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LA ECONOMÍA

VENEZOLANA
DEL SIGLO XX

Antonio Paiva Reinoso


Economista

Caracas, Septiembre de 2000


1. PROPÓSITO.

El presente ensayo es la síntesis de una investigación sobre la economía


venezolana que comencé en 1999, a raíz de una conversación con el colega Asdrúbal
Baptista, sobre su libro –escrito conjuntamente con Bernard Mommer- devela muchas
de las mitologías sobre el rentismo petrolero. Enrique Viloria, Decano de Postgrado de
la UNIMET tuvo la gentileza de invitarme a participar en un esfuerzo conjunto de
comprensión del Siglo XX venezolano desde distintos enfoques.

En mi opinión la economía venezolana del siglo XX es la economía del petróleo


y, con alta probabilidad, seguirá siéndolo durante el siglo XXI. No se vislumbra en el
panorama de la estructura económica otra actividad que sea capaz de suplir las divisas
que el petróleo genera. La minería se mantiene a una apreciable distancia, la
agricultura sigue siendo subsidiada, industria ha venido involucionando, el comercio es
de muy pequeño tamaño y los servicios no tienen todavía suficiente vigor.

Seguiremos siendo un país petrolero por varias décadas y se debe abrir un


debate en la sociedad venezolana sobre el conjunto de relaciones que el petróleo
genera en la nación y la mejor manera de aprovechar los altos ingresos que la actividad
genera, por su alta competitividad en el mundo.

2. EVOLUCIÓN.

El Siglo XIX fue una etapa negativa para el país desde el punto de vista
económico. Actividades comerciales e industrias que tardaron 100 ó 200 años en
consolidarse, desaparecieron en los torbellinos de las guerras de independencia y de
los caudillos militares. La población es diezmada por la violencia y las endemias. La
salud es precaria y no existió asistencia médica como política nacional propiamente
dicha. La recluta obligatoria y el huir de las montoneras terminan por arruinar el campo.
Las estadísticas sombrías reflejan un país colocado en el último lugar entre los países
de América Latina (RANGEL, 1998).

La historia relata que Barinas fue el primer Estado de Venezuela, al declararse la


independencia. Sus llanuras estaban sembradas del mejor tabaco del mundo,
apreciado en el comercio internacional. Ochenta años después, aquello no existía
(RANGEL, 1998).

Uno de los hechos más importantes del Siglo XIX fueron las políticas y
procedimientos económicos implementados por Santos Michelena, conjuntamente con
un equipo de hombres cultos y bien preparados, quienes entre 1830 y 1850 lograron
recuperar la derruida economía de la Venezuela que sobrevivió a la guerra de
independencia (PINO ITURRIETA, 1999). Se pudo reconstruir un sistema financiero
que reactivó el crédito para elevar la producción, crear empleo y ordenar la economía.
Sin embargo, la falta de una estructura económica sólida, la coyuntura financiera
internacional y la carencia de verdaderos empresarios dio paso a la reacción del
caudillo militar José Tadeo Monagas, quien optó por proteger a los terratenientes,
asumió las deudas de los empresarios y las transformó en deuda pública externa.
Estas medidas terminaron por empobrecer más al país y no impidió la guerra civil,
apenas la retrasó (FIERRO BUSTILLOS, 1978).

La turbulencia política y las asonadas militares marcaron el rumbo de la segunda


mitad del Siglo XIX, sin que pudiera establecerse alguna forma de continuidad
económica productiva. Un país rural, atrasado, aislado de una formidable
transformación productiva que estaba ocurriendo en el mundo, fue sacudido, una vez
más, por otra revolución. Esta contienda “la Libertadora” trajo a los andinos al poder y,
con ellos, la paz sepulcral de nuevos caudillos que exterminaron la insurgencia
fratricida.

Venezuela entra al nuevo siglo con un bando vencedor y Gómez, como jefe
triunfante, va liquidando política y militarmente a sus opositores y a sus aliados y
prepara, sin saberlo, la escena para el advenimiento del fenómeno económico más
importante de nuestra vida como nación: el petróleo.

3. EL SIGLO DEL PETRÓLEO.

El inicio de la producción petrolera en Venezuela marca la transformación de un


país rural, cuya agricultura se recuperó con la paz de la dictadura gomecista, a un país
urbano y moderno. La geografía económica se modificó para estimular una migración
masiva hacia los campos petroleros y las ciudades que comenzaron a crecer. En estas
localidades comenzaban a desarrollarse tanto la infraestructura básica y de servicios,
como los centros de decisión política que facilitaran la exploración, producción y
exportación de los hidrocarburos.

La actividad petrolera produce cambios sustanciales en las variables


económicas: incremento sustancial de las exportaciones, desmedido aumento del
ingreso fiscal que generó una descomunal expansión del gasto público, que se
concentró en obras públicas, infraestructura y servicios.

El proceso de inserción de Venezuela en la economía mundial ocurre de manera


traumática pero inexorable. La nación no disponía de una base de recursos humanos y
de instituciones para ajustarse rápidamente a la realidad de ser un exportador de
energía. La forma como se resolvió dejó una secuela de injusticias, corruptelas y
desproporciones que todavía hoy resentimos. Pero, aún con todo el cúmulo de
problemas que se originan en una estructura económica pequeña y rural, ante una
avalancha de petróleo e ingresos, el impacto sobre la manera de producir y distribuir
los bienes y servicios que satisfacían las necesidades de los venezolanos cambió
radicalmente.

1) Se quebró la estructura productiva tradicional, al reducirse el peso relativo


de la agricultura, la minería no petrolera, la industria, el comercio y los servicios.
Venezuela ha sido durante el Siglo XX un país petrolero de alta productividad y
el resto de los sectores han mantenido un peso relativo bajo, altamente
dependiente de los auxilios gubernamentales y con muy poca productividad.

Salvo algunos contados sectores manufactureros que han logrado importantes


avances en tecnología y competitividad, por estar ligados a la actividad de
bienes de capital para la industria petrolera o a las exportaciones y, en
consecuencia, sometidos a una fuerte competencia internacional, las empresas
transformadoras se refugiaron en protecciones arancelarias y para arancelarias,
en créditos blandos y en un mercado cautivo para manejar un esquema que no
produjo, a la postre, los beneficios deseados de valor agregado, empleos
estables y bien remunerados y una fuerte corriente de divisas para la nación, ni
por los ahorros en sustitución de importaciones ni por la conquista estable de
mercados externos.

En la actividad agrícola, donde existen algunos productos con ventajas


comparativas, que deben ser impulsados con tecnología y apoyo de
infraestructura, el resto ha sido de un escasa productividad y ninguna
competitividad, frente a un escandaloso subsidio y protección indiscriminada.

2) Cambió el sector gobierno, que pasó a tener una preeminencia fundamental,


que se mantiene hasta nuestros días, sobre la economía. Los volúmenes
exportados inundaron el tesoro público con una avalancha de dólares petroleros
que plantearon problemas nuevos y difíciles para aquellos hombres, algunos de
los cuales no se han resuelto de manera definitiva, ni mucho menos
satisfactoria. La burocracia creció en proporción mayor a lo que debiera ser el
tamaño del estado en una economía en equilibrio.

Las razones esgrimidas para este exagerado tamaño del sector público, ayer y
ahora, son las innumerables responsabilidades que el gobierno asume, muy por
encima de lo que la razón y la experiencia, demostrada en otras economías,
recoge. En vez de concentrarse en las labores de educación, salud,
infraestructura, seguridad y resguardo de fronteras, el gobierno ha mantenido
funciones y empresas de muy diversa índole, administradas con mucho
despilfarro, sin eficiencia ni justificación. Durante el Siglo XX, el papel
preeminente del aparato gubernamental ha pesado demasiado sobre la
economía en su conjunto y ha sido responsable de las enormes desigualdades
que este fenómeno provoca sobre la sociedad venezolana.

Por otra parte, en Venezuela se ha mantenido, en todas sus legislaciones, la


vieja norma colonialista de reservar “para la corona” (luego “para el estado”) la
propiedad del subsuelo, especialmente los yacimientos y las minas. De allí surge
la ficción de que es el “pueblo” o los “ciudadanos” los dueños de la riqueza
petrolera, cuando en realidad han sido los gobiernos, desde Gómez hasta fines
de siglo, quienes han dispuesto todo lo relativo al manejo de la actividad
petrolera.

3) Cambió el sector empresarial –o mejor dicho, nunca se pudo concretar el


cambio necesario de convertirse en verdaderos empresarios- al hacerse más
dependiente de las decisiones gubernamentales, al preocuparse más por los
“lobbies” y prebendas que por disponer de autonomía en las decisiones sobre
qué, cuándo y como producir.

Durante el Siglo XX los empresarios venezolanos se han ajustado a un modelo


de extrema dependencia del presupuesto nacional y de las regulaciones
proteccionistas, inducidas por ellos mismos en la mayoría de los casos. Al final
de la centena se encuentran dispersos, atrasados en su desarrollo tecnológico,
vendiendo sus empresas y con un futuro muy limitado.

4) La estructura del empleo pasó de rural a urbana, de agrícola a los servicios y


la industria. Se consolidó durante el Siglo XX un sector de trabajadores,
integrado por obreros y empleados, de baja remuneración y poca capacitación
en función de los desarrollos de la tecnología. Su rango sindical estuvo siempre
marcado por las políticas gubernamentales y las grandes centrales obreras, con
vigencia desde los años 40 hasta el final del siglo, marcaron su fuerza con los
empleados públicos y su relación, de armonía o conflicto, con el gobierno.

5) La educación se transformó en uno de los sectores más beneficiados por el


gasto público y se realizó un formidable esfuerzo de alfabetización, instrucción
primaria, secundaria y formación de profesionales en las universidades del país
y del exterior. Pienso que si se calculara la relación beneficio/costo (medida por
bolívares de provechos para el país por cada bolívar invertido en educación) la
inversión en educación realizada durante el Siglo XX resultaría positiva.

El deterioro de los últimos años en la educación replantea la necesidad de


correctivos, pero no puede desconocerse el cambio cualitativo de la educación
en Venezuela durante la centuria.

Podría elaborarse una larga lista de los cambios ocurridos en los sectores
económicos y sus agentes pero, en el fondo, prevalecerá un análisis similar al
esbozado para esta lista corta: ineficiencia, improductividad, alta dependencia
gubernamental, poca capacidad económica de autonomía fiscal y una rotunda
falta de competitividad.

4. LOS ERRORES SECULARES..

La preeminencia del petróleo en la economía durante todo el Siglo XX estuvo


sujeta, inexorablemente, al comportamiento del mercado petrolero internacional.
Somos proveedores, controlamos una pequeña porción de la oferta, hemos cubierto un
largo proceso de aprendizaje del manejo del negocio petrolero (PDVSA) y disponemos
de recursos humanos de alta calificación. Sin embargo, otras variables como la
demanda, el comportamiento de los consumidores, la tecnología, los carteles que
manejaron el negocio durante 70 años de este siglo, los impuestos y las regulaciones
gubernamentales y ambientales, produjeron una reducción de los grados de libertad
para el manejo de las variables del negocio.

Durante todo el siglo fueron las variables exógenas a Venezuela las que
determinaron tanto los volúmenes como los precios en un mercado globalizado. Es
importante señalar que durante más de 20 años los precios del petróleo, valorados
exageradamente bajos, por razones más políticas que económicas, sirvieron de base a
la recuperación de la economía mundial después de la Segunda Guerra Mundial.

Al comienzo de la década del 60, por iniciativa de Venezuela se funda la OPEP,


para tratar de incidir en la valoración de un recurso natural no renovable y mejorar la
participación fiscal de los más importantes países productores (Venezuela, Arabia
Saúdita, Irán, Irak, Emiratos Arabes Unidos y Kuwait). La historia de la OPEP está llena
de frustraciones, éxitos, acuerdos y desacuerdos internos pero, indudablemente marcó
buena parte de los últimos 40 años del siglo con un esfuerzo esencialmente de
mejoramiento de los ingresos fiscales de los países miembros.

En Venezuela a partir de la década de los años 70 se comenzó con una política


de incremento de la demanda interna, inducida o generada por el estado. En esta
situación el Gobierno, a raíz de los altos ingresos petroleros, se centraba en ejercer y
regir el desarrollo de muchos sectores económicos. Otorgaba desmedidas facilidades
de crédito, financiamiento de importaciones sin control, incentivaba el desarrollo de una
industria de difícil y costoso crecimiento, y se convertía en el principal financista y
soporte de la economía, mientras expandía su tamaño por encima de los parámetros
normales.

Con el transcurrir de los años la economía creció en un cristal lleno de


proteccionismo y llevado por la mano del actor y empresario principal, el Estado. Es en
los años ochenta cuando nos percatamos del error: los precios del principal producto
de ingresos disminuyen y sólo tenemos una economía inoperante y viciada, en donde
el estado es ineficaz, enorme y no cuenta con los recursos para seguir alimentando la
economía.
Desde ese entonces y hasta la fecha se han intentado conjurar diferente
fórmulas, reducir el tamaño del estado (COPRE), concentrarse en las medidas
monetarias (Control de Cambio, Bandas de Flotación, TEM, etc.), reconstruir el aparato
fiscal (SENIAT, IVA, ICSVM, IAE, etc.), disminución de aranceles y firma de acuerdos
internacionales y regionales, apertura del sector petrolero y minero, privatización de
compañías (FIV, CANTV, SIDOR, Sector Eléctrico).

Desde los años 70, se constata que el sector Gobierno no pudo proveer
servicios públicos eficientes. Por el contrario, cada día se profundiza el deterioro y su
calidad no puede ser más mediocre.

En el sector privado se vivió y, ya a finales del Siglo XX, se vive un prolongado


período de deterioro de la inversión, de carencia de esfuerzos por mejorar y capacitar
sus recursos humanos, de pérdida creciente de sus mercados. Con la excepción de las
empresas corporativas y de algunas firmas que son verdaderamente competitivas, el
panorama luce desolador y se agrava con una preocupante vuelta al proteccionismo
que aúpan, sobre todo, algunos industriales y los agricultores.

Los propios documentos del sector de las llamadas empresas suplidoras de la


industria petrolera, tanto las industrias de bienes de capital, metalmecánicas, como
las firmas de servicios, revelan que no han sabido aprovechar el inmenso poder de
compra de PDVSA y sus filiales, para producir cambios estructurales en su gerencia,
invertir en capital fijo y en capital humano. En definitiva, no son competitivos, no son
exportadores ni autónomos y volvemos a escuchar la invocación del proteccionismo,
ahora con disfraz de patriota.

Las deformaciones de este modelo afectaron también a PDVSA. Salvo en los


años cuando los shocks son positivos, que se incrementa el aporte petrolero, el país no
ha tenido una estrategia que le permita un sostenido aumento de su riqueza (GARCÍA,
1998).
El desenvolvimiento de los años 1999 y 2000, indica que los incrementos en los
precios del petróleo apenas han servido para cubrir la caída de la tributación interna,
golpeada por la recesión.

El país está pagando un alto precio por los errores cometidos. Para 1998 se
cancelaron 5,3 puntos del PIB en cancelar deuda pública, incluidos los TEM, cifra
equivalente a los gastos consolidados de del MSAS, IPASME, IVSS, Programas
Sociales del MF, más lo que el país gasta en educación preescolar, básica y
diversificada y el gasto de seguridad ciudadana, orden público y administración de
justicia.

Cuando los precios del petróleo han estado bajos, la situación deficitaria fiscal
del país solo pudo financiarse con más endeudamiento público o con inflación. Ambos
caminos han demostrado su ineficiencia y generaron mucha precariedad para la
población y enormes dificultades para las empresas.

Los grandes cambios en los precios relativos de los hidrocarburos, sobre todo a
partir de los años 70, en los mercados mundiales afectaron los ingresos fiscales de
Venezuela y provocaron una marcada inestabilidad y volatilidad, que evidencia una
suma vulnerabilidad de la economía. En consecuencia, la política fiscal y monetaria, el
tipo de cambio y la propensión a invertir se convierten en un dilema fundamental que el
país debe tratar de comprender y controlar para aminorar sus efectos perversos. De allí
surgió la necesidad (HAUSMANN, 1990) de la creación de un Fondo de Estabilización
Macroeconómica. Este fondo es una reserva para el país y sirve de amortiguación a los
denominados “shock externos” de precios. Sin embargo, pese a su evidente necesidad,
sólo vino a establecerse formalmente en 1999 con, a mi juicio, al menos 30 años de
retraso.

Este error de la élites venezolanas está en línea con lo que ha sido el verdadero
problema de la comprensión económica del petróleo. Durante todo el siglo los
gobiernos y los sectores dirigentes de la sociedad han creado una “mitología” del
petróleo que se resume en los siguientes criterios:
1) El petróleo no es producto del esfuerzo ni del trabajo de los venezolanos.

2) Frente al petróleo hemos asumido una actitud rentista: disfrutar de unos


ingresos no merecidos.

3) Es un recurso natural que cuando se agote volverá más pobres a los


venezolanos.

4) La única respuesta posible a este dilema es el desarrollo de otras


actividades, industriales y agropecuarias, que permitan sembrar el
petróleo. Cuando este recurso se agote, tendremos otras fuentes de
trabajo y de ingresos.

5) El gobierno es el representante del pueblo y, en consecuencia, puede


disponer de los recursos fiscales y definir la política petrolera a su leal
saber y entender.

En la opinión de un cada vez creciente número de venezolanos, entre los cuales


me cuento, estas premisas son falsas desde el punto de vista económico. Si se
someten a un riguroso análisis, alejado de otros sentimientos por respetables que
parezcan, las conclusiones son otras y la conducta de quienes tienen poder de decisión
y de ejercer opinión deberían ser diferentes a lo que ha sido durante el Siglo XX.

Un verdadero análisis de estos postulados de estos indica como, durante un


siglo, los venezolanos hemos dejado de percibir mayores ingresos, de construir una
economía más competitiva y de producir mayores niveles de bienestar y empleo
estable y bien remunerado para la población.

1. El petróleo como recurso natural, no tiene ningún otro valor que el de un


activo fijo de reserva. Sometido incluso a la eventualidad de que si no es
explotado mientras el mercado lo valore como un bien de intercambio, puede
ocurrirle lo que al salitre o al balatá: dejaron de ser bienes comercializables y
hoy son un monumento a lo que pudo haber sido una fuente de riqueza y se
limitan a ser objeto de curiosos trabajos de investigación. Es importante
asimilar que, ante todo, el petróleo es un negocio (MOMMER, 1998).

Para que el petróleo fluya, se almacene, exporte y comercialice se requiere


una voluminosa inversión en recursos humanos, materiales y financieros. Los
niveles de competitividad que ha alcanzado la industria petrolera venezolana
son notables y se mantienen entre los parámetros más exigentes de un
mercado globalizado muy competitivo y exigente. Decir que el petróleo es
una maldición es, al menos, una afirmación no demostrada económicamente.
La actividad petrolera es de alto nivel técnico y lo que los venezolanos deben
establecer es una política clara para agregar valor al producto, mediante la
incorporación de tecnologías, nacionales o en joint-venture, nuevas
aplicaciones (Orimulsión) y sistemas de información que generen mayor
número de empleos productivos y eficientes.

2. La renta petrolera venezolana no es el resultado de la utilidad en un mercado


sin competencia (GÓMEZ y ROSS, 1999). Por el contrario, es el fruto de una
intensa comercialización donde, en no pocas oportunidades durante el siglo,
Venezuela llevó la peor parte. Si las voluminosas inversiones, nacionales y
extranjeras, en la actividad petrolera generaron durante el siglo significativas
utilidades y una renta, entendida como un beneficio extraordinario (ROOS,
1996) no puede calificarse como un rentismo negativo. Por el contrario, es el
lógico resultado de una actividad altamente productiva, donde Venezuela ha
debido afincarse para centrar sobre ella su desarrollo industrial y de servicios.

3. El agotamiento del recursos petrolero no está previsto ni siquiera durante el


Siglo XXI. Lo que pudiera pasar es la sustitución de los hidrocarburos como
principal fuente energética en un mundo más globalizado que el actual. A mi
modo de ver, el petróleo conservaría rasgos de competitividad con otras
fuentes que le permitirá una larga vida comercial. En todo caso, su
sustitución como generador de divisas para el país hay que buscarla en
actividades que sean competitivas internacionalmente, en los desarrollos
tecnológicos y las patentes que se desarrollen en actividades de alto
contenido de investigación científica y capital humano. Parece lógica la
conclusión de que es en estas actividades donde se debe invertir con
preferencia absoluta (GÓMEZ, 1993).

4. Durante el Siglo XX quedó plenamente demostrado que las inversiones


realizadas en actividades industriales y agropecuarias indiscriminadas, sin
considerar las ventajas comparativas y con un alto grado de protección
fueron contraproducentes para el país. No generaron buenos empleos, bien
remunerados y de alta capacitación; no se consolidó una función exportadora
sólida y estable salvo, precisamente, donde se evidenciaron las ventajas
naturales o competitivas. El inmenso despilfarro de dinero que el país sufrió
en las llamadas industrias básicas, medianas y pequeñas provocó, además,
terribles distorsiones macroeconómicas y muchas confusiones sobre el tipo
de cambio necesario para preservar la riqueza y el poder de compra de los
venezolanos, y la incoherencia entre las políticas fiscales, monetarias y
cambiarias que, aparte de discusiones académicas, no orientaron el
bienestar de la población.

Al terminar este siglo sigue planteada la necesidad de un proyecto nacional


que permita el desarrollo del mercado interno, mayor espacio económico
para la economía privada y mejor definición de las funciones estatales,
mejoramiento de la calidad de vida con equidad social y diversificación
eficiente de la calidad de vida (MAZA ZAVALA, 1995)

5. El álgido tema de la manera como se manejó la economía petrolera durante


el Siglo XX es polémico y ojalá pueda dirimirse pronto. Creo que los
gobiernos han suprimido la participación de los venezolanos en la conducción
y gerencia petrolera. Se han basado en su origen electoral, de golpe militar
legitimado mediante fraudes o por su elección democrática, para excluir de
manera rotunda a la sociedad en decisiones trascendentales para el país.
Se trata de separar los conceptos de Estado (restringido) de Nación (lo de
todos) porque la confusión existente durante la centuria creó un monstruo
gigantesco: el Petro-Estado (QUIROZ, 1997) que no ha permitido a los
venezolanos transformar el dinero de la explotación petrolera en riqueza
permanente, ahorro, inversión y creatividad de todos los ciudadanos.

La consecuencia se desliza con toda lógica: es necesario que los


venezolanos tengan ingerencia directa, mediante un esquema de
participación popular accionaria en el negocio petrolero. Las decisiones de
subir o no la gasolina, de subsidiar a determinados sectores o países, la
necesidad de obtener mejores utilidades, deberían contar con el voto de los
ciudadanos que son efectivamente la nación real.

La experiencia de un siglo de economía venezolana demuestra que, como lo


afirman todas las teorías sobre el crecimiento económico, desde SCHUMPETER
(1934) hasta las más recientes contribuciones (HARBERGER, 1998; BARRO, 1994;
NORTH, 1990 y ROBLES, 1997), los incrementos en los insumos (trabajo o “capital
humano”, capital o “progreso técnico”) son la causa que explica la expansión en el
producto, expresado en un aumento de bienes físicos y servicios, a lo largo del tiempo.

La experiencia venezolana del Siglo XX indica que entre el crecimiento (o


contracción) de la economía y el crecimiento (o contracción) de la actividad petrolera
siempre se estableció una alta correlación. La segunda explica la primera, por tratarse
del sector más eficiente, competitivo y de mayor potencial exportador del país.

Los estudios recientes permiten extraer algunas experiencias sobre el proceso


de crecimiento:

1) No es posible el crecimiento sin invertir en capital humano.

2) La acumulación de capital humano por parte de la fuerza laboral


debiera estar representada en mejores remuneraciones.
3) No podemos contentarnos con generalizaciones sobre las
externalidades provenientes de la educación, la capacitación y el
capital humano.

4) Las economías de escala deben precisarse en detalle.

5) El factor productividad, en el ámbito de empresa y del sector, son


elementos claves para el crecimiento.

6) La estabilidad política y las políticas económicas coherentes son


esenciales para alcanzar el crecimiento.

7) Es fundamental un marco legal e institucional sólido, con efectiva


protección a la propiedad y otros derechos económicos, sin
sobresaltos por arbitrariedades.

Un análisis somero de las 7 condiciones anteriores en la realidad venezolana del


Siglo XX recoge unos resultados deplorables, que explica porque la economía no
creció de manera sostenida y, cuando lo hizo, fué con los sobresaltos del mercado
petrolero (volatilidad).

Una economía petrolera, como la venezolana, sólo puede crecer cuando se


incrementa la contribución del petróleo al PIB y, por vía indirecta, cuando sus efectos
multiplicadores sobre el resto de la economía estimulan la industria, el comercio, los
servicios y, en definitiva, el empleo.

La situación contraria, cuando cae el producto petrolero, repercute


negativamente sobre toda la actividad económica del país y se incrementa el
desempleo.

Los últimos 40 años del Siglo XX demuestran que el comportamiento de la


economía venezolana ha sido una derivada del comportamiento del sector petrolero
que, a su vez, ha estado expuesto a los shocks externos, generados en la volatilidad de
los precios del petróleo en el mercado internacional.
Las fluctuaciones de los precios de los hidrocarburos produjeron una
inestabilidad en el ingreso fiscal petrolero y, en el tiempo, la contribución de PDVSA al
fisco nacional se fué diluyendo, a pesar de que la producción en los últimos 10 años se
duplicó, en promedio. La explicación de esta reducción está en las múltiples cargas que
se le asignaron a la industria, más las que ella misma fue asumiendo por razones de
imagen o politiquería, mientras que los recursos y el financiamiento de sus planes de
expansión quedaron disociados del propio entorno macroeconómico.

Es indiscutible el efecto directo que la actividad petrolera tuvo durante el Siglo


XX sobre la economía del país. Si en el pasado se creció gracias al petróleo, si cuando
cayó el precio nos empobrecimos, si para algunos economistas (MAZA, 1999) hay una
declinación irreversible del modelo primario exportador, la gran pregunta es: ¿Sobre
cuáles bases, entonces, deberá crecer la economía en el próximo siglo? ¿Seguiremos
apostando a un milagro, cuando ya parece ser cierto que "Dios no es venezolano"?
(QUIRÓS, 1997)

Creo que la experiencia demuestra que en la economía venezolana no existe


otra actividad ni otro sector capaz de impulsar el crecimiento, de asumir el papel de
locomotora del desarrollo, que no sea a través del petróleo.

El petróleo sigue siendo el pivote para el crecimiento de Venezuela. A pesar de


que los gobiernos venezolanos no han sabido instrumentar una política económica
basada en sólo estimular aquellas actividades económicas donde existen ventajas
comparativas o se puedan crear ventajas competitivas (GÓMEZ-ROSS, 1999); ni se ha
realizado un verdadero esfuerzo para agregarle valor a la explotación petrolera y, junto
a las exportaciones primarias, generar una cadena de empresas, verdaderamente
eficientes, que multiplique las actividades productivas tanto hacia el mercado interno
como hacia el mercado externo.

Pienso que la clave de los problemas de la economía venezolana ha estado en


la concepción equivocada de la relación del país con su principal producto de
exportación. El Estado ha debido preservar, en todo tiempo y circunstancias, los
equilibrios macroeconómicos básicos, la receta era -y sigue siendo- utilizar los
proventos del petróleo en estimular y desarrollar las actividades productivas con
ventajas, comparativas y competitivas, en incrementar las exportaciones no petroleras,
para conformar otra economía generadora de divisas, en una estrategia integral que
permitiera que los agentes económicos y las variables básicas se fueran ajustando a
esta realidad.

Pretender "sembrar el petróleo", sustituir importaciones, crear "polos de


desarrollo" alternos, tener leyes para garantizar la "seguridad alimentaria" y otros tantos
graves errores que, ojalá, no se sigan cometiendo, ha redimensionado
exageradamente al estado. Con la preeminencia económica del sector público, se han
estimulado mecanismos de corrupción, no hemos conformado una economía real, sana
y competitiva, alejada de los trasnochos ideológicos y las distorsiones politiqueras,
sectoriales, gremiales, sindicaleras y durante un siglo campeó en el país una
deformante cultura populista.

5. PERSPECTIVAS.

El gobierno de finales de siglo ha señalado, con razón, que este cuadro de


descomposición viene acumulándose desde hace mucho tiempo y que es, al menos
injusto, achacárselo a su corta gestión. El argumento es irrebatible, pero se impone la
necesidad de actuar porque el deterioro de la economía puede contaminar y bloquear
el desarrollo económico del Siglo XXI. Al gobierno hay que exigirle que mantenga el
barco a flote, a riesgo de que la nave se hunda (PURROY, 1999).

Pienso que los diagnósticos están hechos, no cabe justificación para más
políticas económicas erráticas, en el ámbito cambiario, fiscal y monetario. Se debe
revertir la tendencia de 20 años sin inversión. Hay que avanzar con más audacia en
reducir un Estado sobredimensionado y resolver el problema de la rigidez e
ineficiencia del gasto público.
Por supuesto, todo proceso de crecimiento implica un factor de confianza que
algunos partidarios del último gobierno del siglo se han encargado de minar con
declaraciones y anuncios fundamentalistas y contradictorios.

Desde el primer día de su triunfo y durante todo su ejercicio como Presidente,


Chávez ha tratado de disuadir esos temores y generar confianza en los inversionistas
extranjeros y los empresarios locales. Sin embargo, el uso de un lenguaje pugnaz
contra sus enemigos, algunas ambigüedades y el poco peso que el problema
económico ha tenido en la gestión gubernamental no han logrado rebajar las
aprensiones de los agentes económicos.

En la opinión de la mayoría de los economistas, es necesario devolver la


confianza en la economía venezolana. Se está viviendo un momento de alta
turbulencia, con la baja del sistema financiero y la existencia de una tasa de cambio
errática para la realidad de las operaciones comerciales del país. Ello conlleva la
necesidad de formular una política económica clara, precisa y coherente.

Creo que la conclusión es clara: Venezuela necesita crecer y la experiencia es


suficientemente demostrativa de que volver a transitar los caminos del proteccionismo,
del estatismo y del populismo sólo nos llevará al agravamiento de los problemas, así el
petróleo permita correr la arruga un tiempo más corto que largo.

En consecuencia, se impone la necesidad de crecer sobre la base de un modelo


que:

 estimule la inversión,

 reduzca la improductividad del gasto público,

 simplifique la burocracia y permita al Estado volver a ser un productor


eficiente de bienes públicos,

 mantenga los equilibrios macroeconómicos básicos, con políticas públicas


coherentes y coordinadas en lo fiscal, monetario, cambiario, financiero y
económico.
Esta situación confirma, en mi opinión, las condiciones necesarias para que la
economía pueda crecer:

1) Sólo la actividad petrolera puede producir un crecimiento de la


economía, a corto y mediano plazo.

2) La economía no petrolera puede -y debe- contribuir al crecimiento del


producto, concentrarse estrictamente en aquellos sectores o rubros
donde tenemos ventajas comparativas para que se genere una
dinámica estable de producción y empleo.

3) Es indispensable la reforma del estado para hacerlo más eficiente,


menos costoso, proveedor de los servicios públicos necesarios para
mejorar el nivel de vida de la población y estimulante de la
competitividad. En síntesis, que sea impulsor del desarrollo y no, como
en el presente, una traba costosísima para el ciudadano y las
empresas.

En este plan son esenciales 2 estrategias:

1) Privilegiar el petróleo como variable fundamental. Se impone abrir sus


negocios y la participación del ciudadano en su financiamiento y en
sus utilidades (MONALDI-QUIRÓS, 1997).

2) Impulsar claras políticas de oferta para mantener la estabilidad e


incentivar la inversión:

• Mantener y sostener la política de control de la inflación.


Establecer una regla de política fiscal y monetaria para no
gastar sino lo previsto y evitar los sobresaltos tipo
“acelerador-frenazo-acelerador, característico de las últimas
crisis.
• Mejorar la eficiencia del gasto público, continuar con la política
de simplificación de funciones y de organismos.

• Reducir o reestructurar la presión fiscal.

• Aplicar políticas tendientes a flexibilizar los precios y los


salarios.

• Propiciar la movilidad y capacitación de la fuerza laboral.

• Eliminar trabas y controles innecesarios en la actividad


económica.

• Disminuir el tamaño del estado.

• Disminuir el intervencionismo estatal y sus distorsiones.

• Propiciar la disposición de los particulares a asumir sus propios


riesgos.

• Incrementar la productividad fomentando todo tipo de


innovaciones.

• Propiciar una verdadera economía de mercado.

• Eliminar las medidas proteccionistas.

Sólo con un diseño coherente de política económica y una utilización inteligente


del recurso petrolero se darán, las condiciones necesarias para que la economía tenga
un crecimiento sostenido durante el Siglo XXI.
6. BIBLIOGRAFÍA.

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