Sie sind auf Seite 1von 3

Universidad autónoma de Bucaramanga

Grupo de investigación: “Violencia, Lenguaje y Estudios culturales”


Semillero: “Sujeto y Psicoanálisis”
Relatoría: El ruiseñor de Lacan
Por: Nelson Rosales

“El sujeto se constituye siempre como excepción a la regla,


y esta invención o reinvención de la regla que le falta
la hace bajo la forma del síntoma”

Conocedores, como lo somos, de que todo lo nuevo no puede ser sin tener en cuenta lo pasado, es
menester dilucidar las categorías que integran la enseñanza del psicoanálisis y el lugar que en la
práctica juegan cada una de ellas. Es así que, al inicio de nuestro texto, Jacques Alain Miller alude a
su voluntad de no desdeñar la dimensión de lo repetitivo, al menos en lo que al trabajo de la
recopilación bibliográfica refiere, pues ello también soporta en cierta medida la posibilidad de un
encuentro con lo inédito, nivel este en que, por obra de un sistema establecido, puede lograr
ubicarse lo irrepetible, lo asistemático. Esta emergencia de lo singular puede realizarse por efecto
de aquella otra vertiente sobre la cual Miller hará recaer gran parte de su reflexión, a saber, la
investigación.

Ahora bien, para iniciar una discusión en torno a este aspecto, Miller conjura el espíritu que
impregnó la enseñanza y búsqueda Lacaniana por medio de lo que se conoció, en aquellos
primeros esfuerzos por transmitir un saber, como el seminario. Este término, en su acepción latina
clásica, refiere a “huerta”, mientras que, en la modernidad asume el estatuto de “lugar donde se
da una formación a los jóvenes”; en él, el maestro es quien dirige las inquietudes e investigaciones
de los alumnos, sin embargo, el seminario de Lacan distaba de articularse a esta noción, ya que en
este espacio Lacan no ocupaba el simple lugar de orientador de los problemas académicos
expuestos por su discípulos, más bien, era quien ordenaba y sometía a prueba un saber que fue
construyéndose bajo el signo del pensamiento Freudiano a partir del campo del lenguaje. A su vez,
la naturaleza del seminario no puede reducirse a la noción de “procedimiento” en razón de que el
mismo fungió como un espacio para la formación en el psicoanálisis y el éxito del mismo no se
debió a la aplicación de una serie de técnicas para conseguir ciertos efectos.

Con todo, si su enseñanza estuvo desprovista de una técnica, ello no supuso la ausencia de un
modelo que le inspirara una cierta forma de proceder frente a la lectura de los textos freudianos;
Según Miller, Lacan tomó como punto de referencia la propuesta de Kojéve y su estilo en lo
atinente a la creatividad que se juega en el tratamiento y la interpretación de los escritos a los que
se veía enfrentado, empero, minimizar la relación de Lacan con el seminario y el psicoanálisis a la
noción de método supondría excluir de la fórmula el deseo que anima a la investigación y, además,
los vestigios de una culpa incierta, manifiesta por causa del engaño que habita el esfuerzo por
dominar lo real innombrable, y que anima, a su modo, el empeño de la producción de un saber.

Es de este modo que, atendiendo a la singularidad del caso que presenta con Lacan, Miller se
propone continuar su reflexión considerando algunas ideas generales sobre lo singular. Si bien no
podemos desconocer que la estructura teórica del psicoanálisis cuenta con clases o sistemas de
clasificación como lo son las nociones de psicosis o perversión; no obstante, estas clases no se
jactan de hallarse fundamentados en la verdad, por cuanto se reconoce que su establecimiento y
configuración responde un algo artificioso, del orden del semblante; su fundamento no es un
fundamento en lo real. Aun así, es posible distinguir como cualidad de nuestro tiempo una
tendencia cada vez más creciente al uso de las clasificaciones y el soslayamiento de lo singular por
lo ejemplar, esto es, la traducción de los signos patológicos de un individuo al orden de la clase,
carente hoy de toda credibilidad científica.

Paralelamente, para el psicoanálisis el uso de las clasificaciones se encuentra estrechamente


vinculado a una práctica. Estas clases existen en la medida que funcionan para pensar la lógica de
una praxis, y deviene harto imprescindible atender al carácter artificial que lo estructura, teniendo
en cuenta que las clases no se formalizan a partir del uso de los datos de la naturaleza, sino de
nuestra práctica lingüística; “las clases tienen como fundamento la conversación de los
practicantes”. De este modo, Miller pasa a definir el espíritu del tiempo posmoderno como uno
caracterizado por el entrecruzamiento del nominalismo con un férreo pragmatismo, en donde su
más fiel representante podría identificarse en el lugar del DSM “porque en él la nosografía
evoluciona en función de nuestros medios de actuar”

Teniendo en cuenta lo anterior, la reflexión de Miller se dirige a intentar dilucidar las


consecuencias de este interesante entrecruzamiento entre lo singular y lo universal para el
psicoanálisis. En este sentido, se dirá, en relación al individuo, que “este se encuentra apartado de
la maestría de este juego de clases artificiosas, precisamente, porque existe este artificialismo de
las clases”. Es decir, cuando de intentar inscribir al sujeto en el juego de la ejemplaridad de la clase
se trata, algo del individuo siempre queda fuera de la clasificación, pues en el encuentro entre lo
universal y lo particular resta una laguna, un vacío en donde, a su manera, yacen las gárrulas
expresiones del sujeto; Miller nos dirá que “hay sujeto cada vez que el individuo se aparta de la
especie, del género, de lo general, lo universal”.

Ahora bien, llegados a este punto Miller se dispone a aventurar algunas consideraciones en torno
al escrito de Borges intitulado El ruiseñor de Keats, pues espera encontrar en él un loable ejemplo
a propósito del lugar del sujeto en su relación con lo universal. En este escrito, Borges alude a la
experiencia atravesada por Keats al escuchar un ruiseñor en el descanso de un jardín en
Hampstead en 1819. “Keats, en el jardín suburbano, oyó el eterno ruiseñor de Ovidio y de
Shakespeare y sintió su propia mortalidad y la contrastó con la tenue voz imperecedera del
invisible pájaro”. Algunos críticos ingleses audaces manifestaron que el sentido del poema de
Keats entrañaba algún error de lógica, por cuanto entreveían que de lo que se trataba era de una
suerte de oposición entre la vida fugaz del individuo y la permanencia de la vida de la especie, al
cual Keats se dirige; no obstante, Borges retoma la opinión de Amy Lowell quien, acertadamente,
expresa que “Keats no se refiere al ruiseñor que cantaba en ese momento, sino a la especie”. En
este orden de ideas, Borges no comparte la posición de los ingleses y más bien concuerda con la
reflexión de Schopenhauer en la que revela que locura más anómala sería adoptar la idea de que
el ruiseñor, en tanto representante de la especie, es fundamentalmente otro, diferente al ruiseñor
de Ovidio o Shakespeare.
A este respecto Borges declara la inoperancia de la mentalidad inglesa para introducirse en el
misterio de lo genérico y arquetípico del ruiseñor de Keats, por cuanto para ellos lo real no está
hecho de conceptos abstractos, sino de individuos. Con todo, podemos estar de acuerdo con
Borges y Keats al acordar que, bajo el signo del pensamiento platónico, el animal logra realizar la
especie, esto es, lo platónico de la posición Borgiana es efectiva al nivel del animal, pues este logra
ocupar ese lugar de ejemplar de la especie en tanto que encarna la especie en sí misma. Empero,
al interior de la condición humana, el ser hablante, el sujeto, se encuentra, esencialmente,
dividido en su relación con la especie, y es por eso que puede situarse un desfase en el esfuerzo
por inscribirlo en el orden de la clase y la ejemplaridad. Indudablemente podemos hallar en el
Ruiseñor de Keats una bella expresión de la singularidad del sujeto, pues según Miller, “llamamos,
pues, sujeto a esta disyunción que hace que Keats no sea Ovidio o Shakespeare”.

En concordancia con lo anterior, en el interior de la clínica que ofrece el psicoanálisis se intenta


dar un lugar a eso de lo singular que no es universalizable, pues se apunta al lugar en donde el
individuo se dice de una forma diferente a la de la especie. En el campo en donde el psicoanálisis
juega, un caso particular no es nunca el caso de una regla o de una clase; para Miller, sólo hay
excepciones a la regla y, en adición, el ejercicio del diagnóstico responde a un cierto arte juzgar un
caso sin regla y sin clase prestablecida, lo cual dista de la afanosa empresa del DSM, ebria en su
empeño por automatizar un acto clínico que connota una gran responsabilidad. Para la práctica
del psicoanálisis no se trata, simple y llanamente, de la aplicación de la teoría, sino de reconocer
que, así como el sujeto se resiste a ser definido por los marcos de lo universalizable, en el caso por
caso siempre nos aguardará la sorpresa de eso que no se deja inscribir en la regla, se trata de
intentar redescubrir en cada caso los principios que podrán dominar el mismo y, además, juzgar si
el caso entra bajo la regla que orienta la praxis.

Para finalizar, Miller hará recaer su mirada sobre el lugar del analizante para inquirirle por su
forma de responder ante la hiancia ubicada en el universo de las reglas y las clases en lo relativo a
su pregunta, y dará cuenta de que el universal al que la especie de los sujetos se encuentra ligada
es que no hay regla, esto es, no hay programación ni forma de conducirse que valga para todos de
la misma forma en lo correspondiente, por ejemplo, a la no relación sexual. Es aquí en donde el
síntoma cobra su valor al estatuirse como la forma en que el sujeto responde, justamente, a la
ausencia de un saber instintivo que el dicte órdenes conforme al campo de la naturaleza; es por
eso que el sujeto no puede nunca simplemente subsumirse a sí mismo como un caso bajo la regla
de la especie humana, pues él mismo se constituye siempre como excepción a la regla.

Das könnte Ihnen auch gefallen