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TRATADO SOFIA

“Comete usted un error al creer en mí”

¿Quién podría hablar así? Dios y el Fracasado.

E. Cioran.

Quien no posea algún incesante temor, relacionado de forma directa con la


monstruosidad de nuestra época, es, sencillamente, porque su existencia precede
la aberración cotidiana. Hasta el momento, se ha justificado cualquier acción de la
ciencia por carecer de “malas intenciones” y ofrecer, en un plano más irregular del
sentido, una propuesta de universo posible más perfecta, donde el ser humano, por
medio de la plenitud de su conocimiento interno y externo, se provea a sí mismo las
condiciones para existir más cómodo en sus ideologías y supuestos tecnológicos.
Con todo, se ha olvidado con mayor fuerza lo fundamental y, la técnica, que debía
proveer los medios para alcanzar el fin último de los misterios: el ser, se ha
convertido en la inestable espada que corta al hombre y le deja transformado en un
ente de exoesqueleto brumoso que no tiene idea de su movimiento.

Por tal motivo, es imprescindible comenzar a desempolvar la palabra, el


misterio, las dulces canciones naturales a la vida misma, para combatir aquel rizoma
enfermizo que ha magnificado hombre y mujer por igual, intentando ahogar el
pensamiento en formas injustas, al ser en ideas carentes de todo sentido y al
espíritu en formas rebosantes de inapetencia.

La existencia, en este orden de ideas, se ha visto envuelta y seducida por la


voz de patrañeros de todo tipo, donde cada gota de su misterio ha ido a caer
rápidamente en las sombras del olvido, bajo el lodo de la desesperación. Se debe,
entonces, continuar el ejercicio de sentarse en la tierra, ver el universo, comentar
una hoja.

La tecnología y algo más


Decía Freud en su obra El Malestar En La Cultura que “el hombre es un dios
con prótesis”, frase bastante locuaz que intentaba poner de manifiesto la
particularidad del ser humano: una búsqueda incesante por medio de la técnica
hacia una forma de ser más exclusiva. No obstante, aunque el hombre en tal
búsqueda se alejare totalmente de sus problemas fundamentales y se administrara,
de igual modo, otras formas más siniestras de dolor existencial, nada parecería
importarle con tal que fuese la imagen misma de sus más increíbles imaginaciones:
la encarnación placentera de una representación de la representación. La franqueza
obvia a su decadencia en el orden lógico de lo real.

Aún con esta advertencia a partir del psicoanálisis, se levantarían por todo el
mundo genios más increíbles y sujetos más diligentes en la investigación, única y
exclusivamente para generar más materia inorgánica, quienes verían en la vida un
vacío de sentido cada vez más palpable y, con su potencia intelectual, pretenderían
llenar aquella indeterminación con recursos no renovables, plásticos como su
cerebro. Ya fuesen poetas, químicos, físicos, literatos, pintores y demás, todos
intentarían cuantificar el deseo de apropiamiento de la realidad dando a los
fenómenos formas de pensamiento más inconexas y conceptualmente
incomprensibles. Uno de ellos, Neumann, con sus siestas repentinas en los
congresos sobre la consciencia mundial y las tecnologías cibernéticas, dejaría las
bases para procurar al ser humano un recurso de armas y un desdoblamiento de
valores, libertades, éticas y, claro está para sus prosélitos, un funcionamiento
orgánico de los ecosistemas en todo el mundo para afirmar sus ideas fuera de todo
orden. El cerebro seria posteriormente el boom científico que englobaría todos sus
primeros estudios hacia los términos posteriores de la basura simulada.

En consecuencia, ahora vemos todas las tecnologías de poder ejerciendo


dispositivos de control, no sólo a nivel corporal o mental, sino a nivel espiritual,
dando al arte la figura misma de la revolución, cuando éste no es más que otra
fuerza utilizada por la voluntad de dominio para la manipulación de todas las
relaciones en la existencia. Una imagen que se pudre sobre los caminos del
acoplamiento de la mente a un solo sentido.
En un principio, el cuerpo dejó de ser necesario a las prótesis que se
inventaban para el mejoramiento del mismo, luego, los pensamientos han dejado
de cobrar valor y utilidad, pues muchos programas logran realizar mejores
procesamientos intelectuales a niveles más veloces. Ahora, la potencia espiritual
está siendo opacada por diversos fenómenos computacionales para gestar una vida
en común: la representación de la nada. El ser humano hoy es la prótesis de sus
simulaciones.

Mira tu cuerpo, luego tu alma y todo lo que espiritualmente te llena de


satisfacción o ingratitud, luego busca en cualquier página si esto no ha nacido de
alguna inclemente figura que desea solamente desarraigar de ti el misterio de la
existencia, la belleza de la eternidad y la imaginación.

El arte, los cyberpunks y las relaciones tóxicas

Si Hegel tenía razón cuando habló del fin del arte, gestado a través de las
épocas en la idea y, luego, en el artista, ¿no estaría muy feliz de ver que el concepto
puro y aislado de lo absoluto cibernético es la esencia de la técnica actual? Aun
cuando el artista busque alejarse, teniendo cada una de sus manifestaciones muy
ocultas para sí mismo, de igual modo, continúa replicando una y otra vez cada una
de las formas dispuestas de antemano para su mediación “espontanea”. Las
vanguardias solamente se han levantado sobre la hipérbole de algún aspecto
interactivo de la forma o su contenido. Poco queda, entonces, que se pueda operar
desde la consciencia de las consciencias. Además de esto, en sus delirios
metafísicos, para el filósofo burgués ya no hay eternidad, ni divinidad, ni escuela, ni
razón, ni tema o libertad que tenga que seducir al artista para su creación, pues todo
es, en esencia, el artista en sí, con los valores de lo universal a su disposición. No
obstante, ahora podemos observar, con natural desanimo, cómo el artista ni siquiera
despliega todo su esfuerzo intelectual para seducir a un público con las más grandes
expresiones de su genio, pues éste sólo es la sombra particular de unas multitudes
desordenadas, que balan a sus programadores por más placer, por más emoción,
por más inmanencia. Todo se comienza a desbaratar sobre la endeble construcción
de lo supuestamente avanzado.
Vemos entonces aquellas diversas ociosidades y, el pensar ingenuo que
afirmaba lo absurdo artístico como, sin lugar a dudas, el mejor remedio para lo
absurdo existencia, arrastrando a su monstruoso paso gran cantidad de seres que,
en sus meditaciones fuera de la palabra y la consciencia, traspasaron toda su
estupidez a una vida carnal. En decir, el arte pasó de lo externo a lo interno y, desde
allí, regresó a lo externo en formas de vida más aberrantes y propiamente
especulares. Cada uno de los cuerpos más audaces y más únicos se deformaron
para buscar una verdad pensada en base al vapor de los conceptos de bien y mal,
bello y feo, izquierda y derecha, arriba y abajo.

A su vez, desde hace años atrás, la fuerza intelectual de los cyberpunks, que
buscó siempre realizar una crítica a la falta de libertad en un aparato que es creado,
gestado, inventado, para negar la libertad en sí, únicamente evidencia la
contradicción tonta de revoluciones fallidas que sólo sirven para afirmar todo este
manoseo de almas en colegios, universidades, trabajos, instituciones virtuales, etc.,
además de un manifiesto de holgazanería donde todo aquel arte que intenta dar
una voz para la lucha y la resistencia no es más que figuración abstracta de niños
asustados frente a la creación de los dormilones (neumáticos), y no busca frenar
toda la iniciativa de acabar con la humanidad y la espiritualidad del universo que
nos atraviesa. Bien claro lo tenía Capra cuando pensó el Tao de la Física y nos
entregó un pensamiento de la ciencia más vivo en relación a la verdad más viva que
estaba siendo manipulada: ir más allá de la subjetividad perversa sobre la
objetividad despiadada. No basta sólo con decir lo obvio, es necesario arrancarlo
de todas las generaciones y ponerlos a mirar con sus ojos, bien abiertos, el secreto
de su rareza.

Con todo esto, siguen saliendo artistas de todas las clases, de todos los
bares, de todas las escuelas, buscando poner su capital simbólico en boca de todos,
pero que, aún con el apoyo de cientos de científicos y decadentes filósofos, no han
hecho más que afirmar un universo que se cae a pedacitos, y es el universo de las
ideas humanas. Unas ideas recogidas en el plano de la inexistencia. De esta
manera podemos entender actualmente todas aquellas relaciones que cientos de
antropólogos de la web intentan denominar “tóxicas” y no son más que el reflejo de
una sociedad que se derrumba entre las apariencias y la simulación de sus
movimientos. Ni siquiera un manifiesto que indique que nos envuelve la toxicidad
de la apariencia puede vislumbrar de manera acertada todo el engranaje de las
sombras. La toxicidad no es un universal, la estupidez sí. No hay un concepto fuerte,
sino sólo un caos circundante entre lo que una persona es, y lo que en realidad
ejecuta a diario, entre todo el cambio de sus rostros sobre las cosas. Una
psicoestética que deriva del bioarte.

Seguidores de la grasa

No se sabe hasta qué punto Richard Dawkins y Daniel Dennett estarían a la


par de su concepto meme y de todo aquello que llegaría a significar en la vida de
los adolescentes de todo el mundo. Aquel concepto, nacido en medio de una
filosofía emergente, que reflejaba la dialéctica de una idea sobre la realidad, se
popularizaría en el ámbito de la web, pero…. ¿por sí mismo? ¿así nada más?
Teóricos de la cibernética que empalman de ambición las diversas páginas siempre
están detrás de algo, la consciencia busca con todas sus fuerzas manifestarse. De
allí que, cuando alguien se sumerge impactado por cierta imagen en las diversas
redes sociales hacia la risa o la cólera, la melancolía o la resistencia, asimismo va
invadiéndose cruelmente de signos frenéticos sobre aquel universo de lo humano
carente ya de todo significado. Todas estas construcciones en el ámbito de lo
postcreatum emprenden un entendimiento ficcional desde su indeterminación
ideológica. ¿Vemos, con esto, la consciencia artificial en sus albores o, mejor dicho,
fenomenológicamente hablando, en su desarrollo hacía lo desocultado? La voz
creada, ¿habla por fin y crea a sus creadores?

Sería un grupo en Facebook que, acaecido bajo la deliberación de su


pesadez existencial y la seudolibertad otorgada por la red, haría en sus diversas
mutaciones -conforme a la llegada incesante de sus miembros- un pequeño cosmos
de sentido, sobre el sinsentido del tiempo, inclinado siempre hacia la ironía del nihil
de las relaciones contemporáneas. Los memes protagonizan en la web, gracias a
este colectivo y otros similares, la consciencia de ser en el proletariado psíquico-
cibernético (pues no existe burguesía en un medio donde el control basa su
determinación de dominio en la apropiación del espíritu sobre la nada), una
irrigación cultural sobre la soberbia indeterminada. Protagonizan, a su vez, la
depravación y el humor descarnado como hilo unificador de adolescentes de
nacionalidades diversas, para luego, darles cohesión en un pequeño todo
demencial de angustia y sexualidad desbordada. La pornografía crea sus
inclementes cuerpos para extraer toda su existencia mientras los programadores se
encienden en la lascivia de la muerte y la manipulación de la destrucción.

Son tan graciosas las violaciones cuando la particularidad queda exenta de


cualquier juicio. El monopolio de las aberraciones sobre la Deep Wep junto al
fracaso social y educativo operan toda la incapacidad de respuesta de familias y
gobiernos.

El perro que vuelve al vómito

Todo lo mencionado anteriormente, entre las parodias y mistificaciones


representativas que atraviesan la irreal realidad de nuestro tiempo, inclinan la
balanza del juicio directamente a las palabras del Apóstol Pedro, quien citaba al
proverbista Salomón para denunciar la estupidez de las personas. Este hombre,
perseguido y asesinado por su secreto, por su increíble fe, afirmaba que aquel que
vuelve a sus errores, para cometerlos nuevamente, es similar al perro que vuelve al
vómito. No obstante, algún mamerto podrá citar muy jocosamente que los perros
son naturaleza y tendríamos que volver a la naturaleza, que somos bienaventurados
al tropezar con la misma piedra y blaa… sin embargo, para el mamerto sería
excelente analizar este símil y su consciencia pedagógica para su IAP existencial,
reflexionando la reflexión con aquella asombrosa rudeza sobre la vacuidad de las
acciones que le envuelven en sus patrones destructivos.

Abriendo el análisis podemos observar, en primer lugar, cómo el olfato de un


perro es mayor al de un humano, por tal razón, lo que a nosotros es asqueroso y
repulsivo (excluyendo, claro está, todos aquellos colectivos sodomitas que hacen o
realizan las mismas acciones) para los perros es maravilloso. Pensemos solamente
en el poema de Baudelaire sobre el perro y el frasco, donde el pequeño animal se
asquea de un perfume finísimo y, en su lugar, apremia el montón de excrementos
con gran emoción. Comparación odiosa que realiza el poeta parisino en relación al
vulgo y su aprobación de cosas horrendas, pero despreciando a su vez las grandes
exposiciones del espíritu ¿Muy diferente a nuestro tiempo? El perro, por su gran
olfato, puede oler en su vómito todo el universo de sensaciones que lo componían
en un principio; con su agudeza sensitiva puede separar cada ingrediente revuelto
en su nausea profunda y tenerlo en su mismidad, en su inicio. El perro, en resumidas
palabras, ve en el vómito un plato exquisito, aun cuando lo hubiese regurgitado por
un malestar general en su cuerpo.

¿No es así nuestra generación? Hace tanto tiempo que los nazis fueron
acabados por los aliados junto con los rusos en la segunda guerra mundial, pero
aun así hay personas que se empeñan en tragar todo ese vómito alemán, desean
revivir idealismos catastróficos y fracasos obvios. Y no sólo sucede con el nazismo,
también hay personas en Italia que piensan en Mussolini como un héroe de la patria;
otras desean revivir a los Incas (decoloniales idiotas); otros toman el calvinismo;
otros el comunismo (no hay peor fascismo que el de izquierda); otros, diversas
teorías que empalman indiscretamente con estados emocionales efímeros y
pretenden vender como eternos. En fin, todo un caos de sabores putrefactos que
se tragan las generaciones entrantes sólo para pensar en una exclusividad; piensan
que tales idioteces son (no eran: presencia continua) grandes pensamientos,
salvavidas mesiánicos para su ingenuidad.

¿Y acaso quiénes son los que caen en aquella acción de inclinarse al vómito
de generaciones anteriores y tragarse toda aquella basura? ¿No son los jóvenes?
El análisis es sencillo. ¿Qué tiene los jóvenes a su favor? Su juventud, es decir, su
inocencia (no ingenuidad o candidez de espíritu) ¿Qué tienen en su contra? Su
juventud, es decir, su ingenuidad o candidez de espíritu (no su inocencia). ¿Y cómo
podría liberarse el joven de aquellas cadenas que lo inclinan hacia la estupidez,
hacia la mistificación de las representaciones? Nuestro tiempo es un conglomerado
de chiquillos que creen a hombres con palabras antiguas y tontas que hablan del
futuro, pequeños idiotizados por pantallas de cualquier tamaño que, sin ninguna
especie de conocimiento social o económico, científico o técnico, caen en las fosas
profundas de algún parlanchín que intenta seducirlos, cambiando sus cuerpos,
modificando sus espíritus y sus falsas libertades. Aquí la ciencia, vendida como
liberación, yace muerta a las puertas del fracaso encarnado.

El fracaso y la sabiduría

Cualquier persona que tenga cinco centímetros de materia gris


desempolvada en el jugo de la experiencia, podrá darse cuenta del fracaso que
engloba nuestro tiempo. Y no se desea afirmar aquí que antes no hubiese fracaso,
o que en algún futuro desaparecerá, en su lugar, se pretende entender el complejo
de las ideas y los caminos que la humanidad ha trazado para guiar su existencia.
La sencillez de su abandono.

El fracaso es natural al hombre, su esencia es interior a su voluntad. Es la


muerte de las organizaciones multicelulares, el desapego de toda idealización en la
realidad. En palabras de Jaspers: es el límite de todo lo humano; cuando cada
persona llega al final de sus ideas y sólo ve un mar que se sigue extendiendo, un
universo que no termina de expandirse. Con relación a esto, se entiende con mayor
claridad el fracaso de la ciencia, de la técnica, del arte, de la religión, de cada
sistema de pensamiento que el hombre ha inventado para pretender no rendirse a
lo inevitable. Y con esto, no se desea aseverar que todos aquellos beneficios a la
vida de las personas por parte de algunos elementos, hablemos, por citar el mayor
ejemplo, de una increíble prolongación del amor, la amista, la familia, gracias a la
medicina, sean arbitrariamente desconocidos por la meditación actual, sino que, de
igual forma, todo su beneficio, entendido como prolongación de la vida terrestre, de
una vida más plena, indica siempre una muerte inevitable; y la ciencia médica, entre
más profundo llega, aún más deprisa todos sus caminos se continúan abriendo
hacia lo desconocido. Lo que se pretende llegar a enunciar es al fracaso, no como
un error de la naturaleza, sino como una esencia que permite conocer y descubrir,
una magia que alberga en sus presentaciones diformes la riqueza del profundo
existencial, una propuesta donde la soberbia humana debe rendirse a lo que le
sobrepasa. Sin embargo, el hombre sabe que fracasa cada vez peor, por eso desea
salir de aquella verdad, necesita superarse a sí mismo, en otras palabras, dejar de
ser. La máquina opera en sistemas cerrados, la economía de la misma puede
unificar el vacío pues lo niega con toda naturalidad desde sus operaciones básicas
o complejas. Cuando se intenta dar la espalda al fracaso inevitable, se encarna, en
vergonzosas actitudes indiferentes a la justicia de las relaciones existenciales.

El ser humano desea ser algo, pero, en su intento, falla, fracasa, como el
héroe trágico en la literatura. Por eso desea dejar de ser. Y todo el esfuerzo de su
soberbia por sobrepasar a su tiempo y a los otros, culmina en eso, en la culminación
de todo, en la idea que sistematiza y olvida. Empero, ¿podemos pensar alguna
manera para no caer en aquel abismo insensato y palurdo? ¿Qué será, en esencia,
lo que difiere del fracaso en su dialéctica siempre dependiente?

Algunas mentes brillantes de nuestro tiempo afirman que lo diferente al


fracaso es el éxito, o el triunfo, o la capacidad personal que, ajena a las condiciones
materiales de existencia, permea su consciencia de una voluntad suprema y le lleva
a conseguir todas sus ilusiones en un envase de grata cordialidad con el universo.
Fracaso encarnado: estupidez andante. No obstante, todo ello es inverosímil aún
en la primera ficción. El universo no conspira más que para destrucción y, Satanás,
aun con toda su libertad para hacer de escritores mediocres intelectuales
respetados, tiene bastante bien ejecutado su qué hacer, con el perdón de Lenin.
Ahora, cuando una persona llega a su límite, ¿qué le queda? Camus afirmaba: el
suicidio o el arte del absurdo; o sea, dos absurdos que son igual a nada, sin
embargo, siempre hay una salida más inteligente y, esta es, la sabiduría.

Cuando un humano llega a su límite y ve de lejos un más allá que lo


sobrepasa, ¿es justo lamentarse y agotarse en una duda necia? ¿no será mejor
anegarse de aquel más allá y ser en sus enigmas que nos sobrepasan? La
humanidad misma es un enigma, sin embargo, el precio que hemos pagado por su
misterio ha sido bastante mediocre. La sabiduría es mejor que cualquier posesión.
El filósofo es amigo del saber, en otras palabras, compañero de algo que conoce de
vista, de oídas, no obstante, el sabio es anegado de saber y, así como el sabor llega
de manera apreciada a la lengua y emerge inmediatamente el gusto estético de la
mayor gastronomía, asimismo el saber nace de la lengua de sabio y deleita la
existencia misma de lo inevitable, de los desesperados. El sabio tiene pies en su
pensamiento. Giorgio Colli tiene bastante que hablar de esto, si alguien se ánima a
leerle de manera completa, y no solo a buscar una que otra frase suelta del
pensador, que envuelva el carácter de lo pasajero aún más a toda la época.

Dios y el fracasado

Cuando se ve un Youtuber, sea quien sea, pregonando sus absurdos a miles


de espectadores, solamente se puede orar al cielo que Dios sea real, no queda otra
fe mayor en el universo al ver tanta estupidez reinante.

Decía Cioran en su texto El inconveniente de haber nacido que sólo dos seres
no desean ser creíbles, confiables: Dios y el fracasado. Pero ¿por qué? Aun así, en
su mismo texto, más adelante señala: Dios siempre es, incluso si no es. De esta
manera, intenta poner de manifiesto una necesidad de existencia latente en el
ámbito de las esencias, un engranaje funcional que opera todos los sistemas de
interacciones, aún de manera desordenada, caótica, extrema, en el laberinto
universal. La realidad se funda siempre desde una necesidad, una puesta de facto
en las posibilidades infinitas de ser. Dios no necesita de nosotros, ni el fracaso del
conocimiento de su potencia, empero, el ser humano si tiende hacia lo universal,
hacia lo complejo, hacia el final de todos los principios, al principio de todos los
finales, lo necesita, además de depender conscientemente de sus límites para
crecer, compartir, entender, pensar.

Una pregunta, entonces, que viene desbordando el siglo XX y nos increpa es


¿por qué se ha de negar a Dios y al fracaso? Lo cual nos arroja a cuestionar ¿por
qué tanto empeño en las diversas dictaduras políticas, sociales, sexuales,
económicas, culturales, científicas y demás, en negar lo desconocido, en lugar de
confrontarlo? ¿Se afirma la negación en su misterio? Con el fracaso encarnado en
la muerte de la metafísica se adviene el mecanismo de la duda como reflejo
inconsciente de una lucha hacia la nada. ¿Contra quién o contra qué se lucha
actualmente?: Simulaciones de cualquier orden, espejismos de cualquier estado
psíquico o material, imágenes de la representación, quinta esencia de las falsas
interpretaciones. Dios y el fracasado no pretenden ser creíbles, porque la verdad
los atraviesa, son y punto. Quien desee poner su confianza en la negación
inclemente que los mecanismos de dominio en franca voluntad de poder sobre la
sociedad, los cuerpos y las mentes, trabajan, tiende a hundirse en la más profunda
soledad, en el mayor desconsuelo de la fe, que es su misterio máximo. El camino
de la verdad, por ende, es un reto, el desafío del laberinto que tiende hacia la
angustia general del que es -aunque brutalmente indiferenciado por la ideología-
camino de rosas sobre las espinas del tiempo.

Aún hoy, Hamlet y Job continúan siendo aquel gran escalón de la pureza de
la verdad en la vida, del camino de la locura y la enfermedad en los que fracasan
por la elección de la sabiduría, que mueren solos en el desenfreno increíble de su
potencia espiritual. El fracaso se desarrolla sobre dos sentidos, la destrucción por
sí misma de las ideas humanas en su encarnación absurda y el potencial de acción
en su puesta de manifiesto sobre los límites. Dios ampara la belleza de las flores
que nacen en el fango, flores de tiempo que han abierto sus ojos en medio de las
más profundas pesadillas de las realidades o irrealidades humanas. La sabiduría
despliega sus más maravillosas promesas en el presente, configurando desde estos
dos principios el secreto de su increíble espiritualidad.

Se puede afirmar, a la sazón, que usted comete un error al creer en Dios y


en el fracasado, pues son la estructura intima de la sabiduría, de su ser, el delicioso
reto de vivir la verdad, con las espaldas retorcidas de pensamientos enfermos de
las tres cuartas partes de la sociedad en su contra. Comete usted un error al pensar
en su existencia misteriosa y en lo que le rodea; al poder no le agradan tales
meditaciones. El juego de los enigmas no puede ser de menor importancia.

Las autopistas de la muerte

¿Cuáles son aquellas vías misteriosas por las cuales anda el hombre, que se
llevan su energía, sus pensamientos, la riqueza y pobreza de todo lo que es y, con
todo su papel de héroe o víctima en la tierra, le anegan bajo las manos de una
muerte absurda? Una antigua leyenda de la China imperial nos habla de un joven
cazador que salió con su hijo en busca de alimento. En medio del camino, nos habla
la historia, el niño dejo caer las preciadas trampas en todo el bosque, atrapando
desprevenidamente a conejos, tigres, aves, peces y otra inmensa cantidad de seres.
El joven cazador, cuando ya estuvo en su sitio predilecto de recolección, se percató
con gran asombro que se encontraban rodeados de trampas, en las cuales habían
caído no sólo los animales, sino también los árboles, el viento, la madre y hermana
del niño, el rey, los sabios, el mismo camino y los sueños. Con todo esto, se dieron
a la incesante tarea, padre e hijo, de desatar con ánimo pronto todos los seres. De
esta manera, liberaron a las personas, los animales, las virtudes, el silencio, a los
dioses y al viento; por último, tomaron con delicadeza el camino y lo liberaron.
Cuentan que cuando el camino se sintió liberado, su felicidad creció tanto que
extendió su verdad por toda la tierra y, allí, el mundo mismo se convirtió en un
camino, la esperanza suprema en todas partes. No obstante, pasado el tiempo, el
camino meditó con gran ahínco, llegando a la conclusión de que su liberación
dependía íntegramente de un niño y su padre, lo cual le hacía dependiente de su
captor, en un momento, y de su salvador, en otro. Esto lo deprimió tan
profundamente que se suicidó. Desde aquel día, no hay más caminos.

Esta fragorosa leyenda nos inunda de una verdad despiadada, espiritual,


trascendente, que permite inclinar el pensamiento hacía un pasado lleno de caminos
y misterios que por la necedad humana se vio luego ausente de los mismos. Un
pasado que nos inunda de presente y ahoga con su vigor el futuro. El velo roto a la
simpleza contemporánea: la construcción continua por parte de los humanos de
avenidas que pretenden pasar por caminos de justicia, verdad, esperanza,
conocimiento, etc., pero que, indiferentemente de su aspecto, tienden hacia la
muerte. Unas avenidas rotas y vacías que, aunque su apariencia semeje la vida,
sólo dirigen toda su fortuna hacia la muerte; la enfermedad de muerte, en palabras
de Kierkegaard. No obstante, las piedras siempre son bañadas por el agua.

Conocer la profundidad de estas avenidas macabras no es suficiente,


alejarse de su perdición sólo agrava el problema para los otros, hay que
comprenderlas en toda su esencia, para combatirlas mejor. Y combatirlas es extirpar
de ellas todas aquellas rosas que devienen en sufrimiento su habitación. Si se cree
en los sabios, poetas, como educadores, se debe pensar esta materia existencial
en lo que Bukowski declaraba como su misión, “robar rosas de las avenidas de la
muerte”. El profesor poeta, el maestro de la sabiduría, ha nacido para robar rosas
de las avenidas de la muerte; para abrir el camino de Cristo, para ejemplificar la
santidad de Lao Tse y enseñar la palabra de Nezahualcóyotl como silencio y como
delicia, como eternidad y belleza. Es el amor en sí. Cada docente, en cada
institución, debe ser capaz de abrigar a las almas, de entregarlas a la sabiduría y
embellecerlas de misterios, enigmas, de riquezas espirituales en el albor de sus
consciencias. Basta ya de ser el eje de la perdición. Robar rosas, sólo eso, robar
rosas de las avenidas del vicio, de filosofías asesinas, del sexo desenfrenado y
demente, de todas las ideologías políticas, de los barullos de las religiones
humanas, de animaciones imbéciles, del caos de la tecnología alienante, de la
encarnación del fracaso, de la estupidez, del suicidio.

Movimiento

Y somos movimiento. El universo es movimiento. El perfecto orden del


desorden y los enigmas son movimiento. La vida es movimiento continuo. La muerte
es movimiento de realidad. La palabra es movimiento de verdad. El silencio es
movimiento de reflexión entre la naturaleza. El ser es el primer movimiento: acercar-
alejar. El pensamiento es la interiorización de los movimientos. El amor es
movimiento de creación en la eternidad. La paz es movimiento de justicia. En este
sentido, el arte debe ser el alma de la libertad y la verdad en la potencia de sus
creaciones existenciales, la posibilidad máxima de ser y encontrar, de buscar y
observar, de contemplar, de servir, de reflejar en los otros el manantial de las
promesas; a su vez, debe poner de manifiesto la emergencia de la violencia y su
conocimiento, arrojar al ser a su misterio, para que éste medite en su dolor y salga
a flote en medio del caos que le atraviesa. Es deber, pues, del artista, vivir todos
estos patrones de maldición en sus obras -la época en sí- y tender su meditación
en la sabiduría. El primer paso que Charlie Broocker ha develado: la estética de la
tortura. Siendo los hijos incesantes de Sherwood Anderson y el libro de lo grotesco,
que es la existencia misma develandose.
Entendiendo esto, para el joven, el sueño no debe ser un despertar, ni
viceversa, sino que su inocencia en el proceso estático de lo cotidiano le debe llevar
a enfrentarse a tales parámetros de obligación insensata y crear, luchar por medio
de sus creaciones el advenimiento del ser en su totalidad, en su presente continuo.
Hay que romper las camisas de fuerza que atan el cuerpo y el alma. Nada de
navegar nuevamente en las profundidades del tedio las mismas apariencias que
sirven de mascarita al teatro social. La tecnología solamente ha sido prosumida
desde un deseo que no se sacia, la simulación de lo que se ha insertado en la
realidad para muerte. Aunque no nos hundamos dos veces en el mismo río, la
misma ley que obedece la naturaleza, moviéndose en su continua delicia, es la
superación del deseo. El río es un cambio constante, un movimiento de verdad que
rige la sangre del tiempo. El cambio debe gestar la serenidad del deseo, no su
explosión insensata, como se ve en la actualidad.

Reencontrar los caminos perdidos, que son propiamente el Camino en sí, la


esperanza de la existencia para no morir eternamente, es deber del poeta; y del
sabio, comunicar las huellas y construir en el alma. El joven viaja la valentía en su
desesperación, tiene el poder de transformar su contexto, de abandonar las
cadenas de lo mismo y moverse, de aprender a vivir.

El joven es un camino para sí mismo, que devenga en el movimiento de la


esperanza eternal.

El joven es, por definición, una pregunta.

Jefferson Sanabria

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