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Definiciones
Homilética es el arte y ciencia de predicar para comunicar el mensaje de la
Palabra de Dios.
Predicador es aquél que proclama el evangelio a los hombres.
Predicar es pronunciar un discurso de contenido moral o religioso.
El Predicador y su Mensaje
Escribir no es predicar. En la predicación, debe existir el contacto directo y
personal entre el orador y su auditorio. Pero no constituye predicación el
simple hecho de ponerse de pie frente a una congregación, o de hablarle y
entretenerla o impartirle instrucción. El predicador es aquél que posee un
llamado y mensajes definidos. Según las palabras de Pablo se trata de una
persona apartada “para el evangelio de Dios.” Romanos 1:1.
El predicador debe ser intérprete. Debe estar capacitado para saber lo que
dice Dios y transmitirlo al pueblo; por otro, estar compenetrado de las
necesidades del pueblo y poder presentar dichas necesidades ante Dios.
Dentro del desarrollo hay tres reglas sencillas para el arreglo de tu tema
1. Proclama tu tema – Hazlo con confianza y con valor, sin temor a nadie.
Proclama el mensaje con claridad, valor y palabras apropiadas que tengan la
virtud de despertar y mantener el interés de tu auditorio.
2. Demuestra tu tema – Emplea pruebas e ilustraciones sencillas y fácilmente
entendidas por tus oyentes.
3. Explica tu tema – Hazlo de la manera breve, clara y vigorosa. Acuérdate de
los niños en la fe y de las personas sencillas.
Culminación o Conclusión
Aquí es donde el predicador llega a su meta en forma de una poderosa
impresión. Es la parte final del sermón, donde todo lo que ha sido
anteriormente expresado es concentrado en fuerza o intensidad para
producir un vigoroso impacto sobre la congregación. Su único propósito es el
de enfatizar, reafirmar, establecer o finalizar aquello que ya ha sido
declarado en el sermón.
El Sermón Textual
Este es aquel en el cual las principales divisiones. Le derivan de un texto
consistente en un breve pasaje de las Escrituras. Las líneas maestras de
desarrollo se sacan del mismo texto. Este puede consistir en una sola línea de
un versículo de las Escrituras, o puede tratarse de un solo versículo o incluso
de dos o tres versículos. Las principales divisiones de un bosquejo textual
tienen que provenir del texto mismo, pero el desarrollo posterior puede
venir, bien del mismo texto, bien de otros pasajes de las escrituras.
El Sermón Expositivo
Es la forma más eficaz de dirigirse desde el púlpito debido a que, por encima
de todos los demás tipos de discurso, es el que más, eficazcamente, llega a
producir una congregación bíblicamente instruida. Al exponer un pasaje de
las Sagradas Escrituras, el predicador cumple la función primaria de la
predicación, la interpretación de la verdad bíblica a los hombres, lo cual no
siempre puede decirse de los otros tipos de sermones.
Un sermón expositivo es aquel en el que se interpreta una porción más o
menos extensa de Escrituras en relación con un tema o asunto. El grueso del
material para el sermón se toma directamente del pasaje y el bosquejo
consiste en una serie de ideas progresivas centradas alrededor de aquella
idea principal. Al examinar esta definición, señalamos, en primer lugar, que el
sermón expositivo está basado en una porción más o menos extensa de las
Escrituras. El pasaje puede consistir de unos pocos versículos o puede
extenderse a través de todo un capítulo, o incluso más.
Cuarta Regla: Es preciso considerar el objeto o designio del libro y/o del
pasaje en el cual ocurren las palabras o expresiones obscuras.
Ejemplo 1: Romanos 3:28 comparar con Santiago 2:24
En estos pasajes parece como si fuera una contradicción. Pero teniendo en
cuenta el propósito de cada uno de los libros entendemos que en Romanos
Pablo hace referencia que para poder ser salvo debe hacerlo por la fe y no
por las obras, mientras que Santiago nos dice que una vez uno es salvo debe
practicar las obras. Pablo refutaba a los que confiaban en las obras de la ley
mosaica como medio de justificación rechazando la fe en Cristo; Santiago
combate el error de unos desordenados que se contentaban con una fe
imaginaria, descuidando o rechazando las buenas obras.