Sie sind auf Seite 1von 18

Pichon Riviere y los Procesos

Correctores.

Preámbulo.

“El mundo de los fenómenos y de los datos oculta y vela una realidad más
profunda que los trasciende, los articula y los explica. (Algunos actores
sociales), De la realidad solo ven lo manifiesto, olvidando lo que late detrás
de la apariencia y que es lo que en definitiva, puede explicarla y conferirle
sentido”
C. Almeyda.

Me parece que el uso del término, Procesos Correctores de parte de Pichon Rivière, no recibió
una atención sistemática, debido a que de alguna forma remite a la praxis o a la teoría de la praxis
tal y como es pensada en la filosofía marxista.

Habría quizás que rescatar en los textos de Pichon cómo usa el término, ya que no resulta
formalizado: en ocasiones habla de “proceso corrector”, de “tarea correctora”, de “operación
correctora” y de “situación correctora”. Sería conveniente hacerlo, porque Pichon plantea que uno
de sus referentes teóricos es la dialéctica materialista, y esta, como tal, remite justamente a la
praxis (social) como método de conocimiento de la realidad natural y humana.

Me parece importante elucidar bien el uso del término, porque para muchos psicólogos y algunos
otros investigadores sociales, los “procesos correctores” pueden dar lugar a malentendidos
epistemológicos, filosóficos, teóricos, éticos y por lo tanto políticos.

Para el marxismo, la metodología dialéctica se fundamenta en la actividad humana, pero es una


actividad humana mediada por el pensamiento y en particular, un pensamiento reflexivo cuyas
características son las de ser un pensamiento consciente, direccional, analítico, dinámico y
entonces aceptamos que hay pensamientos no reflexivos, mecánicos y estereotipados.

Cuando la actividad humana es consciente de sí misma se vuelve acto, una acción con voluntad,
es decir con dirección y quien la dirige es la razón y el pensamiento, en función de conocer la
realidad, lo que lleva también a dar un paso más, conocer la realidad no para adaptarse a ella sino
para transformarla, hacer la experiencia de “entrar en contacto” con aquella realidad para permitir
que el resultado de la acción afecte al pensamiento, retroalimentándolo y modificándolo, para
transformarlo a través de los procesos de ratificación o rectificación.

La praxis es a la vez un producto humano, es la construcción de la conducta humana consciente y


pensante. No es la conducta como dato inmediato, porque la praxis presupone un contexto del cual
emerge como tal, y este contexto es cultural, económico, productivo y en última instancia social, en
ese sentido, la acción no se encuentra fragmentada por un análisis que la abstrae y la aísla de la
totalidad desde la cual se despliega.

La praxis presupone un tipo de experiencia en el que interactúan el hombre y su mundo, sin


embargo “el hombre” no es una abstracción sino un sujeto concreto, producido en determinadas
condiciones históricas, culturales y sociales, a la vez que productor de esas condiciones de las
cuales emerge; en un sentido, “su mundo”, también es un mundo construido a partir de que “lo
trata”, lo interpreta y lo transforma desde su estructura subjetiva, desde una subjetividad que
condiciona el vínculo que se establece entre ambos.
La praxis, es lo que Althusser (1968:136) denomina “la práctica social” como el conjunto de
prácticas de una sociedad dada en una época y en un lugar determinados. Como práctica social,
es susceptible de “experimentar” permanentes y sucesivas transformaciones y rectificaciones, tanto
desde un sentido instrumental como social y humano. La praxis social se define desde la
humanidad de un sujeto que como tal, produce con su actividad significación social y sentido
humano-simbólico.

Pongo énfasis en el aspecto de apertura de la praxis, de su carácter dialéctico, capaz de asumir las
correcciones necesarias que la realidad natural y humana le impone: desde la realidad, la praxis
humana “recibe lecciones” que le dan indicios de modificar los constructos mentales y re-pensarlos
para una acción instrumental más racional y efectiva que se adecúe al objeto externo o al sector de
lo real que se trata de modificar o transformar; desde lo humano, la praxis invita a tomar conciencia
de los obstáculos y las dificultades mas subjetivas pero no menos efectivas, que impiden y
bloquean el pensamiento y la acción sobre uno mismo, el ser humano no solo trabaja, sino que se
trabaja y se autoconstruye permanentemente.

En este sentido Pichon distingue entre obstáculos epistemológicos y epistemofílicos, estos últimos
referidos no tanto a las categorías conceptuales como a las dificultades personales y las
ansiedades ligadas al vínculo con el objeto de conocimiento.

En la historia humana, se ha sido testigo de cómo muchos conocimientos y una gran veda de libros
que constituyeron en su tiempo el “resumen” de saberes de los antiguos y de nuestros
antepasados fueron quemados y destruidos, para muchos hombres representaban “el mal”; para
los cristianos, aun hoy está prohibido que lean libros de marxismo, se les ha trasmitido una
representación en la que “leerlos”, los llevaría a que renegaran de sus creencias, así que este tema
del conocimiento les genera mucha angustia y temor.

El sujeto conoce el mundo a través de la praxis, es decir, a través de una relación dialéctica donde
mundo interno y mundo externo confluyen, interactúan y se influyen mutuamente. La relación
cognoscitiva, a través de una serie de procesos correctores va ensayando las formas más
adecuadas que permitan que la subjetividad construya un modelo interno, que sea un reflejo no
mecánico de la realidad que se trata de conocer y a la vez de transformar, porque desde la praxis,
no hay intervención que no sea a la vez modificación del mundo exterior y del sujeto cognoscente.

En la práctica científica, esto se logra cuando el trabajo de producir conocimiento sobre la realidad
toma distancia de “su hacer”, para reflexionar sobre los modos de conocimiento; así, el
conocimiento de la realidad natural y humana toma conciencia de sí mismo, en la forma de
reflexionar sobre cómo se realiza el conocimiento, y se objetiva entonces el modo “evolutivo” en
que fue pensada la praxis científica como actividad, hasta llegar a adquirir una idea más objetiva de
la praxis científica como praxis social.

Tenemos ya desde aquí que la praxis es un proceso corrector, que semeja una espiral donde a
cada momento de la práctica le sigue un proceso reflexivo que vuelve sobre la praxis para
modificarla, es una tarea permanente que señala la presencia del hombre en el mundo, y como tal,
la praxis es la tarea correctora por excelencia en varios sentidos:

Como tarea, la praxis nos enseña que el vínculo entre sujeto y mundo es mutuamente reciproco, ya
que los cambios que se producen en cada elemento tienen repercusiones que afectan a cada polo
de la relación;

Como proceso, la praxis nos muestra que estas afectaciones enriquecen nuestra visión de la
realidad, rectificando, ampliando y alimentando la experiencia humana en función de un mundo
cada vez más perfectible desde lo económico, lo cultural, lo social y lo político.

La subjetividad humana es el producto de una praxis, en un primer momento, de la praxis de


crianza y educación de los hijos, de la relación dialéctica entre una madre y su bebé, donde ambos
polos de relación se nutren mutuamente en un rejuego de intercambios afectivos, donde ambos
elementos se reconocen en un proceso de humanización paulatino, aceptando el papel activo que
juega el neonato en la configuración de los vínculos tempranos; pero también se sabe que aquella
praxis de crianza se produce en un contexto cultural y social que deja sus huellas en el sujeto, un
“registro” histórico que es “escrito y re-escrito”, por un sujeto que se construye y se autoconstruye.

Desde la psicología psicoanalítica, constatamos que la madre con dificultades y malestares


culturales y existenciales es capaz de superar las condicionantes patógenas del entorno porque
ejerce una praxis de crianza, que como tal se sostiene desde el deseo, la voluntad, la reflexión y la
acción efectiva para superar los escollos que la realidad material y humana le plantea. Ejerce una
función de intermediaria que impide que la realidad externa desborde los umbrales de excitación
del neonato, evitando así experiencias traumáticas o micro traumáticas que pudieran afectarlo.

Pero también constatamos que cuando la mujer desfallece, la estructuración subjetiva del infante
se ve comprometida para lograr el impulso a una humanización plena. El aporte proveniente del
exterior, como asistencia, rehabilitación o prevención, debe jugar su parte en este proceso
corrector, restableciendo y transformando los vínculos alienantes que impiden justamente el
desarrollo dialéctico de las relaciones, de los vínculos y de los intercambios entre mundo externo y
mundo interno al interior de la diada madre – hijo y del contexto en que esta relación se realiza.

La construcción permanente de la estructura subjetiva, se inicia con una “visión incipiente” por
parte del neonato, en estos momentos el mundo material posee las características de su
psiquismo, ya que el índice de reconocimiento de la realidad externa es casi nulo; entenderemos
que el desarrollo de la conciencia infantil será generado en los intercambios que establezca el bebé
con el mundo externo, pero mediados por un tercero, que ya posee una subjetividad estructurada
con un índice de realidad especifico y particular que dejará huella de “fábrica” en el psiquismo en
ciernes del neonato.

La aceptación de la realidad y de sus exigencias, puede ser vista como un continuo proceso de
corrección de los esquemas psíquicos, que son “moldeados” por la misma realidad y por la pauta
educativa y cultural o psicoafectiva del medio que rodea al niño. El psicoanálisis construyó un
método idóneo, el mejor conocido hasta ahora, para el conocimiento de los procesos de
constitución del sujeto como ente psíquico, de la forma en cómo “lo social” es interiorizado como
núcleo subjetivo a través de los vínculos tempranos que ofrecen los cuidadores, en función de
impulsar la construcción de lo esencialmente humano en el sujeto: introducir una legalidad en el
caos imaginario de una mente temprana atenazada por vivencias terroríficas. De ello resultó una
visión dialéctica de lo microsocial, de aquello que escapaba a los análisis macro de la sociología
materialista.

La filosofía de la praxis aporta entonces a la práctica psicosocial su metodología, es decir, el


método dialéctico, pero el ámbito en que se aplica este es el campo histórico social, por lo que el
compromiso político es ineludible. La lucha al interior y en el terreno de la Salud Mental puede ser
vista como la toma de posición ideológica y el compromiso humano del operador psicosocial, en
función de la transformación de las estructuras económicas, políticas, institucionales y comunitarias
productoras de patología social, de sufrimiento humano, de malestar cultural y de alienación
colectiva a las pautas que impone la economía de mercado en la sociedad neoliberal.

Para Pichon, la psicología social que sustenta y propone, debe asumir una visión crítica, un
pensamiento crítico, destituyente de ideologías opresoras, excluyentes y mercantilistas e
instituyente de nuevas formas solidarias de acción, de adaptación crítica al medio, de participación
social.

Los procesos correctores en la obra de Pichon Rivière.


En este punto, desarrollo un análisis pormenorizado y de rastreo de los orígenes del término
procesos correctores en la obra de Pichon. Por cuestiones didácticas, haré un recorrido
cronológico marcando parágrafos por fechas de texto.

Hablar de procesos correctores en plural, implica reconocer que el conocimiento de la realidad


humana no se da de una vez y para siempre y que tampoco adviene como una intuición genial que
de pronto “ocurre” en el investigador científico. La teoría de la praxis plantea que el conocimiento
objetivo se obtiene merced a un trabajo, a un esfuerzo consciente y metódico, donde la percepción
sufre continuos reajustes y correcciones, por lo que la metodología se desliza no por un
continuum lineal o a la manera de un círculo por donde se transita una y otra vez, más bien remite
a la imagen de un desarrollo espiralado, donde se recrea el conocimiento y se lo vuelve a trabajar a
través de la confrontación con la realidad y con los datos producidos por la reflexión en la práctica
concreta del hombre en situación.

1960.

Abordando el análisis desde el punto de vista cronológico, de atrás hacia adelante, aparece el uso
del término de proceso corrector en el articulo “empleo de Tofranil en psicoterapia individual y
grupal” (Pichon Rivière, 1960-a:175-185); refiere que en el ámbito del grupo familiar es donde
podemos encontrar las claves del enfermar cuando el sistema de interrelaciones entre los
miembros se ve perturbado, y desde ahí comenta: “Este grupo estereotipado y poco productivo se
transformará con el uso de determinadas técnicas en el instrumento mismo de la operación
correctora”.

En este contexto, la tarea correctora corresponde a la intervención psicosocial y


sociodinámica que intenta, a través de los instrumentos con que se trabaja, romper el sistema
rígido y estereotipado de un grupo familiar en el que predominan distorsiones y un malentendido
básico, impidiendo la evolución en espiral de un proceso social que debe generar el desarrollo de
cada integrante y del grupo familiar en su conjunto.

La labor del operador es facilitar e impulsar los procesos de comunicación y aprendizaje, motores
del cambio social, promoviendo el esclarecimiento de las pautas y estereotipias de roles y
conductas, induciendo un reajuste en los roles, lo que por implicancia, permitiría una “visión”
distinta en los integrantes del grupo familiar, modificando la subjetividad de cada uno y por ende,
las relaciones intersubjetivas del grupo como totalidad.

Pichon, en este caso menciona que el grupo familiar debe transformarse en el instrumento de la
operación correctora, al promover en él la ruptura de la estereotipia y la repetición, para inducir un
proceso espiralado de cambios paulatinos de re-aprendizaje de roles, que induzcan nuevas formas
de relación al interior del grupo, afectando de este modo los intercambios con el extra grupo.

Ahora bien , la eficacia de la acción, no solo depende de esta sino de que “una teoría no puede
dejar de ser eficaz como orientadora de la acción, si es correcta y se la adecúa y desarrolla para
dar cuenta de las circunstancias concretas” (Almeyda, C.: op cit.: 11) de las que deriva.

1960-b

Un texto contemporáneo (Pichon Rivière, E., 1960-b: 197), titulado “Tratamiento de grupos
familiares: psicoterapia colectiva”, reitera la conceptualización de la referencia anterior inmediata,
así, dice el autor: “Lo explícito se configura por los cuatro momentos de la operación correctora”.
Entendemos que para Pichon, la “operación correctora” hace referencia a la metodología de trabajo
que está aplicando y que encuentra su concreción en una herramienta particular y especifica: el
grupo operativo, que incluye su propio dispositivo (la situación grupal), más los marcos de
referencia y las técnicas de trabajo que el dispositivo exige para su operación.
El aporte aquí remite a que el proceso corrector como praxis, está pautado en cuatro momentos,
que tienen que ver con la forma en que el operador instrumentaliza el método dialectico:
diagnóstico, pronóstico, tratamiento y profilaxis.

La descripción exhaustiva de los cuatro momentos, nos permite observar los componentes de una
teoría en acción: se inicia con un análisis social y contextual del enfermar, por ejemplo; luego,
según lo “observado” se hipotetiza sobre lo que actúa a favor y en contra del sujeto enfermo; en
cuanto al tratamiento, se evalúa desde la pauta repetitiva, es decir el estereotipo que tiene que ver
más con la estructura grupal, con el contexto; La profilaxis se produce en automático, ya que al
actuar sobre el conjunto social, se redistribuyen las cargas ansiógenas que inicialmente fueron
proyectadas y asumidas por el sujeto enfermo.

Este análisis social apunta a desvelar los mecanismos implícitos en el enfermar, identificando que
la enfermedad o patología de un integrante, es solo el emergente de relaciones y vínculos
distorsionados que impedían un desarrollo óptimo del grupo, estos vínculos eran generadores de
un conflicto que no alcanzó a ser verbalizado y abordado por las vías de la comunicación y el
aprendizaje de la realidad, generando así una serie de mecanismos implícitos que funcionan de
manera latente y escapan al control consciente de los miembros del grupo.

1963-a.

De esta evidencia, propiciada por la praxis psicosocial y sociodinámica, dice Pichon, “el hombre no
es comprensible por sí mismo (o en sí mismo), el estudio de su contexto social, inmediato o
mediato, hace posible no solo su comprensión sino que también da las bases para una operación
correctora de su conducta social desajustada” (Pichon Rivière, 1963: 253).

Tendríamos que aceptar entonces que no podemos comprender la actitud ni cualquier


comportamiento humano, si no somos capaces de elucidar y clarificar el contexto del que surge.
Faltaría comprender que el contexto actual, al que podemos calificar de postmoderno, deberá ser
investigado a profundidad para establecer de manera más objetiva las nuevas formas de patología
psicosocial que genera en los tiempos actuales.

Lo que descubre Pichon, es el papel fundamental que juega el grupo, por lo que pensando que el
espacio “natural” en que los sujetos despliegan su desarrollo autónomo y alcanzan una
productividad mayor es el del espacio y la situación grupal. No duda en pensar que en este caso,
forma y contenido deberán funcionar como una unidad que permita impulsar la praxis grupal. La
forma la dará el encuadre de trabajo, mientras que el contenido de desplegará desde el dispositivo
que se haya diseñado.

Más adelante comenta: “Una observación sistemática, junto al análisis de las operaciones de la
mente en su interrelación social y en continuo intercambio, centrados en la tarea, constituyen los
supuestos básicos o el esquema conceptual referencial y operativo (ecro) con el cual operamos
en la técnica que hemos elaborado, denominada grupos operativos”.
Una frase clave, que condensa un cumulo de significaciones acerca de lo que se hace, se produce
y se construye en un grupo. El trabajo del grupo es que su actividad se vuelva praxis, esto se logra
cuando se intenta trabajar y establecer una forma no alienante de vínculos entre los sujetos que lo
conforman. El vinculo es la vía a través de la cual la comunicación adquiere una nueva cualidad, ya
que acá se intenta el análisis de cómo la mente opera en la comunicación, de cómo la condiciona;
la comunicación puede alcanzar el nivel del diálogo para que pueda lograr establecerse como una
praxis.

Cada uno somos mediadores del fenómeno humano, pero para serlo, necesitamos pasar de la
actividad a la acción, con otro que se vuelve un referente que funciona como límite de mi actividad,
necesito tomarlo en cuenta como presencia humana, esta es la esencia de la praxis, “esencia” que
pasa por las operaciones de la mente: reconocer, pensar, reflexionar, objetivar, razonar, otorgar
significación, producir sentido. Y que también pasa por la mediación del lazo social, sentido y
significación remiten al otro de la praxis. De ahí que P. Freire (op cit, p. 166) plantee que “somos
verdaderamente críticos si vivimos la plenitud de la praxis. Vale decir, si nuestra acción entraña
una reflexión crítica que, organizando cada vez más el pensamiento, nos lleve a superar un
conocimiento estrictamente ingenuo de la realidad”

1964.

Un pequeño articulo (Pichon Rivière, 1964), interesante para su época, abre el tema de los
procesos correctores al hablar de la tarea que se propone un grupo; cuando el grupo intenta
trabajar el tema, se detecta una dificultad inicial, expresión de las resistencias que cada abordaje
de la realidad configura como un obstáculo a ser superado; en un sentido, no se aborda la tarea
porque no se logra dilucidar bien su contorno, falta “visión”, discriminación de los bordes, pero aquí
el autor no habla de corrección sino de ajuste perceptivo, aunque este ajuste está condicionado
por la posición social del sujeto en determinado contexto: la corrección consiste en que el sujeto
debe modificar algún aspecto de la estructura subjetiva para que pueda realizar el corrimiento de
una posición social, o más bien subjetiva, a otra para realizar el “ajuste”.

Es probable que la observación primera, dominada aun por el instrumental teórico (de nivel bajo o
alto) esté desbalanceada, debido justamente a que el esquema conceptual de los sujetos aún no
es puesto a prueba y entonces se trabaja desde un a priori, como si hubiese una pérdida de
sentido común: podemos trabajar juntos desde un principio, sin organizarnos, sin conocernos, sin
saber de cada uno, sin entender lo que cada quien puede aportar y desde dónde, etc., etc.

Un poco más adelante, en el mismo texto Pichon habla de “la situación terapéutica, correctora”,
pero ya entendemos el sentido del término, la “situación correctora” remite al enriquecimiento y la
necesaria modificación del ecro a través del ajuste perceptivo que genera, cuando se pone a
prueba para verificar su adecuación a la realidad que enfrenta, indico, cada grupo (por ejemplo, el
familiar, o un equipo de trabajo o de estudio) se enfrenta a una tarea o a varias que exigen que el
colectivo desarrolle un aparato para pensar la tarea y para poder instrumentarse en función de
resolverla, lo que puede ser entendido como la necesaria relación entre una subjetividad en activo
que se usa para transformar la realidad material, una auténtica praxis social.

1965.

En el texto “Grupos operativos y enfermedad única” (1965:285), externa Pichon lo siguiente,


“Mediante la tarea realizada en los grupos operativos el sujeto adquiere o recupera un pensamiento
discriminativo social, por el que progresivamente y a través del aprendizaje se produce la
experiencia correctora:… logra conciencia de su propia identidad y de la de los demás, en un
nivel real”.

Aquí habla de los grados de alienación social que un sujeto puede alcanzar, cuando un grupo
estereotipado en su funcionamiento opera de tal modo que produce una fusión de la identidad
individual, lo que impide que el sujeto pueda tomar distancia para diferenciarse de los otros, esto
puede ser experimentado como un proceso de despersonalización paulatino, que ahoga toda
diferencia, es un grupo que no impulsa al crecimiento, a la autonomía y a la independencia
personal, antes bien, queda a merced de procesos patológicos que lo estereotipan en un rol,
impidiéndole una adaptación activa y critica del mundo y de sí mismo.

Vemos entonces que la experiencia correctora no es más que la forma que adquiere la praxis
como tarea implícita, que es estimular el pensamiento, la discriminación de la identidad y por ende
de los roles sociales asumidos y actuados, en un aprendizaje que se vuelve social, en el sentido de
que es capaz de incidir no solo en el mundo interno del sujeto sino sobre todo en su mundo
externo, la dialéctica necesaria en la que estructura psíquica y estructura social forman un todo
diferenciado.
Más adelante, Pichon habla ahora de la situación correctora, la menciona en este contexto de
referir como última causa u origen de la perturbación patógena una situación de pérdida que
genera siempre una depresión básica, difícil de reducir en la condición humana, dice Pichon, “La
situación correctora propone al sujeto integrado en un grupo la posibilidad de un insight, un
aprendizaje de la realidad, logrado a través de sucesivas emisiones y recepciones de mensajes,
con una progresiva adecuación de los esquemas referenciales del receptor y el emisor, lo que
culmina en una percepción de sí y de los otros no distorsionada por el modelo arcaico y repetitivo
del estereotipo”. (p. 291)

Entendemos desde Pichon, que el estereotipo se sostiene e insiste desde los miedos o ansiedades
básicas, que cuando son “exageradas”, provocan una rigidización de las defensas que impiden
cualquier intento de cambio o modificación de las estructuras de base, lo que predomina o tiene
hegemonía en la producción comportamental es la dimensión subjetiva, poco propicia a intentar
una modificación o intervención en el mundo externo.

Regularmente, los miedos se ligan a fantasías catastróficas en caso de que el sujeto se anime a
intentar un cambio, en ocasiones se puede ayudar a verbalizar una experiencia dolorosa, o una
escena temida, lo que hace que el sujeto narre un drama fantástico que ocurre en su mente, pero
que tiene poco que ver con la realidad, ahí se encuentra el origen de la distorsión de las
percepciones; a fin de cuentas, debemos entender que como dice Chalmers (1982), un enunciado
observacional presupone siempre una “teoría” en acción. Cuando se vencen las resistencias al
cambio y el sujeto desarrolla una modificación de su contexto, se produce una “operación
correctora”, el sujeto se afirma como tal y el medio modificado favorece y genera un mayor número
de cambios en cantidad y cualidad.

Estamos hablando aquí, de un cierto tipo de aprendizaje social, que también incluye el aprendizaje
técnico o instrumental. Sin embargo, la praxis nos indica que no puede haber aprendizaje técnico o
instrumental que al ser aplicado no revierta también sobre el sujeto de la acción, de la labor
humana.

1965-66.

El siguiente texto, este de 1965-66 (Pichon Rivière, 1965-66c) es quizás el material en el que
encontremos el mayor número de referencias sobre la cuestión que estamos analizando, así, dice
Pichon, “resulta un paso decisivo para el abordaje del proceso corrector, el detectar la estructura
y dinámica del grupo interno del paciente” (p. 205).

Siendo un proceso corrector, la pregunta es ¿Qué se corrige y quién corrige?; el contexto en el


que se inscribe el uso de “proceso corrector”, remite a la forma en que Pichon entiende el proceso
del enfermar y por contrapartida el proceso terapéutico. Para Pichon, la enfermedad no es más que
un “método” del que se vale un sujeto para intentar conjurar la ansiedad y los miedos generados
por el sufrimiento humano, del que “no se quiere saber”, se lo sustituye por fantasías que vienen
siendo una crónica subjetiva del acontecer interno del sujeto, o por miedos o temores, síntomas
psíquicos o somatizaciones.

El problema de este “método”, es su carácter repetitivo, estereotipado, rígido y cerrado sobre sí


mismo, la mejor representación grafica sería un “dar vueltas” en círculo, por contraste con una
espiral que avanza a cada vuelta o giro sobre sí misma. La clave está en que el sujeto no usa el
método, “se vale de él”, como recurso que funciona en automático, por lo que impide la toma de
conciencia de aquel sufrimiento y de este modo obtura todo posible acceso a la ruptura del
estereotipo.

Así, dice Pichon mas adelante (p. 207), “la tarea correctora consiste en la ratificación o
rectificación de estas imágenes en interjuego”, pero entendemos que el medio con el cual se
produce el intercambio o la interacción, es un medio poblado por humanos que reaccionan ante el
sujeto alienado, el interjuego se da no solo al interior del sujeto, sino en la relación del que enferma
con los supuestos “sanos”; la evocación de los propios complejos inconscientes, despertados por la
experiencia del otro, hace “entrar” al grupo también en la alienación y en la patología que ahora se
muestra en la evidencia, grupal o colectiva.

“La tarea correctora consistirá en la reconstrucción de las redes de comunicación, tan


profundamente perturbadas, en un replanteo de los vínculos, con una reestructuración del
interjuego de roles” dice Pichon (op cit, p. 209), es decir, el proceso corrector pasa por una
modificación profunda de los vínculos, los que deben llevar a nuevas y variadas formas de
comunicación, de intercambios y de una revisión de los roles adjudicados y asumidos, ya que es en
la “fijeza” de estos, en su rigidez y en un mantenimiento “terco” y tenaz del status quo, como se
logra fijar e inmovilizar al sujeto y la distribución de las tareas que le corresponde realizar a todo
grupo humano.

Una última mención hace Pichon al final de este texto, “En el proceso corrector de un grupo…
sean cuales fueren las características que este presente, la operación se centrará en el abordaje
del núcleo depresivo básico patogenético, del que todas las otras estructuras patológicas resultan
intentos fallidos de elaboración” (p. 213). Pichon invita a enfocar la atención del proceso corrector
en lo que él estima el origen de las dificultades de todo proceso que se ve dificultado en su
desarrollo, aludiendo a su propuesta de entender que el origen de la enfermedad deriva de una
pérdida original “no elaborada”, que aparece como referente último de toda “patología” humana.

1966.

Casi simultáneo a este último trabajo Pichon Rivière (1966: 61), al hablar de teoría y práctica y su
mutua retroalimentación, utiliza un término diferente; la interacción teórico-práctica produce un
instrumento operacional, el Ecro, (una estructura subjetiva, en permanente transformación), dando
lugar a una “situación que podríamos denominar ‘operación esclarecimiento’”. Se refiere a que la
interacción permanente entre teoría y práctica y de vuelta a la teoría, logra elucidar y clarificar el
campo de operación, de donde se obtiene una mayor eficacia instrumental en el manejo y el
dominio racional sobre el sector de la realidad que se desea transformar.

En este sentido, resulta valioso el comentario de Pichon, al decir que “La tarea más o menos
explícita que se propone el psicólogo social al planificar y realizar cada indagación puede definirse
como el intento de descubrir, entre otras cosas, cierto tipo de interacciones que entorpecen el
desarrollo pleno de la existencia humana”. (p. 261). Si bien está referida al grupo, queda implícita la
idea de cómo funciona el operador, ya que lo que sucede en el grupo al realizar su labor, revierte
sobre sus esquemas de pensamiento, sentimiento y acción, son las tres áreas (mente, cuerpo y
mundo externo), enumeradas por Pichon para la indagación de los fenómenos psicosociales y
sobre los cuales debe trabajar asimismo el coordinador de grupos.

1969-a

Pichon define al aprendizaje de un modo significativo, dice que “es el proceso de apropiación
instrumental de la realidad para modificarla”. (p. 302)

Falta agregar que esta apropiación solo puede realizarse cuando es posible conocer esa realidad y
esto se logra cuando “la conciencia” apoyada en la razón logra reproducir en la mente una especie
de modelo que corresponda a la realidad objeto de estudio o de investigación. Aunque no se
construye por ensayo y error, este último es un elemento “normal” en el proceso, es lo que nos
permite hacer correcciones, e ir adecuando el modelo según las pautas de aprendizaje dialéctico
que nos aporta la práctica, que se vuelve entonces praxis social.

No es obvio, pero el asunto es significativo, el ecro desarrollado por Pichon, como un modelo
dialéctico que intenta correr a la par de los cambios en la realidad externa, se encuentra sujeto él
mismo o puede ser él mismo, el primer obstáculo para la transformación social si no recibe
permanentemente una especie de revisión y “mantenimiento” de los supuestos con los cuales
opera, suponiendo que se encuentra comprometido en una labor que no deja de reflejar lo vivido
con lo pensado, luego esto es llevado a la acción práctica.

En este asunto el operador social es clave, y quizás una forma de paliar los efectos del “desgaste”
de su instrumento, tenga que ver con someter a prueba a través de su producción teórica siempre
referida a una praxis, los “modelos mentales” que le sirven de instrumento en su acercamiento a la
realidad.

1969-b.

Hablando de la psicología social, (1969:311) Pichon distingue dos “ramas”, “una es la psicología
académica, que si bien investiga, no es capaz de llevar adelante los procesos de cambio”, ya que
temerosa de ser tildada de “proselitismo social”, prefiere verse “políticamente correcta”, es decir,
como ciencia debe ser “neutral” y sin compromisos, casi casi, sin ética. La rama alternativa que
distingue es: “La otra, la praxis” (p. 312).

Esta pequeña frase resulta la clave de todo lo que hemos venido desarrollando. Pichon asimila la
psicología social, que para él es la ciencia de las interacciones, dirigida hacia un cambio social
planificado, a la praxis. Es decir, la praxis cuando se ejerce, cuando se realiza, es psicología social
aplicada; sin embargo, la praxis ha “funcionado” mas como filosofía, una disciplina cuyo objeto de
estudio no es especifico, aparece como la metaciencia, reflexionando sobre la práctica científica,
yendo más allá del conocimiento para producir epistemología de la ciencia, para teorizar sobre las
teorías y los modelos científicos.

1976.

Un texto mucho muy posterior y dentro de su legado póstumo, Pichon (1976: 82) intenta dar
cuenta del papel que los operadores psi juegan en el ámbito de la salud mental, menciona “Estos
agentes correctores, cuya ideología y personalidad autocrática les impiden incluir una
problemática dialéctica en el vínculo terapéutico, establecen con sus pacientes relaciones
jerárquicas en las que se reproduce el par dominador-dominado. Se incapacitan así para
comprometerse también ellos, como agentes-sujetos de la tarea correctora”.

La práctica técnica en el campo de la salud mental ha sido bien descrita y evidenciada desde la
ideología política por F. Basaglia (1975), pero Pichon también es bastante claro para el análisis
psicosocial y la implicación del técnico, cuando habiendo elucidado la función mítica de la ciencia
neutra, intenta aportar desde una disciplina teórico-práctica y dialéctica en muchos de sus
fundamentos y métodos, la relación entre sujeto y estructura social, no solo en términos de
objetivación externa sino desde el análisis concreto del sujeto de la intervención, sobre sí mismo.

La objetivación y no la objetividad (Castilla del Pino, 1969) predominan en las intervenciones


técnicas de los agentes psi, fungiendo como verdaderos representantes de la hegemonía
ideológica del gran capital y de la sociedad de mercado.

Praxis y Psicología Social.

Después de este recorrido por la obra de Pichon, los procesos correctores se nos aparecen como
la forma expresa en que el método dialectico se realiza en la práctica de una psicología social
operativa, operativa en el sentido de que realiza un trabajo sobre la realidad para transformarla, en
función de las hipótesis desarrolladas por el operador social.

La praxis como actividad reflexiva, pero encaminada a la transformación del mundo, encuentra en
la psicología social desarrollada por Pichon, uno de los formatos en que puede identificarse el
método dialéctico propuesto por los teóricos marxistas, que vislumbran que la única forma de
escapar de la alienación socio-económica es la praxis política encaminada a abolir las clases
sociales para dar nacimiento al “hombre nuevo”, que irá construyendo un nuevo tipo de sociedad,
generadora de formas inéditas de socialización, pero encaminadas a la mejora del ser humano
como sujeto social.

Las dificultades para resolver los problemas “internos”, o los obstáculos externos que se les
plantean a los hombres, remiten a una deficiente estructuración de la praxis; la sociedad dividida
en clases tiende a establecer una disociación entre el trabajador y su producto, fuente de la división
mayor en clases sociales que se vuelven antagónicas, debido a que al trabajador se le enajena la
riqueza generada en el proceso de trabajo, esta enajenación aparece expresada en diversas
formas en todos los planos de la vida social, por ejemplo, en la división entre trabajo manual y
trabajo intelectual o entre teoría y la práctica, o entre enseñanza y aprendizaje, que permea el
campo educativo; en el terreno de la salud mental, aparece también expresada en estos pares
antitéticos: normal/anormal; sano/enfermo/; loco/cuerdo; adaptado/inadaptado.

Como vemos, la construcción de la realidad social se ve ensombrecida cuando el producto del


trabajo humano queda separado radicalmente de quien lo produjo, el trabajo se vuelve actividad
alienante, ya que el trabajador despojado de su producto no puede recibir de él, el efecto de
reciprocidad que reenvíe a un enriquecimiento de la subjetividad que permita adecuar la actividad
productiva a los efectos de la incidencia del producto en el mercado y el consumo. Esta separación
entre el productor y el producto condiciona hegemónicamente las formas de relación y de la vida
social en general, hablamos de la división entre capital y trabajo.

La separación de ambos factores genera un proceso de alienación global, que se recrea en todos
los ámbitos de la vida en general, las ya consabidas escisiones entre individuo y sociedad, trabajo
intelectual y manual, entre teoría y práctica, salud-enfermedad, entre enseñanza y aprendizaje, etc,
pero en los sujetos aparece con tintes marcados que indican la presencia de un yo escindido y
disociado, que impide una autentica integración de la personalidad.

Aparece y se detecta prontamente en los dispositivos grupales en los que los sujetos se ponen a
prueba en un espacio de intermediación como son los grupos: esta escisión se denota entre
palabra y acción; o entre pensamiento y sentimiento, entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo
que uno cree que es y lo que realmente es, entre sujeto y grupo, etc. La función social de estas
disociaciones, indican el punto central donde recaen los efectos nocivos de la alienación, la
desestructuración de toda praxis social, porque expresar lo que uno piensa, decir lo que uno siente,
o hacer lo que uno cree resulta riesgoso para el sistema social en su conjunto.

Pichon distingue e identifica entonces entre alienación, que sería lo que él menciona como
enfermedad o “adaptación pasiva a la realidad”, y salud, que sería una “adaptación activa a la
realidad”; esta adaptación activa constituye la praxis o uno de sus atributos, es decir, un sujeto que
se adapta activamente, es hablar de un sujeto que se vuelve actor social, que conoce e intenta
transformar sus condiciones reales de existencia.

La “enfermedad”, cuando aparece, indica una dificultad mayor o una dominancia de los procesos
subjetivos sobre los objetivos, este predominio perturba y afecta la percepción de la realidad
externa. En el otro polo, la enfermedad resulta de un aplastamiento subjetivo, debido a una
realidad opresiva que arrasa y aniquila, dañando o destruyendo todo vestigio humano y llegando al
exterminio de cualquier indicio de existencia vital.

En condiciones de “salud”, hablamos de que la construcción subjetiva, poblada de imágenes,


vínculos y fantasías inconscientes que se dan al interior del sujeto han encontrado un ajuste
perceptivo entre el afuera y el adentro, por lo que entre ambos aspectos puede desarrollarse una
relación de intercambios, donde no aparecen dominando los escotomas, obstáculos y desajustes
que impidan la relación dialéctica y en espiral del necesario intercambio entre el hombre y su
mundo.
Un referente cercano al término “adaptación activa a la realidad” lo encontré en un texto de A.
Mitscherlich (1971: 85) y lo traigo acá, para reforzar el punto de vista de Pichon sobre el tema.
Mitscherlich distingue entre adaptación social y acomodación y opta por este segundo concepto,
dice lo siguiente: “La acomodación no es solo sometimiento, de lo cual es muy consciente la
sociología mas reciente. Opera y no en último término, modificaciones en el medio establecido. El
individuo puede forzar a su entorno a que se acomode a sus necesidades”.

Sostengo que el término de acomodación de este autor, es asimilable al concepto de “adaptación


activa” empleado por Pichon. Lo que me parece aun más lucido, es que Mitscherlich nos pone un
ejemplo diáfano de esta acomodación, dice ahí: “ejemplo de ello son las luchas largamente
prolongadas de la clase trabajadora por el reconocimiento de su status social y de un salario mejor”
(op cit. id). El parámetro de salud mental, derivado de esta propuesta, apunta a que el cambio
social que Pichon indica que debe ser planificado y direccional, sostendría desde Mitscherlich, una
lucha por la autoafirmación de los explotados, una lucha que pasa por la reivindicación económica
pero que encuentra su cénit y su meta en la lucha política.

Y esto por una razón, dice Mitscherlich que “La realidad externa es digerida, modificada, en el
careo con la interna. A esto lo llamamos acomodación activa, ya que acomodamos a nosotros
mismos los objetos externos”. Para este autor está claro que la opción por el cambio social, se da a
partir de que es la subjetividad del hombre, preñada de valores, vínculos, ideologías, experiencias,
saberes y acciones, la que domina en el trato con el mundo externo, que no se trata de que el
sujeto se adapte a la pobreza, a la injusticia a la desigualdad o a la explotación económica; el
sentido “común”, indica que debe hacer frente a esta realidad y a organizarse para cambiarla, si es
necesario, de manera radical y esto solo se da en la acción política.

Pero esto nos habla ya de la posibilidad de salidas viables al problema de la alienación social y la
enajenación mental cuando una filosofía de trabajo, armada metodológicamente puede ser capaz
de instrumentalizar al operador social con una técnica que apunte a favorecer la integración
colectiva, a la ruptura de las disociaciones, a la de-construcción de las alienaciones individuales,
grupales, institucionales y comunitarias y en esto consiste la labor permanente de los llamados
procesos correctores.

Sin estas circunstancias no hay adaptación activa, ni mecanismos yoicos o sociales capaces de
lidiar con los aspectos más temidos de lo que causa la pobreza en un primer momento: la
enfermedad; los grupos recurren a un mecanismo que en la evidencia, opaca el proceso
deshumanizante en curso, al no poder realizar una praxis integradora que favorezca la aceptación
de la realidad que se omite (el sufrimiento humano compartido), se niega toda posibilidad dialéctica
de superación del conflicto: se lucha por un cambio del sistema explotador, no en la sustitución de
unos explotadores por otros explotadores.

Los procesos correctores, son una forma particular de praxis construida específicamente por
aquellos que piensan como el filosofo, que “llevar a una masa de hombres a pensar
coherentemente y de modo unitario el presente real y efectivo es un hecho ‘filosófico’ mucho más
importante y ‘original’ que el descubrimiento por parte de un ‘genio’ filosófico de una nueva verdad
que se convierte en patrimonio exclusivo de pequeños grupos intelectuales” (Gramsci, A. 1970:14)

A diferencia del abordaje “terapéutico” de la ciencia positiva que sigue pensando que la
enfermedad mental es objetivable como trastorno funcional del cerebro o de algunas de sus
“zonas”, Pichon entendió desde muy temprano la falacia de la visión mecanicista de la psiquiatría
tradicional.

Ejerciendo una práctica institucional, pudo captar la función alienante del sistema social adoptado
para el “tratamiento” del diferente, del loco, del paria social, la institución “fijaba” y reproducía a la
enfermedad y la alienación, y no solo desde la medicación, sino fundamentalmente desde sus
mecanismos sociales: prejuicio, ignorancia, encierro, aislamiento, etiquetamiento, sumisión,
culpabilidad, castigo, incomprensión, sanciones, humillación y denigración humana, sadismo,
abuso del poder, abyección, etc.

Pichon planteó que “toda corrección de un proceso se logra a través de la explicitación de lo


implícito; ello requiere de una psicología dinámica, histórica y estructural. Esta concepción coincide
con la que en el plano económico social distingue una superestructura de una infraestructura y
ubica la necesidad como el verdadero impulso motor” (1976: 106). Lo primero que debió hacer la
psicología social como praxis, fue impulsar el interjuego dialéctico de todos estos pares de
términos, y uno de sus pilares fue el recurso a la disciplina psicoanalítica, poco comprendida por el
ambiente cultural de la izquierda europea en las décadas de los treinta a los cincuenta.

Si la sociología marxista y la teoría del cambio social revolucionario se desarrollaba en varios


frentes, no sucedió lo mismo con la teoría del sujeto social, reducido solo a agente económico y
político que “debe” realizar la revolución a través de la transformación radical de las estructuras
económicas y la toma del poder político.

El ser humano se va construyendo en una praxis social, en un primer momento a través de la


crianza y la “primera” educación, trayecto que debe seguir como paso para ingresar a la cultura, en
la aceptación de la ley de la convivencia humana, reconocimiento de los límites que marca la
libertad del otro. En este proceso el sujeto se construye y se autoconstruye a través de la relación
entre su mundo interno y el mundo externo, y la dimensión afectiva se descubre como función
hegemónica en esta etapa de la existencia social, ya que mas allá de la necesidad biológica, que
hay que satisfacer en su nivel correspondiente, el sujeto se produce-descubre como ser de deseo,
como ente subjetivo.

Es desde este “desprendimiento” y reconfiguración de la necesidad como deseo subjetivo, que el


niño armará sus esquemas de pensamiento y acción para establecer con la realidad una serie de
intercambios que le permitirán su instrumentación técnica en función de adaptarla o de
acomodarse a sus fines e intereses. El proceso a seguir transita el camino del ensayo y error,
hasta alcanzar las formas más evolucionadas que desarrolla un proceso dialéctico, en el que la
estructura mental intenta la aprehensión del mundo para una transformación más efectiva y real del
mismo. El método del ensayo y error da paso a la reflexión de la experiencia, ahora se teoriza para
“recordar” y “no repetir” (Freud, S., 1973)

La reflexión sobre los efectos de la intervención sobre el mundo revierten en el sujeto de la acción,
que haciendo uso de los procesos de ratificación o rectificación, modifica sus marcos de referencia,
sus esquemas teóricos y los modelos mentales que ha construido enriqueciendo su subjetividad a
través de la experiencia, desarrollando cada vez más una conciencia crítica ante el mundo social y
humano.

Es en este sentido que el sujeto se construye a sí mismo en el rejuego de intercambios que son
producidos por su actuar reflexivo con el mundo social, y en la relación que mantiene con los otros
hombres; y es que el sujeto por definición es social en la medida en que es relacional, que en un
primer momento son vínculos afectivos que remiten a la construcción del nicho ecológico en el que
el individuo se va conformando a través de un proceso de internalización subjetiva de esos
vínculos establecidos por los padres, así, el mundo social no solo es externo sino interno,
organizado como reflejo interno de la experiencia intersubjetiva con sus cuidadores.

Es en estos avatares y en ese proceso de internalización de “lo social” donde las fallas afectivas,
de sostén físico y emocional, de desarrollo de una confianza básica pueden aparecer y dejar
huellas, rastros y marcas que pautarán disposiciones en el sujeto, sea hacia una adaptación pasiva
y alienada al ambiente social imperante, o lo llevarán a adoptar una adaptación activa y crítica que
posicione al sujeto de manera más favorable ante el embate de los procesos alienantes de una
sociedad orientada a la competencia egoísta y al ascenso social individualista, expresión del
fomento de sujetos enclavados en un narcisismo encerrante, sin sentido humano y colectivo.
Se promueve un modelo “correcto” de relaciones que inducen a cuidar la forma olvidando el
contenido, se intenta que los sujetos queden satisfechos o por lo menos acepten las formas
injustas de relaciones económicas, políticas, culturales, ideológicas, al transmitir la idea de que “es
cierto que es así, pero nada se puede hacer y no nos es dable cuestionar el poder que sostiene e
induce estas formas y las fuentes de las cuales abreva”, la expresión más acabada, como objetivo
de la dominación es lo que en psicopatología se conoce como el individuo esquizoide.

Grupos Operativos y Procesos Correctores.

En algunas latitudes se trabaja con la técnica de grupos operativos en la modalidad del grupo
reflexivo. En el grupo operativo, la diferencia de roles, condiciona la percepción y la visión de los
sujetos de lo que pasa en el grupo; ubicado en la posición de coordinador, el operador psicosocial
accede a esa posición por una verticalidad que incluye un ecro (el esquema conceptual, referencial
y operativo) con el cual piensa y opera, pero es un ecro que lleva las marcas de algunas
experiencias grupales que le sirven de referente empírico, a la vez que de experiencia reflexionada
y trabajada por el mismo ecro: teoría y experiencia instrumentalizan la praxis.

Aunque un participante y el coordinador comparten “la misma” experiencia grupal, se ha


mencionado que si se entrevista a ambos “actores”, cada uno hablará de cosas muy distintas, ya
que uno está como participante y otro como coordinador del grupo, y esta diferencia de roles o
funciones condiciona enormemente lo que ambos puedan decir de una reunión grupal.

Hay aquí, toda una idea acerca de la actividad humana, que no aparece conceptuada como
conducta o comportamiento sino como praxis. Toda acción humana, como tal, está sometida a una
“legalidad”, en función de fines u objetivos, nada se hace porque sí, porque “se le ocurre” a alguien
hacer. Todo sujeto es sujeto de una multiplicidad de actos, que se produce en un contexto socio-
histórico, por lo que sujeto y medio se condicionan recíprocamente, y en esta interacción el acto
humano tiene (al menos) un sentido que se elucida a través de su significación social y afectiva,
dando cuenta de ello una razón que va más allá de la intención consciente o del acto instrumental y
utilitario.

La experiencia en grupos, como participante, luego como coordinador de grupos, nos ha permitido
entender y asumir el problema fundamental del diálogo, de la comunicación, de las relaciones
humanas, de los vínculos, del pensar juntos, del co-operar, del empatizar con el otro, de la
capacidad de comprenderlo, pero también vemos las dificultades y obstáculos que se yerguen para
impedir estas prácticas, sea por una dificultad más propiamente subjetiva, sea por la hegemonía de
la distorsión que impone el imaginario social dominante para bloquear cualquier intento de
construcción de espacios donde sea posible el diálogo, o para impedir que aquellas prácticas
alcancen su realización.

El diálogo acá es posible, cuando se es capaz de entenderlo en amplitud a la vez que en


profundidad, no es lo mismo hablar que dialogar. En esto, los aportes al análisis riguroso del
diálogo, de Paulo Freire (1970: 100-101) son minuciosos. “La existencia en tanto humana no puede
ser muda, silenciosa, ni tampoco nutrirse de falsas palabras sino de palabras verdaderas (o
“plenas” diría Lacan), con las cuales los hombres transforman al mundo. Existir humanamente es
‘pronunciar’ el mundo, es transformarlo. El mundo pronunciado a su vez, retorna problematizado a
los sujetos pronunciantes, exigiendo de ellos un nuevo pronunciamiento.

Los hombres no se hacen en el silencio, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la


reflexión. (…) El diálogo es una exigencia existencial. Y siendo el encuentro que solidariza la
reflexión y la acción de sus sujetos encauzados hacia el mundo que debe ser transformado y
humanizado, no puede reducirse a un mero acto de depositar ideas de un sujeto en el otro, ni
convertirse tampoco en un simple cambio de ideas consumadas por sus permutantes”.
Y es que con la palabra se objetiva el mundo, a la vez que el sujeto emerge de él, para distanciarse
y tomar conciencia de su ser sujeto de la palabra y del diálogo con el otro, ya que el otro se vuelve
impulsor de mi decir, el que gira sobre el mundo y sobre los demás hombres.

Me parece que la psicología social es una de las formas privilegiadas en que se realiza el diálogo
como praxis. Y es que la psicología social toma como objeto de estudio no al sujeto sino a la
relación o el vínculo entre sujeto y estructura social, y el vínculo puede entenderse como un
proceso en marcha que sigue los meandros de una “espiral” en desarrollo incesante.
Parangonando a Einstein, “el vínculo ni se crea ni se destruye, solo se transforma”, generando
formas inéditas, bizarras, mutantes, extrañas, originales, místicas, subterráneas, oscuras,
siniestras, anormales, alienantes, creadoras, innovadoras o revolucionarias de relaciones sociales
y humanas.

Los procesos correctores así, no hacen sino expresar que el psicólogo social se inscribe, lo quiera
o no, en el amplio campo de la praxis, por lo que tendrá que vérselas con un cúmulo de
“realidades” que es necesario y urgente modificar o transformar, tal y como lo plantea Mitscherlich,
por un proceso de “acomodación activa”, “forzando” al mundo social a reconocerse como proceso y
no como un mundo natural que está detenido en el tiempo histórico social. Tenemos claro que el
técnico no es el sujeto del cambio social, sino un actor particular o singular que facilita y favorece
los cambios, como tal, asiste y participa de la experiencia en los procesos de cambio individual,
familiar, grupal, social o comunitario, como un acompañante, testigo, promotor, a la vez que sostén,
soporte y facilitador, enfocado a visualizar las fallas, las dificultades, los desajustes y los
necesarios errores en la ejecución de las transformaciones sociales.

No se puede investigar la realidad sin una acción reflexiva, crítica, que permita actuar ante el
“diferente” como otro que habla del mundo que yo comparto pero en un “registro” distinto, que de
alguna forma expresa por mí lo que yo acallo y dejo en las sombras, expresión de una sociedad
que sumida en la alienación económica, no tiene otro fin que descubrirse en los objetos fetiches
que satisfacen la banalidad del momento, pero dejando un vacío que ya ni un humano llena, debido
a que el vínculo con él se establece sobre la base de la ley del mercado, y no sobre el auténtico
encuentro entre humanos: implicación y distancia, es la “fórmula” de Enríquez (1999-2000) para
poder integrar la alteridad y la otredad. Reconocimiento radical de su alteridad, pero presencia
siniestra que encubre su carencia, necesaria para descubrir su humanidad y no una forma u objeto
inerte, o un jeroglífico intraducible, y en el peor de los casos, un dispositivo mecánico.

Una práctica antidialéctica en el campo de las ciencias humanas resulta devastadora para todo
aquel que “cae” en sus redes. Ahí no hay procesos correctores, sino cosificación de humanidades,
incomprensión de sufrimientos; disciplinamiento de los actos y de los cuerpos; negación de la
condición humana; nulificación de la comunicación; perversión de la técnica y descarga superyoica
del sadismo en toda su amplitud debido a la impunidad que fomenta el sistema a través de una
justicia ciega y muda, cuando se pone al “servicio” de los pobres y vulnerables.

Pero esta no es más que la expresión manifiesta del maniqueísmo de la mente del “sabio”, o mejor
del “fanático” de la objetividad y la neutralidad científica. La psicología como praxis, solo puede ser
identificada como aquella que ve al sujeto como ser histórico, con una historia que lo condiciona
pero no lo determina, que su historia es a la vez presente (aunque no consciente); aquella en que
la comprensión del sujeto es integral, dinámica, porque el sujeto es producto de una praxis de
relaciones psicoafectivas, pero a la vez de la praxis social más amplia.

Pichon entiende la visión más totalista que se puede lograr cuando, tomando la metodología
psicoanalítica (Ramírez, S. 1975) para “leer” la historia de un sujeto (su verticalidad), es capaz de
entramarlo con la situación grupal (la horizontalidad), que le aportan sus propios desarrollos y la
dinámica de grupos de Lewin (Deutsch y Krauss, 1976).

Psicología Social y Psicoanálisis.


Por lo dicho, debemos entender que uno de los pilares de la psicología social en la que fundamos
nuestra praxis es el psicoanálisis freudiano, que se complementa con la metodología dialéctica, y la
teoría del campo de K Lewin y el estudio de los roles de G.H. Mead (Schellenberg, G.1981).

De hecho, Pichon desarrolla esta visión sociodinámica de la enfermedad mental, cuando logra
establecer que la alienación o la locura de un sujeto no es sino el emergente psicosocial de un
fenómeno grupal o institucional, si entendemos a la familia como la institución básica de la
sociedad en este sistema económico; pero Pichon tiene claro que su análisis va mas allá del
estudio del grupo familiar, situándolo en la relación entre familia y sociedad.

Por último, quiero indicar hacia donde apunta la cuestión de los procesos correctores; si estos son
vistos como una de las formas privilegiadas de expresión de la praxis, se debe a que esta última
solo podrá realizar su labor humana y social en el proceso de perfeccionamiento de lo humano, en
su inacabamiento. Lo humano en nosotros aparece como lo subjetivo, como la estructuración
subjetiva que podemos objetivar como la conciencia de ser en el mundo, de nuestra inserción él.
Veamos desde la praxis si puede entenderse la forma en cómo el método dialéctico es puesto a
trabajar. Recordemos por ejemplo, una de las leyes de la dialéctica, ya que entendemos a esta
como el método más idóneo para el conocimiento y la transformación de la realidad material y
humana.

El movimiento o el cambio se produce por la lucha de contrarios, que aparecen como pasos del
proceso evolutivo, así tenemos: tesis, antítesis y síntesis de una de las leyes dialécticas en el decir
de Politzer, G. (1976), pero recreadas de una manera novedosa en el campo de la operación
psicosocial. Para Pichon la unidad de trabajo la constituyen: “el existente (tesis), la interpretación
(antítesis) y el nuevo emergente (síntesis)” (op cit. P. 288), que da una nueva cualidad a la
experiencia grupal.

Para Almeyda, C. (1975: 132) “la unidad de análisis en la praxis es un acto humano teórico-
práctico. Es una toma de conciencia y una toma de posición al mismo tiempo”, es decir, la toma de
posición se traduce en una reformulación subjetiva del pensamiento, a la vez que al conocer la
realidad se toma partido (en sentido gnoseológico, social, político) en función de la congruencia
que inspira justamente la praxis.

Para Pichon, el término “esquema conceptual, referencial y operativo” (Ecro) hace referencia y
describe con precisión la subjetividad humana. Define al Ecro, “como un conjunto organizado de
conceptos generales, teóricos, referidos a un sector de lo real, a un determinado universo de
discurso, que permitan una aproximación instrumental al objeto particular (concreto). El método
dialéctico fundamenta este Ecro y su particular dialéctica”.

En otras palabras, no se puede aplicar el método dialéctico desde una subjetividad que no esté
armada y construida dialécticamente, por lo que la forma pensada para el ecro es metacognitiva,
es decir, lo primero de lo que debe ser consciente el sujeto de la praxis es que actúa desde un ecro
consciente de sí mismo, que su ecro debe incluir una teoría de la “realidad social”, pero a la vez
una teoría que dé cuenta de la forma en que se la usa desde la estructura subjetiva, y en este
sentido la dialéctica se realiza en este intercambio entre subjetividad y objetividad, reconociendo
que la subjetividad puede alcanzar grados altos de objetividad cuando construye en su interior un
modelo teórico muy cercano al objeto de conocimiento.

Si el proceso corrector, como proceso dialéctico corrige algo, no es sino la estructura subjetiva
como instrumento mental que requiere modificaciones, cambios o reconfiguraciones en sus
elementos para rectificar los aspectos en los que se ha encontrado un desajuste perceptivo que
impide una observación más veraz de la realidad estudiada, pero esto solo se logra después de la
práctica real y efectiva en y sobre la realidad investigada.

Es decir, esta subjetividad solo puede ser modificada a condición de mantener una apertura, de
mostrarse accesible a lo que el estímulo externo suscita en ella, aún a costa de reconocer que su
idea de las cosas no era muy acertada o francamente errónea, pero esto tiene otro sentido, ya que
asumir los efectos aleccionantes de la realidad permiten que la subjetividad se operativice para un
mejor manejo de ella, sosteniendo así esa actitud de actividad ante el medio (acomodación activa
de Mitscherlich; adaptación activa de Pichon), y no de pasividad forzada por las circunstancias.

La praxis es una categoría filosófica, que en la psicología social se trasmuta en una metodología
de trabajo de la disciplina social, la operación correctora expresa los efectos de la praxis en su
dimensión heurística, solo se conoce el mundo objetivamente desde la praxis, pero en este
caso no solo se trata del mundo objetivo sino del mundo subjetivo, el de los vínculos, y en el nivel
intersistémico e intrasistémico, y para ello era necesario dilucidar las leyes dialécticas del pensar,
el actuar y el sentir, en su mutua relación y la forma en cómo se operativizan al contacto con la
realidad para transformarla.

Pichon pasó del psicoanálisis a la psicología social, a partir del reconocimiento cada vez más firme
de que nada hay en el sujeto social que no sea el producto de relaciones sociales, y que lo hay que
hacer es aplicar en el análisis social el método dialéctico en función del conocimiento del ser
humano y de los fenómenos que lo condicionan y determinan, aunque este análisis toma el cariz
de una intervención donde sujeto y mundo se recrean en un juego reciproco de influencia mutua.

Este proceso no está exento de contradicciones, más bien ellas son la “esencia” que fundamenta la
intervención psicosocial: no hay salud que no contenga el germen de la enfermedad; no hay sujeto
que no provenga de un grupo: no hay historia sin presente; no hay alienación social que no genere
la posibilidad de la liberación ideológica y política a la vez, y por último, no hay subjetividad sin
psiquismo, ni psiquismo sin subjetividad.

El elemento de análisis es el concepto de vínculo, una forma de entender el lazo social que se
establece en el contexto de las relaciones sociales, cuando en los procesos de interacción,
humana los sujetos son capaces de crear internamente una imagen del nicho ecológico
fundamental en el que se desenvuelven, nicho poblado de otros sujetos que realizan el mismo
proceso en las modalidades que dicta su singularidad actual.

Las relaciones humanas no solo son relaciones sociales, sino psicosociales, el factor individual
juega su parte en los vínculos, entramando en una Gestalt que se construye y se reconstruye de
manera permanente, la dialéctica que se da entre verticalidad y horizontalidad, el líder es un
emergente que siendo individual y generando su opuesto, condiciona de manera eficiente y
efectiva el clima emocional del conjunto social, en la singularidad cabe el otro generalizado.

De este modo, la teoría de la praxis recibe desde el psicoanálisis una serie de aportes invaluables
que refuerzan una visión dialéctica de la naturaleza, del mundo y de los fenómenos humanos, es
necesario resignificar lo que el psicoanálisis aporta en función operativa en los sectores en que es
necesario incidir para transformar prácticas alienantes, des-subjetivadoras y cosificantes del
fenómeno humano.

Pareciera que el único decir se experimentara de esta forma: el cambio empieza por nosotros, en
nuestros pequeños mundos en que nos movemos, en el compromiso y la implicación individual y
grupal, en las nuevas e inéditas formas de relación de pareja y de nichos sociales generadores de
nuevos seres humanos. Cada espacio debe ser peleado, arrancado a la enajenación, en cada
hogar, en cada escuela, en cada vínculo, ya que la ideología de la opresión y el sometimiento se
recrea a través de los intercambios humanos que se producen en la cotidianidad de la vida social.

El monstruo neoliberal atado a la realidad de la vida terrena, no es un ente metafísico, lleva,


arrastra y produce su contrario, está sometido a las leyes humanas, y una conciencia cada vez
más lúcida entiende que los tiempos cambian, la vida cambia y requiere que las luchas por la
liberación y contra la opresión económica, política e ideológica, adquieran y se rehagan con las
armas de un pensamiento crítico, que redefina el uso de los fetiches mercantiles y tecnológicos
producidos por el mercado, en instrumentos analizadores de una transformación social urgente y
necesaria que se genera en la participación social, real y/ o virtual

Pero por alguna razón que se mantiene desde la noche de los tiempos, el descubrimiento de la
democracia como alternativa a otras formas de “régimen” social, se desliza sobre el grueso de la
población como un destino y no como un sino, contrasentido si aceptamos que desde su raíz, el
término significa gobierno del pueblo, ¿será que aquellos troquelados humanos en la praxis de
crianza no son acordes a las nuevas formas sociales de democracia, donde ya no habría
“esclavos” que justificaran la existencia de relaciones asimétricas y de opresión social?

Mientras no se produzcan y se construyan métodos, técnicas, sistemas, dispositivos, mecanismos


de participación, mientras los individuos no contribuyan mediante su “acomodación activa” en las
cuestiones que les atañen, su vida navegará como una barca sin rumbo en el río de la vida social,
y en muchos casos podría ser apacible y llevadera, pero a riesgo de que lo que está más allá del
borde de lo cotidiano, un día cualquiera se precipite y arrase sin más con lo existente.

Los tiempos que vivimos están alejados de las nobles utopías y de los paraísos terrenales
asentados en una filosofía de la naturaleza como edén, capaz de dar reposo a los espíritus
sensibles del mundo. La condición de existencia de lo natural, deriva de su protección, forma de
construir desde lo humano el posible nicho ecológico que se mantenga como recurso social, como
hábitat, e incluso como nicho económico. Apenas estamos en la fase de construcción de esta
cultura, pero falta echar las cimientes de muchas más. Dice Calvez, J.Y. (1999: 110) “Ciertamente
es urgente, y en todas partes, insistir en la elevación del nivel cultural de todo el pueblo en la línea
de una cultura que permita, entre otras cosas, comprender precisamente los problemas -…- que
comprometen vitalmente a las sociedades contemporáneas”.

Una cultura de participación solo es posible desde nuestro campo, en la estrategia del trabajo con
agentes o instituciones clave que tienen presencia y cobertura amplia en las zonas urbanas y
suburbanas, en los barrios y en las comunidades más alejadas de los centros periféricos. La
información es un arma de lucha, y cuando los colectivos carecen de ella por largo tiempo, están
sujetos a la ignorancia de lo que les compete, se encuentran des-instrumentalizados y sus
energías desfallecen en los intentos de sobrevivencia, pero no de proyectos, viven pero no
participan, no hay creación sino un autoconsumo estéril. Los procesos de pauperización arrastran
consigo la pobreza, la exclusión social, la falta de incentivos y apoyos externos que se esfuman,
cuando el medio no ofrece “garantías”, imposibles de cumplir por los ciudadanos y los grupos más
vulnerables.

Pero esta condición, no es un estado, sino producto de un proceso consciente y sistemático


sustentado y llevado a cabo por la élite del poder mundial; esta, a través de sus portavoces más
notorios, asumió un discurso reiterativo de fundar un Nuevo Orden Mundial, expresado en los
lineamientos del poder imperialista de occidente: implantar a través de la fuerza militar, política y / o
“diplomática” el sistema neoliberal, basado en la economía del libre mercado, cuya característica
es: instaurar políticas internas y externas que favorezcan el capital financiero en detrimento de la
productividad, que ahonden las diferencias entre pobres y ricos y conviertan a los países
dependientes en el patio trasero de las economías “fuertes”, generando la exclusión social de
masas enormes de población, apostando por su aniquilación a través del hambre y la miseria.

Dice Pichon, que la pobreza está en la base de la inseguridad vital y también existencial y hacia
allá arrastra como un tsunami económico la sociedad del mercado neoliberal, generando sujetos
afectados en su confianza básica, con baja autoestima como efecto de un narcisismo vapuleado
por la miseria, la agresión, la violencia en sus múltiples formas y el abandono afectivo:“la pobreza
será la primera causa de enfermedad, y la falta de proyecto, la primera condición de enfermedad
mental”, dice C. Moise (1998: 71)

El sistema neoliberal ha generado sin desear, en el espectro del marketing y los gadgets, la
revolución de las conciencias; el fin de la historia proclamado por sus voceros ha reinventado la
historia sin fin, revalorizando la actividad humana como praxis y en esto, la psicología social tiene
todavía mucho por decir, por sentir, pero sobre todo por hacer, en el gran proyecto de la
transformación del sistema planetario, para el hombre y no para la economía, para las mayorías y
no para un puñado de egoístas que han perdido el sentido de realidad.

Referencias bibliográficas.

Almeyda, C. (1976) Sociologismo e ideologismo en la teoría revolucionaria. México, Editorial del


Fondo de cultura económica.
Althusser, L. (1967) La revolución teórica de Marx. México, Siglo XXI editores.
Basaglia, F. et al. (1975) Los crímenes de la paz. México, Siglo XXI editores.
Bauman, Z. (2007) Vida de consumo. México, Fondo de Cultura Económica.
Bernard, M. (2006) El Trabajo psicoanalítico con grupos pequeños: Buenos Aires, Lugar editorial.
Castilla del Pino, C. (1969) Psicoanálisis y Marxismo. Madrid, Alianza editorial.
Chalmers, A. (1982) ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Madrid, Siglo XXI editores
Deutsch y Krauss (1976) Teorías en psicología social. Buenos aires, Editorial Paidós.
Enríquez, E. (2000) Implicación y distancia. En www.psicosocial.geomundos.com recuperado en
2011.
Freire, P. (1970) Pedagogía del oprimido. Bogotá, Siglo XXI editores.
Freud, S. (1973) Recuerdo, repetición y elaboración. Tomo II. Madrid, Biblioteca nueva.
Gramsci, A. (1970) Introducción a la filosofía de la praxis. Barcelona, Ediciones Península.
Pichon Rivière, E. (1960-a): Empleo del Tofranil en psicoterapia individual y grupal. En Del
psicoanálisis a la psicología social, Buenos Aires, editorial Galerna.
Pichon Riviere, E. (1960-b). Tratamiento de grupos familiares: psicoterapia colectiva. Op cit. Pp.
189-199).
Pichon Riviere, E. (1963) Prologo al libro de F.K. Taylor “Un análisis de la psicoterapia grupal” op
cit. Pp 251-257.
Pichon Riviere, E. (1964) La noción de tarea en psiquiatría. Op cit. Pp 57-62
Pichon Riviere, E. (1965) Grupos operativos y enfermedad única. Op cit. 277-298
Pichon Riviere, E. (1965-66) Grupos familiares: un enfoque operativo. Op cit. Pp 201-213
Pichon Riviere, E. (1969-a) Grupo operativo y modelo dramático. Op cit. Pp 299-307.
Pichon Riviere, E. (1969-b) Estructura de una escuela destinada a la formación de psicólogos
sociales. Op cit. Pp 309-323
Politzer, G. (1976) Cursos de filosofía. México, Ediciones de cultura popular.
Ramírez, S. et al (1975) Primer Coloquio Nacional de Filosofía. Morelia, Michoacán, México.
Schellenberg, J. (1981) Los fundadores de la Psicología social, Madrid, Alianza Editorial.
Touraine, A. (1997) ¿Podremos vivir juntos? México, Fondo de Cultura Económica.
Zito Lema, V. (1976) Conversaciones con Enrique Pichon Riviere, Buenos Aires, Timerman
ediciones.

Das könnte Ihnen auch gefallen