar un estilo de vida de pureza:
• El gozo que viene de estar totalmente rendida a Dios, satisfecha solo
en Él.
• La libertad que viene de vivir dentro de sus amorosos límites de
protección.
• La profundidad de la relación con otros, que es posible cuando se
quitan las barreras de la impureza y la falta de decoro.
• La unidad que se produce en los matrimonios cuando la sinceridad y la
transparencia reemplazan a los secretos.
• El impacto en la vida de hijos e hijas que ven a sus padres vivir lo que
dicen creer.
• La oportunidad de llevar a otros a Cristo y la pureza disponible a través
de Él.
Sin duda, vale la pena pagar cualquier precio para obtener y mantener una
vida pura e irreprochable. ¿Pero es realmente posible?
La pureza podría parecer un estándar inalcanzable. Y lo es, a menos que
tengamos la presencia y el poder del Espíritu Santo en nuestra vida. Pero el
hecho mismo que Pablo exhorta a las ancianas a enseñar a las mujeres
jóvenes a ser puras sugiere que la pureza puede aprenderse al observar el
ejemplo de estas mentoras y al escuchar lo que ellas han aprendido en su
búsqueda de la pureza.
En ese espíritu, permíteme darte algunas estrategias prácticas para el día a
día, que han sido útiles en mi propia vida, así como también en la vida de
otras mujeres para guardarnos en pureza sexual. Tengo la esperanza de que
estas ideas te resulten útiles y las puedas usar como un punto de partida para
conversar con otras mujeres en tus relaciones de Tito 2.
Considero estas prácticas y estos compromisos como “cercos”. Imagina las

162
hileras de arbustos podados que una persona podría colocar alrededor de su
propiedad, como un aro de privacidad, una barrera para intrusos indeseados.
Los vallados ayudan a mantener cosas afuera y a proteger las de adentro. Eso
es lo que estos hábitos pueden hacer en tu vida. Y aunque estas prácticas, por
sí mismas, no nos hacen santas ni mucho menos dependientes del Señor en el
deseo y el poder de ser puras, pueden ayudarnos a resistir la seducción del
mundo y los antojos de nuestra carne. Contribuyen a nuestra santificación
mientras el Espíritu Santo nos motiva y nos anima a practicar la pureza.
1. Escoge la discreción.
Ya no escuchamos mucho sobre discreción. Esta importante cualidad tiene
que ver con saber discernir y ser prudente en nuestras interacciones —nuestro
lenguaje y nuestra conducta— con otros.
La discreción es lo que impide a una mujer confiar sus problemas maritales
y personales a un amigo o colega masculino o tener conversaciones
profundas, privadas y espirituales con el marido de otra mujer. La lleva a
tener cuidado cuando mira a un hombre o responde a palabras o conductas
seductoras o inapropiadas de su parte. Le ayuda a evitar escenarios o
situaciones donde lo natural sería hacer algo malo.
2. Valora la modestia.
Vimos brevemente este tema en el capítulo 5 con respecto a la conducta
reverente, pero también se aplica a la pureza. No quiero minimizar la
responsabilidad de un hombre de mantener su propia pureza en sus
pensamientos y su mirada. Sin embargo, la manera de vestir y comportarse de
muchas mujeres y adolescentes hoy día no deja mucho a la imaginación, esto
puede causar que el termómetro de tentación de un hombre se dispare.
Los hombres piadosos que desean ser puros en sus pensamientos y su
conducta hacia las mujeres me han implorado que ayude a las mujeres a
comprender el poder que ejercen y cuánto necesitan nuestro apoyo y ayuda
en su batalla por la pureza.
Como cristianas, uno de nuestros principales compromisos debe ser no solo
preservar nuestra propia pureza, sino también proteger y honrar la pureza y la
moral de los demás. Y cuando nos comportamos o nos vemos de una manera
que compite con el afecto de un hombre por su esposa (presente o futura),
trabajamos contra la pureza de su corazón, así como del nuestro.[6]

163
3. Examina tu apego emocional.
Nunca deja de sorprenderme cuando oigo hablar de otra mujer (casada o
soltera) cuyo corazón y emociones se sintieron atraídos a un hombre, que es
marido de otra mujer. Sucede en el lugar de trabajo. Sucede en el gimnasio.
Sucede en las gradas de las competencias deportivas de sus hijos. A veces
sucede incluso en la iglesia y con los hombres en el liderazgo espiritual.
Tu vida le pertenece a
un Dios que levanta
a los muertos.
En muchos casos, la propia mujer está tan sorprendida como todos. No era
su intención llegar a ese punto. Pero llegó paso a paso —compromiso a
compromiso— sin ser consciente de ello. Pensamiento tras pensamiento que
ella alimentó y al que le dio rienda suelta en vez de llevar “todo pensamiento
cautivo a la obediencia de Cristo” (2 Co. 10:5).
Sin darse cuenta, se está hundiendo en medio de arenas movedizas
emocionales y morales.
La caída y las consecuencias no intencionales de haber probado el fruto
prohibido siempre son desagradables y dolorosas. Al final, el pecado —por
muy seductor que sea— nunca paga lo que promete. Nunca.
De modo que este debe ser un territorio de tolerancia cero. Cuando el
primero de estos pensamientos entra a la mente, debe ser el próximo en salir.
No hay que coquetear con él, no hay que jugar con él, ni por un segundo.
En cambio, debes hacer lo siguiente: si estás casada, decide poner esa
energía emocional en tu esposo y prodigar todo tu amor e interés en él,
aunque sientas que tu matrimonio está muerto. Tu vida le pertenece a un Dios
que levanta a los muertos.
Si no estás casada, dedica tu enfoque mental y emocional a cultivar una
relación más íntima con el Señor. Apenas sientas el más mínimo deseo
titilante de atracción a un círculo íntimo e imaginario con otro hombre —un
deseo que no tienes derecho a satisfacer o cumplir— redirige tu atención y
afecto hacia un objeto que estés en tu derecho de desear. De lo contrario, te
estarás buscando un grave problema y, cuanto más pase el tiempo, más difícil
será lidiar con él.

164
4. Vigila tus comunicaciones electrónicas.
Los mensajes de texto, los correos electrónicos y las redes sociales
constituyen un contexto fértil para desarrollar relaciones inapropiadas.
Aunque estés a miles de kilómetros de distancia y tu interacción parezca
completamente inofensiva, es increíble la rapidez con la que un intercambio
“inocente” en nuestros dispositivos electrónicos puede encender una chispa.
La falta de precaución en este frente es un factor que contribuye a la
ruptura de muchos matrimonios de hoy. Recientemente volví a escuchar a
una mujer que me abrió su corazón y me contó que su esposo está enredado
en una infidelidad emocional (por lo menos) con una antigua novia que
contactó a través de Facebook.
Los secretos y las comunicaciones clandestinas no deben tener lugar entre
hombres y mujeres casados (si no están casados entre sí) en forma electrónica
o de cualquier otra forma.
En las Escrituras, por supuesto, no se establecen reglas básicas específicas
para nuestra comunicación digital. Sin embargo, brindan principios
fundamentales que podemos usar para ayudarnos a tomar decisiones sabias y
guardar nuestro corazón.
Quiero honrar al Señor y tener un corazón y proceder puros. Sé que no soy
menos susceptible que nadie a ser engañada o seducida. De modo que, en lo
que respecta a las comunicaciones electrónicas, he decidido siempre errar por
el lado de la precaución.
Por ejemplo, cuando se trata de un mensaje de texto personal o intercambio
de correos electrónicos con un hombre casado, generalmente envío una copia
a su esposa o un amigo en común. Y ahora, como mujer casada, me he
propuesto no tener intercambios con otros hombres que no desearía que mi
esposo viera. Quiero estar alerta y proteger el matrimonio de mis amigos y
colegas, así como mi propio corazón y mi matrimonio.
5. No olvides apoyarte en tus relaciones femeninas confiables.
Como hemos visto, este es el punto central del mensaje de Tito 2. Vale la
pena mencionarlo nuevamente aquí, porque es una barrera muy importante
contra la impureza. El poder del pecado sexual a menudo se encuentra en el
secreto. Cuando somos sinceras con respecto a nuestras tentaciones y
nuestros fracasos ocultos —ya sean sexuales o en otras áreas— y los sacamos
a la luz, pierden su poder. Y cuando desarrollamos el hábito de hablarlo con
165
una bondadosa anciana que tiene un testimonio de fidelidad y obediencia,
Dios puede usarla para volver a mostrarnos el camino de la pureza.
Pero si no buscamos
deliberadamente ser puras,
la inclinación natural de
nuestro corazón y el ritmo
vertiginoso de la vida harán
que sea más fácil tomar
atajos y hacer concesiones
por conveniencia.
Y aquí hay otro beneficio de estas amistades de mujer a mujer. Muchas
mujeres, ya sean solteras o casadas, se sienten atraídas a tener relaciones
indebidas, porque están solas y carecen de relaciones que les brinden
satisfacción y cuidado. Las relaciones saludables y afectuosas entre las
mujeres pueden ser un medio de la gracia para ayudar a satisfacer esas
necesidades de manera legítima.
Y no olvides que el discipulado puede ir en ambos sentidos. Como anciana,
he descubierto que el desarrollo de este tipo de relaciones con mujeres más
jóvenes puede servir como una protección en sí misma, y proporcionar
recordatorios y un incentivo para perseverar en el camino de la pureza.

Tomemos la pureza con seriedad


Para algunos, esta clase de precauciones pueden parecer extremas,
especialmente por los estándares modernos. Pero si no buscamos -​
deliberadamente ser puras, la inclinación natural de nuestro corazón y el
ritmo vertiginoso de la vida harán que sea más fácil tomar atajos y hacer
concesiones por conveniencia.
Es un error considerar estos prácticos “cercos” como una especie de camisa
de fuerza legalista. En realidad, la verdadera libertad para nosotras y para los
demás solo existe dentro de los límites bien marcados de la pureza.
Escucha, si estoy conduciendo por un estrecho camino de montaña con
curvas cerradas y al mirar por la ventanilla veo un precipicio, sinceramente
espero que el camino tenga vallas de contención. No me voy a molestar por
esas barreras como algo que me priva de la libertad. En cambio, voy a estar
166
profundamente agradecida por la libertad que me ofrecen de conducir por el
camino sin salirme del borde y caer por el barranco hacia mi muerte.
La ausencia de vallas de contención (“cercos”) es lo que presenta una
amenaza real.
Puedo dar fe de esto personalmente en mis cincuenta y tantos años de vida
de soltera. Como toda mujer con anhelos normales de tener intimidad y
compañía, hubo ocasiones y circunstancias en las que me sentí tentada (y
hubiera sido fácil) a desviarme del camino de la pureza. Cómo agradezco al
Señor por la protección y la libertad que este tipo de barreras prácticas me
brindaron durante esos años. Y por cómo Él satisfizo mis anhelos día tras día,
con Sus promesas, Su presencia y Su precioso amor.
Ahora, como mujer casada, es aún más evidente para mí que Dios no
pretende restringir o limitar nuestra felicidad a través de Sus preceptos, sino
bendecirnos —ya sea que estemos casadas o solteras— con el rico y dulce
fruto de la pureza.
Una mujer que desea ser pura no considerará estos sabios y prácticos
cercos como una dificultad o una carga, sino como un medio de la gracia para
ayudarla a caminar en la vida con libertad y gozo.
Creo que cuando las mujeres comienzan a tomar la pureza con seriedad,
sus conciencias se sensibilizan a cosas que antes hubieran pasado por alto.
Humor subido de tono. Insinuaciones sexuales. Entretenimiento cuestionable.
Conducta insinuante. Indiferencia o resentimiento hacia las necesidades
sexuales de su esposo. A medida que tratan con estos y otros aspectos que el
Espíritu trae a su atención, los pensamientos y las prácticas que una vez
superaban los caminos de Dios en sus vidas comienzan a ser desplazados
para dar espacio a pensamientos puros, adoración pura y una libertad más
pura que la que podía ofrecerles los caminos del mundo.
Deseos puros.
Satisfacción pura.
En lugar de sus emociones y atracciones inapropiadas y de corta vida,
empiezan a ver la santidad de Dios y su amor de pacto. Eso se debe a que por
cada señal de compromiso que evitamos, experimentamos una mayor libertad
de acercarnos a Dios. Los cercos, bajo la dirección del Espíritu, hacen más
que mantener fuera a nuestros intrusos desautorizados. Además, establecen el
límite dentro del cual podemos cultivar un bello jardín.
El deseo de Dios —y es importante tener esto presente cuando
167
interactuamos con otras mujeres— es darnos mucho más de lo que nuestras
interacciones modestas y cuidadosas parecerían quitarnos.
La vida que desafía los límites va en camino a una catástrofe.
La vida que busca al Amado de su alma y la —de la mujer casada— que
entrega su corazón solo a su esposo, a quien puede amar sin restricción, va en
camino a los placeres más puros de la vida.
Las Escrituras dicen que Jesús amaba la justicia y aborrecía la maldad,
como resultado de esto Dios lo “ungió… con óleo de alegría más que a [sus]
compañeros” (He. 1:9). Lo mismo sucede con las mujeres que amamos y
seguimos a Jesús. Y cuando amamos la pureza y aborrecemos el pecado (para
empezar, en nuestro propio corazón), nuestra vida es un testimonio que
muestra el camino hacia Dios.

La promesa de ser pura


Katia no prosiguió con eso.
Cuando cortó la segunda llamada telefónica con Rebeca, su amiga de toda
la vida, ella sabía lo que debía hacer a continuación. Debía poner fin a sus
responsabilidades del ministerio, subirse a un avión y aplicar el agente
limpiador de la confesión a su corazón reacio y desenfrenado. Debía
contárselo a su esposo. Debía comenzar la sanidad. La pureza debía
convertirse en su nuevo hogar.
Otra vez.
—¿Recuerdas la carta que está aquí en mis archivos? —le preguntó Rebeca
ese día. Ella se refería a un compromiso que Katia había escrito y firmado y
dejado en custodia de su amiga años atrás.
El pasado de Katia incluía una falta moral durante sus años de estudios
universitarios. De modo que, hacía más de cinco años, bajo la sugerencia de
Rebeca, había escrito una carta en la cual expresaba su compromiso de buscar
la pureza y la transparencia.
Sin embargo, ese día cuando Rebeca sacó el tema de esa promesa durante
la llamada telefónica, la primera reacción de Katia fue de resistirse. Esta
situación era diferente —dijo—, tenía sus razones. Esta relación no estaba
fuera de la voluntad de Dios para ella —insistió—, la estaba haciendo feliz.
Pero hay algo en una promesa —un voto solemne y sincero—, que puede
bloquear un camino que pareciera conducir a un crepúsculo, pero que
realmente conduce a un precipicio.
168
Y hay algo en esa anciana que hemos permitido entrar a nuestra vida para
“enseñarnos” y “adiestrarnos” en pureza, que nos contiene. Nos sostiene. Nos
mantiene cerca cuando la tentación merodea a nuestro alrededor y nos
sostiene cuando la condenación nos merodea para confrontarnos con nuestros
fracasos.
Necesitas una mujer así.
Y debes llegar a ser una mujer así.
Cuando estaba a punto de cometer el error más grande de su vida, a punto
de deshonrar al Señor y quizás de desechar su matrimonio, hubo una mujer
como esa en la vida de Katia. Una mujer que le rogó que recordara sus votos
y su Dios. Por la gracia de Dios, Katia escuchó la súplica de la anciana.
Volvió a su sano juicio, se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer, y se
arrepintió. Como resultado, el curso de su vida cambió para siempre.
Hoy, casi veinticinco años después, Katia está experimentando las
bendiciones y el fruto de ese momento decisivo. Ella y su esposo tienen un
fantástico matrimonio. Están sirviendo al Señor juntos. Y Dios la está usando
para hablar a la vida de mujeres jóvenes y ayudarles a evitar las mismas
trampas que Rebeca le ayudó a evitar hace algunas décadas.
La fuerza de voluntad personal no es suficiente para sostener nuestros
votos delante de un Dios santo. Si queremos reflejar Su pureza a nuestra
generación y ejercer una influencia positiva, no debemos intentar hacerlo
solas. Debemos hacerlo juntas.
Juntas, en dependencia del poder del Espíritu Santo que mora en nosotras,
podemos doblegar la tentación ante el gozo de la pureza personal y práctica.
La belleza blanca como la nieve de Su pureza.

Reflexión personal
Ancianas
1. “Las mujeres cristianas que viven en pureza son como anuncios
publicitarios ambulantes de la verdad y el poder del evangelio”. ¿Te
ves en esta declaración? ¿Por qué sí o por qué no?
2. ¿Tienes alguna “relación intencional y mutuamente invasiva”? ¿Eres
una “amiga que dice la verdad”, o no te atreves a decirle “la dura
verdad” a alguien que está poniendo en riesgo su pureza? ¿Qué te

169
detiene? ¿Cómo puedes decir la verdad sin rodeos y al mismo tiempo
permanecer en amor y compasión?
Mujeres jóvenes
1. Katia llamó a Rebeca cuando estaba luchando con la tentación moral.
¿A quién llamarías si estuvieras en una situación similar? ¿Tienes
alguna “relación intencional y mutuamente invasiva con amigas que te
dicen la verdad”?
2. Los “cercos” personales y prácticos pueden ser un medio de la gracia
para ayudarte a caminar por la vida con libertad y gozo. ¿Cuáles has
puesto en tu vida para ayudarte a guardar tu corazón y protegerte de
decisiones insensatas e impuras? ¿Necesitas colocar algunos
adicionales?

170
171
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.

Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su p orte; no calumniadoras, no


esclavas del vino, maestras del bien;

que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus


maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador .
TITO 2:1-5, 10

172
CAPÍTULO 10

Una probadita del cielo


Cultivando devoción por el hogar
Amor y labor, hogar y trabajo; estos conceptos necesitan una perspectiva eterna.
CAROLYN McCULLEY

NO FUE NADA SOFISTICADO, PERO FUE UN REGALO MUY DULCE.


Mi esposo y yo nos reunimos en el hogar de nuestros dulces amigos Gaby
y Alex, junto a sus cuatro hijos y otro miembro de la familia una noche. Nos
sentamos a la mesa del comedor para saborear una sopa de pollo y vegetales
y un pan aromático. Conversamos, nos reímos y jugamos a un animado juego
llamado cara o cruz. Luego cerramos la velada con un tiempo de oración
prolongado con todos en círculo. En las paredes de la sala había ilustraciones
originales hermosas que representaban temas bíblicos; esta es tan solo una de
las maneras en que Gaby, que dejó su carrera de consejería matrimonial y
familiar para servir a su esposo e hijos, usa sus dones para adorar a Cristo y
dar testimonio de Él a su familia y sus amigos.
Esta esposa y madre generosa tiene que distribuirse en múltiples tareas
actualmente y hacer malabares para atender las necesidades de su esposo,
hijos pequeños y adolescentes escolarizados en el hogar, padres ancianos, una
hermana con necesidades especiales que está viviendo temporalmente en su
casa y un constante flujo de estudiantes universitarios que encuentran un
refugio bajo su techo cuando están lejos de sus hogares. Y, sin embargo,
intencionalmente ella hace de su hogar un lugar de refugio y hospitalidad.
No suele ofrecer comidas gourmet ni poner la mesa como Martha Stewart.
Lo que ella —junto a su esposo e hijos— ofrece es una extravagancia de
amor, calidez, aceptación, conversaciones profundas y sonrisas. Su casa no es
un ídolo o un fin en sí misma. Es una herramienta, un medio donde mostrar el
evangelio y la gracia de Dios.
Mi amiga les brinda a los que entran por la puerta principal (o por el
garaje) de su casa una probadita del cielo.
Porque ella —como una verdadera mujer de Tito 2— ha desarrollado
devoción por su hogar.
173
Un currículum basado en el hogar
Hagamos una breve pausa para recapitular un poco:
Las ancianas… que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos
y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas,
sujetas a sus maridos… (Tit. 2:3-5).

Pablo realmente dijo grandes verdades cuando delineó este currículum para
el “ministerio de las mujeres” de la iglesia de Creta hace aproximadamente
veinte siglos. Antes de sumergirnos en estas cualidades individuales, me
gustaría hacer algunas observaciones sobre esta lista en su conjunto.
Para empezar, creo que estarías de acuerdo en que esta lista desafía lo que
muchas personas piensan en estos días. Fue radicalmente contracultural en la
época de Pablo, y no lo es menos en nuestros días. Pero aquellas que confían
en la sabiduría de Dios y están dispuestas a nadar contra la corriente de la
cultura para aceptar este llamado eterno, lo verán como un camino de gran
belleza y gozo.
A continuación, merece la pena señalar lo que no incluye esta lista.
Observa, por ejemplo, que Pablo no menciona nada sobre la vida de oración
de las mujeres. No dice nada sobre su conocimiento de las Escrituras o su
fervor evangelístico.
Nuestra vida hogareña, lejos
de ser un compartimento
separado de nuestra vida y
testimonio espiritual, es el
ámbito primordial donde
expresar el amor de Dios y
la belleza del evangelio.
Eso no quiere decir que estos aspectos no sean importantes. Todo creyente,
hombre o mujer por igual, debería procurar y practicar una vida de oración y
conocimiento bíblico, y Pablo lo enfatiza en otras cartas. Pero no son el punto
central de Pablo en este pasaje en particular. Tampoco incluye instrucciones
sobre la vida profesional de la mujer o sus actividades personales y
ministeriales.
174
También es interesante notar que, al parecer, Pablo supone que las
cualidades que está mencionando no vienen naturalmente. Dice que las
mujeres jóvenes necesitan aprender sobre estos importantes aspectos de la
vida. Son cualidades a enseñar y aprender, de una generación a la siguiente.
Y, finalmente, la lista de Pablo nos recuerda la prioridad que Dios le asigna
al hogar. Cuatro de estas instrucciones para las mujeres de la iglesia están
directamente relacionadas con la esfera doméstica:
• amar a nuestro esposo
• amar a nuestros hijos
• ser cuidadosas de nuestra casa
• sujetarnos a nuestro esposo
Y aunque el resto —pureza, bondad, dominio propio— son temas más
amplios, todos son vitales dentro del contexto del hogar y las relaciones
familiares.
Por lo tanto, el mensaje principal de este pasaje es que a Dios le importa lo
que ocurre dentro de las paredes de nuestra casa. Nuestra vida hogareña, lejos
de ser un compartimento separado de nuestra vida y testimonio espiritual, es
el ámbito primordial donde expresar el amor de Dios y la belleza del
evangelio.
El hogar, como Dios lo diseñó, no es una tradición cultural o una cuestión
de conveniencia pragmática. Su propósito es ser una parábola de la historia
redentora en la cual Su intención es restaurar el Paraíso, al establecer su
morada entre los hombres y convertir a los pródigos en hijos e hijas. Los
hogares cristianos están destinados a contar esa historia.
Con esto no quiero decir que aquellas que no se casan o no tienen hijos
están excluidas de esta historia o exentas de cumplir con las
responsabilidades y disfrutar de las bendiciones del hogar.
No, en cierto sentido, el currículum de Pablo basado en el hogar es para
todas nosotras.
Por lo tanto, si estás tentada a saltarte estos capítulos porque no perteneces
al grupo demográfico de “joven esposa y madre”, espero que te quedes
conmigo para ver cómo podemos vivir y adornar el evangelio de Cristo en
nuestro hogar.

No es suplementario
175
Si eres de mi edad, cuando lees la receta de Pablo para las mujeres jóvenes,
podrías imaginar a la generación de los años cincuenta. Y podrías verla como
una buena época: ¡Ah, qué días aquellos…! O podrías horrorizarte ante el
pensamiento: ¿Quedarme en casa para criar hijos, uno tras otro, sin parar?
Sin duda, sería un error idealizar ese período o tratar de volver a otra época.
También sería un error borrar esa porción de las Escrituras como algo
arcaico e irrelevante.
Toda la Palabra de Dios es inspirada y debe tomarse con seriedad.
Debemos esforzarnos por aplicar su verdad eterna a nuestra propia era y
contexto cultural; incluso esa pequeña frase de Tito 2:5: “cuidadosas de su
casa”.
La frase que Pablo usa aquí se traduce un poco diferente en otras versiones
bíblicas. Quienes crecimos con la versión Reina-Valera la recordamos como
“cuidosas de su casa”. Sin embargo, otras versiones dicen:
• “hacendosas en el hogar” [LBLA]
• “a trabajar en su hogar” [NTV]
• “buenas amas de casa” [RVA-2015]
La razón principal de tal diferencia es un desacuerdo en relación con la
palabra compuesta utilizada en el original griego. ¿Lista para una pequeña
lección de lengua? Los manuscritos griegos más antiguos usan la palabra
oikurgós, una palabra compuesta que combina oíkos (“hogar” o “casa”) con
ergos (“trabajo”); literalmente, “una persona no ociosa, que está ocupada en
el hogar y activa en la atención de las tareas domésticas”.
Sin embargo, otros manuscritos utilizan una palabra ligeramente distinta:
oikourós, de oíkos (“casa”) y oúros (“cuidador” o “guarda”).[1] De aquí
obtenemos la traducción “cuidadosas de su casa”, la cual sugiere que se trata
de alguien que cuida del hogar, que custodia los asuntos del hogar.
Algunos estudiosos prefieren la primera palabra como la interpretación más
exacta, mientras que otros se inclinan por la segunda. Felizmente, para
quienes no somos expertas en griego, no tiene mucha importancia. De hecho,
ambas palabras ponen en claro cuál es nuestra misión y nuestro llamado.
Cualquiera que sea el caso, el sentido general de la palabra es el de una
mujer dedicada a su hogar, que tiene devoción por el hogar. Una mujer que
participa activamente de la vida del hogar y cuya responsabilidad es su

176
máxima prioridad.
Hoy día es común que los hogares sean poco más que estructuras físicas
donde las personas descansan su cuerpo por la noche, toman una ducha por la
mañana y luego se dispersan en cientos de direcciones diferentes al comenzar
el día. El reloj marca la hora sobre la repisa de la chimenea, el termostato se
enciende y se apaga para regular la temperatura, el microondas suena
mientras los residentes corren para tomar una infusión y luego volver a salir
corriendo; pero se comparte muy poca vida allí.
Y ese es el mejor de los casos. En el peor de los casos, los hogares están en
absoluto desorden, caracterizados por una activa hostilidad y automática
negligencia. Podrían estar decorados a la última moda y obsesivamente
actualizados con accesorios para la puerta de entrada según cada estación del
año. Sin embargo, las relaciones dentro de las paredes del hogar se
encuentran gravemente fracturadas o, por lo menos, emocionalmente
distantes y poco sinceras.
Y esto —o algo parecido a esto— es lo que muchas mujeres conocen desde
niñas. Este es su concepto de “hogar”.
Entones aquí viene Tito 2 que, en medio de esta realidad desordenada, nos
recuerda que el hogar no es suplementario en nuestra vida “espiritual”. Es
parte inherente de nuestro discipulado y nuestro llamado como hijas de Dios.
Podemos conocer la Biblia de tapa a tapa. Podemos tener a mano toda una
gama de tonos de marcadores, listas para el estudio bíblico. Pero si no
estamos practicando la prudencia en nuestro hogar, si nuestros hijos o
nuestro esposo (o compañeras de cuarto o invitados) no nos describen como
mujeres buenas y amorosas, entonces algo no está bien.
No podemos separar nuestra vida hogareña de nuestra vida cristiana sin
perder algo que es crítico para nuestra relación con Dios y nuestra utilidad
para Su misión en el mundo. Cuando minimizamos el rol de una esposa y
madre o la importancia de establecer y mantener un hogar centrado en Cristo,
que sea un testimonio del evangelio —o aun cuando nuestro objetivo
principal es mantener todo bajo control y en buen funcionamiento—
disminuimos el enorme impacto que nuestra vida hogareña debería causar
para el reino de Dios.
¿Recuerdas la referencia de Pablo en Tito 1 a los falsos maestros que
estaban “[trastornando] casas enteras”? Él no dio detalles sobre lo que estas
personas estaban diciendo, pero sí indicó que lo estaban haciendo por
177
“ganancia deshonesta” (v. 11). Probablemente, eso significa que su
enseñanza era muy popular. Tenía gran aceptación. Así que es posible
imaginar, por lo que leemos, que algo de lo que estos individuos enseñaban
estaba subvirtiendo el diseño de Dios para las familias.
Vemos que hoy sucede lo mismo. A una mujer joven, cuyo principal
interés es ser una esposa y una madre piadosa —en oposición, por ejemplo, a
una terapeuta física o a una arquitecta— se la trata como si no tuviera cerebro
o ninguna ambición.
Hace varios años, el anuncio de que un seminario evangélico líder planeaba
ofrecer una licenciatura en humanidades con énfasis en el hogar no causó
mucho revuelo. Un pastor respondió a ese anuncio en su blog y caracterizó el
programa de grado como “frívolo y ridículo”. Este pastor escribió: “Un título
de seminario en la cocción de galletas es tan útil como una maestría en
divinidades con énfasis en la reparación de automóviles”.[2]
A la luz de tales actitudes y suposiciones, incluso entre las mujeres
cristianas, ¿qué debemos hacer con el hecho de que la Palabra incluye ser
“cuidadosas de su casa” en el currículum básico para la formación de mujeres
jóvenes? Una mirada retroactiva a la historia del trabajo y el hogar puede
arrojar luz sobre el tema.
Realidades antiguas y perspectivas modernas
Durante más tiempo del que tú y yo hemos estado vivas, por lo general, ha
habido una clara división entre lo que ocurre en el trabajo y lo que sucede en
casa. La mayoría de las personas que “trabaja” se levanta, sale de su casa y va
a otro lugar (la esfera pública) donde realiza las tareas por las cuales recibe
un pago antes de regresar a su hogar (la esfera privada), gasta su sueldo y
empieza el proceso otra vez.
Pero este modelo, ahora conocido, es relativamente nuevo. Antes de la
Revolución industrial, que abarcó los siglos XVIII y XIX, no existía tal
separación entre el trabajo y el hogar. El hogar era el motor económico de la
sociedad, un lugar de productividad. Las familias —hombres, mujeres y
niños— se unían para producir bienes que hicieran posible satisfacer sus
necesidades y les permitieran suplir otras necesidades. Ambos, el hogar y el
trabajo que se realizaba en él, se consideraban esenciales y de inmenso valor.
Lejos de degradar a las
178
mujeres, Pablo acogía
la participación y la
colaboración de estas
y otras mujeres en el
ministerio del evangelio.
Para el siglo XX, sin embargo, todo eso había cambiado. En lugar de ser un
lugar de productividad —donde todos ponían el hombro—, el hogar se
convirtió en un lugar de consumo. Hoy día decoramos nuestra casa de manera
que exprese nuestra personalidad y estilo únicos. La mostramos en Pinterest e
Instagram para que otros puedan admirarla. Pero, en su mayor parte, nuestro
“trabajo” y nuestro hogar tienden a correr por rieles separados. Y en general,
la esfera pública —el mercado donde se paga por las labores propias— se ha
convertido en un ámbito más valorado. La esfera privada —los hogares que
son los puestos de avanzada para cultivar matrimonios amorosos, para
disciplinar y educar a los hijos, para cuidar a los miembros discapacitados o
ancianos de la familia y para ofrecer hospitalidad y cuidado a amigos y
vecinos— ha sido devaluada.
Para el mundo, así como para las propias mujeres, el sentido de identidad y
estatus proviene del trabajo productivo que realizan fuera del hogar, trabajo
por el cual reciben una compensación financiera. Y se le confiere menos
estatus a la labor doméstica diaria, que no se recompensa monetariamente. La
división entre la esfera privada y la pública ha provocado un aumento de
debates acalorados (piensa en la “guerra de las madres”) sobre el lugar de las
mujeres y el significado del hogar.
Sin embargo, cuando Pablo exhortó a las ancianas a enseñar a las mujeres
jóvenes a ser “cuidadosas de su casa”, él estaba viviendo en un contexto
totalmente distinto a nuestra era posrevolución industrial. Es importante que
entendamos esto para evitar interpretar pasajes como Proverbios 31 y Tito 2
solo a través de la lente de nuestro contexto cultural moderno.[3]
A nuestra perspectiva del siglo XXI, podría parecer que, al instar a las
mujeres a ser hacendosas en su hogar, Pablo estaba rebajando su valor y
estaba dando a entender que eran menos importantes que los hombres porque,
después de todo, el “trabajo doméstico” no remunerado no es tan importante
como el trabajo realizado en el mercado laboral (la esfera pública).
Podríamos concluir que Pablo no estaba alentando a las mujeres a colaborar
179
con su iglesia, comunidad o cultura.
Pero eso sería malinterpretar la intención de este mandato.
Lejos de degradar a las mujeres, Pablo era realmente progresista para su
época y su cultura. Llamó a las mujeres cristianas a estar determinadas a
poner su cabeza, su corazón y sus manos al servicio del evangelio. El apóstol
trabajaba con Priscila y su marido en su negocio de fabricación de tiendas.
Recuerda que su ministerio en Filipos recibía el sostenimiento de los
prósperos negocios de Lidia. Pablo acogía la participación y la colaboración
de estas y otras mujeres en el ministerio del evangelio (ver Ro. 16:1-16) y
nunca menospreció su trabajo o sus contribuciones. Más bien, las alentó a
utilizar sus habilidades y maximizar sus bienes para el avance del reino de
Dios.
Al meditar y reflexionar en Tito 2 a la luz de las Escrituras, he llegado a
creer que, cuando Pablo instruye a las mujeres a ser “cuidadosas de su casa”,
no está implicando algunas de estas cosas:
• No estaba mandando a las mujeres a trabajar solo en casa o que el
hogar fuera su única esfera de influencia o inversión. No está diciendo
que sus actividades domésticas deben ser su único objetivo o que su
hogar requiere atención las veinte y cuatro horas del día, los siete días
de la semana, en todo momento.
• No está diciendo que las mujeres son las únicas responsables de hacer
todo el trabajo del hogar o que es inapropiado que los hijos, el marido
y otros la ayuden.
• No está prohibiendo que las mujeres realicen tareas fuera del hogar o
que reciban una compensación económica por ese trabajo.
• No está implicando que las mujeres no tienen lugar en la esfera pública
o que no deben colaborar con su iglesia, comunidad o cultura.

Entonces, ¿qué quiere decir Pablo en este pasaje, y qué implican sus
palabras para las mujeres cristianas?
Para comenzar, la frase “cuidadosas de su casa” pone en claro que las
mujeres deben trabajar. Deben estar productivamente ocupadas. No deben
ser como las jóvenes viudas de Éfeso a quienes Pablo se refirió en su carta a
Timoteo como: “ociosas… chismosas y entremetidas, hablando lo que no
debieran” (1 Ti. 5:13). En cambio, deben vivir honorablemente y ejecutar con
180
fidelidad cualquier tarea que Dios les haya encomendado.
Como hemos visto, el hogar en los días de Pablo (y en la mayoría de las
épocas previas a la nuestra) era un lugar de trabajo y una unidad de pequeños
negocios de la economía local. Y, dentro de este sistema, era importante que
las mujeres fueran productivas y no ociosas. Aunque nuestros hogares del
siglo XXI no son los centros de productividad que alguna vez fueron, toda
mujer que teme al Señor es aquella que:
Considera los caminos de su casa, y no come el pan de balde (Pr. 31:27).

La traducción alternativa “cuidadosas de su casa” resalta la importancia de


preservar y priorizar nuestro hogar. Como hemos visto, eso no significa
necesariamente que esta sea la única prioridad, o la número uno en todo
momento, sino: “¡no dejar de cumplir con nuestras responsabilidades!”.
La instrucción del apóstol afirma que el trabajo que hacemos en casa
importa no solo para nosotras mismas y nuestras familias, sino para la
comunidad en general y la causa del evangelio. Pablo no nos está llamando
solo a decorar nuestra casa a gusto y a acomodarnos en ella. Como mi amiga
Carolyn McCulley nos recuerda, nuestro trabajo en casa es “una labor de
amor en conjunto con nuestro Creador para el beneficio de otros”.[4]
Aunque nuestra cultura no valide la importancia de este trabajo, Dios lo
valora. Y aunque no recibamos ninguna recompensa tangible por este trabajo,
Dios nos recompensará. El trabajo que hacemos en nuestro hogar tiene un
valor eterno. De modo que Pablo está siendo estratégico para el evangelio
cuando les dice a las mujeres: “No cumplan con negligencia lo que tiene
importancia eterna”.
Este pasaje también implica que las “mujeres jóvenes” —es decir,
mujeres en la etapa de vida de la crianza de los hijos— tienen la clara
responsabilidad de priorizar sus hogares e hijos. Esto no quiere decir que el
hogar y los hijos no importan en otras etapas o que las mujeres sin hijos o no
casadas no necesitan preocuparse por su hogar, sino que ninguna mujer (ni
hombre) pueden tenerlo todo; todos tenemos que tomar decisiones. Y las
mujeres jóvenes con hijos necesitan tener especial cuidado y no permitir que
otras actividades —incluso las buenas— no les hagan descuidar a sus hijos y
sus hogares.
Hoy día parece ser la norma más que la excepción, que las mujeres estén
181
crónicamente abrumadas con horarios saturados y sin margen. Ahora bien,
estar ocupadas no es necesariamente algo malo; Jesús mismo trabajó
incansablemente y tuvo días llenos de actividades. Pero, en mi experiencia
personal, gran parte del estrés y la presión es el resultado de tratar de hacerme
cargo de actividades y responsabilidades que compiten con mis compromisos
fundamentales y mis prioridades para esa etapa (o ese momento).
Periódicamente, necesitamos presionar el botón de pausa y preguntarnos si
sería mejor posponer esas actividades (trabajos, pasatiempos, incluso
participación en el ministerio) para otro momento cuando las podamos
emprender sin violar otras responsabilidades que Dios nos ha encomendado.
Como las Escrituras nos recuerdan: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se
quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ec. 3:1).

Una cuestión de prioridad


Entonces, ¿tener devoción por el hogar significa que cada mujer tiene que
moler su propio trigo y hornear su propio pan? ¿Almacenar en su despensa
frutas y vegetales en conserva, cosechados de su propia huerta (orgánica)?
¿Tejer una manta para el sillón de su marido? ¿Colocar aplicaciones de arte
en las paredes de los dormitorios de sus hijos?
He escuchado a mujeres burlarse y exagerar tales estereotipos de
actividades “domésticas” como una manera de desechar —y, por lo tanto, no
comprender— la idea principal.
Lo que importa —sobre todo para las mujeres casadas y las madres— no es
cómo se ve el hogar de una mujer o lo que hace allí, sino si le está dando la
debida prioridad. ¿Está cumpliendo el llamado que Dios le dio en su hogar y
en la vida de su esposo e hijos? ¿Les está dando más que las sobras de su
tiempo y atención? ¿Está poniendo su corazón y su mejor esfuerzo en estas
vidas inestimables? ¿Está siendo diligente, productiva e intencional en el
cuidado y la supervisión de su hogar y en el cumplimiento de las necesidades
de su familia?
No existe ninguna metodología única, igual para todas, de cómo funciona.
Tener devoción por el hogar será diferente para cada mujer, según la
configuración y las circunstancias particulares de su familia y lo que mejor se
adapte a sus necesidades en cada etapa de la vida.
Tengo amigas y conocidas que han decidido ser “cuidadosas de su casa” a
tiempo completo, al menos mientras están criando a sus hijos. Esta decisión a
182
menudo requiere un gran sacrificio, pero quienes están dispuestas y logran
hacerlo obtienen muchos beneficios y bendiciones potenciales.
Recientemente tuve una conversación fascinante con Ana, una hermosa y
encantadora joven de veintidós años que reflexionó sobre su crianza. Su
madre, una profesora de gimnasia y entrenadora de baloncesto, se dedicó a su
casa cuando Dios le concedió la bendición de tener hijos con su esposo. “No
teníamos televisión por cable y no salíamos mucho a comer —me dijo esta
hija—, pero no sufrimos. Creo que fue mejor para nosotros de esta manera”.
Me contó que su madre había participado de varios tipos de actividades,
relaciones y ministerios en el vecindario y en la iglesia.
Ahora que los hijos han crecido, la madre de Ana consideró la posibilidad
de volver a trabajar fuera de la casa. Pero, al orar por esta decisión, se dio
cuenta de que limitaría su flexibilidad y disponibilidad. Ahora es libre de
ayudar a sus padres ancianos con las necesidades médicas imprevistas que
están comenzando a surgir. Dirige estudios bíblicos, ayuda a los vecinos con
la jardinería y está disponible para bendecir de muchas maneras prácticas a
aquellos que la rodean.
No conozco a esta madre, pero veo su reflejo en su hija, una joven
profundamente cariñosa que ama y sirve al Señor y a los demás, y espera
seguir los pasos de su mamá. Y veo gran valor en la decisión de la madre de
Ana de dedicar su principal atención y esfuerzo a ser una “cuidadosa de su
casa”. Tal elección debería contar con el apoyo y la aprobación de todos.
Muchas mujeres como ella, que renuncian a un empleo remunerado, se
dedican a un trabajo que, no obstante, es de gran valor eterno para el Reino:
trabajos como cuidar de los hijos, servir a los pobres, enfermos y necesitados,
ofrecer hospitalidad y servicio voluntario a las escuelas y la iglesia.
Dicho esto, también podría presentarte a otras mujeres que, por varios
motivos, decidieron trabajar fuera del hogar, pero no por eso dejaron de sentir
devoción por su hogar. Algunas tienen un trabajo regular de nueve de la
mañana a cinco de la tarde. Otras encontraron distintas maneras de contribuir
al bienestar financiero de su familia. Estoy pensando en:
• madres que dirigen un pequeño negocio de limpieza en el cual pueden
integrar a sus hijos.
• mujeres que trabajan desde su hogar y dan lecciones de piano, hacen
arreglos de ropa, ofrecen servicios contables y servicios de guardería.
183
• una madre soltera que trabaja incansablemente para solventar sus
gastos y mantener a sus hijos adolescentes; pero cuyo negocio le
permite establecer su propio horario para poder estar con sus hijos
tanto como le sea posible. (Desde que su esposo la dejó, ha vivido en el
hogar de miembros cercanos de su familia, que han sido como una
“familia” para sus hijos).
• una colega, cuyo esposo fue diagnosticado con un caso severo de
demencia temprana a los cuarenta años, que hace malabares para
cuidar de él y atender un trabajo por cuenta propia para solventar sus
necesidades financieras.
• mujeres que han trabajado arduamente para mantener a su familia
durante el encarcelamiento de su esposo mientras se esforzaban por
pastorear el corazón de sus hijos en la ausencia de un padre en casa.
• mujeres que trabajan junto a su esposo en empresas familiares y
organizan sus horarios de tal manera de poder atender las necesidades
de sus hijos, nietos y padres ancianos.
• dos enfermeras que trabajan dos o tres turnos por semana y se
intercambian el cuidado de los hijos entre ellas.

¿Es la vida un acto de malabares para estas mujeres? Absolutamente.


¿Alguna vez pierden ellas su equilibrio y sienten que sus prioridades están
totalmente desordenadas? Sin duda. Pero cada una tiene devoción por su
hogar. Y cada una le está pidiendo al Señor sabiduría para tomar las
decisiones que lo honren de la mejor manera en sus circunstancias actuales.
Disminuiremos el impacto
de nuestro ministerio como
creyentes si permitimos
que el hogar se convierta
en una idea secundaria.
Me doy cuenta de que hay gran cantidad de mujeres que sienten que no
tienen otra opción que trabajar fuera de su casa y organizarse de esa manera.
Vivimos en un mundo convulsionado, donde la situación no siempre es la
ideal y las decisiones no siempre son fáciles. No hemos sido llamadas a
determinar o decidir las opciones específicas de la vida, la familia o el trabajo

184
de otros. Pero no podemos escapar del hecho de que hemos sido llamadas a
tener devoción por nuestro hogar, de reconocer el valor inestimable y la
importancia estratégica de la inversión eterna que estamos haciendo allí.
Insisto en que este funcionamiento podría cambiar según las diferentes
etapas y los cambios en la vida de una mujer. Puede haber etapas cuando la
mujer podría tener que hacer frente a actividades extensas fuera de su casa sin
descuidar la prioridad de su hogar. Ser “cuidadosa de su casa” es diferente
para mí hoy que durante mis décadas como mujer soltera. Será diferente para
una madre con preescolares que para una mujer, cuyos hijos ya se fueron del
hogar, o para una viuda mayor. Nuestras responsabilidades pueden cambiar,
nuestro control sobre nuestro tiempo y horario puede ser mayor o menor que
el que hayamos tenido en otras etapas de la vida.
Sin embargo, independientemente de las circunstancias o la etapa de la
vida, el hogar es importante para nosotras, las mujeres. Y disminuiremos el
impacto de nuestro ministerio como creyentes si permitimos que el hogar se
convierta en una idea secundaria o si resistimos el llamado de Dios a ser
trabajadoras y cuidadosas del hogar.

Cuando no oyes el llamado al hogar


No creo que sea una coincidencia que a la mujer adúltera de Proverbios 7 se
la describa como “rencillosa; sus pies no pueden estar en casa” (v. 11).
Debido a su negligencia en cumplir con la prioridad que Dios le ha
encomendado de su matrimonio y su hogar, es más vulnerable a la tentación
y a deshonrar al Señor.
Ese fue el caso de una amiga cuyo desdén por su propio hogar casi le costó
su matrimonio. En un intercambio de correos electrónicos, Elena me contó
que su perspectiva de los “quehaceres domésticos” había estado equivocada
desde que era niña:
La pura mención de la palabra “domesticidad” prácticamente me erizaba
la piel. Me imaginaba una vida de aburrimiento, monotonía, ingratitud,
incluso esclavitud. Desde luego, no era algo que alguna vez había
concebido hacer, mucho menos desear.
Aunque mi mamá y mis dos abuelas fueron “amas de casa”, nunca fui
testigo del gozo y la libertad que ese llamado podía producir en una
mujer. Lo que recuerdo ver era un servicio hecho por obligación, sin
185
deleite en servir. Mi madre fue una pésima ama de casa, que limpiaba
solo cuando la suciedad era insoportable, lavaba los platos sucios solo
cuando eran más que los limpios y lavaba la ropa sucia solo cuando nos
quedábamos sin ropa limpia…
Cuando Jorge y yo nos casamos, todavía tenía esta idea malformada en
mi mente… No disfrutaba en servir ni cuidar de nuestro hogar. Sí
recuerdo intentarlo, pero solo por el sentido del deber, en lugar de
hacerlo con un corazón que se deleitaba en servir al Señor y bendecir a
mi esposo.

Cuando su hija tenía alrededor de siete años, le preguntaron a Elena si


estaría interesada en ayudar a tiempo parcial en un ministerio local. Ansiosa
por escapar de la frustración que experimentaba en su casa y de encontrar
otra vía de escape para su energía, rápidamente aceptó la oportunidad. Eso
sería grandioso.
“Instantáneamente me enamoré de mi trabajo —escribió—. Solo trabajaba
mientras mi hija estaba en la escuela, así que el horario era perfecto. Pero
había veces que, de hecho, me molestaba tener que dejar de trabajar para ir
buscarla a la escuela o tener que quedarme en casa con ella cuando se
enfermaba”.
A medida que pasaba el tiempo y su hija crecía, “el ministerio se convirtió
en mi vida —escribió—. Me quedaba a trabajar cada vez más horas, incluso
en mis días libres. No le daba importancia a pasar tiempo con mi esposo, a
ayudar con la preparación de la comida o lavar la ropa. Él hacía todo por sí
mismo. Y yo pensaba que estaba haciendo exactamente lo que debía hacer…
lo que me encantaba hacer”.
¿Percibes la seducción aquí? ¿La has sentido tú misma? ¿Puedes ver las
justificaciones que llevaron a Elena a pasar por alto las necesidades de su
esposo e hija, a ignorar las señales de advertencia de que la relación con ellos
se estaba deteriorando, mientras dedicaba toda su atención a otras tareas y
relaciones que disfrutaba más… todo bajo el disfraz de servicio cristiano?
Llegó el día cuando el apacible y complaciente esposo de mi amiga dijo
basta. Ella escribió:
Jorge se cansó de sentirse usado y de mi maltrato y desatención, y buscó
otra mujer que —por lo menos en ese momento— parecía disfrutar de
186
estar con él y complacerlo, y a él le gustaba eso.
Y, así de repente, Jorge se fue a los brazos de otra mujer. Por supuesto,
Elena estaba desolada. Había pensado que estaba haciendo lo que Dios
quería. Para la mayoría de la gente, ella era la “parte inocente” en este
matrimonio destruido. Pero, durante los meses siguientes, sus ojos
comenzaron a abrirse y ver de qué manera había derribado su casa en vez de
edificarla (Pr. 14:1). Sin excusar las decisiones pecaminosas de su esposo,
comenzó a aceptar su responsabilidad de haber desvalorizado y descuidado a
su esposo, su hija y su hogar.
El mensaje central de la
cruz, es el Señor Jesús que
abre Sus brazos de par en
par y nos dice: “Quiero que
vengan a Casa conmigo”.
Cuando edificamos un
hogar donde otros pueden
crecer y recibir atención,
manifestamos el corazón
y el carácter de Dios.
A través de una obra milagrosa del Espíritu en el corazón de ambos, Jorge
y Elena finalmente se reconciliaron. Dios les dio el don del arrepentimiento y
un nuevo conjunto de prioridades. A los cuarenta años de edad comenzaron a
edificar la relación y el hogar que Dios había destinado que establecieran y
disfrutaran años antes.
No obstante, solo piensa lo que se perdieron durante esos años cuando el
corazón de ambos estuvo lejos del hogar.
No te pierdas la enseñanza aquí. El mensaje de la historia de Elena no es la
importancia de cocinar y lavar ropa para la familia. No es una advertencia en
contra de participar de un trabajo o ministerio fuera del hogar. Es solo un
recordatorio de que, en la economía de Dios, se pierde algo vital cuando
descuidamos nuestro llamado al hogar.
El desdén de Elena por los aspectos prácticos de las tareas domésticas fue
sintomático de problemas del corazón más profundos. Necesitaba volver al
187
corazón de Dios y pedirle sabiduría para saber cómo ser una mujer cuidadosa
de su casa y así servirlo y servir a los demás.
Al fin y al cabo, lo que todas necesitamos hacer.

Un objetivo grande y glorioso


¿Alguna vez has pensado en el hecho de que Dios mismo es cuidadoso de su
casa? En Salmos 68:5-6 se le llama “Padre de huérfanos y defensor de
viudas”, que “hace habitar en familia a los desamparados”. El Salmo 113:9 se
expande sobre el tema y nos recuerda que Dios…
… hace habitar en familia a la estéril, que se goza en ser madre de hijos.
Jesús también es cuidadoso de su casa. “Voy, pues, a preparar lugar para
vosotros”, les dijo a sus discípulos en la víspera de Su traición. “Vendré otra
vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también
estéis” (Jn. 14:2-3).
El mensaje central del evangelio, el mensaje central de la cruz, es el Señor
Jesús que abre Sus brazos de par en par y nos dice: “Quiero que vengan a
Casa conmigo”.
Y cuando edificamos un hogar donde otros pueden crecer y recibir
atención, donde se sienten acogidos, amados y cuidados, manifestamos el
corazón y el carácter de Dios.
Cuando ordenamos el desorden de los juguetes esparcidos y las estanterías
de la despensa, o cuando iluminamos un rincón sombrío de la habitación con
un arreglo de flores o una nueva decoración de otro color, reflejamos a Aquel
que creó el mundo a partir de un vacío sin forma. Damos testimonio del
Creador y les mostramos a quienes viven con nosotros o nos visitan una
muestra tangible de Su belleza.
Cuando preparamos comidas deliciosas y nutritivas para nuestra familia,
les mostramos Quién alimenta a aquellos que están hambrientos y satisface
las almas cansadas y sedientas. Estimulamos su apetito no solo por sus platos
y postres favoritos, sino también por Aquel que suple todas las cosas para que
ellos las puedan disfrutar.
Cuando nos aseguramos de que los armarios y las cómodas de nuestros
hijos contengan ropa que les queda bien y suplan sus necesidades,
proyectamos una faceta de la fidelidad de Dios: Él no solo satisface nuestras

188
necesidades físicas, sino que también nos viste de Su justicia.
Esta relación puede no ser inmediatamente obvia para nuestra familia.
Podríamos no estar conscientes de ello tampoco. Pero lo que Dios puede
hacer en el corazón de nuestro esposo y nuestros hijos e incluso compañeras
de cuarto, al realizar las labores metódicas, gráciles, creativas y musculares
de nuestro hogar, es mucho más significativo de lo que parece a primera
vista.
El ambiente acogedor que ofrecemos a nuestros familiares y amigos, los
mandados que realizamos, las salidas que planificamos, el cuidado que
brindamos en tiempos de enfermedad y los esfuerzos que llevamos a cabo
para promover el bienestar, cada una de estas acciones cotidianas y miles de
otras revelan en minúscula escala un aspecto de la naturaleza de Dios. Las
tareas a menudo tediosas y triviales de los quehaceres domésticos se
convierten en actos de adoración, nuestras acciones comunes y corrientes son
obras de arte.
Este es el objetivo de todo nuestro “trabajo” y “cuidado” del hogar, una
probadita del cielo que podemos ofrecer a nuestro marido, nuestros hijos,
nuestros vecinos, nuestras compañeras de cuarto y nuestros invitados. Con
cada acto de planificación y cuidado demostramos una realidad superior y
definitiva. Ofrecemos un anticipo de las cosas de arriba. Así como Jesús
anunció su promesa de un hogar celestial como una manera de que nuestro
“corazón” no se “turbe” (Jn. 14:1), nuestro esfuerzo en crear un ambiente
hogareño agradable puede traer paz a los que viven allí o nos visitan incluso
como un anticipo de su hogar celestial eterno.
Mi amiga Jani Ortlund lo expresa de la siguiente manera:
Nuestros hogares, por más imperfectos que sean, deberían ser un reflejo
de nuestro hogar eterno, donde las almas turbadas encuentren paz, los
corazones cansados encuentren descanso, los cuerpos hambrientos
encuentren refrigerio, los peregrinos solitarios encuentren compañía y
los espíritus heridos encuentren compasión.[5]
El ministerio del hogar no es un llamado insignificante.
Y no, no estoy tratando de dar glamour al trabajo de fregar la unión de
cemento de los azulejos con un cepillo de dientes o de sacar un trozo de carne
de seis kilos de su envoltorio ensangrentado o de tratar de seleccionar una de

189
las doce variedades de destapa cañerías en la sección de plomería. ¡No creo
que haya algo que pueda añadir glamour a tareas como esas! En mi
experiencia, casi cualquier trabajo, no importa cuán impresionante sea su
título, requiere una medida de trabajo pesado, y el trabajo en el hogar no es la
excepción. Sin embargo, las tareas que conlleva ser “cuidadosas de su casa”
(¡incluso el trabajo pesado!) ofrecen importantes oportunidades de invitar la
realidad del cielo a la vida de aquellos que más nos importan.
La “mujer virtuosa” descrita en Proverbios 31 es quizás el ejemplo bíblico
más conocido de una mujer que ofrece una probadita del cielo en su hogar. Y
es bastante impresionante: se levanta antes del amanecer para dar de comer a
su familia, confecciona la ropa que su esposo y sus hijos necesitan, es un
ejemplo de diligencia y buena planificación, se ocupa de que su familia esté
preparada para hacer frente a las inclemencias del invierno. En resumen:
“Considera los caminos de su casa, y no come el pan de balde” (v. 27).
Esta mujer tiene corazón de sierva y atiende conscientemente las
necesidades prácticas de su familia y su hogar. No viene mal —sino que
ayuda— que además sea sabia en las finanzas y experta en los negocios que
administra. En definitiva, su vida proyecta una luz sobre el Dios a quien ella
teme y ama.
Mi propia madre personificaba este ideal de muchas maneras. Ella y mi
padre no solo eran padres primerizos cuando yo llegué como su primera hija
(¡nueve meses y cuatro días después de su boda!), sino que también eran
creyentes relativamente nuevos. Tenían mucho que aprender. Pero el Señor
les dio la sabiduría y la gracia que ellos necesitaban.
Fuimos siete hijos en total; los primeros seis nacieron en los primeros cinco
años de su matrimonio. De modo que la tarea de planear, administrar y
controlar el alboroto de la vida y el ministerio en el hogar de la familia
DeMoss no era para débiles. Y aun así, mi madre manejaba todo esto y más
con una gracia excepcional. Ella servía a su familia y a su Salvador gracias a
su devoción por nuestro hogar. Y un sinnúmero de personas encontraron a
Jesús en ese hogar, a través de la compasiva hospitalidad y el testimonio del
evangelio que mis padres ofrecían.
Mi madre trabajó esforzadamente para crear una atmósfera que reflejara la
belleza de Dios, Su orden y Su corazón misericordioso y acogedor en nuestro
hogar. Al hacerlo, nos permitió probar un poco del cielo en nuestro corazón.
Eso es lo que puede suceder cuando las mujeres se consagran a su
190
matrimonio, su familia y su hogar. Ese es el tipo de impacto que podemos
causar cuando nuestra vida refleja la importancia y el valor del hogar.

Volvamos al hogar
“Pero mi madre no me enseñó estas cosas —he oído a mujeres jóvenes
lamentarse—. No sé cómo hacer muchas de estas cosas”. Sí, y para nuestro
desconcierto, no hay un manual de entrenamiento que nos regalen cuando
cumplimos veintiún años, que de repente nos conceda el conocimiento
doméstico que las mujeres de este grupo demográfico deben tener.
Es precisamente por eso que Pablo sabiamente delegó esta instrucción de
ser “cuidadosas de su casa” a las ancianas con años de experiencia en el
hogar. Tales mentoras pueden acercarse a las mujeres más jóvenes y darles
lecciones prácticas para el cuidado de su hogar y, más importante, para
transformar su hogar en un refugio de paz, contentamiento y gozo, y una base
de operaciones para el crecimiento y la fructificación espiritual.
En manos de una mentora que le enseñe, la esposa joven puede aprender
que cuando se esfuerza en mantener su casa ordenada, fomenta una atmósfera
confortable que la bendice a ella y a los que viven allí.
A través del aporte gentil de una madre veterana, una joven madre que se
siente abrumada, desanimada o deprimida, incluso casi disfuncional, puede
recuperar su confianza inestable. Puede descubrir cómo servir a su familia sin
sucumbir al caos y las expectativas poco realistas.
Bajo la tutela de una mentora que infunde aliento, una chica universitaria
puede comenzar a ver su apartamento o su cuarto como un lugar de belleza
potencial y hospitalidad cristiana en vez de un lugar donde dormir o un cesto
de lavandería sofisticado.
Seguramente, esto es lo que Pablo estaba imaginando cuando instruyó
​ a las
ancianas a interesarse personalmente en sus hermanas e hijas más jóvenes en
la fe. Él quería ver una transferencia de habilidades para la vida cotidiana, así
como de una perspectiva espiritual, que pasara de una generación a la otra.
Quería abrir nuevas puertas de acceso donde el evangelio pudiera entrar y
tomar el control. Quería ver a la iglesia prosperar y dar testimonio de la
fuerza y la unidad que existe cuando el pueblo de Dios se une en la desafiante
carrera de la vida. Y, en pocos lugares (si los hay), la dinámica de Tito 2
produce un impacto más duradero que cuando se practica en los hogares y las
relaciones familiares.
191
Habiendo estado soltera por muchos años, quiero añadir que, dentro del
contexto de la familia de Dios, los límites del “hogar” incluyen más (no
menos) que los miembros biológicos de la familia. Esto significa que todas y
cada una de nosotras podemos compartir las responsabilidades y las
recompensas de integrar y cuidar un hogar.
Infinidad de veces he experimentado el gozo de ser invitada al hogar de
otras personas y de encontrar allí los dones de la amistad, la gracia, la paz, el
aliento, la edificación de mi cuerpo y alma, y toneladas de risas. He
encontrado dulce consuelo y oración en la sala de una amiga cuando me
sentía desalentada o llevaba una carga demasiado grande para soportarla sola.
He recibido el sabio consejo de mentoras piadosas. He encontrado una
familia.
También he tenido el gran gozo de abrir mi corazón y mi hogar a otras
personas durante la mayor parte de mi vida como mujer soltera:
• al hacer tartas de calabaza o decorando casas de jengibre en mi cocina
con niños cuyos padres tenían una cita.
• al ordenar pizza para una reunión espontánea de algunas familias
cercanas.
• sentada en el sofá, mientras escuchaba a una mujer abrirme su corazón
sobre un pecado secreto que nunca le había contado a nadie.
• al llorar arrodillada junto a una pareja que estaban echando a perder su
matrimonio por una infidelidad.
• como anfitriona de reuniones semanales de estudios bíblicos con café y
pasteles dulces.
• como anfitriona de recepciones de boda en el patio trasero de mi casa.
• con mi casa llena (realmente, llena) para festejar la llegada del Año
Nuevo con compañerismo, conversaciones, alabanza y adoración
• al abrir mi hogar durante una temporada para una pareja de recién
casados o una familia de misioneros en licencia o a una pareja de
ancianos cuyo aire acondicionado había dejado de funcionar en pleno
mes de julio.
Solo pensar en lo que han significado cada una de esas ocasiones a lo largo
de los años, dibuja una sonrisa en mi rostro.
¿Alguna vez ha significado estrés, cansancio y gasto adicional?

192
Desde luego.
¿Toda esa actividad e interacción alguna vez fue abrumadora para esta
mujer introvertida?
Sin duda.
¿En algunos momentos me ha molestado el desorden que otros
ocasionaron, así como el deterioro y los rayones en mis “cosas”?
A decir verdad, sí.
¿Pero valió la pena todo eso?
¡Mil veces, sí!
Allí es donde se han forjado amistades profundas y enriquecedoras. Allí es
donde las vidas —tanto la mía como la de mis invitados— han sido
moldeadas. Allí es donde he adquirido padres, hermanos, hijos y nietos
“adoptivos”. Allí es donde hemos crecido, compartido, llorado, arrepentido,
dado y recibido gracia, y nos hemos regocijado al celebrar a Cristo juntos.
En casa.
Algo santificador ocurre cuando estamos cumpliendo la misión que Dios
nos ha encomendado en cualquier etapa de la vida que estemos viviendo.
Cuando estamos enfocadas en el lugar y el rol que Él nos ha asignado,
nuestra mente está protegida del engaño, nuestro corazón está protegido de la
distracción, y nuestros pies, de descarriarnos.
Cuando el caos desorganizado es la norma, cuando estamos en demasiadas
ocupaciones a la vez y cuando siempre estamos furiosas, crónicamente
frustradas y de mal humor, algo está fuera de orden en nuestras prioridades.
A todas nos sucede. Pero no podemos seguir de esa manera indefinidamente
y esperar permanecer cuerdas y espiritualmente fuertes.
El apóstol Pablo no pudo habernos dicho eso hace tantos años.
¡Sin embargo, nos lo dijo!
En lugar de pensar
melancólicamente si tu
vida fuera diferente o si
estuvieras en otra etapa
de la vida, acepta tu
realidad actual y llamado
como un don de Dios.

193
Entonces, ancianas, es tiempo de poner en buen uso toda esa sabiduría
adquirida con esfuerzo y la experiencia que has acumulado al atravesar esas
etapas desafiantes de la vida. Toma a una mujer más joven de la mano,
ayúdala gentilmente a hacer frente a las demandas contrapuestas de su vida;
ayúdale a ver el valor de cultivar una devoción por su hogar. Y, cuando se
sienta abrumada o fracasada, ayúdale a fijar sus ojos en Cristo y anímala a
escuchar Su voz en medio del fragor de la lucha. Procura estar dispuesta a
entrar en acción y enseñarle las habilidades prácticas que necesita para
edificar una casa que honre al Señor. Recuérdale que esas fastidiosas labores
interminables en su hogar realmente importan. Ayúdala a ver que lo que ella
está haciendo puede ofrecer a otros una probadita del cielo.
Y, mujer joven, agradécele a Dios por esa mujer que ha estado durante más
tiempo que tú en el camino. Deja que Dios la use para animarte, apoyarte y
enseñarte; y aprende bien, porque, cuando menos lo esperes, te llegará el
turno de tomar una mujer joven bajo tus alas para ayudarle a cultivar
devoción por su hogar. Mientras tanto, en lugar de pensar melancólicamente
si tu vida fuera diferente o si estuvieras en otra etapa de la vida, acepta tu
realidad actual y llamado como un don de Dios.
Así es como todas volvemos al hogar, a lo que importa.

Reflexión personal
Ancianas
1. Ser cuidadosa de tu casa o ama de casa puede ser diferente en las
distintas etapas de la vida. ¿Cómo es para ti en esta etapa de tu vida?
¿Cómo era para ti en años anteriores?
2. ¿Qué conocimientos y habilidades prácticas has aprendido en el
cuidado de tu hogar que podrías enseñar a una mujer joven para
animarla a hacer de su hogar un lugar de trabajo y ministerio
fructífero?
3. Pídele al Señor que ponga a una mujer joven en tu corazón que
necesite y desee recibir estímulo, enseñanza o ayuda práctica para su
hogar. Pídele que te ayude a estar alerta y sensible a las oportunidades
de servir de esta manera.
Mujeres jóvenes

194
1. ¿De qué maneras puedes manifestar el evangelio y el corazón de
Cristo a través de tu devoción por el hogar?
2. Ser un ama de casa piadosa no se trata de dar glamour a las tareas
triviales, sino de aprovechar cada oportunidad para “invitar a la
realidad del cielo” a la vida de nuestros seres queridos. ¿Qué observas
en Proverbios 31:10-31 que podría ayudarte a practicar tus propias
tareas diarias para la gloria de Dios?
3. ¿En qué áreas puedes recibir algún tipo de estímulo, enseñanza o
ayuda práctica de una anciana para ser una mujer cuidadosa de su casa
o ama de casa más eficaz? Pídele al Señor que te dirija hacia una
anciana que esté dispuesta y pueda enseñarte.

195
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.

Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su p orte; no calumniadoras, no


esclavas del vin o, maestras del bien;

que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos,


para que la palabra de Dios no sea blasfemada

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador.
TITO 2:1-5, 10

196
CAPÍTULO 11

Necesito ayuda para amar a ese hombre


Entrenando nuestros corazones para la relación
Ama a través de mí, amor de Dios,no hay amor en mí;oh fuego de amor, enciende tú el amor que
arda perpetuamente.
AMY CARMICHAEL

¿QUÉ HICE?
Robert y yo habíamos estado casados menos de un mes cuando ese
pensamiento se cruzó con fuerza por mi mente. Una serie de circunstancias y
percances ocurridos poco después de nuestra boda me estaba afectando. Te
ahorraré los detalles, pero para darte una idea: debido a una pérdida de agua
tuvimos que reemplazar los pisos de madera del primer piso de nuestra casa,
motivo por el cual tuvimos que vivir y trabajar casi apiñados en un minúsculo
estudio durante tres semanas. (¿Mencioné que yo causé la pérdida de agua?).
Ese drama se agravó por falta de relación con algunos miembros de la
familia. Y a eso se sumaba el grave problema de la falta de sueño. (Digamos
que compartir la cama después de tantos años de dormir sola fue una difícil
adaptación para mí).
De todos modos, en un momento de pánico, ese hombre que dormía en la
cama junto a mí, ese hombre increíble que me adoraba y a quien yo adoraba,
de pronto me pareció un total extraño. Tuve que controlar mis emociones
desconcertadas, y me pregunté cómo haríamos para edificar un matrimonio
íntimo y amoroso.
Hace muchos años, cuando dirigí por primera vez un estudio bíblico para
mujeres sobre Tito 2, yo era una mujer soltera. Tales pensamientos y
sentimientos —que estoy bastante segura de que la mayoría de las mujeres
que alguna vez estuvieron casadas han experimentado en algún momento—
todavía eran desconocidos para mí.
Ahora, mientras escribo este capítulo, hace apenas diez meses que Robert y
yo estamos casados. Hemos soportado ese obstáculo en el camino al inicio de
nuestro matrimonio (gracias, en gran medida, a mi tierno y humilde esposo
lleno de gracia) y logramos salir airosos. De modo que ahora puedo ver el
197
matrimonio con una nueva perspectiva. Por supuesto, estoy ansiosa por
seguir aprendiendo a amar a mi marido. (¡Robert dice que le encanta vivir
con una mujer que está escribiendo un capítulo sobre cómo amar a su
marido!).
Y sí, “amar a sus maridos” encabeza la lista de cualidades que Tito 2
instruye a las ancianas a enseñar a las mujeres jóvenes (v. 4). Es vital que las
mujeres casadas y las madres vivan su compromiso con la sana doctrina de
esta manera. Así es como adornan el evangelio.
Tú y yo podemos tener un amplio conocimiento de la Biblia. Podemos
tener grandes dones de enseñanza, liderazgo, organización o servicio.
Podemos tener un desempeño estrella en nuestro lugar de trabajo y estar
activas en todo tipo de servicio en la iglesia y el ámbito social. Pero ninguna
de esas cosas tiene valor si dejamos de amar a quienes conforman nuestro
propio hogar.
Las novias radiantes, que se dirigen al altar, no pueden imaginar que el
amor que sienten en ese momento pueda llegar a desaparecer. Entonces,
¿cómo es que tantas mujeres, que alguna vez miraron embelesadas a su
príncipe azul, ahora lo ven con ojos de dolor, aspereza e incluso odio? ¿Qué
ocurre? Bueno, la vida ocurre. Los problemas, las presiones y las decepciones
ocurren. El pecado ocurre. Ningún matrimonio está exento.
Y es por eso que las mujeres jóvenes necesitan ser entrenadas para “amar a
sus maridos”.
No obstante, ¿no debería el amor ser una respuesta natural? Debería. Pero
no siempre es así, por varias razones. El pecado mata el amor en el
matrimonio. El egoísmo y el orgullo matan el amor. Y persistir en el amor
más allá de nuestras inclinaciones naturales, pero mortales, no fluye con
naturalidad. Sin embargo, por la gracia de Dios y la ayuda y sabiduría de
madres espirituales en la fe, se puede aprender
Y ten en cuenta que este tipo específico de entrenamiento no es solo para
mujeres casadas. Como una mujer que fui soltera durante muchos años,
puedo dar testimonio de su importancia para las mujeres solteras. Qué regalo
es para las mujeres que contemplan la posibilidad de contraer matrimonio
poder adquirir el conocimiento de mujeres que han navegado con éxito a
través de las aguas torrenciales de la vida matrimonial. Incluso aquellas que
nunca se casen o no esperan casarse pueden aprender a desarrollar una
relación apropiada con los hombres y bendecir y apoyar el matrimonio de sus
198
amigas y familiares.
Las divorciadas también necesitan este tipo de amistad afectiva mientras
tratan de recuperarse del dolor de sus sueños truncados, sanarse y volver a
sentirse plenas. Después de recibir la gracia de Dios, pueden convertirse en
instrumentos de Su gracia en la vida de otras mujeres. La irrupción del
divorcio en la historia de una mujer no necesariamente la descalifica de
enseñar a otras mujeres a amar a sus maridos. De hecho, lo que el Señor le ha
enseñado, mientras transitaba algunos de los caminos más traicioneros de la
vida, puede ser de incalculable valor en la vida de mujeres jóvenes que
quieren un matrimonio que perdure y que refleje el amor de pacto de Cristo.
De modo que, aunque en este capítulo hablo directamente a las mujeres
casadas, espero que las que no tienen marido también continúen leyendo.
Porque el amor es importante para todas las mujeres, y todas podemos usar la
enseñanza sobre la dinámica del amor que sana, alienta y redime.

Amor que se siente como amor


Las tumbas de las mujeres de la época del Nuevo Testamento se solían
identificar por llevar la simple inscripción fílandros (amante de su marido) o
filóteknos (amante de sus hijos), las mismas palabras que Pablo usa en Tito
2:4. La característica principal que identificó la vida de estas mujeres se
convirtió en la manera principal de recordarlas en su muerte.[1]
Amaban a sus maridos.
Amaban a sus hijos.
Ya sea que estemos hablando de antes o de ahora, se necesita más que las
palpitaciones del corazón de un amor joven para que una mujer ame a su
marido para toda la vida. Esa clase de amor requiere un discipulado
intencional, de mujer a mujer.
“Enseñen —dijo Pablo— a amar”.
Esta palabra —fílandros— no conlleva el aspecto físico, romántico, sexual
del amor, que a menudo es tan frontal y central en las expectativas
matrimoniales de hoy. El amor romántico es, sin duda, un aspecto importante
del vínculo matrimonial, y la Biblia habla con claridad, incluso muy
gráficamente en algunas secciones (sobre todo, en el Cantar de los Cantares
de Salomón) sobre el gozo de la unión sexual. Pero ese no es el énfasis que
Pablo quería dar en las instrucciones de Tito 2 con respecto al amor y el
matrimonio. En cambio, sus palabras transmiten la idea de ser amigas de
199
nuestros maridos, tenerles cariño, tratarlos con afecto y profunda devoción.
Disfrutarlos.
Encontrar placer en su compañía.
Quererlos.
Amarlos.
Los hombres anhelan recibir
respeto y afecto de sus esposas
al menos tanto como anhelan
recibir las expresiones
sexuales del amor.
En cierto sentido, esta clase de amor requiere más esfuerzo y energía que
otras. Y es importante que las esposas aprendan a amar a sus maridos de esta
manera por cómo Dios ha diseñado el corazón de los hombres. Esto es algo
que he oído durante años y ahora estoy aprendiendo por experiencia propia
que es verdad: los hombres anhelan recibir respeto y afecto de sus esposas al
menos tanto como anhelan recibir las expresiones sexuales del amor.
Dado que quería comprobar esta premisa, una vez envié un correo
electrónico a algunos amigos y colegas masculinos, donde les pedía sus ideas
sobre cómo podían las esposas bendecir y alentar a sus maridos. Sabía que
algunos de estos hombres eran de pocas palabras y reservados, pero no fue
así esta vez. Tenían mucho que decir sobre este tema en particular. Estas son
algunas de las cosas en común que escuché de estos hombres:
• Querían que sus esposas les expresaran aliento, les dijeran que creían
en ellos y los felicitaran cada vez que hicieran un buen trabajo; no que
dieran por descontado que todo buen marido debe hacerlo.
• Querían que los escucharan lo suficiente para conocer sus opiniones
completas antes de criticarlos.
• Querían que les preguntaran qué pensaban, que les prestaran atención y
les dieran las gracias.
• Querían que los trataran con gracia, no que los sermonearan cada vez
que cometieran un error de acción u omisión en la relación.
Este último punto parecía ser especialmente importante para los hombres
que encuesté. No era que quisieran evadir la responsabilidad de sus acciones
200
o inacciones, sino que el perdón y la misericordia de sus esposas son como el
combustible que los impulsa a hacerlo mejor la próxima vez. Un trato
negativo como la crítica o el rechazo hacía más difícil que los esposos
lograran ser el hombre que debían ser. El hombre que ellos querían ser.
El resultado de esta encuesta informal me recordó que los hombres
prosperan en una atmósfera de afirmación, aliento y respeto. Eso es lo que los
motiva a bendecir y servir a sus familias. Ese es el amor que ellos sienten
como amor.

Amor con un propósito


He conocido muchas esposas que son mujeres sumamente responsables.
Sirven a sus maridos fiel y sumisamente, pero muchas veces me pregunto si
estas mujeres realmente quieren a los hombres con los que se casaron. No
parecen disfrutar de ellos. Sus actitudes y sus palabras no manifiestan afecto
o cariño por ellos.
Y me pregunto qué le falta a la Iglesia que tiene tantos matrimonios en esta
situación. Porque el objetivo más importante de ser amigas de ellos y tener
aprecio por nuestro marido no es solo para mejorar su autoestima o liberarlo
del miedo a otra reprimenda; más bien es para conducir al matrimonio en la
dirección de su propósito más grandioso. Porque, al amar a nuestros maridos
honramos más a Cristo y hacemos más atractivo el evangelio, que todas
nuestras palabras y acciones combinadas carentes de amor.
Charles Spurgeon, el gran predicador británico del siglo XIX, disfrutaba de
una legendaria relación de amor con su esposa, Susannah o Susy, como la
llamaba con cariño. Ambos tenían graves problemas de salud; Charles sufría
de gota crónica y etapas de profunda depresión, y Susannah no pudo salir de
su casa durante quince años debido a una dolencia física. Sin embargo, su
amor creció y se mantuvo fuerte aun en medio de las intensas pruebas y los
desafíos de un ministerio sumamente público. Leer sus expresiones tiernas de
amor y dedicación, que ambos se escribían, son un deleite. Por ejemplo, una
vez Spurgeon le escribió a Susy:
Mi querida: Nadie sabe lo agradecido que estoy a Dios por ti. En todo lo
que he hecho por Él, tú tienes una gran participación. Porque al hacerme
tan feliz me has preparado para el servicio… He servido al Señor mucho
más, y nunca menos, gracias a tu dulce compañía. ¡El Señor Dios
201
Todopoderoso te bendiga ahora y siempre![2]
Susannah, a su vez, escribió sobre su profundo amor por su esposo cuando
compiló su diario y sus cartas (publicadas como La autobiografía de C. H.
Spurgeon después de su muerte):
Considero un gozo y un privilegio haber estado siempre a su lado,
acompañarlo en muchos de sus viajes para ir a predicar y atenderlo en
sus enfermedades ocasionales; fui su grata compañera durante sus viajes
de vacaciones, que siempre lo cuidaba y lo atendía con el entusiasmo y
la simpatía que mi gran amor por él inspiró.[3]

Matrimonios tan bellos y afectuosos —por lo menos en la vida real— no


ocurren fácilmente. Son el resultado de dos personas que se proponen, como
hicieron Charles y Susannah Spurgeon, vivir el uno para el otro y consagrarse
juntos a una causa mayor que ellos mismos.
Las mayores bendiciones del matrimonio, en otras palabras, son el
resultado de buscar un propósito superior.
Una meta para el matrimonio
Muchas veces he buscado en vano una tarjeta de boda o aniversario que
exprese lo que realmente quiero decir. En algunas ocasiones, me he sentido
tentada a lanzar una nueva línea de tarjetas para tales ocasiones. No es que
los sentimientos expresados en ellas estén mal. Es más una cuestión de lo que
no expresan.
Casi siempre, como habrás visto, el enfoque parece estar en la felicidad, el
romance y las bendiciones para la pareja. Pero ¿cuándo fue la última vez que
encontraste una tarjeta de boda o aniversario que hable de una misión o un
propósito para el matrimonio que sea superior a la pareja en sí?
Una vida entera de
felicidad, sonrisas, tomarse
de las manos y momentos
románticos es una meta
demasiado pequeña. El
matrimonio está diseñado

202
para mostrar al mundo
en tecnicolor el carácter
fiel del Dios de pacto.
Ahora bien, no me malentiendas. Yo quiero felicidad, romance y
bendiciones para mi matrimonio, y deseo lo mismo para todas mis amigas
casadas. Pero una vida entera de felicidad, sonrisas, tomarse de las manos y
momentos románticos es una meta demasiado pequeña. Lo que más quiero
para mis amigas casadas —y para Robert y para mí— es una vida delimitada
por las preeminentes bendiciones de Dios y sus grandiosos propósitos
redentores.
El matrimonio, en su esencia, es un pacto sagrado entre un hombre y una
mujer, diseñado para mostrar al mundo en tecnicolor el carácter fiel del Dios
de pacto. Así como la Biblia es la historia del Esposo celestial que busca y
permanece fiel a su Esposa escogida, el matrimonio humano es una historia
destinada a atraer a las personas al evangelio y mostrarles el amor de Dios a
través de dos individuos imperfectos que llegan a ser uno en Él y que se
consagran uno al otro en las buenas y en las malas… para toda la vida.

Así puede ser tu matrimonio


¿Te parece un objetivo demasiado elevado, si no para el matrimonio en
general, al menos particularmente para tu matrimonio? Al mirar el rostro de
las dos personas que aparecen en el álbum de fotos de tu boda —
especialmente con la experiencia que hoy tienes, después de haber atravesado
diferencias y dificultades— ¿calculas tus posibilidades de llegar a este
matrimonio ideal como pocas o ninguna?
Y, sin embargo, la matemática bíblica no funciona así, porque las cosas
resultan diferentes cuando Dios es parte de la ecuación.
A pesar de tus debilidades y desafíos, tu matrimonio puede ser un modelo
de verdad y esperanza del evangelio para tus hijos, tus nietos, tus vecinos, tus
parientes y todos los que te conocen.
Y esta es la parte más sorprendente: este noble resultado no depende de
que tu esposo haga las cosas bien.
Tal vez quieras hacer una pausa y volver a leer esa afirmación.
Es difícil de creer, lo sé, pero es verdad.
Como esposa, tienes la capacidad de demostrar el amor de pacto en tu
203
interacción diaria con tu marido, independientemente de lo que él haga o deje
de hacer para satisfacer tus necesidades.
Puedes aprender a amar a tu marido sin importar cómo él se comporte, lo
que diga o lo que haga.
“¡Pero eso no es justo! —podrías responder—. ¿No tiene que hacer nada
él? ¿Quién puede vivir en una relación tan unilateral?”.
Desde luego, sé que el matrimonio requiere cooperación y esfuerzo de
ambas partes. Sé que las fallas o la indiferencia de uno afectan
inevitablemente al otro. De hecho, podríamos dedicar bastante tiempo a
hablar del desamor con el que algunos hombres tratan a sus esposas, del
incumplimiento de su compromiso matrimonial y de cómo puede afectar eso
a generaciones enteras que vienen detrás de ellos. Si te identificas con esas
historias, te podría parecer injusto e insensible que no dirija tanto a los
hombres como a las mujeres un capítulo sobre cómo amar al cónyuge.
Sin embargo, solo somos mujeres en este diálogo. Y la verdad es que,
independientemente de lo que nuestros hombres deberían hacer, no podemos
forzarlos a hacerlo. No serviría de nada —y en realidad podría ser perjudicial
para nuestro propio corazón— concentrarnos en lo que no está bajo nuestro
control.
Eso no significa que no haya una manera respetuosa, cordial e incluso
directa de expresar nuestras opiniones y aportar nuestra perspectiva en
cuestiones de desacuerdo, decepción o desobediencia por parte de nuestros
maridos. De hecho, a menudo podemos ayudarlos cuando les decimos la
verdad en el momento oportuno con palabras cuidadosamente escogidas.
Pero ayudar a nuestro cónyuge no es lo mismo que intentar cambiarlo. Ese es
deber de Dios
Dios es suficientemente poderoso para hablar al corazón de tu esposo,
hacerle comprender su necesidad de cambiar de una manera que tú no puedes
hacerle entender, no importa cuán lógicos sean tus argumentos o cuan serios
sean tus ruegos.
Entonces, ¿cuál es tu deber? Desde un punto de vista bíblico, tu deber es
ser la persona que complementa excepcionalmente a tu marido. Apoyarlo.
Alentarlo. Ser una amiga para él. Quererlo.
Amarlo.
Amarlo incluso cuando sea un hombre difícil de amar.

204
Amar a tu marido no
significa barrer el pecado
de su comportamiento bajo
la alfombra. De hecho,
eso sería falta de amor.
Porque la verdad es que no es fácil estar casada con ningún hombre (¡con
ninguna mujer tampoco!). Tu esposo no es todo lo que él quiere ser, mucho
menos lo que tú quieres que sea.
Ruth Bell Graham, la difunta esposa de Billy Graham, comprendía esto.
Después de conocer de cerca las debilidades y las fallas de su marido, Ruth
concluyó: “Mi deber es amar a Billy, y el de Dios es cambiarlo”. Toda esposa
podría decir lo mismo en su propio matrimonio.
“Pero ¿y si no hay nada en él para amar?”, puedo escuchar a alguien
protestar y percibir la frustración y el dolor de esa protesta. Mi oración es que
este capítulo te anime a creer que incluso en ese caso, Dios puede poner
verdadero amor en tu corazón para que lo puedas amar como Él te ama.
Permíteme aclarar, no obstante, que amar a tu marido no significa barrer el
pecado de su comportamiento bajo la alfombra, o simplemente mantener todo
bajo reserva cuando hay problemas que tu esposo y tú no pueden resolver. De
hecho, eso sería falta de amor. Es apropiado y, a veces, vital confiar en una
anciana sabia y piadosa o un pastor o una consejera que pueda mostrarte una
perspectiva bíblica, darte apoyo emocional y espiritual y ayudarte a
determinar la mejor manera de proceder. El propósito no es encontrar a
alguien que se ponga de tu lado en contra de tu marido, sino que te ayude a
discernir cómo actuar y evaluar tu propio corazón y tus respuestas. Y si tu
esposo está violando la ley o tú o tus hijos están sufriendo lesiones físicas o
amenazas, por muy difícil que sea, debes comunicarte con las autoridades
civiles locales y pedir ayuda. Según las Escrituras, las autoridades son como
un “servidor de Dios para tu bien” (Ro. 13:4).
Ni los casos más difíciles escapan a la gracia y la redención de Dios.
Pueden convertirse en oportunidades para aprender a amar a los que no
merecen nuestro amor, como Dios nos ha amado. Pero la verdad es que la
mayoría de los matrimonios no cae en esta categoría. Para la mayoría de
nosotras, aprender a amar a nuestros maridos es más una cuestión de aprender
a superar los pequeños pecados cotidianos y el egoísmo que puede drenar el
205
amor y la intimidad de una relación. Y cosas sorprendentes pueden suceder
cuando dejamos que el amor de Dios fluya a través de nosotras.
Tu matrimonio realmente puede ser más de lo que es hoy. Puede ser mucho
más fuerte y más vibrante que la poesía sentimental y los suaves colores
pastel que encontramos en las clásicas tarjetas de boda o aniversario. Puede
ser un testimonio vivo del poder y la gracia de Dios. Eso puede suceder.
Todavía puede suceder. Y tu responsabilidad en edificar lo que Dios ha
destinado que tu unión sea es amar a tu marido.
Amar y ayudar a otras mujeres a amar de esa manera también.
Anciana, esta es tu oportunidad de hacer algo transformador con difíciles
lecciones que has aprendido como esposa desde hace muchos años, de
convertirlas en algo más que antiguos resentimientos a echar en cara en caso
de que alguna vez pierdas una discusión. Cuando transmites tu aprendizaje y
tu experiencia personal a una mujer más joven (casada, a punto de casarse o
que un día espera casarse), Dios puede usar tanto tus días buenos como tus
días malos para ayudar a crear mejores días para ti misma y para alguien que
tú quieras.
Mujer joven, debes anhelar este tipo de aporte, objetividad y sabiduría
comprobada a través de los años. Serás una mejor esposa para tu marido y lo
comprenderás más de lo que jamás imaginaste, si aprovechas la experiencia
de otra mujer. Basta pensar en los obstáculos y las dificultades que puedes
superar con el discipulado y la asistencia de alguien que ha atravesado este
camino antes que tú.

Enseñanza práctica
En una ocasión recibí la visita memorable de tres hermanas adultas y su
madre, y almorzamos juntas. Varias veces durante el almuerzo, sonó el
teléfono celular de una o de la otra. Llamada de las amigas, llamada del
trabajo, llamada de los hijos. En cada llamada, echaban un vistazo al teléfono,
se fijaban el nombre que aparecía en la pantalla y apagaban el sonido sin
interrumpir nuestra conversación.
—Tú sabes, mamá siempre nos ha dicho —una de las mujeres dijo
mientras nos reíamos de cuán invasivos pueden ser nuestros teléfonos
algunas veces—: si es tu marido el que te llama, mejor atiende esa llamada.
Otros pueden esperar, pero él siempre es el primero en la fila.
Ahora bien, esta es una buena recomendación práctica de una anciana, un
206
sabio consejo fácil de entender y empezar a poner en práctica. Un consejo
que seguramente enviará un mensaje a cualquier marido sobre el amor de su
esposa y su respeto por él.
Y esta es la clase de sabios consejos que se puede transferir y recibir
cuando las mujeres se sientan juntas, jóvenes y ancianas, se hacen preguntas
y se dan respuestas, con la intención de enseñar y ser enseñadas en el arte de
amar a un marido.
Imagina si las mujeres tuvieran este tipo de conversaciones en lugar de
hablar mal de sus maridos y compadecerse unas de otras por sus problemas
matrimoniales. Piensa cuántos conflictos podrían resolverse o evitarse por
completo y cuánto espacio para el amor hallarían las mujeres en su mente y
corazón si los encuentros para quejarse se reemplazaran por el apoyo
verdadero y la sabiduría de mujer a mujer.
Tal sabiduría ha sido de incalculable valor para mí en mi posición poco
común de ser una anciana y, a la vez, una esposa bastante nueva. Durante
años, he estado animando a otras mujeres a amar a sus maridos.
Ahora estoy aprendiendo a amar a mi marido. Y me alienta el ejemplo de
muchas mujeres que he conocido y de quienes he aprendido a lo largo de los
años.
Me gustaría transmitir una muestra de las ideas prácticas que he adquirido
de estas mujeres, muchas de las cuales estoy descubriendo que son útiles en
mi propio matrimonio. Si eres una anciana, probablemente no hay nada aquí
que no hayas escuchado antes, pero estas son las cosas que solemos descuidar
—incluso aquellas de nosotras que sabemos más— cuando la vida se vuelve
difícil.
1. Pon la relación con tu marido delante de la relación con tus hijos.
No es una coincidencia que “amar a sus maridos” preceda a amar “a sus
hijos” en Tito 2:4. He visto mujeres que lo entienden al revés y terminan por
tener un matrimonio sin vida o por perder su matrimonio.
Por supuesto, los hijos exigen mucho tiempo, atención y esfuerzo. Si no
tienes cuidado, atenderlos puede absorber la mayor parte de tu concentración
y energía, y eso haría crecer la distancia entre tú y tu marido. De modo que en
medio de la agotadora etapa de la crianza de los hijos —incluso cuando tus
hijos sean adultos— es importante ser intencional a la hora de priorizar tu
matrimonio. Eso significa cosas como:
207
• Sacar temas de conversación con tu esposo sobre asuntos que no
tengan que ver con los niños.
• Contratar a una niñera o intercambiar con otras mujeres el cuidado de
los niños para que tú y tu marido puedan tener un tiempo juntos, solo
para ustedes. (Confía en mí, esto es importante para ti y tu esposo,
aunque pienses que no es factible).
• Apoyar a tu esposo cuando los niños desafían sus instrucciones o tratan
de poner división entre ustedes. (¡Seguro que lo harán!).
• Honrar a tu esposo y hablar con él en privado además de mantenerse
unidos frente a los niños cuando tienen una diferencia de opinión.
• Apartar tiempo para orar juntos y asegurarse de que ambos tengan el
mismo sentir sobre cada aspecto de la familia.
Mantener tu matrimonio fuerte y próspero es realmente uno de los mejores
regalos que les puede dar a tus hijos; esto es proporcionarle un entorno
seguro y estable, y un ejemplo de un amor sano. Y si tú y tu marido
mantienen sus corazones unidos en esa etapa tan ocupada de la vida, será
mucho más probable que tengas una relación sólida y agradable con él una
vez que los hijos ya no estén en casa.
2. Busca maneras de mantener tu relación fresca y próspera.
La vida cotidiana puede ser tediosa y monótona, pero le harás un gran
favor a tu matrimonio si buscas maneras nuevas y creativas de amar a tu
marido, disfrutar con él, ser su amiga y su amante.
¿Recuerdas los primeros días de la relación?
• Siempre buscabas oportunidades de bendecirlo o sorprenderlo con
sencillos actos de bondad.
• Si te hacía una llamada de último momento y te decía: “¿Salimos a
cenar esta noche?”, seguramente no respondías: “¿Tenemos que
hacerlo? Estoy realmente cansada”. Probablemente le respondías: “¡Me
encantaría!”. Entonces dejabas todo lo que estabas haciendo y te
preparabas en tiempo récord.
• Si él te compraba algo, seguramente no protestabas: “¡No podemos
hacer estos gastos!” o “Ya tengo dos iguales”. Probablemente, te
deleitabas y le agradecías por su consideración.

208
• Si él dejaba su abrigo sobre una silla cuando llegaba a casa, no le
hacías una escena ni lo sermoneabas para que entendiera que tenía que
madurar y ser más responsable con sus pertenencias. Estabas feliz de
colgarlo en el perchero sin decir ni una palabra. Entonces, ¿por qué
hacer un escándalo sobre esas cosas ahora?

Eso no quiere decir que nunca se deba hablar de ese tipo de cosas. Pero
reavivar algunas actitudes y prácticas que tenían al inicio de la relación puede
ayudar a mantener tu matrimonio fresco. Entonces, busquen la manera de
disfrutar de estar juntos, crear momentos para el recuerdo y mantenerse
unidos. (Incluso después de muchos años juntos, podrías sorprenderte de lo
que pueden aprender el uno del otro).
Así que en medio de la rutina y las tareas interminables de cada uno,
tómense tiempo para divertirse juntos. Servir a los demás juntos. Cortejarse el
uno al otro y ser románticos. Ser espontáneos y también hacer planes para
una ocasión especial. Desarrollar nuevos intereses y experiencias
compartidas. Estas son solo algunas ideas:
• Pregúntale a tu marido cómo fue su día y escucha su respuesta.
• Lean un libro juntos y comenten sus pensamientos.
• Deja de lado tu lista de quehaceres (y la de él) por un tiempo suficiente
para acurrucarse y ver un partido de fútbol o una película con él.
• Invierte en un nuevo camisón o un bonito conjunto para la noche; algo
que sabes que le gustará.
• Envíale un mensaje de texto con una nota de amor —incluso cómico—
en la mitad del día.
• Aprendan una nueva destreza juntos (¿golf?, ¿un nuevo idioma?,
¿guitarra?).
• Deja de hacer lo que estás haciendo para despedirlo o recibirlo en la
puerta.
• Sorpréndelo con boletos para un concierto o actividad que ambos
disfruten.
3. Estudia a tu marido. Muestra interés en las cosas que a él le interesan.
Robert ha sido fan de los Chicago Cubs toda su vida. Convertirme en un
fan de los Cubs (¡lo cual primero significó aprender las reglas de béisbol!) ha

209
sido una manera práctica de amar a mi marido. Mi interés en el “equipo
local” nos ha dado un nuevo interés común.
Mostrar interés en los proyectos de Robert en la construcción de casas de
bricolaje es otra manera de expresar mi amor por él. De hecho, esta semana
Robert está construyendo una terraza cubierta en nuestra casa, y estoy
haciendo pausas periódicas en la composición de este libro para felicitarlo
sobre el progreso del trabajo, animarlo y servirle bebidas frías y algún
bocadillo. Es una manera de decirle: Estamos juntos en esto. Estoy pensando
en ti. Me importan las cosas que tú disfrutas.
Es bueno recordar que las
fortalezas de tu marido
y sus debilidades son
exactamente lo que tú
necesitas para convertirte
en la mujer que Dios quiere
que seas. Y viceversa.
Un importante principio del corazón está en juego aquí. Jesús ​enseñó:
“donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21). Si
inviertes tiempo, esfuerzo y atención en tu trabajo o pasatiempo, tu corazón
se sentirá atraído en esa dirección. Y cuando inviertes tu “tesoro” en tu
esposo, tu corazón se sentirá atraído hacia él. Pero si decides invertir en otra
persona —un compañero de trabajo o un antiguo novio en Facebook, por
ejemplo— pronto comenzarás a sentir cosas por él que no has sentido por tu
marido en mucho tiempo.
Así es como puede comenzar una infidelidad o como tú y tu esposo pueden
“alejarse”; porque has estado invirtiendo tu energía fuera de tu matrimonio.
Pero si tomas la decisión deliberada de concentrar tu tiempo, atención e
interés en tu marido, finalmente descubrirás que tu amor por él crecerá.
Decide actuar en amor hacia él, y tu corazón te seguirá.
4. Recuerda que ambos son pecadores.
Puede ser tentador a veces comparar mentalmente a tu marido con algún
otro hombre que parece tener más madurez y fe, o con algún marido “ideal”
imaginario. Te convences de que tu vida sería mucho más fácil si estuvieras

210
casada con alguien así. Pero no lo estás. Él tampoco está casado con una
mujer perfecta.
Ambos son humanos de carne y hueso con capacidad de amar, odiar,
apoyar y traicionar. Ambos cometen errores, a veces graves. Ambos
necesitan dosis diarias de gracia solo para atravesar cada día. Y, cuanto más
tengan esto en mente, más libres serán ambos de crecer en amor el uno hacia
el otro. La verdad es que incluso el mejor de los matrimonios está compuesto
por dos pecadores que deben humillarse constantemente delante de Cristo,
recibir Su gracia y dispensarla a otros.
Las palabras de Charles Spurgeon pueden ser acertadas para el matrimonio:
El que crece en la gracia recuerda que no es más que polvo, y por lo
tanto no espera que sus compañeros cristianos sean algo más que eso;
pasa por alto diez mil de sus faltas, porque sabe que su Dios pasa por
alto veinte mil en su propia vida. No espera la perfección en la criatura,
y, por lo tanto, no se desilusiona cuando no la encuentra.[4]

Crecer en gracia como marido y mujer implica una gran cantidad de


aceptación y muchos “lo siento, me equivoqué”. Significa pensar lo mejor del
otro y no juzgar sus intenciones, tratar de entender al otro, no pretender la
perfección. También significa conceder misericordia y perdón cuando se
decepcionan el uno al otro o se lastiman el uno al otro de manera leve o
grave. (Te garantizo que sucederá, una y otra vez). Pero es bueno recordar
que las fortalezas de tu marido y sus debilidades son exactamente lo que tú
necesitas para convertirte en la mujer que Dios quiere que seas. Y viceversa.
Y, una vez más, ser consciente de esto no depende de lo bien que tu esposo
acepte y te conceda su gracia. Se trata de depender de la gracia de Dios para
ambos y de perseverar en aprender más y más sobre el amor.
Cuando tú y yo nos presentemos delante del Señor en la eternidad, Él no
nos preguntará: ¿Cuáles han sido las fallas y los defectos de tu esposo? ¿Te
ha amado?
Sin embargo, a la luz de Tito 2, bien podría preguntarte: ¿Has amado a tu
marido?
“¡Alienta, alienta, alienta al equipo local!”
No quiero dejar la impresión de que soy la esposa perfecta. Ni por asomo. En
211
el corto tiempo que Robert y yo hemos estado casados, he aprendido que mis
actitudes, palabras y comportamientos tienen un profundo efecto en el
corazón de este hombre. Tengo la capacidad de darle ánimo y confianza. Pero
también tengo la capacidad —más que cualquier otra persona en su vida— de
desmotivarlo y desalentarlo.
Yo soy una editora de profesión y por inclinación natural. Eso significa que
he pasado la mayor parte de mi vida adulta notando y tratando de corregir
errores. Robert dice que puedo detectar un error en una cartelera mientras
conduzco a una velocidad de 130 km por hora. Mi habilidad de abrir un libro
de trescientas páginas y detectar un error tipográfico es legendaria. Pero
mientras esa habilidad es útil en la revisión de textos, no es particularmente
útil en las relaciones y, mucho menos, en el matrimonio. Si no tengo cuidado,
soy proclive a notar y señalar la única cosa que está mal (según mi punto de
vista) y más lenta para identificar las noventa y nueve cosas que están bien.
En ocasiones, Robert me ha dicho: “Siento que me estás editando”. ¡Ay! Sé
que en esos momentos no se siente estimulado. Lo que él necesita en esos
momentos es alguien que lo aliente, no una editora. Así que he hecho mi
oración y objetivo el edificar a Robert y ser un medio de gracia divina en su
vida.
Por lo que he oído de otras mujeres, sé que no soy la única con esta
tendencia a la “edición”. Y sé que concentrarse en las fallas y los errores del
marido puede ser altamente tóxico en una relación matrimonial.
¿Significa eso que nunca deberías señalar las necesidades en la vida de
otros? De ninguna manera. Todas necesitamos el aporte sincero de aquellos
que mejor nos conocen y pueden ayudarnos a ver los puntos ciegos que nos
son ajenos. Pero nuestra habilidad de hacer una crítica humilde y útil, que sea
bien recibida, tiene relación directa con el esfuerzo que hagamos para animar
al otro.
Sabiendo cuán importante (y descuidado) es el don del estímulo en el
matrimonio, a menudo he instado a las esposas a tomar lo que yo llamo el
“Desafío de 30 días para animar a tu marido”.[5] El desafío consta de dos
partes.
Primero, durante los próximos treinta días, no digas nada negativo sobre
tu marido, ni a él ni a nadie. Eso no significa que él no hará nada negativo ni
que no habrá algo que pudieras señalarle, sino que no lo dirás. Tienes que
decidir no pensar ni enfocarte en esas cosas.
212
Luego viene la segunda parte, la positiva, de igual importancia:
Cada día durante los próximos treinta días, anima a tu marido y exprésale
algo que admiras o aprecias de él. Díselo a él y díselo a otra persona. Díselo
a tus hijos. Díselo a tu madre. Díselo a la madre de él. Cada día piensa en
algo bueno de tu esposo y díselo, y luego díselo a otra persona.
Ahora bien, podrías estar pensando, ¡no encuentro treinta cosas que
aprecio de mi marido! Bueno, entonces, ¡piensa en una cosa y repítela cada
día durante treinta días!
En los años que he estado planteando este desafío, he visto matrimonios
cambiar de una manera que no ha sido menos que asombrosa. Esta es una de
los miles de respuestas que he recibido de mujeres que han aceptado el
desafío:
Estaba a punto de perder la paciencia con mi esposo. Hace poco más de
un año que estamos casados y hemos tenido fuertes peleas verbales. Ha
sido muy difícil no irme de casa y dar por perdido este matrimonio.
A regañadientes, emprendí mi campaña de aliento a mi marido.
Comencé a dejarle notas en su camioneta, en su billetera, en su
computadora, pegadas sobre el espejo; pero lo hacía con amargura,
enojo y odio en mi corazón. De buenas a primeras, mi insensible marido
trató de aplastar mis esfuerzos con enojo y frustración hacia mí. Estaba
herida y a punto de abandonar lo que había empezado, pero algo me
hizo seguir adelante.
A lo largo del día, cada vez que me venía a la mente un pensamiento
sobre alguna de nuestras peleas, empezaba a buscar las cosas positivas
en lugar de las negativas y le enviaba un texto o correo electrónico o le
dejaba una nota.
Esto ha estado sucediendo durante más de una semana. Cuando llego a
casa, lo primero que hago es abrazarlo y besarlo en lugar de balbucear
un “Hola” y luego irme a cambiar de ropa.
Ayer por la noche mi marido insensible, cerrado, no comunicativo, se
quebró, se abrió y escuchó en lugar de gritar y dar órdenes, y se sentó en
el sofá conmigo. Me dijo: “¡Esta es la mejor semana que he tenido!
¡Estar aquí, con mi esposa entre mis brazos, es la mejor manera de
terminar el día!”. ¡En solo una semana, mi matrimonio va camino a la
restauración! Esta semana, mi marido y yo tuvimos una noche
213
absolutamente romántica, ¡que no habíamos tenido desde nuestra boda!

En una escala de uno a diez, tu relación con tu marido podría estar en


menos dos ahora mismo. Y es probable que este pequeño desafío no tenga un
efecto positivo sobre tu matrimonio de la noche a la mañana. Pero si persistes
durante los treinta días completos, sé que producirá un cambio en ti. Te dará
una perspectiva diferente. Y, con el tiempo, mientras riegas el terreno del
corazón de tu esposo con aprobación, aprecio y admiración, podrás ver el
cambio en él también. De cualquier manera, no hay posibilidad de error.
Tú y yo conocemos a mujeres que darían cualquier cosa solo por tener un
marido a quien animar. Mi madre, viuda a los cuarenta años, es una de esas
mujeres. A lo largo de su vida matrimonial, fue un maravilloso ejemplo de
cómo amar al marido. Tenía apenas diecinueve años cuando se casó con mi
padre (él tenía treinta y dos años). Y casi desde ese momento, sus vidas,
manos y días estuvieron llenos de ocupaciones: criar una gran familia, lanzar
un negocio próspero y participar activamente de varios ministerios. Mi madre
podría haberse resentido fácilmente por la interposición de sus múltiples
ocupaciones en la relación. Pero ella y mi padre estaban juntos. Eran amigos.
Disfrutaban de su mutua compañía y les encantaba vivir la vida como un
equipo. Y los momentos difíciles (devastadoras pérdidas en los negocios, un
tumor cerebral que podría haber terminado con la vida de mi madre, un
incendio que destruyó nuestra casa) solo los acercaba más.
Como todo ser humano, mi papá tenía costumbres y hábitos que podrían
ser motivo de irritación para cualquier mujer. Pero mi madre lo adoraba. Lo
admiraba y lo aprobaba. No le hacía problemas por cosas que no importaban
en el panorama general. Sorprendentemente, hasta el día de hoy, no recuerdo
haber oído nunca a mi madre decir una palabra negativa ni crítica sobre mi
padre.
No es que ella aprobara irreflexivamente todo lo que él decía o hacía. Ella
es una mujer inteligente y capaz con firmes puntos de vista, y mi padre le
pedía y valoraba su opinión, incluso cuando ella no estaba de acuerdo con él.
Pero, aun cuando le daba su opinión, ella lo hacía con honra y respeto por él.
Y cada vez que hablaba de él con otras personas, no hacía más que defender
y realzar su reputación.
Apenas dos semanas antes que mi padre muriera inesperadamente de un
ataque al corazón a la edad de cincuenta y tres años, mi madre escribió en una
214
carta a un asistente que acababa de contratar: “Después de veintiún años de
convivencia con este hombre, soy la mujer más bendecida del mundo”. Su
marido sabía que ella se sentía así.
Yo también quiero que mi marido sepa que me siento así.

Edificar y reedificar el amor


Estoy convencida de que la mayoría de matrimonios hoy día se ha
conformado con mucho menos de lo que Dios tiene planeado para su
relación. Algunas mujeres —incluso aquellas que han estado casadas por
largo tiempo— han olvidado cómo amar y respetar a sus maridos. Algunas
directamente nunca supieron cómo hacerlo. Algunas se han desanimado y
simplemente dejaron de intentarlo.
Si tú eres una de ellas, comienza por ser sincera. No des excusas, y no te
rindas a la tentación de depositar toda la culpa sobre tu marido. La verdad es
que, aunque tu marido fuera maravilloso en todos los aspectos, no podrías
amarlo como él necesita que lo ames: con el amor de Dios que fluya a través
de ti.
Solo la gracia de Dios puede permitir que alguien ame a otro sin egoísmo y
sin desmayar. No es natural en los seres humanos. Pero la buena noticia es
que tenemos a Dios, y su esencia misma es amor. De hecho, como 1 Juan 4:8
nos recuerda: “Dios es amor”. Y Él puede infundir Su amor sobrenatural en
el corazón más carente de amor.
Una vez, una colega me confió que su matrimonio estaba en crisis:
Recuerdo tan claramente acostarme en la cama junto a mi esposo y orar
desesperadamente: “Señor, lo he intentado; pero no puedo amarlo, al
menos no ahora. Ni siquiera quiero amarlo. Así que vas a tener que
hacerlo por mí y a través de mí”. Y lo hizo. Me dio la fuerza y la
resolución de actuar en amor, incluso cuando no sentía una pizca de
amor. Tomó un tiempo, pero gradualmente llegué al punto en el que
podía respaldar esas acciones con intenciones amorosas y, finalmente,
sentimientos. En el proceso, mi confianza en Dios aumentó
radicalmente.
Eso también puede suceder en tu vida, estoy segura de ello. Aunque el
amor por tu marido se haya reducido a una reticente obligación o se haya

215
deformado hasta convertirse en un resentimiento y desprecio absoluto,
puedes reavivarlo. Puedes aprender a amar de nuevo… ante la cruz. De
rodillas. Con las ancianas que se acercan a ti para animarte y mostrarte cómo
se hace y con las mujeres jóvenes que te recuerdan aquel tiempo cuando tu
amor por tu marido era fresco y puro.
Cuando hablo con mujeres que están luchando por perseverar en un
matrimonio sin amor, con frecuencia les cito este verso poco conocido de un
himno escrito por Fanny Crosby:
En el fondo del corazón humano, aplastado por el genio,
los sentimientos enterrados, restaurados por la gracia son.
Tocados por un corazón amoroso, despertados por la bondad,
cuerdas que estaban rotas vuelven a vibrar.[6]

Es posible que hayas perdido la esperanza de experimentar un genuino


amor y afecto en tu matrimonio, pero el Espíritu Santo que vive en ti puede
restaurar y despertar sentimientos que han sido aplastados por el mal genio. A
medida que persistes en la gracia, el amor y la bondad, Él puede despertar los
sentimientos que han sido enterrados por mucho tiempo —o tal vez nunca
existieron— en el corazón de tu cónyuge.
Eso no quiere decir que si amas a tu marido, automática o rápidamente (o
alguna vez) él te corresponderá de la misma manera. Dios no garantiza que tu
compromiso de amar a tu marido resolverá todos los problemas de tu
matrimonio. Puede que tengas que seguir viviendo con anhelos insatisfechos.
(Recuerda que todos tendremos deseos insatisfechos de este lado del cielo).
Tal vez necesites buscar el consejo de terceros. Y, en algunos casos, amar a
tu marido significará apelar a la intervención de los líderes espirituales de tu
iglesia y/o autoridades legales. Pero independientemente de cómo tu marido
responda o no responda, Dios bendecirá tu obediencia y tu fe. Por Su gracia,
Él puede darte fortaleza y consuelo, e incluso un gozo inexplicable en medio
de tus circunstancias.
Parte del misterio del
matrimonio es que nosotras
y nuestros maridos
somos uno no solo en el
216
gozo y las victorias, sino
también en las pérdidas
y el quebrantamiento.
Cada mujer tiene el poder de derribar su casa “con sus manos” (Pr. 14:1),
especialmente si persiste en centrarse solo en lo que su marido tiene que
hacer y no en lo que ella tiene que hacer. Cualesquiera que sean los pecados
o errores de tu marido, tu respuesta dura, crítica y sin amor hacia él no es
menos pecado. Y aunque no le señales rutinariamente sus errores —y lo
hagas sentir como si nunca pudiera ganarse tu aceptación y aprobación— tus
suspiros de indiferencia y resignación pueden ser más que suficientes para
desgastar la relación matrimonial.
Sin embargo, “la mujer sabia —dice el mismo proverbio— edifica su
casa”. Y esa mujer sabia puedes ser tú. Puedes aprender a amar a tu marido y
pasar por alto sus fallas y defectos menores o cuestiones de preferencia
personal. No guardar resentimiento. Renunciar al derecho de exigir que
remiende la ofensa. Concederle gracia en lugar de hacerlo sufrir. Buscar a
Dios y no tu propia voluntad. Edificar o reedificar tu casa sobre el
fundamento del amor infalible de Dios.

Una vida de amor


Parte del misterio del matrimonio es que nosotras y nuestros maridos somos
uno —una sola carne— no solo en el gozo y las victorias, sino también en las
pérdidas y el quebrantamiento.
Aun en las pérdidas y el quebrantamiento de él.
Cuando estamos dispuestas a amar a nuestros maridos a pesar de sus
imperfecciones, podemos ser demostraciones vivas del corazón y el espíritu
de Jesús. Podemos convertirnos en canales de gracia para alguien que puede
recibirla de nosotras como de nadie más.
La misión de amar a nuestros maridos es verdaderamente un llamamiento
supremo y santo. Cuando aceptamos y cumplimos ese llamado, no solo
extendemos la bendición al hombre con el que nos hemos unido en un pacto,
sino que también experimentamos una mayor intimidad y unidad con nuestro
Salvador. Cuando elegimos el camino del amor, invitamos al amor de Cristo
a gobernar tanto en nuestros corazones como en nuestro matrimonio. Y, en el
proceso, nuestras respuestas predeterminadas pueden empezar a cambiar
217
hasta que realmente empezamos a disfrutar de nuestros maridos otra vez.
Nadie, ni Dios mismo, espera que podamos amar a nuestros maridos como
lo hemos descrito sin ayuda ni esfuerzo, pero Él ha prometido darnos la
ayuda que necesitamos. Y vale la pena hacer el esfuerzo. Puede marcar la
diferencia entre un matrimonio gratificante y próspero y uno que apenas
sobrevive.
Al final de cuentas, un matrimonio es mucho más que romance y pasión y
encontrar a nuestra alma gemela. Es un pacto de amor y luego, con la ayuda
de Dios y de mujeres maduras que Él haya puesto en nuestras vidas con ese
propósito, aprender a ser esposas. Es ejemplificar la gracia de Dios a nuestros
maridos como también a todos aquellos que nos ven actuar con devoción.
Se trata de adornar la doctrina de Cristo y darle al mundo la imagen de un
amor que nunca se apaga.
Reflexión personal
Ancianas
1. Cuando pasan los años es fácil perder de vista la razón por la cual nos
casamos con nuestro esposo. Si ese es tu caso, ¿cuáles son algunas
cosas esp ecíficas que podrías hacer p ara reavivar y profundizar tu
amistad con el hombre que elegiste como marido y disfr utarlo más?
2. ¿Qué ideas y recursos p odrías ofrecer a una mu jer más j oven cuando
empieza a descub rir que su matrimonio no puede sobrev ivir solo con
el amor romántico?
3. ¿Qué mujer más joven ha puesto Dios en tu vida que podría necesitar
un estímulo para amar a su marido? Ora para poder acercarte a ella.
Muje res jóvenes
1. ¿Conoces a una pareja cristiana de ancianos que son ejemplo de
lealtad, amistad y amor? Al observarlos, ¿qué aprendes de cómo se
cultiva esa clase de amor?
2. ¿Podría decir tu marido que tú eres alguien que lo alienta o lo edita?
¿De qué manera práctica podrías alentarlo y mostrarle aprobación?
3. ¿Tienes una anciana que te alienta y te enseña en tu relación con tu
marido? Si no, p ídele al Señor que te muestre alguien que podría ser tu
mentora y orar por ti.

218
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.

Que los ancian os sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no


esclavas del vino, maestras del bien;

que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus


maridos, p ara que la palabra de Dios no sea blasfemada
…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro
Salvador.
TITO 2:1-5, 10

219
CAPÍTULO 12

Una bendición inesperada


Descubriendo la fuerza y la belleza de la sujeción
Tanto los hombres como las mujeres tienen la oportunidad de “representar el papel de Jesús”
en el matrimonio: Jesús en su autoridad sacrificial, Jesús en su sujeción sacrificial.
KATHY KELLER

“¡DETESTO ESTE LIBRO!”.


La siguiente mujer en la fila me dijo esto mientras me señalaba un ejemplar
de mi libro Mentiras que las mujeres creen. No sabía bien si quería que se lo
firmara o si me lo quería arrojar.
—Oh… está bien, bueno —tartamudeé—. Dime lo que no te gusta de él.
—Eso de la sujeción —dijo y prosiguió a comentar que nunca había
siquiera escuchado hablar de esto anteriormente y que, por supuesto, no se
dejaría convencer. Sujeción… ¿qué es eso?
Nuestra conversación no duró mucho. Otras personas estaban esperando. Y
lo creas o no, de pie en la misma fila había otra mujer que dijo prácticamente
lo mismo. Por supuesto, no fueron las primeras (o las últimas) lectoras en
sentir lo mismo. Lo que me sorprendió de estos intercambios fue que tuvieron
lugar en una actividad para líderes del ministerio de mujeres y maestras de
estudios bíblicos, organizado por un respetado seminario evangélico.
No mucho después de volver a casa, estaba en la cena con un grupo de
amigas. Quería escuchar qué pensaban sobre el tema, así que les hice un
gesto y les pregunté a todas las que estaban alrededor de la mesa: “Cuando
recién se casaron, ¿qué pensaban del concepto de la sujeción? ¿Lo
entendían?”.
Esperaba que estas mujeres estuvieran bien familiarizadas con el concepto,
incluso como mujeres más jóvenes. Pero todas respondieron más o menos
con estas palabras: “No, no tenía ni idea de la sujeción”. Una mujer dijo: “Mi
idea de la sujeción era hacer lo que mi marido quería, siempre y cuando yo
estuviera de acuerdo [¡ja, ja!]. Si no, de lo contrario…”.
Tales reacciones —desde los conceptos erróneos básicos sobre lo que
significa la sujeción bíblica y cómo debe manifestarse en el matrimonio,
220
hasta el rotundo rechazo al concepto en sí— no son poco comunes hoy día.
Y esa es otra razón por la cual la exhortación de Tito 2 es tan necesaria hoy
día.
En el capítulo anterior vimos la primera exhortación directa al matrimonio,
que aparece en la lista de Pablo: “enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus
maridos” (v. 4). Y ahora nos concentraremos en la segunda: “enseñen a las
mujeres jóvenes a… [estar] sujetas a sus maridos” (vv. 4-5).
En este punto, difícilmente Pablo podría estar más fuera de sincronía con
nuestro mundo occidental por demás independiente e igualitario. Saca el tema
en la mayoría de los contextos —incluso entre algunos cristianos— y verás
que la gente te mirará como si fueras alguien de otro planeta.
La trágica realidad del maltrato doméstico hace que la idea sea aún más
objetable para muchos. En efecto, a menudo se afirma que la enseñanza de la
iglesia sobre la sujeción en el matrimonio en realidad promueve y fomenta el
abuso de las mujeres. A quienes toman este concepto bíblico en serio a
menudo se los ridiculiza como ignorantes, en el mejor de los casos, o
misóginos (odio a la mujer) en el peor de los casos.
Un artículo que leí sostiene que “la sagrada creencia del liderazgo
masculino, ostentado por cualquiera en posición de autoridad o influencia,
representa un peligro para los derechos humanos”.[1] Un capítulo que escribí
sobre este tema hace algunos años suscitó esta fuerte reacción de una lectora:
¿Cómo puede creer y publicar estas cosas? ¿No sabe que los hombres,
aquí en los Estados Unidos y en otras naciones del mundo, usan cosas
como estas para dominar, maltratar y matar a sus esposas?

Toda la idea de la sujeción hace que algunas mujeres se sientan indefensas,


sin valor y vulnerables frente a los hombres controladores e iracundos. Esto
no debería sorprendernos, si consideramos cuántas mujeres han sufrido
maltrato a manos de figuras de autoridad masculinas.
Desde una perspectiva humana, comprendo esta reacción. Para nuestra
mente finita y caída, la sola idea parece injusta e incluso absurda.
Sin embargo, la sabiduría de Dios es infinitamente más elevada que la
sabiduría humana. Él valora y estima muchas de las cosas que nosotras
despreciamos y rechazamos. Si solo pudiéramos comprender Sus propósitos
eternos, estaríamos cautivadas por la perfección y el esplendor de Sus
221
caminos. Así que en cuanto a este (o cualquier otro) tema, necesitamos
buscar sinceramente Su sabiduría en lugar de confiar en nuestra propia
perspectiva limitada y defectuosa.
Y ese es mi objetivo en este capítulo: explorar la sabiduría de Dios en
relación a esta pregunta de la sujeción en el matrimonio. ¿Qué significa? ¿Por
qué es importante? ¿Cómo se adorna nuestra vida cuando nos sujetamos a
nuestros maridos? ¿Cómo adornamos la doctrina de Dios con nuestra
sujeción?
Y por cierto, si eres soltera y tal vez comiences a sentir que estás exenta de
este proceder, por favor, continúa leyendo. Como una esposa relativamente
nueva, estoy muy agradecida por las oportunidades que tuve de cultivar un
corazón sumiso cuando era soltera. El principio de la sujeción se aplica a
todas nosotras de una manera u otra, y comprenderlo te ayudará en muchas
relaciones diferentes: con tus padres, tus hijos, tus empleados o tus
empleadores, y con los líderes de tu iglesia, sin mencionar a un futuro
cónyuge. También te ayudará a enseñar a las mujeres más jóvenes qué
significa sujetarse a sus maridos.

Hipótesis fundamentales
Entonces, ¿qué debemos hacer con la sujeción?
Comencemos con dos hipótesis fundamentales:
1. La sujeción fue idea de Dios.
No es una idea que maquinaron algunos tipos machistas para reprimir a las
mujeres. No, está fundada sobre el plan original de nuestro soberano Creador
que estableció las relaciones de autoridad y sujeción en la propia estructura
del universo.
Así diseñó Dios el funcionamiento de todo.
Con estructura. Con orden.
En la iglesia. En el lugar de trabajo. En el tribunal. En la Casa Blanca.
Y sí, en nuestra casa.
Los caminos de Dios no
solo son verdaderos y
correctos, sino también
magníficos y buenos.
222
Hay quienes hacen ejercicio teológico para concluir que, en realidad, la
Palabra no llama a las esposas a sujetarse a sus maridos. Pero una simple
lectura del texto, tanto de Tito 2 como de otros pasajes de las Escrituras (ver,
p. ej., 1 Co. 11:3, Ef. 5:22-33, Col. 3:18 y 1 P. 3:1-6), nos muestra claramente
el principio de la autoridad y la sujeción en la relación matrimonial.
La Biblia es la revelación pura y autorizada de Dios y Su voluntad. Es el
manual de instrucciones para nuestras vidas. No podemos escoger solo las
partes que nos gustan. Y estas son buenas noticias: ¿Quién conoce mejor
cómo debería funcionar la vida sino el propio Creador y Diseñador de la
vida?
2. Los caminos de Dios son buenos.
Los caminos de Dios no solo son verdaderos y correctos, sino también
magníficos y buenos. Él se deleita en las criaturas que formó con Sus propias
manos, en las cuales sopló aliento de vida. Y quiere que ellas se deleiten en
Él y experimenten todas las bendiciones posibles.
Nuestro buen, sabio y amoroso Dios nunca nos pediría algo que no fuera
para nuestro máximo beneficio. Si abandonamos o rechazamos Su plan
bueno, lo hacemos para nuestro propio mal, así como también para el mal de
otros y el propio evangelio.
No estoy diciendo que la sujeción es fácil. Puede ser extremadamente
difícil.
No estoy diciendo que nos fluye con naturalidad. No nos fluye. Todas
hemos nacido con un espíritu rebelde (o, como frecuentemente digo, con
ganas de patalear). A no ser por tener un nuevo espíritu impartido por Cristo,
naturalmente nos resistimos a someternos a la autoridad de otra persona, ya
sea divina o humana.
Independientemente de cómo nos podamos sentir a veces, la sujeción
bíblica es un don de la gracia del Señor. Algo bueno. Algo hermoso. Es una
actitud del corazón y una forma de vida que debemos aceptar no solo para la
gloria de Dios, sino también para nuestro propio bien y el bien de los demás.
En el principio
Para encontrar las raíces de la sujeción bíblica necesitamos regresar al huerto
del Edén, donde Dios reveló por primera vez Sus principios trascendentales
para la experiencia humana. Uno de ellos es la relación entre marido y mujer
223
que, como el resto de la creación, tenía el propósito de mostrar la gloria de
Dios y darle la alabanza y la adoración que Él merece.
El primer capítulo de Génesis describe el momento cuando Dios culminó la
obra maestra de Su creación:
Y creó Dios al hombre a su imagen… varón y hembra los creó… y he
aquí que era bueno en gran manera (Gn. 1:27-31).

El segundo capítulo de Génesis desarrolla este relato aún más y da detalles


de cómo Dios formó a la mujer del hombre y para el hombre, y luego la dio
al hombre para completarlo y colaborar con él en el cumplimiento de los
santos y eternos propósitos de Dios.
Eso nos lleva al tercer capítulo de Génesis, donde todo se distorsiona,
incluso nuestro entendimiento de la sujeción.
Algunos teólogos creen que la sujeción en el matrimonio es el resultado
directo de la caída, una consecuencia de la maldición del pecado que el
evangelio revierte. Ellos basan su punto de vista en la palabra profética que
Dios le dio a Eva en Génesis 3:16, después del episodio del fruto prohibido:
Tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti.
Cuando Dios pronunció esas palabras proféticas, el plan divino para
ordenar el universo y las interacciones humanas ya estaban vigentes. Dios
había establecido la disposición divina de la autoridad y la sujeción como
parte del orden creado original, antes de la caída. En el plan bueno y sabio de
Dios, el hombre y la mujer fueron diseñados para tener diferentes roles. Y, a
través de su unión, representarían aspectos distintos y complementarios en el
relato de la redención que se desarrolla a lo largo de la historia.
Muchos siglos después, el apóstol Pablo y otros autores del Nuevo
Testamento confirmarían explícitamente su significado. Algunos rechazan la
enseñanza del Nuevo Testamento sobre la sujeción en el matrimonio, de Tito
2 y otros pasajes, como algo vinculado a la cultura de la época e irrelevante
para los lectores de hoy; tan solo como un reconocimiento de la norma
cultural de la época. Estos escritores, dicen ellos, solo estaban aconsejando a
las mujeres a vivir de una manera justa y santa dentro de un sistema cultural
ahora pasado de moda.
Sin embargo, Pablo mismo, al escribir bajo la inspiración del Espíritu,
224
describe específicamente el orden divino de la autoridad y la sujeción como
un principio eterno y transcultural; la relación marido-mujer es un reflejo de
la relación Dios-Hijo y la relación Cristo-hombre.
Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón
es la cabeza de la mujer,[2] y Dios la cabeza de Cristo (1 Co. 11:3).

Para una esposa, la sujeción es aceptar el orden bueno de Dios para su vida,
así como el esposo se somete a Dios y acepta el orden de Dios para su vida.
La mujer tiene el privilegio de representar el misterio y la belleza de la
sujeción del Hijo al Padre. Porque, incluso dentro de la Trinidad, vemos una
disposición paradójica: unidad total con roles e identidades individuales y
perfecta igualdad con total sujeción.
Sabemos que ambos, el Padre y el Hijo, son igualmente Dios. Y sin
embargo, el Hijo escoge someterse a la voluntad del Padre:
Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la
voluntad del que me envió (Jn. 6:38).
La sujeción de las esposas cristianas a sus maridos es un cuadro atractivo y
poderoso de la sujeción del Hijo al Padre y de la sujeción de la Iglesia a
Cristo. Estas esposas, junto a sus maridos que las aman desinteresada y
sacrificialmente, manifiestan la historia del evangelio de una manera vívida y
convincente.
Qué no es sujeción
Seamos prácticas aquí. ¿Qué significa sujeción bíblica en el contexto de
nuestra vida cotidiana, en medio de los roces inevitables de toda relación?
Estoy convencida de que gran parte de la resistencia a esta idea proviene de
una comprensión errónea de su significado. Es sumamente importante para
aquellas de nosotras que somos mujeres mayores estar preparadas para lidiar
con los conceptos erróneos que existen con respecto a este tema si queremos
llevar a cabo nuestro mandato de enseñar a las mujeres jóvenes a estar
“sujetas a sus maridos”.
Aquí presento algunos aspectos básicos que todas necesitamos
comprender:
1. La sujeción de una mujer no es a todos los hombres en general.
225
Cada persona —hombre o mujer, joven o anciana— forma parte de
relaciones que requieren sujeción, ya sea a padres, jefes, autoridades civiles o
líderes espirituales en la iglesia. Y todos, como creyentes, debemos tener una
actitud humilde y sumisa hacia el otro en el cuerpo de Cristo (Ef. 5:21). Sin
embargo, cuando en las Escrituras se instruye a las esposas a sujetarse, se
refiere específicamente a “sus maridos”, a quienes Dios ha puesto como
cabeza de sus esposas para amarlas y dar la vida por ellas.
2. La sujeción no significa que una esposa es inferior a su marido.
En las Escrituras se afirma claramente que los hombres y las mujeres
fueron creados a imagen de Dios y, por lo tanto, son de igual valor. Tienen el
mismo acceso al Padre y son igualmente coherederos con Cristo, comparten
al Espíritu Santo por igual, son igualmente redimidos y bautizados en Cristo,
igualmente partícipes de Sus dones espirituales y Dios los ama y valora por
igual.
3. La sujeción no somete a la esposa a una vida de conformidad forzada.
La palabra usada en el Nuevo Testamento para “sujeción” —en referencia
a la manera ordenada de seguir a un líder— habla de un acto voluntario. En
una comprensión adecuada de lo que es el matrimonio, ningún marido
debería obligar a su esposa a sujetarse a él por la fuerza o manipulación. La
sujeción es la decisión voluntaria no solo de someterse a él, sino,
fundamental y principalmente, de someterse en obediencia al Señor.
4. La sujeción no equivale a esclavitud, humillación y servilismo.
Una esposa no es una sirvienta. Tampoco una empleada. Ni una niña ni una
ciudadana de segunda clase que se inclina a los pies de su superior. Por el
contrario, la sujeción es una respuesta alegre, placentera, inteligente y
amorosa a la posición que Dios le ha otorgado al marido como su cabeza
espiritual (ver Ef. 5:22-23). Y esa autoridad no significa que tu marido tiene
autoridad absoluta sobre ti. Los esposos no son la autoridad suprema sobre
sus esposas. Dios es la autoridad. Dios les ha delegado autoridad a los
esposos y ellos darán cuentas a Él de ejercerla de una manera humilde,
sacrificial y amorosa.
5. La sujeción no rebaja a la esposa a alguien incapaz de pensar.
Estar sujeta a tu marido no te condena a un destino de obediencia ciega e

226
incondicional. Sigues siendo una persona con opiniones válidas y tienes
derecho a expresarlas de una manera humilde y amable. De hecho, como
ayuda idónea de tu marido estarías faltando a tu deber si no le haces ver las
cosas que él no ve o no parece entender.
6. La sujeción no significa que los maridos siempre tienen la razón.
Tu marido no es Dios. (Ya lo sabes). Él es tan pecador como tú. (También
lo sabes). De modo que la sujeción bíblica no se puede basar en lo sabio,
piadoso o capaz que sea tu marido ni en que te guste su forma de ser, su
comportamiento o su personalidad. En pocas palabras: no es tu marido el que
hace que este patrón funcione en el matrimonio. Es Dios. Y Dios es Aquel a
quien tú y yo finalmente nos sometemos en nuestro matrimonio.
7. La sujeción nunca requiere que una esposa obedezca a su marido a
pecar.
Tu más grande lealtad y fidelidad es a Cristo. Si tu marido abusa de la
autoridad que Dios le ha dado y te exige algo que es contrario a la Palabra y
la voluntad de Dios, debes obedecer a Dios antes que a tu marido.
Cada vez que en las
Escrituras se exhorta a
las mujeres a sujetarse a
sus maridos, se instruye
respectivamente a
los maridos a amar y
apreciar a sus esposas.
Sin embargo, lo que he notado al escuchar a muchas esposas en
matrimonios difíciles es que, frecuentemente, su lucha es a someterse a la
voluntad de sus maridos cuando a ellas no les gusta o piensan que no es lo
mejor, no porque sea algo que la Biblia y la conciencia prohíben. Es
importante distinguir entre ambos pensamientos a la hora de cumplir la
voluntad del marido.
8. Finalmente, la sujeción de una esposa nunca da licencia a su marido
para abusar de ella.
Jamás. Cada vez que en las Escrituras se exhorta a las mujeres a sujetarse a

227
sus maridos, se instruye respectivamente a los maridos a amar y apreciar a
sus esposas. No hay justificación posible para que un marido abuse de su
esposa, ya sea de manera física o verbal, o con medios de manipulación e
intimidación más “respetables”; lo que un pastor llama “abuso amable”.[3]
Si eres víctima de abuso (o sospechas que lo eres), debes buscar ayuda. La
enseñanza bíblica sobre la sujeción no contempla ninguna licencia para el
maltrato. Si tú (o tus hijos) están sufriendo lesiones físicas o amenazas, debes
buscar un lugar seguro y contactar a las autoridades civiles y espirituales para
que te protejan.
Dondequiera que las personas abusan del orden que Dios ha establecido
para cualquier esfera, el problema no deriva de fallas en el plan de Dios, sino
de las distorsiones pecaminosas de la humanidad. Por lo tanto, la solución a
los problemas que surgen cuando se aplica este principio en el matrimonio no
es descartar la sujeción, sino alinear nuestra comprensión y práctica de la
sujeción con lo que dicen realmente las Escrituras. Cuando el sistema
funciona conforme al diseño de Dios, fluyen las bendiciones del cielo que
manifiestan la belleza de Su carácter y sus caminos en nuestra vida y a través
de nuestra vida.
El costo de la sujeción
Sin embargo, eso no quiere decir que la sujeción bíblica —entendida
correctamente, obedecida fielmente, sin la tergiversación del abuso— sea
fácil. Como ya hemos visto, no lo es. Incluso quienes están de acuerdo con el
principio de la sujeción encuentran su práctica a veces difícil.
Como prueba de su dificultad —si necesitas alguna—, vayamos a la
epístola de 1 Pedro. El tema que prevalece en esta carta del Nuevo
Testamento es cómo mantener la esperanza y la perseverancia gozosa a pesar
del sufrimiento. El apóstol Pedro escribió a los cristianos de la iglesia
primitiva perseguida y los instó a recordar el ejemplo de Cristo, a mantener
sus ojos en su recompensa celestial venidera y a no a avergonzarse de su fe,
incluso cuando parecía que estaban solos en medio de sus fuertes pruebas.
Este tema del sufrimiento está implícito en los capítulos 1 y 2 de Primera
de Pedro. También es prominente en todo el capítulo 4 y otra vez en el
capítulo 5. Y no creo que sea casual que Pedro abordara el tema del
matrimonio (en el cap. 3) justo en medio de estos capítulos.
El último párrafo del capítulo 2 (vv. 21-25), que implanta la enseñanza
228
sobre el matrimonio, es un poderoso testimonio de cómo Cristo se sometió a
la voluntad de su Padre, aun cuando implicara sufrimiento. Mientras tanto, en
vez de amenazar o reprender a los pecadores, Jesús se “encomendaba” a
Dios, con la certeza de que su Padre sabio y amoroso, al final, lo vindicaría.
Hizo todo esto por nosotros y nos dejó un ejemplo “para que [sigamos] sus
pisadas”. Como resultado de Su obediencia y Su confianza en Dios, nos trajo
la sanidad espiritual y atrajo nuestros corazones descarriados al Pastor de
nuestras almas.
El siguiente párrafo, a partir del capítulo 3, versículo 1, dice: “Asimismo
[de la misma manera] vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos” y
prosigue en dar algunos ejemplos y razones (vv. 2-6). El versículo 7
continúa: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando
honor”. Y luego el resto del capítulo se centra en el tema del sufrimiento por
causa de la justicia, como Jesús lo hizo por nosotros.
Al vincular el sufrimiento redentor de Cristo al matrimonio, Pedro quería
que entendiéramos que tanto los maridos como las esposas a veces tienen que
sufrir para cumplir el rol y la responsabilidad que Dios les ha encomendado
con su cónyuge. Nos recuerda que podemos confiar ​nuestra situación y el
resultado de nuestra obediencia a Dios, y que nuestra voluntad de seguir las
pisadas de Jesús (2:21), incluso cuando es difícil, puede traer sanidad y
restauración a la vida de otros.
En sus palabras a las esposas, Pedro se dirige específicamente a las mujeres
cuyos maridos no son creyentes; una situación que era común en la iglesia
primitiva. Para una esposa cristiana cuyo marido no comparte su fe —que tal
vez resiste o ridiculiza las cosas que más le importan— la sujeción y el
respeto puede ser muy difícil. Y sin embargo, para estas mujeres, como para
aquellas que perseveran en medio de cualquier aflicción con dignidad y fe en
Dios, la experiencia solo sirve para hacer que su fe y su carácter brillen más
fuerte.
Según Pedro, la “conducta casta y respetuosa” y el “espíritu afable y
apacible” son el “incorruptible ornato” de las mujeres (1 P. 3:2, 4). Así es
como adornan la doctrina que dicen creer. Mucho más eficaz que cualquier
táctica de manipulación, reproches o enojo, la sujeción de una esposa a Cristo
—expresada en la sujeción respetuosa a su marido— es el medio más
probable de alcanzar el corazón de su marido y hacer que se convierta en un
obediente seguidor de Cristo.
229
Y este principio puede aplicarse a cualquier mujer cuyo marido no esté
siendo obediente a la Palabra de Dios. Cuando una mujer reprime el impulso
natural de resentirse con su marido o de tomar represalias contra él, cuando
corre a la cruz en vez de dar rienda suelta a su lengua, cuando mantiene un
espíritu afable y apacible y espera con firmeza en Dios, independientemente
del comportamiento de su marido, no hay lugar para la condición débil,
cobarde y caprichosa de la feminidad dominada. Esta es una mujer de poder.
La difícil respuesta, que honra a Dios, de una esposa que se sujeta puede
ser la manera de atraer al marido más resistente a someterse a Dios. Este tipo
de sujeción no es una señal de servilismo, sino de grandeza.

“Pero ¿qué pasa si creo que él está equivocado?”


Muchas mujeres preguntan: “Pero ¿qué hago cuando no estoy de acuerdo con
las decisiones o la voluntad de mi marido?”.
En realidad, esta es la única vez que la sujeción se convierte en un
problema en el matrimonio, cuando el esposo y la esposa no están de acuerdo
en algo. Cuando todos están de acuerdo, ninguno necesita realmente
someterse a nadie sobre nada. Solo cuando levantas la vista y te das cuenta de
que los dos no están de acuerdo, sino que disienten, la sujeción se pone a
prueba.
Dichas pruebas pueden implicar pequeños desacuerdos que surgen en el
transcurso de la vida diaria. O puede abarcar cuestiones más importantes
relacionadas, por ejemplo, con decisiones sobre la crianza de los hijos, los
asuntos financieros o las expectativas y los deseos sexuales. Luego están los
asuntos realmente espinosos, como los que nuestro equipo ministerial a veces
escucha de mujeres cuyos maridos les piden que hagan algo que creen que es
contrario a la voluntad de Dios:
• “Mi esposo no es salvo. Debo sujetarme a él, pero él no quiere que yo
dé el diezmo. Está totalmente en contra. ¿Qué debo hacer?”.
• “¿Qué pasa si él es incrédulo y lleva a nuestros hijos a ver películas
clasificadas para mayores, aunque le ruego que considere otra
alternativa? O ¿qué pasa si te dice que vayas a trabajar y dejes a los
niños en una guardería?”.
• “El marido de mi amiga tiene una gran colección de música impía que
habla de sexo, drogas, etc. Él dice que es cristiano, pero se niega a
230
deshacerse de esas cosas. A mi amiga no le gusta tener eso en su casa
(tienen seis hijos), pero cree que estar sujeta a él implica que no puede
decirle que se deshaga de eso”.

Las mujeres que hacen estas y otras preguntas difíciles necesitan más que
una respuesta común de una consejera, una escritora o una maestra remota
que no conoce su vida ni su situación. Necesitan alguien que camine con
ellas, ore con ellas, llore con ellas, las desafíe o abogue por ellas cuando sea
necesario, que permanezca continuamente a su lado y le ayude a discernir
paso a paso la mejor manera de proceder.
Eso, por supuesto, es exactamente lo que Tito 2 ofrece a estas mujeres. Y
es por eso que las relaciones continuas, de una vida a otra, entre mujeres
jóvenes y ancianas experimentadas —en el contexto de la iglesia local, donde
se puede consultar a los líderes pastorales si es necesario— son tan
importantes y pueden ser una gran fuente de sabiduría práctica y aliento.
Dicho esto, existen algunos principios generales que he encontrado útiles
para las mujeres que atraviesan situaciones donde sus maridos les piden que
se sometan a decisiones que ellas consideran que no son sabias ni bíblicas.
1. Pregúntate: ¿Soy generalmente sumisa?
La sujeción bíblica es primero una actitud del corazón: una inclinación o
predisposición a seguir a otro. La esposa sumisa tiene un patrón general de
ceder a la autoridad de su marido en lugar de resistirse a sus ideas y
liderazgo. Sin duda, la sujeción de una esposa implica sus acciones y su
conducta. Pero lo que ella hace (sujetarse) fluye de lo que ella es (una mujer
de espíritu afable, obediente, dócil).
Cuando la autoridad y la sujeción bíblicas funcionan de la manera que Dios
ordenó, el esposo y la esposa pueden trabajar juntos para lograr un objetivo
común en lugar de estar enfrentados. Juegan en el mismo equipo. Y, al igual
que con los equipos deportivos, cuando cada uno juega en la posición que le
corresponde, el equipo gana el partido.
Para cambiar la metáfora, es como el baile de salón. Para que el baile
funcione, alguien tiene que guiar y alguien tiene que seguir; pero ambos
compañeros deben inspirar al otro a hacerlo mejor. Cuando las esposas se
sujetan al liderazgo de sus esposos, es más fácil para los maridos amar y
guiar. Y cuando los hombres aman y lideran, es más fácil que sus esposas se
231
sujeten a ellos.
Eso es algo a considerar cuando te encuentras en un forcejeo matrimonial.
Haz un alto y evalúa el patrón normal en tus respuestas a tu esposo. ¿Son tus
respuestas a tu marido generalmente obedientes y dóciles? ¿O tiendes
automáticamente a rebelarte y resistirte, lo cual hace difícil que tu marido
haga sugerencias o tome decisiones sin prepararse para tus inevitables
objeciones?
Tarde una noche, mientras escribía este capítulo, Robert me habló de mi
necesidad de ser una mejor administradora de mi tiempo frente a la inminente
fecha de publicación de mi libro. Me sugirió amablemente hacer algunos
cambios prácticos que él creía que me ayudarían a ser más eficaz.
Mi reacción refleja fue defender mi manera de hacer las cosas y explicarle
que Dios nos hizo diferentes (lo cual es verdad). Pero el Espíritu me recordó
que esa era una oportunidad para humillarme y seguir el consejo de mi
marido, de reconocer que él tiene la responsabilidad de ejercer la autoridad en
nuestro matrimonio y de confiar que Dios lo está usando para ayudarme a ser
más semejante a Jesús.
Así que me tragué el orgullo, agradecí a Robert por su aporte, y me
propuse tomarlo en serio. Durante los días siguientes, entendí con más
claridad la sabiduría de lo que había dicho. Además, al responder a su
liderazgo, comencé a experimentar una dulce infusión de la gracia de Dios en
mi vida.
Este ejemplo puede parecer trivial en comparación con los problemas
mucho más graves que enfrentas en tu matrimonio en este momento, pero
nuestra respuesta a estos intercambios cotidianos realmente afecta la manera
en que nuestros maridos nos responden a nosotras. He observado que los
hombres tienden a elegir una de dos alternativas erróneas cuando se enfrentan
a la resistencia de su esposa. O se vuelven dominantes —se adueñan de la
pelota y corren con ella— o bien se vuelven pasivos. Ninguna de esas
respuestas, por supuesto, contribuye a buenas decisiones o a una relación
saludable, pero la segunda —la pasividad— puede ser la más molesta para
una esposa. De hecho, una de las frustraciones más comunes que he
escuchado de las mujeres cristianas es la lentitud de su marido para asumir su
posición de autoridad y líder.
Una amiga me dijo: “A mi marido no le gusta el conflicto o la
confrontación, así que prefiere no dar indicaciones que sospeche que no voy a
232
querer seguir”. Un tiempo después, cuando le pregunté su opinión sobre el
tema a este hombre, me explicó: “Si un marido siente que su liderazgo puede
amenazar la relación, prefiere proteger la relación y no liderar”.
Otro esposo me dijo: “Si mi esposa desafía y cuestiona todo, es más difícil
liderar que no hacer nada. Así que los hombres pueden optar por no hacer
nada en lugar de arriesgarse al fracaso”.
La cuestión es que cuando un marido desarrolla un patrón arraigado de
evitar los conflictos, prefiere dejar que su esposa tome las decisiones en lugar
de arriesgarse a dañar su orgullo o invitar a más peleas en la relación.
Y, para una esposa, esa no es una buena posición. Te deja expuesta y
desprotegida, sobrecargada de responsabilidades. Además, te hace sentir sola
y sin apoyo, porque tu pareja ha optado por no involucrarse en los asuntos
importantes.
Por lo tanto, es útil tener en cuenta… ¿Cuál es tu inclinación?
¿Sujetarte o resistirte?
Este es un buen punto de partida.
2. Asegúrate de querer la voluntad de Dios y Su gloria más que tu propia
voluntad.
Sé que el mandamiento de sujetarnos a nuestro marido puede parecer una
terrible injusticia. A veces, la sensación de vulnerabilidad y pérdida de
control puede provocar miedo. Pero es útil recordar que lo más importante no
es nuestra sumisión al liderazgo humano —a nuestro marido— sino más bien
a Dios. Cuando lo piensas, pedirnos que nos sometamos a una autoridad que
Dios ha establecido, en realidad es pedirnos que seamos como Jesús.
“Mi comida es que haga la voluntad del que me envió”, dijo Jesús (Jn.
4:34), con lo cual indicó que Su más grande satisfacción era hacer lo que Su
Padre le pedía. Esta decisión, obviamente, fue costosa para Él, que “estando
en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:8). Pero como resultado de la
sujeción de Jesús, el Padre lo “exaltó hasta lo sumo” (v. 9) y lo favoreció con
una bendición mucho más sublime que el alto precio de Su rendición.
Las batallas que enfrentas en casa a veces pueden ponerte en una posición
que te parece imposible de sobrellevar. Pero, si llegaras a la raíz de tu lucha,
te sorprenderías de lo que podrías llegar a encontrar. ¿Podría ser que tienes
miedo de que aquello que honra a Dios en esta situación sea diferente de lo
233
que tú quieres?
He descubierto que una vez que realmente nos sometemos a la voluntad de
Dios, a menudo se nos hace más fácil someternos a las autoridades humanas.
3. Dile lo que te preocupa, pero cuida tu actitud.
Hay una manera de decir que no, y hay otra manera de decir que no. ¿Sabes
a qué me refiero? Una manera puede ser acusatoria y amenazante,
quejumbrosa y rezongona, degradante y exigente. Pero la otra viene de un
corazón que es humilde, tierno, respetuoso y consciente de que es probable
que tenga en sus manos la posibilidad de producir un choque de voluntades o
un diálogo pacífico entre adultos.
La actitud es muy importante.
Y la actitud, obviamente, comienza en tu corazón. Puedes controlar tu
lengua y tus expresiones faciales por pura fuerza de tu voluntad… a veces.
Pero solo puedes hacerlo constantemente cuando la sujeción viene de
adentro, no como un mero sometimiento externo.
Esta es otra razón por la cual el llamado de Dios a la sujeción es una
bendición, porque adiestra nuestro corazón a resistir lo que nuestras
emociones desenfrenadas demandan. Entonces, cuanto más profundamente
cede una esposa —primero a Dios y, por ende, a su marido— más probable
es que broten de ella amabilidad y suave verdad en lugar de aspereza y
argumentos displicentes.
Cuando hay un cambio en ti, la sujeción puede producir un cambio en
cómo se resuelven los problemas en tu matrimonio (o en cualquier otro lugar,
en el trabajo o en la iglesia).
4. Si sigues estando en desacuerdo, apela gentilmente.
Ábrele tu corazón, en oración, con amabilidad, con palabras
cuidadosamente escogidas y en el momento apropiado. A veces esto significa
esperar hasta que tus emociones se hayan calmado y tu marido esté en mejor
estado de ánimo para escuchar realmente lo que hay en tu corazón.
Un buen ejemplo de alguien que apeló a la autoridad es el de la reina Ester,
una joven judía huérfana que terminó casada con el rey de Persia. El rey
Asuero era un hombre impaciente, colérico e inestable, conocido en la
historia por su crueldad y sus horribles arrebatos de ira. Si estás familiarizada
con este relato del Antiguo Testamento (en el libro de Ester), sabes que el

234
principal funcionario del rey, Amán, manipuló a Asuero para que decretara el
exterminio del pueblo judío.
El tutor de Ester, Mardoqueo, le rogó a ella que le pidiera a su marido que
detuviera estos planes malvados. Y no es de extrañarse que Ester vacilara y
temiera por su propia seguridad. Al final, ella reunió el coraje para arriesgarse
al posible rechazo del rey… o a algo peor. Pero tuvo la prudencia de resistir
la tentación de presentar todo su alegato de una vez. Hacerlo así hubiera
hecho que Asuero se sintiera confrontado o tomado por sorpresa. En su lugar,
ella invitó al rey y a Amán —dos veces— a una suntuosa fiesta que había
preparado. Solo entonces, cuando el rey estaba relajado y con un buen estado
de ánimo, ella le hizo su petición. Y su estrategia demostró ser sabia. La
traición de Amán quedó expuesta, y el pueblo de Ester se salvó.
Con frecuencia he pensado en este relato cuando he tenido la tentación de
abrirle mi corazón a mi marido o a otra persona en autoridad en lugar de
ejercer control, buscar el momento más oportuno y la estrategia más sensata.
Podrías comparar tus tácticas con las de una mujer que dice: “Cariño, hay
algo que realmente necesito hablar contigo. ¿Qué momento te parece bien
para que nos sentemos y te pueda contar lo que hay en mi corazón?”.
Ahora bien, Ester no tenía ninguna garantía de que el rey cambiara sus
órdenes y detuviera a los escuadrones de la muerte, como tampoco la
apelación amable de una esposa garantiza que su marido acepte su objeción.
El ejemplo de la apelación de Ester a su malvado marido ilustra que el
momento y el tacto en la apelación de una mujer pueden predisponer mejor a
un hombre a escuchar y a considerar su punto de vista.
No es una cuestión de ser falsamente modesta o manipuladora para lograr
tu cometido, sino de usar la dulzura y el tacto para plantear tu punto de vista.
Por supuesto, la línea entre las dos puede ser fina. Y desde luego, el
matrimonio de Ester y Asuero no es un ejemplo digno de imitar. Sin
embargo, creo que su ejemplo puede ser instructivo cuando se trata de hablar
con un marido (o cualquier otra figura de autoridad) sobre un asunto difícil o
un desacuerdo.
5. Una vez que haya hecho tu petición, espera que Dios intervenga.
Una vez tuve un jefe que con sabiduría y amabilidad me dijo: “Nancy, está
bien que pongas tus cartas sobre la mesa, pero una vez que las pongas, quita
tus manos. No sigas insistiendo”.
235
Mi temperamento natural de hija primogénita, lo confieso, es más como un
pitbull que como un labrador. Puedo hundir mis dientes en algo y no dejarlo
hasta que quienquiera que sea que esté del otro lado finalmente diga: “Está
bien, de acuerdo, tú ganas”.
¡Qué alivio es saber que
no somos responsables de
producir obediencia en
nuestros maridos! Solo
el Señor puede hacerlo.
Sin embargo, estoy aprendiendo que tales tendencias de pitbull son
raramente efectivas o productivas en un matrimonio… o en cualquier otra
relación. He notado que cuando le abro mi corazón a Robert con un espíritu
manso, y luego dejo el asunto en sus manos, las cosas van mucho mejor.
Cuando él sabe que confío que Dios obrará a través de su liderazgo, se
muestra más dispuesto a escuchar lo que le estoy diciendo. Siente un mayor
sentido de la responsabilidad y un mayor deseo de buscar al Señor y amarme.
¡Qué alivio es saber que no somos responsables de producir obediencia en
nuestros maridos! Solo el Señor puede hacerlo. Lo que tú y yo necesitamos
hacer es orar por el hombre de nuestra vida y por nuestros desacuerdos
también. Si es sabio lo que le pedimos reconsiderar a nuestro marido, y él no
parece dispuesto a escucharnos, entonces la mejor manera de llegar a él es
pasar por “sobre él”, a Aquel que puede tocar su corazón para que haga lo
correcto.
Este proceso requiere paciencia, pero demostrará si realmente creemos que
Dios es grande y si confiamos en que Él es poderoso, soberano y bueno. En
estos momentos de la vida, las palabras del salmista son precisamente lo que
necesitamos:
Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Jehová
(Sal. 27:14).
Desde luego, a medida que pasan los días podemos descubrir que Dios
cambió nuestro corazón, no el de nuestro marido. O tal vez descubramos una
combinación dulce de las dos cosas. Pero sea como sea que el Señor actúe,
habremos decidido caminar en el lugar donde habita Su paz y donde Él puede
236
hacer una obra profunda y santificadora en nuestra vida y en nuestro
matrimonio.
Una vez, una mujer me contó que ella y su marido habían llegado a un
callejón sin salida sobre un asunto particularmente polémico. Ella tenía una
postura firme sobre lo que se debía hacer y seguía insistiendo en su opinión.
La opinión de él era igual de firme, y no estaba dispuesto a transigir. Las
tensiones aumentaron. La división entre ellos también. Su marido no cedía y,
desde luego, ella no sería la primera en hacerlo.
Un día, después de otra acalorada discusión, el Señor contristó el corazón
de mi amiga por algunas cosas que había dicho y por la actitud que estaba
mostrando. Entonces se dirigió a su marido con una humilde disculpa y le
explicó que Dios le había hecho ver el daño que estaba causando y que estaba
totalmente dispuesta —aunque aún no estaba de acuerdo con él— a sujetarse
a él y a su decisión. “Estoy orando por ti, cariño —dijo—, y seguiré orando
por este asunto. Pero te respaldaré sea lo que sea que decidas”.
Cuando esta esposa tomó su lugar bajo la autoridad de su marido, él no lo
tomó como una rotunda victoria. En cambio, empezó a sentir el peso de lo
que estaba en juego y la necesidad de escuchar al Señor y seguir su dirección.
Todo lo que este marido quería hacer ahora —con el apoyo de la confianza
de su esposa— era asegurarse de tomar el camino correcto, aunque ese
camino fuera el que ella le había mostrado desde un principio.
Esta mujer pudo haber dicho: “Perdí. Me rendí. Él ganó. Dejé que él se
saliera con la suya”.
Pero no, ella no perdió.
Ella ganó, igual que él.
Ellos ganaron, porque su confianza en el Señor motivó a su marido a llegar
a un nuevo nivel de discernimiento y obediencia y a un deseo de hacer lo que
era verdaderamente mejor para su matrimonio y su familia.

La promesa de la gracia
Lo que necesitamos recordar —y lo que es tan fácil pasar por alto o
minimizar— es que el rol de nuestro marido es difícil. No, no todos los
esposos lo toman tan en serio como deberían, y muchos contribuyen a hacer
el deber de su esposa aún más difícil de cumplir, al igual que muchas mujeres
hacen las cosas más difíciles para sus maridos. Pero ¿sabes qué? Sea que tu
esposo lo sepa o no, Dios le ha delegado la responsabilidad de la condición
237
de su matrimonio y su familia. Y tendrá que comparecer ante el Señor para
dar cuenta de cómo manejó esta mayordomía.
Dios no nos hace responsables de cumplir el rol de nuestro esposo. Nos
hace responsables de cumplir nuestro rol, no solo de someternos a nuestro
marido, sino de apoyarlo y sostenerlo en oración. Y sí, las cosas pueden salir
mal, aunque obedezcamos. Pero, aun entonces, Dios promete darnos (y nunca
deja de hacerlo) la gracia suficiente para cada desafío.
Cuando esperamos en Dios, como lo hizo Jesús cuando sufrió injustamente
(1 P. 2:23), podemos experimentar libertad del temor. Y nuestra sujeción y
confianza en el Señor mostrará la belleza del evangelio:
Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres
que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara
obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis
venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza (1 P.
3:5-6).
En el primer capítulo de este libro mencioné algunos momentos privados
que pasé con mi amiga de toda la vida, Vonette Bright, justo antes de caminar
hacia el altar para convertirme en la señora de Robert Wolgemuth. De una
manera verdaderamente maternal, ella quería asegurarse de que yo estuviera
adecuadamente preparada para esta nueva vida que estaba por comenzar. Al
final de nuestra breve conversación, Vonette dijo algo que jamás olvidaré; un
sabio consejo que ha demostrado ser uno de los regalos de boda más dulces
que he recibido.
“Sométete a cualquier cosa que le traiga placer a él… en todo —dijo ella
con una sonrisa—, ¡y te irá bien!”.
He dudado en dar este consejo, porque sé que podría malinterpretarse. De
ninguna manera me estaba animando a satisfacer cualquier deseo pecaminoso
que mi marido pudiera tener. Y no estaba diciendo que yo sería esclava de mi
marido, que solo estaría con él para cumplir todos sus caprichos. Pero esta
preciosa viuda, que había disfrutado de un amoroso matrimonio de cincuenta
y cuatro años, conocía por experiencia propia el gozo de tener una
disposición —una inclinación— a seguir y obedecer el liderazgo de su
marido.
Las palabras de Vonette me han venido a la mente muchas veces desde el

238
día de mi boda. Mi inclinación natural es insistir en lo que quiero, lo que me
trae placer. Pero en esos momentos cuando he sentido renuencia a ceder o a
hacer el sacrificio de servir y bendecir a mi esposo, este consejo oportuno de
una anciana me ha ayudado a rectificar mi pensamiento. Y en la medida que
trato de elegir el camino de la sumisión, veo a mi amable y tierno marido
reconsiderar sus decisiones a fin de servirme y complacerme.
Comprendo que no todos los maridos responderán de la misma manera y
que algunas esposas no verán el fruto de su obediencia a la Palabra de Dios
en corto plazo.
También comprendo que demasiado a menudo el concepto de la sujeción
se ha utilizado como una excusa y un pretexto para el abuso o para una pasiva
aceptación. No debemos hacer la vista gorda a tales situaciones. Según la
naturaleza y severidad de las circunstancias, se debe confrontar y
responsabilizar a los culpables por su comportamiento, y aquellas que han
sido perjudicadas necesitan recibir un consejo piadoso y un alivio práctico.
Pero no podemos permitir que esas distorsiones y perversiones de la sujeción
nos hagan perder lo verdadero.
Esperamos ansiosamente el día cuando nuestro gran Dios reparará todos
los males y recompensará la fidelidad de aquellos que han soportado
pacientemente bajo las autoridades impías, ya sean gobernantes tiránicos o
maridos egoístas y dominadores.
Mientras tanto, Él nos llama a seguir los pasos de nuestro Salvador, a
esperar en Dios y a adiestrarnos mutuamente en esta verdad bíblica, con
nuestra confianza en Su sabiduría, bondad y amor, y la experiencia de la
sorprendente belleza y poder de la humilde sujeción.

Reflexión personal
Ancianas
1. ¿Cuáles han sido tus luchas (o todavía lo son) con la sujeción bíblica
en tu propia vida y tu matrimonio? ¿Qué has aprendido? ¿Cómo
podrían tus experiencias ser una fuente de aliento para una mujer
joven que conozcas?
2. ¿Cómo puedes modelar y enseñar la sujeción a mujeres jóvenes de tal
manera que les ayude a verla como una bendición y no como una
carga?
239
3. ¿Qué puedes hacer para acompañar a una mujer que está luchando por
obedecer las decisiones de su esposo? ¿Cómo puedes ofrecerle apoyo
y aliento y, al mismo tiempo, retarla a pensar bíblicamente?
Mujeres jóvenes
1. ¿Te consideras una mujer bíblicamente sumisa? ¿Qué es la sujeción
para ti? ¿Tiendes a ser dócil o resistente a la autoridad?
2. ¿Sueles desear salirte con la tuya en lugar de buscar honrar al Señor y
seguir Su dirección a través de tu esposo u otras autoridades? ¿Cómo
podría ayudarte comprender adecuadamente la sujeción a la voluntad
de Dios? ¿Cómo te inspira el ejemplo de Cristo?
3. ¿A qué anciana madura o mentora podrías buscar para pedirle que te
aliente y te aconseje si te resulta difícil responder a la autoridad de una
manera bíblica?

240
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.

Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la p aciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no


esclavas del vino, maestras del bien;

que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, su jetas a sus maridos,


para que la palabra de Dios no sea blasfemada

…para que en todo adorn en l a doct rina de Dios nuest ro


Salvador.
TITO 2:1-5, 10

241
CAPÍTULO 13

Dadoras de vida en entrenamiento


Aceptando el regalo de la maternidad
La maternidad es la esencia de la feminidad. Vivir como una madre dedicada a sus hijos en esta
cultura egocéntrica y sin Dios cuesta mucho. Pero las recompensas… son realmente ricas.
BARBARA HUGHES

TAL VEZ HAYAS VISTO UN SEGMENTO DE HUMOR EN INTERNET que propone una
serie de “pruebas” para las personas que están considerando tener hijos. Las
actividades, que el autor describe, son intentos de simular cómo es la vida
con los niños y de experimentar la vivencia de la maternidad antes de
comprometerse a tener hijos. Las pruebas incluyen cosas como ir a dormir a
las 2:45 de la madrugada y levantarse quince minutos después cuando suena
la alarma a las 3:00, darle cucharadas de cereal de maíz a un pastoso melón
que oscila suspendido del techo, insertar una moneda en el reproductor de CD
del coche e intentar meter un pulpo vivo en una bolsa de red sin que se salgan
ninguno de sus brazos.[1]
Todos podemos reírnos (o, probablemente, asentir con un suspiro) de estas
simulaciones improvisadas sobre los malabares y la pirotecnia que componen
el día típico de una madre con hijos pequeños. Pero la parodia solo es eficaz
hasta cierto punto. Tomada demasiado en serio, puede revelar una mentalidad
que temo que muchas mujeres jóvenes traen consigo al matrimonio: la idea
de que la crianza de los hijos, a pesar de sus fantasiosos ideales y las fotos en
Facebook, es mayormente un trabajo pesado y absorbente.
Mientras tratamos de obtener la perspectiva de Dios sobre el llamado y el
don de la maternidad, necesitamos preguntarnos qué influencias pueden
haber moldeado nuestras creencias subyacentes sobre este tema (y otros
tratados en Tito 2):
• ¿Estamos imitando lo que experimentamos desde niñas sin detenernos
a evaluar si esas costumbres son acertadas, buenas y sabias?
• ¿Aceptamos sin evaluar las filosofías promovidas a través de la cultura
popular: revistas, medios de comunicación o blogs para madres?
242
• O… ¿estamos leyendo la Palabra de Dios para determinar Sus
propósitos para nosotras en nuestro rol y llamado como mujeres,
esposas, amigas, miembros de la iglesia, trabajadoras, hermanas y sí,
madres?

Karina era una mamá de unos treinta y cinco años cuando asistió a una de
las primeras conferencias de Mujer Verdadera auspiciada por Aviva Nuestros
Corazones. Habíamos preparado un stand donde las personas podían grabar
un testimonio en video de cómo el Señor les había hablado durante la
conferencia. En su video, Karina contó que había recibido a Cristo poco
después del nacimiento de su primer hijo y que ella y su esposo habían
recibido a siete niños en su casa durante los siguientes doce años. Era una
madre dedicada, que obviamente valoraba a los niños. Y, sin embargo,
durante ese fin de semana, el Señor había expuesto el enojo y la frustración
que había estado acumulando en su corazón durante mucho tiempo. Sin
siquiera darse cuenta de ello, había tenido la sensación persistente de que su
marido, sus hijos, su vida, Dios, en realidad, todos, se habían aprovechado de
ella, le habían robado, la habían privado de oportunidades y libertades.
La voz de Karina se quebró y empezó a llorar mientras testificaba con la
voz entrecortada lo que le había sucedido en la conferencia ese fin de semana.
A través de la enseñanza de Su Palabra, Dios había renovado su pasión por la
maternidad. Ahora, el gozo de lo que Él le había encomendado llenaba su
corazón. Estaba ansiosa por llegar a casa y estar con sus pequeños hijos,
disfrutar del privilegio de ser madre, hablarles de Jesús y enseñarles a
caminar con Él.
Publicamos el video de Karina en nuestro blog de Mujer Verdadera a la
semana siguiente, y el sitio se inundó inmediatamente con respuestas de
madres que se identificaban con su historia. Muchas de ellas comentaron que
también se habían resentido con Dios y con sus maridos por la carga de
responsabilidad que se les había impuesto; que a menudo habían lamentado la
pérdida de deseos y planes que habían dejado de lado para cuidar de sus
familias; que estaban hartas de no poder ir al supermercado cuando lo
deseaban o incluso ir al baño solas. Dieron testimonio de que las filosofías no
bíblicas que circulan tan libremente en nuestra cultura habían invadido
sutilmente (y a veces no tan sutilmente) sus pensamientos y les habían
transmitido un sentimiento perpetuo de privación y agotamiento. No obstante,
243
también revelaron que Dios estaba volviendo a cautivar su mente y corazón y
reavivando su celo por el sublime y santo llamado a la maternidad.
Él puede hacer lo mismo por ti.
No, el aire puro de la verdad no impedirá que tu hijo pequeño vomite la
mañana que estás saliendo de vacaciones. No evitará que tu estudiante de
secundaria te informe en el coche de camino a la escuela que hoy es el plazo
de entrega de cuarenta dólares y un permiso firmado para el viaje de la banda
de música del próximo mes. Probablemente, no calmará el enojo de un
hijastro ni hará volver en sí de inmediato a un hijo pródigo después de años
de estar descarriado.
La vida sigue. Los costos suben. La crianza de los hijos es exigente y
compleja, y está desprovista de recompensas inmediatas, no importa cuánta
pasión sientas por la maternidad.
Sin embargo, si eres madre —una madre biológica, una madrastra, una
madre adoptiva o de crianza, o cualquier otra persona que participe
activamente en la crianza de los hijos—, Tito 2 puede ayudarte a recordar que
tienes una vocación y un ministerio vital allí, en tu propia casa; un ministerio
que no es necesariamente ir a la iglesia o hacer un viaje misionero a Kenia. Y
te asegurará que tus esfuerzos en criar a esos pequeños para Su gloria no son
—y no serán— en vano.
Para empezar, quiero reconocer que no soy madre, al menos no en el
sentido tradicional. Ahora tengo el privilegio de adoptar a las dos hijas de
Robert y sus maridos y a cinco nietos adolescentes y jóvenes adultos como
“familia”, un regalo inesperado en esta etapa de mi vida.
Sin embargo, Dios, en Su providencia, ha decidido no darme hijos propios.
Por lo tanto, lo que leerás en este capítulo no es la voz de mi experiencia
personal, sino la voz de mi gran cantidad de amigas que son madres. He
caminado junto a estas mujeres y las he animado durante varias etapas de
maternidad. Estas madres me han ayudado a entender mejor lo que significa
amar a los hijos: pequeños, adolescentes y adultos; a aquellos que aman y
siguen a Cristo y a los que se han alejado de Él; hijos e hijas que adoptan los
valores de sus padres, y otros cuyas elecciones han roto el corazón de sus
padres.
Una cosa sé con certeza: Dios cuida de los niños. Por eso Él quiere que
nosotras también lo hagamos. Todas.

244
Deleitosamente tuyos
Tengo una novedad: no tienes que ser madre para comprender que la
maternidad es difícil.
Siempre ha sido difícil, y las expectativas de las supermamás de hoy —
motivadas por los medios de comunicación y el espíritu competitivo de la
cultura actual— pueden hacerla aún más difícil. Con razón tantas mujeres
jóvenes hoy día están posponiendo tener hijos o incluso deciden no tenerlos.
Con razón, si tienen hijos, se sienten presionadas a convertir a la familia en
una competencia y superar a sus amigas y vecinas; un reflejo de su estilo de
vida.
La mayoría de las personas
nunca verá los sacrificios
que haces para criar a
tus hijos, y nadie te dará
una bonificación a fin
de año para reconocer y
recompensar tus esfuerzos.
Y, con demasiada frecuencia, sienten la presión. Las madres atrapadas
dentro de este constante ajetreo de actividades pueden pasar menos tiempo
con sus hijos, que alrededor de ellos. Incluso cuando logran mantener todo
en sincronía (la mayoría de los días, en la mayoría de los casos), a menudo se
olvidan de la luz que deberían ver al final del túnel.
Al volver a Tito 2, recordamos que Pablo instruyó a las ancianas a enseñar
“a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos”. El tipo de amor
del que estaba hablando, como recordarás, era de cariño y afecto, amistad y
deleite, disfrutar de los objetos de nuestro amor y encontrar placer en su
compañía.
Si en este momento estás atravesando la etapa de crianza de tus hijos,
entonces sabrás que encontrar deleite en tus hijos a menudo es fundamental
para satisfacer sus demandas. Y, sin eso, la alegría de amar a los hijos puede
convertirse en nada más que una serie interminable de deberes repetitivos e
ingratos para cumplir día tras día.
La Biblia siempre
245
describe a los hijos como
regalos de Dios.
No serías humana si no te desgastaras a veces bajo la presión. Y la mayoría
de las personas nunca verá los sacrificios que haces para criar a tus hijos, y
nadie te hará una evaluación de rendimiento o te dará una bonificación a fin
de año para reconocer y recompensar tus esfuerzos.
Sin embargo, si no tienes cuidado, si no oras, si dejas pasar los días sin
determinarte a usarlos para los más altos y mejores propósitos de Dios —
recordar la verdadera razón por la que estás haciendo todo esto— entonces
puedes perder las bendiciones que Él ha destinado para ti en esta etapa de la
vida. Y tus hijos podrían perder la oportunidad de ver la imagen del amor de
Dios a través de ti.
Entonces, ¿cómo mantener esta tarea imposible en equilibrio?
¡Con ayuda! Y no solo con la ayuda de Dios, aunque por supuesto está
disponible para ti, sino que Dios ha escogido obrar en tu vida a través de

otras mujeres: las mujeres de Tito 2. Mujeres que ya han atravesado esta
etapa, que pueden enseñarte las lecciones de vida que han aprendido a lo
largo del camino y pueden darte apoyo y aliento para atravesar los días
interminables de la crianza de los hijos. Ayudarte a recordar…
Disfruta de tus hijos
Si eres madre, sabes, mejor que yo, que los meses, por momentos,
incómodos del embarazo y las horas del trabajo de parto son solo el comienzo
de muchos desafíos por delante: privación del sueño, maratones de llanto por
cólicos, temperamentos obstinados, momentos de ansiedad. Y aquellas que
están viendo a sus hijos mayores —incluso hijos adultos— luchar y
retroceder, tropezar y caer, podrían contar historias que harían parecer
sencilla, en comparación, la primera etapa de los niños cuando empiezan a
caminar.
Sí, la maternidad es difícil. El entusiasmo inicial en esta etapa a menudo se
ve eclipsado por el agotamiento, y el deleite, por el trabajo monótono.
Pero los hijos —como sabes o tal vez necesites que te lo recuerde— son
bendiciones. La Biblia siempre describe a los hijos como regalos de Dios.
Como una herencia. Como una recompensa. Como una esperanza para el
futuro. Como algo para estar agradecidas y disfrutar.

246
“Y la bendeciré —Dios dijo a Abraham cuando le prometió un hijo a Sara
—. La bendeciré, y vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrán
de ella” (Gn. 17:16).
La bendición de Isaac para Jacob incluyó la oración: “Que Dios… te
bendiga, y te haga fructificar y te multiplique” (Gn. 28:3).
Cuando Esaú se encontró con su hermano, años después, en campo abierto,
asombrado por el tamaño del séquito que se acercaba, preguntó: “¿Quiénes
son éstos?”. Y Jacob respondió: “Son los niños que Dios ha dado a tu siervo”
(Gn. 33:5).
Y el salmista exclamó:
Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la
juventud.
Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos… (Sal. 127:4-5).
Jesús reconoció que los niños eran una bendición y reprendió a aquellos de
Sus seguidores que trataron de rechazarlos y dejarlos fuera como una
molestia e inconveniencia. “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo
impidáis”, dijo (Mt. 19:14).
Jesús estaba expresando lo que la mayoría de los padres saben, pero pueden
olvidar fácilmente en medio de las presiones de la vida cotidiana: que los
pequeños son bendiciones.
Cuando amamos a los
niños, reflejamos el
corazón de nuestro Padre
celestial, cuyo amor por
Sus hijos nunca falla.
Una vez le pregunté a una mujer que tenía muchos hijos si ella y su esposo
siempre habían querido una gran familia. “No, al principio no queríamos —
dijo—. Pero cuando Dios comenzó a darnos hijos, empecé a notar lo que Él
dice de los hijos en las Escrituras. Su perspectiva es que son una bendición y
una recompensa. Y pensé: bueno, si Dios quisiera darme algún otro tipo de
bendición, como… ¡cheques de miles de dólares! Yo no le diría: ‘¡No más
bendiciones! Ya no tenemos espacio para todas esas bendiciones que estás
tratando de darnos’”.
247
¡Qué gran verdad! Y los días cuando no sabes si podrás untar de
mantequilla otra tostada o resolver otra rencilla o leer otra historia o sentarte
a mirar otro partido de fútbol con temperaturas bajo cero, recuerda que esos
niños están en tu hogar por un período de tiempo relativamente corto. Y
debajo de todo el desorden, los pañales y las visitas al médico, incluso las
dificultades implican la presencia de la bendición, que muchos cambiarían
por toda la fortuna que poseen.
Así que respira hondo. En medio del bullicio, pídele al Señor que frene tu
corazón acelerado y silencie las voces de las expectativas de los demás que
resuenan en tu cabeza. Mira a tu alrededor, a la vida que está transcurriendo
en este momento.
Y dale gracias a Dios por tus hijos, sea cual sea su edad. Pídele que te
ayude a disfrutarlos. Disfrútalos cuando sean adorables y te fluya -​
naturalmente. Y cuando sean insoportables, demandantes o irrespetuosos, no
pierdas de vista el hecho de que todavía son un regalo de Dios. Una
bendición. Una sagrada mayordomía.
Y si no tienes hijos propios, disfruta los hijos de los demás. Hazlo por amor
a Jesús. Hazlo por amor a los niños y para la extensión del reino de Dios a la
siguiente generación.
Cuando amamos a los niños, reflejamos el corazón de nuestro Padre
celestial, cuyo amor por Sus hijos nunca falla.
Expresa afecto
Una amiga estaba limpiando su bolso un día y encontró un pequeño pedazo
de papel. (¡Quién sabe desde cuando estaba allí! Las mujeres podemos pasar
períodos presidenciales sin revisar los bolsillos de nuestras carteras).
La nota simplemente decía: “Gracias, mamá, por venir a mi partido esta
noche”.
¿Puedes imaginar el gozo que esta madre sintió cuando volvió a leer esas
palabras? En medio de una arrugada colección de recibos de tiendas,
recordatorios de citas y envoltorios de caramelos para la tos, había
encontrado un tesoro.
Y si los adultos nos conmovemos por expresiones de afecto tan tiernas,
imagina cuánto necesitan tus hijos —y un día recordarán— tus expresiones
verbales de amor y afecto.
Esto me trae a la mente el bautismo de Jesús, cuando el Espíritu Santo
248
descendió visiblemente en forma de paloma y la voz del Padre resonó desde
el cielo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17).
Fue un momento épico, con la participación activa de los tres miembros de la
Trinidad. Pero también fue un momento increíblemente tierno, un Padre que
le declaró a un Hijo (y al mundo) que lo amaba y estaba complacido con Él.
Nuestro Padre celestial dio un ejemplo a todos los padres y a aquellos que
aman y cuidan a hijos de todas las edades cuando pronunció estas palabras de
afecto, afirmación y aprobación.
Sé que podría parecer elemental, pero exprésales palabras afectivas
reiteradas veces. Hazlo en voz alta. Por escrito. En mensajes de texto. En
privado. En público.
• “Te amo”.
• “Le agradezco a Dios por haberte traído a nuestra familia”.
• “¡Te aplaudo!”.
• “Me siendo muy bendecida de ser tu mamá”.
• “¡Eres una bendición, un tesoro!”.

Siempre que sea posible, enfatiza tus palabras con una demostración física
de cariño. Nunca está de más. Nunca es demasiado. Y, aunque a veces tus
hijos puedan evadir tus besos o escabullirse de tus abrazos, nunca olvidarán
esas expresiones de afecto. Cada palabra tierna, cada beso y cada abrazo, es
una inversión que traerá una rica herencia de amor en años y generaciones
futuras.
Cuando el apóstol Pablo quiso expresar a sus hijos en la fe cuánto los
amaba, comparó sus sentimientos con el amor de una madre por sus hijos:
Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con
ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros,
que hubiéramos querido entregaros no solo el evangelio de Dios, sino
también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy
queridos (1 Ts. 2:7-8).

Tierno. Cuidadoso. Afectivo. Generoso. Abnegado. Muy querido. Este es el


tipo de corazón que el apóstol Pablo llama a las ancianas a que enseñen a las
mujeres jóvenes a cultivar por sus hijos. Un corazón que necesita expresarse
tanto en acciones como en palabras.
249
Lo que verdaderamente nos inspira a amar a los hijos que Dios nos ha dado
es Su llamado, no la dulce expresión de sus rostros o la atención que le
damos a su adorable presencia o sus logros.
Los amamos porque Dios los ama, y los amamos porque Dios nos ha
llamado a amarlos, incluso en esos días cuando no son tan dulces y adorables.
Mi padre murió repentinamente de un ataque al corazón el fin de semana
que cumplía mis veintiún años. Uno de mis hermanos falleció en un accidente
automovilístico a los veintidós años. En ambos casos, todo lo que debimos
habernos dicho tuvo que haber tenido lugar antes que ese día llegara tan
inesperadamente. De modo que soy muy consciente de lo importante que es
expresar nuestro amor ahora. Porque aunque todos en una familia vivan cien
años, nuestras oportunidades de expresarnos amor uno al otro aun así son
limitadas
Así que, si puedes, si tienes la manera —incluso con hijos que viven lejos o
que están separados— hazlo antes que sea demasiado tarde. Dile hoy: “Te
amo…”.
Haz de tus hijos tu prioridad
Hoy se escucha mucho sobre las “madres helicóptero” y las “madres
dramáticas”, que proyectan en sus hijos sus propias necesidades y a menudo
no les permiten desarrollar su identidad personal ni asumir su propia
responsabilidad. No obstante, otra problemática que observo es que para
algunas madres, la necesidad de sus hijos ocupan el quinto o sexto lugar en su
lista de prioridades, detrás del trabajo, las amistades, el tiempo personal, las
compras de artículos modernos para la casa y, a veces, incluso de la iglesia y
el ministerio.
Tus hijos necesitan una
madre que esté atenta a la
condición de sus almas.
Recientemente, mi esposo y yo estábamos en un restaurante y observamos
a dos mujeres amigas en la mesa de al lado, que disfrutaban de un almuerzo y
una larga conversación sin ninguna prisa. Todo ese tiempo, el hijo preescolar
de una de ellas estaba absorto con un iPad y aislado con un par de audífonos,
sin ninguna interacción con alguna de las adultas.
No estoy diciendo que los adultos nunca pueden tener un tiempo para
250
conversar y dejar que los niños se entretengan, y no creo que los niños deban
ser siempre el centro de atención (un extremo opuesto e igualmente
imprudente). Pero tus hijos te necesitan. Necesitan una madre que esté atenta,
alerta, pendiente de sus necesidades y la condición de sus almas, que esté
determinada a ganar sus pequeños corazones ahora y por la eternidad.
Los hijos viven con sus padres muy poco tiempo antes de crecer y
marcharse. Así que si tus pequeños hijos todavía están en casa, por favor,
sácale el máximo provecho a este tiempo. Habrá tiempo después para
aquellas otras actividades que decidas poner en espera hasta que,
seguramente, tus hijos dejen el nido.
Este consejo también es para mujeres como yo que no tenemos hijos
propios. Somos parte del cuerpo de Cristo y todas estamos juntas en esta
hermandad de Tito 2. Eso significa que los niños deben ser una prioridad para
nosotras también, como lo fueron para Jesús cuando estuvo aquí en la tierra.
Te pueden gustar particularmente los niños o no. Pueden parecerte
revoltosos, molestos y superfluos. Pero amar y dar la bienvenida a los niños
es ser como Jesús (ver Mt. 19:13-14). Por lo tanto, estemos atentas a la
manera de poder llegar a ellos y bendecirlos, como hermanas mayores,
madres espirituales y abuelas.
Búscalos y habla con ellos en la iglesia. Elógialos cuando veas gracia en su
actitud o comportamiento. Muéstrales que les prestas atención y que te
preocupas por ellos. Apoya a sus padres en la crianza de estos niños, ya sea
con tu ofrecimiento a cuidarlos de vez en cuando para que mamá y papá
puedan salir solos o con una participación más directa en sus vidas.
Una de las grandes alegrías de mi vida ha sido cultivar relaciones con los
hijos de otros al:
• asistir a sus competencias deportivas
• llevarlos a almorzar
• celebrar sus ocasiones especiales
• mantenernos comunicados a través de notas, mensajes de texto y
llamadas
• hacerles preguntas y escuchar sus respuestas
• animarlos durante las diferentes etapas y transiciones de su vida
• extenderles gracia y ayudarlos en su lucha con la fe

251
Y algunas de las relaciones más cercanas que disfruto hoy son con estos
hijos, ya adultos, a quienes les dediqué tiempo a mis veinte o treinta años.
Tuve la bendición de participar de muchas de sus bodas. Y ahora tienen
hijos propios, algunos de los cuales me llaman Yaya (término griego para
abuela). Así que mi vida como anciana continúa siendo enriquecida y
multiplicada por estas relaciones cariñosas con niños, adolescentes y adultos
jóvenes. Sin prever que algún día me casaría, he dicho durante años que no
temía envejecer solo porque todos estos hijos, que han sido una parte tan
preciosa de mi vida, ¡se preocuparían por mí cuando yo no pudiera cuidarme!
En verdad, el Señor “hace habitar en familia a la estéril, que se goza en ser
madre de hijos” (Sal. 113:9).
Todos nos beneficiamos cuando nos unimos para hacer de “amar a…
[nuestros] hijos” una prioridad y para pasar el bastón de la fe a la próxima
generación.
Pero no pongas a tus hijos en primer lugar…
Sé que esto puede parecer contradictorio con la exhortación a dar prioridad
a los hijos. Sin duda, es una paradoja, pero aceptar esta paradoja puede ser la
clave para amar a tus hijos.
Dios te ha encomendado exclusivamente la tarea de transmitir el evangelio
—día tras día, año tras año, experiencia tras experiencia— a los niños
pequeños que tienes el privilegio de criar y educar. Esto sucede —dice Pablo
—, cuando “amas” a tus hijos y les muestras el afecto que Dios tiene por Sus
hijos. De modo que mostrarles este amor debe ser una prioridad para ti, pero
no tu máxima prioridad.
Esto es lo que quiero decir.
Las madres pueden estar tan abrumadas por el desgaste mental, físico y
emocional de la crianza de los hijos —en combinación con otras
responsabilidades necesarias— que renuncian a su tiempo con el Señor a
cambio de lo que sienten que son mejores maneras de recargarse de energía.
Como resultado, simplemente no tienen la capacidad de dar a sus hijos el
amor que necesitan. Sin darse cuenta se han distanciado de la verdadera
Fuente de amor para sus hijos.
En ciertas etapas de la crianza de los hijos, por supuesto, resulta difícil
apartar un tiempo regular para la oración y la lectura de la Palabra. No
obstante, incluso en esos momentos tan ocupados y estresantes, para amar a
252
los hijos es imprescindible beber de la fuente de la gracia y el amor de Dios.
Me encanta una anécdota que una de mis amigas me contó sobre una
mañana cuando su teléfono comenzó a sonar. Ella estaba en su habitación
tratando de tener un tiempo muy necesario a solas con el Señor cuando uno
de sus pequeños atendió la llamada y, después de un breve “Hola”, le dijo a la
persona que llamaba: “Lo siento, pero mi mami está reunida con Dios ahora.
Así que tendrá que llamar más tarde”.
De modo que a veces, irónicamente, la mejor manera de dar prioridad a los
hijos es dar aún mayor prioridad al tiempo personal con Dios. Esto podría
significar la eliminación de otras actividades buenas, pero no esenciales
durante una etapa. Podría significar reducir el número de actividades en las
que tus hijos participan. Pero al final, el tiempo que le dedicas a la lectura de
la Palabra y la oración —sola y con tus hijos— dará paz a tu corazón, te
fortalecerá y te permitirá dar más amor a tus pequeños y verlos por la
bendición que son. En el proceso, les estarás mostrando la vida de Cristo y
cómo buscar Su amor también.

El privilegio de dar vida


Así que madre (y demás), espero que te deleites en tus hijos. Disfrútalos.
Permite que las prioridades detalladas en Tito 2 moldeen tu vida de tal
manera que tanto tus hijos pequeños como los más grandes —todos los que te
llaman mamá (o tía o amiga)— puedan describirte legítimamente como
alguien “que se goza en ser madre de hijos” (Sal. 113:9).
El nombre mismo de
Eva es una declaración
de fe en las promesas y el
amor redentor de Dios.
La maternidad es un privilegio y una responsabilidad como ninguna otra.
Lo que estás haciendo es vital, literalmente, estás dando vida. Me gustaría
detenerme en esta expresión —dar vida— por un momento. Nos retrotrae a la
primera madre. ¿Alguna vez te diste cuenta de que fue después de su trágica
caída en el pecado que la mujer recibió un nombre personal como su marido,
Adán?
Fue Adán quien le puso nombre: “Y llamó Adán el nombre de su mujer,

253
Eva” (Gn. 3:20).
Pero… Eva. ¿Por qué Eva?
Adán no buscó en un libro de nombres y eligió el de Eva al azar; no cerró
los ojos, empezó a hacer círculos con su dedo al aire, luego abrió cualquier
página y puso el dedo sobre un nombre al azar.
No, el nombre Eva tenía (y sigue teniendo) un enorme significado, no solo
en el plan de Dios para la mujer y la maternidad, sino también en Su gran
destino de redención. Porque cuando Adán le puso nombre a su esposa, los
dos acababan de tomar una decisión fatal. Al violar el mandato de Dios de no
comer del único árbol prohibido en el huerto, habían traído sobre sí mismos y
futuras generaciones la justificada maldición de la muerte.
Y, sin embargo, fue en ese momento, cuando la muerte merodeaba, que
Adán llamó a su mujer Eva, que deriva de la palabra hebrea que significa:
“que da vida”.
El nombre mismo de Eva, en otras palabras, en realidad es una declaración
de fe en las promesas y el amor redentor de Dios. La mujer cuyas acciones
habían traído la muerte a la raza humana ahora se convertiría, por la acción
restauradora de un Dios de gracia, en aquella cuyo cuerpo produciría vida
física para la raza humana.
Este legado se puede ver en las manos, el corazón y la capacidad física que
Dios dio a generaciones de mujeres que han dado —y siguen dando— vida a
través de la concepción y la crianza de los hijos. Y deberíamos maravillarnos
ante esto.
La maternidad es un
privilegio, pero inherente
a este precioso privilegio
está también el potencial
para el dolor.
No, no todas tenemos el privilegio de dar a luz hijos físicos. Algunas jamás
tendremos la oportunidad de criar a nuestros propios hijos, y algunas son
llamadas a criar hijos que otra mujer dio a luz. Y no tenemos menos valor
para Dios que aquellas que tienen dos, cuatro, seis, ocho, diez hijos
biológicos y exhiben sus retratos en las paredes de sus hogares. Pero el
tremendo valor y responsabilidad que Dios nos da a las mujeres, como

254
aquellas que tienen la capacidad única de ser portadoras de vida, significa que
todas participamos de Su propósito eterno. Todas participamos del legado de
Eva como dadoras de vida. Y cuando amamos a los niños, como Él nos ha
encomendado —nuestros hijos, sus hijos, tus hijos, todos los hijos— el
evangelio crece y produce el fruto de la vida eterna.
Privilegio, dolor, promesa… y Fares
La maternidad es realmente un privilegio. Tener hijos en nuestra vida es un
privilegio. Todo es parte de la bendición de ser mujer y dadora de vida, pero
inherente a este precioso privilegio —de este lado de la caída— está también
el potencial para el dolor, porque cualquiera que acepta el llamado a la
maternidad se arriesga a sufrir como resultado.
María de Nazaret experimentó este dolor más profundamente que cualquier
madre que haya vivido. Cuando ella y José llevaron a su pequeño Hijo al
templo cuarenta días después de Su nacimiento, el anciano Simeón habló
divinamente inspirado y preparó a la joven madre para lo que enfrentaría:
Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto
para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que
será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que
sean revelados los pensamientos de muchos corazones (Lc. 2:34-35).

Sí, María recibió la bendición excepcional de ser la madre del Hijo de Dios.
Y sí, este llamamiento le traería un gozo superlativo, pero con el privilegio
vendría un dolor insoportable. No un dolor causado por el pecado de su hijo
—algo que experimenta alguna que otra madre—, sino el doloroso precio que
su Hijo pagaría por el pecado del mundo.
Tú no eres María, por supuesto. Su papel en la historia —y en la
maternidad— es único, pero ninguna madre escapa por completo al dolor de
la maternidad, y tampoco tú.
Tus hijos te decepcionarán a veces, así como te decepcionarás de ti misma
como madre; algo que sucede casi todos los días en pequeña o gran medida.
Cederás a sus súplicas y los alimentarás con comida chatarra. Reaccionarás
exageradamente. Perderás la paciencia. O te distraerás un día cuando pierdas
de vista a uno de tus hijos y, sin querer, se pondrá en peligro; una experiencia
aterradora, aunque todo termine bien.
255
Incluso en los mejores días, el trabajo de una madre puede estar lleno de
preocupación, miedo y culpa, lo cual significa que las madres deben
reconocer su total dependencia de la gracia de Dios, tanto para ellas como
para sus hijos. Cuando los errores y los defectos asoman, cuando la crisis de
ayer se ve más claramente a la luz de una nueva mañana, pueden volver a
experimentar la verdad del evangelio que las invita a volverse a Cristo,
recibir Su misericordia y su perdón, y caminar en esperanza renovada.
La maternidad es, sin duda, un medio de santificación, destinado a
profundizar nuestra confianza en Aquel que puede concedernos Su gracia a
través del Espíritu de Cristo que mora en nosotras. Eso es real cuando los
problemas que enfrentas son “comunes” y relativamente menores. Pero ¿qué
pasa cuando los problemas con tus hijos son graves?
• Cuando tu matrimonio ha fracasado o tu esposo ha muerto o estás
luchando como madre sola para superar el dolor y criar a tus hijos.
• Cuando sospechas —o sabes— que tu hijo está bebiendo o
consumiendo drogas.
• Cuando expulsan a tu hijo de seis años de la escuela por pelear… ¡otra
vez! o tu hijo de dieciséis años tiene malas calificaciones en una clase
tras otra.
• Cuando las necesidades especiales de un hijo amenazan con sabotear tu
matrimonio.
• Cuando un hijo, o una hija, ha adoptado un estilo de vida inmoral.
• Cuando un hijo rechaza la verdad de la Palabra de Dios, que tanto has
tratado de implantar en su vida.
• O cuando el teléfono suena y te dan la noticia de que ha ocurrido un
terrible accidente.

No puedo contarte la cantidad de historias que he oído de madres que han


tratado seriamente de amar a sus hijos y guiarlos a una relación real con
Cristo, y que todavía experimentan angustia por sus hijos en problemas… a
veces durante años. Para muchas, la maternidad es una vivencia llena de
emociones, con períodos de crisis seguidos por breves vislumbres de calma.
Apenas recuperan la esperanza vuelven a sumirse en el mismo estado de
ansiedad, remordimiento, culpa, pesadumbre y demasiadas emociones
desechas para contar.
256
Si eso ha requerido últimamente amar a tus hijos, quiero señalarte un
pasaje de las Escrituras que puede darte nueva esperanza y valor.
La ocasión fue la boda inverosímil de Rut y Booz, y el escenario fue el
momento cuando el pueblo y los ancianos reunidos en las puertas de la
ciudad declararon bendiciones sobre ellos.
Jehová haga a la mujer que entra en tu casa como a Raquel y a Lea, las
cuales edificaron la casa de Israel; y tú seas ilustre en Efrata, y seas de
renombre en Belén. Y sea tu casa como la casa de Fares, el que Tamar
dio a luz a Judá, por la descendencia que de esa joven te dé Jehová (Rt.
4:11-12).

Fares. “Como la casa de Fares”.


¿Quién fue Fares?
Esta es la historia, que sucedió mucho antes de los días de Rut y Booz.
Judá, uno de los doce hijos de Jacob, quien finalmente sería padre de una de
las doce tribus de Israel, se casó con una mujer cananea (lo cual nunca estuvo
bien) y tuvo tres hijos. Los dos mayores eran malvados y la mano del Señor
les trajo la muerte. En algún momento después de sus muertes, la esposa de
Judá también murió. Y un tiempo después de eso, Judá hizo lo que sería un
viaje de negocios y fue a cierta ciudad para trasquilar sus ovejas. Mientras
estaba allí, tuvo intimidad con una mujer disfrazada de prostituta, quien
quedó embarazada de su unión casual y dio a luz a gemelos.
No hay ninguna situación,
por más angustiante o
sombría que sea, en la que
nuestro Dios redentor no
pueda intervenir para
traer ayuda, sanidad y
esperanza sobrenatural.
La mujer en cuestión, Tamar, en realidad era la viuda del fallecido hijo
mayor de Judá. Y el mayor de los gemelos que nacieron de Judá y Tamar
fue… Fares.
Si te has perdido esta novela, no necesitas volver atrás para averiguar más.

257
Basta con saber que toda la historia fue un intrincado desorden disfuncional.
Sucedieron cosas malas y luego empeoraron. Pero el corazón de Dios
siempre late al ritmo de la redención. Y a través de este nacimiento ilegítimo,
casi incestuoso, la línea de Fares se extendería a Booz, el esposo de Rut… A
David, el bisnieto de Booz… Y, finalmente, a José, el esposo de María, la
madre de Jesús (ver Mt. 1).
Y esa es la promesa de la casa de Fares.
Tenemos un Dios redentor, que continuamente se ocupa de hacer nuevas
todas las cosas y que siempre está obrando —aun a través de nuestras vidas e
historias desordenadas— para escribir Su historia y mostrar Su gloria.

Dando vida las unas a las otras


Tal vez te identifiques con algunos detalles de la línea familiar de Fares. Uno
o más de tus hijos pueden haber nacido como resultado de decisiones
insensatas o pecaminosas, ya sean tuyas o de otros. Uno de tus hijos adultos o
adolescentes puede haber traído al mundo y a tu círculo familiar a un hijo
“extramatrimonial”. Quizás estés enfrentando alguna otra circunstancia
dolorosa en la vida de tu hijo, y te angustias al pensar qué le puede llegar a
pasar a este hijo por el que sientes un amor tan intenso y profundo. O tal vez
lo peor ya ha sucedido y estás pasando por una aflicción que parece
insuperable.
Sin embargo, no hay ninguna situación, por más angustiante o sombría que
sea, en la que nuestro Dios redentor no pueda intervenir para traer ayuda,
sanidad y esperanza sobrenatural. Podría tomar tiempo, y podría llevarte a
una situación en la que nunca pensaste estar. Probablemente, no sea la
historia que imaginaste. Pero Dios es fiel y ama a tus hijos más de lo que tú
puedes amarlos. Él intervendrá. Y, cuando lo haga, sospecho que Él será
fragrante con el incienso de tus oraciones (Ap. 5:8) y tendrá la redoma donde
ha guardado cada lágrima que has derramado (Sal. 56:8), junto con las
oraciones y las lágrimas de todas las mujeres de Tito 2 a quienes has buscado
en tu dolor. Y con el tiempo, sin duda, Él pensará en alguien que necesita una
mentora con la que pueda identificarse, una mujer que necesite el estímulo de
tu testimonio sobre la fidelidad y la gracia de Dios, aunque tus ojos aún estén
llenos de lágrimas.
La maternidad, como el matrimonio y otros llamados en la vida de una
mujer, nunca fue diseñada para que la atravesemos solas, sin consejo y
258
consuelo, sin enseñanza y entrenamiento.
Anciana, tus días de maternidad más difíciles pueden haber quedado atrás.
Tus hijos pueden haber empezado a vivir por su cuenta y tu influencia directa
sobre sus vidas pudo haber disminuido significativamente, pero tu misión aún
no ha terminado. Detrás de ti hay algunas madres jóvenes cansadas que te
necesitan. Necesitan tus palabras de aliento y tu estímulo a seguir adelante en
la carrera. Necesitan tu sabiduría, adquirida en la trinchera de la vida.
Necesitan tus manos de ayuda, que se extiendan para sostener a un bebé que
llora. Necesitan tu tiempo, tal vez para ofrecerles un descanso por la tarde o
incluso una salida de noche. Necesitan tu amor por Jesús y tu amor por ellas,
que las inspire a amar a Jesús y a sus maridos e hijos.
Y mujer joven, cuando quieras gritar: “Ya no me llamo mami, ¡vayan a
buscar a otra!”, y cuando te sientas como una niña sin madre que necesita que
la sostengan, recuerda que Dios ha hecho provisión para este tiempo de tu
vida. Ha colocado a las ancianas en el Cuerpo de Cristo para que, en
momentos como estos, sean canales de Su gracia en tu vida. No tengas temor
de decirles que las necesitas. No seas demasiado orgullosa para pedir ayuda
práctica, consejos y oración. Les darás la oportunidad de hacer lo que Dios
les ha pedido que hagan. ¡Estas ancianas te necesitan tanto como tú las
necesitas a ellas!
Y, por cierto, no te pierdas a una anciana soltera que se podría estar
preguntando si hay un lugar para ella en este discipulado de Tito 2 de una
vida a otra. La oportunidad de animar a jóvenes madres en una variedad de
maneras durante mis años de soltería fue una enorme bendición para mí, que
me permitió tener el gozo de ser una dadora de vida y forjar muchas
amistades dulces y duraderas con sus familias.
El escritor de Hebreos —que buscaba fortalecer la fe de los creyentes que
vivían días difíciles— enfatizó la importancia de evitar el aislamiento y
mantener este tipo de relaciones vitales:
Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas
obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre,
sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca
(He. 10:24-25).
Nosotras, las mujeres, dadoras de vida, hemos sido llamadas a darnos vida

259
las unas a las otras, así como también a los hijos que Él ha confiado a nuestro
cuidado. Cuando los días son difíciles, como muchas veces lo serán —o
incluso cuando son simples días normales y corrientes y parece que vivimos
todo el día por inercia—, las madres pueden encontrar fortaleza, valor y
sabiduría al caminar junto a otras mujeres con el mismo sentir.
Si las ancianas enseñan y animan a las mujeres jóvenes a amar a sus hijos,
la próxima generación experimentará la belleza del amor de Cristo y sus
corazones serán cautivados por ellas… las mujeres de Tito 2.

Reflexión personal
Ancianas
1. ¿Conoces a una joven madre de tu iglesia o tu comunidad que está
enojada o frustrada con la maternidad? ¿Qué puedes hacer para
alentarla y ganarte su confianza para que puedas empezar a
transmitirle poco a poco la sabiduría de Dios sobre la maternidad?
2. ¿Tienes devoción por cuidar a los niños? ¿Cómo lo expresas? ¿Cómo
puede tu vida ser ejemplo de la maternidad bíblica de manera positiva
y estimulante para las jóvenes madres que te rodean?
3. Ya sea que te llamen “mamá”, “tía”, “abuela” o “amiga”, tu vida
puede ejercer una gran influencia en la vida de mujeres más jóvenes.
Examina tus relaciones actuales. ¿Cómo puedes intensificar tu
influencia con enseñanza o discipulado en sus vidas? ¿Cómo puedes
amarlas y animarlas u ofrecerles un poco de alivio práctico?
Mujeres jóvenes
1. La crianza que has recibido de niña, ¿cómo ha influido en tu
perspectiva y tus sentimientos con respecto a la maternidad? ¿Hasta
qué punto esos sentimientos y pensamientos están en línea con la
perspectiva de Dios sobre la maternidad?
2. Dios usa a otras mujeres —mujeres de Tito 2— en nuestras vidas para
ayudarnos a estar preparadas para nuestro llamado. ¿A qué mujeres
puedes llamar para pedirles consejo y palabras de aliento? ¿Cómo
podría una o muchas de ellas ayudarte a lidiar con la “tarea imposible”
de la maternidad?

260
3. ¿Cómo podría el conocimiento, la oración o la ayuda práctica de una
anciana animarte en este momento? ¿Cómo podrían tus pedidos de
ayuda ser de bendición para ellas?

261
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.

Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no


esclavas del vino, maestras del bien;

que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus


maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador.
TITO 2:1-5, 10

262
CAPÍTULO 14

Instrumentos de gracia
Mostrando una clase de bondad más profunda
La bondad pura fluye de la gracia salvadora de Dios y da color a nuestras vidas con un gozo
que es cautivantemente contagioso.
MARY BEEKE

POR LA MIRADA EN EL ROSTRO DE LAS MUJERES cada vez que surge el tema de la
feminidad de Tito 2, parece que muchas de ellas se sienten atraídas a este
ideal. Respetan y desean el tipo de carácter que este pasaje presenta, y están
intrigadas por lo que Dios podría hacer en y a través de ellas si participaran
de las amistades intergeneracionales que Pablo describe en este pasaje.
Creo que por eso tú y yo seguimos aquí, ahondando en la Palabra, para
descubrir cómo es la mujer de Tito 2, qué clase de principios ella encarna y
qué hace para adornar el evangelio… para ver si realmente podemos
parecernos a ella.
Sin embargo, Dios no solo está interesado en lo que hacemos. Él está
igualmente preocupado con cómo hacemos lo que hacemos… el espíritu que
impulsa nuestras acciones.
Por eso creo que Pablo incluyó una exhortación a ser buenas justo en
medio de su currículum básico para las mujeres en la iglesia (Tit. 2:5). De
hecho, “buenas” viene inmediatamente después de “cuidadosas de su casa”;
se incluye en el contexto de nuestras relaciones familiares más íntimas. Creo
que Pablo está diciendo que no es suficiente cumplir con las tareas y atender
a las personas que están bajo nuestro cuidado. A Dios también le importan
nuestras motivaciones y nuestra disposición: cómo hacemos este servicio,
cómo tratamos y respondemos a nuestra familia, nuestras amistades y otras
personas.
Recuerda que Pablo escribió: “Si yo hablase lenguas humanas y
angélicas… si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda
ciencia… Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si
entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1
Co. 13:1-3).
263
Nada.
De la misma manera, podría haber dicho en referencia a las mujeres que
sirven a sus familias y cuidan sus hogares: “Si tengo una casa tan impecable
que la gente pueda comer del piso de la cocina… Y si puedo improvisar
comidas increíblemente deliciosas con poco presupuesto... Y si transformo
mi hogar en una muestra ejemplar para una revista de primera calidad… pero
no lo hago con bondad, de nada me sirve”.
Porque, sí, los demás pueden ver y adorar a Jesús a través de cosas tan
comunes como una camisa de vestir bien planchada, una cama bien hecha, el
llevar a los niños a la práctica de fútbol, incluso una bandeja de galletas con
chispas de chocolate recién horneadas. Sin embargo, no cuando se hacen sin
bondad.
Sin esa cualidad, esas cosas “buenas” que hacemos por otros solo son como
metal que resuena o címbalo que retiñe (nuevamente, palabras de Pablo). Y
nadie puede escuchar o sentir nuestro amor por ellos en medio del escándalo
que estamos haciendo por estar cansadas, exasperadas y frustradas.
Al igual que Marta, la amiga de Jesús, muchas veces estamos “preocupadas
con muchos quehaceres” (Lc. 10:40), “afanadas y turbadas con muchas
cosas” (v. 41). Nos sentimos exigidas al máximo, al límite de nuestras fuerzas
y enardecidas, fastidiadas e irritadas.
Y, con demasiada frecuencia, sin ninguna bondad.
Sin embargo, pienso que hay a menudo algo más que apenas tensión detrás
del tono agudo o de la actitud impaciente que a veces se desborda y se
manifiesta como falta de bondad en nuestras relaciones. Es algo que ya
hemos visto en este libro: la falta de una “mente sana”. Una mente prudente:
sófron.
Porque cuando no somos sófron, solo podemos ver lo que nos frustra;
entonces comenzamos a resentirnos con las mismas personas a las que Dios
nos ha llamado a servir.
Cuando no somos sófron, nos dejamos abrumar por nuestros horarios y
nuestras agendas en vez de concentrarnos en esa única “cosa” que Jesús dijo
que era “necesaria” (Lc. 10:42): experimentar la vida en Su presencia.
Cuando no somos sófron, no tenemos ningún margen o corazón para la
bondad.
Entonces, por qué no nos detenemos aquí por un momento y visitamos a
Marta en su casa de Betania. Veamos qué causó la falta de sófron en la mente
264
de esta mujer en particular.

Una historia de dos hermanas


La ocasión, como recordarás, fue una visita de Jesús y un grupo de Sus
seguidores. (Puedes leer toda la historia en Lucas 10). No sabemos con
certeza cuántas personas estaban con Él, pero probablemente fue un grupo de
viajeros bastante grande, tal vez veinte o treinta personas. Y Marta, con su
temperamento de primogénita que se hace cargo de todo, de hecho era la
anfitriona de esa reunión improvisada.[1]
Al principio, presuponemos que Marta se emocionó al ver a Jesús y a los
demás en la puerta, agradecida por el privilegio de hospedar a su amigo en el
hogar que compartía con su hermana (María) y su hermano (Lázaro). No
obstante, mientras Marta se esforzaba en limpiar y cocinar y asegurarse de
que todos estuvieran bien atendidos y cómodos (mientras María escogió
sentarse a los pies de Jesús y escuchar sus enseñanzas), una serie de
pensamientos y actitudes turbulentas comenzaron a girar en su cabeza y su
corazón.
Estoy segura de que, como yo, reconocerás algunos de ellos:
• Egocentrismo. “Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje
servir sola? Dile, pues, que me ayude” (v. 40). Nota todo el lenguaje en
primera persona en estas palabras mordaces, toda la preocupación por
“mí”: lo que esta responsabilidad me está costando, lo que la gente
debería hacer por mí.
• Insensibilidad. La gente se había reunido para escuchar a Jesús
enseñar. Pero eso no impidió que Marta entrara, interrumpiera y
perturbara a todos. Estaba más preocupada por las inconveniencias que
ella estaba experimentando, que por lo que estaban necesitando o
experimentando los demás.
• Acusación. Preguntar si alguien le podía echar una mano hubiera sido
una petición comprensible, pero sus palabras fueron acusatorias, tanto
para Jesús (“¿No te da cuidado…?”) como para su hermana (“…que
mi hermana me deje servir sola”).
• Resentimiento. Podríamos suponer que Marta había estado haciendo
más ruido de lo necesario con los platos en la cocina. Probablemente,
su mártir interior había estado hablando entre dientes por un buen rato.
265
Y cuando nadie captó sus “insinuaciones” dejó de contener su
creciente enojo. Hasta que brotó… fuerte, quejumbroso y, sí,
desagradable.

Marta estaba irritada, impaciente y demandante. Había nerviosismo en su


espíritu y aspereza en su voz. Servir ya no era un privilegio —que hacía con
cariño, placer y gracia—, sino una carga. Los amigos a quienes estaba
sirviendo se habían convertido en una molestia, un fastidio.
Y, más allá de estar egoístamente enojada, Marta estaba dispuesta a
levantar un muro entre ella y su hermana. Si no fuera por la reprensión sabia,
amable y correctiva de Jesús, es fácil imaginar lo que pudo haber pasado los
días posteriores…
—¿Te pasa algo, Marta?
—No, nada.
—Bueno, algo te pasa. Lo puedo notar.
—No, María. ¡No me pasa nada!
—Bueno, pues parece que sí.
—¿Puedes parar con eso… por favor?
—Oh, Marta, no me digas que todavía estás…
—No quiero hablar más de eso, ¿está bien?
—Lo que sucedió es que Jesús estaba aquí, y…
—¡Exactamente! Y yo habría estado bien si tú hubieras…
Las Escrituras no dicen qué sucedió entre las hermanas después de la visita
de Jesús, pero cuando no hay sófron —una mente sana, un pensamiento
prudente— muchas veces no se actúa con bondad, y las relaciones se ven
afectadas.
Ancianas, muchas mujeres jóvenes que nos rodean están cansadas,
frustradas y se sienten solas en sus esfuerzos, como si nadie se preocupara
por los sacrificios que están haciendo. Sus relaciones en el hogar y en otros
lugares se han desgastado. Estamos llamadas a modelar la bondad para ellas y
enseñar a estas mujeres jóvenes a cultivar la bondad en su mente y su
corazón.
Mujer joven, aprender esta cualidad es esencial si quieres honrar al Señor.
Esta fluye de una mente sófron y un corazón que está afirmado en Cristo, y
eso marca toda la diferencia en el mundo: ya sea en tu bienestar personal
como en la atmósfera que produces alrededor de ti.
266
Si queremos progresar juntas hacia el modelo de Tito 2 para las mujeres, si
queremos adornar la doctrina y el evangelio de Cristo y su belleza para el
mundo, necesitamos un corazón diferente.
Un corazón bondadoso.
Regalos en especie
En la superficie, un estudio sobre la bondad podría parecer insignificante en
comparación con los temas más importantes que hemos estado tratando. Es
fácil subestimar y pasar por alto la importancia de esta cualidad, pero te
aseguro que la bondad no es una noción trivial en el vocabulario cristiano.
Creo que la intención de Pablo era que fuera tan importante como todas las
otras cualidades esenciales del currículum de Tito 2 para las mujeres.
Practiquemos la bondad
deliberadamente.
Esto se debe a que el espíritu y el tono de una mujer tienen la capacidad de
determinar el ambiente que la rodea, ya sea en casa, en el trabajo, en el
gimnasio o en la iglesia. Y esto hace que la bondad sea indispensable en
nuestras relaciones interpersonales y para nuestro testimonio del evangelio en
el mundo. Cuando nos sometemos al señorío de Cristo y servimos a otros con
humildad y bondad, nuestras palabras y nuestras acciones pueden tener un
efecto más grande sobre aquellos que nos rodean, que cientos de sermones y
campañas evangelísticas de la iglesia. Sin embargo, cuando no lo hacemos,
cuando cedemos al pensamiento no sano y a actitudes no bondadosas, todos
sufren.
Así que de la misma manera en que nos preocupamos por ser castas y
prudentes, por evitar la calumnia y los pecados de la lengua, practiquemos la
bondad deliberadamente; porque es tan importante como las otras cualidades.
“Buenas”
La palabra griega traducida como “buenas” en Tito 2:5 —agathós— se usa a
veces como adjetivo para describir otra palabra, como en “buenas obras” o
“buenas acciones”. Según varios estudiosos y comentaristas bíblicos, la
palabra significa “bueno y benévolo, provechoso y útil”,[2] “beneficioso en
su efecto”[3] y “bondadoso, amable y caritativo”[4].
En otras palabras, lo que Pablo está refiriendo aquí es más que solo un

267
sentimiento simpático y amistoso. Agathós es bondad dirigida a un receptor.
Es una disposición benevolente que cobra vida y se convierte en bondad
activa.
La bondad que hay en nosotras, en otras palabras, se convierte en la bondad
que otros reciben de nosotras. Es un proceso que comienza en el interior e
inevitablemente sale hacia afuera. No se trata solo de querer ser buena o de
tener pensamientos y sentimientos buenos, sino de ser buena.
El autor Jerry Bridges nos recuerda que esta clase de bondad está enraizada
en ser humildes y en pensar en los demás; un desafío nada pequeño si
consideramos que nuestra inclinación natural es hacer justamente lo
contrario:
Sin la gracia de Dios, la mayoría de nosotros, por naturaleza, tendemos a
preocuparnos por nuestras responsabilidades, nuestros problemas,
nuestros planes. Pero el individuo que ha crecido en la gracia de la
bondad ha dejado de pensar en sí mismo y en sus intereses y ha
desarrollado un genuino interés en la felicidad y el bienestar de aquellos
que lo rodean.[5]

¿Soy una mujer buena? ¿En las actitudes del corazón, así como en las
acciones externas? Esta es una pregunta que nos penetra cuando la Palabra de
Dios sirve de espejo en nuestras salas, cocinas y pasillos, en nuestros
automóviles y minivanes y nuestros lugares de trabajo. A veces, en lugar de
bondad, lo que vemos reflejado es aspereza y crítica. Descortesía y
recriminaciones. Susceptibilidad y mal humor.
Podemos tratar de justificarnos. Después de todo, ¿no somos nosotras las
que nos aseguramos de que todos tengan sus comidas y que su ropa esté
limpia?
Sí.
¿Nos iremos de la oficina temprano hoy y dejaremos que los demás hagan
nuestro trabajo?
No.
¿Faltaremos cuando nos convoquen para colaborar en nuestra iglesia?
Por supuesto que no.
¿Llegaremos más tarde, si es necesario, para disculparnos si reaccionamos
bruscamente en contra de alguien en otro momento del día?
268
Tal vez; aunque podríamos estar tentadas a señalar las circunstancias que
nos provocaron.
Las personas que nos rodean saben que pueden contar con que estaremos a
su lado cuando nos necesiten. Y si nuestro espíritu no siempre es bueno en lo
que hacemos por otros, ¿importa realmente? ¿No deberían estar agradecidos
solo por todo lo que hacemos por ellos?
De modo que nos preocupamos por cumplir con cada cosa de nuestra lista
de quehaceres. Ejecutamos tareas que otros nos exigen o esperan de nosotras.
¿Pero las estamos haciendo con un corazón bondadoso?
Y si no, entonces ¿qué bien estamos haciendo realmente y cómo está
afectando eso nuestras relaciones?

Canales de bendición
Me encanta el relato del Nuevo Testamento de una seguidora de Cristo más
comúnmente llamada Dorcas (el equivalente griego de su nombre hebreo
Tabita). El libro de Hechos dice que ella “abundaba en buenas [agathós]
obras y en limosnas que hacía” (9:36).
Allí había una mujer cuya relación con Cristo la impulsó a derramar su
vida en actos prácticos de bondad hacia los necesitados. Su vida era una
imagen de verdadera bondad en acción. Y la frase “abundaba” [“llena de”]
implica que no cumplía sus actos de caridad con resentimiento o por mero
sentido del deber. Eso se hizo aún más evidente cuando llegó la tragedia, y la
vida de esta mujer de corazón generoso se apagó:
Y aconteció que en aquellos días enfermó y murió. Después de lavada,
la pusieron en una sala. Y como Lida estaba cerca de Jope, los
discípulos, oyendo que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres, a
rogarle: No tardes en venir a nosotros. Levantándose entonces Pedro,
fue con ellos; y cuando llegó, le llevaron a la sala, donde le rodearon
todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que
Dorcas hacía cuando estaba con ellas (vv. 37-39).

Esta conmovedora descripción de las viudas que ella había bendecido,


desconsoladas junto a su cuerpo sin vida, sugiere que Dorcas genuinamente
había servido a las personas con un corazón bondadoso. No solo extrañaban
lo que ella había hecho por sus vidas, sino que la extrañaban a ella.
269
¿Quién llorará en tu funeral al pensar en tu corazón bondadoso y en las
veces que los has servido y bendecido y les has demostrado la bondad de
Cristo?
¿Y cómo te recordarán tu familia, tus amigos más cercanos y otros
conocidos? ¿Recordarán solo lo que hiciste por ellos, o habrá quedado
impregnada en ellos la fragancia de cómo lo hiciste?
¿Recordarán los sacrificios que hiciste y tu sonrisa que siempre les alegraba
el día?
¿Recordarán el tiempo adicional que les dedicabas y la manera en que los
abrazabas al final del día y les decías cuánto los amabas?
¿Acaso solo recordarán el sonido de la lavadora que funcionaba mientras
ellos se quedaban dormidos, o también recordarán el suave sonido de tu voz
que tarareaba una melodía mientras esperabas que la última carga de ropa se
secara?
¿Te recordarán como una ardua trabajadora y, a la vez, como un canal de
gracia y bondad?
No está claro lo que las amigas de Dorcas esperaban que Pedro hiciera
cuando lo mandaron llamar después que su amada benefactora muriera. Sin
embargo, lo que pasó a continuación rápidamente llamó la atención de todo el
pueblo:
Entonces, sacando a todos, Pedro se puso de rodillas y oró; y
volviéndose al cuerpo, dijo: Tabita, levántate. Y ella abrió los ojos, y al
ver a Pedro, se incorporó. Y él, dándole la mano, la levantó; entonces,
llamando a los santos y a las viudas, la presentó viva. Esto fue notorio
en toda Jope, y muchos creyeron en el Señor (vv. 40-42).

Todo ese tiempo y esfuerzo dedicado a la confección de ropa para viudas,


que no tenían otro medio de apoyo, había deletreado la palabra A-M-O-R. Y
su bondad contrastaba marcadamente con la conducta del mundo incrédulo,
donde a menudo dejaban que las viudas se valieran por sí mismas, por lo cual
quedaban en la total indigencia. La vida de Dorcas puso en relieve el amor de
Cristo. Eso hizo que ella se ganara el cariño de aquellos que habían sido
testigos y habían sido tocados por su bondad. El poder y la belleza de su vida
los impulsó a llamar al apóstol cuando ella murió. Como resultado de su
resurrección, “muchos” creyeron en Él.
270
Y ese es el efecto en cadena de la bondad cristiana y el efecto que puede
causar en nuestro testimonio al mundo.
Cuando servimos
a las personas,
servimos a Cristo.
La bondad —la verdadera bondad— a veces se manifiesta a través de un
esfuerzo incansable y noches en vela. Puede interpretarse en compras de
supermercado para la familia en lugar de la compra de zapatos para nosotras.
Puede significar renunciar a nuestros planes para la tarde cuando una hija
realmente necesita hablar o recibir vecinos un viernes en la noche en lugar de
disfrutar de una velada tranquila sin visitas.
Sin embargo, el objetivo de todo esto es mostrar a los demás la bondad de
Cristo, sobre una base práctica y personal que transmita “tú me importas”.
Para hacerlo consecuentemente y bien, todas necesitamos el entrenamiento, la
rendición de cuentas y el apoyo que las relaciones de Tito 2 pueden
proporcionar. Las ancianas necesitan modelar agathós para las mujeres
jóvenes y enseñarles el valor de la bondad. Y las mujeres jóvenes necesitan
aprender de las ancianas, que las personas importan más que cualquier otra
tarea que puedan hacer.
Y, sí, las personas pueden ser perturbadoras. La vida matrimonial y
familiar sería mucho menos estresante si los maridos y los hijos no actuaran a
veces de manera irresponsable o no ignoraran nuestros sentimientos o
instrucciones. El ministerio sería menos pesado y menos demandante si las
personas no estuvieran tan necesitadas o simplemente hicieran bien las cosas.
Muchos de los problemas que enfrentamos en nuestros lugares de trabajo no
existirían si no fuera por compañeros de trabajo sin experiencia o por clientes
demandantes e impacientes.
Sí, las personas pueden causar gran parte de nuestros dolores de cabeza.
Pero cuando servimos a las personas, servimos a Cristo. Y cuando tratamos a
las personas con bondad en lugar de indiferencia o impaciencia, nos
convertimos en canales de bendición, al dispensar palabras y acciones llenas
de gracia que no hacen más que adornar el evangelio de Cristo.

La bondad comienza en casa


La mujer de Proverbios 31, cuya descripción conocemos tan bien, es otro
271
hermoso modelo bíblico de bondad en acción. Dondequiera que vaya esta
mujer fuerte, talentosa y diligente, deja un rastro de bondad y ministra gracia
a todos a su alrededor:
Abre su boca con sabiduría, y hay enseñanza de bondad en su lengua (v.
26, LBLA).
No obstante, ten en cuenta quién se beneficia primero del trabajo y la
buena voluntad de esta mujer. Para ella, la bondad comienza en casa. Con su
familia. Con su círculo íntimo. Con los que comparten su vida cotidiana. Su
bondad hacia su esposo, por ejemplo, se manifiesta en un compromiso diario,
que no disminuye con el paso del tiempo o cuando pueda haber conflictos en
la relación:
Le da ella bien y no mal todos los días de su vida (v. 12).
No desperdicia ni un día en atacarlo verbalmente en frustración y enojo o
en ser una mujer pasiva-agresiva. Ve cada día como una oportunidad para
hacer bien a su esposo con su actitud, sus palabras y sus acciones. Este es un
enorme regalo que ella le hace a él, y se hace a sí misma, mientras su marido
responde con el más alto elogio para su esposa.
Las acciones desinteresadas y atentas de la mujer de Proverbios 31 también
bendicen a toda su familia mientras trabaja sin descanso y fielmente para
asegurarse de que sus necesidades sean satisfechas.
No tiene temor de la nieve por su familia, porque toda su familia está
vestida de ropas dobles…
Considera los caminos de su casa,y no come el pan de balde.
Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada… (vv. 21, 27-28).
El hecho es que en ningún lugar estoy más tentada a ser egoísta y perezosa
que en mi propia casa y con mis relaciones más cercanas. Y me temo que
esto nos sucede a la mayoría de nosotras, esposas y madres, así como a
aquellas que viven con otros miembros de la familia o amigos. Con
demasiada frecuencia, mostramos más preocupación y bondad por vecinos,
colegas, empleados de tiendas o completos desconocidos, que por aquellos
que viven bajo nuestro mismo techo o con quienes tenemos un parentesco
sanguíneo o vínculo matrimonial.
272
En ningún lugar estoy
más tentada a ser egoísta y
perezosa que en mi propia
casa y con mis relaciones más
cercanas. Con demasiada
frecuencia, mostramos más
preocupación y bondad por
completos desconocidos,
que por aquellos que viven
bajo nuestro mismo techo.
Si una pareja se alojara en nuestra casa durante el fin de semana, nos
aseguraríamos de que las toallas del baño estuvieran limpias, las sábanas
recién lavadas, la cena fuera más flexible según su horario y que cada mañana
tuvieran una taza de café recién hecho. Pero cuando nuestros propios hijos y
nuestro marido necesitan algo… bueno, ya saben dónde está la refrigeradora
y cómo encender el horno. ¿No es cierto?
Administrar un hogar ocupado, lidiar con las tareas diarias relacionadas
con servir a maridos e hijos —o cualquier otra responsabilidad que tengamos
— requiere diligencia y disciplina día tras día. Requiere trabajo duro, a veces
agotador, pero también requiere bondad o, como dijo un comentarista: “no
irritarse ante las demandas persistentes de los deberes domésticos cotidianos
y rutinarios”.[6]
Y ahí es cuando las cosas pueden ser desafiantes. Es muy fácil para
nosotras ser como la mujer que una vez se lamentó y me dijo con total
franqueza: “Solo soy buena para quedar bien delante de los demás”. En casa
a menudo la historia es otra.
Cuando estoy predicando en una conferencia, puedo ser muy amable,
buena y paciente con las largas filas de mujeres que desean contarme sus
cargas y sus historias (a veces largas y detalladas), mientras las miro a los
ojos, sin ni siquiera quejarme de mi espalda y pies cansados y doloridos. Sin
embargo, cuando los más cercanos a mí —en mi hogar, mi familia o nuestro
ministerio— necesitan un oído que los escuche, un corazón atento o una
acción amable, puedo ser evasiva o insensible o estar demasiado ocupada.
¿Quién de nosotras no ha tenido la experiencia de estar en medio de un
273
tenso y desagradable intercambio de palabras en casa, solo para cambiar de
tono instantáneamente y hablar cálidamente con un desconocido que llama o
nos visita? ¿Qué comunica eso a nuestros seres amados sobre cómo los
valoramos y la autenticidad de nuestra “bondad” hacia los demás?
Sí, la bondad en casa requiere un esfuerzo adicional. El hogar es donde
experimentamos más agudamente esas diarias molestias y desilusiones que
nos tientan a desarrollar una mala actitud. Por lo tanto, la bondad en casa
también requiere porciones adicionales de gracia, que a su vez requiere de la
dependencia diaria de Dios y del apoyo de nuestras hermanas de Tito 2.
Ya en el corto tiempo que tengo como esposa, he sido testigo, en algunos
momentos, de la distancia y la falta de intimidad que produce la falta de
bondad de mi parte hacia mi esposo. Palabras desconsideradas que se dicen
sin pensar, palabras amables que no se dicen, acciones desatentas; estar
demasiado ensimismada para notar y celebrar un logro empresarial de mi
marido; herirlo en áreas sensibles con burlas fuera de lugar; estar demasiado
ocupada con mis propias cosas para ejecutar pequeños actos de bondad que
serían útiles y de bendición para él.
No obstante, también he experimentado la increíble importancia y el poder
de la bondad en el matrimonio. La he visto reflejada en los matrimonios de
algunas de mis amigas más cercanas y de mis mentoras de Tito 2. Y el
corazón tierno de Robert y su constante bondad —que siempre busca la
manera de servirme y bendecirme— me han inspirado a estar más atenta a
cómo puedo hacerle bien. Ser la receptora de su bondad ha incrementado mi
deseo de superarlo en esta área.
Con frecuencia, he descubierto que son las pequeñas cosas —las simples
expresiones de gratitud y bondad— las que le expresan amor a mi marido y
marcan el tono de nuestra relación. Dejarle una nota con palabras de aliento
en su Biblia en un año cuando sale de viaje. Acomodarle la sábana de su lado
de la cama cada noche. Llevarle un sándwich y un refresco frío un día
caluroso cuando está trabajando afuera en un proyecto. Hacer un alto en
medio de un día de mucho trabajo, bajar las escaleras, ir a su estudio y
preguntarle cómo le va. Honrar sus preferencias por sobre las mías. Suponer
lo mejor cuando se olvida de darme una noticia. Decidir pasar por alto algún
desaire aparente (o real) en lugar de echárselo en cara. Un corazón bondadoso
expresado en palabras y acciones buenas suaviza nuestra relación, y ablanda
y atrae nuestros corazones el uno hacia el otro.
274
Tu llamado a practicar la bondad en tu hogar, probablemente será diferente
al mío. Podría ser frenar una reacción sarcástica a un accidente infantil,
reponer la refrigeradora con meriendas para un hijo adolescente, ayudar a una
compañera de cuarto con un proyecto, repetirle amablemente las cosas a un
padre anciano. Si todas demostráramos verdadera bondad hacia las personas
que más nos conocen y nos ven en nuestros peores momentos, nuestras
demostraciones más públicas de afecto probablemente parecerían más
genuinas. Y sospecho que, si mostramos más bondad en casa, también
seríamos más genuinas en nuestras acciones bondadosas hacia todos los
demás.
Dentro y fuera de casa
La bondad debe comenzar en casa y con nuestras relaciones más cercanas,
pero no debería quedar allí. Al enseñarnos unas a otras en la bondad, estos
son otros ámbitos donde podemos ser —y deberíamos— ser bondadosas.
La familia de Dios
“Así que, según tengamos oportunidad —dice la Biblia—, hagamos bien a
todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gá. 6:10).
Mayormente a ellos.
Muchas personas ven la “iglesia” como un lugar para visitar una vez a la
semana y donde invertir una hora en su cuenta de ahorros espiritual. ¡Pero
eso no debería ser la iglesia! Jesús pretendía que Su iglesia fuera una familia:
“un hogar”. No un edificio, sino personas que viven el evangelio diariamente;
hombres y mujeres redimidos, que se reúnen regularmente para adorar,
animarse, aprender y servir. Y la gran cantidad de oportunidades para la
bondad que existe en estas relaciones —de mujer a mujer, de amiga a amiga,
de anciana a joven, de joven a anciana, de familia a familia— puede
proporcionar una rica fuente de bendición que es de edificación y aliento
mutuo.
Las raíces de este tipo de cuidado mutuo y consideración entre el pueblo de
Dios pueden remontarse al Antiguo Testamento, donde la ley prescribía, por
ejemplo, que si veías un buey o una oveja errante, no lo podías ignorar. Si
conocías al dueño, debías llevárselo. Si no estabas seguro de quién era o si el
viaje era demasiado largo, debías llevar el animal a tu casa y mantenerlo a
salvo hasta que el dueño lo fuera a buscar (ver Dt. 22:1-4).
275
Esta es la clase de lealtad y bondad que debería caracterizar nuestras
relaciones entre los miembros del cuerpo de Cristo. Porque como dice 1 Juan
4:20: “El que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a
Dios a quien no ha visto?”. Y cuando abrimos nuestro corazón en amor con
generosidad y bondad hacia nuestros hermanos creyentes, damos testimonio
de la bondad que hemos recibido de Dios.
De modo que al encontrarte con otros creyentes en la iglesia, en un estudio
bíblico, cuando te vengan a la mente durante la semana o incluso cuando
interactúas en línea, piensa cómo podrías demostrar tu bondad más allá de un
superficial: “Hola, ¿cómo te va?”; porque la mayoría de las personas no está
“Bien, gracias”. Y el regalo oportuno de tu bondad —hacer preguntas
sinceras, expresar interés por lo que ocurre en su vida, ofrecer ayuda práctica
para una necesidad que están enfrentando o detenerse a orar juntas— puede
ser el medio a través del cual Dios les ministre gracia ese día.
Los pobres y necesitados
A través de todas las Escrituras vemos el amor de Dios por los olvidados y
los ignorados, los débiles y los marginados. La noble mujer de Proverbios 31
expresa el mismo sentir cuando…
Alarga su mano al pobre, y extiende sus manos al menesteroso (v. 20).
No, no es nuestra responsabilidad resolver los problemas de todos, sentir
que somos las únicas que podemos cargar con el peso del sufrimiento de los
demás. Sin embargo, Dios sí nos llama a cada una de nosotras a ser sensibles
a la difícil situación de aquellos que Él pone en nuestro camino. Y Él nos
llama a ser bondadosas con ellos de una manera práctica que supla su
necesidad.
Y quién mejor que los que han estado del lado receptor de la asombrosa
bondad de Dios para estar en la búsqueda de personas que están en necesidad
de Su gracia; especialmente aquellas que no esperan la ayuda de nadie.
Tener bondad puede ser tan simple como decidir “ver” a una persona que
mendiga en la calle en lugar de mirar hacia otro lado, mirar a esa persona a
los ojos y darle algo de dinero sin juzgar cómo lo gastará. Puede implicar
pedirle a una viuda que se siente con nosotras en la iglesia, ayudar en un
centro de donación de alimentos, ofrecerse a llevar a una anciana del barrio a
sus citas médicas. Pero cuando Dios nos habla y nosotras lo escuchamos, los
276
límites de nuestra bondad podrían llegar más allá de nuestra zona de confort
natural o nuestro círculo normal de relaciones.
He visto con asombro, por ejemplo, que muchas de mis amigas han abierto
su corazón y su hogar para cuidar “a uno de estos mis hermanos más
pequeños” —huérfanos, niños abusados o maltratados, niños con necesidades
especiales— y ofrecerles un cuidado temporal mediante un “hogar seguro” y
adopción. Qué hermosa manera de mostrar el sentir de nuestro Padre celestial
que abrió Su corazón y su hogar para adoptarnos en su familia cuando no
teníamos nada que ofrecerle excepto nuestra pobreza, disfunción, pecado y
necesidad.
Si no fuera porque
Cristo ha sido bueno
con nosotras, ninguna
seríamos merecedoras
de una sola bendición.
En años recientes he tenido mucho gozo al visitar ocasionalmente la cárcel
de mujeres donde Dios está obrando de una manera inusual. La oportunidad
de mostrar la bondad de Cristo a mujeres heridas y desechas que están
encarceladas por acusación de tenencia de drogas o delito sexual, incluso
algunas que están cumpliendo penas de cadena perpetua por asesinato en
primer grado, me ha recordado que la gracia crece más en los lugares
difíciles. Eso ha abierto mi corazón a una experiencia más profunda de Su
bondad y Su bendición, a menudo a través de las mismas mujeres a las que
estoy ministrando.
Nuestros enemigos
Y ahora la esfera más radical de todas: ser buenas con nuestros enemigos.
Responder con mansedumbre y bondad a aquellos que no nos quieren e
incluso nos odian. Hacer el bien a aquellos que nos harían daño. Buscar
activamente el bien de aquellos que nos dan motivos para temer. Tan solo de
pensar en eso se nos hace un nudo en el estómago.
Si no fuera porque Cristo ha sido bueno con nosotras, ninguna seríamos
merecedoras de una sola bendición. Simplemente seríamos las confesas y
eternas enemigas de Dios, sin ninguna esperanza de recibir otra cosa que Su
justa ira y Su justo juicio.
277
Pablo dice lo mismo en el tercer capítulo de Tito:
Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes,
extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo
en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros (v. 3).
Esta es una descripción de tu vida y la mía antes que Jesús nos salvara.
Incluso aquellas de nosotras que lo conocimos desde niñas, en lo más
profundo de nuestro ser, éramos desobedientes, malintencionadas y odiosas.
Sin embargo, ¿cómo fue Dios con nosotras? Así:
Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor
para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros
hubiéramos hecho, sino por su misericordia… (vv. 4-5).
Su bondad hacia nosotras no se basó en cómo fuimos nosotras con Él o en
alguna dignidad en nuestra vida. Del mismo modo, la bondad que debemos
mostrar a los demás no está condicionada a su conducta o aceptación. Más
bien, es una expresión de la bondad que hemos recibido de Cristo, que fluye a
través de nuestra vida hacia los demás.
Incluso hacia nuestros enemigos.
“No tengo enemigos”, podrías decir, pero piensa otra vez. No estamos
hablando necesariamente de supervillanos aquí. Tus enemigos podrían ser
simplemente personas con las que parezcas estar en desacuerdo. Piensa en
quién te molesta o te fastidia, que a menudo te ofende y te enfurece, a quién
tiendes a acercarte cautelosamente si es que te acercas. Pueden ser de tu
familia o de tu iglesia o de tu pasado. Pueden vivir cerca de ti y requerir un
contacto demasiado frecuente. O puedes estar distanciada de ellos y
preferirías no volver a verlos si estuviera a tu alcance.
Considera: ¿cómo podrías manifestar la bondad de Dios si tu corazón fuera
como el de Él? ¿Y cómo sería la manifestación de tu bondad si tu respuesta
hacia esas personas reflejara la bendición que Cristo derramó sobre ti cuando
todavía eras enemiga de Él?
Ser buena es ser como Dios. Y cuando somos buenas con aquellos que no
lo merecen y son malos con nosotras, les mostramos la asombrosa e
inmerecida bondad de Dios.

278
Bondad centrada en Cristo
“Sed benignos unos con otros”, escribe Pablo en Efesios 4:32.
“Maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a… ser buenas”,
añade Tito 2:3.
Agathós —bondad de corazón, bondad en acción— es una parte
indispensable del currículum de Tito 2 tanto para las ancianas como para las
mujeres jóvenes.
Nuestra bondad puede ser
la ventana a través de la
cual aquellos que nos rodean
pueden ver Su belleza.
Tal bondad puede ser costosa… para nuestro tiempo, nuestros planes,
nuestra comodidad, nuestra privacidad. Sin embargo, cuando la ejercemos en
el nombre de Jesús, la bondad puede brindarnos algunas de las mejores
oportunidades de hacer lo que hemos venido a hacer a la tierra: dar gloria a
Dios y dar a conocer el evangelio de Cristo, que da y transforma la vida.
Nuestra bondad puede ser la ventana a través de la cual aquellos que nos
rodean pueden ver Su belleza. Porque las mujeres buenas —jóvenes y
ancianas juntas— representan una maravillosa imagen del evangelio.
Nuestras vidas manifiestan “las riquezas de su bondad… la bondad de Dios
que [nos] guía al arrepentimiento” (Ro. 2:4, LBLA). La bondad que puede
producir transformación en aquellos que la experimentan a través de nosotras.
La bondad que adorna tanto nuestra vida como el evangelio que
proclamamos.

Reflexión personal
Ancianas
1. Dorcas manifestó la bondad de Cristo al ayudar a los pobres y
necesitados que la rodeaban. ¿Cómo podrías tú usar tus habilidades
para manifestar bondad? ¿Cómo podrías tú discipular o animar a una
mujer joven en el proceso?
2. Muchas mujeres jóvenes se sienten cansadas y abrumadas y pueden
sentirse frustradas cuando su servicio y su sacrificio parecen pasar
279
desapercibidos. ¿Qué aprendiste en esa etapa de tu vida que podría ser
útil transmitir a una mujer joven que está luchando?
3. ¿Cómo podrías transmitir bondad a una mujer joven de una manera
que la anime y le ayude a levantar su carga?
Mujeres jóvenes
1. ¿Quién te viene a la mente cuando piensas en una Dorcas, una mujer
que ama a Jesús y es un modelo de bondad y de servicio a las
necesidades prácticas de la gente? ¿Qué puedes aprender de su
ejemplo?
2. ¿Te consideran una mujer buena quienes viven en tu hogar y trabajan
contigo? ¿Por qué sí o por qué no?
3. Cuando nos sentimos estresadas y excesivamente ocupadas con
nuestros quehaceres, es más fácil ser malhumorada que amable
(piensa en Marta). ¿Cómo podría el hecho de meditar sobre la bondad
de Cristo ser un estímulo y una motivación para manifestar bondad en
esa situación?

280
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina…

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no


esclavas del vino,

maestras del bien; que enseñen a las mu jeres jóvenes a amar a sus maridos y
a sus hijos , a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas , su jetas a
sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada.

Presentán dote tú en todo como ejem plo de buenas obras; en la enseñanza


mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable, de modo que
el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de
vosotros.
…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro
Salvador.
TITO 2:1-10

281
EPÍLOGO

Una mujer rebosante de alegría


Uniendo todo… hermosamente
Y me será a mí por nombre de gozo, de alabanza y de gloria, entre todas las naciones de la
tierra, que habrán oído todo el bien que yo les hago; y temerán y temblarán de todo el bien y de
toda la paz que yo les haré.
JEREMÍAS 33:9

COMENZAMOS ESTE LIBRO CON UNA BODA. MI BODA. El maravilloso regalo


sorpresa de Dios para mí mucho después de pensar que jamás sucedería.
Ahora, mientras doy los toques finales a este libro, Robert y yo nos
estamos acercando a nuestro primer aniversario. Y mucho ha cambiado desde
esa escena de la boda que jamás olvidaré. Mi precioso vestido de boda blanco
está empacado y guardado en una caja. No hay ningún maquillador o
peinador a la vista. De hecho, no le hice nada a mi cabello desde ayer y no
tengo una gota de maquillaje. Robert está fuera de la ciudad, y estoy vestida
con ropa cómoda de estar en casa, sin planes de ver a nadie. (¡Planeo
cambiarme antes que él regrese esta noche!).
Por lo general, nuestra casa está tranquila en estos días, y nuestras vidas se
han asentado en una rutina “normal” que incluye conversación (mucha),
comidas sencillas, iglesia, amigos, relajación, sueño, oración y un trabajo
significativo, pero agotador, que nos consume mucho tiempo. Al igual que la
mayoría de las personas que conocemos, vivimos una vida bastante normal y
corriente y sin glamour; muy distinta a la gloriosa celebración de tres días
que experimentamos el fin de semana de nuestra boda y los dulces días
posteriores que pasamos en la casa de unos amigos en el Caribe.
No somos la pareja perfecta
que sonríe en las fotos
de boda que aparecen en
varios lugares de nuestra
casa. Creemos que vale la
pena pagar el precio en
282
nuestro matrimonio para
poder mostrar a otros la
hermosura de Cristo.
Robert y yo nos amamos aun más que el día cuando dijimos: “Sí, acepto”,
y hemos experimentado muchos momentos felices en nuestro primer año de
matrimonio. No obstante, como ya he mencionado, también hemos tenido
nuestros malentendidos, traspiés, errores y momentos estresantes mientras
tratábamos de ver cómo combinar nuestros diferentes estilos y patrones de
vida en nuestra nueva vida como una sola carne. He derramado algunas
lágrimas a lo largo del camino. Los días siempre parecen demasiado cortos
para hacer todo lo que esperamos hacer. Y a veces luchamos con la tentación
de aislarnos el uno del otro y volvernos independientes… de olvidar que nos
necesitamos el uno al otro.
Por supuesto, no somos la pareja perfecta que sonríe en las fotos de boda
que aparecen en varios lugares de nuestra casa. Sabemos, mejor que nadie,
cuán débiles, frágiles y pecadores somos.
Sin embargo, incluso en nuestros momentos más difíciles perseveramos —
juntos— porque creemos que estamos llamados a hacerlo. Recordamos que
no podemos hacerlo solos. Nos damos cuenta de que la cotidianidad e incluso
las luchas que enfrentamos están forjando en nosotros una unidad y alegría
profundas que, de otra manera, no sería posible. Creemos que vale la pena
pagar el precio en nuestro matrimonio para poder mostrar a otros la
hermosura de Cristo. Y sabemos que el gozo incontenible y puro será nuestro
al final del viaje.
Me parece que la experiencia que Robert y yo vivimos en el último año
tiene algunas similitudes con la experiencia que tú y yo estamos viviendo al
tratar de responder al llamado de Tito 2.
Tú y yo sabemos que Cristo y Su evangelio son muy hermosos. Sabemos
que pertenecer a Él es un privilegio extraordinario. Aspiramos ser las mujeres
que Él destinó que fuéramos y poder cumplir Su llamado en nuestras vidas. Y
estamos sumamente agradecidas por esos momentos en que sentimos Su
cercanía y nos deleitamos en Su presencia, cuando estamos cautivadas con Su
belleza, cuando conocemos el gozo de ser y hacer lo que Él ha destinado que
seamos y hagamos aquí en esta tierra.
A pesar de ello, también hay días —tal vez la mayoría— cuando nos
283
sentimos más parecidas a trabajadoras confinadas a la tierra que a peregrinas
rumbo al cielo. Cuando lamentamos nuestro egoísmo, pecaminosidad,
terquedad y lentitud para crecer en estas cualidades que sabemos que agradan
a Dios.
Sin embargo, perseveramos en nuestra misión. Seguimos persiguiendo
nuestro llamado de engrandecer a Cristo, y perseveramos en la fe, con la
gracia que recibimos de Él cada día. Sabemos que los desafíos y las
dificultades están profundizando la unidad con nuestro Salvador y nos están
conformando a Su semejanza. Creemos que vale la pena pagar el precio para
mostrar Su belleza durante nuestro peregrinaje en este mundo. Y confiamos
que experimentaremos un gozo incontenible y resplandeciente cuando
veamos Su rostro al final de la carrera.

Dolores de crecimiento
A medida que escudriñábamos estos versículos de Tito 2, podrías haberte
sentido —como yo— penosamente imperfecta, convencida de cuánto te falta.
Te recuerdo que la finalidad de exponer nuestro pecado e imperfección no es
la de cargar con nuestro fracaso. Más bien, el objetivo es llevarnos a Cristo,
cuya misericordia y gracia son nuestra única esperanza, y que comprendamos
nuestra absoluta dependencia de Él para cualquier cosa que se asemeje al
carácter cristiano en nuestras vidas.
Si eres una creyente en Cristo, Él ya te atribuyó Su justicia. No podrías ser
más aceptable para el Señor, aunque lo intentes, porque ninguna partícula de
tu posición personal con Él está basada en tu esfuerzo personal. Su pacto de
amor está basado en Su desempeño, no en el nuestro. Y es Su amor y
fidelidad lo que te motiva y te permite caminar de una manera que lo honra.
También hay días cuando
nos sentimos más parecidas
a trabajadoras confinadas
a la tierra que a peregrinas
rumbo al cielo. Sin
embargo, perseveramos
en nuestra misión.
La convicción que sientes, por lo tanto, no tiene el propósito de inducirte a
284
esforzarte más, como si de alguna manera pudieras hacer más para conseguir
el favor de Dios. No, su propósito es que el verdadero arrepentimiento te
lleve de regreso a la verdadera Fuente de amor, bondad y prudencia, al Único
que puede hacer de ti una mujer hermosa y adornada, como se describe en
Tito 2.
Sin embargo, aunque hayas tomado en serio la gracia de Dios, sospecho
que algo de lo que hemos visto en este libro todavía parece un poco —o
bastante— abrumador. Ningún libro puede cambiar nuestras vidas en piezas
totalmente dominables, fáciles de manejar. Mientras vivamos aquí, como
seres caídos, en un planeta caído, las piezas del rompecabezas nunca se verán
como la imagen de la caja. Habrá días —muchos— cuando todo parecerá un
revoltijo incompleto, y solo la obra del Espíritu de Cristo en nuestra vida, que
fortalezca nuestra obediencia, podrá seguir moviéndonos en la dirección
correcta.
¡Pero todo esto es parte de la belleza de Tito 2, que trae a estas realidades
desordenadas la promesa de refuerzos para la lucha y la recuperación de
nuestro llamado y propósito divino!
Mujer joven, esto viene en la forma de un cuidado maternal, práctico y
espiritual, que suple tu inexperiencia y tu necesidad de entrenamiento. Este
regalo de compañerismo y relación intergeneracional reconforta tu corazón y
te coloca en la senda correcta para el futuro; sin mencionar la provisión de
otro par de manos que te ayudará a llegar allí. Y aunque tus preguntas
parezcan no tener respuesta, por lo menos ahora tienes una compañera de
oración que se preocupa por ti y una confidente que camina a tu lado y te
alienta durante los tiempos de espera.
Y anciana, tienes la oportunidad de ver el fruto crecer nuevamente en las
ramas curtidas y quizás hace tiempo adormecidas; no solo para escribir otro
cheque o comprometerte a orar (aunque estas cosas sean importantes y
valiosas), sino también para invertir tiempo una a una, cara a cara en la vida
de mujeres jóvenes que, quizás para tu sorpresa, están ansiosas de recibir lo
que tienes para ofrecerles. El vacío de los hijos que se fueron del hogar o de
estar parcialmente jubilada se llena cuando tienes un sentido de misión que te
impulsa a salir de la cama por la mañana.
Y así, en la vida, incluso con el complicado laberinto de obligaciones,
decepciones, anhelos e incertidumbres, nuevos temores de salud, tensión
financiera, pérdidas dolorosas y cansancio hasta los huesos, Dios establece y
285
estabiliza nuestros corazones al mismo tiempo que nos extiende más allá de
nosotras mismas y nuestras propias preocupaciones personales. Nos coloca
en relaciones cercanas y centradas en Cristo, a través de las cuales podemos
experimentar y expresar más de Su amor. Nos hace sentir en casa en el hogar
de otras mujeres —y otras se sienten en casa en nuestro hogar— para unirnos
entre generaciones y protegernos de nuestras tendencias a la inseguridad y el
aislamiento.
Para darnos amistad.
Para darnos crecimiento.
Para darnos esperanza.
Para darnos…
Gozo.
Sí, nos sentiremos abrumadas en ciertos momentos. La decisión de invertir
tiempo en otras mujeres o de recibir el consejo y cuidado de otra mujer
implica un costo y sacrificio. Pero nada puede compararse con el
fortalecimiento, el vínculo y la alegría que recibimos de estas relaciones, sin
mencionar el más grande gozo de glorificar a Dios a través de vidas
fructíferas.

Lo que está en juego


A lo largo de su breve carta a Tito, Pablo da instrucciones a los creyentes en
varias etapas y situaciones de la vida. Nos muestra cómo es cuando todos los
creyentes viven “de acuerdo con la sana doctrina” (2:1).
En este libro nos hemos concentrado detenidamente en tres versículos del
capítulo 2, donde se aborda específicamente cómo se manifiesta la belleza del
evangelio cuando las mujeres —ancianas y jóvenes— lo viven juntas.
Hemos visto qué significa cuando Pablo dice que deberíamos ser
reverentes en conducta, no calumniadoras ni esclavas del vino. Hemos
examinado el currículum que las ancianas deben modelar y transmitir a sus
jóvenes hijas y hermanas en la fe: amar a sus maridos e hijos, ser castas y
prudentes, ser cuidadosas de su casa, ser buenas y sumisas en sus
matrimonios.
Y hemos visto que la descripción que Pablo hizo es realmente un retrato
del corazón de Cristo: Su amor, Su pureza, Su prudencia, Su bondad, Su
sumisión a la voluntad de Su Padre. ¡Nuestro objetivo debe ser vernos,
actuar, hablar y pensar como Jesús!
286
En el resto de Tito 2, Pablo nos recuerda (vv. 11-12) que la gracia de Dios
(tan inmerecida) no solo nos salva, sino que nos permite vivir esa clase de
vida “en este siglo”.
Además, nos anima (v. 13) con la promesa y la bendita esperanza de ver a
Jesús cuando regrese; una perspectiva alegre que nos ayuda a mantener el
rumbo y seguir adelante cuando estamos tentadas a renunciar o cuando
nuestros esfuerzos parecen infructuosos.
Sin embargo, hay una cosa más que quiero que veas en Tito 2, algo que nos
ayuda a entender por qué es tan importante que aprendamos y practiquemos
estas cualidades. Esta comprensión pone un marco a la imagen mental que
hemos estado admirando y nos recuerda lo que está en juego aquí.
Pablo no transmitió estos conceptos solo como buenas ideas, ni pretendía
que estas verdades fueran únicamente para el propósito de nuestro
crecimiento espiritual y personal ni para el beneficio de otros creyentes con
quienes los aprendemos y los vivimos. En Tito 2, él presenta tres “cláusulas
de propósito” que nos motivan aún más a tomar este mensaje en serio. Estas
tres cláusulas, que son tres maneras distintas de decir básicamente lo mismo,
nos recuerdan que nuestras vidas como creyentes tienen una gran incidencia
en cómo nos ven y cómo responden a nuestro mensaje las personas a nuestro
alrededor.
En otras palabras, la razón por la cual somos llamadas a vivir como
mujeres (y hombres) conforme a Tito 2 es para…
1. “Que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tit. 2:5)
Una comparación con otras versiones bíblicas nos da un sentido más
completo de lo que Pablo quiere que comprendamos:
• “entonces no deshonrarán la Palabra de Dios” (NTV).
• “que la palabra de Dios no sea desacreditada” (RVA-2015).
• “que no se hable mal de la palabra de Dios” (NVI).
• “la palabra de Dios no sea blasfemada” (LBLA).
Esta última versión es, en realidad, una transliteración de la palabra griega
usada en este versículo. Es la palabra blasfeméo, que significa: “blasfemar,
injuriar… dañar la reputación de”.[1] Un comentarista hace esta paráfrasis:
“para que la Palabra de Dios no sufra escándalo”.[2]
La exhortación de Pablo es sencilla y aleccionadora. Cuando decimos ser
287
cristianas y creer en la Palabra de Dios, pero no vivimos de acuerdo con ella,
las Escrituras serán deshonradas a los ojos de aquellos que nos observan.
Cualquier incoherencia entre lo que dice Su Palabra y la manera en que
vivimos les dará motivos para hablar mal de Dios y Sus caminos.
En cambio, el ejemplo de nuestras vidas debería ganarse el respeto de los
espectadores y hacer que la Palabra de Dios sea más atractiva y convincente
para ellos, no más repulsiva.
2. “Que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de
[nosotras]” (Tit. 2:8)
Pablo no temía hablar en contra de la hipocresía de aquellos que enseñaban
una cosa, pero cuyas vidas contradecían su mensaje. A tales personas diría
horrorizado: “el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa
de vosotros” (Ro. 2:24).
En Tito 2:8, Pablo advierte contra esa misma hipocresía, cuando nos
exhorta a no dar otras razones para rechazar a Cristo al permitir que haya una
brecha entre lo que profesamos y lo que practicamos. La consecuencia de
nuestro carácter cristiano debe evitar que las personas nos puedan acusar de
pretender ser algo que no somos.
3. “Que en todo [adornemos] la doctrina de Dios nuestro Salvador” (Tit.
2:10)
O, como dice la Nueva Traducción Viviente: “Entonces harán que la
enseñanza acerca de Dios nuestro Salvador sea atractiva en todos los
sentidos”. Así como nuestras vidas pueden hacer que las personas blasfemen
la verdad, también pueden hacer que las personas la admiren.
Solo piensa. Se nos ha dado la oportunidad —y la responsabilidad— de
vivir de tal manera que las personas que no tienen respeto o amor por el
evangelio se vean forzadas a decir: “¡Oh!” y “¡Ah!” ante su belleza.
Estas tres cláusulas de propósito se refieren a la calidad de nuestro
testimonio. Nos llaman a conducirnos de tal manera que nuestras vidas
revelen la belleza inherente del mensaje del evangelio. Aunque solo una de
ellas habla de la palabra literal, todas hacen referencia a adornar la doctrina
de Dios.

De una vida a otra

288
La historia ha preservado una carta escrita por Clemente de Roma, uno de los
primeros padres de la iglesia primitiva, a los creyentes de Corinto, que
estaban al otro lado de las aguas del Mediterráneo, desde la isla de Creta. Esta
epístola, fechada alrededor del año 96 d.C., fue escrita para expresar su
preocupación por la condición de retroceso y división de la iglesia; una
situación que él les recordaba era “altamente incompatible con el pueblo
escogido de Dios” y que había llevado su buen nombre “a un grave
desprestigio”. Clemente también les recordó a estos creyentes una época
anterior, cuando su comportamiento había adornado hermosamente el
evangelio que profesaban. Notó la profunda influencia que el evangelio había
tenido en la vida de las personas con la mención específica de las mujeres:
Nadie podría pasar ni un rato entre ustedes sin notar la excelencia y
constancia de vuestra fe… Vuestras mujeres recibieron la instrucción de
cumplir sus deberes con una devoción y pureza de conciencia
irreprochables y mostrar el debido afecto a sus maridos; se les enseñó a
hacer de la obediencia la regla de sus vidas, a manejar sus hogares
decorosamente y a ser patrones de discreción en todos los sentidos.[3]
Clemente recordó con claridad haber visto una manifestación visible y
apasionante del evangelio en el estilo de vida cotidiano de las mujeres
cristianas de Corinto, y estaba ansioso por volverlo a ver allí. Al leer esta
descripción del evangelio, que obra en y a través de la vida de las mujeres, no
puedo sino creer que si esto pudo ocurrir en una cultura tan profana y
depravada como la del Imperio romano del primer siglo, entonces también
puede ocurrir hoy.
Y creo que ocurre. De hecho, he presenciado y participado en esta
dinámica: mujeres que viven la belleza del evangelio juntas… una y otra vez.
Lo he visto transformar adolescentes rebeldes y huidizas en modelos
deslumbrantes de fe y belleza cristiana.
He visto reencauzarse a las esposas y madres jóvenes, que querían
renunciar a sus matrimonios y alejarse de todo conflicto estresante.
He observado a las ancianas atreverse a salir del letargo y volver a la
carrera, al descubrir que lo que las mujeres jóvenes realmente quieren y
necesitan de ellas no es una personalidad y una hoja de vida impresionantes,
sino simplemente un corazón que verdaderamente desea a Cristo y está

289
buscando obedecerlo.
Mi propia vida ha sido moldeada y cambiada de una manera preciosa —
tanto como una mujer joven y ahora como una anciana— por este regalo de
la amistad, el compañerismo y el discipulado intencional de una vida a otra.
Voy a admitir que llegué a un punto, cuando tenía alrededor de cincuenta
años, donde mi corazón y mi cuerpo solo querían dejar de esforzarse. Estaba
cansada. Y estuve tentada a creer que ya había hecho bastante, que a partir de
ese momento podía permitirme el lujo de tomar las cosas con calma.
Pero esto es lo que mi corazón sabe que es realmente cierto, incluso
cuando mis pies y mi espalda me gritan lo contrario: no puedo vivir para
Cristo y vivir para mí al mismo tiempo. Si me elijo a mí misma, estoy
eligiendo perder algo mucho más valioso que mis deseos y comodidad
egoístas. Y puedo atestiguar que, como he elegido a Cristo, Él me ha estado
sorprendiendo continuamente con Su fidelidad y gozo perennes.
El Señor me ha permitido estar lo suficientemente cerca de la acción
cuando cautiva el corazón de una mujer joven de tal manera que la
abundancia que Él derrama sobre ella se desborda y refresca mi propio
espíritu.
Y, cada vez que mi corazón se cansa, me pone cerca de ancianas, que me
continúan inspirando con la vida que emana de su caminar con Dios.
A lo largo de este libro te he hablado de la influencia de ancianas como
Vonette Bright, Leta Fischer y mi propia madre. Quiero que conozcas a otra
mujer de Tito 2, una querida amiga que tocó mi vida de una manera hermosa.
Joyce Johnson —conocida por muchas de nosotras, cuyas vidas han sido
bendecidas por su influencia, simplemente como mamá J.— ejemplificó el
gozo que las ancianas pueden experimentar cuando invierten su vida en
mujeres más jóvenes.
Joyce murió menos de tres meses después de la muerte de su marido, con
quien había estado casada por casi sesenta y cinco años. Había
experimentado grandes pérdidas a lo largo de su vida, incluso la trágica
muerte de su hija de diecisiete años, la mayor de sus cinco hijos, menos de un
mes antes de graduarse de la escuela secundaria. Sin embargo, la resiliencia
de mamá J. y la confianza en la soberanía de Dios solo se profundizaron y
crecieron a través de tales experiencias, guardando su corazón de la
autocompasión y el resentimiento.
Conocí por primera vez a Joyce cuando ella y su marido, amigos de mis
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padres, me invitaron a vivir con ellos en el sur de California mientras
terminaba mis dos últimos años en la universidad. Ella tenía unos sesenta
años en ese momento, y la marca que dejó en mi vida fue indeleble. Yo no
era la primera persona joven que ella y papá J. habían recibido en su casa, ni
sería la última. Su ministerio como mentora continuaría hasta la meta final de
su carrera.
Una de las últimas veces que hablé con ella, de hecho, me contó
emocionada sobre una muchacha soltera de veinte años con la que se estaba
reuniendo regularmente para discipularla. ¡A los noventa y dos años! Y
amaba hacerlo.
Mamá J. nunca dejó de bendecirme con su cuidado y amor. Como dije casi
en serio cuando hablaba en su funeral, no sabía si sería capaz de escribir más
libros después que ella se fuera; no sin saber que mamá J. los estaba
empapando con sus fieles oraciones. Recuerdo la pasión que Dios le dio por
la santidad cuando oraba por mí mientras yo escribía un libro sobre ese tema.
[4] Empezó a marcar con entusiasmo en su Biblia todas las referencias a la
santidad que podía encontrar. Durante la mayor parte del año me escribió
reiteradas veces, eufórica y convencida por lo que Dios le estaba mostrando
en ese sentido.
Nunca dejó de crecer y aprender. Y cualquier cosa que Dios le enseñaba,
ella lo transmitía a otras: de una vida a otra.
Yo quiero ser una mamá J.
Y quiero ver levantarse una generación entera de mamás J.
Cada vislumbre que veo de ese acontecimiento hace que mi corazón se
regocije. Cuando estaba en las etapas finales de la escritura de este libro, una
amiga querida —una madre con el nido vacío y abuela— me escribió:
Cuando era una joven adulta, no veía a nadie en mi iglesia o en mi
esfera de influencia que enseñara o modelara estas cosas. Tomar en
serio Tito 2 cambió todo el curso de mi vida. Ahora tomo en serio la
necesidad de dejar un legado y ser una mentora. El deseo de mi corazón
es ser una de esas ancianas.
¿Cuán diferentes podrían ser nuestros hogares y nuestras iglesias si
estuvieran repletos de tales mujeres?
¿Qué tipo de influencia podrían ejercer estas mujeres entre las personas no

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creyentes de nuestras familias y nuestras comunidades?
Las mujeres que te
rodean, abrumadas por la
contracorriente de la vida,
necesitan más que un libro
para leer o clases a las cuales
asistir. Te necesitan a ti.
Y, ¿cómo sería ver un genuino avivamiento encendido por Dios, que se
propagara como un incendio a través de los brazos y los corazones
entrelazados de mujeres (y hombres) que tienen pasión por adornar el
evangelio de Cristo? Esta es la visión que Pablo tuvo para ese grupo de
creyentes de la isla de Creta en los días de Tito. Y esta es la visión que el
Señor ha puesto en mi corazón para nuestros días.
Nuestra meta sobre lo que estamos viendo aquí es tan grande como la
gloria y la majestad de Dios. Pero el método que Él nos ha señalado es tan
simple como mujeres que se juntan, abren sus vidas y la Palabra, reciben y
pasan a otras el bastón de la fe y el carácter de Cristo.
Las mujeres que te rodean, abrumadas por la contracorriente de la vida,
pero con el anhelo de ser hermosas —estar adornadas— necesitan más que
un libro para leer o clases a las cuales asistir o más música de adoración para
escuchar.
Te necesitan a ti.
Necesitan tu presencia, tu preocupación, tus oraciones.
Mientras vivimos la belleza del evangelio —mujeres jóvenes y ancianas
juntas— seremos embellecidas y bendecidas y, sí, rebosaremos de alegría.
Esa belleza se rebalsará y salpicará nuestros hogares, nuestras iglesias,
nuestros lugares de trabajo y comunidades y, finalmente, nuestro mundo.
Y, al final, Cristo será “glorificado en sus santos y [será] admirado en todos
los que creyeron” (2 Ts. 1:10).
Esa belleza pura. Ese gozo eterno.
Vayamos en pos de ese gozo —en pos de Él— juntas.

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