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ABConserva Memoria.

EL GRAN TEATRO DE LO MINÚ SCULO.

Con ABConserva Adolfo Simó n y sus colaboradores nos presentan una nueva
propuesta basada en lo mínimo, en la cercanía, en el objeto encontrado.
Antes que ésta, Ana Karenina y Books. Pero antes, y aquí me implico yo, una obra
que partía de un texto y una actriz y en la que tuve el honor de colaborar: Segunda
Estrella. Incluyo Segunda Estrella para trazar la evolució n de este gran ciclo que
aunque ha tenido una difusió n limitada representa lo má s interesante que se ha
podido ver en el teatro españ ol en la ú ltima década.
Segunda Estrella partía de un texto encontrado, de fragmentos de una obra no
escrita, y de la presencia de una actriz parapetada tras una mesa plegable. Unas
naranjas, unos pequeñ os á rboles de alambre, pero también las manos de la actriz,
sus uñ as, su voz, sus piernas, incluso, la apertura insinuada de su sexo y por
supuesto, su boca y sus objetos eran objetos en un muestrario en el que lo
narrativo daba pie a un juego de asociaciones no racionales pero muy coherente.
A ésta le siguió Ana Karenina. Un libro encontrado, recortado por su anó nimo
primer dueñ o, un montó n de sal que se convertía en un campo nevado, pequeñ os
objetos, que iban de lo má s ligado a la obra de Tolstoi a la extrañ eza de figurillas
encontradas, como la figura de un autó mata, una proyecció n y una mú sica
sinfó nica creaban de esta pequeñ a pieza una gran sinfonía, en la que desaparece el
texto en cuanto a verbalizació n y aparece la figura del manipulador.
Books, que ya reseñ é en un artículo anterior, supuso toda una ventura en esta
experiencia. El texto era aquí texto escrito, y sobre todo, texto encontrado en esa
colecció n de libros preparados, de libros que ya no soportan una historia sino que
la crean o son parte de ella. Que se abren con pequeñ os objetos desechados en su
interior o muestran el recorte feroz de sus pá ginas que, ante la mirada nunca má s
inocente de una minú scula muñ eca desnuda, se convertían en elementos de un
paisaje fantá stico, a veces atrayente, otras aterrador, pero ante la cual la pequeñ a
muñ eca, sin importarle el desafío que podía acabar de forma fatídica, se entregaba.
Books era un viaje a un universo onírico y su final obligado (todo lo que empieza
ha de acabar) nos situaba al borde de lo indiscernible de esa tenue frontera que ya
no separa el sueñ o de la realidad.
Ahora, ABConserva nos aporta nuevas dimensiones. Tenemos al manipulador,
tenemos cajas que abren nuevas cajas. Una de ellas, en la que vemos una mosca
aplastada nos trae una llave. Esa llave abre otra caja, en la que nos reencontramos
con nuestro personaje observador. Pero esta vez no es ningú n ser antropomó rfico,
sino una arañ a. Una arañ a cuyo cuerpo es una piedra preciosa, cuyas patas son de
alambre, pero que se cree viva y no advierte que ella es por una parte objeto
manipulado, y por otra, un ser monstruoso.
La primera caja indica ABCD en su lateral. Vamos a vivir una iteració n en la cual los
objetos nos muestran un mundo donde el ser humano ha dejado de existir, donde
só lo queda su desecho, ensamblado en má quinas sin sentido, en conservas de
memoria de seres que ya no existen, ni existe nadie para recibir ese pasado
encerrado o ensamblado. Junto a esos pequeñ os objetos, joyas de lo pequeñ o y de
lo inú til (la referencia de Carmen Calvo y de Marcel Brrodthaers de es
naturalmente definitoria en esta obra, quizá también otras como las de Picabia, la
de Duchamp con su Le Grand Verre y La Caja Verde, así como quizá la aspiració n de
la evolució n de este ciclo a la ú ltima gran obra de Duchamp, É tant Donnés), figuras
de artró podos que como en una ficció n de Serie B (y pienso, claro, en Robert A.
Heinlein o en Karel Čapec) llenan ese universo abandonado. Las maletas se abren,
se muestran gracias al maestro de ceremonias, esta vez má s deshumanizado que
nunca, convertido en un ciborg, en un ser cuyos dedos se mecanizan para
convertirse en linternas. Y una vez mostradas, se pasan al espacio
primigeniamente vacío. El tiempo se anula. No es el del transcurrir ni el de la
existencia, sino solo el de una inexorable enumeració n. El pequeñ o, precioso,
lujoso monstruo, sucumbe literalmente atropellado por el paso de la caja, y su
cuerpo muerto (su cuerpo sin animació n, la muerte la marca el manipulador, ya
que la vida no existe en el cuerpo, pese a que el espectá culo le haya concedido ese
don) deja de ver las ú ltimas cajas. Unas cajas en las que ya só lo cabe una mirada
vacía e iná nime, una mirada que ya no podrá recomponer el misterio de esos
recuerdos en conserva, inundados por insectos artificiales. Lo humano vive en el
miedo a lo largo de este precioso y preciso montaje, pero no por ello, alarmante,
que nos deja a los espectadores absolutamente solos en nuestra soledad, en
nuestra perecidad y en esa historia universal del fin de nuestros recuerdos.
Espero que estos trabajos lleguen a tener la difusió n y el apoyo que se merecen,
estos trabajos fascinantes dentro del gran aburrimiento del teatro emergente y tan
antiguo que estamos viviendo...
Y espero el pró ximo trabajo de Adolfo Simó n y su grupo.
Ah, un apunte final. Estos trabajos crean una subjetividad absoluta en el
espectador. Atreveos cada uno de vosotros a contar o disfrutar o sentir vuestro
propio espectá culo.

RAÚ L HERNÁ NDEZ GARRIDO

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