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E. Cioran.
Aún con esta advertencia a partir del psicoanálisis, se levantarían por todo el
mundo genios más increíbles y sujetos más diligentes en la investigación, única y
exclusivamente para generar más materia inorgánica, quienes verían en la vida un
vacío de sentido cada vez más palpable y, con su potencia intelectual, pretenderían
llenar aquella indeterminación con recursos no renovables, plásticos como su
cerebro. Ya fuesen poetas, químicos, físicos, literatos, pintores y demás, todos
intentarían cuantificar el deseo de apropiamiento de la realidad dando a los
fenómenos formas de pensamiento más inconexas y conceptualmente
incomprensibles. Uno de ellos, Neumann, con sus siestas repentinas en los
congresos sobre la consciencia mundial y las tecnologías cibernéticas, dejaría las
bases para procurar al ser humano un recurso de armas y un desdoblamiento de
valores, libertades, éticas y, claro está para sus prosélitos, un funcionamiento
orgánico de los ecosistemas en todo el mundo para afirmar sus ideas fuera de todo
orden. El cerebro seria posteriormente el boom científico que englobaría todos sus
primeros estudios hacia los términos posteriores de la basura simulada.
Si Hegel tenía razón cuando habló del fin del arte, gestado a través de las
épocas en la idea y, luego, en el artista, ¿no estaría muy feliz de ver que el concepto
puro y aislado de lo absoluto cibernético es la esencia de la técnica actual? Aun
cuando el artista busque alejarse, teniendo cada una de sus manifestaciones muy
ocultas para sí mismo, de igual modo, continúa replicando una y otra vez cada una
de las formas dispuestas de antemano para su mediación “espontanea”. Las
vanguardias solamente se han levantado sobre la hipérbole de algún aspecto
interactivo de la forma o su contenido. Poco queda, entonces, que se pueda operar
desde la consciencia de las consciencias. Además de esto, en sus delirios
metafísicos, para el filósofo burgués ya no hay eternidad, ni divinidad, ni escuela, ni
razón, ni tema o libertad que tenga que seducir al artista para su creación, pues todo
es, en esencia, el artista en sí, con los valores de lo universal a su disposición. No
obstante, ahora podemos observar, con natural desanimo, cómo el artista ni siquiera
despliega todo su esfuerzo intelectual para seducir a un público con las más grandes
expresiones de su genio, pues éste sólo es la sombra particular de unas multitudes
desordenadas, que balan a sus programadores por más placer, por más emoción,
por más inmanencia. Todo se comienza a desbaratar sobre la endeble construcción
de lo supuestamente avanzado.
Vemos entonces aquellas diversas ociosidades y, el pensar ingenuo que
afirmaba lo absurdo artístico como, sin lugar a dudas, el mejor remedio para lo
absurdo existencia, arrastrando a su monstruoso paso gran cantidad de seres que,
en sus meditaciones fuera de la palabra y la consciencia, traspasaron toda su
estupidez a una vida carnal. En decir, el arte pasó de lo externo a lo interno y, desde
allí, regresó a lo externo en formas de vida más aberrantes y propiamente
especulares. Cada uno de los cuerpos más audaces y más únicos se deformaron
para buscar una verdad pensada en base al vapor de los conceptos de bien y mal,
bello y feo, izquierda y derecha, arriba y abajo.
A su vez, desde hace años atrás, la fuerza intelectual de los cyberpunks, que
buscó siempre realizar una crítica a la falta de libertad en un aparato que es creado,
gestado, inventado, para negar la libertad en sí, únicamente evidencia la
contradicción tonta de revoluciones fallidas que sólo sirven para afirmar todo este
manoseo de almas en colegios, universidades, trabajos, instituciones virtuales, etc.,
además de un manifiesto de holgazanería donde todo aquel arte que intenta dar
una voz para la lucha y la resistencia no es más que figuración abstracta de niños
asustados frente a la creación de los dormilones (neumáticos), y no busca frenar
toda la iniciativa de acabar con la humanidad y la espiritualidad del universo que
nos atraviesa. Bien claro lo tenía Capra cuando pensó el Tao de la Física y nos
entregó un pensamiento de la ciencia más vivo en relación a la verdad más viva que
estaba siendo manipulada: ir más allá de la subjetividad perversa sobre la
objetividad despiadada. No basta sólo con decir lo obvio, es necesario arrancarlo
de todas las generaciones y ponerlos a mirar con sus ojos, bien abiertos, el secreto
de su rareza.
Con todo esto, siguen saliendo artistas de todas las clases, de todos los
bares, de todas las escuelas, buscando poner su capital simbólico en boca de todos,
pero que, aún con el apoyo de cientos de científicos y decadentes filósofos, no han
hecho más que afirmar un universo que se cae a pedacitos, y es el universo de las
ideas humanas. Unas ideas recogidas en el plano de la inexistencia. De esta
manera podemos entender actualmente todas aquellas relaciones que cientos de
antropólogos de la web intentan denominar “tóxicas” y no son más que el reflejo de
una sociedad que se derrumba entre las apariencias y la simulación de sus
movimientos. Ni siquiera un manifiesto que indique que nos envuelve la toxicidad
de la apariencia puede vislumbrar de manera acertada todo el engranaje de las
sombras. La toxicidad no es un universal, la estupidez sí. No hay un concepto fuerte,
sino sólo un caos circundante entre lo que una persona es, y lo que en realidad
ejecuta a diario, entre todo el cambio de sus rostros sobre las cosas. Una
psicoestética que deriva del bioarte.
Seguidores de la grasa
¿No es así nuestra generación? Hace tanto tiempo que los nazis fueron
acabados por los aliados junto con los rusos en la segunda guerra mundial, pero
aun así hay personas que se empeñan en tragar todo ese vómito alemán, desean
revivir idealismos catastróficos y fracasos obvios. Y no sólo sucede con el nazismo,
también hay personas en Italia que piensan en Mussolini como un héroe de la patria;
otras desean revivir a los Incas (decoloniales idiotas); otros toman el calvinismo;
otros el comunismo (no hay peor fascismo que el de izquierda); otros, diversas
teorías que empalman indiscretamente con estados emocionales efímeros y
pretenden vender como eternos. En fin, todo un caos de sabores putrefactos que
se tragan las generaciones entrantes sólo para pensar en una exclusividad; piensan
que tales idioteces son (no eran: presencia continua) grandes pensamientos,
salvavidas mesiánicos para su ingenuidad.
¿Y acaso quiénes son los que caen en aquella acción de inclinarse al vómito
de generaciones anteriores y tragarse toda aquella basura? ¿No son los jóvenes?
El análisis es sencillo. ¿Qué tiene los jóvenes a su favor? Su juventud, es decir, su
inocencia (no ingenuidad o candidez de espíritu) ¿Qué tienen en su contra? Su
juventud, es decir, su ingenuidad o candidez de espíritu (no su inocencia). ¿Y cómo
podría liberarse el joven de aquellas cadenas que lo inclinan hacia la estupidez,
hacia la mistificación de las representaciones? Nuestro tiempo es un conglomerado
de chiquillos que creen a hombres con palabras antiguas y tontas que hablan del
futuro, pequeños idiotizados por pantallas de cualquier tamaño que, sin ninguna
especie de conocimiento social o económico, científico o técnico, caen en las fosas
profundas de algún parlanchín que intenta seducirlos, cambiando sus cuerpos,
modificando sus espíritus y sus falsas libertades. Aquí la ciencia, vendida como
liberación, yace muerta a las puertas del fracaso encarnado.
El fracaso y la sabiduría
El ser humano desea ser algo, pero, en su intento, falla, fracasa, como el
héroe trágico en la literatura. Por eso desea dejar de ser. Y todo el esfuerzo de su
soberbia por sobrepasar a su tiempo y a los otros, culmina en eso, en la culminación
de todo, en la idea que sistematiza y olvida. Empero, ¿podemos pensar alguna
manera para no caer en aquel abismo insensato y palurdo? ¿Qué será, en esencia,
lo que difiere del fracaso en su dialéctica siempre dependiente?
Dios y el fracasado
Decía Cioran en su texto El inconveniente de haber nacido que sólo dos seres
no desean ser creíbles, confiables: Dios y el fracasado. Pero ¿por qué? Aun así, en
su mismo texto, más adelante señala: Dios siempre es, incluso si no es. De esta
manera, intenta poner de manifiesto una necesidad de existencia latente en el
ámbito de las esencias, un engranaje funcional que opera todos los sistemas de
interacciones, aún de manera desordenada, caótica, extrema, en el laberinto
universal. La realidad se funda siempre desde una necesidad, una puesta de facto
en las posibilidades infinitas de ser. Dios no necesita de nosotros, ni el fracaso del
conocimiento de su potencia, empero, el ser humano si tiende hacia lo universal,
hacia lo complejo, hacia el final de todos los principios, al principio de todos los
finales, lo necesita, además de depender conscientemente de sus límites para
crecer, compartir, entender, pensar.
Aún hoy, Hamlet y Job continúan siendo aquel gran escalón de la pureza de
la verdad en la vida, del camino de la locura y la enfermedad en los que fracasan
por la elección de la sabiduría, que mueren solos en el desenfreno increíble de su
potencia espiritual. El fracaso se desarrolla sobre dos sentidos, la destrucción por
sí misma de las ideas humanas en su encarnación absurda y el potencial de acción
en su puesta de manifiesto sobre los límites. Dios ampara la belleza de las flores
que nacen en el fango, flores de tiempo que han abierto sus ojos en medio de las
más profundas pesadillas de las realidades o irrealidades humanas. La sabiduría
despliega sus más maravillosas promesas en el presente, configurando desde estos
dos principios el secreto de su increíble espiritualidad.
¿Cuáles son aquellas vías misteriosas por las cuales anda el hombre, que se
llevan su energía, sus pensamientos, la riqueza y pobreza de todo lo que es y, con
todo su papel de héroe o víctima en la tierra, le anegan bajo las manos de una
muerte absurda? Una antigua leyenda de la China imperial nos habla de un joven
cazador que salió con su hijo en busca de alimento. En medio del camino, nos habla
la historia, el niño dejo caer las preciadas trampas en todo el bosque, atrapando
desprevenidamente a conejos, tigres, aves, peces y otra inmensa cantidad de seres.
El joven cazador, cuando ya estuvo en su sitio predilecto de recolección, se percató
con gran asombro que se encontraban rodeados de trampas, en las cuales habían
caído no sólo los animales, sino también los árboles, el viento, la madre y hermana
del niño, el rey, los sabios, el mismo camino y los sueños. Con todo esto, se dieron
a la incesante tarea, padre e hijo, de desatar con ánimo pronto todos los seres. De
esta manera, liberaron a las personas, los animales, las virtudes, el silencio, a los
dioses y al viento; por último, tomaron con delicadeza el camino y lo liberaron.
Cuentan que cuando el camino se sintió liberado, su felicidad creció tanto que
extendió su verdad por toda la tierra y, allí, el mundo mismo se convirtió en un
camino, la esperanza suprema en todas partes. No obstante, pasado el tiempo, el
camino meditó con gran ahínco, llegando a la conclusión de que su liberación
dependía íntegramente de un niño y su padre, lo cual le hacía dependiente de su
captor, en un momento, y de su salvador, en otro. Esto lo deprimió tan
profundamente que se suicidó. Desde aquel día, no hay más caminos.
Movimiento
Jefferson Sanabria