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ALGUNAS ANOTACIONES PARA EL COMENTARIO DE “ODA A UN RUISEÑOR” DE J. Keats.

John oía al ruiseñor en los anocheceres de Hampstead, y su oda nacerá del entresueño como un
abrazo a lo circundante, a un mundo que el canto del ave sensibiliza, vuelve acorde total. Esta
oda es resumen de la juventud ansiosa y feliz del poeta, triunfo de la «desvelada angustia»
antes del cercano otoño. Nos volvemos a encontrar con numerosas referencias al mundo
griego. En "Oda a un ruiseñor", el yo lírico se eleva entre los árboles, con las alas de la palabra
poética, para reunirse con el ruiseñor que allí canta; eso le sirve para comparar la naturaleza
eterna y transcendental de los ideales con la fugacidad del mundo físico: el poeta, que se siente
morir, ansía esa eternidad.

Me duele el corazón y un pesado letargo


aflige a mis sentidos, tal si hubiera bebido
cicuta o apurado un opiato hace sólo
un instante y me hubiera sumido en el Leteo:
y esto no es porque tenga envidia de tu suerte,
sino porque feliz me siento con tu dicha
cuando, ligera dríade alada de los árboles,
en algún melodioso lugar de verdes hayas
e innumerables sombras
brota en el estío tu canto enajenado.

Comienza la composición con la presencia de la 1ª persona, el yo lírico tan característico del


Romanticismo nos presenta una situación de un gozo tan intenso que no sabe si está vivo o
muerto. ( de ahí que acuda a las comparaciones con los opiáceos y el Leteo).El corazón le duele
porque ningún corazón soporta sin dolor la felicidad extrema, esa explicación indecible de la
muerte -que no será, ay, nuestra apagada y precisa muerte de un día futuro. tanta felicidad
sonora le duele, no por envidia sino por sobreabundancia de gozo

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La oda nos presenta la entrega a la dicha (estrofas 2, 4, 5) y el apenado reconocimiento de su


perecedero abrazo -en las restantes estrofas y el color general del poema-. Esta alternancia
lleva al lector al centro mismo del lugar melodioso donde dicha y melancolía danzan tomadas
de la mano. Primero es el arranque apasionado ante el milagro del canto:

¡Oh, si un trago de vino largo tiempo enfriado


en las profundas cuevas de la tierra
que supiera a Flora y a la verde campiña,
canciones provenzales, sol, danza y regocijo;
oh, si una copa de caliente sur,
llena de la mismísima, ruborosa Hipocrene,
ensartadas burbujas titilando en los bordes,
purpúrea la boca: si pudiera beber
y abandonar el mundo inadvertido
y junto a ti perderme por el oscuro bosque!
En esta segunda estrofa el poeta desea firmemente abandonarse a la dicha y al gozo que
le proporciona , de ahí las referencias a aspectos placenteros como el vino, el sol, la
danza…
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En la tercera estrofa, el poema adopta un tono diferente, ya no es todo dicha, a ella se le suma
la dolorosa reflexión del autor sobre lo que ocurre en la vida real. Su deseo se opone a la
realidad. La connotación y poder de sugerencia de este juego de contrarios continúa en esta
estrofa y hace que el lector entienda perfectamente los sentimientos y sensaciones que
producen en el poeta

Perderme a lo lejos, deshacerme, olvidar


que entre las hojas tú nunca has conocido
la inquietud, el cansancio y la fiebre
aquí, donde los hombres tan sólo se lamentan
y tiemblan de parálisis postreras, tristes canas,
donde crecen los jóvenes como espectros y mueren,
donde aun el pensamiento se llena de tristeza
y de desesperanzas, donde ni la Belleza
puede salvaguardar sus luminosos ojos
por los que el nuevo amor perece sin mañana.

Keats se sitúa otra vez en su fiel creencia: el ruiseñor, como la urna, son voces de la eternidad
que buscan «arrancamos del pensar»; la fuerza sensible de un principio inefable, el camino
extra-mental por donde la esencia asoma fugitiva. Aparece claramente la melancolía como
tono general del poema. ( Fijaos que Belleza aparece con mayúsculas, relacionarlo con la Oda a
una urna Griega)

¡Lejos! ¡Muy lejos! He de volar hacia ti.


No me conducirán leopardos de Baco
sino unas invisibles y poéticas alas;
aunque torpe y confusa se retrase mi mente:
¡ya estoy contigo! Suave es la noche
y tal vez en su trono aparezca la luna
circundada de mágicas estrellas.
Pero aquí no hay luz, salvo la que acompaña
desde el cielo el soplo de la brisa cruzando
el oscuro verdor y veredas de musgo.

La única forma de unirse con el ruiseñor es gracias a la poesía, aunque no acierte a


expresar con palabras los sentimientos que le produce.

No puedo ver qué flores hay a mis pies


ni el blando incienso suspendido en las ramas,
pero en la embalsamada oscuridad presiento
cada uno de los dones con los que la estación
dota a la hierba, los árboles silvestres, la espesura:
pastoril eglantina y blanco espino,
violetas marcesibles recubiertas de hojas
y el primer nuevo brote de mediados de mayo,
la rosa del almizcle rociada de vino,
morada rumorosa de moscas en verano.

Una necesidad de perderse en la espesura fragante, de abandonar el último resto de


identidad. Quiere ser, pero sin ser el mismo ( ver explicación abajo) La muerte tiene de
pronto un sentido, el de la accesión última, no ser ya tránsito sino madurez frutal para
la boca que dulcemente muerde y sabe.

A oscuras escucho. Y en más de una ocasión


he amado el alivio que depara la muerte
invocándola con ternura en versos meditados
para que disipara en el aire mi aliento.
Ahora más que nunca morir parece dulce,
dejar de existir sin pena a medianoche
¡mientras se te derrama afuera el alma
en semejante éxtasis! Seguiría tu canto
y te habría escuchado yo en vano:
a tu requiem conviene un pedazo de tierra.

«Morir para el poeta es plenitud», al tiempo que de nuevo aparece el juego de


contrario, el pájaro, su canto es inmortal porque no tiene identidad propia; el canto del
ruiseñor que él oye esa noche esconde todos los cantos de ruiseñor pasados y futuros

¡No conoces la muerte, Pájaro inmortal!


No te hollará caído generación hambrienta.
La voz que ahora escucho mientras pasa la noche
fue oída en otros tiempos por reyes y bufones;
tal vez fuera este mismo canto el que una senda
encontró en el triste corazón de Ruth, cuando
enferma de añoranza, se sumía en el llanto
rodeada de trigos extranjeros,
la misma que otras veces ha encantado mágicas
ventanas que se abren a peligrosos mares
en prodigiosas tierras ya olvidadas.

¡Olvidadas! El mismo tañer de esta palabra


me devuelve, ya lejos de ti, a mi soledad.
¡Adiós! La Fantasía no consigue engañarnos
tanto, duende falaz, como dice la fama.
¡Adiós! Tu lastimero himno se desvanece
al pasar por los prados vecinos, el tranquilo
arroyo y la colina; ahora es enterrado
en los calveros del cercano valle.
¿He soñado despierto o ha sido una visión?
Ha volado la música. ¿Estoy despierto o duermo?
Entonces el ruiseñor emprende el vuelo, su canto cede, perdiéndose más y más en lo
hondo del bosque. El enajenado se siente recaer en sí mismo como un enorme peso
presente y pensante, el hombre que abre los ojos, relee su página, empieza a tener
conciencia de verbos y ramajes:

¿He soñado despierto o ha sido una visión?


Ha volado la música. ¿Estoy despierto o duermo?

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