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HISTORIA
DE
AMÉRICA LATINA
7. AMERICA LATINA:
ECONOMÍA Y SOCIEDAD, c. 1870-1930
EDITORIAL CRITICA
BARCELONA
Capítulo 3
1. Walter LaFeber, ed., John Quincy Adams and American continental empire, Chicago,
1965, p. 123.
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isla del Tigre, en el golfo de Fonseca. El gobierno británico repudió este acto,
pero el escándalo que el mismo produjo en los Estados Unidos motivó la celebra-
ción de negociaciones. El tratado Clayton-Bulwer, que se firmó el 19 de abril
de 1850, disponía que ninguna de las dos partes «ocupara», «colonizara» o ejer-
ciese «dominio» sobre parte alguna de América Central. El tratado también esti-
pulaba que, en el caso de que se construyera un canal, ninguno de los dos países
lo fortificase o ejerciera el control exclusivo del mismo.
Al principio el tratado Clayton-Bulwer no resolvió nada, puesto que los ingle-
ses argüían que preservaba el statu quo mientras que los norteamericanos afirma-
ban que ordenaba una reducción del control británico, especialmente sobre la
costa de los Mosquitos. En 1852 el gobierno británico fusionó Roatán y las islas
adyacentes en la colonia de las islas de la Bahía, y los norteamericanos protesta-
ron diciendo que era una traición. Después de que un navio de guerra estadouni-
dense destruyera Greytown en 1854 para vengar la agresión de una chusma a
un diplomático, empezaron a correr rumores de guerra. En realidad, América
Central no era una zona muy prioritaria para los intereses británicos, y Gran
Bretaña ya tenía suficiente con la guerra de Crimea. Los ánimos se enfriaron
y en 1856 se firmó otro tratado por el que los ingleses accedían a renunciar al
protectorado sobre los indios misquitos y a ceder las islas de la Bahía a Hondu-
ras. Debido a una reserva de escasa importancia, los Estados Unidos se negaron
a ratificar el tratado, pero los ingleses procedieron a resolver la cuestión centroa-
mericana de acuerdo con sus disposiciones. Renunciaron a todas sus pretensiones
excepto a Belice, que en 1862 pasó a ser la colonia de Honduras Británica. Ex-
traoficialmente, las autoridades británicas aceptaban la idea de que llegaría un
día en que los Estados Unidos serían la potencia en la región. Pasaron unos cua-
renta años, sin embargo, antes de que ello ocurriera realmente.
El presidente James Buchanan (1857-1861) creía que los Estados Unidos de-
bían cumplir una función policial en América Central y el Caribe para tener la
seguridad de que el desorden no amenazaría a los ciudadanos extranjeros ni a
las rutas que cruzaban América Central. Argüyó que los Estados Unidos debían
encargarse de esa tarea porque, de no hacerlo, intervendrían las potencias euro-
peas. El Congreso estadounidense no le autorizó para usar las fuerzas armadas
en intervenciones de esa clase. Transcurrirían casi cincuenta años antes de que
el presidente Theodore Roosevelt consolidase esta afirmación del poder policial
de los Estados Unidos en el Caribe, consecuencia natural de la doctrina Monroe.
Durante la segunda mitad del siglo xix, varios estados latinoamericanos pi-
dieron protección a los Estados Unidos. En 1857 Nicaragua firmó un tratado
en este sentido, que el Senado de los Estados Unidos rehusó aprobar, y al menos
en tres ocasiones entre 1868 y 1892 Santo Domingo se brindó a arrendar o ceder
una base naval (e incluso el mismo país) a los estadounidenses. Estas ofertas fue-
ron rechazadas, como lo fueron también otras parecidas que hizo Haití. Además,
se pedía a los Estados Unidos que mediaran en conflictos entre países latinoame-
ricanos y naciones europeas que pretendían cobrar deudas.
En 1878, la Compañía Francesa del Canal de Panamá obtuvo el derecho a
construir un canal en el istmo. El gobierno norteamericano puso objeciones, pero
fue inútil. Sin embargo, a partir de ese momento aumentaron en el país las pre-
siones para que se interpretara un papel más activo en la región del Caribe y
AMÉRICA LATINA, LOS ESTADOS UNIDOS Y EUROPA 77
Durante los decenios de 1880 y 1890, la competencia imperial entre las princi-
pales potencias europeas aumentó mucho. Ya se habían repartido África y pare-
cían lanzadas a una carrera en pos del reparto final de Asia. Muchas personas
78 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
James G. Blaine ya había expresado estas ideas y estos temores. Creía que
en el hemisferio occidental las relaciones pacíficas, la mediación en conflictos,
2. Frederick Emory, Commercial relations of the United States during the years 1896 and
1897, Washington, 1898, vol. I, pp. 19-22.
AMÉRICA LATINA, LOS ESTADOS UNIDOS Y EUROPA 79
el hemisferio se exacerbó aún más cuando en abril de 1895 los ingleses ocuparon
Corinto, en Nicaragua, y se hicieron con el control de la aduana para obligar
a pagar los daños sufridos por las propiedades de ciudadanos británicos. Las
fuerzas británicas se retiraron después de la firma de un acuerdo de indemniza-
ción, pero muchos norteamericanos vieron el incidente como una prueba más
de la ineficacia de la doctrina Monroe. Henry Cabot Lodge, senador por Massa-
chusetts, escribió en la North American Review lo que puede tomarse como ejemplo
de la mentalidad de crisis al vincular la situación en Nicaragua, la disputa fronte-
riza en Venezuela y los temores de una expansión imperial de Europa:
... tomar medidas para lograr la completa y definitiva terminación de las hosti-
lidades entre el gobierno de España y el pueblo de Cuba, y para garantizar
en la isla la instauración de un gobierno estable, capaz de mantener el orden
y de cumplir con sus obligaciones internacionales, asegurando la paz y la tran-
quilidad y la seguridad de todos sus ciudadanos además de los nuestros ...5
5. A compilation of the messages and papers of the presidents, Nueva York, 1922, vol.
XIII, 6.292.
AMÉRICA LATINA, LOS ESTADOS UNIDOS Y EUROPA 85
región del Caribe y América Central, serían una mezcla de medidas y actos carac-
terizados por la paradoja y la ambigüedad; una especie de imperialismo ambiva-
lente que los sentimientos de culpabilidad, la política interior y la falta de un
verdadero impulso colonial modificaban continuamente.
Para los líderes estadounidenses, la pacificación de Cuba significaba instau-
rar un gobierno republicano, proporcionar estabilidad política y crear la infraes-
tructura necesaria para una sociedad ordenada. Cuba estuvo regida por un go-
bierno militar norteamericano desde 1898 hasta 1902, y este experimento de
edificación de una nación influiría en la política de los Estados Unidos en la re-
gión durante el primer cuarto del siglo xx. El general Leonard Wood pasó a ser
el segundo gobernador militar en diciembre de 1899. Bajo su dirección y la del
secretario de la Guerra, Elihu Root, se pusieron en marcha programas extensos
de saneamiento, construcción de escuelas, formación de maestros, control de las
enfermedades, reforma de las prisiones y los hospitales mentales, reforma del
sistema judicial y creación de estructuras gubernamentales. Wood opinaba que
un gobierno estable y una sociedad ordenada requerían «... buenas escuelas, bue-
nos tribunales, un sistema de obras públicas, medios de comunicación, hospita-
les, instituciones de beneficencia, etc., etc.» y que estas cosas sólo podía propor-
cionarlas el desarrollo económico. Como dijo al presidente Theodore Roosevelt:
... dado que su posición geográfica nos obliga a controlarla y protegerla, ¿por
qué no se estimulan, mediante una ayuda moderada, las industrias que la harán
tan próspera y satisfecha, que será siempre amistosa y una fuente de fuerza
para nosotros? No hay duda de que esto es mejor que tener en nuestras puertas
una isla desmoralizada y menesterosa como Santo Domingo o Hayti [sic] que
exista en unas condiciones que pongan en peligro la vida de millones de nues-
tros ciudadanos.6
Wood expresó un concepto de la diplomacia del dólar que los Estados Unidos
emplearían cada vez más a partir de 1900. Desde este punto de vista, el desarrollo
económico, el buen gobierno y el orden social iban unidos a otros. Un gobierno
fuerte ejercería la prudencia fiscal y crearía una situación que atraería capital
extranjero (preferiblemente norteamericano) con unos tipos de interés razonables.
Este capital fomentaría el desarrollo económico, lo que a su vez fortalecería el
gobierno y produciría armonía social. La paz, el orden y la estabilidad estarían
garantizados mediante el proceso continuo de desarrollo económico unido a un
gobierno fuerte. Wood y otros creían que esto resultaría mutuamente beneficioso
y que los Estados Unidos disfrutarían de un incremento del comercio con el país
en vías de desarrollo.
El general Wood y el presidente Roosevelt estaban convencidos de que este
proceso ya se hallaba en marcha en Cuba en 1902. El ejército estadounidense
se retiró de la isla y la nueva república nació oficialmente el 20 de mayo de 1902.
La Constitución de Cuba contenía varios artículos (conocidos por el nombre de
«enmienda Platt» porque fueron añadidos a la ley de consignaciones del ejército
6. De Wood a Roosevelt, 28 de octubre de 1901, caja 29, MSS Leonard Wood, Biblioteca
del Congreso, Washington.
86 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
Los Estados Unidos no eran el único país que mostraba un creciente interés
por América Latina a comienzos de este siglo. La Alemania imperial también
empezaba a actuar allí no sólo en el terreno económico, sino también en el demo-
gráfico y el militar. En 1900 ya eran más de 350.000 los alemanes que habían
emigrado al sur de Brasil, a la vez que otros 120.000 vivían en Chile. Había otros
asentamientos de alemanes en Argentina y América Central. El gobierno alemán
alentaba activamente a estos colonizadores a conservar y ampliar las tradiciones
alemanas, y financiaba escuelas de lengua alemana e iglesias. La marina imperial
incrementó sus operaciones en las aguas del hemisferio y, en 1900, el almirante
Von Tirpitz dijo a la comisión presupuestaria del Reichstag que, andando el tiempo,
Alemania necesitaría una estación para la marina de guerra en la costa de Bra-
sil.8 El kaiser Guillermo II no ocultaba su creencia de que Alemania debía de-
7. Ibid.
8. Holger H. Herwig, Politics of frustration: the United States in Germán navalplanning,
1889-1941, Boston, 1976, p. 73.
AMÉRICA LATINA, LOS ESTADOS UNIDOS Y EUROPA 87
y los Estados Unidos venían celebrándose desde hacía casi dos años. Habían em-
pezado a petición de Colombia, y Roosevelt y el secretario de Estado, John Hay,
creían que las condiciones definitivas del tratado Hay-Herrán cumplían los de-
seos del gobierno colombiano. Pero el presidente de Colombia convocó un con-
greso especial que, bajo su liderazgo, dio largas al asunto y, al cabo de unas
semanas, rechazó el tratado. Los panameños se sublevaron, y Roosevelt respon-
dió invocando el tratado de Bidlack de 1846 para impedir que Colombia desem-
barcara más tropas. El reconocimiento siguió rápidamente a la instauración de
la República de Panamá, y doce días después los Estados Unidos y Panamá fir-
maron un tratado relativo al canal. En vista de ello, el presidente de Colombia
se brindó a aprobar el tratado anterior, pero Roosevelt no le hizo caso. Los co-
lombianos se quejaron y acusaron a los Estados Unidos de robo. Pero Colombia
sólo había ejercido un control intermitente de Panamá y se había apoyado siem-
pre en la intervención norteamericana para mantener cierta apariencia de sobera-
nía. (Se habían producido unos 53 levantamientos en el istmo desde 1846 y Co-
lombia había solicitado la intervención de los Estados Unidos por lo menos en
seis ocasiones.) Theodore Roosevelt quería que se construyese un canal cuanto
antes. El tratado Hay-Bunau-Varilla, que se firmó en noviembre de 1903, dispo-
nía la creación de una zona del canal que tendría 16 kilómetros de ancho y estaría
controlada por los norteamericanos. También hizo de Panamá un protectorado
virtual.
Una vez obtenida la zona del canal, empezó la construcción de éste, que uni-
ría los océanos Atlántico y Pacífico, y los Estados Unidos pasaron a tener un
interés en América Central que reforzó la creencia de los norteamericanos de que
su país debía ejercer más control en la región. En diciembre de 1902, el primer
ministro británico, Arthur Balfour, había comunicado discretamente a Roosevelt
que su gobierno se sentiría más que feliz de ver a los Estados Unidos vigilando
a los «alborotadores» de América Latina. En 1904, al declararse en quiebra la
República Dominicana, Roosevelt aceptó la oportunidad de imponer una doctri-
na de intervención preventiva que recibiría el nombre de «corolario Roosevelt»
de la doctrina Monroe. El presidente explicó al Congreso:
Así pues, Roosevelt hizo extensiva la premisa básica que había detrás de la
pacificación de Cuba y la enmienda Platt a la totalidad de la región del Caribe
y América Central, y señaló claramente una esfera de interés de los Estados Uni-
dos. En el caso de la República Dominicana, Roosevelt firmó un pacto que daba
a las autoridades norteamericanas el control de la recaudación de las aduanas.
A su vez, dichas autoridades administrarían los ingresos del país con el fin de
destinar una parte de ellos al pago de la deuda rebajada. El Senado no aprobó
el pacto original, de modo que Roosevelt tuvo que actuar al amparo de un acuer-
do ejecutivo hasta la aprobación de un tratado modificado en 1907.
Bajo la dirección conservadora de Elihu Root, la oposición interior y la
frustración de la propia «misión civilizadora», Roosevelt llegó a aceptar que
había limitaciones en las medidas que podían imponerse a la esfera de interés
de los Estados Unidos. Por ejemplo, se resistió mucho a enviar tropas a Cuba
en 1906, cuando los políticos cubanos paralizaron la gobernación del país. Se
haría otro intento de construcción de una república en el Caribe, pero Roosevelt
confió al director de periódico y diplomático Whitelaw Reed en 1906 que veía
muchas dificultades en «el control de regiones tropicales densamente pobladas
por parte de las democracias autónomas del norte ...».17 Con el fin de resol-
ver pacíficamente las disputas, en 1907 se celebró en Washington la Conferencia
Centroamericana. Esta conferencia creó el Tribunal de Justicia Centroameri-
cano para que juzgara las disputas y, también, formuló normas de actuación
cuya finalidad era evitar las revueltas cuarteleras que tanto predominaban en
la región.
De modo parecido, el sucesor de Roosevelt, William Howard Taft, proclamó
una política consistente en sustituir «las balas por dólares». El presidente y el
secretario de Estado, Philander C. Knox, creían que la estabilidad fiscal era la
clave del desarrollo y de la estabilidad económicos. La administración alentó a
los banqueros norteamericanos a refinanciar los bonos de diversos países, con
el fin de eliminar la causa de una posible intervención europea. Los banqueros
norteamericanos invirtieron en el Banco Nacional de Haití y prestaron dinero
a Nicaragua para que liquidara los bonos británicos. En Nicaragua, los Estados
Unidos también se hicieron cargo de las recaudaciones de la aduana. Taft y Knox
albergaban la esperanza de prevenir las intervenciones en gran escala utilizando
dólares norteamericanos para apoyar la integridad financiera de gobiernos situa-
dos en la esfera de los Estados Unidos. La administración Taft también intentó
promover la resolución pacífica de las disputas haciendo de mediador en varias
de ellas y patrocinando una serie de tratados de arbitraje.
Durante este período de diplomacia, basada en la esfera de interés norteame-
ricana, las principales naciones latinoamericanas reaccionaron de varias mane-
ras. A partir de 1900, Brasil adoptó una política de amistad con los Estados Uni-
dos a modo de contrapeso de Argentina. En cambio, México, que había sostenido
relaciones muy estrechas con su vecino del norte, empezó a cortejar con creciente
asiduidad a Gran Bretaña y Alemania. (El Departamento de Estado norteameri-
cano incluso sugirió en 1907 que México compartiera las obligaciones policiales
en América Central. Pero las ambiciones de México en la región no concordaban
necesariamente con las de los Estados Unidos y la perspectiva de cooperación
17. Citado en Alian Reed Millett, The politics of intervention: the military occupation of
Cuba, 1906-1908, Columbus, Ohio, 1968, p. 251.
AMÉRICA LATINA, LOS ESTADOS UNIDOS Y EUROPA 91
18
se evaporó.) Algunas naciones latinoamericanas adoptaron en aquel entonces
dos doctrinas formuladas por argentinos e intentaron que fuesen aceptadas como
partes del derecho interamericano e internacional. En una serie de volúmenes pu-
blicados entre 1868 y 1896, Carlos Calvo abogaba por una versión absoluta de
la soberanía nacional y la aplicaba al tratamiento nacional de los extranjeros y
de los intereses extranjeros. Declaraba que a los extranjeros había que tratarlos
exactamente igual que a los naturales del país, debían estar sometidos a las leyes
y tribunales nacionales y no tenían derecho a apelar a sus respectivos gobiernos
en busca de apoyo. Con estas declaraciones reaccionaba a la doctrina de la extra-
territorialidad que las naciones industriales y desarrolladas habían instituido para
proteger a sus ciudadanos de los caprichos de los gobernantes, de las diferencias
de los sistemas jurídicos y de los estragos del desorden político. Las naciones
occidentales argüían que principios tales como la santidad de los contratos y el
legítimo procedimiento de la ley formaban parte del derecho internacional y pro-
tegían a los extranjeros y sus propiedades con independencia de lo que los gober-
nantes les hicieran a sus propios ciudadanos. En la práctica, se había abusado
del principio de extraterritorialidad para exigir un trato de privilegio para los
intereses extranjeros. Pero Calvo pasó al otro extremo y argüyó que las naciones
podían hacer lo que quisieran, incluso cambiar las reglas del juego bajo las cuales
los extranjeros habían llegado a un país e invertido en él. En un sentido extraño,
Calvo quería instaurar como principio del derecho internacional la idea de que
no existían unas pautas de comportamiento internacionales. A partir de 1890,
la doctrina Calvo se convirtió en el grito de combate jurídico e ideológico de
las naciones latinoamericanas que querían impedir que las potencias industriales
protegieran a sus ciudadanos y sus intereses. Se trataba del clásico debate entre
deudores y acreedores, países desarrollados y países subdesarrollados, débiles y
fuertes. La batalla en torno a esta doctrina aparecería bajo una forma u otra
en casi todas las conferencias interamerícanas. En la Segunda Conferencia Inter-
nacional de Estados Americanos (Ciudad de México, 1901-1902) se propuso una re-
solución sobre el tratamiento de los extranjeros (parecida a la adoptada en la
primera conferencia y rechazada por los Estados Unidos) que daba cuerpo a la doc-
trina Calvo. Como era de esperar, los Estados Unidos votaron contra toda idea
de que los estados no eran responsables de los daños que sufrieran los extranjeros
durante las guerras civiles, o que los extranjeros no tenían ningún derecho a ape-
lar al gobierno de su país natal.
La segunda doctrina (basada en la primera) fue enunciada por Luis Drago
en 1902 y afirmaba, sencillamente, que las deudas contraídas por una nación con
otra no debían cobrarse por medio de la fuerza. Los Estados Unidos se mostra-
ron más favorables a esta doctrina, siempre y cuando no dispusiera que un deu-
dor tenía el derecho absoluto a incumplir el pago sin sufrir por ello consecuencia
alguna, que era precisamente el significado que querían darle algunos estados
deudores. En la Tercera Conferencia de Estados Americanos, que se celebró en
Río de Janeiro (1906), los Estados Unidos aceptaron una resolución que reco-
mendaba que se debatiera la doctrina en la Segunda Conferencia de La Haya.
18. Véase Daniel Cosío Villegas, La vida política exterior, 1.a parte, en Historia moderna
de México: El Porfiriato, México, 1960, vol. 5, pp. 620-692.
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22. Burton J. Hendrick, ed., The Ufe and letters of Walter H. Page, Garden City, Nueva
York, 1923, vol. I, pp. 204-205.
23. Memorándum, «Present Nature and Extent of the Monroe Doctrine», 24 de noviembre
de 1915, expediente n.° 710. II/I88V2, RG 59, Records of the Department of State, National
Archives of the United States, Washington. En lo sucesivo se cita como SD y el número de
expediente.
AMÉRICA LATINA, LOS ESTADOS UNIDOS Y EUROPA 95
24. Hans Schmidt, The United States occupation of Haití, 1915-1934, New Brunswick, Nueva
Jersey, 1971, p. 103.
25. Charles H. Harris III y Louis R. Sadler, «The Plan of San Diego and the Mexican-
United States war crisis of 1916: a reexamination», Hispanic American Historical Review, 58/3
(1978), pp. 381-408.
96 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
así como las propiedades de los mismos. Pero, ¿debían los Estados Unidos em-
prender una guerra contra México a causa de sus inversiones? La mayoría de
los norteamericanos respondió que no, pero, pese a ello, seguía queriendo que
se protegiera a las compañías nacionales.
El petróleo era un elemento cada vez más importante para las marinas de
guerra y mercante, así como para la fuerza y la calefacción domésticas. Ello sig-
nificaba que el asunto del control del petróleo iba más allá de la protección de
las inversiones porque ahora era esencial para las operaciones de las naciones
industriales y sus marinas. En 1914 el gobierno británico había accedido a seguir
el liderazgo de los Estados Unidos en los asuntos mexicanos, pero esperaba que
los norteamericanos garantizasen el abastecimiento de petróleo a la Royal Navy
y protegieran las compañías petroleras británicas. Esta política continuó, aunque
los ingleses creían que la administración Wilson era demasiado blanda con Méxi-
co. El petróleo, sin embargo, continuó manando durante toda la Revolución,
gracias en parte a que el campo de Tampico era controlado por el independiente
general Manuel Peláez, que a su vez era apoyado en armas y dinero por las com-
pañías petroleras británicas y norteamericanas.
Wilson no se fiaba realmente de los ingleses y temía que después de la guerra
llegaran a un acuerdo por separado con los nacionalistas mexicanos que pusiera
en peligro los intereses norteamericanos. En 1918 el Departamento de Estado pi-
dió a Thomas W. Lamont, de J. P. Morgan & Co., que formara una comisión
internacional de banqueros de inversión con el fin de unir los intereses económi-
cos británicos y franceses al liderazgo norteamericano. La Comisión Internacio-
nal de Banqueros para México tenía que ser un brazo extraoficial del gobierno
de los Estados Unidos en lo que se refería a coordinar los asuntos relativos a
la deuda consolidada mexicana, los posibles empréstitos y otras inversiones ex-
tranjeras. Esto a su vez limitaría la capacidad de los gobiernos o los intereses
privados de firmar acuerdos independientes con México. En su mayor parte, los
intereses británicos y franceses aceptaron el liderazgo norteamericano, pero du-
rante varios años poco se hizo por resolver el problema del impago de la deuda
mexicana.
Wilson y el secretario de Estado, Lansing, creían que la participación econó-
mica europea en el hemisferio era una causa básica de la agitación política que
daba pie a un intervencionismo contrario a la doctrina Monroe. En el caso de
México, Wilson estaba convencido de que Weetman Pearson (lord Cowdray), el
magnate petrolero británico, se hallaba detrás de la «usurpación» de Huerta. Al-
gunos de los problemas de Haití se atribuían a banqueros franceses y se creía
que los intereses alemanes estaban involucrados en diversas intrigas en el Caribe.
Lansing propuso que los Estados Unidos tomaran medidas para reducir la parti-
cipación económica europea y sugirió una reafirmación de la doctrina Monroe
para que «... incluyera la adquisición de control político por parte de los euro-
peos valiéndose de la supremacía financiera sobre una república americana».26
Varios funcionarios del Departamento de Estado argüyeron que el gobierno de-
bía apoyar principalmente la ampliación de las instituciones bancarias norteame-
ricanas, la promoción de mercancías norteamericanas y la americanización de
28. War Department, informe del 28 de diciembre de 1944, OPD 336 América Latina, caso 74.
102 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
29. De Robert E. Olds al general Francis McCoy, 13 de abril de 1928, RG 59, SD expedien-
tes de Francis White.
AMÉRICA LATINA, LOS ESTADOS UNIDOS Y EUROPA 103
presa J. P. Morgan & Co.). Tal como señaló Thomas W. Lamont, presidente
de la Comisión Internacional de Banqueros, «Millhauser [Speyer & Co.] habla
con facundia de empuñar el garrote o pegarles patadas en el estómago. No hay
ningún garrote que empuñar y no tenemos ninguna bota que pudiera llegar a
su remoto y muy duro estómago».30
En lo que se refería a algunos gobernantes norteamericanos, la situación en
México y Nicaragua se veía complicada por la existencia de partidos comunistas
en los dos países. Los partidos comunistas latinoamericanos estaban vinculados
a la Unión Soviética y su política exterior por medio del Comintern, y los nortea-
mericanos veían esto como un tipo nuevo de intervención ajena en el hemisferio.
En 1926 al Partido Comunista de los Estados Unidos se le encomendó la respon-
sabilidad especial de organizar y dirigir los partidos latinoamericanos. Para la
Internacional Comunista, los Estados Unidos eran el principal enemigo en Amé-
rica Latina, y los gobernantes norteamericanos suponían acertadamente que una
victoria del partido comunista en cualquier país vincularía éste a la Unión Sovié-
tica y le empujaría a volverse contra los Estados Unidos. Como decía la directriz
del Comintern, dirigida al Partido Comunista de México en 1923, «la destrucción
del último baluarte del imperialismo capitalista, el derrocamiento de la burguesía
norteamericana, es la tarea de los obreros y los campesinos de todos los países
americanos».31 Pero los dirigentes norteamericanos tendían a exagerar el poder
y la influencia de los comunistas, y esto deformaba su percepción de algunos
acontecimientos políticos, como la insurrección encabezada por Sandino en Nica-
ragua.
El Primer Congreso Comunista de América Latina se celebró en Buenos Aires
en el año 1929 y asistieron a él delegados de los catorce partidos latinoamerica-
nos, los Estados Unidos y Francia. El congreso adoptó la línea soviética de «in-
transigencia extremista» y se comprometió a emplear tácticas revolucionarias de
índole radical. En 1929 el Comintern dio instrucciones al Partido Comunista de
México para que ordenase a las ligas campesinas armadas que atacaran al gobier-
no y publicó un manifiesto pidiendo al pueblo mexicano que hiciese la guerra
con todas sus fuerzas. El gobierno mexicano acusó a la Unión Soviética de finan-
ciar e incitar el movimiento subversivo y, en enero de 1930, cortó las relaciones
diplomáticas con Rusia. En 1930 el movimiento comunista en América Latina
era pequeño, pero iba creciendo, y con ello la Unión Soviética se estaba convir-
tiendo en un elemento de las relaciones internacionales del hemisferio.
Algunos líderes latinoamericanos veían la Sociedad de Naciones como un po-
sible factor en las relaciones hemisféricas durante el decenio de 1920. Nueve na-
ciones latinoamericanas eran miembros fundadores y otras ingresaron en la orga-
nización en el curso del decenio. En la primera asamblea, Argentina hizo gestiones
para que se suprimiera la referencia a la doctrina Monroe del pacto fundamental
de la Sociedad. Al fracasar el intento, Argentina se retiró durante el resto del
30. De Lamont a Vivían Smith y J. R. Cárter (Oficina de J. P. Morgan & Co. en París),
sin fecha (probablemente noviembre de 1928), Thomas W. Lamont Manuscripts, Baker Library,
Universidad de Harvard, Cambridge, Massachusetts.
31. Stephen Clissold, ed., Soviet relations with Latín America, 1918-1968: a documentary
history, Londres, 1970, p. 86.
104 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
32. The United States and other American republics, Department of State Latín American
Series, n.° 4, Washington, 1931, p. 5.
Capítulo 4
LA POBLACIÓN DE AMÉRICA LATINA,
1850-1930
TENDENCIAS GENERALES
1. Viviane Brachet, La población de los estados mexicanos (1824-1895), México, 1976, p. 105.