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Alondra Peirano Iglesias. Revolución y lucha armada: ¿una relación necesaria?

El
Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros y el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria en sus inicios (1965 – 1973). Revista Encuentros Latinoamericanos.
Montevideo, año III, Nro. 9, diciembre de 2009.

La autora propone una comparación entre el proyecto revolucionario del Movimiento de


Liberación Nacional – Tupamaros (MLN-T) uruguayo y el del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR) chileno, fundando dicha comparación en una problemática, a
saber: ¿Cómo es reapropiado el imaginario revolucionario setentista por el MLN-T y el
MIR en los contextos uruguayos y chilenos? Y más específicamente: ¿qué
particularidades podrían caracterizar la lucha revolucionaria en Chile y Uruguay entre
1965 y 1973? ¿Qué similitudes y diferencias existe entre un proyecto y el otro? Destaca
la necesidad de contextualizar e historizar el surgimiento e incipiente consolidación que
alcanzaron dichos movimientos. En ese sentido la autora empieza con una introducción
dedicada a explicar la situación de América Latina en la década de los sesenta. En la
misma señala que esa década estaba marcada por el entusiasmo transformador en
Latinoamérica, siendo la revolución cubana (primero de enero de 1959) epicentro de la
expansión de una ola revolucionaria. Se creía que se estaba inaugurando una nueva
época en la historia de la humanidad, se estaba dando el nacimiento de la sociedad
nueva. Así, las diferentes guerrillas del continente se definieron en relación a dicha
revolución y a sus fundamentos (principalmente plasmados en el pensamiento del Che,
de Fidel Castro, Régis Débray). La revolución era necesaria e inevitable en ese
momento, era un imperativo histórico. Por esos años, la relación entre revolución y
lucha armada era indispensable para la izquierda radical, el proyecto revolucionario
dependía necesariamente de la lucha armada: ésta era inevitable. La autora habla de una
cultura política setentista profundamente idealista e impregnada de optimismo en el
proceso histórico y en el ser humano (donde los depositarios eran los jóvenes), donde el
sentido teleológico de la historia de la humanidad daba por hecho que el desarrollo de la
lucha de clases inevitablemente se agudizaría hasta las últimas consecuencias: la
revolución socialista (entendida como la transformación profunda de todas las
estructuras sociales y económicas, y la inversión radical de las relaciones de poder). Un
corpus teórico que fue determinante en la época para los intentos revolucionarios fue el
marxismo – leninismo.

Luego la autora se centra en analizar los contextos nacionales de Chile y Uruguay en los
años sesenta. Para esa década ambos países vivían procesos sociales y económicos
similares: una crisis general, tanto en el plano económico (agotamiento del modelo de
desarrollo de industrialización por sustitución de importaciones) como en el plano
socio-político (creciente descontento social). El movimiento social y popular en ambos
países era un actor múltiple, activo e influyente en la vida política: demandas sociales
fraguaban la efervescencia social. De todas formas los dos procesos fueron tomando
rumbos opuestos aunque ambos terminarán con dictaduras impuestas en 1973. En
cuanto a las diferencias entre ambos procesos: Uruguay, hasta mediados de los años
cincuenta, de la mano de sus exportaciones de carnes durante la Segunda Guerra
Mundial, se había proyectado como “la Suiza de América” (un estado muy rico y una
clase media muy extensa, con buen pasar económico). Sin embargo, al finalizar la
guerra Uruguay conoció una profunda crisis económica, que devino en crisis social y
política. En los años setenta las luchas cañeras del norte de Uruguay comenzaron a
tomar fuerza política y captaban el apoyo social del resto de los sectores políticos. En
1967, meses después de asumir como Presidente, moría Oscar Gestido y era
reemplazado por su Vicepresidente Jorge Pacheco Areco, que desde el primer día de su
mandato no dudó en mostrar mano dura (medidas duramente represivas en plena
democracia, expresada en la aplicación de Medidas Prontas de Seguridad –MPS– que
abolían los derechos políticos individuales y colectivos). Dicho proceso culminaría con
la “Declaración del Estado de Guerra Interno” el 15 de abril de 1972 (antesala del
autogolpe del 27 de junio de 1973) combinado con la aparición de los Escuadrones de la
Muerte, comandos paramilitares y parapoliciales que se especializaron en el
escarmiento, la tortura y el asesinato de los tupamaros. En Chile la presión social y
construcción de un movimiento popular fuerte fueron consolidando la opción de
izquierda hasta que el 4 de septiembre de 1970 Salvador Allende ganó las elecciones
presidenciales representando a la Unidad Popular (Partido Comunista, Partido
Socialista, Partido Radical), abriéndose una coyuntura favorable para el desarrollo del
movimiento popular y las demandas sociales mediante el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR).

La autora dedica asimismo un apartado sobre el tema de la apropiación del imaginario y


la práctica revolucionaria en el Cono Sur (MLN-T y MIR) mostrando en primer lugar
las similitudes y las diferencias propiamente dichas entre ambos movimientos. En
cuanto a las similitudes resalta que tanto el Movimiento de Liberación Nacional –
Tupamaros como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria surgió de coordinaciones
entre diferentes grupos de izquierda radical y se consolidaron entre los años 1965 y
1967. El MIR se fundó el 15 de agosto de 1965 en el Congreso de la Unidad
Revolucionaria (14 y 15 de agosto de 1965). El MNL-T surgió del Coordinador, al
principio un grupo inorgánico, que estaba integrado por el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR) pro chino, el Movimiento Revolucionario Oriental (MRO), la
Federación Anarquista Uruguaya (FAU), un grupo de las Juventudes del Partido
Socialista (liderado por Raúl Sendic) e independientes de izquierda. Nació en medio de
las movilizaciones en apoyo a los cañeros. Dicho grupo comenzó a definirse como
brazo armado de la lucha popular, con una concepción de violencia como una
herramienta de autodefensa. El hecho de ser espacios de coordinación pertenecientes a
la izquierda radical, diferenciaba al MNL y al MIR de los partidos tradicionales: los
comunistas y socialistas. La estructura orgánica de cada grupo tenía un esquema
piramidal, arriba la Dirección (Comité Ejecutivo para el MLN, Comisión Política para
el MIR), más abajo mandos medios, luego militantes de base, más abajo pre-militares y
en la base los/as simpatizantes. El MIR se organizaba en base a los Grupos Político-
Militares (GPM), subdivisiones estructuradas por zonas geográficas. El MNL-T se
organizaba en Columnas. El MNL se definía artiguista, rescatando la herencia y sobre
todo el proyecto de Reforma Agraria planteado y desarrollado por José de Artigas en
1815. Sin embargo el carácter de su proyecto fue más bien urbano. La diferencia
fundamental entre el MNL y el MIR es el carácter de sus respectivos proyectos
revolucionarios y el énfasis puesto en la acciona armada. El MIR ponía acento en la
consolidación de una Fuerza Social Revolucionaria, la construcción social y política del
poder popular y la consolidación de los Frentes de Masas: había que construir y
consolidar formas de organización propias del pueblo. La matriz ideológica del MLN
eran de corte más guerrillero: el concepto central del proyecto tupamaro se fue
materializando en la idea del doble poder, que ponía acento en el aspecto armado y la
acción directa de la estrategia revolucionaria. Consistía en construir un poder
revolucionario capaz de disputarle al gobierno, la policía y el Ejército la
monopolización de la violencia política. Para el MNL la práctica (entendida como
acciones de propaganda armada) era el elemento fundamental en su planteamiento,
buscando desmarcarse de cualquier modelo teórico. La práctica fue el elemento central
en el nivel de desarrollo de la guerrilla urbana que lo caracterizaría.

Finalmente la autora realiza una breve conclusión sobre su análisis, señalando la


necesidad de analizar el contexto histórico particular de cada movimiento para
comprender las manifestaciones específicas de cada uno así como la relación entre
violencia y política. Los contextos uruguayo y chileno en los años sesenta formaron
parte de un momento histórico latinoamericano marcado por la efervescencia social y la
polarización política, donde la izquierda radical planteaba la necesidad de pensar la
revolución necesariamente en función de la lucha armada.

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