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M A R I E L A M OS Q U E I R A
DA M I Á N S E T TO N
EDITORES
LA INSTITUCIÓN
COMO PROCESO
Configuraciones de lo religioso en las
sociedades contemporáneas
Editorial Biblos
Algranti, Joaquín
La institución como proceso: configuraciones de lo religioso en las
sociedades contemporáneas / Joaquín Algranti; Mariela Mosqueira; Damián
Setton. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Biblos, 2019.
193 pp.; 23 x 16 cm. - (Sociedad y Religión)
ISBN 978-987-691-738-4
Este libro se realizó en el marco del Programa Sociedad, Cultura y Religión del
CEIL-Conicet con financiamiento del Conicet y la Agencia Nacional de Promoción
Científica y Tecnológica.
La foto de tapa pertenece a la artista brasileña Ana Paula Dornelas Guimarães de Lima.
Agradecemos su autorización para reproducir y analizar sociológicamente parte
de su obra en este libro.
Prólogo
Instituciones sociorreligiosas en movimiento y recomposición
Fortunato Mallimaci...................................................................................... 9
Introducción
Pensar sin Iglesias: el hecho institucional como problema de estudio
Joaquín Algranti, Mariela Mosqueira y Damián Setton........................... 29
Introducción
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La salud como dispositivo de la memoria colectiva
“Los abuelos nuestros, los ancianos, eran bien fuertes, vivían en el monte,
nada tenían de cosas, pero no se enfermaban, comían bien y vivían muchos
años” me contaba Miguel, qom’lec de Colonia Aborigen La Primavera,
Formosa. Relatos como este atraviesan constantemente las memorias de
adultos tobas, wichí, pilagá y mocoví entre sus cincuenta y ochenta años.
Estos dan cuenta de una narrativa sobre el pasado donde, de modo ambi-
valente, se remarca la fortaleza de los cuerpos antiguos (en su salud física
y longevidad) a contramano de la vulnerabilidad de los actuales y –sobre
todo entre tobas y wichí– las carencias materiales y cognoscitivas de los
primeros a diferencia de los “nuevos”, que saben hablar el castellano, son
evangelio y conocen “las costumbres de los blancos”. Asimismo, tengamos
presente que “anciano” refiere a una categoría de edad socialmente esti-
mada, sobre todo en las comunidades rurales, que encarna los atributos
del poder y la sabiduría.
Los pueblos chaqueños comparten con otras sociedades de las tierras
bajas sudamericanas, y bajo diferencias de rigor, una visión cosmológica
de un mundo habitado por entidades no humanas (jaqa’a en toba, ahot en
wichí) que residen en los montes, las aguas o los cielos. Estas entidades
son poderosas, es decir, presentan potencias, especialmente plasmadas
en dones de curación, protección, daño, interpretación de eventos im-
portantes, y sus realidades son expresadas en los sueños o los espacios
aludidos. En dichas geografías numinosas, el chamán inicia su oficio
luego de una enfermedad, o bien lo hereda, y juntos se pliegan en una
relación de reciprocidad subordinada (o asimétrica). En el caso de los
qom, el piogonak (chamán) se dirige con extrema deferencia, como un
“pobrecito” (chogodak) que espera la compasión (ichogoden) del poderoso
para obtener así un acompañante (itagaiagawa), un ser auxiliar (towehei
en wichí). Así como el chamán depende de la compasión del jaqa’a y de
la benevolencia de su compañero ayudante, él ejerce la potestad sobre las
entidades poderosas que producen la enfermedad y el daño (los lowanek).
Este vínculo de deferencia y obediencia en la acción chamánica respecto
de los “poderosos” es simétrico e inverso al del piogonak con el paciente.
En dicha relación interpersonal, el enfermo asume la condición de po-
brecito y el chamán de poderoso; el primero recibe acostado o sentado
los cantos y las manipulaciones corporales del segundo (succión, soplido
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e imposición de manos) y asume una deuda material en bienes de uso
que debe pagar (un caballo, un televisor, una moto, etc.), así como el
chamán contrae en su reciprocidad asimétrica una deuda con el jaqa’a,
un deberse a él.
La noción de enfermedad en estos pueblos se vincula al espectro de
relaciones intersubjetivas, a las normas sociales y a los tabúes cosmológi-
cos. La idea de una enfermedad natural –como en la visión biomédica– es
hasta la fecha muy parcialmente incorporada. La enfermedad es siempre
un símbolo práctico: esa dolencia esconde en sí misma una constelación
situacional de sentidos y prácticas. Estos significados y acciones jamás
se presentan al margen de las relaciones que uno tiene con sus vecinos
o allegados (donde la envidia y el encono son sentimientos poderosos
para el daño en los casos tobas y pilagá, o la pérdida del alma en el caso
wichí) y con reglas de profilaxis social, como los tabúes “tradicionales”
respecto de la ingesta de ciertos alimentos, las relaciones sexuales en
determinados momentos, la menstruación y sus lugares o actividades
prohibidas, entre otros, y los “nuevos”, engarzados a la moralidad evan-
gélica respecto de las “cosas del mundo”, donde el alcohol, el coqueo, la
drogas, el cigarro y los bailes son centrales. En este orden, y más allá de
las posiciones que el enfermo, el chamán, el pastor, el agente sanitario y
los parientes asuman, todos se vinculan a una red de relaciones sociales,
políticas y económicas, siendo agentes en los procesos de sanación. Luego
volveremos sobre este asunto.
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chaqueños ocuparon las posiciones más bajas, en complejas relaciones
con empresarios, misioneros y agentes estatales. Entre los temas crucia-
les de esta experiencia histórica la llegada de enfermedades contagiosas
como la viruela, la tuberculosis y la gripe fue correlativa a este proceso
de conquista, colonización y deterritorialización de los pueblos indíge-
nas del territorio. La “época de las pestes” es recordada por los ancianos
tobas del este (o tacshec) como algo que llegó desde el oeste, desde los
ingenios azucareros y sus cañaverales cercados por “diablos” y muerte,
pero también por los bienes poderosos de los blancos, como vestimentas,
objetos metálicos, enseres domésticos (Gordillo, 2010).
En este contexto histórico relativo a las primeras décadas del siglo xx
nuevos emprendimientos misioneros llegaron (y otros retornaron) al te-
rritorio chaqueño en pos de la conversión cristiana y la civilización de las
sociedades indígenas. Las misiones católicas (franciscanas, redentoristas
y pasionistas) y –especialmente– las protestantes (anglicanos, pentecos-
tales escandinavos, menonitas y evangélicos ingleses y norteamericanos)
fueron dando forma al campo misionero chaqueño, consolidado entre
1910 y 1960. Desde el punto de vista aborigen, las misiones representaron
un hito histórico que inauguró una nueva época que los protagonistas
valorizan como positiva pues involucró el fin de las guerras interétnicas
y el simultáneo conocimiento de “la palabra de Dios” y “las cosas de la
sociedad”, donde la escritura, la agricultura y las vestimentas occidentales
aparecen como centrales (Wright, 2008).
Un hecho distintivo de las misiones protestantes chaqueñas fue su
extensa preocupación por la salud y sanidad de los pueblos toba y wichí.
Aquí anida una característica común a las culturas misioneras transna-
cionales que desde mediados, y sobre todo fines, del siglo xix e inicios del
xx definieron nuevas geografías y geopolíticas de la conversión en África,
América Latina y el Pacífico occidental. Estas pusieron en escena y praxis
un imaginario moderno en tanto difusoras de la medicina occidental y la
alfabetización y promotores de ingeniería social, amparadas en proyectos
utópicos e ideológicos de transformación cultural y reforma corporal de
los nuevos pueblos cristianizados (Nielssen, Okkenhaug y Skeie, 2011).
Es interesante que a futuro podamos profundizar en los estudios locales
la imbricación –parafraseando al sabio germano Max Weber– entre “la
ética protestante y el espíritu de la medicina moderna”. Es decir, ahondar
en la trama de vinculaciones sociales y discursivas entre biomedicina y
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protestantismo, problematizando los modos en que contribuyeron a la
construcción de una “narrativa moral de la modernidad” (Keane, 2007)
donde ciencia, ideología y religión tuvieron su particular conjunción
(Klassen, 2011).
En el norte argentino, los lazos entre biomedicina, misiones protestantes
indígenas y enclaves industriales fueron importantes. Médicos, enfermeras,
misioneros, indígenas y patrones articularon relaciones sociales y agendas
biopolíticas en específicas coyunturas histórico-regionales. Repasemos
algunos ejemplos. En primer lugar tenemos el caso del ingenio-pueblo
La Esperanza dirigido por los hermanos Leach que en 1894 contratan
como jefe del hospital al médico inglés Guillermo Paterson, pionero en el
estudio del paludismo y la leishmaniasis en la Argentina (Sierra Iglesias,
1996). En las propias misiones anglicanas que se diseminaron por Salta
y Formosa entre 1914 y 1940, el médico, la enfermera y el dispensario
atendían demandas específicas y vacunaban regularmente a los aboríge-
nes. En la ciudad de Embarcación, norte salteño y límite occidental del
Gran Chaco, el noruego Berger Jonhsen fundó una misión evangélica
indígena hacia 1935. Esa misión tuvo entre sus máximas prioridades la
salud pública del asentamiento y el control sanitario de sus progresiva-
mente disciplinados moradores. Campañas de desinfección, vacunación,
control semanal de la limpieza doméstica, prohibición de tomar mate en
bombilla por peligro de contagiarse de tuberculosis (“bola del diablo” la
llamaban) fueron algunas de las medidas dirigidas por el nórdico. Los
últimos ancianos que vivieron la época fundacional aún recuerdan que
lo primero que hacían don Berger y su esposa Hedvig (misionera sueca)
al conocerlos era entregarles un pan de jabón blanco y buscarles nuevas
vestimentas, cuestiones que simultáneamente simbolizaban profilaxis
sanitaria y nuevo estatus social. “Berger era muy estricto con la limpieza
de la casa y con la limpieza de la ropita”, decían los ancianos. En 1956 el
médico Virgilio Coutada fue nombrado director del Hospital Municipal
San Roque. “Esta persona fue gran hombre, un idealista, un humanista,
no era religioso, pero hizo un gran bien por los indígenas de la misión”,
me contaba el pastor y misionero noruego (ya jubilado) Cyril Pedersen
en 2016. Los archivos de la misión guardan aún la carta oficial del 7 de
septiembre de 1956 que Coutada le dirige al “Pastor de la Misión Evan-
gelista” para comunicarle su asunción y que “a los efectos de colaborar en
la asistencia de los indígenas se comunica que no se exige en ningún caso
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certificado de pobreza”.1 También en esta ciudad se asienta en 1964 Eunice
Siccardi para colaborar en el puesto sanitario de la Misión Evangélica
Asamblea de Dios. Graduada en el Hospital Británico de Buenos Aires y
ligada a una reputada familia evangélica cordobesa, Siccardi fundará la
Asociación de Enfermeras Evangélicas, actualmente Unión Cristiana de
Enfermeras Argentinas.
Los relatos orales y las fuentes escritas de las experiencias chaqueñas
de misionalización protestante dan cuenta de cómo el tópico de la salud
encarnó un nodo simbólico, material y afectivo de crucial trascendencia.
En efecto, las prácticas de curación que los misioneros plasmaron fue-
ron –para la mayoría de los casos tobas y wichí– sus primeros contactos
con la biomedicina. Desde sus puntos de vista, estas extrañas “magias”
de importante efectividad venían de la mano de los nuevos y podero-
sos aliados “del otro lado del mundo”, que a diferencia de los criollos,
patrones y militares se acercaron a ellos –según las perspectivas de los
misioneros y de muchos indígenas– como “padres-amigos”, dispuestos
a ayudarlos en sus “necesidades”, “pobrezas materiales y espirituales” y
críticas condiciones de salud.
“Cuando Juan Chur llegó curó mucho a los enfermos. Cuando estaba
enfermo, don Juan me daba para tomar aceite de olivo. Ahora me doy
cuenta que eso es lo que actualmente utilizan los élderes para curar a los
enfermos…” En este relato, Emiliano Asijak (fallecido en 2012) enhebra
en su experiencia y saber las prácticas curativas (naturistas) del misionero
inglés con el rito mormón de “bendición de salud”, solo plausible de ser
realizado por sacerdotes y misioneros (élderes) a personas enfermas, donde
se vierten unas gotas de un aceite especial de la Iglesia sobre la coronilla
del paciente sentado y bajo imposición de manos se realiza una oración
pidiendo la sanación. Este “sentido práctico” de Emiliano, en el sentido
bourdieuano de saberes, sentimientos y preferencias que coordinan la
acción y se asientan en prácticas socialmente establecidas, da cuenta de
una concepción cultural donde la sanación corporal nunca se disocia de
una experiencia espiritual o religiosa.
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Salud y poder sacro
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de estos “sistemas médicos cosmológicos”, como podemos llamarlos (al
menos provisoriamente). Notemos que este rol moral no es ajeno en ab-
soluto a la biomedicina, ese otro sistema médico inserto en la cosmología
moderna y llevado por los misioneros, los empresarios y luego el Estado,
donde los imperativos higienistas, la biopolítica de la prevención y la
legitimidad social y moral de sus agentes (jerárquicamente dispuestos
por los médicos y sus subalternos enfermeros y agentes sanitarios, entre
otros) son centrales.
Sobre la base de lo antedicho, consideramos razonable comprender el
discurso y la praxis de sanación cotidianos en la experiencia social toba,
pilagá y wichí contemporánea en tanto proceso de transducción cultural:
aquí el rol clave se asienta en el mediador que actúa sobre el objeto, provo-
cando en él ciertas transformaciones. Un agente (el creyente indígena, sea
evangelista, pastor, cancionista o miembro activo) que transmite o lleva
conceptos (el poder de Dios o del Espíritu Santo) y prácticas (oración,
canto, soplo, succión e imposición de manos) que por el hecho mismo de
ser transmitidos son también transformados, como consecuencia de la
implicación o interacción con el medio a través del cual se manifiestan.
Luego retomaremos esta cuestión de los agentes mediadores incorpo-
rando a los agentes sanitarios indígenas, pero antes es preciso tomar en
consideración los espacios sociales y la materialidad del poder implícitos
en la trama de relaciones que dan cuenta de los sentidos y praxis de la
sanación para los pueblos indígenas chaqueños.
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que condensa valoraciones positivas que unen al grupo en una memoria
y trayectoria compartida cuyos agentes y acontecimientos encarnan una
cualidad especial (Ceriani Cernadas, 2014). La formación de las Iglesias
indígenas autónomas está marcada por la creativa adaptación qom del
evangelismo pentecostal hacia mediados de los años 40 y la posterior
gestación de la Iglesia Evangélica Unida. Aquí la imbricación entre la
cosmología chamánica, las formas sociales y simbólicas del liderazgo y
la experiencia numinosa de los creyentes, especialmente en las prácticas
de sanación, se posicionan como características relevantes.
Si las misiones y las Iglesias dieron forma a centros de poder dispen-
sadores de salud, que compitieron con mayor o menor conflicto con
las casas de los chamanes, los hospitales y centros de salud se erigieron
como espacios tensionantes, ambiguos y como tales con ciertas cuotas
de peligro. En efecto, los estudios actuales sobre biomedicina y pueblos
indígenas en el territorio dan cuenta de cómo los espacios hospitalarios de
atención a población indígena en Salta, Chaco y Formosa suelen replicar
las distancias estructurales entre médicos e indígenas con sus respectivas
clasificaciones étnicas históricamente sedimentadas (Ciannameo, 2006;
Dell’Arciprete, Touris y Braunstein, 2015; Hirsch y Lorenzetti, 2016).
En estas taxonomías morales, donde los ingenios azucareros y algunos
discursos misioneros tuvieron su lugar, se ubican en orden descendente
de incomunicación y racismo guaraní, toba, mocoví, pilagá, wichí.
La ambigüedad del hospital adquiere significados polivantes desde la
mirada y la memoria indígenas: con igual preponderancia escuchamos
relatos (especialmente en poblaciones toba y wichí) de cómo fueron
desatendidos, abandonados en el hospital, o bien fueron ayudados
por buenos médicos que los salvaron, o bien sufrieron mala praxis y
sus hijos, hermanos o suegras fallecieron ahí, o cómo el pastor tuvo
que interceder para que fueran atendidos con urgencia dolientes de
gravedad. No obstante, en la mayoría de los relatos sobre experiencias
de internación en hospitales de la región con resultados positivos de
curación la presencia de la oración evangélica se devela como clave para
los actores. Familiares, pastores, amigos oran en las habitaciones, de
acuerdo con los lugares y las posibilidades coyunturales, o en los cultos
de no ser eso posible. La resolución de la dolencia siempre aparece, de
este modo, articulada a la acción del Espíritu Santo que supo obrar para
restaurar la salud combatiendo a los espíritus o “bichos” malignos que
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fueron introducidos en el cuerpo por un agente exterior o bien por una
falla moral propia.
Para la concepción toba, pilagá y wichí, estos combates de salud en
clave de “guerra espiritual”, en el hospital o el culto, siempre dan cuenta
del poder de la materialidad terapéutica. Los bichos o espíritus malignos,
la Biblia, el saanto (objetos de poder), el tegeté (la maraca chamánica), la
acción de soplar y succionar, las imposiciones de manos, la oración fuerte
y sentida, las pastillas, los jarabes, los aceites o las inyecciones, si bien no
son lo mismo y los actores son conscientes de esto, trasuntan poder en la
eficacia de las interacciones y la pragmática social. Junto a estos objetos de
poder, se agregan otros acervos estimados por los actores indígenas: reme-
dios (analgésicos, antifebriles y antibióticos sobre todo), procedimientos
(inyecciones) y certificados del agente sanitario, el enfermero o el médico
(Hirsch, Dell’Arciprete, Cebolla Badie y Orlando, 2015). Los certificados y
las recetas reactualizan un poderoso símbolo material que los aborígenes
chaqueños conocieron desde los tiempos de las misiones: la palabra escrita,
donde la escritura adquiere fuerza taumatúrgica, las credenciales de miem-
bro de la Iglesia, los “pasaportes” o “salvoconductos” que los misioneros (y
también los estancieros y algunos funcionarios) escribían para dar cuenta
ante militares que eran “indígenas cristianos” y, como tales, pacíficos.
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Para los evangelistas y pastores, aparte de su compromiso espiritual
por un lado, fueron sus cualidades en el manejo del castellano y el co-
nocimiento de la escritura y, por otro, su comprensión del mundo social
y cosmológico indígena lo que les permitió forjar un capital simbólico
y político particular. Estos nuevos líderes devinieron así en mediadores
culturales de importancia. Su característica definitoria, según nos enseñó
Eric Wolf (1956: 1075) en un trabajo fundacional, es “montar guardia
sobre los momentos cruciales de la sinapsis de las relaciones que conectan
el sistema local a un conjunto mayor”. Los caciques o jefes, los capitanes
de ingenios y los evangelistas conformaron en dicho contexto social tres
tipos de brokers, muchas veces conjugados en una misma persona, en-
tre los asentamientos indígenas, los misioneros “gringos” y la sociedad
criolla. Estas posiciones sociales les conferían un acceso al poder y a la
obtención de recursos materiales y simbólicos muy valorados, como ali-
mentos, ropa, trabajo, documentos de identidad, pensiones nacionales,
alfabetización, medicina occidental, etc. Al igual que los misioneros y
los pastores actuales, el acceso a estos bienes no es directo, sino preci-
samente a través de los contactos estratégicos que ellos poseían y con
los que controlaban dichos recursos, es decir con sus “redes personales”
de misioneros, patrones de fincas, dirigentes políticos, trabajadores del
Estado, maestros de escuela, etc. De ahí que esta función de mediador
implicara sobre todo el ejercicio y mantenimiento del poder, hecho que
los ubicaba en una posición ambivalente, simbólicamente “peligrosa” (en
el sentido de Mary Douglas), sujetos a las presiones de su grupo social, a
la competencia de otros mediadores, a las demandas de los misioneros y
patrones (aunque comparables, no equivalentes) y a sus propias maniobras
de manipulación política.
Estas tensiones estructurales entre el propio grupo (que le reclama
lealtades de parentesco, afinidad e imperativos sociales de igualdad) y los
grupos corporativos (misión, Iglesia, equipo de salud) son precisamente
las que se encuentran en la labor de los agentes sanitarios indígenas
(asi), cuya labor empezó a profundizarse a partir del programa Apoyo
Nacional de Acciones Humanitarias para las Poblaciones Indígenas
(anahi) creado en 2000 y, en su discurso, organizado desde una pers-
pectiva y abordaje “intercultural”. Como sostiene Mariana Lorenzetti
(2016: 257), esta doble pertenencia de los agentes sanitarios indígenas
“por ser parte de la población objetivo a la que se dirige la intervención
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y, al mismo tiempo, constituirse en representantes del sistema de salud
formal” deviene en una causa de tensión crónica. Como los evangelistas
y pastores pero bajo otras formas de legitimidad social, los asi son pre-
sentados y autopresentados como los “educadores”, no ya de la Palabra,
sino de la salud biomédica en su labor preventiva ligada a la estructura
de funcionamiento de la atención primaria de la salud y los hospitales
(con diversos niveles de riesgo). “Concientizadores”, “orientadores”, “con
un temple especial”, que desarrollan una “sacrificada tarea, que no sabe
de cansancios, ni de fatigas, que desafían las inclemencias del tiempo y
las condiciones geográficas”; así es definida discursivamente la tarea de
los asi (Sanidad, junio 2008). Notamos las cualidades morales y heroicas
que adquieren los asi, como los “nuevos clérigos” chaqueños en el sentido
bourdieuano, cuya “misión es ejecutar las acciones básicas de promoción
de salud y prevención” (Manual de capacitación del agente sanitario, citado
por Lorenzetti, 2016: 258).
Conclusiones
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nético a la formación del movimiento evangélico indígena chaqueño. Si
tradicionalmente este poder era (y continúa siendo) fundamentalmente
dispensado por los chamanes a partir de las relaciones que establecían
con los seres poderosos o “dueños”, el evangelio qom socializó mediante
nuevos patrones morales el canal de acceso a las potencias sagradas,
accesibles ahora a todo creyente. En este contexto, símbolos dominantes
como el fuego y el corazón (locus del poder sagrado), presentes en las
cosmologías de los referidos grupos chaqueños, encontraron un espacio
de resemantización y refuncionalización en la cosmología pentecostal,
donde también ocupan un lugar central.
La apuesta de este ensayo ha sido pensar comparativamente los cam-
pos semánticos y pragmáticos que definen las etiologías y terapéuticas
de la salud y la sanación religiosa para los pueblos indígenas chaqueños
poniendo en evidencia el rol de los mediadores/efectores insertos en dicha
trama de interacciones sociales, relaciones interétnicas y estructuras de
subordinación social y económica. Para ello, futuras indagaciones deben
poner en diálogo mayor las maneras en que recorridos terapéuticos, alian-
zas de medicinas y brokers sanitarios (religiosos o del sistema médico) se
ponen en juego, tensión o acomodación.
Bibliografía
111
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Wright, P. (2008), Ser-en-el-sueño: crónicas de historia y vida toba, Buenos
Aires, Biblos.
112
Acerca de los autores
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la uba y en la Maestría en Antropología Social de Flacso, Argentina. Sus
investigaciones se focalizan en la comprensión de la pluralidad religiosa
argentina, particularmente en la experiencia sociocultural y política de
los pueblos indígenas del Gran Chaco a partir del contacto con misiones
protestantes e iglesias evangélicas.
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Kaique Matheus Cardoso. Magíster en ppg Ciências Sociais por la Uni-
versidade Estadual de Londrina pr, con beca de la capes. Investigador
del Laboratório de Estudo sobre Religiões e Religiosidades (lerr-uel).
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religiosos. Participa desde hace más de una década de diferentes proyectos
colectivos de investigación con financiamiento gubernamental (Ubacyt
y pict) que indagan la problemática corporal y la religiosa. Es miembro
del Equipo de Antropología del Cuerpo y la Performance, grupo con el
cual ha brindado diferentes seminarios universitarios de grado y posgrado
sobre la temática.
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Frontera, sobre los cuales ha publicado numerosos trabajos en libros y
revistas académicas. Es miembro fundador del Núcleo de Estudios Judíos
del ides, espacio transdisciplinar en el marco del cual fue cocompilador
del libro Marginados y consagrados: nuevos estudios sobre la vida judía
en la Argentina (2011). Obtuvo una licenciatura en música por el Centro
de Estudios Avanzados en Música Contemporánea.
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