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PIDIENDO QUE TE QUEDES

"La oscuridad reinaba en aquella enorme habitación. Solamente se escuchaba el murmullo


de las respiraciones de la joven pareja que yacía sobre la amplia cama con doseles.

El hombre estaba semi acostado, acunando entre sus poderosos brazos la delicada figura
de su esposa. De cuando en cuando la observaba, buscando minuciosamente algún signo
de algo fuera de lo normal, pero hasta el momento todo había estado relativamente
tranquilo.

Ella se encontraba recostada contra su amplio pecho, profundamente dormida, utilizando


la posición en la que se encontraba para poder descansar aunque fuera solo un poco, pues
el ya prominente vientre de poco más de seis meses le impedía recostarse adecuadamente.

La observó pensativo, mientras en su mente repasaba una y otra vez las últimas
conversaciones que había sostenido con Jackson. Él le había asegurado, como su
medimago de cabecera, que si Astoria se cuidaba de hacer esfuerzos innecesarios, el
embarazo que en ese momento se desarrollaba llegaría a feliz término.

Habían perdido un hijo con anterioridad. Recordaba con dolor el momento preciso en la
que ella había despertado una noche, en medio de un charco sanguinolento, gritando como
posesa por el inmenso dolor que sentía en el vientre.

El aturdimiento y el terror habían hecho presa de él, quien al principio no había


reaccionado, pasmado ante la imagen de su esposa sentada entre sábanas ensangrentadas.

Cuando su sangre fría se impuso, se vistió con lo primero que encontró, entre gritos
desesperados de la misma Astoria y de Narcissa, mientras Lucius quitaba las barreras
anti-aparición, desapareciéndose todos momentos después hacia San Mungo, en medio de
un revuelo que solamente les dejó un enorme desazón en el corazón.

A pesar de los esfuerzos infructuosos por evitar la pérdida del pequeño, la realidad fue que
la matriz de Astoria no pudo retenerlo. Con una cara de profunda pena, Jackson Scott les
dio la peor noticia de toda su vida: su primogénito se había perdido.

Cuando Astoria lo supo, tuvo que ser sedada de inmediato, pues cayó en un profundo
estado de histeria, del que a punto estuvo de cruzar la línea entre la locura y la razón. Él
mismo no podía creerlo, y por más que trataba de mantenerse ecuánime, la pena que lo
embargaba le hizo hacer algo que hace más de ocho años no hacía: lloró entre los brazos
de su madre.

Ahora, después de lo que parecía una eternidad de infierno, finalmente habían conseguido
que Astoria volviera a embarazarse. Y desde el día que le confirmo que nuevamente
esperaba un pequeño Malfoy, no se había reparado en gastos y mimos para con ella, pues
ahora si, contra viento y marea, su hijo nacería fuerte y sano, aunque tuviera que luchar
con el mismísimo Lord Oscuro.
Astoria se removió inquieta en sus brazos, seguramente el pequeño estaría moviéndose
dentro de su entorno cálido y amoroso que le proporcionaba el vientre de su mujer. Colocó
instintivamente una mano en el redondeado vientre, maravillándose con la fuerza con que
su hijo pateaba.

De improviso, todo fue un caos. Astoria despertó gritando, como aquella vez.

La sangre se congelo en sus venas. Todo a su alrededor se volvió caos, gritos, llanto.

Ni siquiera pensó ponerse algo por encima, así como estaba, tomo a su esposa entre sus
brazos mientras se desaparecia hacia San Mungo.

A pesar de todo el caos, Draco Malfoy juraría para toda su vida, que mientras se daba la
vuelta para aparecerse, sobre su lecho alcanzo a ver nuevamente a la Muerte, que
planeaba sobre la cama, buscando a su víctima con sus largos y huesudos dedos, entre las
sábanas ensangrentadas.

Scorpius Hyperion Malfoy Greengras nació prematuramente, apenas respiraba,


seguramente no podría moverse con facilidad, además de que muy probablemente tendría
problemas respiratorios para toda su vida.

Si sobrevivía, había dicho Jackson.

Draco Malfoy se deslizó lentamente por la pared, hasta caer sobre sus nalgas en el suelo.
Su mente repetía una y otra vez "No por favor" mientras sus ojos derramaban mas
lágrimas de las que podría haber derramado en toda su vida. Entre sus manos, su rubio
cabello se desvanecía, arrancado de la piel.

Frente a él, Narcissa Malfoy y Sophie Greengrass sollozaban en silencio entre los brazos
de sus respectivos esposos. Un poco más allá, Daphne Nott se mordía los labios hasta
sangrar, evitando proferir algún sonido, mientras Theodore, su esposo, observaba el vacío
con expresión ausente.

De improviso, la figura del medimago salió a su encuentro. Pálido y delgado, el rostro


acongojado de Jackson Scott mostraba signos de un enorme cansancio, pero aún asi,
había luchado por el pequeño con todas sus fuerzas, por lo que el mismo representaba. Se
dirigió hacia el hombre que yacía sentado en el suelo, con la mirada perdida y una
expresión que si no supiera hasta cuanto podía soportar, pensaría que ya se había vuelto
loco.

-Draco…-dijo, y al instante el hombre se puso de pie, con los ojos grises enrojecidos,
brillando la locura en su superficie.
-Lo hemos estabilizado… puedes pasar a verlo… Astoria esta dormida…-dijo lentamente
el sanador.

Draco Malfoy caminó despacio detrás del hombre, sin sentir el frio del suelo contra sus
descalzos pies. Llevaba solamente una camisa ligera, y el fino pantalón del pijama hacia
discordancia en el conjunto. A lo lejos, Pansy Zabinni se dijo que Draco parecía
exactamente lo contrario a lo que siempre había sido.

Los pensamientos de la pelinegra fueron interrumpidos, cuando Daphne se arrojó a sus


brazos, enterrando su cara contra su cuello. Volteo a ver a Blaise, quien se había quedado
de pie junto a Theodore. Sus ojos se encontraron en el preciso momento en que el grito de
una atormentada mujer rubia se escuchaba.

Astoria había despertado.

Cuando Draco entro a la sala de cuidado Neonatal del Hospital San Mungo, sus ojos
buscaron con avidez el cuerpecito de su hijo. Al fondo de la habitación, en una pequeña
cama, yacía el que sería el mayor orgullo de los Malfoy. Su piel pálida parecía idéntica al
papel arroz, su pecho bajaba y subía tan rápido, que Draco no sabía como lograba
sobrevivir apenas. Detrás de él, Jackson observaba la escena, una escena que nunca
hubiera querido presenciar.

-¿Cuánto tiempo?-susurró el padre.

-Si sobrevive 48 horas, lo habrá logrado-dijo suavemente el medico.

"48 horas" pensó el hombre "solamente tengo que hacer que pase ese tiempo"

-Vivirá-susurró.

Jackson Scott salió de la habitación murmurando una plegaria por el niño, rezando con
todas sus fuerzas para que viviera y pudieran ser felices. "Ya sufrieron demasiado" pensó.

Draco tomo asiento a un costado de la pequeña camita. Observó las diminutas manos de
su hijo y sintió como el corazón le dolía profundamente. Tomo una de ellas entre su
enorme mano, comparando la diminuta mano contra su palma, dándose cuenta sin querer
que tenían un parecido sorprendente.

Y sin saber que hacer, comenzó a hablar con su hijo.

Le conto sobre su niñez, sobre los viajes a los que iba con su padre, sobre su afición al
Quidditch, sobre su equipo favorito, sobre las enormes ganas que tenia de enseñarlo a
andar en su primera escoba, sobre lo bien que se iba a divertir junto a él, sobre cómo su
abuela Cissy lo malcriaría con galletas de chispas de chocolate, o como su abuelo Lucius
le contaría sobre los piratas muggles y sus batallas.

La forma en que su madre y el mismo lo cuidarían y amarían por sobre todas las cosas.

-Porque hijo, te hemos esperado tanto…si tan solo quisieras quedarte un poco, si tan solo
quisieras…-

Y no se dio cuenta cuando se quedo dormido…"

Once años después…

El tren lanzaba vapor por todas partes. La muchedumbre hablaba, se movía, gritaba. Todo
era un espectáculo de luz y sonido, y ninguno de ellos se percataba de eso.

En el fondo de la estación, parados frente a un muro desnudo, dos rubios observaban el


bullicio sin hablar ni moverse. El hombre alzaba la fina ceja rubia, desdeñando lo que sus
ojos veían, como si fuese el espectáculo más deplorable del mundo.

A su lado, la hermosa mujer que era su compañera arrugaba la nariz como si lo que
estuviera oliendo estuviera podrido. Sus ojos verdes se movían sin cesar entre el gentío,
buscando a los amigos de toda la vida.

Y frente a ellos, contemplando fascinado todo aquello, un pequeño rubio idéntico al


hombre mayor observaba extasiado todo cuanto ahí sucedía. Sus ojos se abrían
sorprendidos ante lo que observaba, sin poder creer que finalmente estaba ahí.

Su padre le observó fijamente, detallando las facciones que tantas noches había observado,
agradeciendo a quien fuera que le hubiera ayudado, para que su hijo se hubiera quedado a
su lado. Contra todo pronostico, Scorpius Malfoy se había convertido en un fuerte
muchachito, de mente ágil y despierta, con un enorme talento para los deportes. Tal como
el siempre había querido que fuera.

De pronto, el tren bufó por última vez, mientras el silbato sonaba por segunda vez,
anunciando que pronto partiría. El pequeño rubio volteo a observar a sus padres con sus
profundos ojos grises. Abrazó y besó a su madre, prometiéndole portarse bien. A
continuación, fue estrechado entre los brazos de su padre, quien lo hacia como si nunca mas
fueran a verse.

-¿Prometes que escribirás?-dijo el mayor.

-Pero papá, solamente me voy para estudiar… prometo que escribiré cuando pueda, pero
ya… tienes que soltarme-
Draco regresó al pasado, cuando su hijo recién nacido estaba muriendo, y las mismas
palabras le fueron dichas por su padre.

-Nunca hijo, nunca voy a soltarte-

Scorpius rodo los ojos pero no dijo nada. Hacia muchos años que sabia porque su padre se
comportaba a si. Y el también le quería mucho. Sabia que nadie le creía, pero recordaba
muy bien cada palabra dicha por el hombre frente a si, cada promesa de aventura, de amor,
la llevaba en su mente impresa a fuego.

Y aunque nadie le creyera, sabia que por eso había decidido quedarse.

El tren sonó el silbato por tercera vez, anunciando su salida. Draco ayudo a subir a su hijo,
mientras este se acomodaba en la puerta para despedirse. El tren partió hacia Hogwarts,
mientras que Scorpius decía adiós a sus padres. Draco sintió el impulso de correr detrás de
el, pero solo su vena Slytherin le contuvo.

A cada metro que el tren se alejaba, Draco Malfoy iba sintiendo que perdía un poco mas a
su hijo. Cuando el tren se hubo alejado completamente, ambos rubios continuaron parados
observando la cola del mismo desaparecer en la distancia. Después de un tiempo,
finalmente decidieron partir hacia su mansión, pero una hermosa pajarita encantada les
detuvo.

"Yo también te amo Padre" fue lo único que decía.

Entonces Draco Malfoy supo que su hijo se había quedado con el, simplemente porque el se
lo había pedido….

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