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Kultur Dokumente
de los
inmigrantes
Simposio preparado para la Unesco
por ]a Asociación Internacional de Sociología
y la Asociación Internacional de Ciencias Económicas
Relator General:
Profesor Osear Handlin (AIS)
Relator económico
Profesor Brinley Tilomas (AICE)
Relatores nacionales
Osear y Mary Handlin (Estados Unidos de América)
Julius Isaac (Reino Unido), W.D. Borrie (Australia)
Emilio Willems (Brasil), George Hechen (Argentina)
Unesco
P O B L A C I Ó N Y C U L T U R A
Publicado en 1955 por la Organización de las
Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
19, avenue Kléber, París 16e
Impreso en los talleres de Firmin-Didot.
Introducción 11
Parte primera: Estudios nacionales
Introducción 177
L a experiencia de los E s t a d o s Unidos de América. . 179
A u s t r a l i a : u n caso de rápido desarrollo . . . . 188
L a reciente experiencia de la G r a n B r e t a ñ a . . . 194
Conclusión 199
Conclusión 205
I N T R O D U C C I Ó N
12
su naturaleza se modificaría por sí sola para adaptarse a la manera de vivir
de la región en que se estableciera.
Pero si tanto el hombre como la cultura son nacionales, no es tarea fácil
para una persona imbuirse de una cultura o eliminarla. Por su misma
naturaleza, unos hombres son menos adaptables que otros a determinadas
culturas; el mero hecho de trasladar a un polaco a Norteamérica, no lo
convierte automáticamente en un norteamericano. Así se explica que se
planteara el problema de saber si una inmigración, aun siendo positiva
desde el punto de vista económico, no supone excesivos sacrificios desde el
punto de vista cultural. Las adaptaciones culturales impuestas en tales
circunstancias pueden entrañar demasiados riesgos, tanto para los inmi-
grantes como para los países en. que se establecen.
Estas cuestiones encierran cierta gravedad aun para aquéllos que no
comparten los extremismos de la concepción nacionalista. La experiencia
nos ha enseñado que el hombre no es una pizarra en que el medio ambiente
inscribe una cultura que fácilmente puede ser borrada para inscribir otra
nueva. La familia, la herencia cultural, el contexto social en que vive dejan
en su carácter, cultura y personalidad profundas huellas que no desapa-
recen por un simple cambio de residencia. No hay necesidad de abandonar
la creencia básica en la fraternidad humana para reconocer la importancia
de tales distinciones.
No por reconocer la realidad de tales diferencias tenemos por qué negar
su capacidad de cambio. La historia de los dos últimos siglos está llena de
ejemplos que ilustran la habilidad de hombres de los orígenes culturales
más diferentes para convivir y cooperar en paz de un modo activo y
positivo. Lo esencial es saber cuándo, cómo y en qué circunstancias se logra
esa armonía, qué efectos se derivan del contacto de culturas distintas y qué
contribución positiva pueden aportar los inmigrantes a los países en que se
establecen.
El presente coloquio se ha planteado esos problemas. Sobre todo en las
circunstancias actuales, cuando las poblaciones más sujetas al fenómeno
de la migración tienen orígenes culturales muy diversos, convendría que,
al organizar futuras inmigraciones, se tuvieran en cuenta las relaciones
culturales a que pueden dar lugar. Los compiladores del presente estudio
esperan que será de utilidad a ese respecto el análisis comparativo de las
diversas respuestas que se han dado a las cuestiones antes indicadas en los
Estados Unidos de América, en el Reino Unido, en Australia, Argentina y
Brasil.
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P A R T E P R I M E R A
Estudios nacionales
C A P Í T U L O I
INTRODUCCIÓN
EL PERÍODO 1815-1914
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de América unos 35 millones de personas procedentes de casi todas partes
de Europa. La inmigración se bizo en tres largas oleadas, cada una de las
cuales duró aproximadamente unos 40 años, con un número de inmigrantes
cada vez superior al de las precedentes1. Se inició con inmigrantes de la
zona extrema del occidente europeo, de Irlanda y el Reino Unido y,
gradualmente, fue extendiéndose hacia el Este, por los países de la Europa
Central hasta llegar a Rusia, los Balcanes y el Asia Menor 2. En esa ingente
masa humana se contaban también algunos grupos aislados de orientales.
Pero la nota característica de la migración en ese período fue el ser movi-
miento libre de personas, casi sin fiscalización alguna por parte de los
países que abandonaban o de aquéllos a donde iban llegando y, sin casi
ayuda ni subsidio de ningún género, movimiento realizado casi única-
mente por personas o familias aisladas.
En tales condiciones, la adaptación de los recién llegados daba muchas
veces una impresión de pura anarquía. Los aspectos generales del proceso
quedaban algún tanto imprecisos, por la inexistencia de todo plan previo
y por los resultados heterogéneos del proceso. Sin embargo, pueden
señalarse las líneas fundamentales de la contribución cultural de los
inmigrantes, y relacionar esa contribución con las características previas
que distinguían a los recién llegados, con el estado de la economía y la
estructura cultural norteamericana.
A pesar de la diversidad de sus lugares de origen, en general los inmi-
grantes eran predominantemente trabajadores. Eran campesinos desa-
rraigados de su suelo por las grandes transformaciones que experimentaba
la agricultura europea de aquel período o artesanos desplazados, a su
vez, por la conversión de la artesanía en industrias fabriles. A ellos venían
a unirse otros grupos sociales: comerciantes y capitalistas atraídos por
las nuevas oportunidades de inversión; intelectuales y emigrados políticos
atraídos por las instituciones democráticas del país y gentes como judíos
y armenios cuya experiencia económica era distinta pero que se incorpo-
raban a la corriente de emigración que se producía en los pueblos donde
vivían. Hacia fines del siglo xix, aparecieron entre los inmigrantes algunos
trabajadores de fábricas, especialmente durante los años en que la pro-
ducción sufría menos los efectos de la depresión en Norteamérica que en
Europa. Fuera de esos grupos, la inmensa mayoría de los emigrados eran
trabajadores no calificados o artesanos y agricultores cuyos conocimientos
y destreza profesional les sirvieron de muy poco en la emigración3.
1. Véase cuadro 1.
2. Véanse las cifras estadísticas en Historiad Statistics of the United States, pág. 33 y
siguientes.
3. Es difícil obtener cifras exactas, tanto porque no se dispone de estadísticas fehacientes
como porque los mismos inmigrantes no indican claramente su piopia condición. El
cuadro 2 presenta los datos correspondientes al final del período. Otras, cifras podrán
encontrarse en el Repon de la U. S. Immigration Commission, Washington, 1911, vol. I,
pág. 100, que va hasta el año de 1910, y en los informes anuales del Commissioner
General of Immigration en lo que respecta a fechas posteriores.
18
Este enorme desplazamiento de población se produjo durante un período
de rápida expansión territorial y económica que alteró profundamente
todos los aspectos de la vida en los Estados Unidos de América. Al comienzo
del siglo de la inmigración, los asentamientos en territorio norteameri-
cano se reducían a una estrecha franja de tierra situada entre el Atlán-
tico y los montes Alleghanys. A fines de siglo se habían extendido hasta
el Pacífico y a cierto número de islas de ese océano. En 1820, los Estados
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europea, ni de la cultura de Europa en su conjunto, sino como una nación
nueva en pleno proceso de evolución. Puesto que su cultura no tenía
su forma definitiva sino que se iba forjando paulatinamente, no conside-
raban inalterables las líneas fundamentales que entonces la caracteriza-
ban, sino que veían en ellas un mero precedente de lo que podía ser lo
porvenir.
En consecuencia, dieron la mejor acogida a cuantas contribuciones
venían a moldear ese porvenir, fuese cual fuese su origen. Casi en los
comienzos de ese período había podido decir Ralph Waldo Emerson:
«La energía de irlandeses, alemanes, suecos, polacos y cosacos, de todas
las tribus de Europa... forjará una nueva raza, una nueva religión, un
nuevo Estado, una nueva literatura, que serán tan vigorosos como la
nueva Europa que salió del crisol de la alta edad media.1 » Y casi al tér-
mino de dicha era, C.W. Eliot expresó el mismo pensamiento en términos
muy similares 2.
Peones 26,4
Trabajadores del campo 25,1
Oficios 22,0
Profesiones liberales 2,6
Otras ocupaciones 24,0
Sin ocupación . —-
1. Como fuente de este cuadro y explicación de sus datos, véase H. V. Jerome, Migration
and Business Cycles, Nueva York, 1926, pág. 45 a 47.
1. R. H. Gabriel, Course of American Democratic Thought. Nueva York, 1940, pág. 45.
2. C. W. Eliot, American Contribution to Civilizalion, 1897, pág. 30.
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norteamericana1. Con ellos llegaron también numerosos artesanos que
proporcionaron en los primeros tiempos la mano de obra necesaria. Entre
otros muchos podríamos citar como ejemplos típicos el de los inmigrantes
ingleses especializados en la industria textil, el de los alemanes que intro-
dujeron las técnicas de producción del vidrio y de fabricación de la cer-
veza, el de los inmigrantes franceses conocedores de la industria del
encaje. Sin duda alguna, tales contribuciones sirvieron de estímulo2.
Sin embargo, vistas con una perspectiva más amplia, las contribuciones
económicas más características de los inmigrantes fueron de otro orden.
En su gran mayoría, vivieron como trabajadores no calificados. No dispo-
niendo de capital y no bailando empleo en su oficio, pasaron a engrosar
la reserva de mano de obra que se había ido concentrando en las ciudades.
La creación de reservas de mano de obra dispuesta a trabajar a cualquier
salario tuvo una importancia decisiva, ya que los Estados Unidos de
América, como país nuevo, habían adolecido siempre de falta de mano
de obra. Esa nueva aportación de mano de obra no calificada hizo posible,
a partir de 1830, el rápido desenvolvimiento industrial de la nación.
Esos inmigrantes fueron la mano de obra que construyó las vías de
ferrocarril y los sistemas nacionales de comunicación. Ellos fueron quienes,
en la industria de la construcción, edificaron las grandes ciudades, con
sus viviendas, calles y servicios públicos. Y los inmigrantes fueron los
proletarios que manejaron las máquinas de las nuevas fábricas cada vez
más numerosas. Gracias a ellos, la industria norteamericana pudo desa-
rrollarse y competir con éxito con empresas prestigiosas de Europa. Pero
los Estados Unidos lograron hacerlo sin pauperizar a la población, con-
tando así con la doble ventaja de disponer de una mano de obra barata
y de mercados que seguían extendiéndose al mismo tiempo que aumen-
taba la prosperidad de la población. Por consiguiente, la mano de obra
no calificada tuvo una importancia decisiva para la economía del país
en aquel período s .
También fueron muy significativas las consecuencias secundarias. La
masa de jornaleros sirvió de base para que algunos de sus compatriotas
pudieran elevarse en el nivel social. Con la ayuda de la mano de obra
que tanto abundaba fueron desarrollándose rápidamente nuevas indus-
trias. Recordemos, como ejemplos notables, los judíos en la industria
del vestido, los italianos en la industria de la edificación y los irlandeses
en la construcción.
Todo este desarrollo dio a la economía norteamericana una flexibilidad
que le permitió reaccionar con relativa facilidad frente a la contracción
1. Louis Adamic, A Nation of Nations, Nueva York, 1944, cita múltiples detalles.
2. Osear Handlin, «International Migration and the Acquisítion of New Skills», Progres s
of Underveloped Áreas, B. F. Hoselitz, ed., Chicago, 1952, pág. 54 y siguientes.
3. Véase Osear Handlin, Boston s Immigrants, Cambridge, 1941, capítulo III; Robert Ernst,
Immigrant Life in New York City, Nueva York, 1949, capítulos VI a VIII; I. A. Hour-
wich, Immigration and Labor, Nueva York, 1922.
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y la expansión cíclicas. El número de nuevos inmigrantes aumentaba en
los períodos de prosperidad y disminuía en los de depresión, cuando la
demanda de la mano de obra declinaba1.
Aunque la mayoría encontraba ocupación en la industria, hubo también
quienes participaron en la gran expansión agrícola del país. Sus contribu-
ciones revistieron tres formas. Algunos, individualmente o en grupos,
llevaron al Nuevo Mundo valiosas técnicas de producción que se practi-
caban en el Viejo. Así Joseph Seemann llevó a Michigan la remolacha
para la producción de azúcar, y Wendelin Grimm la alfalfa al Noroeste.
Igualmente, los vinateros alemanes y los menonitas cultivadores del trigo
dejaron sus huellas en la agricultura americana.
También otros campesinos, aunque menos preparados, contribuyeron
al desarrollo de la agricultura. Con ahorros logrados a fuerza de sacrificios
pudieron trasladarse a regiones que comenzaban a ser pobladas y allí,
utilizando los métodos agrícolas conservadores de Europa, sirvieron de
contrapeso a las tendencias expansionistas de los naturales del país. Los
europeos se instalaban en las tierras que habían desbrozado rápidamente
los pioneros y, a fuerza de constancia, las restauraban para el laboreo.
De esta suerte, dieron un gran incremento a la producción global y esti-
mularon el avance de los asentamientos hacia el Oeste. Por otra parte,
en las cercanías de las nuevas ciudades que crecían rápidamente, los
inmigrantes se dedicaron a diversos tipos de horticultura y explotación
familiar, a la que no estaban habituados los naturales del país. Así cam-
pesinos polacos, italianos y judíos desarrollaron a principios del siglo xx
un sistema de producción de vegetales y frutas que adquirió gran impor-
tancia en la economía del país y modificó el sistema de alimentación
americano 2.
Por último, muchos inmigrantes dejaron su huella personal no en cuanto
inmigrantes, ni por pertenecer a un grupo determinado o por conocer
una profesión determinada, sino por haber sabido aprovechar las oportu-
nidades que ofrecía la expansión de toda la economía del país. Como
Sarnoff, que llegó a ser el director de la Radio Corporation of America,
o de Ciannini que llegó a la dirección del Bank of America, los inmigrantes
que llegaron a colocarse al frente de vastas empresas fueron lo suficien-
temente numerosos para crear y mantener en el espíritu de sus compa-
triotas la idea de que los Estados Unidos de América eran el país de las
grandes oportunidades 3.
La influencia de los inmigrantes en los habitantes del país ha producido
22
otras muchas transformaciones que a veces es difícil percibir. Las cons-
tantes oleadas de recién llegados eran una adición importante a la pobla-
ción, y eran especialmente importantes por coincidir su llegada con un
momento en que comenzó a bajar la natalidad en el país 1. Desde un punto
de vista demográfico, los rasgos característicos de esa inmigración fueron
francamente positivos. Entre los inmigrantes había muchos jóvenes o
personas en los primeros años de la edad madura. Por consiguiente, venían
a incorporarse a la población americana elementos que se encontraban
en los años más vitales y fecundos de su vida. Aparte de las consecuencias
económicas, pues los recién llegados se ponían a producir inmediatamente
sin pasar por un período preliminar de meros consumidores, su edad tuvo
importantes consecuencias demográficas. El coeficiente de reproducción
era elevado entre los inmigrantes, tanto porque procedían de países donde
el coeficiente de natalidad era elevado como porque pertenecían a los
grupos de edad más fértiles. El resultado neto fue un rápido y extraordi-
nario aumento de la población, con todos sus naturales efectos de rápida
expansión y desarrollo de la economía 2.
Más complejas fueron las repercusiones sociales de la libre inmigración,
que se entrelazaron con todo el contexto social de esa inmigración. El
rápido incremento, el alto grado de inestabilidad y la diversidad de origen
de la población entera produjeron una situación de intensa y rápida movi-
lidad social. El incremento constante de la población creó oportunidades,
especialmente, en las profesiones liberales y las clases mercantiles que
constituían una minoría entre los inmigrantes. Por consiguiente, fue
relativamente fácil triunfar poseyendo alguna pericia, instrucción o capi-
tal. Los inmigrantes no trajeron consigo a los médicos, maestros o tende-
ros, cuyos servicios se necesitaban. Los que primero sacaron ventajas de
la situación fueron los naturales que tenían más fácil acceso a las escuelas
y al capital. Pero tales oportunidades quedaban también abiertas a los
inmigrantes y, sobre todo, a sus hijos 3.
La gran movilidad social y la diversidad que caracterizaba a la pobla-
ción inmigrante hacía difícil fijar las formas y las instituciones de las
clases sociales. La facilidad con que se pasaba de las ocupaciones here-
1. Las investigaciones más recientes han demostrado que eran infundados los temores
expresados por Francis Walfcer y otros especialistas en materia de población del siglo xix,
de que la inmigración había producido una disminución en la natalidad entre los nativos.
La disminución había comenzado en fecha anterior. Véase A. M. Carr-Saunders, World
Population, Oxford, 1936, pág. 205;Wilcox, Sludies in Demography, pág. 397; Julius
Isaac, Economic of Migration, Nueva York, 1947, pág. 178. Para el incremento neto
de la población, véase el cuadro 3.
2. Véanse los datos estadísticos correspondientes al fin del período en Carpenter, Immi-
grants and Their Children, capítulos VII y VIII; y también las referencias que aparecen
en la nota 3 de la página 22.
3. Véase la nota 2 de la página 22. Para un cálculo de los diferentes grados de movilidad
en 1930 y 1940, véase W. L. Warner y Leo Srole, Social Systems of American Etlmic
Groups, New Haven, 1945, pág. 60.
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CUADRO 3. Estadísticas de la inmigración por décadas 1 .
dadas a otras nuevas o con que cambiaba el nivel de los ingresos perso-
nales y la falta de tradiciones comunes fueron causa de que la estructura
social no se dividiera en compartimentos estancos y rígidos como sucedía
en la Europa contemporánea. Por el contrario, en todo el orden social
predominaba una fluidez que ejerció una influencia decisiva en el desarrollo
de los atributos característicos de la sociedad norteamericana.
Las contribuciones de índole cultural fueron más complejas todavía.
Mucho se ha hablado de la gran influencia ejercida por algunas persona-
lidades, y en términos relativamente claros. En el siglo xix, las artes y
las ciencias habían progresado técnicamente más en Europa que en
América. Por eso, las personas especializadas en esas esferas en el Viejo
Mundo, contaban con inmensas ventajas en el Nuevo. La inmigración
les ofreció la oportunidad de utilizar su pericia con una eficacia excepcional.
Una serie de hombres de ciencia llevó a los Estados Unidos de América
la formación que se daba en las universidades europeas. Louis Agassiz,
zoólogo, A. H. Guyot, geógrafo, J. J. Audubon, ornitólogo, y A. J. Carlson,
fisiólogo, tuvieron una influencia decisiva en el desarrollo de las respectivas
disciplinas americanas. En las ciencias aplicadas, la influencia fue aún
mayor. Joseph Goldmarch, Abraham Jacobi, Hans Zinsser, Simón Baruch,
Arthur Cushing y Alexis Carrel se cuentan entre los que dieron un gran
impulso a la medicina. John Roebling y Gustav Lindetnhal son los más
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conocidos entre la pléyade de ingenieros que llegaron a los Estados Unidos.
Y no se han olvidado los notables inventos de Steinmetz y Pupin x.
Bien conocida es la parte que tuvieron hombres nacidos fuera del país
en la creación de la tradición musical americana. Gran número de empre-
sarios, concertistas, directores y maestros, desde Lorenzo de Ponte y
Gottlieb Graupner hasta Sergio Koussevitsky y Arturo Toscanini, crearon
la ópera, el concierto y los conservatorios y los inmigrantes les prestaron
su apoyo constituyendo el público que sostuvo y fomentó tales actividades.
El pintor Emmanuel Leutze y el escultor Karl Bitter fueron inmigrantes
que se distinguieron también en otras artes. En literatura se tropezó con
mayores dificultades: la diferencia de lengua creó una barrera que no era
fácil superar. Sin embargo, Joseph Pulitzer, Edward Bok y Peter Collier
fueron figuras destacadas en el periodismo norteamericano.
No debe exagerarse la amplitud de estas contribuciones. Pocas ejercie-
ron una influencia decisiva. El Viejo Mundo pudo haber influido en el
Nuevo por conducto de los norteamericanos que estudiaron en Europa
tanto como por medio de los europeos que se establecieron en Norteamé-
rica. Por ejemplo, la concepción de la historia en boga en Alemania trans-
formó en los Estados Unidos de América, desde 1890, los métodos utiliza-
dos para escribir la historia, aunque fueron muy pocos los historiadores
alemanes que emigraron a aquel país. Durante esa época, los diferentes
estilos nacionales de arte y de literatura se influyeron mutuamente por
encima de las fronteras, independientemente de que los escritores o artistas
hubieran salido o no de sus confines nacionales 2. Por consiguiente, la
inmigración fue uno, pero quizá no el más importante, de los medios de
transmisión que permitió a los Estados Unidos de América mantener el
contacto con las fuentes de cultura europea.
Además, no debe olvidarse que los artistas, escritores y hombres de
ciencia que llegaron a América permanecieron aislados de la gran masa de
inmigrantes campesinos y artesanos que, en realidad, vivían una expe-
riencia social muy distinta. Las contribuciones de esas masas de inmi-
grantes fueron, en su conjunto, de un orden totalmente diferente.
A primera vista, poco después de su llegada a los Estados Unidos, cada
grupo de inmigrantes parecía constituir un enclavado independiente. La
tradición americana de que la administración pública se abstenga de inter-
venir en muchas esferas de actividad dejaba amplias posibilidades de
acción a organizaciones de constitución y carácter privados. No existía
iglesia oficial alguna; las escuelas públicas detentaban el monopolio de la
enseñanza; no existían prensa, teatro ni literatura que pudieran llamarse
oficiales. En todas esas esferas, los norteamericanos estaban acostumbra-
dos por larga tradición a actuar por conducto de asociaciones privadas.
25
Por ese motivo, muchos grupos de inmigrantes formaron del modo más
natural organizaciones propias de carácter religioso, educativo y filan-
trópico. La multiplicidad de asociaciones que de ello resultó dio a la vida
social del país una diversidad y una flexibilidad que fueron fecundo
manantial de energías durante todo el siglo xix y principios del x x 1 .
Las asociaciones se extendieron también a la vida cultural de los gru-
pos de inmigrantes. Muy diversos eran los lazos que mantenían la unidad
entre los recién llegados. Las diferencias religiosas los dividían en multitud
de confesiones, cada una de las cuales contaba con sus respectivas organiza-
ciones culturales. La variedad de lenguas y dialectos de los inmigrantes,
dio lugar a otra serie de sociedades que, a veces, como en el caso de los
albaneses, incluso precedieron a la formación de entidades similares en
el país de origen. Otras organizaciones, como sucedía por lo general entre
los inmigrantes de origen británico, tenían una base nacional. Y hasta
hubo algunas que se formaron con un carácter territorial, provincial o
local. Sin embargo, todas esas entidades presentaban cada vez más rasgos
comunes, resultantes del medio norteamericano. Sus órganos de expresión,
los periódicos, el teatro, la literatura y los sistemas educativos y religiosos
tenían notables semejanzas de forma y desarrollo.
En efecto, esos diferentes enclavados culturales no vivían aislados unos
de otros. Los individuos que de ellos formaban parte vivían en una misma
sociedad y estaban sujetos e influencias comunes que iban actuando cada
vez más intensamente. Llegó un momento en que el «norteamericanismo»
se convirtió para todos estos grupos en un objetivo, no en el sentido de
que la población ya establecida procurara modificar las características
de los inmigrantes, sino en el de la influencia ejercida por la experiencia
del Nuevo Mundo en las ideas y valores tradicionales de los inmigrantes.
Las tensiones concomitantes tuvieron su expresión elocuente en los escri-
tos llenos de fantasía de un Ole Rolvaag 2.
Como los diferentes grupos tenían cada vez más una experiencia común,
pudieron influirse mutuamente y llegar incluso a influir sobre los norteame-
ricanos con quienes convivían. Tales influencias se ejercieron directamente,
por imitación y colaboración; e indirectamente, por las actividades de
los hijos de los inmigrantes nacidos ya en Norteamérica, que estaban
vinculados tanto a la cultura étnica de sus padres como al ambiente
cultural de la vida norteamericana. Todos esos factores contribuyeron
a intensificar la fluidez característica de los Estados Unidos en todo el
transcurso del siglo.
El carácter de esos grupos fue el factor determinante de su persisten-
cia. La existencia de escuelas, iglesias y asociaciones delimitó las rela-
ciones sociales de los jóvenes, influyendo así directamente en la selección
que hicieran de la mujer con la que habían de formar un hogar. Por consi-
1. Alexis de Tocqueville, De la dímocratie en Amérique, París, 1848, vol. II, pág. 102.
2. Ole Rslvaag, Giants in the Earth, 1927.
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guíente, las circunstancias sociales eran las más propicias para matrimonios
entre personas pertenecientes al mismo grupo. Por otra parte, no existían
impedimentos legales para el matrimonio fuera del propio grupo étnico,
y la existencia de cierto grado de relaciones sociales fuera ¿el grupo, en
la vida escolar y económica, favorecía los matrimonios entre diferentes
sectores de la población.
No contamos con estadísticas fidedignas que permitan calcular la pro-
porción de estos matrimonios entre miembros de grupos diferentes, pues
sólo existen estudios fragmentarios sobre los diversos aspectos del pro-
blema. Sin embargo, se han podido deducir claramente tres conclusiones
generales. Los matrimonios de esa índole fueron más frecuentes entre las
personas a las que la movilidad social desligó de la vida común de su
grupo. El coeficiente más bajo corresponde a los casos en que los vínculos
de grupo se veían reforzados por sanciones de carácter religioso. De un
modo general, el grupo étnico persistió por lo menos durante varias gene-
raciones, aunque se viera sujeto a diversas presiones que alteraran sus
características 1.
No siempre se admitió con ecuanimidad la existencia de tales grupos
separados. Periódicamente estallaba el resentimiento público, prueba
de que no todo era tranquilidad y satisfacción en la vida norteamericana.
En algunas ocasiones, estos conflictos surgieron por motivos de índole
económica, ya que la gran masa de los inmigrantes eran trabajadores no
calificados, con un nivel de vida más bajo que el de la población y aparante-
temente competía con éstos en la busca de colocación. Otras veces, la
provocación inmediata surgía por motivos políticos, religiosos o raciales.
Los ejemplos más notables de ese fenómeno fueron el movimiento «Know-
Nothing» de 1850, el movimiento antichino de 1870, el movimiento anti-
católico llamado APA de 1890 y el Ku Klux Klan hacia 1920. No hay que
disimular la importancia que revistieron esos conflictos. Sin embargo,
existen claros indicios de que estos sentimientos de hostilidad, a pesar
de estar dirigidos contra los inmigrantes fueron, en realidad, el producto
de tensiones personales y sociales más profundas, ligadas a procesos de
transformación más generales que se registraban en toda aquella sociedad,
con su movilidad rápida, su industrialización y su urbanización. En cierto
sentido, puede incluso decirse que la presencia de los inmigrantes aminoró
las dificultades que creaban esos problemas más fundamentales 2.
Entrando a formar parte de una sociedad que se encontraba en un pro-
ceso de rápida expansión, los inmigrantes lograron ejercer una influencia
positiva en uno u otro aspecto de la vida del país, desde el punto de vista
27
económico, demográfico, social y cultural. Su presencia dio mayor firmeza
y diversidad a las fuerzas predominantes en la sociedad norteame-
ricana.
EL PERÍODO 1919-1933
Ocupación Porcentaje
29
ilegal. Sin embargo, todas estas fuentes juntas no llegaron a elevar la
masa de inmigrantes al nivel de las cifras anteriores1.
Los efectos económicos y sociales de la inmigración durante esos años
fue principalmente una influencia derivada. En general, persistieron las
influencias que se habían ejercido anteriormente, aunque en forma más
débil y atenuada. Seguía siendo reducido el número de inmigrantes entre
los empleados y en las profesiones liberales. En su inmensa mayoría los
nacidos en tierras extranjeras seguían siendo obreros no calificados,
aunque fueron perdiendo importancia en la vida económica, porque ahora
eran menos en número y la inmigración de negros y de blancos pobres
hacia las grandes ciudades ofrecía también mano de obra barata. Dis-
minuyó el excedente global de mano de obra, aunque paradójicamente la
falta de trabajo se convirtió precisamente por entonces en un grave
problema; la expansión industrial se basaba entonces en el progreso
tecnológico más que en nuevas adiciones de mano de obra 2.
30
un pronunciado y continuo descenso. El coeficiente de incremento de
población fue más bajo en los diez años que siguieron a la primera guerra
mundial que en cualquier otra década anterior 1 .
Estos fenómenos y el contexto social en que se produjeron fomentaron
una actitud contraria a la tradicional tolerancia. La concurrencia para
lograr ocupaciones reavivó la conciencia de grupo, y la atmósfera general
de los años que siguieron a la guerra encauzó esos sentimientos hacia
formas nacionalistas. Una ideología de patriotismo rígido y de naciona-
lismo exagerado llegó a dominar no sólo entre grupos de norteamericanos,
como los que se afiliaron al Ku Klux Klan y rechazaron las ideas de cola-
boración internacional, preconizadas por Wilson, sino incluso entre grupos
de inmigrantes establecidos en el país. Los italianos tendieron así a apoyar
el fascismo de Mussolini; los judíos se sintieron cada vez más atraídos por
el sionismo; y los descendientes de pueblos eslavos se vieron mezclados en
los problemas de los nuevos Estados de la Europa Oriental.
31
que encontraron en los Estados Unidos era menos favorable que en épocas
anteriores a la ruptura de esas conexiones.
El predominio del espíritu nacionalista debilitó la importancia cultu-
ral de las asociaciones de inmigrantes, precisamente cuando otras fuerzas
externas e internas venían también a amenazarlas. Al cesar la inmigración,
esos grupos se vieron privados de toda posibilidad de buscar un contrapeso
en una aportación del exterior; y el desarrollo de los grandes medios de
información les enfrentó con pedorosos rivales. Comenzó a disminuir la
circulación de la prensa redactada en lenguas extranjeras, y el cine privó
al teatro de los inmigrantes de muchos de sus espectadores. La diversidad
cultural del período precedente pareció ceder ante la insistencia naciona-
lista en la uniformidad.
Sin embargo, los inmigrantes y sus hijos continuaron aportando su
contribución a la cultura norteamericana. No se podía suprimir de un
plumazo toda la vieja tradición de la vida americana. En algunas esferas,
sobre todo en las artes, los inmigrantes y sus hijos desempeñaron incluso
por entonces un papel mucho más destacado que antes. Si el teatro de
los inmigrantes fue decayendo, nunca fue más decisiva la influencia que
ejercieron Shubert, los hermanos Warner o William Fox en la esfera del
cine y en el mundo teatral norteamericano. Precisamente la disminución
de oportunidades en otros dominios llevó a los verdaderos talentos a
probar éxito en las artes y en la literatura, donde era menos probable que
los antecedentes étnicos constituyeran un impedimento. No hay duda de
que en esas esferas de la vida cultural norteamericana se disfrutaba
todavía de libertad suficiente para permitir, como en tiempos pasados,
esa clase de contribuciones de los más variados orígenes, en grado no infe-
rior al pasado. Por todo ello, la primera década que siguió a la restricción
tuvo más bien un carácter de transición. Aunque se había implantado una
política que transformaba radicalmente los hábitos ya casi tradicionales
siempre hubo un número suficiente de viejos inmigrantes que conserva-
ron, aunque modificadas, las formas anteriores de adaptación. Por otra
parte, tampoco se extinguieron inmediatamente las actitudes tradicio-
nales respecto a la cultura norteamericana. En el período transcurrido
entre 1930 y 1940, cuando una nueva ola de inmigrantes se dispuso a
buscar asilo en los Estados Unidos, estaba aún viva la fe en los valores
que representaba la inmigración y la diversidad cultural que favorecía.
EL PERÍODO 1934-1941
33
Esta inmigración ofreció características distintas de las de años ante-
riores. Su número fue inferior, tanto en absoluto como en relación con la
población global. Hasta 1935, de hecho fueron más las personas que
volvieron de los Estados Unidos que las admitidas en su territorio.
Por otra parte, los nuevos inmigrantes no tenían el mismo origen social
que los de épocas precedentes, como eran también diferentes los Estados
Unidos de esa época de lo que fueron durante el siglo xix. Las condiciones
necesarias para salir de Europa y para entrar en territorio norteamericano
fueron los factores determinantes en la selección. Se necesitaba tener dinero
y posibilidades para salir de Alemania y para llenar los requisitos de la
admisión en Norteamérica. Por ello, pocos de los nuevos inmigrantes eran
trabajadores no calificados. Procedían más bien de la clase media acomodada
de Europa Central y su posición económica, educativa y cultural era reflejo
de ese origen.
Los resultados se reflejaron en su adaptación. En primer lugar les fue
más difícil que a sus predecesores conseguir una adaptación profesional
satisfactoria. Desde luego, no tuvieron que enfrentarse con la búsqueda
desesperada de trabajo sin más alternativa que el hambre, como sucedió
a los inmigrantes de los primeros años de este siglo. Pero no estaban esos
emigrados dispuestos a aceptar ocupaciones serviles. Naturalmente, pro-
curaron encontrar trabajos que correspondieran a su formación y prepa-
ración. Ahora bien, esos empleos eran precisamente los más difíciles de
lograr, ya que persistía la depresión con la consecuente limitación de
oportunidades. Hasta 1941, muchos inmigrantes tropezaron con serias
dificultades para encontrar puestos donde emplear sus especialidades y
talentos.
Vinieron a agravar esas dificultades las leyes restrictivas que prohibían
el ejercicio de ciertas profesiones a quienes no fueran ciudadanos del país.
En treinta y ocho Estados no se permitía a los extranjeros ejercer la
abogacía, en veintiocho no se les autorizaban la práctica de la medicina.
También estaban limitadas las profesiones de contable, farmacéutico,
dentista, y maestro y, en algunos Estados, regían leyes restrictivas incluso
para trabajar como ingeniero, arquitecto, enfermera, peluquero y fontanero.
Ni aún la adquisición de la ciudadanía representaba inmediatamente la
solución. Asociaciones profesionales animadas de un espíritu de intolerancia
y funcionarios públicos excesivamente complacientes encontraron muchos
medios ilegales para excluir del trabajo al concurrente extranjero aun
después que éste hubiera logrado la ciudadanía norteamericana. Muchas
veces, fue necesario un largo período de preparación antes de que el recién
llegado encontrara un puesto adecuado.
En cambio, esa inmigración difería de las anteriores en que estaba
mucho mejor organizada. No era ya, como antes, un movimiento libre de
personas aisladas, sino que tanto el país de procedencia como los Estados
Unidos de América limitaron esa migración y la reglamentaron meticulo-
samente. Además algunas asociaciones privadas muy bien organizadas
34
CUADRO 6. Paísde origen de la población de origen, extranjero de los Estados
Unidos de América en 19501
1. Una lista de las más importantes aparece en Bernard, American Immigration Policy,
pág. 111, nota 11.
35
proceso. Así Albert Flegenheimer convirtió una vieja fábrica de azúcar de
Waverly, Iowa, en una rafinería de productos de cereales; Judah Lifszyc
introdujo un método de producir azúcar de la glucosa y muchos otros
iniciaron negocios de pieles, cuero, tejidos, confitería, joyas y diamantes,
continuando de esta manera, aunque en forma distinta, la transferencia a
Norteamérica del trabajo especializado de los artesanos europeos.
Tampoco tropezaron con dificultades las personas cuyas profesiones
liberales podían tener una aplicación inmediata. De unas ocho mil que se
hallaban en ese caso, la gran mayoría halló ocupaciones de buen rendi-
miento, aunque no siempre les permitieran mirar al porvenir con seguridad,
ni fueran las adecuadas para satisfacer sus anhelos personales. Los hombres
de ciencia y los que poseían algún título académico, aunque éstos en menor
escala, fueron quizás los más afortunados por sus relaciones anteriores y
la posibilidad de emplear en Norteamérica su técnica y preparación.
Prueba el valor de sus contribuciones el que entre ellos figuren doce
laureados con el Premio Nobel, que más de cien pasaran a figurar en el
Who's Who, y que doscientos veinte aparecieron en American Men of
Science. Quizá lo que mejor se conoce es la labor de los refugiados especia-
lizados en física y matemáticas en lo que se refiere a la fabricación de la
bomba atómica. Pero en una perspectiva más amplia, también tienen su
importancia los esfuerzos de los historiadores del arte o de los islamistas.
En 1945, había refugiados que enseñaban en ciento cuarenta y cinco colegios
universitarios de diversos puntos de los Estados Unidos de América así
como en su «Universidad en el destierro» de Nueva York 1 .
Desde el punto de vista de la adaptación personal, los médicos han
conseguido un éxito extraordinario. Al terminar la guerra, quizá el 90 %
ejercía su profesión a pesar de todas las dificultades. El mero hecho de que
vinieran a añadirse a los médicos con que contaba el país era ya un elemento
positivo ya que, a causa de la guerra, se hacía sentir intensamente la
necesidad de su concurso. Pero tuvo además particular importancia la
contribución de los que aportaron el conocimiento de técnicas como las de
psicoanálisis, más avanzadas entonces en Europa que en los Estados Unidos.
La transición fue sobre todo difícil para los grupos que no podían ejercer
fácilmente su profesión en los Estados Unidos como por ejemplo los
abogados. Aunque muchos de estos inmigrantes habían encontrado en los
Estados Unidos, hacia 1950, ocupaciones de buenos rendimientos, sin
embargo, se vieron con frecuencia obligados a trabajar en condiciones que
dejaban sin valor sus estudios y formación anteriores.
Los demás refugiados encontraron trabajo como obreros calificados o en
oficinas 2. La constante demanda de mano de obra registrada desde 1940,
hizo que sus servicios fuesen más solicitados. La contribiición de estos
inmigrantes más qvie a la aportación general de la inmigración en el siglo xix
1. Cuadro 8.
37
Por otra parte, en las grandes ciudades, y sobre todo en Nueva York,
había refugiados en número suficiente para crear asociaciones con arreglo
a los viejos moldes. Tendieron a concentrar su residencia en unos pocos
distritos, como Washington Heights o East Bronx. Aun cuando existieran
instituciones de otros tiempos, muchas veces prefirieron fundar las suyas
propias. En Nueva York, Filadelfia, Baltimore y Chicago, surgieron muy
pronto sociedades de socorros mutuos, clubs deportivos y sociales de las
más variadas clases, y al mismo tiempo se formaron pequeños grupos
dedicados a multitud de fines especiales. Así los refugiados judíos estable-
cieron aquí y allí sus propias sinagogas en vez de frecuentar las ya exis-
tentes con correligionarios procedentes de otros países. Por último, aunque
esos inmigrantes aprendieron rápidamente el inglés, sostuvieron una prensa
redactada en alemán. Periódico tan bien editado como el Aufbau de
Nueva York no subtituía para sus lectores al diario escrito en inglés, pero
les ofrecía un suplemento que daba noticias de interés especial para el grupo
y definía su posición frente a los problemas que iban encontrando en el
Nuevo Mundo.
Esa fue, en general, la función de todas esas asociaciones; daban a los
refugiados, como lo habían hecho anteriormente con los inmigrantes, un
medio de expresión; les ayudaban a los múltiples aspectos de su adaptación
a la nueva vida en los Estados Unidos.
Sin embargo, no podía afirmarse todavía si los grupos de refugiados
representarían para la cultura norteamericana la misma aportación creadora
que los grupos de antiguos inmigrantes del siglo XIX. A medida que iban
creciendo sus hijos en su primera década de residencia, parecía fundada esa
esperanza.
Las perspectivas eran alentadoras, porque de 1930 a 1940 la opinión
pública americana habfe comenzado a cambiar. Nadie pensaba todavía que
fuera conveniente ni posible el retorno a una política de inmigración más
liberal. Pero se observaba en los Estados Unidos una creciente inclinación
a mirar favorablemente a todo extranjero admitido en el país por su futura
contribución a la cultura norteamericana.
Varios fueron los factores que motivaron esta actitud más positiva.
Dentro de la ideología humanitaria del New Deal, la protección de las
minorías, es decir, de los grupos étnicos menos privilegiados, desempeñó
un papel importante, como pudo verse en la mejora del trato que se daba
a los negros y los indios, lo mismo que a los inmigrantes. Sin duda alguna,
el ejemplo del nazismo, consecuencia final del nacionalismo, produjo una
reacción frente a prejuicios antes aceptados a la ligera. Por último, grupos
como los irlandeses, los judíos y los italianos, establecidos en el país desde
hacía ya mucho tiempo, procuraban no sólo defender sus propias posiciones,
sino afirmar su importancia en la vida del país, haciendo resaltar los
múltiples orígenes de la cultura norteamericana; y esos sectores disponían
entonces de suficiente poder político para hacer sentir su peso en la vida
pública. Por ello, a pesar de persistir la tendencia a una política de aisla-
38
CUADRO 8. Porcentaje de refugiados y de la población total en comunidades
de diversa importancia 1
39
recién llegados contribuir de un modo excepcional a la cultura a la que
acabadan de incorporarse.
Sin embargo, sólo podrá juzgarse definitivamente de la aportación de
esos inmigrantes, como de los anteriores, cuando sus hijos lleguen a la edad
de integrarse en la vida americana. Hay motivos fundados para pensar que
podrán hacer sentir, en la sociedad de que habrán llegado a ser parte, la
experiencia y la herencia cultural recibida de sus padres.
Como se ha visto, los refugiados presentan muchos rasgos comunes con
algunos elementos de migraciones anteriores, aunque con la nota distintiva
de la diferencia de orígenes y de los cambios que había sufrido entre tanto
el país. En una perspectiva histórica más amplia la presencia de los nuevos
inmigrantes renovó en cierto modo la tradición de hospitalidad de los
Estados Unidos y la conciencia del papel desempeñado por los extranjeros
en el desarrollo de la cultura del país. El éxito de la adaptación de esos
refugiados había de llevar también al pueblo norteamericano, después de
1945, a abrir sus puertas al último grupo de inmigrantes del otro lado del
Atlántico.
Además de esos inmigrantes, los únicos que entraron en número apre-
ciable en los Estados Unidos, entre 1930 y 1940, procedían de países
situados en el mismo continente norteamericano y a los que no se aplicaban
las leyes limitativas de los cupos de admisión. Aunque durante todo el
decenio persistió el desempleo, siempre hubo lugar en los Estados Unidos
para acoger mano de obra adicional de trabajadores no especializados y
pagados a salarios bajos; así se compensaba la falta de nuevos inmigrantes
europeos. Esta circunstancia permitió la entrada en esos años de portorri-
queños y mexicanos.
Los portorriqueños tenían una larga tradición de miseria y pauperismo,
y en nada cambió su suerte al pasar de la soberanía española a la norteame-
ricana. Con un coeficiente de mortalidad cada vez más bajo y un coeficiente
de natalidad elevado, sufría Puerto Rico de un exceso de población,
mientras la economía del país, esencialmente agrícola, no parecía capaz de
expansión. El resultado fue una pobreza cada vez más extendida entre los
campesinos sin tierra, y la falta de trabajo para el proletariado de las
ciudades.
Ya en los años de mayor prosperidad que siguieron a 1920 algunas de
esas gentes habían comenzado a buscar una nueva vida en el continente.
Llegaban con contrato de trabajo o sin él y ocupaban los puestos marginales
que ya no desempeñaban los inmigrantes europeos. Siguiendo las rutas do
la vida comercial, se concentraron en la ciudad de Nueva York. En 1930,
con objeto de ayudar a los inmigrantes procedentes de la isla, el Departa-
mento de Trabajo de Puerto Rico estableció en Nueva York una oficina
de colocación estimulando así indirectamente la corriente emigratoria ya
iniciada.
Esta adquirió un ritmo acelerado con la política del New Deal. Las
leyes de asistencia social, promulgadas entre 1930 y 1940, aun en las condi-
40
ciones en que se aplicaban en la isla, hicieron más difícil la explotación de
los trabajadores por los empleadores locales, y la mejor organización de los
servicios sanitarios contribuyó a disminuir los coeficientes de mortalidad
y morbilidad. La garantía de un socorro público aminoró los riesgos anejos
a la migración. Sobre todo, y quizá por primera vez, aquellos hombres que
vivían privados de toda esperanza vieron un rayo de luz y la posibilidad de
una vida más humana y mejor. La emigración aumentaba de año en año.
Más de cien mil se habían establecido en el continente al terminar aquel
decenio.
La inmensa mayoría se concentró en la ciudad de Nueva York. Su adap-
tación al nuevo ambiente fue difícil; por una parte, no estaban preparados
para la vida en una gran ciudad y, por otra, aquellos años se caracterizaron
por la depresión económica. Por no poseer especialidad alguna de trabajo
u oficio, se vieron forzados a aceptar las ocupaciones más modestas, preci-
samente cuando los salarios eran los más bajos. En dura competencia con
los desempleados del país, aceptaban los trabajos más humildes y peor
retribuidos. Como resultado de ello, siguieron siendo en Nueva York tan
pobres como en su patria.
En tales circunstancias, todo su proceso de adaptación social fue lento.
Por su condición de católicos y por su total diferenciación cultural de los
negros norteamericanos, los portirriqueños no pudieron entrar a formar
parte de las iglesias de la gente de color. Por otra parte, su mismo color y la
diferencia de lengua los hacían también extraños a las parroquias católicas
norteamericanas y a sus escuelas. Algunos encontraron material de lectura
en los periódicos editados en Nueva York en español. Los afortunados de
tez más blanca que pudieron «pasar» esas barreras, abandonaron sus
relaciones isleñas y se separaron de su grupo, dejando en él a los menos
afortunados, que procuraron mantener las diferencias con objeto de evitar
la discriminación más general que pesaba tan duramente sobre los
negros.
Durante esos años, la contribución de los portorriqueños se redujo casi
exclusivamente a su trabajo. Las dificultades de adaptación impidieron
toda actividad creadora en otras esferas. Y en los contados casos en que el
portorriqueño supo triunfar en algún sentido, procuró casi siempre disimular
su condición originaria, rompiendo sus relaciones con el grupo y perdiendo
su identificación en el anónimo de la vida urbana.
La migración mexicana iba ya siendo un fenómeno normal y no sufrió
en gran medida la influencia de los acontecimientos de esa década. Entraban
en el territorio norteamericano por vía legal o atravesando la frontera
ilegalmente, y su número seguía las fluctuaciones de la demanda de mano
de obra agrícola en el sudoeste. Las comunidades ya establecidas en algunas
ciudades de la región iban adaptándose mejor, pero en su mayoría se
trataba de antiguos emigrados y de sus descendientes. Los que iban
llegando ahora vivían como gente de paso, con sus raíces todavía en
México, por lo cual no era fácil que dejaran huella de una contribución
41
positiva en la vida cultural de la sociedad en que así se hallaban de un
modo transitorio.
42
turera era señal de que sus relaciones con la vida norteamericana iban
adquiriendo un carácter de madurez, estabilidad y permanencia.
Al terminar la guerra, había en los Estados Unidos unos dos millones y
medio de tales personas de origen mexicano. Más ligados que anteriormente
a su patria de adopción, esos inmigrantes estaban ya en condiciones de
comenzar a contribuir de un modo permanente a la cultura del país. Antes
se les conocía, sobre todo en la región interior del sudoeste, por sus barrios
pintorescos, aunque míseros, en algunas ciudades, y por la aparición de
restaurantes y lugares de recreo mexicanos en determinadas localidades.
Pero a medida que sus hijos comenzaron a frecuentar las escuelas oficiales
y los grupos de la segunda generación de mexicanos norteamericanos
llegaron a la edad adulta y se preparaban a asumir responsabilidades de
dirección, su influencia empezó a dejarse sentir de manera más efectiva.
Durante algún tiempo, el resultado fue un aumento del estado de tensión
en ciertas zonas donde el número de los recién llegados había crecido consi-
derablemente. Los mexicanos no estaban ya dispuestos a admitir pasiva-
mente ni la discriminación ni la situación de inferioridad a que les habían
condenado las vicisitudes pasadas. Los desórdenes en que se vieron
envueltos los «pachucos» y que estallaron con frecuencia en los años 1942
y 1943 en Los Ángeles, fueron luchas típicas provocadas por la nueva
situación.
Pero bien pronto habían de seguirse resultados más positivos. Aun
durante la guerra, hubo entre ellos quien consiguió dejar huella en diversas
esferas de actividad. Pero los más buscaron una base de mutua compren-
sión en el movimiento obrero; ya en 1942 se contaban en Los Angeles
más de 18.000 mexicanos afiliados a sindicatos y su número seguía aumen-
tando. En dicha ciudad, en San Antonio y en Chicago, los mexicanos
comenzaron también a hacerse a las formas de actuar en la vida política
norteamericana. En 1947 hubo mexicanos que fueron elegidos para ejercer
cargos de administración local y, se observaba una tendencia hacia posi-
ciones que habían de permitirles influir de un modo decisivo en algunos
aspectos del desenvolvimiento de los Estados Unidos.
Otros inmigrantes de países de América del Norte tuvieron experiencias
paralelas a las de los mexicanos durante los años de la guerra y después
de ella. La migración procedente de Puerto Rico continuó después de 1941
y al firmarse la paz aumentó considerablemente porque el transporte
aéreo al alcance de las fortunas modestas acortó las distancias entre la
isla y los Estados Unidos de América. Pero no sólo se incorporaban ya a
esa corriente migratoria hacia el continente trabajadores de las zonas
urbanas de Puerto Rico, sino también campesinos de las zonas pobres
del interior. Como antes, esos inmigrantes se establecieron en Nueva York,
pero entonces se extendieron también por los distritos rurales de Nueva Jer-
sey, la parte oriental de Pensilvania y Delaware. Una colonia bastante
considerable se formó también en Filadelfia.
Los períodos de prosperidad de la guerra y de la postguerra no facilita-
43
ron la adaptación de los portorriqueños. Seguían en pie los viejos proble-
mas de hacinamiento de familias en viviendas inhabitables, mientras que
por no conocer oficios especializados tenían que trabajar en las tareas
industriales o agrícolas peor retribuidas. Por esos motivos, esos grupos
dedicaron preferentemente sus energías a resolver los problemas mate-
riales, y su contribución fue principalmente de orden económico. Por otra
parte, a diferencia de los mexicanos, no tenían una dirección propia sur-
gida de una segunda generación y en su actuación política se mostraban
dispuestos a seguir a elementos ajenos a su grupo pero familiarizados ya
con la vida norteamericana. En 1950, todavía no era posible percibir una
contribución cultural positiva por parte de los portorriqueños. Otro tanto
habría que decir de los inmigrantes procedentes de diferentes islas de las
Antillas que por entonces comenzaron también a dejarse ver en el conti-
nente.
Los inmigrantes que entraron en los Estados Unidos durante,los años
de la guerra procedían en su mayoría de países situados en el continente
norteamericano. Pero en cuanto hubieron cesado las hostilidades y se
restablecieron las comunicaciones normales con Europa, se planteó el
problema de la actitud que iban a adoptar los Estados Unidos respecto
a la inmigración procedente del Viejo Mundo. Al terminar la guerra, no
se percibían signos de un apartamiento de las responsabilidades mundiales,
sino más bien una conciencia cada vez más clara de cuan vana era la vieja
política de aislamiento.
Con relativa facilidad se resolvió un primer problema. Las leyes pro-
mulgadas poco después de terminadas las hostilidades, eliminaron los
obstáculos que se oponían a la admisión de las mujeres, novias y maridos
del personal de las fuerzas armadas norteamericanas. En 1950, habían
sido admitidos con toda facilidad unos 150.000 cónyuges y unos 25.000 niños.
En su inmensa mayoría, procedían del Reino Unido y de Alemania;
pero, después de 1947, cuando esos beneficios se hicieron extensivos a los
países orientales, también entraron en territorio norteamericano unas
5.000 esposas chinas y 800 japonesas. Repartidas por todo el territorio, no
experimentaron ninguna dificultad especial para adaptarse y se incorpo-
raron a la vida social del país.
Más graves fueron las responsabilidades que se derivaron de la necesi-
dad de hallar acomodo a los millones de personas desalojadas por la guerra
y que no podían retornar a sus viejos hogares. La existencia de inmensos
grupos de personas desalojadas en los campos al terminar la guerra, y su
aumento en los años que siguieron y en el período de la guerra fría, planteó
un problema ante el que los norteamericanos no podían permanecer
insensibles. Como tampoco podían ya admitir que no les atañían los pro-
blemas generales de superpoblación en algunas partes del mundo.
En primer lugar, determinados grupos de norteamericanos se preocu-
paron de la suerte que corrían los europeos a quienes les unían lazos fami-
liares, étnicos o religiosos. Por ejemplo, los norteamericanos judíos,
44
católicos y luteranos llevaban ya mucho tiempo socorriendo a sus correli-
gionarios desalojados; los norteamericanos de procedencia griega e italiana
.veían con angustia el problema de la superpoblación en sus países de
origen; y los alemanes establecidos en los Estados Unidos se interesaban
de un modo especial por los fugitivos de la zona oriental.
Sin embargo, no eran sólo esos grupos los que en Europa preocupaban
a los norteamericanos. Cada vez eran más los que se daban cuenta de que
los problemas europeos se habían convertido en sus propios problemas.
Los Estados Unidos tenían un interés directo en la reconstrucción del
continente devastado por la guerra, y cualquier factor que retardara esa
reconstrucción era una fuente de debilidad y de gastos para América. El
exceso de población en ciertas zonas y los campos abarrotados de personas
desalojadas dificultaban la reconstrucción de sistemas económicos que
pudieran bastarse a sí mismos sin la ayuda de los Estados Unidos. Para
muchos norteamericanos, el problema se reducía en resumidas cuentas a
una sola pregunta: ¿ sería preferible que las PD continuaran en sus campos
sostenidas indirectamente con fondos del contribuyente norteamericano,
lo cual iba a suponer una constante sangría de socorros, o convendría
quizá ayudarles para que emigraran y fueran capaces de vivir por su
propia cuenta? Cada vez más claramente, los norteamericanos vieron las
ventajas de la segunda solución.
Por último, el enconamiento del conflicto con la Unión Soviética dio
una significación nueva a una política de inmigración más liberal. La ayuda
tangible y concreta que suponía el ofrecer así un lugar de asilo a refugiados
que representaban bajas para el enemigo potencial, adquiría un valor
estratégico. Cada uno de los refugiados admitidos sería prueba de la buena
disposición de los norteamericanos a compartir sus bienes con sus aliados,
reafirmando así su solidaridad con ellos y podía también atraer a fugitivos
políticos y religiosos del otro lado del telón de acero y de otras partes.
Este proceder parecía evidentemente recomendable, pero se tropezaba
con el anacrónico sistema de los cupos. Los refugiados que fueron admitidos
en los Estados Unidos, desde 1930 hasta bien entrada la cuarta década
de siglo, procedían en su gran mayoría de países como Alemania que con-
taba con cupos elevados de inmigración. En cambio, las personas desa-
lojadas de los años que siguieron a la guerra, procedían en gran parte de
los países del este y del sur de Europa que tenían los cupos más desfavo-
rables. En diciembre de 1945, una instrucción presidencial daba preferen-
cia a los refugiados, dentro de los cupos existentes. Pero esa medida quedó
en gran parte sin efecto; hasta el 30 de junio de 1948, no habían entrado
en los Estados Unidos más de 41.000 refugiados. Era indudable que, para
llevar a cabo una política razonable de socorro a las PD, era necesario
introducir ciertas modificaciones en la legislación vigente.
La situación política que prevalecía en el país hacía que la adminis-
tración se mostrara reacia a toda revisión de la legislación permanente
que regulaba la inmigración. Incluso se vio en la imposibilidad de impedir
45
la aprobación de la ley McCarran-Walter de 1952 que agravó aún más el
problema. En lugar de propugnar una reforma fundamental de la ley,
prefirió actuar por medios indirectos, adoptando medidas excepcionales
de socorro. Aprobadas en 1948 y modificadas en 1950, esas disposiciones
permitieron entre 1948 y 1952 la entrada de 341.000 personas desalojadas,
que hubieron de ser seleccionadas con arreglo a normas estrictamente
definidas y bajo la inspección de la Displaced Persons Commission. La
aplicación de esa ley se hizo en general sin dificultades, resultado que tuvo
su eco en la aprobación en 1953 de otra disposición provisional concebida
en términos análogos 1 .
En este período, la inmensa mayoría de inmigrantes fueron personas
desplazadas. Hubo también alguna inmigración por las fronteras norte y
sur del país; pero en gran parte respondía a necesidades de determinados
períodos del año o fue simplemente temporal. También hubo reducidos
contingentes de no refugiados procedentes de Irlanda, Inglaterra e Italia,
pero en su gran mayoría se trataba de familiares de antiguos inmigrantes
que iban a reunirse con ellos 2.
Las 393.000 personas desalojadas acogidas con arreglo a las mencionadas
disposiciones ofrecían características muy diferentes de las que distinguie-
ron a los emigrantes que les habían precedido 3. No se trataba en absoluto
de un movimiento libre de personas sino de una inmigración estrechamente
vigilada, regulada y dirigida. Los nuevos inmigrantes se vieron sometidos
a una rigurosa selección por parte de todos los gobiernos interesados,
haciéndose en cada caso una minuciosa comprobación de sus medios de
fortuna, opiniones y adaptabilidad. Además, desde el punto de vista
económico y social, los componentes del grupo presentaban escasos ele-
mentos comunes. Lo que había sacado a esas gentes de sus hogares y las
había reunido en su migración no era ningún factor común que hubieran
tenido en su antigua situación económica y social, sino más bien el impre-
visible cataclismo de la guerra. Por consiguiente, esos inmigrantes no
eran el producto de ninguna clase particular o de un grupo étnico deter-
minado. Por el contrario, en ellos se daba la mayor diversidad, tanto en
sus antecedentes como en su formación. Los más eran polacos y alemanes
y naturales de los países bálticos 4. Sus ocupaciones habían sido muy varia-
das, y entre ellos se contaban menos hombres de profesiones liberales que
entre los refugiados de la década iniciada en 1930, pero al mismo tiempo
los trabajadores no calificados eran también menos numerosos que en las
1. Las principales fuentes son los Reports semestrales de la U. S. Displaced Persons Com-
mission, 7 volúmenes, Washington, 1949-52; la Montlúy Review and Annual Repon del
Immigration and Naturalization Service; las sucesivas audiencias celebradas ante el
Subcommittee on Immigration and Naturalization del Senate Judiciary Committee;
y los Hearings befare the Presidentas Commission on Immigration and Naturalization
(82.° Congreso, segundo período de sesiones, 1952).
2. Cuadro 9.
3. Cuadro 10.
4. Cuadro 11.
46
CUADRO 9. La inmigración por país de origen 1
1. Cuadro 12.
47
Por esos motivos, los refugiados de los años que siguieron a la guerra
no pasaron por algunas de las etapas más difíciles de adaptación que no
habían podido evitar los emigrantes de épocas anteriores. Había entre
ellos un alto porcentaje de jóvenes y de personas ya formadas, y casi
todos ellos poseían alguna instrucción. Por tanto tenían alguna prepara-
ción para colocarse en el mercado del trabajo norteamericano. Tampoco
Año Inmigrantes
1949 40.213
1950 132.800
1951 87.351
1952 104.869
Alemanes expulsados 53.448
Huérfanos 2.838
TOTAL 421.519
48
condiciones de vida. Casi la mitad llegaron en grupos familiares. Como
víctimas del totalitarismo, se les acogió con simpatía allí donde fueron a
instalarse. Y lo que es más importante, pronto descubrieron regiones de
amplias posibilidades.
CONCLUSIÓN
1. Cuadro 13.
50
CUADRO 13. Ocupaciones de las personas desalojadas, 1951 1
Ocupación Porcentaje
51
C A P Í T U L O I I
El Reino Unido
por
JULIUS ISAAC
INTRODUCCIÓN
52
procedían de estirpe británica y poseían antecedentes culturales también
británicos. No se consideran a sí mismos como inmigrantes; podrá tenér-
seles por extraños en la comunidad donde se hayan instalado, pero no
más que a los nacionales británicos que llegan de otras partes del país.
Normalmente se incorporan casi inmediatamente y sin fricción a la vida
económica y social del nuevo ambiente. Por eso es difícil señalar sus con-
tribuciones especiales a la vida social y económica de la Gran Bretaña y,
como su presencia no ha suscitado problemas ni controversias, en el pre-
sente estudio se tratará principalmente de los inmigrantes de procedencia
no británica y de antecedentes culturales distintos.
Sin embargo, hay otro tercer grupo importante de inmigrantes en el
Reino Unido que, hablando en términos estadísticos, sólo apareció en 1921
cuando en virtud del tratado auglo-irlandés, Irlanda, con excepción de los
seis condados del norte, adquirió categoría de Dominio cesando de formar
parte del Reino Unido. Desde esa fecha, los movimientos de población
entre el Estado Libre de Irlanda y la Gran Bretaña pasaron a ser migra-
ción exterior y, en 1937, cuando se proclamó la República de Irlanda
esos movimientos dejaron de ser migraciones dentro del Commonwealth.
En el presente estudio se ha adoptado el plan siguiente: en la primera
parte se examina el número de inmigrantes, sus tipos, las circunstancias
que motivaron su admisión y la contribución especial que se esperaba de
ellos. En la segunda se trata con cierto detalle de la contribución concreta
de determinados grupos, por ejemplo, de las repercusiones de la inmigra-
ción de refugiados, durante los años que precedieron a la guerra, en el
desarrollo industrial, en las ciencias y en las artes, y de los efectos de la
inmigración de extranjeros después de la guerra, en los problemas plan-
teados en el país por la mano de obra. En la tercera se estudia el influjo
ejercido por la inmigración en la evolución demográfica de la Gran Bre-
taña 1 .
53
mente serían carga para el erario público, con excepción de los que fueran
refugiados víctimas de persecución religiosa o política. En 1920 se adoptó
una política muy diferente. El Aliens Order (Decreto sobre Extranjeros)
de 1920, basado en las Aliens Restriction Acts de 1914 y 1919, autorizaba
al ministro del Interior a prohibir la entrada a cualquier inmigrante que
no fuera nacional británico, a condicionar su estancia en diversas formas,
por ejemplo, respecto a la duración de la misma, ocupación y lugar de
residencia, y a ordenar la deportación en determinados casos. Esas res-
tricciones se aplicaban exclusivamente a los extranjeros; las Aliens Res-
triction Acts no afectaban el derecho libre e incondicional de entrada de
los nacionales de los Dominios y del Imperio Colonial, incluyendo a las
personas protegidas (la población aborigen no europea).
Aún antes de que entraran en vigor esas leyes, era relativamente redu-
cido el volumen de la inmigración extranjera en el Reino Unido. No se
dispone de información estadística referente al número de inmigrantes
extranjeros procedentes del continente europeo. Su número y tipos pueden
deducirse o calcularse únicamente utilizando diferentes estadísticas de
inmigración que sólo se refieren, sin embargo, a determinados grupos de
inmigrantes o comprenden grupos de no inmigrantes. Las indicaciones más
precisas de su importancia numérica son los datos del censo de extranjeros
y de los naturalizados británicos. En los cuatro censos del período com-
prendido entre 1901 y 1931, ambas categorías representan juntas el 0,81,
el 0,85, el 0,73 y el 0,61 por ciento de la población global en Inglaterra y
País de Gales. La segunda guerra mundial impidió hacer un censo en 1941.
Con arreglo a los datos que recoge el censo de 1951, el porcentaje de extran-
jeros y de naturalizados británicos residentes en Inglaterra y País de
Gales era de 1,27 por ciento. El porcentaje correspondiente para la Gran
Bretaña (es decir, Inglaterra, País de Gales y Escocia, pero no Irlanda del
Norte) era en 1951 de 1,23 1.
Entre 1921 y 1933, la inmigración fue relativamente de escasa impor-
tancia, tanto en lo referente al número global como a la contribución posi-
tiva de los inmigrantes. Las restricciones y las condiciones económicas
adversas predominantes en el Reino Unido, sobre todo después de 1929,
redujeron a proporciones insignificantes la entrada de extranjeros en aquel
período. Los nacionales británicos no estuvieron sujetos a esas limitaciones.
Personas que habían emigrado del Reino Unido a Australia, Canadá,
los Estados Unidos de América y otros «nuevos países», regresaron a su
«vieja» patria en número relativamente elevado porque aquéllos sufrían
aún más hondamente la «gran depresión». Muchos de esos antiguos emi-
grantes esperaban contar en el Reino Unido con la asistencia de familiares
o amigos y, a pesar del gran número de parados en Gran Bretaña, tenían
1. Si se incluyen los nacidos fuera del Commonwealth e Imperio Británicos, pero que no
declararon su nacionalidad, el porcentaje para Inglaterra y el País de Gales sería de
1,85, y para la Gran Bretaña de 1,77.
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CUADRO 14. Composición en 1951 de la población de residencia perma-
nente nacida fuera del Reino Unido (censo de población, muestra estadís-
tica del 1 %) en millares
allí más probabilidades de ganarse la vida que en ningún otro sitio. Además,
hubo constantemente por entonces una corriente de inmigrantes irlandeses,
principalmente de trabajadores manuales no calificados.
Es indudable que la inmigración a la Gran Bretaña, desde que terminó
la primera guerra mundial hasta 1933, no podía aportar una contribución
significativa a la vida económica o cultural del país. Inmigraron sobre
todo antiguos emigrantes, de vuelta a su país, o trabajadores irlandeses no
calificados. Sus antecedentes culturales eran esencialmente británicos, de
tal suerte que su llegada no podía dar lugar a transformaciones de impor-
tancia en la vida cultural del país. Desde el punto de vista económico
eran una carga más que un beneficio para la nación. Es verdad que su
presencia puede haber estimulado en cierto modo la demanda general,
55
lo cual era muy necesario en un período en que la falta de trabajo era
frecuente y persistente y se observaba una baja progresiva del consumo
y de la producción. Pero a su vez (directa o indirectamente, la concu-
rrencia a que daban lugar en el mercado de la mano de obra) aumentaron
el desempleo e incrementaron la carga que pesaba sobre la comunidad
como consecuencia de los subsidios de paro, servicios sociales, socorro
a los pobres, etc.
Después de 1933, cambió la situación: se había llegado al punto más bajo
de la depresión económica, se percibían ya síntomas de una lenta mejoría,
y la Gran Bretaña comenzó a mostrarse poco a poco más generosa en admi-
tir a ciertas categorías de extranjeros. Desde 1933 prevalecieron dos notas
características, la expansión económica y la admisión de ciertos inmi-
grantes, aunque con algunos retrocesos de carácter temporal, y en ese
período comprendido entre 1933 y 1953 abundan los ejemplos de contri-
buciones positivas de los inmigrantes en el Reino Unido. Por consiguiente,
el presente informe se ocupa principalmente de la inmigración durante
esos veinte años últimos.
Puede decirse que en su gran mayoría los inmigrantes que fueron admitidos
en los veinte años últimos cumplieron con esos dos requisitos: en fin de
cuentas, su presencia ha aportado «una contribución positiva a la economía
nacional» y su admisión «ayudó a aliviar las desgracias y persecuciones en
el extranjero».
La primera categoría que tenemos que estudiar la integran los refugiados
que huían de la opresión hitleriana. En los años que siguieron a la subida
al poder de Hitler en enero de 1933, muchos miles de víctimas de la perse-
cución nazi, la mayoría de ellos judíos o de origen judío, pero algunos
también de otro origen, que corrían peligro de ser perseguidos o que se
oponían al régimen nazi, trataron de buscar residencia fuera del territorio
a que se extendía la autoridad de Hitler. En un principio, la Gran Bretaña,
que temía todavía un grave problema de desempleo, se mostró reticente
a su admisión.
Hasta diciembre de 1937, de un total de 154.000 refugiados de la Ale-
mania nazi, sólo 5.500 pudieron entrar en el Reino Unido; aún entre ellos,
muchos sólo lograron autorización para permanecer en el Reino Unido
como residentes temporales. La ocupación de Austria por los alemanes en
marzo de 1938, la anexión de la región de los Sudetes después del pacto
de Munich en octubre de ese mismo año, los pogroms de que fueron víctimas
los judíos en noviembre y la invasión de Checoeslovaquia en marzo de 1939
hicieron que fueran cada vez más las personas en busca de asilo, y todos
estos acontecimientos unidos al constante progreso económico de la Gran
Bretaña, motivaron una actitud menos restrictiva del gobierno británico.
Aun así, sólo se concedían permisos de entrada cuando las autoridades
57
habían comprobado que el refugiado de que se trataba contaba con
medios de subsistencia, que se encargaban de mantenerle particulares u
organizaciones filantrópicas, o que se le podía otorgar la carta de trabajo
sin perjudicar la colocación de la mano de obra británica.
Las principales categorías fueron:
1. Emigrantes en tránsito con planes precisos de emigración ulterior en un
plazo de dos años y suficiente garantía de contar con los recursos nece-
sarios para su subsistencia durante su residencia en el país.
2. Niños menores dieceséis años. Generalmente con el fin de prepararse
para una nueva emigración bajo los auspicios de diversas organizaciones
filantrópicas.
3. Personas de dieciséis a treinta y cinco años de edad que debían ser
instruidas bajo los auspicios de organizaciones oficialmente reconocidas.
4. Personas de más de sesenta años con medios de vida independientes o
garantías.
5. Los poseedores de un permiso de trabajo (en general, por un tiempo
determinado). Se trataba de criadas, enfermeras y trabajadores agrícolas.
Se expedieron asimismo permisos de trabajo a algunos hombres de
ciencia e industriales a quienes se autorizaba a trabajar en ciertas
condiciones, siempre que pudieran demostrar que no hacían concurrencia
a residentes británicos.
Al estallar la guerra, en septiembre de 1939, unos 90.000 refugiados
encontraron asilo en el Reino Unido 1. De Alemania y Austria llegaron
55.000 adultos y 18.000 jóvenes. Un 90 por ciento de ellos eran judíos.
Unos 10.000 refugiados llegaron de Checoeslovaquia, de 4.000 a 5.000 eran
polacos, y unos 2.000 españoles, italianos y de otros países. La mayoría de
ellos fueron admitidos temporalmente en espera de encontrar residencia
permanente en otra parte. Algunos lograron llevar adelante sus planes
volviendo a emigrar durante la guerra. Pero los más quedaron en la Gran
Bretaña y durante las hostilidades tuvieron la oportunidad de contribuir
al esfuerzo de guerra del país. Algunos lo dejaron inmediatamente después
de firmada la paz. Pero un buen número de los que habían sido admitidos
temporalmente, lograron instalarse en forma definitiva y hasta obtuvieron
la naturalización británica. Más tarde nos ocuparemos de la índole de su
contribución a la vida del país.
Los años de la guerra, con los avances y ocupación alemana de casi todo
el continente europeo, trajeron nuevas oleadas de refugiados, principal-
mente de las naciones aliadas. En 1940 fueron admitidos unos 35.000, más
de 13.000 en 1941, más de 15.000 en 1942 y unos 10.000 en 1943. Estas
cifras comprenden los 27.000 marinos mercantes extranjeros que, en su
mayoría, eran nacionales de las potencias aliadas. Es importante el beneficio
1. En octubre de 1939, había en total 238.000 extranjeros en la Gran Bretaña. Muy pocos
de entre ellos podían haber nacido en el país, ya que todo niño nacido en el Reino
Unido adquiere ipso fado la nacionalidad británica.
58
que esta inmigración reportó a la Gran Bretaña, pero se limitó esencial-
mente a los años de la guerra. En su mayoría, los refugiados de los años de
la guerra no pensaban quedarse de un modo permanente en la Gran
Bretaña y, tan pronto como les fue posible, regresaron a sus respectivas
patrias. Siguieron así el ejemplo de los miles de franceses y belgas que, una
generación antes, durante la primera guerra mundial, se habían refugiado
en el Reino Unido.
Sin embargo, las condiciones de inestabilidad política y económica que
prevalecían en Polonia, Checoeslavaquia y Grecia al término de la guerra
y que finalmente convirtieron a los dos primeros países en satélites de la
Unión Soviética, llevaron a muchos de sus nacionales a retardar su repa-
triación o a solicitar la residencia permanente en la Gran Bretaña. En la
mayoría de los casos, se accedió a su demanda.
La situación del país en los años que siguieron a la guerra favoreció una
inmigración en escala probablemente nunca conocida en tiempos ante-
riores. Se calcula que, durante los 5 años transcurridos entre 1946 y 1951,
más de un millón de inmigrantes llegaron al Reino Unido. Se incluye en
esta cifra a las personas definidas como inmigrantes en las estadísticas de
migración internacional, es decir las personas que llegan a un país con la
intención de permanecer en él al menos durante un año. Por lo general,
nunca han vivido allí anteriormente, pero la ausencia de su país durante
más de un año es suficiente para clasificarlos como inmigrantes.
Hay un grupo especial de casi-inmigrantes que se han convertido en
factor permanente de la vida británica. Por regla general, las personas que
forman parte de ese grupo regresan a su país de origen después de haber
permanecido en la Gran Bretaña algo más de un año, pero otras vienen a
sustituirlas, por lo que se mantiene la continuidad, y el grupo permanece
intacto aunque sus componentes cambien a intervalos relativamente breves.
Los extranjeros que trabajan en el servicio doméstico y los estudiantes
constituyen dos ejemplos característicos de ese tipo de inmigrantes semi-
permanentes que han llegado a ser una tradición en la vida británica.
Por todo lo dicho puede verse que la influencia de los inmigrantes en la
Gran Bretaña depende esencialmente de la política de inmigración seguida
por el gobierno. El gobierno es quien fija el volumen y la composición de la
corriente inmigratoria, quien establece y aplica las condiciones en que son
admitidos los inmigrantes. Por consiguiente, un análisis de los principales
componentes de la inmigración en el Reino Unido dará una idea bastante
exacta de la contribución que se esperaba de ellos. Después veremos en qué
medida se justificaron esas esperanzas.
Inmigración europea.
El cuadro que figura en esta sección indica que unos 700.000 inmigrantes,
o sea poco más o menos los dos tercios, procedían del continente europeo
o de la República de Irlanda. Es de lamentar que estos movimientos no
59
estén incluidos en las estadísticas oficiales de migración. Nuestros cálculos
se basan en indicaciones indirectas tomadas de fuentes oficiales, en parte
no publicadas. Dan una idea bastante exacta del orden de magnitud, pero
se debe tener siempre en cuenta un margen de error, a veces considerable.
Composición Volumen
1. En los 1.224.000 emigrantes mencionados más arriba se incluyen los de este grupo que
regresaron a sus países de origen.
2. Por ejemplo, la Escuela Polaca de Medicina en Edimburgo y el Colegio Universitario
Polaco de Londres. Este último se cerraba en julio de 1953. En 1947, tuvieron 1.500
alumnos; por otra parte, más de 1.500 miembros de los Cuerpos recibieron subsidios
para cursar estudios en universidades británicas.
61
social de la Gran Bretaña. Se trataba de personas que más o menos acci-
dentalmente se habían convertido en inmigrantes en el Reino Unido. No
habían sido seleccionadas por el país de acogida por la contribución positiva
que podían aportarle. Es más, muchos de ellos por razones de edad,
profesión, estado de salud y antecedentes culturales difícilmente podían
aportar tal género de contribución. El que de hecho la hayan aportado en
muchos casos se debe a sus cualidades y las disposiciones que se adoptaron
para su adaptación al país.
62
En su gran mayoría, los T. V, E. han cumplido su promesa de dedicarse
exclusivamente a las ocupaciones señaladas por el Ministerio de Trabajo
durante tres años; se han quedado en la Gran Bretaña, y probablemente, se
establecerán en el país de modo permanente.
63
grandes contingentes de las fuerzas de aviación de los Estados Unidos de
América influyó en no pocas jóvenes de edad casadera. Las mujeres que
vinieron del extranjero para casarse con nacionales británicos compensaron
así el éxodo de las jóvenes británicas que se unieron en matrimonio a
hombres residentes en países extranjeros. Trajeron aquéllas consigo los
valores tradicionales, los hábitos y costumbres (arte culinario, cantos
populares, rimas infantiles, danzas) de sus países de origen.
64
irlandeses han trabajado principalmente en oficios no calificados a los
que en general no pretendían los trabajadores británicos. Por otra parte,
las breves distancias entre los dos países, lo poco costoso que resulta el
viaje y la facultad de poder entrar y salir sin formalidad alguna de fron-
tera, son factores que favorecen una gran corriente de retorno cuando las
condiciones económicas son adversas en la Gran Bretaña. Quizá, la política
generosa en materia de seguridad social, implantada en el Reino Unido
después de la guerra, haya podido ser elemento neutralizador de esa ten-
dencia.
Inmigración no europea.
65
antiguos emigrantes regresaron a su patria, a pesar de que ya se consi-
deraban establecidos de un modo permanente en el nuevo país. Esas
gentes tuvieron que iniciar nuevas carreras y su experiencia y espíritu
de iniciativa han sido un gran beneficio para la Gran Bretaña. Las cifras
del cuadro 15 comprenden también millares de angloindios (de padre
británico y madre india), muchos de los cuales habían trabajado en la
India en la administración, en trabajos técnicos de ferrocarriles, en
correos y en otros servicios públicos. Su condición jurídica era inter-
media entre la de los europeos y los indios.
4. Casi-emigrantes que regresan a su patria. Muchos componentes de este
grupo reflejan la firme cohesión económica, social y cultural del Com-
monwealth británico. No es de extrañar que hombres de ciencia, pro-
fesores y universitarios, funcionarios, industriales, ingenieros, hombres
de negocios y comerciantes pasen algunos años de su vida en los Domi-
nios o en las colonias con el fin de ampliar su experiencia, de lograr
ascensos más rápidos o ingresos relativamente más elevados para sus
méritos personales y su edad de lo que podrían esperar en el Reino Unido.
Otro tanto podría decirse de otra corriente análoga, pero mucho menos
importante, procedente de los Estados Unidos de América. No es
exagerado afirmar que este cruce fertilizante de ideas supone un gran
beneficio para el país, pero se trata de un fenómeno normal en la vida
británica y no es fácil valorar su contenido.
Podrían distinguirse grupos similares entre los inmigrantes británicos que
llegan por primera vez de países no europeos. Personas de origen británico
nacidas en los Dominios, con varias generaciones de antepasados en los
mismos, siguen todavía considerando a la Gran Bretaña como a su patria
ancestral, en la cual podrán quizá «retirarse» un día o iniciar una nueva
carrera con perspectivas más favorables. Las amplias posibilidades que
ofrecen las universidades e institutos de investigación británicos atraen
a casi-inmigrantes. Numerosas becas y becas de ampliación de estudios
les ayudan a hacer frente a las dificultades financieras. Por las mismas
razones, un joven dedicado a los negocios o un ingeniero encuentran más
ventajoso trabajar durante algunos años en el Reino Unido.
Por consiguiente, la inmigración libre de otras partes del Commonwealth
no sólo se considera como un factor intrínseco del concepto de Common-
wealth, sino como un factor sumamente beneficioso, tanto para los inmi-
grantes, como para los países de procedencia y de acogida y para el con-
junto del Commonwealth. Los que llegaron a la Gran Bretaña en los
peores años de la depresión fueron seguramente una carga para la economía
del país, a pesar de que su presencia produjo un aumento en la demanda
general. Pero el problema se enfocó desde un punto de vista más amplio;
fueron bien acogidos en el Reino Unido, mientras que en las mismas
condiciones la admisión de un número mucho menor de inmigrantes de
origen extranjero y de antecedentes culturales distintos hubiera tropezado
sin duda con grandes dificultades.
66
Sin embargo, por lo que respecta a uno de los grupos, las ventajas que
pueda reportar la admisión de nacionales del Commonwealth y del Imperio
resultan más problemáticas y discutibles: se trata de los inmigrantes de
ascendencia no europea. Entre ellos ñguran los negros de las Indias Occi-
dentales y de las colonias de África, los árabes de Aden y los indios de la
India, Pakistán y Ceilán. Su número en el Reino Unido es difícil de preci-
sar; quizá sean unos 50.000. Su presencia debe ser bien acogida desde un
punto de vista internacional; sirve de estímulo a cuantos creen que los
prejuicios raciales, la discriminación y la separación de color son injusti-
ficables, inmorales e incompatibles con el espíritu de solidaridad y el
común destino de la humanidad. Combatiendo los síntomas de prejuicios
raciales profundamente arraigados, estas personas esperan llegar a crear
un clima que facilite relaciones internacionales amistosas. Invocan además
otro argumento más convincente y menos emotivo: la importancia de esa
inmigración para la cohesión y el mantenimiento del Commonwealth
británico en su forma actual. La opinión pública sabe que los primeros
ministros de la India y África Occidental, además de otras muchas per-
sonalidades que ejercen cargos de responsabilidad en los países que se
han convertido en Dominios o han llegado a un alto grado de indepen-
dencia política y económica dentro del Commonwealth, fueron inmigrantes
en la Gran Bretaña, especialmente durante los años de formación de su
vida. Su actitud respecto al Reino Unido tiene que estar profundamente
influida por la experiencia de aquel período. Este razonamiento explica
en gran parte los progresos observados estos últimos años en la promoción
de relaciones amistosas entre la población británica y los inmigrantes de
origen no europeo. Indirectamente, todos los inmigrantes extranjeros se
han beneficiado de esa tendencia. Cuando se han superado los prejuicios
contra los negros y los indios, es más difícil propugnar la discriminación
contra inmigrantes europeos, basada en prejuicios similares.
La contribución positiva —o negativa— de los inmigrantes no euro-
peos depende de la índole de los servicios que pueden prestar y de la medida
en que se les permite prestarlos y en que son aceptados por la comunidad.
Cada grupo plantea problemas diferentes.
En el Reino Unido hay unos 11.000 estudiantes de color (3.000 de la
península de la India, 2.000 del África Occidental, 1.000 de las Indias
Occidentales, 2.000 de otras colonias británicas y 3.000 que no proceden
del Commonwealth). En gran parte, esos estudiantes se benefician de
becas procedentes de diversas fuentes. Se quejan principalmente del
aislamiento social en que viven y que les da una idea equivocada de la
mentalidad británica. Muchos otros estudiantes no reciben ayuda alguna
y se sostienen gracias a trabajos que realizan; consideran que los oficios
en que logran colocarse no son calificados y están tan mal retribuidos que
ningún otro los aceptaría. Con frecuencia tienen que abandonar sus estu-
dios, y algunos se entregan a ocupaciones ilegales.
La inestabilidad en la ocupación es otro de los problemas a que tienen
67
que hacer frente varios otros grupos. Marinos mercantes y un número
mayor todavía de trabajadores no calificados de color creen, con razón
o sin ella, que son víctimas del principio que dice «Los últimos contratados
son los primeros despedidos».
Es casi inevitable que entre estos inmigrantes haya cierto número de
elementos socialmente inadaptables, ya que aun los que son indeseables
no pueden ser deportados y su entrada no está sujeta a ninguna limitación.
Se sabe que más de 2.000 coloniales han entrado como polizones en el
Reino Unido, entre 1946 y 1950; por lo general, después de pasar unos
días en prisión, quedan en libertad para establecerse en el país.
La diferencia entre la contribución que podrían rendir y la que de hecho
aportan es más perceptible quizá entre los inmigrantes no europeos que
en ningún otro grupo de los descritos más arriba, pero como queda dicho,
se están haciendo progresos para superar los obstáculos actuales.
El estudio de los diferentes grupos de inmigrantes admitidos en la
Gran Bretaña durante los 25 años últimos, y de los motivos que conduje-
ron a su admisión, ha dado ya indicaciones generales de lo que ha sido la
contribución de cada uno de ellos a la vida económica, social y cultural
del país, pero ha puesto de relieve cierto número de características que
exigen un análisis más detenido.
Sólo durante los cinco años que van de 1946 a 1950 se ha visto la inmi-
gración activamente estimulada por el gobierno británico, y aun en dicho
período se suspendieron frecuentemente los planes gubernamentales.
Además, éstos se limitaban a determinadas categorías de inmigrantes e
imponían condiciones que, al menos formalmente, resultaban en extremo
severas. Para los inmigrantes que no estaban comprendidos en los planes
oficiales, se decidía en cada caso según los méritos del interesado y, por
lo general, los afortunados eran admitidos únicamente como residentes
temporales. En el caso de los refugiados que huían de la represión nazi,
de las fuerzas armadas polacas y de los ucranianos prisioneros de guerra,
se autorizó la entrada de los grupos como tales, sin pararse a hacer una
selección con criterios determinados. Pero al admitirlos se esperaba que,
a su debido tiempo, encontrarían oportunidades para establecerse de un
modo permanente en algún otro país. La inmigración de nacionales britá-
nicos, principalmente de otras partes del Commonwealth, no se vio oficial-
mente estimulada ni entorpecida; se la consideró como un fenómeno
natural, no sujeto a fiscalización alguna.
No se observó siempre la política de reducir en lo posible la entrada
de inmigrantes que desearan establecerse de un modo permanente. De
hecho permanecieron en el país muchos más de los que se pensó en un
principio. Cuatro factores, en parte relacionados entre sí, explican este
fenómeno. Primero, la absorción económica y social de los inmigrantes
«temporales» encontró relativamente poca resistencia por parte de la
comunidad en que se habían establecido. Segundo, los recién llegados
aprendieron a estimar la mentalidad británica. Tercero, el gobierno bri-
68
tánico tenía suficientes indicios de que la prolongación de su estancia
sería beneficiosa para el país. Cuarto, en muchos casos, la repatriación se
vio impedida por cambios políticos.
Artes y ciencias.
No existe una norma objetiva y general para afirmar que sea positiva
o negativa la contribución de un inmigrante o de un grupo de inmigrantes.
Los inmigrantes extranjeros han dado mayor variedad y complejidad al
conjunto de la vida cultural de la Gran Bretaña. ¿Hay que aplaudir o
desaprobar este resultado? La admisión de trabajadores extranjeros ayudó
a paliar la escasez de la mano de obra en industrias esenciales, contri-
buyendo a una rápida reconstrucción después de la guerra. Pero esas
industrias hubieran podido ofrecer mayores incentivos y salarios más
elevados a los trabajadores británicos, si no hubiesen podido contratar
mano de obra extranjera y la redistribución de la mano de obra habría
sido más efectiva. Además, la corriente inmigratoria agravó seguramente
el problema de la vivienda. Las jóvenes alemanas, austríacas e italianas
que inmigraron como cónyuges de personas que habían formado parte
de las fuerzas de ocupación británicas (y por consiguiente subditas bri-
tánicas), sumaron muchos miles. Ese movimiento tuvo sin duda aspectos
favorables y desfavorables, y es difícil hacer de ellos una estimación
exacta. Aún más difícil es hacerla en los casos de matrimonios mixtos
entre inmigrantes de color y nacionales del país de ascendencia británica
o europea.
No se trata sólo de una cuestión de intereses particulares frente a inte-
reses generales. La evaluación de los aspectos positivos y negativos de la
inmigración depende en cierta medida de juicios de valor. Aunque no es
posible eliminar totalmente los elementos subjetivos al hacer esa valora-
ción, limitaremos nuestro análisis a las contribuciones que de un modo
general, aunque no por todos, se reconocen como positivas.
La inmigración de los refugiados que llegaron antes de la guerra va
asociada en la Gran Bretaña a considerables progresos en las ciencias, en
las artes y en el desarrollo económico, tanto en tiempo de guerra como de
paz. Por otra parte, la política seguida en el Reino Unido, después de la
guerra, encaminada a remediar la escasez de la mano de obra mediante la
admisión de trabajadores extranjeros seleccionados, ha dado en su con-
junto buenos resultados.
Las víctimas de la persecución nazi en el período anterior a la guerra
—en su mayoría judíos o de extracción judía—• estaban condenadas irre-
misiblemente a la exterminación, de no encontrar asilo fuera de la esfera
de influencia alemana. No todos pudieron escapar, y los relativamente
pocos admitidos en el Reino Unido lo fueron después de una rigurosa
69
selección, especialmente antes de 1938. Debido a esa selección, la contri-
bución de los refugiados de antes de la guerra a la vida cultural y económica
de su país de adopción fue superior a cuanto podía esperarse de su reducido
número. El gobierno británico reconoció plenamente el gran valor poten-
cial de esos inmigrantes. El duque de Devonshire pudo decir en mayo de
1940 ante la Cámara de los Lores: «Sin duda alguna, hemos salido ganando,
y ganando mucho, con la expulsión de Alemania de muchísimos de los
mejores elementos con que contaba aquel país, y confío en que jamás nos
dejaremos llevar del pánico hasta inutilizar y destruir lo que es un arma
poderosa en nuestras manos.»
Respecto al éxodo de los refugiados de Alemania, dice Norman Bentwich:
«La supremacía de Alemania en ciertas ramas del saber, de las ciencias
y de las artes parece haber pasado definitivamente a otros países que
acogieron a los rechazados por los alemanes; la transferencia del «método»
alemán a otras tierras, y su aplicación en las escuelas de otras naciones,
será una compensación del nihilismo de los nazis. Y así continúa la histo-
ria de la transmisión del conocimiento y de las ciencias. La generación
joven que fue transplantada entre los años 1930 y 1940, cuando todavía
eran muchachos y niñas, y ha logrado educarse y hechar nuevas raíces,
está capacitada para rendir óptimos frutos de la mezcla de ambas culturas.
Ya es abundante recompensa la que los nuevos ciudadanos han ofrecido
al pueblo británico en pago de su espíritu de tolerancia y del asilo brindado
con tanto desinterés, aunque a la larga es poco probable que supere la
influencia que la acogida de los hugonotes perseguidos ejerció en los
siglos xvn y XVIII sobre nuestra cultura nacional.»
Si Alemania había logrado antes de 1933 un renombre mundial como
país de las ciencias y de la cultura, esa fama se debía en gran parte a
algunos de los hombres que encontraron asilo en la Gran Bretaña. Cuando
a principios de 1933 miles de judíos, de «no arios», y de adversarios polí-
ticos del régimen nazi fueron privados de sus puestos en el mundo acadé-
mico, los círculos científicos del Reino Unido crearon una organización
conocida más tarde con el nombre de Society for the Protection of Science
and Learning. Su finalidad consistía en ayudar a hombres de ciencia
emigrados a encontrar puestos permanentes o temporeros en la Gran Bre-
taña o en territorios de ultramar. Esa entidad trabajó en estrecha cola-
boración con el Comité Académico Judío, cuyo principal objetivo era el
de hallar colocaciones para las personas que ejercían profesiones liberales,
médicos, maestros, abogados y trabajadores sociales.
No todos los que se colocaron lograron resultados positivos. Algunos,
sobre todo los que ya iban entrando en años y que habían ocupado puestos
de gran responsabilidad en Alemania, no supieron adaptarse al nuevo
ambiente, en el que las circunstancias no fueron siempre iguales. Otros
salieron del país para ocupar puestos que prometían mejor remuneración.
En cierta medida, esas pérdidas se vieron compensadas cuando refugiados
que se habían establecido ya en otras partes del mundo de habla inglesa
70
ocuparon puestos académicos importantes en la Gran Bretaña 1 . En gene-
ral, puede afirmarse que la inmigración ha dejado huella bien perceptible
en casi todas las ramas de las ciencias exactas, naturales y sociales y en
la esfera de las artes en Reino Unido.
No podemos detenernos aquí a estudiar la contribución hecha por cada
hombre de ciencia o artista; unos cuantos ejemplos, de los muchos que
pudiéramos citar, bastarán para ilustrar la variedad de las actividades
científicas en que desde 1933 han ejercido su influencia los inmigrantes
extranjeros 2.
La admisión en la Royal Society se considera en la Gran Bretaña como
el más alto honor a que puede aspirar un hombre de ciencia. De sus 533
miembros actuales, 21 llegaron al país como refugiados procedentes del
continente. En su mayoría, ingresaron en la Royal Society después de
1947 3. Inmigrantes llegados hace poco al país desempeñan importantes
cátedras en las universidades de Oxford, Cambridge y Londres, y muchas
más en las universidades escocesas y de provincias. El Premio Nobel de
Medicina fue concedido en 1953 conjuntamente al Dr. Fritz Lipmann, de
la Harvard Medical School, y al Dr. Hans Adolf Krebs, profesor de bioquí-
mica de la Universidad de Shefneld, por sus trabajos sobre el metabolismo,
es decir el estudio de los cambios químicos en las células vivas. Krebs vino
al Reino Unido en 1933 como refugiado de la Alemania nazi. El descu-
brimiento de las propiedades curativas de la penicilina, que fue en 1940
una verdadera revolución de la terapéutica, se debió a un grupo de inves-
71
tigadores dirigido por el Dr. E. B. Chain y el profesor Howard Florey,
que ganaron conjuntamente el premio Nobel de Medicina en 1945. Chain
entró en la Gran Bretaña en 1933; hace poco ha pasado a ocupar el puesto
de director científico del Centro Internacional de Investigación de Micro-
biología Química, en Roma.
El importante papel que la Gran Bretaña ha desempeñado en el desa-
rrollo de la energía atómica, se debe al esfuerzo conjugado de hombres
de ciencia británicos y refugiados. Entre estos últimos deben mencionarse
Otto Friesch, que realizó el primer experimento de fisión del átomo y
ahora es profesor en Cambridge; F. E. Simón, experto en termoquímica
que actualmente trabaja en Oxford; E. R. Peierls, que enseña física mate-
mática en la universidad de Birmingham, y Max Born, en la Edimburgo.
Eran ya sabios reputados en su país de origen. Por razones de seguridad
nacional, sólo se autorizó a escaso número de jóvenes inmigrantes extran-
jeros a trabajar en esa especialidad. Lo sucedido con uno de ellos,
Klaus Fuchs, no es razón suficiente para no apreciar la gran contribución
aportada por los demás.
No menos que en las ciencias naturales y en medicina, merece seña-
larse la aportación de los inmigrantes a las ciencias sociales y al derecho,
a la filosofía, a las matemáticas, a los estudios clásicos y orientales, a la
historia del arte y de la música. Con su colaboración se han realizado en
el país notables progresos, especialmente en sociología general, criminolo-
gía e historia del arte 1. Se habían registrado grandes avances en el desa-
rrollo de esas disciplinas en el continente europeo y en los Estados Unidos
de América, pero hasta después de 1933 las universidades británicas no se
interesaron activamente en esos trabajos, y el nuevo impulso vino prin-
cipalmente de la labor que llevaron a cabo inmigrantes especializados en
esas disciplinas.
Quizá, antes que las universidades, fue el público en general interesado
en temas científicos quien reconoció el valor intrínseco de tales estudios.
Con frecuencia se han dado charlas radiadas sobre estas cuestiones, espe-
cialmente en el selecto «Tercer programa»; su éxito ha sido considerable.
La Workers Educational Association y otras instituciones dedicadas a la
educación de adultos han organizado también por su parte cursos sobre
esas materias, con frecuencia a cargo de inmigrantes.
Los inmigrantes han influido también en la presentación e interpre-
tación de la música, el teatro y el cine. Antes de ser expulsados de su
patria de origen, muchos productores, directores de orquesta y artistas
célebres habían estado ya más de una vez en la Gran Bretaña; los que
vinieron con ánimo de establecerse en el país —a no ser que se les negara
el permiso de trabajo— tuvieron mayores oportunidades de ponerse en
contacto con el público británico e interesarle por su trabajo mediante
sus realizaciones artísticas y el ejercicio de su magisterio.
1. Las tres cátedras de historia del arte en Cambridge, Oxford y Londres están a cargo
de inmigrantes.
72
Sin embargo, fueron bastantes los componentes de la minoría inte-
lectual que no se establecieron en la Gran Bretaña de un modo permanente.
Algunos llegaron solamente como residentes temporales, con el propósito
de marchar a los Estados Unidos de América o a Israel y, aunque la guerra
les impidió llevar adelante esos proyectos, abandonaron el Reino Unido
después de 1945. Unos pocos se marcharon disgustados, con la impresión
de que no se habían apreciado debidamente sus contribuciones. A otros
los atrajo la oportunidad de ir a los Estados Unidos de América con
mayores posibilidades y remuneraciones más altas. Por último, unos pocos
prefirieron trabajar en su país de origen y regresaron allá después del
derrumbamiento del régimen nazi. Pero durante sus años de residencia
en el Reino Unido, hasta los inmigrantes temporales dejaron profunda
huella en las materias de su especialización.
Empresarios y gerentes.
Otra de las grandes contribuciones de los inmigrantes que llegaron antes
de la guerra consistió en su especial pericia para la organización de empre-
sas. Los industriales y hombres de negocios bien conocidos eran muy
numerosos entre las víctimas de la persecución nazi en Alemania, Austria
y Checoeslovaquia. Muchos de los que emigraron antes de 1938 pudieron
transferir al extranjero parte de sus fortunas. En el período anterior a la
guerra, hallaron muy buena acogida en la Gran Bretaña, donde se padecía
de un desempleo persistente y en larga escala y era preciso estimular las
exportaciones y sustituir algunas importaciones indispensables con una
producción nacional. En todos esos aspectos, los inmigrantes hicieron
contribuciones verdaderamente valiosas.
Sin embargo, la guerra estalló antes de que ese esfuerzo diera todos
sus frutos. Las hostilidades convirtieron el problema del desempleo en el
de escasez de la mano de obra, y algunas de las nuevas industrias estable-
cidas poi los refugiados quedaron sin objeto inmediato. Por otra parte,
cuando terminó en mayo de 1940 el período de la llamada dróle de guerre,
muchos de los refugiados, considerados por la ley como «extranjeros
enemigos», quedaron sometidos a severas restricciones que sólo gradual-
mente fueron levantándose. Aun así, su presencia supuso un beneficio
considerable cuando la economía de la Gran Bretaña hubo de hacer frente
a las exigencias de la guerra. Lo mismo sucedió en el período de la recons-
trucción después de la guerra, período en que se adoleció de falta de dólares,
abundó el trabajo y se padeció la inflación monetaria.
Antes de la guerra, las autoridades británicas procuraban que los inmi-
grantes establecieran sus nuevas empresas en zonas necesitadas, sobre todo
en el País de Gales. Si aceptaban instalar allí sus nuevas industrias, se
les ofrecían fábricas a alquiler barato juntamente con créditos en condi-
ciones favorables, mientras que en otro caso no se les concedían los per-
misos necesarios más que en circunstancias especiales, y sin esas ventajas.
73
Naturalmente, esos incentivos se ofrecían igualmente a los industriales
británicos, pero fueron relativamente muy pocos los que se sintieron
atraídos por estas ofertas, por lo cual el éxito logrado en el desarrollo
industrial de algunas zonas del País de Gales se debe en cierta medida a
los inmigrantes que organizaron allí empresas. Aunque no en la misma
escala se registraron experiencias similares en otras regiones, incluyendo
el cinturón de Londres, que atrajo a muchos inmigrantes, a pesar de que
hasta cierto punto se logró promover y mantener en él una distribución
geográfica mejor equilibrada.
En el registro del Board of Trade Office del País de Gales figuran actual-
mente 87 empresas de refugiados1, que emplean 7.629 personas. Esa
lista no es completa, ya que pueden crearse nuevos establecimientos sin
apoyo del Board of Trade y existen empresas que no son propiedad de
inmigrantes más que en parte. «En la actualidad, en distritos transfor-
mados bajo los auspicios del gobierno en Trading Estates o zonas indus-
triales, se trabaja intensamente», dice un informe del director regional de
exportación del Board of Trade. «Un verdadero enjambre de gerentes,
propietarios y técnicos extranjeros ha desarrollado una colmena de nuevas
células fabriles que se dedican a la producción de artículos de primera
necesidad y artículos de lujo, precisamente en una región donde no había
nada de ese género. Este experimento de planificación económica ha creado
una demanda considerable de mano de obra allí donde más se dejaba
sentir su necesidad». El efecto ha sido sumamente beneficioso. «Lejos de
provocar una competencia peligrosa, ha venido a ser un complemento
de la vida económica del País de Gales. En nada afectó a las industrias
básicas del carbón, de la hoja de lata, del hierro y el acero, de la maquinaria
pesada, los altos hornos y los astilleros. Las empresas de los refugiados
concentraron su esfuerzo en la producción de artículos de la industria
ligera y de lujo 2. Una parte considerable de esa producción se exporta
ahora, mientras que antes de la guerra la Gran Bretaña tenía que importar
la mayor parte de esos productos. Los inmigrantes de Europa, dice el
informe arriba citado, «trajeron consigo al Reino Unido su experiencia
y conocimiento de los mercados extranjeros, su propio sistema de trabajo,
sus fórmulas científicas, y técnicas manufactureras excepcionales. A lo
cual se unía su perfecto conocimiento de las necesidades, presentación
74
exigida y gustos peculiares de los mercados extranj eros que hasta entonces
conseguían sus mercancías en los países del continente.»
Las contribuciones de los inmigrantes industriales en la "Welsh Develop-
ment Área, la nueva zona industrial del País de Gales, merecieron gene-
rosos elogios en ambas cámaras del Parlamento. Esos temas llegaron a
interesar a la opinión pública durante la guerra, cuando hubo que revisar
el concepto de «extranjero enemigo» en que se incluyó a los refugiados,
y durante los dos primeros años que siguieron a la guerra, cuando la mayoría
de los refugiados llegados antes de que se iniciaran las hostilidades logra-
ron la ciudadanía británica y quedaron exentos de todo género de res-
tricciones.
Sería en extremo difícil hacer un estudio sistemático de la contribución
de los industriales inmigrantes a la economía británica en estos últimos
años y, probablemente, su interés no pasaría de ser puramente teórico.
Sin embargo, es relativamente fácil reunir datos sobre cierto número de
éxitos logrados por unas cuantas personas. Una empresa austríaca de
ventas al por mayor se transfirió a la Gran Bretaña con un capital líquido
de 2 millones de libras esterlinas. Un ingeniero que se había especializado
en Alemania en el suministro de maquinaria industrial llevó su negocio
al Reino Unido y, en menos de tres años, había vendido por valor de más
de un millón de libras esterlinas los productos fabricados en la Gran Bre-
taña. Judíos venidos de Holanda y Bélgica trajeron al Reino Unido la
especialidad de tallar y pulir diamantes industriales. Éxitos notables
lograron algunos inmigrantes en la industria química, en las refinerías
modernas de petróleo y en la metalurgia; en la banca, en la industria textil,
en el ramo del vestido y en la publicidad. En la mayoría de los casos, el
éxito se debió no sólo a que los recién llegados venían a sumarse al proceso
de desarrollo industrial, sino también a que introdujeron nuevas ideas o
especializaciones en diferentes ramas de los negocios que habían sido
descuidadas en la Gran Bretaña. Hubo casos de fracaso e inadaptación
que se convirtieron en carga para el país pero, en su conjunto, la política
británica de admitir a industriales seleccionados dio resultados positivos.
Mano de obra.
Sólo una pequeña fracción de los inmigrantes estaba capacitada por su
educación, su experiencia y sus facultades para actuar en la esfera de las
ciencias y de las artes, en las profesiones liberales o en actividades de
empresa. Los que tenían que ganarse la vida trabajando como empleados
o trabajadores manualesL constituían, con sus familiares, la inmensa
1. Un segundo grupo de inmigrantes económicamente inactivos comprende las personas
con medios de vida independientes y las personas sostenidas por organizaciones de
caridad, amigos o parientes, por no poder trabajar o no haber podido lograr permiso
de trabajo. De 1933 a 1936, su proporción era muy elevada entre los recién llegados,
pero desde que empezó la guerra se han reducido a un número insignificante.
75
mayoría. ¿Qué contribuciones han hecho esos empleados y asalariados al
bienestar del país en que se han establecido?
Durante el período de intenso desempleo general se redujo rigurosa-
mente la concesión de permisos de trabajo. La posibilidad de importar
mano de obra extranjera quedó limitada a unas contadas ocupaciones,
especialmente al servicio doméstico: por lo demás, sólo se admitió a unos
pocos trabajadores elegidos por su alta calificación profesional o por la
experiencia particular que tenían en algunas industrias. Su número fue
muy reducido, pero como sus solicitudes eran severamente examinadas
y los permisos se concedían sólo por un plazo limitado y se prorrogaban
tras nuevo estudio de la situación, puede afirmarse que los que fueron
admitidos vinieron para responder a una necesidad real y urgente y su
contribución fue positiva.
Cuando estalló la guerra, los que poseían un permiso de trabajo no
tenían en su mayoría su residencia permanente en el país y de un modo
general, los que no eran refugiados volvieron a sus países de origen. Al
mismo tiempo, la movilización y el paso de la economía a la producción
de guerra resolvieron el problema del desempleo produciendo una escasez
de mano de obra en las industrias importantes para el esfuerzo de guerra.
Miles de refugiados sin permiso de trabajo estaban allí para cubrir este
vacío. Sin embargo, su absorción fue lenta, principalmente por motivos
de seguridad nacional y cuando, en mayo de 1940, pareció inminente la
invasión de la Gran Bretaña, muchos de los «extranjeros enemigos»,
sobre todo refugiados de Alemania e Italia, fueron internados, aun aquéllos
que ya habían trabajado en actividades esenciales para la guerra. Como
resultado de esa política, su presencia, en lugar de ser una ventaja, suponía
una gran carga para el país.
La actitud del Parlamento y de la opinión pública hizo que cambiara
su situación. A unos pocos se les trató como elementos peligrosos, y a los
demás se les autorizó a incorporarse como voluntarios en las fuerzas arma-
das x o a trabajar en actividades esenciales para el esfuerzo de guerra.
«El gobierno reconoce —se dijo en el Parlamento en noviembre de 1941—
que la población extranjera residente en este país supone una valiosa
adición a nuestro potencial humano, y que debemos emplearla con la
mayor eficacia posible, en idénticas condiciones, con los mismos salarios
e iguales servicios sociales que los correspondientes a ciudadanos británicos
que realizan el mismo trabajo.» Ya en otoño de 1940, el Ministerio
de Trabajo había creado una Sección de Trabajo Internacional con
76
objeto de llevar a efecto esa política. El número de trabajadores extran-
jeros a su cargo fue aumentando gradualmente hasta llegar a 120.000.
Unos 45.000 eran refugiados civiles procedentes de potencias aliadas,
42.000 eran exnacionales de Alemania y Austria, y el resto estaba compuesto
de italianos, nacionales de varios países enemigos o neutrales y de apatri-
das. En 1944, la Sección de Trabajo Internacional hizo un estudio por el
sistema de muestrario, con 11.432 hombres y 13.460 mujeres registrados
en sus servicios, llegando a la conclusión de que el 88 por ciento de los
hombres se ocupaban en trabajos de importancia o utilidad nacionales,
el 21 por ciento había sido transferido a ocupaciones de mayor impor-
tancia y sólo el 12 por ciento eran estudiantes o personas no utilizables
en otras ocupaciones. El ochenta y siete por ciento de las mujeres realiza-
ban trabajos de importancia nacional, y el 13 por ciento eran estudiantes
o personas no utilizables en otras ocupaciones. Una encuesta anterior,
limitada a las actividades de refugiados civiles de Alemania y Austria,
dio resultados ligeramente menos favorables, a pesar de su condición de
«extranjeros enemigos».
La contribución de los inmigrantes extranjeros al esfuerzo de guerra
nacional se resumió poco antes de terminadas las hostilidades en los siguien-
tes términos: «Puede afirmarse que, a pesar de todas las dificultades, los
refugiados han sido empleados útilmente en trabajos de tiempo de guerra.»
Esta absorción económica tuvo importantes consecuencias sociales. Mien-
tras, debido a las restricciones vigentes, los refugiados se vieron en su
mayor parte obligados a llevar una vida de ociosidad, por lo general per-
manecieron aislados de la población y tuvieron pocas ocasiones de conocer
costumbres británicas. Cuando durante la guerra comenzaron a trabajar,
a ingresar en los sindicatos obreros británicos y a participar en el servicio
de la defensa pasiva, encontraron abiertas tales oportunidades y poco
a poco fueron disipándose los mutuos prejuicios.
«A su vez, la mentalidad británica se ha visto influida por los refugiados.
No puede negarse que, desde 1933 y sobre todo desde 1939, la tradicional
((insularidad» de la Gran Bretaña ha ido decreciendo. A ello ha contri-
buido también, y dolorosamente, la presencia al otro lado del canal de
cañones y aeródromos enemigos. Más modestamente, los refugiados que
residieron primero en hogares de amigos británicos y luego trabajaron,
desde 1940, en las fábricas o en el ejército, nos han ayudado a percibir
con mayor claridad cuan estrechos son los vínculos que nos unen a Eu-
ropa 1.»
Tal vez, los beneficios que la Gran Bretaña reportó de sus inmigrantes
durante las hostilidades, han sido el motivo que indujo a sus autoridades
a adoptar después de la guerra la política positiva de inmigración de la
que nos hemos ocupado más arriba. Sus principales características fueron:
primero, que a la mayoría de los inmigrantes que habían llegado antes o
1. PEP. (Politjcal and Economic Planning). Are Refugees an Asset? London, 1945.
77
durante la guerra, se les concedió la residencia permanente; segundo, que
se admitió a personas que merecían especial atención por razones de orden
moral, político y humanitario; y tercero, que se permitió la entrada en
el país y se ayudó financieramente a inmigrantes seleccionados con miras
a suplir la escasez de mano de obra.
Poco puede decirse de la contribución positiva hecha después de la
guerra por el inmigrante «medio» que entró en el país antes de que comen-
zaran las hostilidades. Unos pocos, en los dos extremos de la curva esta-
dística, han atraído la atención pública: los que han logrado méritos extraor-
dinarios y notables éxitos, y los que han tenido que comparecer ante los
tribunales. Entre los demás, los de edad más avanzada que no pudieron
adaptarse al nuevo ambiente, van muriendo poco a poco, y los jóvenes
pierden rápidamente sus notas distintivas de inmigrantes.
Al tratar de valorar los resultados de la inmigración después de la guerra
en la mano de obra del país, conviene distinguir entre sus principales
grupos. El hecho de que hayan cesado de aplicarse los planes oficiales,
patrocinados por el gobierno, no significa que hayan fracasado. Eran
medidas tomadas para hacer frente a circunstancias del momento y, en la
mayoría de los casos cumplieron con su propósito, aunque a costa de cargas
considerables para el contribuyente.
De un total de 91.000 Trabajadores Voluntarios Europeos, sólo hubo que
deportar hasta mediados de 1951, a 613, pero 3.339 regresaron voluntaria-
mente (con inclusión de cierto número de personas de mala conducta que
hubiera sido preciso deportar). Algunos de los trabajadores no supieron
adaptarse a la ocupación que se les había señalado, y se autorizó su traslado
a otras actividades menos esenciales. Pero la mayoría cumplió con las
condiciones de su admisión y trabajó en industrias consideradas como
esenciales y que sufrían de escasez de mano de obra. En enero de 1951, se
suprimieron las restricciones sobre traslado de empleo e industria para
aquéllos que llevaban ya, por lo menos, tres años de residencia en la Gran
Bretaña. Inmediatamente se registró la consecuencia inevitable del paso a
trabajos más agradables y mejor remunerados, pero menos esenciales para
el país 1 . Además, durante la crisis de 1952, gran número de trabajadores
que habían sido destinados a la industria textil quedaron sin empleo y
hubieron de buscar colocación en otra parte.
1. «Es curioso observar que, en los seis meses que siguieron a la supresión de las restriccio-
nes, decretada el 1.° de enero de 1951, no se registró en la industria una redistribución
apreciable de los Trabajadores Voluntarios Europeos. Sin embargo, sigue en pie el
problema de los especialistas que. habiéndose ofrecido para trabajos manuales a que
no han podido adaptarse, no pueden encontrar colocación en sus propias profesiones,
debido a la prioridad reconocida en favor de excombatientes británicos que se han
graduado en algún centro universitario y, además, porque su desconocimiento del
inglés constituye para ellos un obstáculo mayor en sus aspiraciones intelectuales que
en sus trabajos manuales.» The Refugee in the Post War-World, Preliminary Repon of
a Survey under the Direction of Jacques Vernant, Ginebra, 1951. Sin embargo, otros
informes sugieren que muchos Trabajadores Voluntarios Europeos pasaron a ocupa-
ciones menos esenciales, una vez que quedaron sin efecto las restricciones.
78
A no ser por los tres motivos que vamos a examinar, su contribución
para solucionar los problemas de la mano de obra en la Gran Bretaña
después de la guerra hubiera sido considerablemente mayor. En primer
lugar, con el deseo de proteger a sus propios afiliados, los sindicatos
británicos no apoyaron sino relativamente los planes del gobierno. Luego,
hay que reconocer que, debido al carácter humanitario de los planes, fue
bastante bajo el nivel de selección de los trabajadores. Se admitió a
personas en mal estado de salud, a analfabetos y a solicitantes que carecían
de instrucción o talento suficientes. Por último, algunos no pudieron
establecerse en el Reino Unido por lo difícil que les resultaba encontrar
vivienda o trabajo para otros miembros de su familia, que habían de quedar
en el país de origen separados del trabajador voluntario.
Sólo fueron autorizados a quedarse en el país aquellos prisioneros
alemanes e italianos que habían tenido buena conducta mientras lo fueron
y que luego demostraron ser aptos para el trabajo a que se les había desti-
nado. Por el contrario, no hubo selección previa para la admisión de los anti-
guos miembros de las fuerzas polacas y los prisioneros de guerra ucrania-
nos, y no fue posible la deportación de los indeseables.
De cuanto llevamos dicho puede deducirse una conclusión aplicable a
todas las categorías de trabajadores extranjeros que fueron admitidos
después de 1945, de conformidad con los planes oficiales, a saber: «El
prejuicio insular no se extingue fácilmente, y la desconfianza respecto a
todos los trabajadores extranjeros es todavía profunda en ciertos sectores
de la población, especialmente entre los mineros, que encuentran más
cómodo no darse por enterados de la situación real de su país. Sin embargo,
se va progresando, aunque lentamente. En general, los empleadores están
satisfechos, y con razón, del trabajo de los refugiados, con frecuencia más
satisfechos que los trabajadores británicos, los cuales tienden a criticar el
excesivo celo del extranjero, procedente de países del este de Europa que
tienen un bajo nivel de vida y donde se trabaja mucho. Naturalmente, las
horas extraordinarias son un fuerte incentivo para el trabajo. También se
va superando poco a poco la resistencia de los sindicatos. Por regla general
los nacionales británicos que se dan cuenta de la existencia de los refugiados,
los aceptan como parte integrante de la comunidad, y procuran que se
sientan como en su propia casa, mostrando especial simpatía para los más
necesitados de entre ellos. Pero con todo siguen todavía considerándolos
como extranjeros 1 .
Desde que cesaron de aplicarse los planes oficiales, la inmigración de
trabajadores extranjeros se ha limitado en gran parte a los poseedores de
un permiso de trabajo 2. Ese sistema se caracteriza por los plazos cortos
de los contratos y presenta la ventaja de poder despedir y enviar a su país
de origen al trabajador que ya no rinde utilidad al país. Sin embargo, son
79
considerables sus inconvenientes si es que ha de aplicarse a los inmigrantes
que deseen establecerse de un modo permanente en la Gran Bretaña. La
inseguridad y la discriminación de que, por lo menos durante cuatro años,
van a ser objeto, podrían hacer desistir de su proyecto de inmigración a
elementos de gran valía, y su condición de inferioridad es causa quizá de
que no den todo su rendimiento los que de hecho inmigran.
«El Reino Unido no es un país capaz de una expansión interior en gran
escala», dice un reciente informe oficial del gobierno británico a uno de los
organismos internacionales. «Por el contrario, sus industrias y agricultura
están ya altamente desarrolladas y es uno de los países más densamente
poblados del mundo, con un número de habitantes que excede en gran
medida la capacidad de producción de su tierra. Por eso no existe en modo
alguno demanda de inmigrantes extranjeros y las oportunidades que se les.
ofrecen, por ejemplo en materia de empleos, son en extremo limitadas».
Con posibilidades tan reducidas, el trabajador extranjero ha cumplido
una imp ortante función y probablemente seguirá teniéndola en lo futuro
ASPECTOS DEMOGRÁFICOS
82
blemente no sería posible una inmigración constante en gran escala y
seguramente resultaría desventajosa. Una inmigración «en gran escala a
una comunidad plenamente formada como la nuestra sólo podría aprobarse
sin reservas con la condición de que los inmigrantes posean determinadas
características físicas, y de que su religión o su raza, no sean un impedi-
mento para su matrimonio con la población del país y su asimilación a ella.
La corriente de inmigración intermitente en gran escala del pasado,
especialmente la de los refugiados protestantes, flamencos y franceses, que
han ido estableciéndose en el Reino Unido en diferentes épocas, cumplía
con esas condiciones. Poca o ninguna probabilidad existe de que podamos
lograr con esas condiciones inmigraciones en gran escala en un futuro
próximo, y cualquier aumento de nuestras necesidades, por ejemplo por
ser mayor la emigración de la Gran Bretaña o por haberse producido un
nuevo descenso en la fecundidad nacional, tendería a rebajar los criterios
de selección.»
La Royal Commission no indica qué cifra sería necesaria a su juicio para
que pudiera hablarse de una inmigración «en gran escala». El Reino Unido
ha acogido a un número considerable de inmigrantes desde 1933, y espe-
cialmente durante los cinco años que siguieron a la segunda guerra
mundial, cuando estuvieron en vigor los planes de inmigración oficiales. Si
es justa la evaluación que de sus actividades se ha hecho en el presente
estudio, habrá sido en definitiva muy importante su contribución positiva
a la vida económica, social y cultural de su país de adopción. Ese éxito se
debe en gran parte a un conjunto de circunstancias especiales que no es
probable se repitan en el futuro. Los refugiados que huyeron de la opresión
nazi antes de la guerra, y los que llegaron amparados por la Organización
Internacional de Refugiados, aumentaron considerablemente el número de
emigrantes con altas calificaciones que, en circunstancias normales, jamás
hubieran abandonado sus países de origen. Dieron a la Gran Bretaña la
oportunidad de seleccionar sus inmigrantes con arreglo a sus necesidades.
El aspecto moral y humanitario del problema de los refugiados contribuyó
a crear un ambiente francamente favorable a la admisión y absorción de
un número relativamente elevado de extranjeros. Las exigencias de la
reconstrucción crearon después de la guerra una demanda excepcional de
mano de obra, que no era posible satisfacer con los elementos del mercado
nacional.
Bajo muchos aspectos, las circunstancias eran por lo menos tan favo-
rables como las que permitieron la «corriente de inmigración intermitente
en gran escala que se registró en la Gran Bretaña en siglos anteriores».
El hecho de que los nuevos inmigrantes fueran en gran parte judíos o
católicos, y no protestantes como los refugiados hugonotes o flamencos a
que hacía referencia la Royal Commission, no ocasionó dificultades dignas
de mención; no ha impedido que en su gran mayoría los inmigrantes se
hayan establecido en el país de modo permanente y que contribuyan al
bienestar general del mismo según sus facultades y dotes personales.
83
Sin embargo, sería una conclusión errónea el asumir que, aun cuando
hubiera gente apta dispuesta a inmigrar en la Gran Bretaña, sería el país
capaz de absorber en lo futuro con similares resultados favorables una
corriente inmigratoria constante en proporciones considerables. Es cierto
que mediante la inmigración podría contrarrestarse el previsto envejeci-
miento de la población. Por otra parte, las tendencias actuales de la
economía pueden hacer cada vez más difícil que la Gran Bretaña mantenga
el pleno empleo y el alto nivel de vida de la población. Si así sucede, no
podrían ser admitidos más inmigrantes, a no ser que demostraran estar en
condiciones de aportar una contribución especial al país.
84
C A P I T U L O I I I
Australia
por
1
W. D. BORRIE
INTRODUCCIÓN
85
no británico en este siglo era sumamente reducida, y alcanzaba sólo el
2 por ciento en 1947 y el 2,9 por ciento en 1921.
Las minorías no británicas constituían una proporción más importante
de la población en el siglo xix. En 1861, las dos minorías más importantes
eran la china (39.000 habitantes) y la alemana (27.000). La legislación
restrictiva de 1891 en las colonias australianas había comenzado a reducir
la población china. Sumaba ésta entonces unas 33.000 personas; disminuyó
aún más desde que se creó el Commonwealth, en que se prohibió virtual-
mente la inmigración de asiáticos con fines de residencia permanente. En
1921, se contaban solamente 15.000 chinos. En 1891, había 46.000 alemanes
que constituían con mucho la mayor minoría no británica y además de
este grupo nórdico europeo había 10.000 escandinavos.
Sin embargo, durante los últimos cien años, las personas de origen no
británico no han dejado en ningún momento de representar una fracción
relativamente pequeña de la población total, que alcanzó su máxima pro-
porción en 1861 con un 7,2 por ciento, y descendió a 5 por ciento en 1891,
para llegar a ser de sólo un 2 por ciento en 1947. Tan reducidos porcentajes
sugieren a primera vista que la contribución de los no británicos a la vida
social y cultural australiana ha sido relativamente pequeña. Una inves-
tigación empírica confirma este criterio. En el caso de minorías más
amplias, como la alemana en el siglo xix y al italiana en el xx, la primera
generación de colonos tendió a aferrarse a sus propias formas de vida y
como una gran proporción de ellos se estableció en grupos en zonas de
escasa población o eligió un campo reducido de actividades económicas, se
mantuvieron bastante apartados, tanto social como culturalmente, de la
mayoría de origen británico. Por consiguiente, la persistencia de las
características culturales y sociales de sus regiones de origen no ejerció
gran influencia en los rasgos de la mayoría.
De ahí que, para obtener una impresión justa de la contribución positiva
de los inmigrantes no británicos en la esfera social y cultural de Australia,
sea necesario retroceder a la historia anterior a 1920. De otra forma, el
examen se limitaría a unos pocos grupos escogidos de europeos del Sur,
cuyas contribuciones positivas han sido escasas en gran parte por las
actividades que han realizado, en parte por la situación geográfica de su
residencia principal y en parte, también, por constituir una proporción muy
reducida de la población total de una nación cuya estructura cultural y
social ha alcanzado un grado considerable de rigidez.
Quizá pueda decirse que, a comienzos del siglo xx, Australia formaba
una nación con conceptos «nacionales» de los deberes y derechos de sus
ciudadanos dentro del marco de una democracia política y con una unifor-
midad general de normas culturales y sociales. Para llegar a comprender
cómo han aparecido esos conceptos y esa uniformidad, es preciso examinar
brevemente la evolución de la amalgama social y cultural ocasionada por
a inmigración británica en Australia.
86
AUSTRALIA BRITÁNICA
País de origen
(porcentaje de distribución)
Colonia Período Totales
Inglaterra y
País de Cales Irlanda Escocia
Los datos del censo de 1861 relativos al lugar de origen indican que la
proporción de los inmigrantes que no recibieron ayuda para el viaje fue
sensiblemente análoga en todas las colonias, con excepción de Australia
Occidental, en la que, en 1861, el 69 por ciento de la población nacida en el
Reino Unido era de origen inglés, mientras que sólo un 19 por ciento de la
misma era de origen irlandés.
La significación concreta de esta distribución en el crecimiento y en la
estructura de las sociedades coloniales ofreció posiblemente menos impor-
tandia en Australia que en algunos otros países. Si existió un mayor sentido
de la comunidad entre los irlandeses que entre ingleses o escoceses, ello se
87
debió a que la mayor parte de los irlandeses profesaban un credo común.
El catolicismo en Australia era esencialmente un catolicismo irlandés, y
antes de 1850, el clero católico, sobre todo en las colonias orientales, se
preocupaba de modo especial de la organización de la beneficencia para los
irlandeses 1. La contraposición entre los católicos y los protestantes, que se
extendió, más allá de la teología, a las esferas política, educativa y sociales,
existió ya en la sociedad colonial desde los primeros días de su estableci-
miento. Pero las diferencias existentes entre irlandeses y no irlandeses, o
entre católicos y no católicos no fueron acompañadas de la aparición de
asociaciones casi nacionalistas como entre los norteamericanos de origen
irlandés. Una de las causas fue indudablemente el alejamiento del país
natal, pero debió tener la misma importancia la elevada proporción de
inmigrantes subvencionados y la suma movilidad de las poblaciones
coloniales, debida a la dispersión en extensos territorios y a las búsquedas
del oro.
La inmigración australiana no se acercó ni remotamente, en ningún
período del siglo xix, al ideal de Wakefield de convertir aquella sociedad
en una representación exacta de los países de origen. Hasta 1830, fueron
las expediciones de penados las que proporcionaron la gran mayoría de los
colonos. Con posterioridad a esa fecha, los inmigrantes y los nacidos en el
país comenzaron rápidamente a sobrepasar en número a los penados.
Entre 1829 y 1851, los 91.400 inmigrantes subvencionados de la colonia
oriental de Nueva Gales del Sur constituían un número tres veces mayor
que el de los llegados sin ayuda. Entre 1851 y 1860, en el conjunto de las
colonias australianas los emigrantes subvencionados ascendían a un total
de unos 230.000, frente a 372.000 que no recibieron ayuda. La inmigración
subvencionada continuó desempeñando una función importante en el
crecimiento colonial durante otras dos décadas. Con excepción de Queens-
land, en 1890 la mayor parte de los Estados habían abandonado los planes
de subvenciones para pago de pasajes, pero entre 1861 y 1900 el número
total de inmigrantes subvencionados fue de 388.000 más, mientras que el
incremento neto debido a la inmigración se evaluaba, según datos del censo
en unas 767.000 personas.
La ayuda económica a los inmigrantes constituyó, en parte, el precio que
hubieron de pagar las colonias australianas por la considerable distancia a
que se encontraba su fuente principal de colonos. En igualdad de condi-
ciones, no hubieran podido competir con América del Norte. La amplitud
de la inmigración subvencionada significa que hasta 1850, gran número de
los nuevos colonizadores eran hombres y mujeres de escaso capital, reclu-
tados principalmente para trabajar en las colonias como peones o artesanos.
Ésta es una razón importante de que tardaran algún tiempo en ejercer
1. En la obra de J. G. Murtagh, Australia, ihe Caiholic Chapter, Nueva York, 1946, puede
verse un estudio de la política social de la Iglesia Católica Romana y su asociación con
los irlandeses.
88
en las esferas social, política y cultural una influencia correspondiente a su
número. En 1850, principalmente en las colonias sudorientales del interior,
el prestigio económico, político y social de las clases terratenientes era
incontestable y esas clases procedían en gran parte de los primeros coloni-
zadores. Los inmigrantes proporcionaron la mano de obra para el desarrollo
de las propiedades existentes y la expansión de la colonización en las
regiones rurales y contribuyeron a aumentar la porporción creciente de
obreros, industriales y comerciantes que encontraron su medio de vida en
las ciudades coloniales en pleno desarrollo.
Aunque en 1850 la sociedad colonial —y de modo más acusado en las
colonias orientales— estaba moldeada con arreglo a las concepciones de los
primeros colonos y de sus descendientes, había en ella mucho que los
inmigrantes posteriores podrían comprender y de lo que podrían extraer
algún beneficio. Muchas de las instituciones de sus países de origen habían
sido trasplantadas sin ningún cambio fundamental. Allí se encontraba la
Iglesia Católica para satisfacer las necesidades espirituales de sus adhe-
rentes; la Iglesia de Inglaterra pasó a ser la Iglesia Anglicana que, aunque
separada del Estado, había copiado los dogmas teológicos y las prácticas
religiosas de aquélla; otras sectas protestantes contaban son sus propias
iglesias en las colonias; las instituciones y procedimientos jurídicos, así
como la educación, debían también mucho a sus países de origen. La
estructura esencial era la misma, y aunque encubierta por actitudes sociales
apropiadas a una sociedad en evolución, éstas tendían a reducir la influencia
de la tradición y a ampliar las perspectivas de progreso económico. Por
tales motivos, los inmigrantes subvencionados que representaban una
proporción importante del incremento neto de la población antes de 1850,
encontraron ciertas ventajas en las sociedades coloniales comparadas con
las que habían abandonado. Ya se tratase de ingleses, irlandeses o esco-
ceses, se interesaron en primer lugar por adquirir un mayor grado de
seguridad económica en su condición de obreros, comerciantes y pequeños
propietarios y aceptaron la estructura social fundamental tal como la
encontraron establecida.
Un observador reciente de la Australia contemporánea ha observado que
en ese país ejerció influencia el hecho de que en los días de los primeros
colonizadores los contactos humanos eran escasos y que el medio al que
tuvieron que ajustarse los colonos era esencialmente natural y no humano 1.
Esta forma de plantear la cuestión es demasiado simplista. El medio
natural es importante, pero el hecho de que una aplastante mayoría de la
población de cada una de las colonias procediera de las Islas Británicas
significaba que los británicos allí llegados, tanto antes como después de
1850, encontraron en Australia una estructura social que no les era extraña
y que era muy similar en todas las colonias.
91
y que denotaban un status bien definido en la jerarquía social consti-
tuían barreras para el fomento económico.
Los inmigrantes británicos que se dispersaron por las colonias entre 1851
y 1890 ejercieron una influencia social y cultural más positiva que los
llegados en 1830 y en 1840. Si bien no llegaron a alterar la estructura
institucional de la sociedad colonial, en el terreno ideológico los inmi-
grantes de 1850 fueron precursores. Los buscadores de oro, tanto los
nacidos en las colonias como los inmigrantes, comenzaron a abrir el camino
que condujo al debilitamiento de la supremacía social y política de los
grandes terratenientes y ganaderos y dieron a la sociedad colonial (prin-
cipalmente en las colonias orientales) un fuerte impulso igualitario. Cerca
de tres décadas de rápida expansión económica reforzaron y difundieron
el ideario político y social entonces establecido, en tal forma que, a fines
de siglo, había sido aceptado como una tradición tanto por los nacidos
en las colonias (que, en aquel momento eran más de las tres cuartas partes
de la población), como por la mayoría de los mismos inmigrantes. El ideal
de democracia política fue seguido de la introducción del sufragio universal;
el ideal de la protección de las condiciones de trabajo y de horarios y sala-
rios razonables ocasionó ásperas discusiones a principios de 1890 y pronto
tomó forma en un sistema nacional de conciliación y arbitraje; los princi-
pios que condujeron a la limitación de la inmigración asiática se convir-
tieron en dogma con la Immigration Act de 1901. El fundamento de esos
hechos hay que buscarlo anteriormente. Los inmigrantes británicos que
llegaron después de 1860 lo aceptaron ya y contribuyeron a reforzarlo
más bien que a hacerlo cambiar.
Para 1890, las colonias habían abandonado prácticamente la inmigra-
ción subvencionada y la corriente de las islas Británicas a Australia, que
había representado 174.000 personas en la década 1871-1880 y que ascen-
dió a 320.000 entre 1881 y 1890, descendió hasta 92.000 en la década
siguiente. Además, la emigración fue considerable: en 1891, una inmi-
gración neta de 26.900 personas constituyó la última aportación impor-
tante durante 17 años, en 10 de los cuales Australia sufrió una pérdida
neta de población. En 1909, el incremento neto de todas las procedencias
ascendió hasta 21.800 y en 1910 a 29.900. Después de 1909, la mayor parte
del incremento neto debido a la inmigración procedió de nuevo del Reino
Unido. En dicho año, fue de casi 16.000 personas y en 1910, de 26.300.
En los tres años siguientes, llegaron del Reino Unido 238.700 inmigrantes
y partieron de nuevo hacia él 66.500, lo que produjo una inmigración
neta de 172.000 o un promedio anual de 57.400, comparado con 76.000 de
otras procedencias. De nuevo, una proporción considerable de los llegados
a Australia para establecerse en ella de forma permanente eran inmigrantes
a los que se había costeado el pasaje. Entre 1901 y 1910 sólo llegaron
17.700 inmigrantes subvencionados, pero durante los cuatro años siguientes
la cifra ascendió a casi 145.000, siendo el total de los inmigrantes llegados
del Reino Unido de 198.500.
92
Esos inmigrantes se necesitaban por las mismas razones que requirieron
la llegada de los del siglo xix. Los datos del censo demuestran que entre
los inmigrantes británicos del siglo xx la proporción de ingleses y galeses
era más elevada que anteriormente. En 1921, el 68 por ciento procedían
de Inglaterra y Gales y el resto se dividía aproximadamente igual entre
irlandeses y escoceses. Pero, igual que ocurrió en el siglo xix, el país de
origen era menos importante que el hecho de que la mayoría contaba con
un capital reducido y se desparramaron por toda Australia, aunque en
comparación con los nacidos en Australia se inclinaron más a establecerse
en zonas urbanas. En 1911, el 45 por ciento de los procedentes del Reino
Unido se encontraban en las ciudades principales, mientras que la pro-
porción de habitantes de las mismas no representaba sino el 38 por ciento
de la población total.
La llegada casi continua de inmigrantes británicos a la población aus-
traliana, juntamente con la estrecha asociación económica e imperial entre
ambos países, mantuvo vivos estrechos vínculos culturales y sentimentales
con el Reino Unido. Pero la sociedad australiana continuó siendo una
adaptación y no una copia de los países de procedencia. La estructura
social australiana era un complejo de instituciones británicas, modificado
por una población procedente en gran parte de las capas inferiores de la
sociedad británica, ajustadas a un medio geográfico único. Para el siglo XX,
no sólo las instituciones, sino también las actitudes sociales y psicológicas
habían adquirido un carácter realmente australiano. Pero aún están lo
suficientemente emparentadas con los moldes británicos para que los
inmigrantes las acepten y las comprendan.
Lo mismo puede decirse de la oleada inmigratoria procedente de las
islas Británicas después de la guerra de 1914-1918. El gobierno australiano
aprobó con gran optimismo el Plan de Colonización del Imperio de 1921,
con el que se pensaba conseguir una nueva distribución en gran escala
de la mano de obra del Imperio británico. Aunque la inmigración posterior
a la guerra fue considerable, no consiguió nunca ese objetivo. De nuevo
se produjo una gran afluencia de inmigrantes subvencionados. Entre 1921
y 1930, el aumento neto de población debido a la inmigración de todas las
procedencias fue aproximadamente de 313.000 personas, el 80 por ciento
de las cuales eran de origen británico. El total de inmigrantes subvenciona-
dos durante ese período fue 215.000.
Con ello terminó la inmigración importante británica hacia Australia
hasta el fin de la guerra de 1939-1945. Se produjo un cierto resurgimiento
de 1936 a 1940, con la llegada de 14.600 inmigrantes, si bien estos signi-
ficaron únicamente el 34 por ciento de los llegados de todas proce-
dencias, comparado con el 80 por ciento en los primeros tiempos.
Los inmigrantes llegados en la década iniciada en 1920 se encontraron
con una sociedad cuyo elemento predominante eran australianos de la
segunda generación por lo menos. En 1901, el 77 por ciento de la pobla-
ción total había nacido ya en Australia y en 1933, la proporción era de
93
84 por ciento. Durante el siglo xx, las ideas, usos y costumbres que deter-
minaron el carácter político, social y económico de la sociedad eran en
gran parte producto de los nacidos en Australia y no de los inmigrantes
británicos, y más que nunca el inmigrante tuvo que aceptarlas si quería
ajustarse a la estructura social.
El profesor Hancock, al examinar los puntos de analogía existentes
entre Australia en 1930 y los Estados Unidos de América, tal como los
describió de Tocqueville un siglo antes, destacaba que en ambos casos se
trataba de dos vastos países en gran parte no poblados que estaban siendo
inundados de vigorosos invasores de origen británico 1. En ambos casos,
la población había roto con la estructura formal de las sociedades más
antiguas que dejaron en sus países ellos y sus antepasados. Se concedía
importancia al provecho económico, a la ocupación efectiva de un conti-
nente, y las ideas sociales y culturales sufrieron una fuerte influencia de
las cosas materiales. Aún no había surgido una estructura de clases bien
definida sino en un sentido material y se había dejado de lado el respeto
por la tradición y las costumbres en una lucha por la seguridad en la cual
este objetivo era siempre una meta inalcanzada.
Sin embargo, el paralelo no es completo. La descripción se parece más
a la Australia de fin de siglo que a la de 1930. Además, los Estados Unidos
atrajeron pronto grandes cantidades de colonizadores no británicos cuyo
número llegó a sobrepasar el de los de origen británico. Esto no ocurrió
en Australia. La población continúa siendo fundamentalmente de origen
británico y este hecho, junto con el gran movimiento de población durante
el enérgico período de desarrollo de la segunda mitad del siglo xix, es lo
que ha dado a Australia su uniformidad cultural y social. Sus pautas
sociales y culturales han seguido un sendero poco variable desde que se
sentaron sus bases en 1850. Las continuas aportaciones de inmigrantes
británicos han contribuido a mantener esa dirección. Las pautas sociales
y culturales que los australianos estaban dispuestos a aceptar quizá
tuviesen mucho de común con aquellas otras pautas intermedias que de
Tocqueville percibía entre la mayoría de los norteamericanos. Pero cuando
menos tenían un carácter fundamentalmente uniforme en todo el conti-
nente australiano y su desarrollo histórico impide que los australianos
lleguen a comprender o a aceptar un inconformismo cultural y social
de los no británicos. Ésta es una razón importante que explica la
influencia desdeñable de los no británicos en los terrenos social y cultural,
aunque también debe insistirse en que su número nunca fue lo bastante
elevado para que pudieran desempeñar una función más importante a ese
respecto.
94
COLONIZACIÓN NO BRITÁNICA EN EL SIGLO XIX
El año 1891 señala la transición entre los períodos colonial y del Common-
wealth. En esa época el número de chinos disminuye rápidamente. Los
alemanes habían alcanzado su mayor número y en lo sucesivo fueron
disminuyendo lentamente. El número de escandinavos permaneció esta-
cionario durante una década, pasada la cual su número fue reduciéndose.
La presencia de 4.000 italianos anunciaba una inmigración mayor en
el siglo xx y, en efecto, en 1933 este grupo constituía ya la principal minoría
no británica. En ese momento, también se habían formado pequeños núcleos
de otros europeos del Sur, como griegos y yugoeslavos.
95
Antes de examinar la influencia que han ejercido esos no británicos
en el aspecto social y cultural, es importante insistir de nuevo en que
durante todo el siglo xix sólo constituyeron una parte ínfima de la pobla-
ción total. En 1891, el 68 por ciento de la población había nacido en Aus-
tralia y un 26,8 por ciento en otros territorios británicos. En total de euro-
peos no británicos representaba solamente el 2,5 por ciento de la población
y el de chinos, sólo el 1,6 por ciento.
Poco puede decirse de los chinos. La misma naturaleza de su coloniza-
ción hizo prácticamente imposible que aportasen una contribución posi-
tiva el desarrollo social y cultural de Australia. Desde el punto de vista
económico, su contribución fue importante. En Victoria constituyeron
una importante mano de obra cuando desapareció la búsqueda individual
del oro y aparecieron las compañías mineras. En 1880 quedaban aún en
el territorio del Norte 5.000 chinos, dedicados principalmente a trabajos
de minería. En aquel momento, formaban aproximadamente el 80 por ciento
de la población del territorio. También emigraron a Queensland al descu-
brirse oro en aquella región en 1880. En 1891 había en Queensland
8.500 chinos. La mayoría de los 24.000 restantes se encontraban en las
colonias sudorientales.
160 157.4-
IS4- 3
150
140
130
120
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i en mili:
100
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20
•JU
10
Jj
Años de 1861 1891 1921 1947
los
censos
Nacidos en el extranjero, no británicos
Nacidos en Europa, no británicos
Nacidos en Alemania
Nacidos en los países escandinavos
Nacidos en Italia
Nacidos en Grecia
Nacidos en China
97
antirracial, pero hubo muy poca hostilidad abierta hacia los chinos
que ya se encontraban en el país fundada en motivos racistas. En el
siglo XX, la inmigración china desapareció rápidamente y en lo que respecta
a los que se casaron y fundaron sus hogares en Australia, sus hijos se edu-
caron en escuelas australianas y llegaron a ser ciudadanos con todos los
derechos en la sociedad australiana. Existen aún barrios chinos en las
ciudades principales, pero también hay ahora personas de origen chino
en la mayor parte de las profesiones importantes, así como en otros muchos
empleos. En el siglo xx, a medida que esos descendientes de chinos iban
alcanzando un nivel profesional análogo al de los australianos, su cultura
se iba occidentalizando cada vez más. Hacia 1920, el taoísmo, el confu-
cianismo y el budismo habían ido siendo reemplazados gradualmente por
las diferentes formas de la religión cristiana y los chinos de Melbourne
tenían hacia esa época una iglesia anglicana, una presbiteriana y una
metodista. Al lado de éstas, sólo existía un lugar de culto no cristiano \
Mucho más importante ha sido el papel de los alemanes. Antes de 1860,
la principal concentración de alemanes se encontraba en la colonia de
Australia Meridional. Un reducido grupo de luteranos alemanes, que se
opuso al intento de Federico Guillermo III de Prusia de fundir los dos
principales grupos protestantes en una iglesia de Estado, se estableció en
territorios cercanos a Adelaida, en 1839. Después llegaron otras congre-
gaciones de luteranos. Para fines de 1851 habían emigrado a Australia
Meridional unos 10.000.
Durante las búsquedas del oro, después de 1851, se produjo una con-
siderable emigración de alemanes de Australia Meridional a Victoria, así
como alguna inmigración del extranjero. No obstante, más importante
que la participación de los alemanes en la búsqueda del oro fue su migra-
ción a lo largo del río Murray hacia Albury y de aquí hacia el Norte, a
través de Nueva Gales del Sur. Allí donde fueron, esos alemanes se esta-
blecieron en grupos, en los que ejerció una gran influencia una fuerte
Iglesia Luterana. Después de 1860, al lado de estas colonizaciones de
grupo, se produjeron múltiples establecimientos esporádicos de nuevos
inmigrantes procedentes del extranjero, especialmente en las capitales
Melburna y Adelaida.
En 1861, aun había unos 8.800 alemanes en Australia Meridional, más
10.400 en Victoria y 5.500 en Nueva Gales del Sur. Después y hasta 1891,
la inmigración alemana bastó para mantener a un nivel constante la cifra
de los alemanes en Victoria y Australia Meridional y para aumentarla en
Nueva Gales del Sur hasta 8.300 personas. En ese momento, se desarro-
llaban asimismo importantes comunidades alemanas en Queensland meri-
dional, en Toowoomba al este de Brisbane, y en la región de las Darling
Downs. Los 2.100 alemanes residentes allá en 1861, llegaron a 11.600 en
1881 y a casi 15.000 en 1891.
98
Para estudiar la contribución, positiva de esos colonos, hay que tener en
cuenta diversos factores importantes acerca de su origen. En primer
lugar, los primeros alemanes llegados tenían arraigadas ideas religiosas.
El hecho de que su Iglesia Luterana sufriese un cisma en Australia es
menos importante que el de que la mayoría continuó fuertemente unida
a una u otra rama del luteranismo y que durante muchos años los pastores
que con frecuencia tuvieron gran influencia en la vida social y cultural
de sus parroquias fueron de formación alemana.
En segundo lugar, la inmigración alemana a Australia fue en mayor
grado que ninguna otra, salvo la británica, una inmigración de familias.
Antes de 1861, había 82 mujeres por 100 hombres entre los colonos ale-
manes de Australia Meridional. En Nueva Gales del Sur, aproximadamente
la mitad de los habitantes nacidos en Alemania eran mujeres. En Queens-
land, había 71 mujeres por cada 100 hombres y en Victoria, donde la
inmigración alemana se debió en gran parte a la búsqueda del oro, la pro-
porción de mujeres era mucho menor, aproximadamente la tercera parte.
Los matrimonios entre alemanes y australianas fueron relativamente
frecuentes, pero pocas alemanas se casaron con australianos. Como con-
secuencia, entre 1861 y final del siglo, había en Australia un número
creciente de familias totalmente de origen alemán. En 1891 el número de
padres e hijos quizá excediese de 85.000 y en algunas regiones (por ejemplo,
en las regiones Hahndorf-Tanunda, de Australia Meridional y en partes
de Moretón Bay, división de Queensland meridional) más de la mitad de
la población era germana. Los alemanes habían sido los colonizadores de
esas regiones rurales y constituían comunidades estrechamente unidas.
En tercer término, existe el hecho, relacionado con lo anterior, de que
muchas comunidades alemanas, especialmente de Australia Meridional
antes de 1860 y de Queensland meridional en la década iniciada en 1880,
se establecieron en zonas que aún estaban poco desarrolladas desde el
punto de vista económico y que se prestaban al cultivo intensivo. Los
alemanes raramente se ocuparon de pastoreo o del cultivo en gran escala,
excepto en Victoria. En Australia Meridional fueron excelentes viticul-
tores y sentaron las bases de la industria vinícola. En Queensland roturaron
parcelas de 20 a 40 hectáreas en las que plantaron cereales y legumbres
y desarrollaron cultivos mixtos en pequeña escala basados en una agri-
cultura intensiva.
Finalmente, las primeras colonias de Australia Meridional establecieron
sus propias instituciones sociales y culturales. Por no existir un sistema
de enseñanza de Estado, crearon sus propias escuelas, en las que utilizaron
la lengua y los textos alemanes. Por no haber una rama australiana de la
Iglesia Luterana, crearon la suya propia. Formaron sus propias sociedades
para las relaciones sociales y culturales. Los grupos de familias alemanas
que se desplazaban a lo largo del río Murray y de allí al Norte, atravesando
el centro de Nueva Gales del Sur, llevaron consigo sus propias institu-
ciones. En Queensland, si bien la colonización se produjo muy posterior-
99
mente, los colonos roturaron nuevos territorios y constituyeron comuni-
dades autónomas en las cuales la vida social y cultural continuó muy
ligada a las regiones de origen. Al realizarse la colonización alemana en
Queensland, la Iglesia Luterana fue en Australia una institución flore-
ciente y militante que pronto se estableció en la colonia del Norte en donde
fue, de nuevo, un importante punto de concentración de la vida social y
de la religiosa de esas comunidades.
Esos hechos explican claramente el extraordinario vigor de las pautas
sociales y culturales alemanas allí donde los alemanes constituyeron
colonias rurales. Pero se trataba más bien de un caso de persistencia y
de segregación que de influencia positiva. Los grupos de colonias mantu-
vieron durante dos e incluso tres generaciones un fuerte espíritu alemán
y luterano. Sin embargo, la persistencia de la lengua, religión y costumbres
alemanas no suscitó una seria oposición hasta que alcanzó a Australia la
rivalidad internacional que siguió a la creación del Imperio alemán en 1871,
a la expansión colonial alemana en el Pacífico y a los acontecimientos que
condujeron a la primera guerra mundial. Durante esa guerra, se cambiaron
muchos nombres alemanes de lugares, se prohibió el empleo del alemán en
las escuelas y en servicios religiosos y se impusieron restricciones con fines
de seguridad. Pero las comunidades alemanas ya iban perdiendo parte de
sus características. La Iglesia Luterana continuaba ejerciendo una fuerte
influencia en ellas pero, desde los puntos de vista social y cultural, los
descendientes de los primitivos colonizadores alemanes iban siendo absor-
bidos en la pauta australiana. Hacia 1920 y 1930 aun existían huellas de
su origen germano en la vida de esas poblaciones —en las relaciones fami-
liares, en su religión y en la arquitectura de sus hogares— pero eso era
menos importante que el hecho de que la gran mayoría de la población
que vivía en esas regiones eran australianos de dos o tres generaciones y
se mezclaban libre y fácilmente con los restantes australianos.
A fines de siglo, al lado de esos grupos de colonos rurales existían espar-
cidos por los pueblos y ciudades de Australia, millares de personas de
origen alemán. En 1891, en Australia Meridional y en Queensland, menos
del 10 por ciento de los alemanes residían en zonas urbanas, Por el con-
trario, en Nueva Gales del Sur, la tercera parte de ellos vivían en Sydney
y un 25 por ciento más en otras zonas urbanas. En Victoria, la tendencia
a habitar en las ciudades era aún más marcada, y había un 40 por ciento
de personas de origen alemán residentes en Melbourne. Las supervivencias
culturales eran menos marcadas entre estos alemanes de las ciudades
aunque también entre ellos la Iglesia Luterana constituía un importante
centro de atracción, especialmente en Victoria. Pero estos alemanes for-
maban sólo una reducida fracción de las comunidades en que habitaban y,
por consiguiente, su asimilación social y cultural fue más rápida que en
los grupos rurales.
Si exceptuamos los muchos y vigorosos escritos de las diferentes ramas
de la Iglesia Luterana, los alemanes y sus descendientes han contribuido
100
poco al desarrollo de la literatura 1 . Estos grupos de colonias, particular-
mente en Australia Meridional y Queensland, dedicaron la mayor parte
de sus energías a los asuntos económicos, y sus actividades parroquiales
satisfacían ampliamente sus necesidades intelectuales y espirituales. Aun-
que los pastores y los maestros eran, con frecuencia, escritores competentes
y vigorosos, se limitaron casi exclusivamente a cuestiones teológicas y
parroquiales. Aparte de las publicaciones eclesiásticas, la principal con-
tribución de los alemanes consistió en libros de viaje, pero sus autores
fueron sobre todo visitantes temporales que difícilmente podrían calificarse
de germano-australianos.
Más positiva fue la contribución de algunos alemanes en las esferas de
la exploración y de las ciencias 2. Leichardt, originario de Brandemburgo,
que llegó a Australia en 1841, tuvo un papel destacado en la exploración
del Norte de Australia, hasta su muerte acaecida en 1847. Otros alemanes
que participaron en la exploración fueron Menge, Neumayer y Beckler.
Los alemanes desempeñaron también un papel importante en los estudios
científicos en la segunda mitad del siglo xix. La obra del barón von Müller
en botánica fue importantísima. Lendenfeld y Menge realizaron impor-
tantes trabajos de zoología y geología y otros alemanes hicieron notables
aportaciones a los estudios médicos. Otros alemanes dedicados a las acti-
vidades misioneras de la Iglesia Luterana efectuaron importantes estudios
antropológicos y lingüísticos entre las poblaciones aborígenes.
También han dejado huella los alemanes en el arte y la música. Hans
Heyens es quizá el mejor paisajista que ha tenido Australia. En relación
con la música, si bien los alemanes hicieron poco como compositores, se
destacaron como profesores y en las ciudades había con frecuencia coros
alemanes. Entre los grupos de colonias alemanas, particularmente los
de Australia Meridional, la banda de música tenía gran importancia en
las fiestas nacionales y locales. No obstante, la influencia de los emigrantes
para hacer estimar a los australianos la música alemana fue menor que la
que ejercieron las visitas de artistas y actores alemanes, así como las
interpretaciones de obras alemanas por orquestas y sociedades musicales
australianas.
En general, entre 1860 y 1910, en las profesiones liberales, en arte y
en música, y especialmente en la esfera de los estudios científicos, los
alemanes desempeñaron un papel más positivo que los otros emigrantes
no británicos del norte de Europa, pero es imposible discernir si la pro-
porción de los que se destacaron fue mayor que en otros grupos nacionales.
Además de la obra de quienes se destacaron individualmente hay que tener
en cuenta la influencia de la gran masa de colonos alemanes en el nivel
general social y cultural de las comunidades vecinas a las que habitaban,
así como sobre la nación en su conjunto. En relación con las primeras,
103
sólo 31 de los 1.150 hombres que se casaron lo hicieron con mujeres suecas
o noruegas, y 4 de cada 5 mujeres contrajeron matrimonio con hombres
de otra nacionalidad.
También desde el punto de vista cultural los escandinavos perdieron
rápidamente su personalidad en el siglo xx. La supervivencia de algunos
clubs y sociedades escandinavas, así como el diario Nordern, no impidió
que hacía 1920 los escandinavos estuvieran ya asimilados en todos los
órdenes. Los incentivos capaces de mantener los vínculos con sus países
natales se debilitaron aún más con el cese virtual de la inmigración
escandinava después de 1914.
£1 carácter esporádico de la colonización escandinava, y la rapidez de
su asimilación, no dieron lugar a su segregación social y cultural; pero esos
factores, al estimular la mezcla de inmigrantes y australianos, crearon
asimismo una atmósfera favorable para el traspaso de algunos aspectos
sociales y culturales al país de acogida. Los escandinavos fueron siempre
muy bien considerados y no chocaron nunca con la oposición de que fueron
objeto los alemanes. Tampoco suscitaron hostilidad por motivos económi-
cos o culturales, como ocurrió con los italianos y con otros nacionales de
países del Sur de Europa en 1920 y 1930.
En relación con su número total, la contribución de los escandinavos
en el terreno económico1 fue importante. Entre los pioneros de la industria
del cultivo de la caña de azúcar en Queensland se cuentan los escandi-
navos. Un danés, Edward Knox, participó en la fundación de la Colonial
Sugar Refining Company, que se convirtió en uno de los factores más
importantes del desarrollo industrial en Australia. Daneses y suecos tam-
bién contribuyeron mucho al desarrollo de la industria lechera. El uso
de los separadores mecánicos que permitió que la industria de la mante-
quilla pasara de las granjas a la fábrica, fue seguramente estimulado, si
no iniciado, por escandinavos. También se destacaron éstos en la instala-
ción de fábricas de mantequilla y de queso, en la exportación de esos
productos, y un sueco introdujo la forma de preparar leche en polvo.
Muchos nombres escandinavos están asociados al fomento de empresas
de navegación de cabotaje y de alta mar, así como a la fabricación y
distribución de máquinas agrícolas. Los suecos figuran entre los primeros
que fabricaron levadura comprimida, y estuvieron vinculados con la
instalación de las industrias de los fósforos y del papel.
La influencia de los escandinavos en Australia se sintió con más fuerza
en las cuestiones económicas que en el terreno social y cultural. Algunos
escandinavos participaron en los estudios científicos y en el movimiento
literario, pero sus contribuciones no pueden considerarse como excepcio-
nales si se examinan en relación con el número total de inmigrantes. En
su gran mayoría, los escandinavos intervinieron libremente en la vida
J. Lyng, The Scandinavians in Australia, New Zealand and the Western Pacific, Mel-
bourne, 1939 y Non-Britishers in Australia.
104
pública, social y cultural de las comunidades donde se habían establecido.
Esta intervención indujo quizá a los australianos relacionados con ellos
a apreciar mejor la historia, la cultura y el arte escandinavos, pero no
puede decirse que su presencia haya constituido una contribución social
o cultural concreta.
Tampoco esto puede ser motivo de sorpresa. Los escandinavos no sólo
constituían una minoría muy reducida en un país que poseía una unifor-
midad cultural de alto nivel, sino que en su mayoría estaban fuertemente
sujetos a las influencias australianas, tanto en el seno de su familia como
en su vida social más amplia. En 1921 sólo existían 4.400 australianos
nacidos de padre y madre escandinavos. Por el contrario, existían 32.000
nacidos de padres escandinavos, y unos 5.300 nacidos de madres escan-
dinavas, mientras que, con pocas excepciones, el otro de los padres era
británico. Entre esos australianos de ascendencia escandinava parcial
se pueden encontrar nombres destacados en una u otra esfera de la vida
social o cultural australiana. Un ejemplo notable lo constituye Henry Law-
son (Larsen), uno de los mejores escritores australianos de baladas y de
cuentos, cuyo padre era un marino noruego. Pero el arte de Lawson está
impregnado de un aroma australiano y debe poco a sus antecedentes
escandinavos. Del mismo modo, sería difícil distinguir a otros australianos
de origen escandinavo por sus antecedentes étnicos. En mucha mayor
medida de lo ocurrido entre los alemanes, la segunda generación de escan-
dinavos perdió el contacto con las costumbres y la cultura de los países
de donde procedían sus padres. Al contrario de lo que ocurrió con los hijos
de los primeros colonos alemanes, los hijos de padres escandinavos acudie-
ron a las escuelas australianas, y no se vieron sujetos en forma alguna
a la influencia de la lengua, la religión, los hábitos familiares o las influen-
cias culturales más amplias de las patrias de sus padres. En una palabra,
fueron «productos australianos».
108
cenada desde los puntos de vista social y cultural. Siguieron las normas
de sus regiones de origen en sus relaciones familiares y costumbres, uti-
lizaron la lengua inglesa sólo en la medida necesaria a sus necesidades
económicas, y su cohesión fue aún mayor por tener una religión común.
Aunque la mayoría de los hombres no se interesaban mucho por las cues-
tiones religiosas, éstas tenían mayor importancia para las mujeres y ser-
vían sobre todo para reforzar los vínculos familiares por medio de la cele-
bración de aniversarios y ceremonias vinculadas con los nacimientos,
matrimonios y defunciones. Si bien los hombres tenían algún trato diario
con australianos, las mujeres consagraban casi todas sus energías a las
tareas del hogar. Se dedicaba especial atención a las hijas, a las cuales no
se permitía salir solas, procurando que no trabaran relación con australia-
nos. Se hacía cuanto era posible para que las hijas contrajeran matri-
monio con italianos.
Esta tradición se mantenía aún en la segunda generación, pero la influen-
cia ejercida por una instrucción común impartida en las escuelas austra-
lianas hizo que costumbres y hábitos típicamente australianos fueran pene-
trando gradualmente en la vida familiar, y la lengua inglesa llegó a pre-
dominar en las relaciones sociales fuera del hogar. En la tercera generación,
predominaron las influencias del país, aunque todavía quedaban vestigios
de tradiciones y cultura italianas. En general los italianos fueron acep-
tando poco a poco los modos de vida de la mayoría, y hay muy pocas
pruebas de que ejercieran una influencia positiva de orden social y cultural
sobre aquélla.
Este proceder caracterizó en general a las comunidades italianas for-
madas como resultado de una extensa inmigración posterior a 1920, espe-
cialmente en Queensland. La colonización de italianos en aquel Estado
no había tenido importancia hasta 1920. Los colonos habían recibido una
ayuda financiera para inmigrar y colocarse como taladores en los ingenios
de azúcar. Con el tiempo, muchos adquirieron haciendas, formando
núcleos que atrajeron a nuevos colonos. Ya en 1921 se contaban 1.800 ita-
lianos nacidos en Queensland, y doce años más tarde su número se elevó
a 8.400. Los nuevos colonos eran en su mayoría agricultores, y se estable-
cieron sobre todo a lo largo de la costa norte de Queensland, entre Cairns y
Prosperine, donde la mayor parte se dedicó a la tala de la caña de azúcar
y al cultivo de este producto. También en este caso la inmigración se com-
ponía, sobre todo, de hombres, que proyectaban traer de Italia a sus esposas
y familias una vez que lograran cierta estabilidad económica.
A su llegada, la mayoría se dedicó a labores de tala de la caña de azúcar.
Gradualmente, y gracias a constantes esfuerzos y a la mutua cooperación
entre ellos, muchos se hicieron propietarios de granjas o se asociaron para
adquirirlas. Cuando en 1929 la depresión económica alcanzó a Australia,
entre los cultivadores australianos de caña de azúcar se observó la ten-
dencia a abandonar los cultivos. Con frecuencia, los italianos adquirían
estas propiedades y, como era bien conocida su honradez pública, les fue
109
relativamente fácil obtener créditos considerables de bancos y casas de
préstamo.
Esta concentración en una esfera limitada de actividad económica,
y la buena disposición de los italianos para cooperar entre sí en empresas
de este carácter, consolidó en ellos el sentido de comunidad. Además, su
tendencia a trabajar durante muchas horas y a vivir estrechamente, mien-
tras ahorraban para comprar tierras o pagar las deudas contraídas, suscitó
cierta oposición de los sindicatos australianos. Estos grupos profesionales
tenían el máximo interés en fijar condiciones mínimas de salarios y de
trabajo, por cuanto conocían los abusos registrados a principios de siglo
como resultado del empleo de la mano de obra de color. Estos factores
motivaron el nombramiento de una comisión real, a la que nos hemos
referido ya, encargada de estudiar el problema de los extranjeros en el
norte de Queensland.
La inmigración italiana a este territorio del país se efectuó conforme al
principio llamado de la «cadena». La gran inmigración italiana a Australia
después de 1921 se debió en parte a la aplicación de la ley de cuotas en
los Estados Unidos de América; pero los italianos que se establecieron en
Queensland provenían de zonas que tuvieron muy poca importancia en
la emigración con destino a América efectuada en el siglo xx. No proce-
dían de las ciudades industriales o de las zonas más pobres del sur de Italia,
sino que casi todos eran oriundos de las provincias situadas al norte del
río Po o de la costa oriental de Sicilia. La creciente inmigración registrada
después de 1921, se debió probablemente en buena parte a los núcleos de
colonos establecidos hacia 1920 en los ingenios de azúcar y que, poco más
tarde, pudieron prestar alguna ayuda financiera para que otros familiares
o conocidos suyos emigraran a Australia.
Desde el punto de vista cultural y social, las costumbres seguidas por
los italianos en las zonas rurales del norte de Queensland fueron muy
parecidas a las adoptadas por los pescadores en Fremantle. Crearon muy
pocas comunidades homogéneas, ya que entre los italianos que cultivaban
la caña de azúcar vivían grupos de labradores australianos. Pero en su vida
familiar seguían estrictamente los hábitos y costumbres que habían adqui-
rido en Italia; en sus hogares la lengua exclusiva era el italiano, y lo
empleaban de ser posible hasta en la calle; además, les unía un lazo común
de religión.
En otros Estados el fenómeno de la concentración rural no fue tan pro-
nunciado. Los italianos nunca fueron muy numerosos en Australia meri-
dional; su número en 1933 era de 1.500, y en 1947 no pasaban de 2.400.
En la región occidental del país, donde ya en 1901 vivía un núcleo de casi
1.400 italianos, sólo sumaban 4.600 en 1933, y 5.400 en 1947. La población
italiana residente en Victoria se triplicó de 1921 a 1933, con un total
de 5.900, elevándose este número hasta 8.300 en 1947. En Nueva Gales del
Sur se observó un aumento similar: 6.300 en 1933, y 8.700 en 1947.
Las proporciones en las zonas metropolitana y no metropolitana de
110
Victoria se mantuvieron constantes entre 1921 y 1933, con un ligero
aumento de la colonización rural. En 1933, el 41 por ciento de los italianos
vivía en Melbourne, y aproximadamente la mitad en el campo. Hacia 1947
se vio que la tendencia asumía la dirección contraria, pues la mitad de los
italianos residían en Melbourne, y el 41 por ciento en las zonas rurales.
En Nueva Gales del Sur se registró a partir de 1921 un éxodo de la capital
del Estado. En aquel año, el 61 por ciento de los italianos vivía en Sydney,
pero esta cifra bajó al 49 por ciento en 1947. En esta última fecha, un tercio
de los italianos eran campesinos, y casi un quinto se había establecido en
las zonas urbanas de provincia.
En las capitales de estos Estados del sur y del oeste, todavía se observaba
en los italianos una tendencia a congregarse en grupos dentro de la ciudad,
con un fuerte núcleo en lo más céntrico de la algomeración urbana, y una
porción considerable del resto en la periferia, dedicado al cultivo de
jardines y huertas. En las ciudades, los italianos tenían ocupaciones poco
variadas; eran propietarios de cafés en la zona céntrica, y vendían hortalizas
en los suburbios residenciales.
Los factores económicos tuvieron también influencia en el agrupamiento
de los italianos en las zonas rurales. Para 1933, fueron muchos los que en
Australia Occidental abandonaron el campo y se establecieron en las
regiones de la costa, cambio que se vinculaba con su paso de la condición
de simples peones en la industria de la madera y de las minas, a la de pro-
pietarios de tierras y labranzas. En otros Estados se advirtió la misma
tendencia hacia la propiedad agrícola dedicada a los cultivos intensivos o
a la fruticultura. Pocos fueron los casos en Australia en los que una granja
agrícola sumara además la cría de animales. Las principales ocupaciones
rurales a que se dedicaron los italianos fueron los cultivos y la fruticultura,
y esto ayudó a concentrar la colonización.
Así se explica que los italianos no abarcaran nunca la totalidad de las
ocupaciones propias de la población australiana. Se concentraban en un
reducido número de intereses económicos, ya fuera la industria de la caña
de azúcar en Queensland, las hortalizas y árboles frutales en Nueva Gales
del Sur y en Victoria, o la industria pesquera en Australia meridional u
occidental, todo lo cual fomentó la segregación.
Hubo también diferentes factores sociales que estimularon esta segre-
gación. Como sucedió en Queensland, la inmigración italiana a otros
Estados después de 1921 fue predominantemente de hombres, y sólo
después de algunos años les siguieron sus esposas y familiares. En 1921, la
proporción en toda Australia era de menos de 30 mujeres italianas por
cada 100 varones. En 1933, esta proporción ascendió a un tercio, y en 1947
llegó casi a la mitad. Sin embargo, el predominio de los hombres no deter-
minó un alto nivel de matrimonios entre mujeres australianas y varones
italianos. Entre 1921 y 1940, casi la mitad de los italianos se casaron en
Australia con muchachas nacidas en Italia. Muchos de los que emigraron
antes de esta fecha se habían casado en su propio país, y seguían soste-
111
niendo a sus esposas y familiares coa la esperanza de traerlos un día al país
de adopción o regresar a su patria. Relativamente fueron muy pocos los
australianos que contrajeron matrimonio con mujeres nacidas en Italia.
Entre 1921 y 1940, aproximadamente un 11 por ciento de jóvenes italianas
se casaron con australianos.
Los demás hábitos sociales y culturales fueron poco más o menos pare-
cidos a los ya mencionados con respecto a Queensland. La primera gene-
ración de inmigrantes sólo utilizó el inglés para salir del paso en sus
relaciones sociales y en la vida comercial. En los hogares se hablaba la
lengua materna y se guardaban las tradiciones y costumbres de la zona de
origen. En las áreas urbanas la persistencia cultural no fue tan firme como
en las rurales, donde existía una mayor solidaridad de grupo. Pero, en todas
partes, el factor más importante que quebró esta continuidad cultural fue
la influencia ejercida en el seno de las familias por la segunda generación
educada en escuelas australianas.
La inmigración italiana a Australia cesó casi por completo en los años
en que se intensificó la depresión iniciada en 1929. Es verdad que se
observó un ligero aumento entre los años de 1936 y 1940; si comparamos
el número de inmigrantes con el de los emigrantes en aquella época,
notaremos que aquéllos fueron más numerosos que éstos, lo cual se debió
a que en ese período llegaron a Australia muchas esposas y familiares de
antiguos inmigrantes italianos.
Con la entrada de Italia en guerra como aliada de Alemania, los italianos
fueron declarados extranjeros enemigos, y se procedió a internar a miles de
ellos, sobre todo en Queensland que se había convertido en zona de frontera
dado el avance de los japoneses en Nueva Guinea. Miles de hombres fueron
llevados a campos de internación donde se les ocupó en trabajos de cons-
trucción ligados con el esfuerzo general de guerra. Hacia el fin de las
hostilidades la mayoría de estos italianos fueron liberados, y mientras unos
regresaron a sus tierras de Queensland, otros permanecieron en las colonias
del sur, especialmente en las zonas de fruticultura situadas en las proximi-
dades de Griffith en Nueva Gales del Sur.
Aunque las circunstancias de la guerra obligaron a internar a los italianos,
hubo muy pocos italianos en Australia que fueran partidarios de la causa
fascista. Los empeños de los representantes consulares para fomentar
actividades profascistas entre sus compatriotas emigrados, apenas lograron
resultados. Los italianos no mostraron grandes afanes nacionalistas en su
país de adopción. Sus actividades se orientaron casi siempre a buscar
medios de vida, dando pruebas de que estaban dispuestos a aceptar la
organización política y las leyes vigentes en su nueva patria, sin más
preocupación que la de triunfar en sus ocupaciones y oficios. Esta ausencia
de una firme actitud positiva en favor de su país de origen, por lo menos
hasta la entrada de Italia en la guerra, explica quizá por qué los italianos
no dieron muestras de rencor o de disgusto ante el hecho de ser internados
durante el tiempo de las hostilidades, así como su deseo de seguir residiendo
112
en Australia una vez libertados. La emigración a Italia después de la
guerra careció de importancia; más aún, a los tres años se reanudó una
corriente constante de inmigración italiana a Australia. La guerra no
provocó tampoco ningún resentimiento serio de los australianos contra los
italianos, fenómeno éste que merece ser destacado como contraste a lo
sucedido respecto a los alemanes después de la guerra de 1914 a 1918.
La contribución de los italianos establecidos en Australia entre 1921 y
1939 a la vida social y cultural del nuevo país podría compararse con la de
los primeros inmigrantes alemanes del siglo pasado. Los alemanes conser-
varon una viva conciencia de nacionalismo y, debido a la actitud militante
de la Iglesia Luterana, alcanzaron un alto sentido de solidaridad de grupo.
Estos factores dieron incremento al fenómeno de segregación social y
cultural que caracterizó a las colonias alemanas, y que se mantuvo incluso
hasta la tercera generación. Sin embargo, miles de alemanes que fijaron su
residencia en ciudades y localidades urbanas fueron perdiendo rápidamente
su personalidad en todo lo concerniente a objetivos culturales y sociales, a
pesar de que los clubs y sociedades germanos seguían ejerciendo una
influencia positiva en sus vidas.
£1 sentido de solidaridad entre los italianos nunca se basó en factores
ligados al nacionalismo o a la religión. En sus comunidades, el elemento
principal de agrupación fue el de la cooperación económica. Su lealtad se
limitaba al pequeño grupo de compatriotas con quien se relacionaba en
Australia, y a la región de Italia de donde procedían. Profesaban una
misma religión, pero su culto lo practicaban en una iglesia que ya era fuerte
en Australia, y que no tuvieron necesidad de importar con ellos. A los
niños italianos se les educó en escuelas australianas, y esto sirvió de enlace
entre sus padres y los australianos con quienes vivían. Además, como sus
haciendas eran en general muy pequeñas, y las familias tendían a ser
numerosas, ya en la segunda generación se vieron forzados a dispersarse,
marchando muchos a las aglomeraciones urbanas y a las ciudades. Los
alemanes habían iniciado el cultivo de tierras en algunas zonas del sur de
Australia y de Queensland donde todavía quedaba mucho terreno por
aprovechar. Por el contrario, los italianos preferían comprar haciendas ya
instaladas por los granjeros australianos, pero no era fácil dividir aun más
estas propiedades. Sin embargo, la dispersión registrada en la segunda
generación de italianos no ejerció ninguna influencia positiva en la vida
social y cultural de los australianos. Estos descendientes de italianos
nacidos en Australia eran auténticos australianos en su modo de ser y en
su cultura.
La contribución positiva de los italianos de la primera generación
residente en Australia no fue social y cultural sino económica. Especial
importancia tuvo su contribución a la industria azucarera en Queensland.
En comparación con los alemanes, no fueron muchos los italianos que
poseían una formación científica, artística o profesional, por lo cual su
acción en estas esferas fue de poca monta. Los australianos no tuvieron con
113
ellos contactos comerciales, culturales y académicos comparables a los
mantenidos con los alemanes, y que hubieran podido introducir ideas
procedentes de Italia.
114
Aunque relativamente escasos, estos refugiados han ejercido en la vida
social y cultural una mayor y más positiva influencia que los grupos de
inmigrantes del sur de Europa que se establecieron en Australia antes de
la guerra. Merced a sus actividades comerciales y culturales, se asociaron
libremente con las clases alta, inedia y profesional de las ciudades y
contribuyeron en alto grado a difundir entre ellas una mayor comprensión
de la cultura europea. Es cierto que, en algunos sectores, los refugiados
encontraron un ambiente de sospecha y aún de oposición, y algunos
tropezaron con obstáculos para seguir practicando la ocupación o profesión
que habían ejercido en Europa. Por ejemplo, los médicos no estaban
autorizados a practicar la medicina sin aprobar previamente los tres
últimos años de los cursos médicos en una universidad del país, y obtener
un diploma australiano de medicina. Restricciones similares se aplicaban
a los dentistas. Estas inhabilitaciones eran típicas de los problemas con
que tenían que enfrentarse, en la mayoría de los países británicos y ameri-
canos, aquellos inmigrantes refugiados que ejercían profesiones liberales.
Estas restricciones obligaron a algunos refugiados, dueños de antecedentes
profesionales y culturales de gran valía, a dedicarse a los negocios o a otras
ocupaciones ajenas a su preparación profesional. Sin embargo, en estos
últimos años, y a costa de grandes sacrificios personales, algunos de ellos
obtuvieron los títulos académicos necesarios para reanudar en Australia
sus respectivas profesiones de antes de la guerra.
Los refugiados desempeñaron un papel social y cultural desproporcionado
con su número, si se los compara con otros grupos, pero sin alterar en grado
notable la orientación de la vida cultural o social de Australia. Su influencia
se ha dejado sentir en la música, en el teatro, así como en los aspectos
científicos de la industria; sin embargo, no han cambiado las líneas funda-
mentales del mundo social y cultural de su país de adopción. Eran pocos
en número, y la influencia que podían haber ejercido a largo plazo se vio
reducida por la guerra, que cortó las posibilidades de que continuara una
inmigración de personas de parecido calibre intelectual y cultural.
Resumiendo, podemos decir que los inmigrantes del sur de Europa
contribuyeron positivamente dentro de la esfera económica, pero sin influir
mayormente en el terreno social y cultural. Los griegos y los italianos
conservaron muchas de las costumbres que habían adquirido en su país de
origen. Hubo una mayor oposición contra los italianos que contra los
griegos, por la sencilla razón de que aquéllos trataron de hacer competencia
a las organizaciones sindicales, sobre todo en los ingenios azucareros de
Queensland. El desgraciado mote dé «dago», que alcanzó bastante difusión
en los años de preguerra, se aplicó principalmente a los italianos, aunque
para los australianos se refería a todos los europeos del sur. La experiencia
de la guerra suavizó un tanto la intolerancia de años anteriores. Al término
de las hostilidades, la gente se convenció de que la industria azucarera
debía mucho al éxito logrado por los cultivadores italianos. El espíritu de
camaradería que los soldados australianos encontraron en su paso por
115
Grecia durante los años de la guerra, contribuyó también a crear un mayor
espíritu de tolerancia. Pero los australianos esperan todavía que los inmi-
grantes del sur de Europa que llegan al país se conviertan en australianos,
y no creen que estas gentes aporten ninguna contribución a su vida social
y cultural. Más aún, los hechos prueban que merced a la influencia de la
segunda generación nacida en Australia de padres italianos y griegos, estos
inmigrantes se están adaptando rápidamente a la manera de ser y a las
costumbres australianas. El primer censo de la postguerra efectuado en
1937 demostró significativamente que, en comparación con el año 1933, la
mayoría de los inmigrantes había adoptado la ciudadanía australiana.
Mientras en 1933, dos tercios de los italianos y de los griegos conservaban
su antigua ciudadanía, en 1947, sólo el 21 por ciento de los italianos y el
36 por ciento de los griegos seguían sin alterar dicha condición.
En cambio, los refugiados que se establecieron en Australia a partir de
1936, dotados de una mayor formación educativa y cultural, y concentrados
en las capitales, desempeñaron un papel más importante en la vida cultural
y social, y dejaron entre los australianos huellas que habrían de acentuarse
aún más cuando, al término de la guerra, Australia absorbió casi 250.000 per-
sonas procedentes de Europa central y oriental, la mayoría de los cuales
eran personas desalojadas.
No británicos:
Polacos 70.114 12,2
Italianos 42.613 7,4
Holandeses 26.647 4,7
Yugoeslavos 23.475 4,1
Latvianos 19.543 3,4
Rusos 18.887 3,3
Húngaros 13.180 2,3
Checoeslovacos 11.000 1,9
Lituanos 9.981 1,7
Griegos 8.975 1,6
Alemanes 8.312 1,5
Estonianos 6.051 1,1
Americanos 5.491 0,9
Otros 29.544 5,2
Tota] de no británicos 293.813 51,3
Británicos 278.500 48,7
TOTAL. 572.313 100,0
118
Otro tanto podría decirse de la industria y el comercio, así como de las
profesiones liberales. Por otra parte, existe también una corriente en
sentido inverso, aunque menor, de personas que acuden a Australia en
calidad de visitantes y no de inmigrantes. Lo que Australia recibe y adapta
de la esfera cultural británica, lo debe más a estos factores que a los inmi-
grantes que llegan con ánimo de fijar su residencia permanente en dicho
país.
Más difícil resulta estimar la influencia que los inmigrantes no británicos
de la postguerra habrán de ejercer en el futuro. En buena medida, depen-
derá de dos factores: el grado en que la población británico-australiana esté
dispuesta a aprender y aprovechar las características sociales y culturales
de estos nuevos inmigrantes, y la forma en que éstos se establezcan en el
seno de la población australiana.
La noción que tienen hoy los australianos de la presencia de minorías no
británicas es más clara que en cualquier otro período anterior de su historia.
Los nuevos inmigrantes han sido dispersados en los centros principales de la
población, cosa que no sucedió con los alemanes en el siglo xix ni con los
italianos después de 1921. Miles de ellos se han empleado en la industria,
y comparten las tareas con los trabajadores australianos. Los inmigrantes
no británicos forman también parte importante de la mano de obra en
muchas grandes empresas de construcción que operan en zonas apartadas,
como sucede en la central hidroeléctrica de Snowy Mountains. Sus hijos,
que constituían la cuarta parte de la corriente inmigratoria total, se han
mezclado con los niños australianos en las escuelas.
Por otra parte, el gobierno utilizó la prensa y la radio para instar a los
australianos a que facilitaran la asimilación de los recién llegados. Este
llamamiento fue bien recibido por las organizaciones religiosas, las autori-
dades civiles y los clubs y sociedades de todo el país. A su vez, el gobierno
ha tomado las medidas conducentes a favorecer la asimilación. Cada semana
se dan lecciones de inglés por radio con destino a los inmigrantes, y lo
mismo se hace en sus centros de residencia y en sus escuelas. Las autoridades
del país han estimulado la creación de «consejos de buena vecindad» en las
ciudades y localidades importantes. También proporcionan a los inmi-
grantes una publicación mensual escrita en inglés sencillo, cuyas páginas
destacan las características más salientes de los modos de vida australianos
y, al mismo tiempo, explican las formalidades que tienen que llenar los
inmigrantes para lograr la ciudadanía del país y cumplir sus obligaciones
de trabajo.
Aunque algo aprendieron los australianos de la cultura de sus inmi-
grantes, se empeñaron sobre todo en facilitar a éstos una mayor compren-
sión de la vida del país, a saber, de su constitución jurídica y política,
hábitos sociales, código de trabajo y organización industrial. La mayoría
de los australianos daban por descontado que los inmigrantes tenían que
conformarse a las formas nacionales de vida, y muchos siguen actuando
todavía conforme a esta idea central. Sin embargo, son muy pocos los que
119
se dan cuenta de que también los inmigrantes tienen una contribución
positiva que hacer, además de la de orden económico. Esta actitud se revela
claramente en la expresión «nuevos australianos», que ha llegado a ser
común. Este hecho ilustra la tendencia de los «viejos australianos» a consi-
derar a los inmigrantes no británicos como una categoría aparte y única.
Muy pocos australianos serían capaces de explicar hoy en día la composi-
ción étnica y las diferentes fisonomías históricas o culturales de estas gentes
o de sus países de origen.
Son varios los factores que han influido en la forma de establecimiento de
los «nuevos australianos». Durante los dos primeros años de su estancia,
muchos inmigrantes no británicos de la postguerra, incluso la mayoría de
las personas desalojadas, estuvieron sujetos a contratos de trabajo. Su
obligación de aceptar la ocupación que les fijara el gobierno, y el hecho de
que habitaran en viviendas gubernamentales, les impidieron mezclarse con
las capas equivalentes de la población australiana. Durante su período de
contrato, muchos fueron destinados a ocupaciones para las cuales no
estaban preparados; se los distribuyó dentro de un sistema de trabajo
diferente del que habían conocido antes de emigrar, y aun del resto de la
mano de obra australiana.
Estos hechos encierran gran importancia en relación con la influencia
real y virtual de los inmigrantes. Durante el tiempo que trabajaron bajo
contrato, fueron muchos los no británicos, y especialmente las perso-
nas desalojadas, que tuvieron que dedicarse a trabajos que requerían
un mínimo de aptitudes, lo cual creó en los australianos la idea de que estas
ocupaciones eran las que habían practicado los inmigrantes en sus países
de origen; esto, a su vez, limitó las contribuciones que los inmigrantes
podían haber aportado a trabajos más especializados, a ocupaciones
profesionales, o en la esfera general de la cultura. Pero lo cierto es que
muchos de estos inmigrantes fueron destinados a trabajos que no estaban
a la altura de su preparación y, al terminarse el período de contrato, aban-
donaron esos puestos para buscar otros que respondieran mejor a sus
condiciones y aptitudes. A fines de 1953, casi todas las personas desalojadas,
que formaban el grupo más importante de los inmigrantes con contrato,
quedaron libres de sus obligaciones para con el gobierno. Si tuvieron fortuna
en colocarse en aquellas ocupaciones que declararon ser las suyas al entrar
en Australia, su distribución será semejante a la distribución australiana
de trabajo en 1947.
Este factor de distribución dará como resultado que una gran proporción
de estos inmigrantes se establecerá en las capitales, un movimiento esti-
mulado por el hecho de que la mayoría de los inmigrantes no británicos,
y en particular las personas desalojadas, provienen de pueblos y ciudades
de Europa. Una vez establecidos en las grandes aglomeraciones urbanas
les será relativamente fácil constituir clubs y sociedades con arreglo a los
grupos nacionales que mantendrán el interés por la lengua materna y las
características sociales y culturales de sus países de origen. Pero la conti-
120
nuación de tales actividades encontrará muchos obstáculos y fuertes resis-
tencias. Por un lado, cada una de las muchas nacionalidades seguirá siendo
un pequeño sector comparado con las comunidades que las rodean. Por
otro lado, surgirán discrepancias entre los grupos de inmigrantes de la
misma nacionalidad de la preguerra y la postguerra. Los no británicos que
llegaron a Australia antes de la guerra y se establecieron en las ciudades,
eran refugiados que huían del nazismo; su actitud era ante todo y por sobre
todo antialemana. Muchos de los inmigrantes de la postguerra son ante
todo antirrusos. Tales discrepancias de opinión tienden a debilitar las
asociaciones creadas sobre una base nacional. En tercer lugar, como se ha
hecho notar anteriormente, una de las características de la inmigración de la
postguerra fue la gran proporción de niños, y éstos llegarán a constituir un
lazo de unión entre la mayoría australiana y la minoría inmigrante. Por
último, muchos de los grupos nacionales acogidos en el país después de 1947
no se verán sujetos a la influencia de una inmigración continuada. La
inmigración de personas desplazadas, registrada entre 1949 y 1951, llevó
por primera vez a Australia a un número considerable de polacos, latvianos
y lituanos; mientras dure la llamada «guerra fría», pocos serán los inmi-
grantes que puedan llegar de dichos países. Además, si vuelve a reinar
cierta tolerancia política en los países de donde proceden las personas
desalojadas, es posible que algunas de éstas decidan volver a su patria de
origen. Australia ha realizado un importante acto humanitario dando
facilidades de establecimiento a personas desalojadas de Europa, pero por
lo que se puede conjeturar hoy en día, algunas de éstas consideran que su
estancia en el país no pasa de ser una nueva etapa en sus forzados desplaza-
mientos.
Todos estos datos hacen pensar que la influencia total, en la esfera social
y cultural, de la inmigración de unos 294.000 individuos no británicos
durante el quinquenio de 1947 a 1951, será a la larga relativamente super-
ficial. No afectará seriamente la composición étnica de su población. Aun
en el caso de que la inmigración continuara en el ritmo de estos últimos
años, con parecidas proporciones de británicos y no británicos, estos últimos
y sus hijos no pasarían del 9 por ciento de la población en 1960. A no ser
que las minorías formadas hasta 1951 se vean reforzadas por nuevas
corrientes de inmigración, que contribuirían a mantener vivas sus relaciones
con sus países de origen, probablemente no tendrán el vigor necesario para
seguir conservando sus hábitos y costumbres nacionales, o para ejercer
alguna influencia de importancia en las líneas fundamentales de la vida
social y cultural australianas, tanto más cuando proceden de países con los
cuales jamás tuvo Australia afiliaciones culturales de importancia. Es
posible que su presencia plantee importantes y complejos problemas de
asimilación; pero éste ya es un asunto completamente distinto.
Desde que en 1951 terminó de hecho el plan referente a las personas
desalojadas, se han podido observar indicaciones de que la inmigración no
británica tiende a provenir nuevamente de fuentes más tradicionales. El
121
grupo no británico más importante es otra vez el italiano. Entre 1947 y
1951, llegaron 42.600 personas de Italia para establecerse de modo perma-
nente. De marzo a diciembre de 1952 se registraron otras 24.200. En este
último período, los italianos abarcaron el 47 por ciento del total de inmi-
grantes no británicos. En segundo lugar seguían los holandeses con 18.000.
La cifra de 6.300 correspondiente a los alemanes representa probablemente
la vanguardia de un moderado resurgimiento de la antigua inmigración
germana.
La contribución que puedan hacer estos nuevos inmigrantes es materia
que podrá estudiarse más tarde. Una gran proporción entre ellos han
recibido ayuda oficial para emigrar, y se han visto alentados a marchar a
Australia por razón de sus aptitudes y especialidades. El gobierno espera
poder atraer inmigrantes de los Países Bajos con objeto de incrementar el
número de granjeros y de trabajadores agrícolas; a los alemanes se les
recluta principalmente para que trabajen en empresas del gobierno y en
ocupaciones que requieren una mayor especialización; a los italianos se les
destina sobre todo a trabajos de poca o ninguna especialización. Mientras
se mantenga esta política, los inmigrantes que procedan de dichos países
ejercerán una influencia más positiva en la esfera económica que en el
campo social y cultural.
Los italianos se encontrarán en Australia con numerosas colonias de
compatriotas que emigraron en los años anteriores a la guerra e inmediata-
mente después de ésta. En 1947 había en el país 33.700 italianos, y en los
años siguientes llegaron otros 42.600. Si los inmigrantes que acudieron al
terminarse las hostilidades, y los que van entrando en estos últimos años, se
dedican como sus predecesores a actividades económicas, acabarán por dar
mayor cohesión a los grupos nacionales que desde antes de la guerra existen
en los ingenios azucareros de la parte oriental de Queensland y en las zonas
de fruticultura al oeste de Nueva Gales del Sur.
Parece dudoso que esto afecte seriamente la forma de vida en Australia.
Como lo han hecho en el pasado, los italianos se concentrarán en zonas
geográficas y en ocupaciones que no les permitirán mezclarse fácilmente con
un sector análogo de la población australiana. Sin embargo, sería arriesgado
predecir la futura influencia que puedan ejercer los italianos en el país. Sus
actuales métodos de actividad económica están sujetos a cambio en razón
de las transformaciones que se vayan registrando en la economía austra-
liana, y una migración libre y sin ayuda oficial podría llegar a desempeñar
un papel más importante que en el pasado, dando lugar a una mayor
dispersión de los grupos italianos en el conjunto de la población del país.
Hay que añadir, además, que los italianos suman hoy en día 90.000 y
constituyen la minoría no británica más numerosa que se haya establecido
hasta ahora en Australia.
122
CONCLUSIÓN
1. La proporción de irlandeses fue algo más elevada antes de 1850 que en épocas poste-
riores. No son exactas las estadísticas coloniales, y esto dificulta conocer las propor-
ciones precisas, pero por los datos que existen, puede decirse que durante un siglo
han sido aproximadamente las siguientes: Inglaterra y País de Gales, 60 por ciento,
Irlanda, 35 por ciento y Escocia, 15 por ciento.
123
revolución técnica operada en las comunicaciones modernas como a los
mismos inmigrantes. Además, esta revolución técnica dio oportunidad a los
australianos de enriquecer su patrimonio social y cultural con ideas reco-
gidas en otros países. A este respecto, las influencias norteamericanas han
tenido sin duda su parte, y aunque Australia se considera todavía más
estrechamente ligada a las islas Británicas en el orden cultural, es posible
que los inmigrantes británicos de hoy tropiecen con mayores dificultades
para asimilarse a la vida australiana que hace 50 o 60 años.
La temprana formación de una vida social y cultural australiana explica
además por qué no ha sido nunca importante la influencia ejercida en el
país por los no británicos. Desde la primera inmigración no británica en
gran escala, registrada hace algo más de un siglo, la contribución de estos
colonos se dejó sentir sobre todo en la esfera económica. Es cierto que hubo
individuos que se distinguieron en el campo político, social y cultural, pero
los grupos nacionales no británicos no alteraron fundamentalmente los
aspectos ideológicos o institucionales de la sociedad australiana. En muchos
casos —y especialmente en el de los alemanes e italianos— conservaron en
la primera generación, y aún en la segunda, muchos de los rasgos sociales y
culturales característicos de sus zonas de origen. Por muy admirables que
fueran esos rasgos, no afectaron substancialmente los aspectos correlativos
de los modos de vida australianos.
Los australianos, por su parte, no siempre se mostraron dispuestos a
comprender a sus minorías y a aprender algo de ellas. La uniformidad
cultural se debe en cierto sentido al aislamiento, y, con su celosa protección
del nivel material de vida, los australianos han tendido a considerar como
indeseables algunos aspectos culturales de los inmigrantes, toda vez que
significaban alguna competencia económica o amenazaban socavar las
normas imperantes. Hacia 1930, estos temores crearon una corriente de
oposición contra los italianos. Cuando éstos demostraron su utilidad y
eficacia en la industria del azúcar, los australianos se mostraron más tole-
rantes respecto a su disconformidad cultural. La abundancia de trabajo en
los años de la postguerra ha contribuido también a crear una actitud más
tolerante hacia el inmigrante. Pero el ambiente se agriaría nuevamente en
caso de otra depresión económica.
La inmigración no británica de la postguerra ha sido considerable, pero
por el momento no parece ejercer una influencia positiva importante en la
esfera social y cultural. Por la índole misma de esta última inmigración, los
europeos del sur seguirán adoptando en gran parte las normas sociales y
económicas de sus predecesores, lo cual limitará la influencia que pudieran
ejercer. En estos últimos años, la numerosa inmigración del sur de Europa
se ha visto acompañada por otra similar o aún mayor de las regiones del
norte y este de Europa, pero conviene advertir que la segunda procede de
zonas que no tenían mayor relación tradicional con la colonización en
Australia, y con las cuales este país no mantuvo jamás una relación social
o cultural estrecha. Dichos inmigrantes fueron un factor importante en el
124
desarrollo económico de Australia en la postguerra, pero como no es
probable que una nueva inmigración venga a incrementar los grupos ini-
ciales ya establecidos, su influencia positiva, social y cultural, no será a la
larga muy considerable. Mirando el fenómeno desde un punto de vista a
corto plazo, hay que reconocer que los australianos se han percatado de la
presencia, entre su población, de gentes que poseen características cultu-
rales distintas de las suyas; pero, con el tiempo, estas últimas deberán ceder
y modificarse bajo la presión irresistible de la gran mayoría de australianos.
La afirmación de que las inmigraciones no transformarán rápidamente el
elemento indígena de la cultura nacional, se basa en parte en dos supuestos
demográficos: primero, que tal como ha sucedido en el pasado, también en
el porvenir el crecimiento natural continuará su curso y, a la larga, será el
factor principal del aumento de población; y segundo, que las diferencias
de fecundidad humana no parecen lo suficientemente grandes como para
presumir que alguno de los nuevos grupos étnicos habrá de superar a la
población indígena.
Verdad es que la inmigración de los años 1949 y 1950 aportó mayor
número de personas al país que el de los nacimientos naturales (véase
cuadro 19), pero no ha sido ésto el fenómeno «normal» durante el pasado
siglo. Durante breves períodos, la inmigración sobrepasó al crecimiento
125
Por último, las diferencias entre la fecundidad de los inmigrantes y la de
los nativos no fueron suficientes para alterar de modo visible la proporción
entre los nacidos en Australia de padres no británicos y los de origen
británico.
En los censos de 1911 y 1921 se registra el número de nacimientos de
cada familia, con indicación del lugar de procedencia de la madre. Según
ambos censos, y dentro de las mismas edades, las madres nacidas en el
Reino Unido se mostraron menos fecundas que las nacidas en Australia, las
cuales, a su vez, tuvieron menor fecundidad que las procedentes de otras
regiones de Europa. A continuación damos las estadísticas correspondientes
a las madres de 45 a 49 años, y a las de 50 a 54:
1911 1921
Lugar de nacimiento Edad Edad Edad Edad
45-49 50-54 45-49 50-54
1. Véaae W. D. Borrie, Population Trends and Polines, Sydney 1948, capítulo IX.
2. Véase Dynamics of Population, Nueva York, 1934, págs. 40 a 54.
127
liana no se reduzca considerablemente, no se dará el crisol donde se fundan
los diversos elementos como resultado de la inmigración. Sin embargo,
con el desarrollo de las comunicaciones modernas, Australia va quedando
menos aislada, y absorbe de fuera nuevas ideas que se refieren a la esfera
social y cultural, lo mismo que a la industrial y científica. Basta observar
la cantidad de literatura norteamericana que se importa a Australia, las
influencias norteamericanas a través de la radio y del cine, y las frecuentes
visitas de dirigentes norteamericanos en el campo de la educación, el
comercio y la industria, para darse cuenta de la importancia que encierra
este hecho. Es posible que esta clase de influencias sean más eficaces que
la mera inmigración para sembrar la diversidad cultural y social en el
continente australiano.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
128
y P. R. Stephensen, The Fundations of Culture in Australia, Sydney, 1936.
En lo referente a los inmigrantes no británicos, se han utilizado para
este estudio los siguientes trabajos: M. Berger, «Australia and the Refugees»,
Australian Quarterly, 1941-42; W. Iwan, Um des Glaubens Willen nach
Australien, Breslau, 1931; A. Lodewyckx, Die Deutschen in Australien,
Stuttgart, 1932; J. Lyng, Non-Britishers in Australia, Melbourne, 1927;
2.a ed., 1935, y The Scandinavians in Australia, New Zealand and the
Western Pacific, Melbourne, 1939; K. Milanov, «Towards the Assimilation
of New Australians», Australian Quarterly, 1951; H. B. M. Murphy, «Assi-
milating the Displaced Person», Australian Quarterly, 1952, y «Assimila-
tion of Refugee Immigrants in Australia», Population Studies, 1952;
y C. A. Price, Germán Settlers in South Australian, Melbourne, 1945.
Por lo que se refiere a la inmigración británica, puede verse una biblio-
grafía bastante completa en W. D. Borrie, Population Trends and Polines,
Sydney, 1948, y W. D. Forsyth, The Myth of Open Spaces, Melbourne,
1942; pero estos estudios casi nunca se refieren a los aspectos culturales
y sociales del problema. Las estadísticas que aparecen en este trabajo
proceden de los censos y estadísticas oficiales de las colonias hasta 1901,
y más tarde de los del Commonwealth.
129
C A P I T U L O IV
Brasil
por
EMILIO WILLENS
130
los terratenientes, no se hubiera producido una inmigración en masa.
Pero el viaje gratuito y la posibilidad de obtener tierras y a veces aperos,
semillas y ganado gratuitos, juntamente con la asignación mensual en
metálico, constituyeron poderosos incentivos que atrajeron una corriente
regular de inmigrantes. Suscitó dificultades el desacuerdo que reinaba
sobre casi todos los aspectos fundamentales de la política que había de
seguirse. Los estadistas y los políticos del imperio discrepaban sobre la
conveniencia de asignar subsidios procedentes de los fondos públicos. Se
discutía también sobre si la inmigración debía ser promovida por el gobierno
o por las empresas privadas, así como sobre la nacionalidad, raza, religión
y clase social de los inmigrantes. Los propietarios de las plantaciones de
café de Sao Paulo, a quienes el rápido desarrollo de sus negocios había
convertido en una gran fuerza política, exigían la importación de trabaja-
dores libres para sustituir a los esclavos. Resultaba muy difícil dirigir a
los inmigrantes de países de lengua alemana, que además no se adaptaban
al trabajo de las plantaciones 1. Su situación, casi igual a la de los esclavos
en muchos casos, provocó tales protestas en la prensa alemana, que en 1859
el gobierno de Prusia prohibió la emigración al Brasil.
Pero no tardó en descubrirse en Italia y en la península Ibérica un tipo
de inmigrantes más fácil de manejar. La inmigración alcanzó propor-
ciones considerables cuando en 1887 la tesorería del Estado de Sao Paulo
comenzó a sufragar los gastos de transporte desde esos países hasta las
plantaciones. En esas condiciones llegó a Sao Paulo, entre 1890 y 1913,
el 65 por ciento del total de inmigrantes (1.451.047) 2.
Gracias a su eficaz política de colonización, a la que se sumaron nuevas
posibilidades económicas, el Estado de Sao Paulo atrajo a 2.400.156 inmi-
grantes, es decir, el 55 por ciento de los 4.369.675 que entraron en el Brasil
entre 1878 y 1937. Según el censo de 1920, se había concentrado en Sao
Paulo el 71,4 por ciento de los inmigrantes italianos y el 78,2 por ciento de
los españoles, es decir, 558.405 y 219.142, respectivamente. Después de 1908
también se dirigió a Sao Paulo la casi totalidad de la inmigración japonesa
que alcanzó su apogeo a fines de la década comprendida entre 1920 y 1930
y a comienzos de la siguiente. Un 90 por ciento de los inmigrantes japonesas
ha permanecido allí 3.
En cambio, en los tres Estados más meridionales del Brasil, Río Grande
do Sul, Santa Catarina y Paraná, los inmigrantes llegaron resueltos a
adquirir en seguida pequeñas propiedades. De los 200.000 alemanes que
inmigraron a Brasil entre 1824 y 1939, el 85 por ciento por lo menos se
establecieron en esos Estados. También prefirieron el sur la mayor parte
de los rusos y polacos, así como gran número de italianos.
Para apreciar el resultado neto de una inmigración, es preciso comparar
1. Thomas Davatz, Memorias de un colono no Brasil (Sao Paulo, S. A.).
2. H. Doria de Vasconcellos, Alguns Aspectos de Imigragao no Brasil, Boletim de Servico
do Imigracdo e Colonizacáo, n.° 3, págs. 21-22.
3. Doria de Vasconcellos, op. cit., cuadro XXXII y figura 16.
131
el número de inmigrantes que permanecen definitivamente en el país con
el de los que vuelven a su país de origen o emigran a otro país.
Inmigración
Número Porcentaje sobre
el total
China 1.689 2
Perú 1.325 2
132
T. Lynn Smith comparó el número de los extranjeros que figuran en el
censo de 1920 con la inmigración registrada entre 1890 y 1919 y comprobó
que \<por cada 100 extranjeros residentes en el país en 1920 habían llegado
al país en esos años 168 inmigrantes»1. Esta cifra asciende a 188, 169 y 213
para los italianos, portugueses y españoles respectivamente. Pero son
muchos los indicios de que el coeficiente de repatriación fue más alto entre
los inmigrantes europeos que llegaron al Brasil después de la primera
guerra mundial 2 .
La inmigración extranjera, salvo la japonesa, fue perdiendo importancia
después de 1930; en 1939 era prácticamente insignificante. Después de 1946
llegaron varios miles de personas desplazadas y algunos inmigrantes, pero
su número no puede compararse con el promedio anual anterior a 1930.
1. Dante de Laytano, Fazenda de Cria^ao de Gado, Porte Alegre, 1950, págs. 73 a 75.
2. Algunos de los cultivos introducidos por los inmigrantes ya se habían practicado antes.
Durante la época de la colonia se cultivó el trigo, pero fue destruido por el añublo
(Puccinia graminis). El tabaco es una planta sudamericana de origen tropical, pero los
alemanes introdujeron nuevas variedades en los dos Estados más meridionales e
instalaron una fábrica de cigarros de cierta importancia. Se había cultivado el té antes
de que los japoneses introdujeran nuevas variedades y produjeran los tipos más solici-
tados en el mercado internacional. Pero aquí no nos interesa la prioridad cronológica
sino el éxito en la difusión positiva de nuevos cultivos.
135
se difundieron rápidamente extendiéndose a la población de origen no
italiano. Sin embargo, en ciertas regiones se sigue considerando a los
italianos como especialistas en la preparación de terrenos para el cultivo
de esa gramínea, a cuya expansión contribuyeron también los inmigrantes
japoneses, especialmente los que se establecieron en el valle de Ribeira.
Los italianos fueron los principales promotores del cultivo comercial
de la vid, si bien los alemanes procedentes de las tierras del Rhin contri-
buyeron a su introducción. El vino brasileño producido en la región de
Caxias (Río Grande do Sul) y en el extremo sur de Santa Catarina (Urru-
sanga y Cresciuma) ha reemplazado en gran parte los vinos importados de
Portugal e Italia, sin llegar a eliminarlos del mercado.
Los dos productos principales que aportaron los inmigrantes japoneses
fueron el té y la seda natural. Algunos pequeños grupos italianos habían
fracasado en el intento de criar gusanos de seda, y en Sao Paulo y Minas
Geraes se había plantado té en pequeña escala. La producción de seda
natural aumentó durante la segunda guerra mundial y unos cuantos años
después, pero la competencia de los materiales plásticos impidió que se
convirtiera en una de las principales actividades de las colonias japonesas.
En el valle de Ribeira, donde se establecieron algunas colonias de japo-
neses antes de la primera guerra mundial, se ha cultivado té chino y
recientemente té indio. La aceptación de ese producto ha sido lenta y
vacilante, pues el café está firmemente arraigado en los hábitos de ali-
mentación de los brasileños. En todo caso, el té fue totalmente rechazado
en la esfera local. La lucha por el mercado nacional se interrumpió tem-
poralmente durante la última guerra, pues el té se había convertido de
improviso en un producto de exportación sumamente ventajoso. Algunos
de los mercados extranjeros se conservaron después de 1945, y entre tanto
el mercado nacional fue absorbiendo cantidades cada vez mayores de té
brasileño, lográndose finalmente su incorporación al consumo nacional.
La técnica de elaboración del té destinado al comercio fue totalmente
importada del Japón junto con las máquinas necesarias. Llegaron también
expertos y técnicos japoneses para dirigir y asesorar a la mayor parte de
los productores de té concentrados en el valle de Ribeira. En 1914 había
en ese valle 23 establecimientos en actividad; todos, salvo uno, perte-
necían a japoneses. Más tarde ha aumentado la participación del personal
no japonés, pero los caboclos locales siguen limitándose a desempeñar tareas
subalternas que no requieren conocimientos técnicos 1 .
Entre las aportaciones de menor importancia, la principal, por haber
producido cambios en los hábitos dietéticos de la población, fue la intro-
ducción del cultivo de hortalizas y frutales. La gran variedad y abundan-
cia de esos productos en los mercados del sur del Brasil contrasta con la
escasez de ellos en otras regiones que no han recibido inmigración europea.
1. Emilio Villems y Herbert Baldus: «Cultural Change among the Japanese Immigrantg
in Brazil», Sociology and Social Research, vol. XXVI, 1942, n.° 6.
136
Algunos de los productos agrícolas mencionados sólo llegan al mercado
después de un proceso de tratamiento industrial. La técnica puede deter-
minar la aceptación o el rechazamiento definitivos de esos productos, como
ha quedado demostrado en el caso del té, el vino y el tabaco. Una de las
principales diferencias entre los primeros inmigrantes y los que llegaron
durante los últimos 50 años, reside en la mejor preparación técnica de
estos últimos. Sólo después de 1907 fue posible instalar en Blumenau,
colonia alemana de Santa Catarina, una industria lechera en gran escala,
«porque los nuevos colonos tenían un nivel cultural más alto, eran más
instruidos y conocían perfectamente el sistema cooperativo, practicado
en su país de origen»1. Los estudios realizados han confirmado que las
colonias más antiguas, establecidas antes de 1850 y a las cuales no se
incorporaron inmigrantes en número apreciable durante los cien años
últimos, eran no sólo las más conservadoras sino también las más asimila-
das a la cultura brasileña. Además, los colonos que llegaron antes de 1920
estaban muy atrasados con respecto a los que llegaron después. Estos
últimos no sólo tenían mejor formación técnica, sino que eran, en general,
más «progresistas». En cuanto a los japoneses, su inmigración ha sido tan
reciente que no es posible determinar las diferencias de capacidad técnica
y de espíritu progresista.
La superioridad técnica de los últimos inmigrantes se manifestó en el
desarrollo industrial de las tres últimas décadas. Las condiciones ecológi-
cas favorecían, especialmente en los tres Estados más meridionales, la
pequeña industria rural muy descentralizada, como aserraderos, estable-
cimientos de elaboración del arroz o la mandioca, del sebo, destilerías
lecherías y fábricas de cigarros.
Las distancias y el costo de los transportes (allí donde existen) son tan
prohibitivas que la elaboración de materia prima económica debe limitarse
a la zona de producción. Todas esas industrias rurales, con excepción de
las formas más rudimentarias de molienda de la mandioca y del maíz y
la destilación de aguardiente de caña, se deben a la iniciativa de los inmi-
grantes.
Aún después de varias décadas de industrialización intensiva, no siem-
pre resulta fácil distinguir las industrias urbanas de las rurales. La mayor
parte de las manufacturas, por lo menos en los tres Estados más meri-
dionales, comenzaron en localidades rurales que fueron urbanizándose
poco a poco, bajo el impulso de la expansión industrial. Sin embargo,
muchas veces las tradiciones rurales de esas localidades tuvieron fuerza
suficiente para resistir a la urbanización y mantener su carácter rústico.
Esta es una de las diferencias entre los Estados más meridionales y Sao
Paulo, donde el predominio de la inmigración italiana, española y portu-
guesa, unido a la economía de las plantaciones, determinó una urbaniza-
137
ción más rápida que se inspiró en la civilización del Mediterráneo. La
economía de las plantaciones contribuyó a este proceso por cuanto los
inmigrantes, o sus hijos nacidos en el Brasil, que deseaban mejorar su
condición de obreros agrícolas, tenían que trasladarse a otras regiones
rurales donde podían convertirse en pequeños propietarios, o a las ciudades
donde las tradiciones rurales se perdían rápidamente.
En el extremo sur el desarrollo de los centros urbanos no dependió por
lo general de la inmigración en gran escala. Ciudades industriales como
Nueva Hamburgo, Santa Cruz, Blumenau, Brusque y Joinville encon-
traron la mano de obra que necesitaban en las zonas rurales circundantes.
Muchos de los obreros industriales seguían viviendo en las afueras y se
trasladaban a las fábricas en autobús o en bicicleta. En algunos casos,
como ha sucedido en Blumenau, los dueños de las fábricas procuraron
mantener el interés de los trabajadores por la vida y las actividades rurales,
con la esperanza de evitar así «los males de la proletarización». Y en efecto
en Blumenau, como en muchas ciudades germano-brasileñas, se ha logrado
evitar la formación de barrios bajos y de zonas donde las condiciones
de vida son cada vez más deficientes. En muchas localidades de los tres
Estados del sur, la población de ascendencia alemana y eslava combina
el trabajo industrial con la agricultura. Es probable que las condiciones
ecológicas que permiten ligar la industria con la agricultura en Río Grande
do Sul, Santa Catarina y Paraná, son, desde el punto de vista económico,
más «sanas» que la concentración y «proletarización» de los inmigrantes
rurales en los centros urbanos de Sao Paulo. Aunque esa situación consti-
tuya por sí misma un éxito o una contribución positiva, es necesario
añadir que los luso-brasileños del sur no siguieron por lo general ese sis"
tema, en parte porque no poseían tierras y en parte porque daban más
valor a la vida urbana.
Por otro lado, el agotamiento del suelo y el elevado coeficiente de nata-
lidad, junto con la aceptación cada vez más general del sistema de valores
luso-brasileño, determinaron una concentración de los emigrantes rurales
de extracción europea reciente en la zona metropolitana de Porto Alegre
y otras ciudades 1.
Muchos de los que fundaron industrias prósperas en el sur, eran artesanos
europeos que nunca habían tenido antes la posibilidad de convertir sus
pequeños talleres en establecimientos industriales. En el Brasil, la relativa
falta de concurrencia y las ganancias extraordinariamente elevadas deter-
minaron paulatinamente la expansión. Los herreros, artesanos del vidrio
y del cuero, cerveceros, sombrereros, ebanistas, torneros, impresores, car-
pinteros, encuadernadores, albañiles, fundidores de hierro, litógrafos,
talabarteros, cerrajeros, tejedores, tintoreros y muchos otros juntaron el
138
capital suficiente para ser al mismo tiempo artesanos y empresarios. Ya
en las primeras décadas de la inmigración alemana a Río Grande do Sul,
las curtidurías, talabarterías y fábricas de calzado producían más de lo
que podían absorber los mercados locales. En ocho municipios de ese
Estado había, en 1920, 540 curtidurías pertenecientes a alemanes o ger-
mano-brasileños. En el mismo año, 130 de las 238 fábricas de artículos de
cuero, es decir, el 55 por ciento, pertenecían a germano-brasileños 1.
En 1874 un inmigrante alemán estableció la primera fábrica textil
en Río Grande do Sul. Siete años más tarde empleaba a 200 trabajadores.
«Esta fue la primera fábrica del Brasil que prestó asistencia social a sus
obreros. Tenía una escuela, una caja de ahorros y un fondo de previsión
al que contribuían los trabajadores con pequeñas cantidades. a» De esta
manera quedó sentado un ejemplo que más tarde imitaron otros empresa-
rios europeos en el sur del Brasil. Con esta medida se trataba de impedir
las tensiones sociales que la industrialización en gran escala había provo-
cado en los países de origen de los colonos.
En 1880 se introdujeron en Blumenau (Santa Catarina) los primeros
telares mecánicos. En 1935 dos de las fábricas más importantes empleaban
más de 500 personas cada una. Ante la rápida expansión de la nueva indus-
tria, se ensayó el cultivo del algodón en el valle de Itajai y en la costa;
pero la excesiva humedad arruinó los cultivos y desde entonces se ha impor-
tado toda la materia prima, al principio del noreste y en los últimos tiem-
pos del Estado de Sao Paulo 3 .
Hasta 1914 las relaciones entre trabajadores y empleadores fueron, en
general, paternalistas y pacíficas. Poco antes de 1914, en Brusque (Santa
Catarina), el propietario de una de las fábricas textiles más importantes,
viéndose al borde de la quiebra, reunió a sus obreros y los convenció de
que trabajaran sin percibir salario hasta que mejorara la situación. Veinte
años más tarde, la policía tuvo que proteger la fábrica, diez veces más
importante, contra los huelguistas que pedían un aumento de salario.
Esa huelga, a semejanza de otras que estallaron en el extremo sur, fue
declarada por los sindicatos que se habían formado bajo los auspicios del
gobierno federal. Sin embargo en Sao Paulo había habido ya mucho antes
una agitación entre los obreros provocada por grupos organizados de socia-
listas y anarquistas italianos y españoles. Los socialistas italianos funda-
ron el Círculo Socialista y el periódico Avanti. Los inmigrantes alemanes
también participaron en ese movimiento, con organizaciones indepen-
dientes.
Según el punto de vista que se adopte, se considerará que esos movi-
mientos constituyeron contribuciones positivas o negativas a la cultura de
1. Kurze Geschichte der deutschen Einwanderung in Rio Grande do Sul (2a. ed., Sao Leopoldo,
1936), pág. 29; Karl G. Cornelius, Die Deutschen im brasilianischen Wirtschaftsleben
(Stuttgart, 1927), pág. 23-24.
2. Kurze Geschichte, pág. 29.
3. Siegfried Endrese, Blumenau, Gheringeu, 1938, págs. 90-91.
139
Brasil. Para los empresarios que luchaban contra la concurrencia europea
y deseaban una evolución pacífica de las relaciones con los trabajadores
fueron fuerzas destructoras. En cambio los inmigrantes sostenían que no
había posibilidad de mejorar la situación económica del nuevo proletariado
si no se contaba con instituciones de defensa. Sin embargo, con excepción
del Partido Comunista (organizado en la tercera década del siglo), ninguno
de los primeros grupos socialistas ha sobrevivido, y desde 1930 el gobierno
federal ha ido tomando a su cargo los intereses de la «clase obrera».
Los inmigrantes italianos en Sao Paulo, que ascendían a cerca de un
millón en 1940, aportaron gran variedad de elementos culturales nuevos
que, junto con los introducidos por grupos más pequeños de inmigrantes,
cambiaron radicalmente la configuración local de la cultura luso-brasileña.
La llegada de varios cientos de miles de italianos durante el último cuarto
de siglo xix dio gran impulso a la industrialización. En 1906 había ya
una asombrosa variedad de industrias en los sectores italianos del Estado
de Sao Paulo, entre ellas la de la harina, aceite y arroz; existían curtidurías,
fábricas de papel, de muebles, destilerías, cervecerías, fábricas de calzado
y otras muchas empresas 1. Las actividades industriales no se limitaban
a la zona metropolitana de Sao Paulo. En la pequeña ciudad de San Roque,
por ejemplo, había 120 italianos y 68 no italianos entre los artesanos,
industriales y comerciantes.
La primera guerra mundial fue probablemente el momento decisivo
en el desarrollo de las nuevas industrias. Entre 1914 y 1918 surgieron
5.936 nuevos establecimientos industriales 2 . Después de la guerra, la
inmigración trajo al sur del Brasil una proporción mayor que nunca de
artesanos y técnicos calificados.
En el período transcurrido entre las dos guerras mundiales la fabrica-
ción creciente de maquinaria industrial constituyó probablemente la
aportación más importante a la industria en formación. Para ilustrar ese
proceso daremos dos ejemplos que podrían multiplicarse fácilmente. En
la tercera década del siglo un inmigrante alemán estableció una pequeña
fábrica de almidón en Brusque, Santa Catarina, utilizando como materia
prima la mandioca del país, pero tuvo que importar de Europa toda la
maquinaria. En 1934 se estableció una segunda fábrica, mucho más
grande. Esta vez todas las máquinas procedían de la vecina ciudad de
Joinville, donde ingenieros alemanes inmigrantes habían fundado la nueva
industria. Hasta 1941, el establecimiento más importante de elaboración
del té del valle de Ribeira utilizaba máquinas importadas del Japón.
Más adelante, al ampliarse la fábrica, se utilizaron máquinas del mismo
tipo, pero producidas por inmigrantes japoneses establecidos en el Estado
de Sao Paulo. La mayor parte de la maquinaria utilizada actualmente en
140
las «industrias rurales» es de producción nacional. Un estudio realizado
en 1950 en la zona de Sao Paulo demostró que las máquinas utilizadas en
los ingenios azucareros, destilerías de alcohol, fábricas de calzado y de
tejidos de algodón e industrias alimenticias, eran de producción local.
Las máquinas para fabricar botones, artículos de goma, cerámica, bebidas
y utensilios de laboratorio eran también producidas por inmigrantes o
personas de ascendencia europea reciente.
Sólo es posible hacer un cálculo aproximado de la participación de los
diferentes grupos étnicos en la industrialización del país. En 1930 el
12 por ciento aproximadamente de la población de Porto Alegre era de
origen alemán, pero el 32 por ciento de las industrias existentes pertene-
cían a alemanes o germano-brasileños, o eran dirigidas por ellos1. En 1935,
de 714 empresas industriales tomadas al azar en el Estado de Sao Paulo,
72,9 por ciento no habían sido creadas por luso-brasileños 2. Los datos
correspondientes a 1950 forman los cuadros 23 y 24 basados en el mismo
sistema. En el cuadro 22 puede verse que en Río Grande do Sul y en
Santa Catarina el 79.6 por ciento de las empresas industriales existentes
pertenecían a personas que no eran de origen portugués. Esa cifra ascendía
a 84,9 por ciento en la zona metropolitana de Sao Paulo.
Pero no es posible determinar la participación proporcional de los prin-
cipales grupos étnicos. En. lo que se refiere a Río Grande do Sul y Santa Cata-
rina, puede afirmarse que el 46,2 por ciento correspondiente a los empre-
sarios de origen alemán es muy superior a la proporción de alemanes,
nacidos en el país o en el extranjero en esos dos Estados. Si se acepta el
cálculo corriente (un 20 por ciento), el exceso seria superior al 100 por ciento.
El papel desempeñado por los alemanes es todavía más importante en la
ciudad de Sao Paulo, donde poseen el 10,4 por ciento de todas las empresas
incluidas en el estudio, si bien apenas algo más del 2 por ciento del total
de la población es de origen alemán. Puede asegurarse también que la
participación de los italianos, sirios y libaneses, así como la de los extran-
jeros incluidos en la categoría general de «otros» (principalmente norte-
americanos, ingleses, judíos del Este y franceses) sobrepasa, en Sao Paulo,
la proporción que les corresponde en la población global.
Esas contribuciones al desarrollo industrial del Brasil tienen, en su
mayor parte, un carácter permanente, y su supresión acarrearía la ruina
del sistema económico del país. Es pues indudable que 6e ha logrado una
asimilación económica, pero cabe discutir que ello implique una asimi-
lación cultural completa.
Durante la segunda guerra mundial y los años que la siguieron, se puso
claramente de manifiesto que no se había logrado todavía. En las indus-
trias en rápida expansión se produjo de improviso una falta alarmante
1. Ceorg Grotsch: Wirtschaftsgeographie des Staates Rio Grande do Sul in Brasilien,
Saalfeld, Otspreussen, 1932, pág. 58.
2. Estatistica industrial do Estado de Sao Paulo, Sao Paulo, Secretaria da Agricultura,
Industria e Comercio, 1940.
141
de trabajadores y técnicos calificados. Unos años antes de la guerra había
cesado casi por completo la inmigración procedente de Europa, e iban
desapareciendo los viejos inmigrantes que por su capacidad habían desem-
peñado una función importante en el desarrollo técnico del país. Las
nuevas generaciones no se habían interesado mucho por la formación
profesional y eran insuficientes en todos los niveles los medios de adqui-
rirla. De hecho, algunas de las industrias más complejas se basaban tan
exclusivamente en la importación de máquinas, ingenieros, técnicos y
trabajadores calificados «que dependían esencialmente de la tecnología
extranjera y eran demasiado complejas para que la cultura brasileña las
asimilara»1.
Viéndose cortado de las fuentes de material humano, el Brasil hizo
enérgicos esfuerzos para asimilar esas industrias en lo que concierne a
la técnica y a la instrucción. En 1942 las industrias privadas y el gobierno
federal aunaron sus recursos económicos a fin de establecer un sistema
nacional de escuelas técnicas donde se dieran desde los conocimientos
más elementales hasta los superiores en todas las especialidades imagi-
nables 2 . Al mismo tiempo se ampliaba y reformaba el sistema federal
de escuelas profesionales.
Pero pronto se vio que no era posible realizar esas tareas sin organizar,
además, la inmigración de técnicos. El gobierno federal firmó contratos
con unos 50 instructores suizos destinados a las escuelas profesionales.
Algunas instituciones científicas contrataron a hombres de ciencia refu-
giados, a fin de mantenerse al tanto de los últimos adelantos científicos.
Los inmigrantes han contribuido más que nunca, en los últimos años, a
una asimilación gradual de las ramas «encapsuladas» del conocimiento a la
cultura brasileña.
Sin embargo, las nuevas tendencias de la enseñanza científica y técnica
no satisfacen en realidad plenamente las necesidades del proceso de indus-
trialización. Por eso, entre las personas desalojadas que el Brasil admitió
después de la segunda guerra mundial, se dio preferencia a las que esta-
ban en condiciones de contribuir técnicamente al desarrollo industrial
del país.
142
neorrenacimiento, que por la abundancia de la ornamentación parecía
simbolizar la grandeza y una forma de vida aristocrática y atraía a muchos
brasileños. En realidad, junto con las ornadas columnatas y los ostentosos
relieves de escayola de las fachadas, hasta entonces desconocidos, se
introdujeron conocimientos técnicos que dejaban muy atrás la simplicidad
de la arquitectura urbana del Brasil en tiempos anteriores. Entre 1890 y
1910 los arquitectos italianos construyeron gran, cantidad de edificios para
oficinas y viviendas, que cambiaron totalmente el aspecto semirrural de la
ciudad. Pero la influencia de los arquitectos italianos trascendió los límites
geográficos de la colonización italiana. El nuevo estilo arquitectónico
triunfó también en Río de Janeiro y en las ciudades del noreste y del
norte. El edificio del Congreso Nacional en Río de Janeiro, por ejemplo, y
el del Palacio del Gobierno en Belem do Para fueron diseñados por arqui-
tectos italianos 1 .
En los Estados del sur los cambios operados en la arquitectura por
influencia de la inmigración europea fueron distintos, pues antes de 1914
hubo allí pocos arquitectos profesionales. En las zonas rurales cada uno
construía su propia vivienda y en las ciudades se consideraba que un albañil
experimentado tenía capacidad suficiente para solucionar problemas arqui-
tectónicos más complejos.
La contribución de los inmigrantes alemanes e italianos a una nueva
arquitectura rural estriba, más que en sus aspectos estéticos, en una
concepción funcionalmente distinta de la vivienda 2.
El cobertizo se transforma en casa. La mayoría de los inmigrantes no
adoptaron la técnica local del zarzo y el revoque y, pasados los primeros
años de penalidades en que se conformaron con una vivienda primitiva,
levantaron amplios y sólidos edificios de madera o de ladrillo. El techo
de teja reemplazó al de paja típico de las casas de los caboclos; los tabiques
dieron al interior la intimidad que rara vez había en las viviendas de éstos
y se añadió un pórtico abierto. Con la prosperidad aumentó la ornamen-
tación en la arquitectura germano e italo-brasileña, aunque no siempre
coincidió el desarrollo del gusto artístico con el aumento del tamaño y de
los adornos.
Las contribuciones estilísticas de los arquitectos italianos no modificaron
las viviendas de las clases inferiores; en cambio las aportaciones más
espontáneas y libres de los inmigrantes europeos pudieron ser fácilmente
adoptadas por todas las clases sociales. Las pequeñas construcciones de
madera con tejado de dos aguas y pórtico en la fachada se extendieron a
zonas habitadas principalmente por luso-brasileños. Por otra parte, está
lejos de haber desaparecido la casa de zarzo y revoque entre las clases más
bajas, y entre las más altas los estilos neocoloniales compiten, y no sin
éxito, con la arquitectura de inspiración alemana o italiana.
143
No ha sido considerable la contribución de los inmigrantes al desarrollo
de las artes en el Brasil. No debe olvidarse que en el presente estudio sólo
se trata de la contribución artística de los inmigrantes en la medida en
que supone una transferencia de elementos culturales. Por consiguiente,
sólo hemos de tener en cuenta la participación de los inmigrantes en las
bellas artes, la arquitectura o el teatro, en la medida en que su aportación
potencial esté manifiesta y esencialmente ligada a su cultura originaria y
en que sus nociones estéticas hayan ejercido una influencia perceptible
en las formas o estilos del Brasil, y no deben confundirse la aceptación de
la personalidad de un artista o el éxito de su obra con la integración de su
aportación estética.
Además, la circunstancia de que los padres de un artista nacido en el
Brasil sean italianos, rusos o japoneses sólo importa en los casos en que
su contribución estética guarda una relación evidente con la cultura del
país de sus progenitores. La posibilidad de aportar una contribución
resulta así directamente proporcional a la falta de asimilación.
Existe en el sur del Brasil algo que podría llamarse cultura germano-
brasileña, pero que los críticos alemanes han rechazado por su pobrí-
sima calidad. Constituye una excepción digna de ser mencionada la contri-
bución de los italianos a la música popular. En numerosas colonias italia-
nas había los músicos necesarios para formar bandas, que se convirtieron
Portugueses
Actividad y Alemanes Italianos Eslavos Otros
luso-brasileños
Metalurgia 3 17 7 1 1
Máquinas y artículos de
metal 7 17 8 — 5
Artículos no metálicos 36 79 23 9 26
Materias primas para la cons-
tracción 12 7 8 — 8
Industria textil — 14 7 — —
Industria química 19 31 9 — 7
Curtiduría 3 19 — — 2
Imprenta 4 15 4 1 1
Alimentos y bebidas 19 34 31 1 10
TOTALES 103 233 97 12 60
o sea
20,40% 46,2% 19,2% 2,4% 11,8%
Nota: Grupos de inmigrantes, excepto los portugueses, 402 (79,2 %).
144
en una institución social y se mantuvieron muchas veces durante una o
dos generaciones de personas nacidas ya en el Brasil.
Portugueses
Actividad y Alemanes Italianos libaneses Otros
luso-brasileños
LA ESTRUCTURA SOCIAL
145
Desde luego, la estructura tradicional de la familia brasileña no ha
permanecido inmutable, pero los cambios que hayan podido producirse
parecen más bien debidos al proceso general de urbanización e industria-
lización que a las influencias ejercidas por un grupo determinado de inmi-
grantes 1.
Las posibib'dades de que los inmigrantes importaran nuevos tipos de
organización social a la sociedad del país en que se establecieron fueron
escasas o nulas. Queda por saber, sin embargo, si las comunidades de
inmigrantes lograron mantener sus propios tipos de organización, hasta
qué punto lo consiguieron, y si esos tipos pueden considerarse, y en qué
medida, una aportación positiva.
Las comunidades fundadas por inmigrantes alemanes, italianos o japo-
neses difieren de la comunidad luso-brasileña corriente por su mayor
articulación, su integración más íntima y su mayor capacidad de acción
concertada. Hay en ellas mayor número de asociaciones y por lo general
una vida más intensa que en las comunidades luso-brasileñas. Los Thea-
tervereine (asociaciones de arte dramático), los Kegelklubs (clubs de bolos),
los Schützenvereine (clubs de tiro), los Gesangvereine (orfeones), los
Tanzkranzchen (círculos de danza), los Schulvereine (agrupaciones esco-
lares) y los Genossenschaften (cooperativas) de los germano-brasileños, así
como las seinendan (asociaciones de jóvenes), las shojokai (asociaciones de
muchachas), las kumi (organizaciones de ayuda mutua) y las cooperativas
económicas de los japoneses suponen mucho tiempo y esfuerzo.
Las características indicadas se observan claramente en las agrupa-
ciones escolares y en las cooperativas de los colonos alemanes. En los
primeros tiempos de la inmigración alemana no había escuelas públicas;
los colonos organizaron entonces un sistema propio que fue mejorando
progresivamente. El Estado y las administraciones locales del sur tardaron
tanto tiempo en dar posibilidades de instrucción, que hasta hoy las agru-
paciones escolares germano-brasileñas mantienen gran cantidad de escuelas.
En Santa Cruz (Río Grande do Sul), típico municipio germano-brasileño,
hay 15 escuelas públicas y 53 financiadas por las agrupaciones educativas
locales. En 1951, el 62,7 por ciento de los 4.227 niños matriculados iban a
escuelas subvencionadas por asociaciones privadas. Hasta cierto punto,
se produjo una situación análoga en las comunidades eslavas, japonesas
e italianas.
La importancia de este alto grado de iniciativa para la estructura social
reside en que surgió espontáneamente de las condiciones en que los inmi-
grantes reorganizaron su vida en la nueva comunidad. Por tener las comu-
nidades luso-brasileñas una escala de valores diferentes se estableció una
separación cada vez más marcada entre el desarrollo social de los inmigran-
tes y las instituciones creadas en sus diversos grupos y el de la mayoría
Emilio Willems: «The Structure of the Brazilian Family», Socio! Forces, vol. XXXI,
1953, pág. 339.
146
de la población. Las dos guerras mundiales y el empuje del nacionalismo
dieron lugar en el Brasil a una acción encaminada a someter a los grupos
minoritarios a las normas nacionales. Con numerosas disposiciones legis-
lativas dictadas por el gobierno federal y en los Estados se procuró some-
ter a una fiscalización las escuelas, cooperativas y asociaciones religiosas
y recreativas, reduciendo sus funciones y delimitando su estructura.
Después de la primera guerra mundial las comunidades germano-
brasileñas y eslavas, reforzadas por múltiples nuevos inmigrantes, reini-
ciaron sus actividades y añadieron nuevos elementos al sistema de insti-
tuciones ya existente, en especial en la esfera de la educación, la religión
y el cooperativismo.
Las instituciones creadas por las comunidades japonesas eran en su
mayoría recientes y no estaban quizá en condiciones de adaptarse al
cambio de situación. La campaña de nacionalización y la segunda guerra
mundial deshicieron su sistema escolar y después de la guerra faltaron
los incentivos para reorganizarlo, pues el Estado de Sao Paulo estaba en
condiciones de dar posibilidades de instrucción mucho más satisfactorias
que ninguno de los Estados del sur.
Por otra parte, la constitución de 1946 prohibió la enseñanza de lenguas
extranjeras en las escuelas primarias. No cabe duda de que esta nueva
medida cambió radicalmente el papel funcional de las escuelas minoritarias
del Brasil. En un principio, esas escuelas tuvieron por objeto mantener
la lengua y la cultura del país de origen, pero después de 1930 hubieron de
incluir en las disciplinas enseñadas temas brasileños y se convirtieron en
un medio de transmisión de dos patrimonios culturales nacionales dife-
rentes. En el Estado de Sao Paulo la existencia de escuelas públicas en la
mayor parte de las colonias obligó a los inmigrantes a establecer la asis-
tencia obligatoria tanto en las escuelas públicas como en las privadas,
siendo la única función de éstas transmitir la cultura japonesa.
Desde luego, la nueva constitución eliminó el dualismo funcional de
las escuelas privadas. En la actualidad pocos incentivos quedan para
mantenerlas, salvo en las zonas donde los colonos se encuentran ante el
dilema de que sus hijos sean analfabetos o que vayan a sus propias escuelas.
Principalmente ello se debe a que en los tres Estados más meridionales
subsistan las escuelas privadas. Sin embargo, no hay duda de que se han
producido en ellas cambios funcionales: en lugar de mantener la tradi-
ción cultural de Polonia, Italia, Alemania o Japón (positiva para los viejos
colonos, pero no para los brasileños), cumplen ahora la función de asimilar
a la nueva generación la cultura nacional. De un modo más inmediato las
escuelas privadas contribuyen a la lucha entre el analfabetismo, aporta-
ción positiva que reconocen tanto los grupos minoritarios como la mayoría
brasileña.
La situación actual no permite una conclusión definitiva en lo que se
refiere a otras instituciones propias de las comunidades de inmigrantes.
De 1938 a 1946 las minorías, especialmente la alemana y la japonesa,
147
pasaron por una situación muy difícil. La atmósfera política no cambió
inmediatamente después de terminada la guerra y las comunidades se
mostraron reacias a reanudar las actividades de sus instituciones. En 1951,
las investigaciones realizadas sólo pusieron de manifiesto vagos indicios
de reorganización. Era evidente que la asimilación había progresado y que
los más jóvenes no se interesaban mucho en las viejas tradiciones. Perso-
nas autorizadas se quejaban amargamente de la centralización creciente
de las cooperativas. El capital acumulado por las cooperativas más impor-
tantes era retirado de las zonas rurales e invertido en propiedades urbanas.
Este proceso indica una adaptación a la escala de valores brasileña y la
desaparición de una de las funciones esenciales de las cooperativas en
sus primeros tiempos, es decir la inversión de sus capitales en el desarrollo
económico de las zonas rurales.
Los esfuerzos que algunos grupos minoritarios han hecho para reorga-
nizar su prensa después de casi ocho años de prohibición reflejan también
cambios significativos. Hasta ahora los resultados no han sido muy apre-
ciables. No han vuelto a publicarse algunos de los diarios más importantes
(como el Deutsche Volksblatt) y otros han recobrado sólo en parte el número
de páginas y la circulación que tenían antes de 1938.
Siempre se ha discutido si la existencia de una prensa minoritaria debe
considerarse como una contribución positiva a la cultura brasileña. La
mayor parte de los luso-brasileños lo negaban rotundamente, y aseguraban
que los periódicos publicados en la lengua de los grupos de inmigrantes
eran los mayores obstáculos a la asimilación. Casi nadie creía que una
prensa minoritaria pudiera servir de nexo cultural entre el país de origen
y el medio brasileño. Por eso, cuando el presidente Getulio Vargas pro-
hibió la prensa minoritaria, contó seguramente con el apoyo de la opinión
pública.
Durante unos ocho años, período caracterizado por una activa campaña
de asimilación, permanecieron inactivas en su mayoría las organizaciones
de las comunidades de inmigrantes. Después, los temores de los viejos
colonos y la falta de interés de la nueva generación han dificultado y
retrasado el proceso de reconstrucción. Algunas instituciones, especial-
mente el sistema escolar, han sufrido un cambio funcional que elimina
toda controversia acerca de los servicios positivos que pueden prestar al
país. Es poco probable que las instituciones de los distintos grupos mino-
ritarios vuelvan alguna vez a ser lo que habían sido antes de 1938, pero
algunas de ellas tienen todavía influencia suficiente para suscitar problemas
de integración. Mientras así suceda, no puede haber acuerdo sobre su valor
positivo o negativo en la estructura cultural del país.
150
1. Destrucción del monopolio político de las viejas oligarquías familiares.
2. Cambios significativos en los procedimientos de control del poder polí-
tico. Disminución gradual del fraude o del uso de la fuerza armada.
Desde 1930 se ha logrado un progreso democrático notable en todas las
elecciones realizadas en el Brasil. Se ha comprobado la eficacia de un
órgano específico de vigilancia, la justica eleitoral, sobre todo en las
regiones del país donde lo apoyaba una fuerte clase media. La violencia
como medio de lograr el poder político, todavía común en el norte del
Brasil, es cada vez más rara en el sur.
3. Las nuevas clases medias rechazan enérgicamente la revolución como
técnica para conseguir el poder político. No es un hecho casual que en la
revolución de 1932 que se inició en Sao Paulo y fue apoyada con entu-
siasmo por el pueblo de ese Estado, donde se había desarrollado una
clase media sin distinción de origen étnico, se luchara por un régimen
constitucional de procedimientos democráticos que el presidente provi-
sional no había logrado instituir. Del mismo modo el golpe de Estado de
1945 no sólo se produjo sin derramamiento de sangre ni disturbios, sino
que tenía por objeto democratizar de nuevo el país.
La estabilidad política responde indudablemente a los intereses económicos
de la nueva clase media, cuyos miembros se dedican sobre todo al comercio
y a la industria. En lo que se refiere a las zonas rurales, la experiencia
histórica ha enseñado a los colonos de reciente extracción europea que la
revolución significa confiscación de la propiedad, destrucción de los cultivos
y del ganado, saqueos y matanzas. No es de extrañar que en la campaña
revolucionaria de 1924-1925, por ejemplo, algunas colonias germano-
brasileñas improvisaran milicias para «mantener el orden». Se declararon
neutrales en el conflicto entre el gobierno y las fuerzas revolucionarias y
lograron impedir la acción militar dentro de «sus» territorios. Cada distrito
organizó sus fuerzas y se estableció un programa de acción conjunta entre
los distritos de la Serra. La milicia, formada por alemanes, italianos, letones
y polacos, estaba mandada por ex oficiales del ejército alemán 1 .
La expansión de la nueva clase media, en especial en las zonas rurales, ha
contribuido probablemente más que cualquier otro factor a la pacificación
de Río Grande do Sul, una de las zonas más agitadas del Brasil.
RELIGIÓN
El catolicismo.
Quizá parezca excesivo decir que los inmigrantes católicos hicieron contri-
buciones importantes al sistema religioso existente, cuando el Brasil ha
1. «Die neue revolutionáre Bewegung in Rio Grande do Sul und das Deutschtum», Der
Auslandsdeulsche, vol. VIII (1915), n.° 6, págs. 157 y siguientes. «Der Selbstschutz auf
der Serra in der Revolution 1924-1925».
151
sido por tradición un país católico. Sin embargo, es preciso subrayar el
papel de los inmigrantes católicos en la reorganización de la Iglesia y en los
esfuerzos por restaurar la autoridad de Roma.
A fines del segundo imperio (1889) la Iglesia se había debilitado en todos
los sentidos. El clero existente era inadecuado, tanto en número como en
calidad. La religión popular de la población rural se había apartado de la
doctrina oficial y apenas conservaba contactos con la Iglesia. Por otra
parte, en las ciudades el clero había perdido en general la confianza de las
clases media y alta, en las que sobre todo los hombres apoyaban las logias
masónicas anticlericales y los sistemas filosóficos del siglo xix.
Cuando la primera constitución republicana separó en 1891 la Iglesia del
Estado, las circunstancias favorecieron un movimiento de reforma, que fue
enérgicamente iniciado por la Iglesia. Llegaron al país numerosos sacerdotes
y clero regular que se hicieron cargo de las parroquias y escuelas y, junto
con ellos, monjas que se ocuparon de la caridad y la educación. Miles de
religiosos iniciaron la tarea de restituir el Brasil al verdadero catolicismo.
La tarea más difícil del nuevo clero fue quizá la de encontrar y orientar,
entre la población luso-brasileña, nuevos sacerdotes. No resultaba difícil
interesar a los jóvenes en la carrera eclesiástica, pero pocos de ellos se
mostraban dispuestos a sobrellevar los largos años de formación y a asumir
sus responsabilidades al llegar el momento crítico de la ordenación. La
Iglesia tendió a recurrir cada vez más a los niños brasileños hijos de inmi-
grantes alemanes, italianos y polacos, cuya tradición católica no había
sufrido las mismas vicisitudes que entre la población lusobrasileña. De ahí
que los sacerdotes y el clero regular de origen lusobrasileño sean en el sur
del Brasil una pequeña minoría. Incluso muchos de los obispos son de
reciente extracción europea.
Protestantismo.
En el Brasil hay dos categorías de protestantes: los que pertenecen a las
iglesias evangélicas fundadas por los inmigrantes alemanes y los que forman
parte de las sectas introducidas por los misioneros norteamericanos e
ingleses. Sólo pueden considerarse resultado directo de la inmigración los
de la primera categoría.
No puede determinarse objetivamente si el protestantismo representa
una contribución positiva a la cultura brasileña, en lo que se refiere a
creencias religiosas y convicciones éticas. Los católicos practicantes
lamentan la aparición de iglesias protestantes en el Brasil por considerar
que rompen la unidad religiosa y son incompatibles con la mentalidad
brasileña. Los protestantes subrayan la superioridad de su ética y su lucha
contra lo que llaman superstición e ignorancia. Además existe, natural-
mente, un antagonismo entre la teología protestante y la católica.
Como organización e ideología la confesión evangélica introducida por
los protestantes alemanes estaba destinada a sobrevivir más que a exten-
152
derse. Hasta 1941 hubo tres iglesias principales: la Iglesia Evangélica
Alemana de Río Grande do Sul (173.000 fieles), el Sínodo Evangélico
Luterano de Santa Catarina, Paraná y otros Estados (37.760 fieles), y el
Sínodo de Comunidades Evangélicas Alemanas del Centro del Brasil
(31.340 fieles)1. El primer grupo se convirtió en una rama de la Preussische
Landeskirche, el segundo se afilió a la Iglesia Evangélica Alemana, y el
tercero permaneció independiente.
Las tres iglesias pretendían mantener el carácter alemán del luteranismo.
El Evangelio debía transmitirse exclusivamente en alemán. Según uno de
los dirigentes protestantes más prestigiosos «el germanismo y el Evangelio
estaban unidos hasta la muerte» 2. La lengua alemana, perpetuadora del
valor religioso del grupo, dejó de ser un simple medio de enseñanza y culto
y se elevó a la categoría de símbolo sagrado.
Por ausencia de proselitismo, el protestantismo alemán siguió siendo la
religión de un grupo minoritario y como tal se convirtió en un aspecto
definido del Brasil, pero no en un elemento constitutivo de la cultura
brasileña. Su carácter exclusivo, desde el punto de vista ideológico y
religioso, impidió la asimilación.
Después de la primera guerra mundial, la asimilación progresiva de los
luteranos germano-brasileños determinó un cambio en la situación. Esos
fieles no entendían ya los sermones, las oraciones y los cantos en alemán.
Muchos pasaron al Sínodo Luterano de Misourí, fundado por misioneros
norteamericanos cuyo celo religioso no se detenía en consideraciones étnicas.
En la atmósfera política de la segunda guerra mundial y del desarrollo de
la conciencia nacional en el Brasil, que determinó una intensa campaña de
asimilación, la extinción de la lengua alemana en el sur del Brasil fue mera
cuestión de tiempo. Las iglesias luteranas «alemanas» tuvieron que hacer
concesión tras concesión. Se independizaron de la iglesia matriz alemana y
la lengua portuguesa fue sustituyendo cada vez más a la alemana. En la
actualidad se eligen entre los germano-brasileños los futuros pastores y
dentro de pocas generaciones las iglesias protestantes «alemanas» se habrán
asimilado probablemente a la cultura brasileña. No puede predecirse en
qué medida influirá ese cambio en su contenido teológico, pero probable-
mente los valores típicamente alemanes de la ideología tradicional quedarán
relegados al pasado.
Parece que en algunas partes del sur del Brasil la población de extracción
europea reciente ha crecido a un ritmo más rápido que la de vieja estirpe
1. Feídinand Schroder: Brasilien und Wiltenberg, Berlín, 1936, págs. 225, 252, 355.
2. Kalender ftir din deutschen evangelischen Gemeiden in, Brasilien, 1939, paga.
67 y 69.
153
luso-brasileña. En las zonas de Río Grande do Sul donde predomina la
población de origen italiano o alemán, los índices de mortalidad son más
bajos y los de natalidad más altos que en los municipios poblados sobre
todo por luso-brasileños.
1. T. Lynn Smith, Brazil: People and Institutions, págs. 234 y 244. En 1915 el coe ficiente
de natalidad de los germano-brasilefips de Espíritu Santo era de 48,5 y el de mortalidad
7,8 (Ernst Wagemann: Die deutschen Kolonisten im brasilianischen Staate Espirito Santo,
München und Leipzig, 1915, pág. 49); E. G. Nauck, «Ist eine Daueransiedlung deutscher
Auswanderer in den Tropen moglich?», Der Deutsche Auswanderer, julio-agosto de 1937,
pág. 108. En el municipio de Blumenau, una de las principales zonas de colonización
alemana e italiana en Santa Catarina, se registraban en 1927 índices de natalidad y de
mortalidad de 35 y 6,3 respectivamente (Endress, Blumenau, pág. 54).
154
Brasil hasta 1940 no siempre fueron seguros los coeficientes oficiales de
mortalidad. Pero aun en esos años se observa la misma relación 1 .
Los datos más fidedignos de que se dispone sobre Sao Paulo permiten
concluir que la inmigración contribuyó a un incremento de la población en
general, pero tuvo poca o ninguna influencia en el incremento de la pobla-
ción, a la que restó importancia, tanto porque la distribución de edades
daba un coeficiente mayor de incremento entre los extranjeros que entre
la población nativa, como porque el coeficiente de incremento natural era
más alto entre aquéllos 2.
Desde un punto de vista puramente demográfico, el elevado coeficiente
de incremento general entre los grupos de extracción europea reciente
satisface necesidades definidas. Cabe preguntarse si puede establecerse una
relación entre los coeficientes de incremento natural y el proceso de
asimilación cultural. Durante varias generaciones se mantuvieron los
coeficientes de incremento característicos de los alemanes e italianos
nacidos en el Brasil. Es evidente que la urbanización ha influido en el
coeficiente de natalidad y quizá también en el de mortalidad, pero no
puede asegurarse que los procesos de asimilación cultural, que han produ-
cido grandes cambios en las poblaciones rurales, hayan modificado sus
coeficientes de incremento natural.
Sin embargo, en algunas comunidades se ha producido una fusión total
con los luso-brasileños. La idea de fusión o amalgamación cultural supone
que los diferenciales demográficos basados en diversos elementos como son
las condiciones sanitarias, puericultura, prevención de enfermedades e
incentivos económicos, han sufrido modificaciones radicales, especialmente
en el grupo minoritario. Desgraciadamente, nunca se han estudiado esas
comunidades y no se dispone de datos demográficos que permitan establecer
una comparación con grupos de origen europeo menos asimilados.
155
La noción brasileña de «lealtad política» es la base en que arraigan los
ideales de fusión cultural y biológica. «No sólo se considera natural el
matrimonio mixto, sino que los brasileños desean además subconsciente-
mente que todos los grupos de extranjeros llegados al país pierdan esa
calidad de extranjeros en la generación siguiente mediante esos matri-
monios, y no sigan reducidos a sus pequeños clanes. Lo mismo da que un
inmigrante alemán se case con una italiana o con una brasileña. Lo que nos
produce profunda inquietud es que los alemanes se casen únicamente con
alemanas, como han tendido a harcelo los japoneses. Aunque no lo digamos
tan claramente, nos damos perfecta cuenta de lo que ocurre en cuanto las
gentes de cualquier minoría racial o nacional empiezan a casarse entre sí,
y no tardan en oírse las fatales palabras de «abeeso racial». Todos los
brasileños consideran entonces que un peligro mortal amenaza al país 1.»
Se ha hablado con frecuencia de dos de esos «absecos raciales»: el de los
alemanes y el de los japoneses. Se consideraba que representaban un
«peligro mortal» por el interés político que en su destino cifraban sus países
de origen y por el riesgo de que se establecieran en suelo brasileño colonias,
protectorados o Estados satélites alemanes o japoneses. En cambio, los
otros grupos de inmigrantes o sus respectivos países de origen eran consi-
derados demasiado débiles para suponer una seria amenaza contra la
integridad política de Brasil.
El «peligro» existía, en cierto modo. Casi todos los grupos de inmigrantes
se creían con derecho a mentener la lengua y las costumbres de sus países
de origen y a transmitirlos a sus hijos nacidos en el Brasil. Las empresas de
colonización daban amplia publicidad a las facilidades que ofrecían las
comunidades de inmigrantes y que garantizaban las leyes brasileñas, en
materia de educación, y esas posibilidades representaron, sin duda, un
poderoso elemento de atracción.
Esa actitud originó conflictos entre los inmigrantes y sus descendientes
nacidos en el Brasil e influidos por la interpretación sentimental corriente
del ius soli. Se ha oido decir con frecuencia estos veinte años últimos que
«el nacido en el Brasil es brasileño o es traidor», palabras que no dejan
posibilidad de opción a quienes no quieran adoptar una actitud definida.
En realidad, mucho antes de ese período de crisis emocional, la mayor parte
de los grupos de inmigrantes habían intentado establecer una distinción
entre lealtad política y cultural. Muchos consideraron ideológicamente
justo que el mantenimiento de ciertas tradiciones del viejo mundo no
entrañara una sospecha de deslealtad política. Algunos pequeños grupos de
germano-brasileños crearon hábilmente algo así como una doctrina ideoló-
gica que pudieran haber adoptado otros grupos minoritarios. Según esa
doctrina no había motivo alguno para que la cultura tradicional de los
colonos portugueses absorbiera la de otros grupos de inmigrantes. Todas
esas culturas debían tener el mismo derecho a perdurar y desarrollarse en
CONCLUSIONES
157
lación implica cambios recíprocos que influyen tanto en los inmigrantes
como en la sociedad que los ha recibido. Por el presente estudio puede verse
que los inmigrantes han aportado su contribución esencialmente en el
terreno de la economía y de la vida cultural, y que el desarrollo político del
Brasil ha sufrido en escasa medida su influencia. La presencia de los inmi-
grantes no ha alterado fundamentalmente la organización ni la estructura
de la vida del país, salvo cuando, en otros tiempos, formaban comunidades
e influían en las formas locales de administración. A medida que se fue
haciendo más claro en el Brasil el sentimiento de conciencia nacional,
fenómeno que por lo demás se produjo en el siglo xx en muchos otros países,
las culturas minoritarias introducidas por los inmigrantes fueron absorbidas
y ajustadas, en lo que se refiere a las instituciones, al sistema luso-brasileño.
El único cambio orgánico de importancia en el que los inmigrantes y sus
descendientes desempeñaron un papel destacado fue la aparición de una
clase media relativamente vigorosa en el sur del Brasil, en especial desde
1914. La aparición de esa nueva clase social se relaciona funcionalmente
con los cambios económicos y políticos que trajeron aparejados la indus-
trialización y la democratización.
Las contribuciones técnicas y económicas encontraron un ambiente más
favorable. La introducción de nuevos cultivos, con los cambios consiguientes
en los hábitos alimentarios, y especialmente la fundación de numerosas
industrias nuevas, han producido en la estructura económica tradicional
del sur del Brasil cambios sólo comparables a los que registra la historia
económica de los Estados Unidos. Sin embargo la asimilación de esos
nuevos complejos culturales se operó más bien en el plano nacional que en
el local y, más que en el proceso económico, influyó en la totalidad de la
cultura.
La introducción de la producción de maquinaria o su extensión y la
creación de posibilidades de instrucción técnica y científica, para poner fin
a una situación de dependencia de la tecnología extranjera, permitieron la
emancipación de la industria después de la primera guerra mundial. En
ambos aspectos han desempeñado un papel sobresaliente tanto los inmi-
grantes como sus descendientes nacidos en el Brasil.
158
C A P I T U L O V
La República Argentina
por
JORGE HECHEN
1
INTRODUCCIÓN
160
PRINCIPALES GRUPOS ÉTNICOS DE LA ARGENTINA
161
El estudio de las características de cada grupo debe basarse en las esta-
dísticas que comenzaron a hacerse en 1857. Los datos anteriores a esa época
son demasiado vagos para poder ser utilizados. El estudio que se hace a
continuación se basa en los datos allegados por el Instituto Étnico Nacional
sobre 39 grupos hasta 1946. Se ha extendido hasta 1950 para los grupos
principales, utilizando las informaciones publicadas en la Síntesis estadística
mensual de la Dirección General del Servicio Estadístico Nacional.
El total de personas que entraron en el país de 1857 a 1950 es de
8.211.698; de ellas, 4.295.000 volvieron a sus países de origen dejando en
la Argentina 3.916.698 inmigrantes 1 . Si se compara el porcentaje de los que
permanecieron en el país con el de los que lo abandonaron, se encuentran
variaciones considerables según las nacionalidades. Para precisar esos datos
era necesario desglosar las cifras por nacionalidades para obtener un índice
de permanencia.
Los italianos ocupan el primer lugar tanto por su contribución como traba-
jadores agrícolas e industriales, por su aportación a la vida intelectual del
país, como por su capacidad para mezclarse con la población. En el cuadro 27
puede verse la proporción en que llegaron al país o salieron de él en cada
decenio. El promedio de los que permanecieron en el país sobre el total de
los que llegaron por decenio es de 54 por ciento. Para todo ese período, el
índice de permanencia es de 44,5 por ciento.
En los años 1919 a 1946, se han incluido los pasajeros de todas clases. Para los años
anteriores y posteriores a ese período, sólo se dispone de información fidedigna sobre los
pasajeros de segunda y tercera clase, que son por tanto los únicos que se han tenido en
cuenta.
162
porcentaje en el conjunto del movimiento migratorio. En sus comienzos el
movimiento había sufrido bruscas fluctuaciones. Después de la crisis de
1875, por ejemplo, disminuyó en un 75 por ciento, y después de la crisis de
1890 se produjo otra vez una rápida disminución, tanto más sorprendente
cuanto que no se observó en inmigrantes de otras nacionalidades.
La inmigración italiana contribuyó al incremento de la población de la
Argentina, no sólo por la entrada de personas en el país, sino también por
la extraordinaria fecundidad de las mujeres. El cuadro 28, que corresponde
al censo de 1914, lo demuestra ampliamente.
CUADRO 28. La fecundidad por nacionalidades, 1914
163
CUADRO 29. Inmigrantes españoles
164
cultivo del suelo. Los vascos eran trabajadores infatigables y diligentes;
raros fueron los que volvieron a España aún después de haber hecho
fortuna.
Al igual que los italianos, los españoles se asimilaron fácilmente y contri-
buyeron en gran medida al incremento de la población. La aportación de
esos dos grupos latinos fue decisiva para el desarrollo social y económico
del país y facilitó a la población la asimilación de otros inmigrantes no
latinos.
La inmigración de franceses y belgas fue también ventajosa a su manera.
En el cuadro 30 pueden verse los datos correspondientes. El índice de perma-
nencia en el país es de 38 por ciento.
Esta corriente inmigratoria no fue densa en los primeros tiempos, pero
aumentó gradualmente en el siglo xix, y alcanzó su cifra máxima entre 1888
y 1890. Después se produjo un descenso. Durante los dos últimos decenios
esa inmigración ha cesado casi por completo, aunque algunos franceses
tienen todavía intereses económicos en la Argentina.
Los alemanes forman el grupo no latino de mayor importancia entre los
inmigrantes. Se han dedicado con mayor frecuencia a la industria que a la
agricultura y muchas empresas importantes se deben a su iniciativa.
Las cifras correspondientes figuran en el cuadro 31.
165
los mantuvieron apartados, a ellos y a sus hijos, del resto de la población
argentina.
La inmigración, polaca fue reducida y llegó, en su mayor parte, durante
los diez años que siguieron a la primera guerra mundial, como puede verse
en el cuadro 32.
166
EFECTOS SOBRE EL INCREMENTO DE LA POBLACIÓN EN LA ARGENTINA
167
CUADRO 34. Aumento anual por mil habitantes
168
población a mediados del siglo xix disminuyeron en importancia relativa
ante la afluencia de la inmigración blanca prodecente, en gran parte, de la
cuenca del Mediterráneo.
El censo más reciente, que corresponde al período comprendido entre
1914 y 1947, reveló que la población se había duplicado nuevamente. No
obstante, el 86 por ciento del aumento se debía al incremento natural, con
un índice anual equivalente al del período anterior, mientras que el aumento
debido a la inmigración era mucho más bajo. La primera guerra mundial
y la crisis económica de los años que siguieron a 1930 habían reducido la
afluencia de inmigrantes.
Las características más importantes del incremento desde 1947 ha sido
la aparición de una nueva corriente inmigratoria alentada por el gobierno.
En poco más de cinco años, la población aumentó en unos 2.300.000 habi-
tantes. Ese aumento de unas 470.000 personas por año se produjo por un
incremento natural de 271.000 habitantes (el más alto en la historia del
país) sumado al número de inmigrantes que llegaron en el mismo período.
En el cuadro 34 puede verse que el coeficiente de incremento natural
comenzó a declinar aproximadamente en los años de la primera guerra
mundial y continuó su descenso, con breves intervalos, en los años que
siguieron. La disminución del coeficiente de natalidad neutralizó después los
efectos de la del coeficiente de mortalidad. El coeficiente de incremento
alcanzó su punto más bajo en 1938 y aumentó después, pero de manera
insignificante.
El coeficiente de incremento debido a la inmigración bajó durante la
primera guerra mundial. Fue excepcional el breve aumento registrado en
1923; en términos generales, en los años siguientes osciló a un nivel mucho
más bajo que el de épocas anteriores. Sólo después de 1947 se produjo un
incremento significativo gracias al impulso dado por el gobierno.
El cuadro 34 muestra la relación entre los dos factores que influyen en el
incremento de la población en la Argentina. Aunque la curva del incremento
natural estuvo menos sujeta a fluctuaciones que la de la inmigración, se
observa un verdadero paralelismo entre ambas. Por consiguiente, puede
decirse que, dentro de los límites establecidos por los coeficientes generales
de mortalidad y natalidad, los movimientos inmigratorios han influido de
manera decisiva sobre el incremento de la población: directamente por el
número de personas que entraron cada año en el país e indirectamente por
1. Hasta 1932, los datos se basan en las cifras publicadas por la Dirección Nacional de
Estadísticas y Censos. Desde 1933, proceden de las que publicó la Dirección General del
Servicio Estadístico Nacional.
2. Hasta 1914, los datos se han tomado de £1 comercio exterior argentino, y se refieren
únicamente a la migración de ultramar. Desde ese año basta 1933, los datos proceden
de los estudios que la Dirección General de Estadística publica anualmente en La
población y el movimiento demográfico. Desde 1934, la información procede del Sumario
demográfico y de la Síntesis Estadística Mensual de la Dirección General del Servicio
Estadístico.
169
sus repercusiones sobre los factores demográficos generales. Por esa razón
se ha observado un paralelismo entre los recientes aumentos del incremento
natural de la población y de la inmigración.
Por consiguiente, el incremento de la población en la Argentina se debe
a la atracción que por sus características geográficas, climáticas, ecológicas
y económicas ha ejercido su territorio sobre la inmigración europea. El
impulso que recibió de la inmigración en el siglo xix creó primero y man-
tuvo después un coeficiente elevado de incremento natural al aumentar
el coeficiente de natalidad. Por otra parte, la inmigración trajo al país
gente joven en la plenitud de sus fuerzas y no sólo aumentó la natalidad
sino que disminuyó el coeficiente de mortalidad, lo cual contribuyó tam-
bién a aumentar el coeficiente total de incremento de la población.
Es preciso hacer algunas observaciones basadas en el análisis de las
tendencias que se manifestaron en las diversas provincias del país. El
incremento de la población no se produjo en todas partes al mismo ritmo.
Tampoco hubo una distribución uniforme en todo el país de los factores
causantes de la inmigración o del incremento natural de la población.
Los coeficientes de incremento de las diversas provincias durante el período
que va de 1914 a 1947 muestran que aquellas partes del territorio nacional
donde se produjo una migración interna son las que presentan los coefi-
cientes de incremento más elevados. El 70,7 por ciento de la población
establecida en el litoral del país, en la capital federal y en las provincias
de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba creció en una proporción
aproximadamente igual a la del país considerado en su conjunto. En esas
regiones, las posibilidades de incremento parecían más limitadas que en
las regiones periféricas por factores económicos y por la disminución de
la inmigración.
Los factores que determinan la inmigración y el incremento natural
actuaron también en forma desigual en las zonas rurales y en los centros
urbanos. En el cuadro 35, basado en los cuatro censos nacionales, se clasi-
fica la población en rural y urbana, definiendo a esta última como la
establecida en localidades de más de 2.000 habitantes. El elemento urbano
ha aumentado con asombrosa rapidez hasta casi 10 millones, es decir
el 63 por ciento del total y muestra una tendencia a continuar aumentando,
especialmente por la orientación que ha tomado la inmigración después
de la guerra y por la concentración de la industria en Buenos Aires y en
las grandes ciudades de la costa.
Probablemente, ese incremento de la población urbana se hizo, en parte,
a expensas de los distritos rurales, ya que éstos tienen el coeficiente de
natalidad más elevado y casi el mismo de mortandad. Sin embargo, la
inmigración tuvo también su influencia a ese respecto. La población urbana
aumentó a un ritmo más rápido en el período comprendido entre el segundo
y el tercer censo, al que corresponde la mayor afluencia de inmigrantes de
ultramar, y declinó después. En los últimos tiempos, ese incremento se
debía a la migración interna procedente de las regiones rurales.
170
CUADRO 35. Población rural y urbana 1
Población
Censo nacional
Nacional Urbana Rural
N°. Año Total % Total %
EL PROCESO DE ASIMILACIÓN
172
descendientes de los aristócratas españoles, dueños de tierras y esclavos,
los proletarios de raza blanca y los indios, negros y mestizos, formaban
grupos que vivían separados, por lo que los inmigrantes no podían seguir
normas generales en su proceso de adaptación.
Además, la ideología nacional aunaba elementos muy diversos. En la
ciudad de Buenos Aires se desarrollaba una intensa actividad comercial
y la vida tenía por norte el éxito material. Entre los grandes ganaderos,
cuya situación era casi feudal, predominaban sentimientos de orgullo,
la falta de respeto hacia la ley e ideales de lealtad personal. En el período
de la anarquía, los montoneros y los gauchos se inspiraron en otros ideales,
cuyas repercusiones persisten todavía.
El único elemento común era la familia como núcleo de la organiza-
ción social. En las clases superiores, la familia se concebía con arreglo a
las normas que habían traído los conquistadores. Era patriarcal, organizada
en torno al padre, que poseía una autoridad casi absoluta tanto sobre sus
hijos como sobre los sirvientes, los esclavos y los clientes, que eran con-
siderados parte de la familia. La esposa tenía un papel secundario, aunque
disfrutaba de algunas garantías en cuanto a sus derechos de propiedad.
Existían también tipos de organización de la familia muy diferentes, sobre
todo cuando una vida seminómada favorecía la dispersión. Entre los pro-
letarios, la vida de familia era caótica e inestable. Por otra parte, en el
siglo xix se observó una tendencia a una organización familiar de vínculos
menos sólidos y a la emancipación de los hijos.
La afluencia de nuevos inmigrantes europeos favoreció el desarrollo
de la clase media. Dignificó el espíritu del trabajo, incluso en la agricultura,
la cría del ganado y la industria y estableció sus valores paralelamente a
los de antes. La medida en que se ha promovido así el progreso industrial
y técnico y el adelanto educativo constituye quizá la aportación más
decisiva de los inmigrantes.
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174
P A R T E S E G U N D A
El aspecto económico
El aspecto económico
por
BRINLEY THOMAS
INTRODUCCIÓN
178
LA EXPERIENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMERICA
179
CUADRO 36. Estados Unidos de América. Inmigración, renta nacional
e inversiones: porcentaje de los cambios producidos, por decenios parcial-
mente superpuestos desde 1869 a 1913
180
Con relación a esa estadística es interesante observar el desarrollo de
las innovaciones técnicas relacionándolas con el movimiento inmigratorio.
No es fácil encontrar un índice estadístico satisfactorio, pero para nuestro
propósito bastará considerar el número anual de patentes de invención
concedidas de 1839 a 1913. El examen de esos datos hace resaltar el hecho
de que los períodos durante los cuales el número de patentes de invención
aumentó con mayor rapidez corresponden a las épocas en que el número
de inmigrantes fue relativamente amplio. En el cuadro 37 aparecen los
datos pertinentes.
Aumento en el número A , . ,
,. , , , ,. Aumento del número
Anos anual de Fpatentes de Anos i j • • <>
., ... . anual de inmigrantes a
invención concedidas
181
Esta relación entre los grandes contingentes de inmigración y la elevación
del nivel de vida también aparece cuando se comparan entre sí diferentes
regiones de los Estados Unidos. En 1946, los diez Estados con mayor
proporción de extranjeros tenían una renta per capita de 1.344 dólares,
mientras que los diez Estados con la menor proporción de extranjeros
contaban solamente con una renta per capita de 739 dólares. Esta dispari-
dad no obedece a las diferencias en recursos naturales o condiciones cli-
máticas, sino que denota que el desarrollo económico ha sido más vigoroso
en las regiones donde existía mayor número de inmigrantes.
La inmigración proporciona al país de acogida una reserva de trabajo
cuya preparación ha sido realizada y costeada en otro lugar del mundo.
Representa un regalo de capital humano, y cuanto menor sea la propor-
ción de familiares dependientes del jefe de familia entre los nuevos pobla-
dores, mayores serán las ventajas económicas. De los 8.213.000 europeos
inmigrantes que entraron en los Estados Unidos entre 1889 y 1909, por
lo menos el 83 por ciento tenía de catorce a cuarenta y cuatro años de
edad. Sólo un 5 por ciento tenía más de cuarenta y cuatro años, y había
un 12 por ciento de menores de catorce años. En los 5.939.000 inmigrantes
«nuevos» (es decir los del sur y este de Europa) del mismo período, la
proporción era de tres varones por cada cuatro inmigrantes. En el primer
decenio de este siglo, cuando se produjo la mayor corriente inmigratoria,
el aumento de la capacidad productora de los Estados Unidos fue muy
importante. Desde un punto de vista estrictamente económico, el hecho
de que el 36 por ciento de los inmigrantes «nuevos» no supiera leer ni escribir
no debe considerarse como un gran inconveniente. Esa enorme afluencia
de hombres en la edad de la mayor capacidad vital coincidió con la revo-
lución en la esfera de la tecnología: empezaba la era de la electricidad,
de la química y del automóvil. En los primeros años del siglo se habían
colocado los cimientos de la producción moderna, y los Estados Unidos
estaban capacitados para aprovechar al máximo esa gran oportunidad,
principalmente porque se daba junto con un amplio aumento de su masa
de trabajadores. Para poder utilizar esa masa fue necesario introducir el
uso de máquinas automáticas y de procesos de fabricación que redujeran
al mínimo la necesidad de trabajadores experimentados. La circunstancia
de que un tercio dé los inmigrantes «nuevos» fueran analfabetos hizo
más patente la necesidad de habilitar recursos mecánicos sencillos y
seguros.
Una de las principales razones que llevaron a los Estados Unidos a
convertirse en el centro mundial de la producción en masa y en el país
pionero en materia de procedimientos mecanizados de fabricación, la
constituyó la amplia y periódica corriente de trabajadores extranjeros que
hizo necesaria esa evolución. Tal fue el precio técnico que hubo que pagar
para conseguir una asimilación económica rápida y eficaz; y una de sus
más importantes consecuencias fue el desarrollo, tanto entre los traba-
jadores como entre los patronos, de una clara conciencia de las ventajas
182
que supondría prescindir de los métodos anticuados de trabajo y adoptar
las nuevas técnicas que aumentaban la producción.
Contra la «nueva» inmigración de 1899-1909 se utilizó el argumento de
que en ella había una proporción de trabajadores expertos muy inferior
a la que existía en la «vieja» inmigración. Se afirmó que el porcentaje de
obreros experimentados entre los inmigrantes del norte y oeste de Europa
era más de dos veces superior al que existía entre los trabajadores del sur
y del este de Europa 1 . Sin embargo, ese razonamiento se presta a serias
objeciones. No es justo comparar los inmigrantes «nuevos» de los años
1899-1909 con los «viejos» de ese mismo período; al comenzar el nuevo
siglo, los obreros no experimentados del norte de Europa fueron des-
plazados en gran parte por los obreros no experimentados del sur de Europa.
Si comparamos la «nueva» inmigración de 1899-1909 con la «vieja» inmigra-
ción, de un período anterior, digamos 1871-1882, se obtienen resultados
completamente diferentes. No existía gran diferencia entre las propor-
ciones de obreros experimentados existentes en cada uno de esos grupos;
22,9 por ciento en la «vieja» inmigración, contra 18,1 por ciento en la
«nueva» 2.
Al discutir la contribución prestada a la economía norteamericana, es
fácil exagerar la importancia de la proporción de obreros capacitados atri-
buida a las corrientes inmigratorias. En su mayoría, los recién llegados no
eran trabajadores experimentados, no se bailaban familiarizados con la
vida de las comunidades industriales, y fueron absorbidos por los trabajos
de orden inferior que constituyen la base indispensable de la producción.
Precisamente por esa razón, los nacionales y los descendientes de los euro-
peos del norte no se opusieron mayormente a su ingreso. Cuantos más
trabajadores no experimentados entraran en el país, mayores serían las
probabilidades existentes para los puestos técnicos, profesionales y direc-
tivos y, dado el alto grado de flexibilidad y movilidad sociales caracte-
rísticas de los Estados Unidos de América, los hijos de los inmigrantes
«nuevos» tendrían más oportunidades de escalar posiciones y llegar a
formar parte de las clases dirigentes.
Desde luego, las grandes ventajas de un sistema no suelen estar exentas
de algunos inconvenientes. Los Estados Unidos no podían absorber varios
millones de extranjeros en unos cuantos años sin esfuerzos ni dificultades.
El sistema de producción a tanto por pieza, practicado en la confección
industrial de vestidos, resultó degradante para millares de los trabajadores
más pobres. La superpoblación crónica llegó a convertirse en un grave
problema social, y en los primeros años del siglo se produjo una desvalo-
rización de los salarios efectivos de los obreros menos aptos. Además, la
1. Véase J. W. Jenks and W. J. Lauck, The Inmigration Problem, Nueva York, Funk
and Wagnalls, 1912, pág. 31.
2. Véase Paul H. Douglas, "Is the New Inmigration more TJnskilled than the Oíd?",
Publications of the American Statistical Aasociation, vol. XVI, 1918-1919, pág. 401.
183
presencia de tantos extranjeros en las minas de carbón debió ser una de
las principales causas del extraordinario incremento del número de acci-
dentes en las explotaciones mineras entre 1900 y 1910. Se ha llegado a
afirmar, aun entre autoridades en la materia, que la inmigración acen-
tuaba el desempleo 1. En los párrafos anteriores se ha expuesto lo suficiente
para hacer ver que ese punto de vista no se justifica. Los países de co-
rriente emigratoria pasan por períodos cíclicos de desempleo tan graves,
o aún más, que los que padecen los países de corriente inmigratoria. Los
Estados Unidos hubieran pasado por todas las fases del ciclo económico
aun cuando no hubiera existido la inmigración; por lo demás, en caso de
que la influencia expansiva del crecimiento de su población hubiera sido
baja, las depresiones habrían tenido el carácter crónico propio del estan-
camiento, y el desempleo habría alcanzado la amplitud correspondiente a
esa situación. En realidad, en lo que a desempleo se refiere, los Estados
Unidos pasaron por la más catastrófica de las situaciones de 1930 a 1933,
pocos años después de haberse levantando las barreras para detener la
inmigración. Lo que cuenta es que, en sus fases de crecimiento, la inmi-
gración fue un factor que contribuyó poderosamente al incremento de
las inversiones, de la renta y del empleo, mientras que en sus períodos de
decrecimiento, y a diferencia del crecimiento interno de la población, se
contrajo automáticamente, aliviando así la situación en las condiciones
generales del trabajo.
Para hacer justicia a las contribuciones aportadas por ciertos inmi-
grantes a la vida económica de los Estados Unidos de América, habría
que escribir una historia enciclopédica 2. Una relación de las empresas
llevadas a cabo llenaría muchos volúmenes. De no haber sido por la inmi-
gración transatlántica del siglo xix, muchas grandes inteligencias hubieran
quedado ocultas y sin desarrollar en el Viejo Mundo, mientras que los
Estados Unidos y la humanidad toda habría perdido una inmensa rique-
za. El ambiente vivificante de un nuevo continente que ofrece oportunida-
des sin fin, la ideología norteamericana y la importancia que concede a
la iniciativa individual y a la igualdad social, el estímulo de la compen-
tencia, los problemas de frontera, fueron factores que se combinaron para
que la iniciativa individual rindiera el máximo de posibilidades. En la
sección anterior nos ocupamos de la repercusión de la inmigración consi-
derada en su conjunto sobre la economía norteamericana. Ahora esco-
geremos algunos ejemplos personales de los beneficios aportados por los
nuevos habitantes de los Estados Unidos.
1. Harry Jerome expuso esta teoría en su autorizado estudio, Migration and Business
Cycless, National Bureau of Economic Research, Nueva York, 1926, pág. 209, en la
frase siguiente: «Pese a que la corriente inmigratoria fluctúa de acuerdo con las condi-
ciones industriales de los Estados Unidos, el resultado neto de estas fluctuaciones
cíclicas, considerado en su conjunto, es la agravación del problema del desempleo en los
Estados Unidos.»
2. Véase el instructivo estudio de Louis Adamic, A Nation of Nations, Harper, Nueva
York y Londres, 1944.
184
La lista que se inserta a continuación constituye un pequeño ejemplo
de las múltiples actividades emprendidas por inmigrantes de diversas
nacionalidades. No pretendemos haber incluido en ella a los más impor-
tantes, ni tampoco a todos los países.
Estos pocos ejemplos se han escogido al azar. Nadie puede prever, entre
los extranjeros inmigrantes, quiénes van a convertirse en inventores
sobresalientes o destacados promotores. Si los Estados Unidos no hubieran
dejado entrar a millones de inmigrantes, no habrían conseguido la cola-
boración de quienes revelaron ser hombres geniales. Gracias a la iniciativa
de cada uno de los innovadores, surgió una serie incontable de beneficios
para la masa del pueblo. Se plantean aquí tres aspectos a los cuales debe
185
darse su merecida importancia. Primero, el hecho de que los Estados Unidos
recibieran, etapa tras etapa, una selección de las múltiples capacidades de
los europeos hizo posible que aparecieran una serie de inventos en casi
todos los sectores de la economía. En segundo término, se ve que un país
atrae a los hombres de capacidad si los acoge bien y les permite la amplia
aplicación de sus proyectos, pues sin esas condiciones dichos hombres
hubieran seguido viviendo sin inconveniente en sus propios países. Allí
donde los inventores reciben un trato mejor, es muy probable que el
progreso económico se desarrolle con rapidez. En tercer lugar, la llegada
de grupos sucesivos de inmigrantes de diferentes nacionalidades entraña
una constante circulación de nuevas ideas, con lo que se crea el hábito de
abandonar los métodos anticuados y adoptar los nuevos. En este aspecto
los Estados Unidos evolucionaron en sentido diferente al que siguen países
más antiguos.
A partir de las leyes que restringieron la inmigración en los primeros
años posteriores a 1920, la entrada de extranjeros en los Estados Unidos
se ha limitado extraordinariamente. La inmigración ya no desempeña
el papel que solía tener en el desarrollo económico de los Estados Unidos.
Sin embargo, la corriente no ha cesado por completo. Un grupo de inmi-
grantes recientes, los refugiados, merece también nuestra atención. En
el capítulo I se han expuesto algunos hechos económicos relativos a esta
última inmigración1. Refiriéndose a los extranjeros procedentes de Alema-
nia (1933-1941) y de Austria (1930-1941), Donald P. Kent ha escrito:
«En toda la historia de la inmigración y en cualquier grupo considerable de
inmigrantes, es dudoso que pueda encontrarse una proporción tan grande
de personas cultas y talentosas 2.»
En 1947 se publicó un amplio estudio sobre la entrada de refugiados
realizado por el Comité de Estudio de la Inmigración Europea Reciente 3.
Al comentar las características generales de esa inmigración el profesor
Davie expuso que: «Los refugiados no sólo tenían una base económica
más sólida que los inmigrantes anteriores, sino que poseían también un
nivel superior de formación intelectual 4.» Se recogieron abundantes datos
sobre los industriales y hombres de negocios existentes entre los refugia-
dos 5, y pudo verse que el número de norteamericanos que figuraban entre
los trabajadores contratados en las empresas iniciadas por los refugiados
era considerable. El capital invertido en las 158 empresas que contestaron
al cuestionario especial enviado por el comité de estudio, oscilaba entre
10 y 12 millones de dólares. Gracias a esta inmigración, los Estados Unidos
186
se enriquecieron con ciertos procedimientos de fabricación y producción
comercial que hasta entonces sólo habían existido en Europa. La más
notable de esas aportaciones fue la industria del diamante. De resultas
del régimen nazi emigraron a los Estados Unidos unos 1.000 diamantistas
de Bélgica y Holanda, y con ellos de 4 a 5.000 obreros de esa especialidad,
pasando Nueva York a convertirse en el centro comercial de operaciones
tan especializadas. También se trasladaron a los Estados Unidos muchos
grandes joyeros, procedentes sobre todo de Francia y Austria, y que
sobresalían como estilistas y diseñadores. La situación puede apreciarse
en conjunto valiéndose de la encuesta realizada por el comité de estudio
en 158 fábricas instaladas por refugiados. Así puede verse que por lo
menos 69 de ellas, o sea un 44 por ciento de la totalidad, se dedicaban a
la fabricación de productos que hasta entonces no se habían manufactu-
rado en los Estados Unidos. Aparte de este caso, había 50 firmas que intro-
dujeron nuevos productos, 22 nuevos procesos de fabricación, 16 patentes,
7 fórmulas secretas y 13 procedimientos técnicos1. Como ejemplos de
industrias en las que influyeron esas innovaciones pueden citarse las de
productos químicos y sintéticos, artes decorativas, alimentación, pieles
para abrigos, guantes, pelo y pieles de animales, cueros, novedades y
juguetes, editoriales, impresión y fotografía, calzado y textiles. Sería
inexacto deducir de ello que se trataba de una inmigración exclusiva-
mente urbana: entre los refugiados que contestaron al cuestionario del
comité de estudio, 194 eran propietarios de explotaciones agrícolas y
1.006 lo eran de empresas mercantiles.
Un impulso humanitario movió a los Estados Unidos, junto con otras
naciones, a tender la mano a las víctimas de la persecución y de los tras-
tornos ocasionados por la guerra en Europa. Aquéllos a quienes se les
permitió vivir así una nueva vida exenta de temores proporcionaron
no pocos beneficios de carácter económico al país que los había acogido.
A mediados de 1952, en virtud de la ley de 1948 sobre personas desalo-
jadas, y gracias a la modificación de ciertas disposiciones contenidas en
las leyes de inmigración, 400.000 personas desalojadas fueron admitidas
en los Estados Unidos 2. Los resultados han sido altamente significativos.
Para expresarlo con las mismas palabras del Final Report: «Fue ésta una
inmigración de nuevo estilo. El interés de las inmigraciones normales no
residía en las posibles aportaciones del inmigrante, sino más bien en la
responsabilidad económica de aquéllos que las patrocinaban. Pero en este
caso los factores importantes fueron la preparación técnica, la capacidad
personal, y los esfuerzos humanitarios realizados por los norteameri-
canos 3.»
Las dependencias gubernamentales gastaron 19.000.000 de dólares de
1. ídem, pág. 246.
2. The DP Story. The Final Repon o/ the United States Displacer Persons Commission.
Washington, 1952. Para la distribución por actividades véase la página 49.
3. ídem, pág. 345.
187
los créditos asignados al Programa de Personas Desalojadas; pero a fines
de 1952, trabajadores asalariados, que figuraban entre las 400.000 personas
a quienes se había permitido la entrada en los Estados Unidos, habían
satisfecho alrededor de 57.000.000 de dólares en pago de impuestos fede-
rales sobre los ingresos. El informe califica el todo como una buena inver-
sión, y termina con las siguientes palabras: «Los cálculos de las compañías
de seguros indican que la crianza y educación hasta los dieciocho años de
un muchacho perteneciente a una familia norteamericana media, cuesta
unos 10.000 dólares. De las 400.000 personas admitidas en los Estados
Unidos merced a la ley de personas desalojadas, unas 300.000 tenían ya
dieciocho años en la fecha de su llegada. Por consiguiente, los Estados Uni-
dos se enriquecieron con una aportación de unos 3.000.000.000 de dólares
que representaba la capacidad productora de los llegados gracias a la ley
de personas desalojadas 1.»
La actitud de los Estados Unidos al permitir la entrada de cientos de
miles de refugiados en los últimos 20 años, constituye la viva demostración
del valor económico de las inmigraciones. Con ello se ha hecho saber, a
una generación formada en la era de las restricciones, que las viejas ver-
dades de sus antecesores habían demostrado su evidencia. Tal como el
DP Story lo expresa: «En este caso hemos vuelto a la opinión de los funda-
dores de la República que estimaban a los inmigrantes como partidas del
activo a quienes se debía prestar buena acogida por constituir una aporta-
ción de valor para el bien nacional1.» Lo sucedido en menor escala durante
estos últimos años es análogo a lo que ocurrió durante el siglo xix con las
continuas oleadas de inmigrantes que hicieron de los Estados Unidos lo
que son hoy en día.
1. Hay una notoria correlación entre el curso seguido por la inmigración procedente del
Reino Unido y la construcción de los ferrocarriles en Australia, 1860-1913. Véase
Brinley Thomas, Migration and Economic Growth, pág. 115.
2. Véase J. Lyng, The Scandinavians in Australia, New Zealand and the Western Pacific,
Melbourne, 1939.
189
la fabricación de leche en polvo, la preparación de levadura sólida, y el
comienzo de la fabricación de papel y de la industria cerillera.
En 1947 el número de alemanes residentes en Australia era inferior a
10.000, y el de escandinavos ascendía a unos 7.000. En este siglo la inmi-
gración ha quedado muy reducida, pero la obra de las generaciones pre-
cedentes ha llegado a convertirse en una de las bases de la economía de
Australia.
Entre las dos guerras, se produjo una doble corriente inmigratoria: la
de los italianos y la de los refugiados que escapaban de la persecución
nazi. Con arreglo al censo de 1921, había en Australia 8.135 personas de
origen italiano (29 mujeres por cada 100 hombres). Doce años más tarde,
en 1933, su número se había elevado a 26.756 (33 mujeres por cada 100 hom-
bres). En 1947 la cifra era de 33.632 (49 mujeres por cada 100 hombres).
En 1921 la población de origen italiano de Queensland era sólo de 1.800 per-
sonas. Doce años más tarde alcanzaba a 8.400, casi un tercio del total de
italianos residentes en Australia. Esos nuevos pobladores eran casi todos
de carácter rural, y vivían principalmente a lo largo de la franja costera
del norte de Queensland, donde la mayoría de ellos se convirtieron en
cortadores o cultivadores de caña de azúcar. En Nueva Gales del Sur
y en Victoria, sus ocupaciones favoritas fueron la horticultura y la fru-
ticultura mientras que en Australia meridional y occidental los atrajo la
industria pesquera. A medida que los hombres iban teniendo una segu-
ridad económica, sus esposas y familiares venían de Italia a reunirse con
ellos.
La primera generación de italianos dio su mayor contribución al país
en la esfera económica. No existía entre ellos, como entre los alemanes,
una elevada proporción de profesionales calificados. Pero dieron al desa-
rrollo económico de Australia un ímpetu superior al que correspondía,
dada la poca importancia del grupo, y favorecieron con ello el alza continua
que viene experimentando la renta real per capita del país.
Aunque en los años comprendidos entre las dos guerras los inmigrantes
procedentes del sur de Europa eran numéricamente los más importantes,
excepción hecha de los británicos, debe mencionarse también otra corriente
inmigratoria de importancia, a pesar de su reducido volumen. El gobierno
de Australia acordó en 1938 acoger a 15.000 refugiados que huían del
régimen nazi. Al estallar la guerra habían llegado unos 6.000, procedentes
sobre todo de Alemania, además de algunos húngaros y checoeslovacos.
Ellos fueron los precursores del arribo en gran escala de personas desalo-
jadas, que habría de tener lugar una vez acabada la guerra. Como una de
las condiciones para su entrada era la de disponer de una cantidad no
inferior a 200 libras esterlinas, dichos refugiados se encontraron en una
posición económica mucho más favorable que la de los inmigrantes proce-
dentes del sur de Europa,- quienes por lo regular no aportaban con ellos
ningún capital.
La mayor parte de los refugiados eran judíos, muchos de los cuales
190
poseían un capital superior al mínimo exigido. Casi todos fijaron su resi-
dencia en las ciudades más importantes de los Estados del sur, sobre todo
en Sidney y Melbourae, donde establecieron rápidamente empresas de
carácter industrial y mercantil. Parte de esos refugiados tenía que superar
las barreras profesionales; por ejemplo, a los médicos y dentistas no se les
permitía el ejercicio de su profesión si no cursaban tres años de estudios
en una universidad y obtenían un diploma de medicina del país. En esa
forma era inevitable que algunos de esos profesionales altamente calificados
se vieran obligados a buscar otras ocupaciones en las que malgastabaa sus
dotes especiales. Sin embargo, en estos últimos años y al precio de muchos
sacrificios, algunos de ellos han. logrado el correspondiente diploma austra-
liano y se han reintegrado al ejercicio de sus profesiones anteriores a la
guerra. Este pequeño grupo constituyó un valioso agregado para las filas
profesionales superiores.
Volvamos ahora a la gran expansión inmigratoria iniciada al finalizar
la guerra, y que llevó a Australia 572.300 nuevos habitantes perma-
nentes (1947-1951), 49 por ciento de los cuales eran británicos y 51 por
ciento no británicos. Todos ellos merecen ser estudiados con especial
atención.
En un análisis por nacionalidades, se percibe que los inmigrantes pueden
dividirse en dos grandes grupos, británicos y no británicos 1 . En cada uno
de esos dos grupos principales había una gran cantidad de inmigrantes
que recibieron ayuda; a 141.800 procedentes de la Gran Bretaña se les
ayudó en la obtención de pasajes con arreglo al plan anglo-australiano,
y 168,200 personas desalojadas se beneficiaron del acuerdo con la Organiza-
ción Internacional de Refugiados. Así, pues, correspondía al gobierno de
Austaalia asumir la responsabilidad de traer al país el 54 por ciento del
total.
Los inmigrantes procedentes de la Gran Bretaña que recibían ayuda
tenían que someterse a un examen médico, y las autoridades de Australia
decidían si estaban en condiciones de entrar en el país. Se concedía pre-
ferencia a las personas incluidas en los siguientes grupos de ocupaciones:
industria metalúrgica, en la que se comprendía a ingenieros, mecánicos y
electricistas, caldereros, soldadores, fundidores y laminadores; operarios
de la industria textil y del vestido; constructores e ingenieros civiles;
albañiles y alfareros; maquinistas para las industrias textiles y del vestido,
imprenta, lonas y cueros;operarios para fábricas de calzado; trabajadores
para aserraderos y maderas de construcción; arquitectos y maestros de
obras; químicos, farmacéuticos, médicos y dentistas; enfermeras y domés-
ticos. Muchos de los inmigrantes no británicos, y la mayoría de las per-
sonas desalojadas, habían firmado un contrato por un plazo mínimo de
dos años, aceptando el trabajo estipulado por el gobierno. En el cuadro
38 puede comprobarse que esta inmigración con actividades reguladas
Británicos
Industria Personas desalojadas del Commonwealth
N.° Porcentaje N.° Porcentaje
192
En el cuadro 39 aparecen algunas cifras relativas a la rápida expansión
económica realizada.
Entrada de Inversión
Exportación capitales Inversiones interiores total. Por- Pobla-
Aflo (ingresos extranje- (millones de £.A.) centaje de ción
en millones ros (mi- Empresas Trabajos la produc- (en mi-
de £.A.) llones de privadas públicos ción total llares)'
¿.A.) nacional
m
italianos se les utiliza principalmente para los trabajos en que se necesita
poca o ninguna preparación. En tanto la inmigración conserve las mismas
características de origen, seguirá ejerciendo una mayor influencia en el
campo económico que en las esferas sociales culturales.
1871-1881 — 419 — 15
1881-1891 — 959 — 31
1891-1901 — 190 — 6
1901-1911 — 819 — 21
1911-1921 — 918 — 22
1921-1931 — 667 — 15
1931-1939 + 514 + 11
1. Annual Abstracto/Statisties, n.° 84,1935-1946. H. M. S. O., 1948, pág. 29.
194
de 5.349 en el año 1925, a 21.319 en 1937; pero aun así el número de
entradas fue insignificante, y más de la mitad de los permisos concedidos
en 1937 se refería al personal civil.
La última y más exacta estadística referente al sector de la población
británica nacida en el extranjero, puede encontrarse en la parte 11 del
censo de 1951. Las cifras correspondientes figuran en el cuadro 4 1 1 .
1. La composición de los residentes nacidos fuera del Reino Unido en el año 1951, figura
en el cuadro 14, pág. 55.
195
refugiados. La mayor parte de estos últimos estaba constituida por
55.000 adultos y 18.000 jóvenes, todos ellos refugiados procedentes de
Alemania y de Austria, de los cuales el 90 por ciento eran judíos.
La admisión de las víctimas de las persecuciones estaba, desde luego,
inspirada en consideraciones humanitarias; pero preciso es reconocer los
beneficios alcanzados por el Reino Unido gracias a la llegada de algunas de
las mayores inteligencias de Europa. La falta de espacio no nos permite
estudiar debidamente esta materia; uno o dos ejemplos notorios serán
suficientes. El número de componentes de la «Royal Society», los trabajos
del Dr. Chain sobre la penicilina, y las contribuciones de los físicos espe-
cialistas en energía nuclear, son materias por todos conocidas 1.
• Las objeciones frecuentemente formuladas por grupos interesados acerca
de la competencia de los inmigrantes extranjeros, no pueden aplicarse al
campo científico. El aislamiento es perjudicial para la fecundidad del
pensamiento. Las ideas aportadas a un país por un solo hombre de ciencia
extranjero pueden muy bien revolucionar todos sus sistemas de investiga-
ción, y estimular profundamente el trabajo de las generaciones más
jóvenes. En ninguna otra esfera de la actividad humana puede resultar
más cierta la afirmación de que las barreras protectoras son causa de
empobrecimiento, y que el hecho de suprimirlas, lejos de lesionar cualquier
interés, redunda siempre en beneficio del conjunto de la comunidad.
Un notable ejemplo del valor de la inmigración en la promoción de
empresas lo constituye la experiencia de las zonas desfavorecidas de la
Crán Bretaña, que sufrieron durante largo tiempo entre las dos guerras un
profundo malestar por falta de trabajo. La política iniciada por el gobierno
para fomentar las inversiones de capital en esas regiones, llamadas ahora
zonas de desarrollo económico, empezó a aplicarse antes de la guerra, y a
pesar del señalado progreso alcanzado en las industrias del carbón y del
acero, dicha política fue continuada después de la guerra al amparo de
la ley de distribución industrial. Desde el fin de la guerra hasta principios
de 1951 se ha terminado la instalación de unas 1.173 explotaciones indus-
triales en las zonas de desarrollo económico, además de las 3.682 instala-
ciones realizadas en toda la Gran Bretaña 2. En los últimos años muchas
empresas del continente se han trasladado a diversas partes del Reino Unido.
En la mayor parte de los casos, los inmigrantes prestaron una valiosa
colaboración, pues introdujeron nuevas ideas o procedimientos especiales
a los que no se había prestado la debida atención en Gran Bretaña. A pesar
de algunos fracasos, la admisión de destacados hombres de empresa extran-
jeros ha producido sin duda alguna muchos beneficios 3.
A fines de 1930, la Gran Bretaña inició su rearme ante la amenaza del
nazismo alemán. Hitler iba extendiendo de un país a otro su empresa de
196
dominación del continente. Como consecuencia de los años de depresión y
desempleo, en los cuales los jó-venes habían, contado con pocos incentivos
para perfeccionarse en fabricación de maquinaria y en las construcciones
navales, el rearme británico se vio pronto entorpecido por la escasez de
mano de obra calificada. Un análisis de la situación de la industria mecánica
de la Gran Bretaña en 1937 concluyó que «era evidente la gran escasez de
operarios calificados y el largo tiempo que se necesitaba para encontrarlos,
sobre todo en lo referente a mecánicos y ajustadores. Tampoco era
posible reclutar a breve plazo a los trabajadores menos calificados, especial-
mente cuando las condiciones de trabajo eran desfavorables o bajos los
salarios ofrecidos»1. Antes de que esa escasez pudiera remediarse en parte
transcurrió un tiempo valiosísimo; y entre tanto había miles de técnicos
que se hubieran considerado felices de establecerse en la Gran Bretaña. Si
la política oficial hubiera sido menos rígida y la opinión pública más
esclarecida, se habría aprovechado la oportunidad para reclutar en el
continente a hombres de gran capacidad y preparación, con lo cual se
hubiera dado poderoso impulso al rearme, y abreviado el plazo necesario
para llevarlo a cabo.
Lo acaecido en 1940 mostró al pueblo británico cuan peligrosamente
despreocupada había sido su actitud frente a la organización de la defensa
en los últimos años. Se había rechazado la valiosa contribución que los
trabajadores inmigrantes especializados hubieran aportado al ritmo de
fabricación del armamento. Durante el último año de paz, el ministro del
Interior del Reino Unido había declarado que «estaba dispuesto a admitir,
bajo las condiciones de seguridad adecuadas, un número mucho mayor de
refugiados del continente para que pudieran formarse profesionalmente en
este país, siempre y cuando se tuviera la absoluta certeza de que, una vez
acabada su preparación, encontrarían otro lugar donde establecerse»2.
Esta declaración estaba imbuida del espíritu de las disposiciones de 1920
referentes a los extranjeros, y no tomaba en consideración las graves
realidades de 1939. Antes de que transcurrieran dos años, el país se vio
frente a una amenazante escasez de mano de obra calificada.
La guerra hizo comprender muy pronto que los inmigrantes, incluso los
«extranjeros enemigos», constituían una fuente importante de mano de
obra. Esa manifestación tomó carácter oficial al declararse en el Parla-
mento, en noviembre de 1941, que los extranjeros residentes en el país
podrían ser empleados en los trabajos relacionados con la guerra, en condi-
ciones iguales a las establecidas para los subditos británicos. Se estableció
una División de Trabajo Internacional, y el número de trabajadores extran-
jeros confiados a la misma fue creciendo gradualmente hasta sumar
120.000 afiliados. A pesar de las dificultades consiguientes, los refugiados
1. R. G. D. Alien and Brinley Thomas. "The Supply of Engineering Laboro undei Boom
Conditions", Economic Journal, 1939, vol. XLIX, pág. 272.
2. The Times, 27 de abril de 1939.
197
fueron destinados eficazmente a trabajos relacionados con la guerra 1 .
Después de las oportunidades perdidas en los años anteriores a la guerra,
esa experiencia constituyó una lección que tuvo influencia decisiva en la
política británica de reconstrucción posterior a 1945.
Era evidente que el trabajo de los inmigrantes resultaba indispensable
para el cumplimiento de los planes económicos del gobierno británico en los
años siguientes a la terminación de la guerra. «El trabajo de los extranjeros
puede constituir una aportación útil a la satisfacción de nuestras necesi-
dades. Los viejos argumentos contra el trabajo de los extranjeros han caído
en desuso. No hay peligro, en los años venideros, de que los extranjeros
priven a los trabajadores británicos de sus ocupaciones. El gobierno se
propone aprovechar todas las posibilidades de emplear en trabajos civiles
a los polacos que se hallan entre nosotros, a los que acuden a nuestro país,
o a los que no quieren volver a su patria. También tiene el propósito de
aumentar el ingreso de personas desplazadas del continente, para propor-
cionarles trabajo aquí 2.»
En el cuadro 42 figura el número de trabajadores extranjeros que
entraron en el Reino Unido durante los años 1946 a 1952 3 .
CUADRO 42.
CONCLUSIÓN
199
situación producida por la escasez de dólares, habría perspectivas más
favorables para que se acentuara de nuevo la migración internacional, -
Constituiría un error hacer caso omiso de la experiencia del período
anterior a 1913, por considerarla completamente ajena a la situación actual.
Existe una analogía entre los períodos de expansión económica y de grandes
inmigraciones habidos en Canadá, en Australia o en Brasil, y las fases
similares de rápido desarrollo económico producidas en el siglo xix. Los
procesos de absorción inherentes a las dos épocas son desiguales, pero cada
gran corriente inmigratoria aporta al país de acogida un aumento perma-
nente de su potencial humano y económico. Cuando en Australia tenga
lugar la próxima etapa de su vigoroso crecimiento, veremos que se basará
en todo cuanto se llevó a cabo durante el rápido desarrollo de los años
inmediatamente posteriores a la guerra.
El creciente poder de las organizaciones sindicales y el desarrollo de los
seguros sociales han afectado la movilidad de la mano de obra. El estable-
cimiento de acuerdos recíprocos sobre seguros sociales promovió la conti-
nuación de la corriente inmigratoria. Pero, en cambio, es evidente que la
extensión dada a los servicios sociales en países más antiguos actúa como
un freno sobre la emigración. A medida que el Estado va dedicando mayores
cantidades al bienestar de la infancia y de la adolescencia, va aumentando
el costo que para el país de acogida supone la entrada de cada inmigrante
joven. En algunos países, la inversión realizada sobre emigrantes en
potencia es considerable. Por ejemplo, se ha estimado que una emigración
anual de 460.000 personas procedentes dé Italia equivaldría a la transfe-
rencia de 650.000 millones de liras anuales a los países de acogida. Esta
suma representa aproximadamente el 6 por ciento de la renta nacional de
Italia 1 . Es cierto que la economía de Italia mejoraría en caso de que se
realizara esa transferencia de mano de obra, pero debe reconocerse la
importancia del valioso presente de capital que ello supondría para los
países que acogieran a los emigrantes.
El beneficio económico que puedan proporcionar los inmigrantes depende
parcialmente del grado de migración interna. Hemos visto que en la Gran
Bretaña la relativa inmovilidad de la mano de obra en el interior del país,
a partir de la guerra, quedó compensada con la entrada de trabajodores
extranjeros procedentes del continente europeo y de Irlanda. En los países
del occidente de Europa, una mayor movilidad intercontinental de la mano
de obra hubiera hecho menos indispensable la emigración a los países de
ultramar. Ello constituye también un problema para el desarrollo de los
países de ultramar, en los cuales la acción beneficiosa de los inmigrantes
sólo puede alcanzar su máximo efecto cuando va unida a una migración
interna adecuada.
A pesar de la situación desfavorable de la economía mundial a partir de
la segunda guerra mundial, abundan las pruebas de que la inmigración
1 The Repon ofihe Parliamentary Commission on Unemployment, Roma, 1953, vol. 11.
200
está desempeñando todavía una importante función económica. Todo
cuanto se ha expuesto en este estudio justifica el optimismo. El movi-
miento de grandes proporciones que se dio en el siglo xix no volverá a
repetirse en este siglo, pero existen toda suerte de razones para estimar
que la contribución cualitativa de los inmigrantes como fuente de inteli-
gencias sobresalientes y de capacidad de trabajo en general, seguirá siendo
un factor vital en el desarrollo de la economía.
201
Conclusión
Conclusión
por
ÓSCAR HANDLIN
207
ticas de la inmigración del siglo xix y, probablemente, no tendrá en el
futuro la misma importancia que en el pasado.
La segunda relación económica involucró la transferencia, mediante la
inmigración, de mano de obra especializada. Por todas partes se descubrían
ejemplos de trasplantes de técnicas industriales y agrícolas hechas por los
inmigrantes. Esta operación suponía un traspaso de valiosas capacidades,
de economías más desarrolladas a otras menos avanzadas.
Cierto número de factores favorecieron tales transferencias. Cuando el
país de acogida escaseaba en mano de obra especializada para una deter-
minada esfera de actividad, establecía ciertos alicientes en forma de subsi-
dios y ayuda financiera para atraer a los que poseían tales técnicas. La
misma escasez de tales especialistas en los países de acogida, motivaba
naturalmente una diferenciación de salarios que servía de atractivo a los
especialistas de otros países donde sus servicios obtenían una remuneración
inferior. Diferenciaciones de este género tuvieron a veces repercusiones en
el campo cultural. Por ejemplo, en los Estados Unidos de América, en el
Reino Unido y en Australia, muchas ocupaciones de índole doméstica eran
mal consideradas socialmente, a pesar de estar relativamente bien remu-
neradas. Trabajos como los de criado, enfermera, servicios de hospital y
restaurantes eran rechazados en general por las gentes del país, debido en
parte a que la mentalidad democrática moderna considera la servidumbre
personal como algo ofensivo a su concepto de la sociedad humana. De todos
modos, estos puestos ofrecían una oportunidad de colocarse a los inmi-
grantes que no se preocupaban de mantener una determinada posición
social. Lo mismo que los griegos en Australia, los irlandeses e italianos
aprovechaban estas oportunidades en el Reino Unido y en América; y todo
el plan inglés que dio en llamarse «Westward Ho» estuvo basado en esta
clase de consideraciones.
El papel desempeñado por el inmigrante en cuanto a hombre de empresa,
consistió en transplantar nuevos procesos de producción de una economía
a otra. Este fenómeno se transformó en fuente de energías y de estímulo.
Lo ocurrido en la industria del Reino Unido y de los Estados Unidos de
América, y en la agricultura de Australia, Estados Unidos y Brasil, cons-
tituye una buena prueba de cómo tales migraciones crearon nuevas oportu-
nidades de empleo y contribuyeron a enriquecer la economía. Hay otros
aspectos más secundarios de la relación entre las inmigraciones y la eco-
nomía, que se refieren al papel que aquéllas desempeñaron en el traslado
de capitales, y a los cambios operados en los hábitos de consumo. Sin
embargo, estos efectos procedieron por lo general de causas distintas.
Por último, al estudiar las contribuciones de la inmigración, es preciso
tener en cuenta otros elementos imprevisibles producidos por estos movi-
mientos. No se pueden prever las consecuencias de tan vastos desplaza-
mientos de energía humana, y de tan profundas rupturas con todo un
mundo de costumbres y tradiciones. En el caso del Brasil, los promotores
de la inmigración creyeron que iban a crear una clase de labradores satis-
208
fechos y arraigados ala tierra, y se encontraron; con una clase media inquieta
e innovadora. Otro tanto sucedió con individuos particulares. No bastaban
los respectivos antecedentes para adivinar que Andrew Carnegie llegaría a
ser presidente de una compañía de acero, o que David Sarnoff lo sería de
una gran empresa de radio. Y ello porque estos hombres descubrieron en
gran parte sus incentivos y su capacidad de innovación merced al proceso
mismo de disociación con su pasado, y de orientación hacia un porvenir
desconocido.
209
dades dentro de un mismo país. Señalemos que los escandinavos, que se
consideran como muy aptos a la asimilación, mantienen en Australia un
periódico redactado en su propia lengua a pesar de que la colonia está
arraigada en el país desde hace varias generaciones. En el Brasil y en
Argentina, esta clase de asociaciones voluntarias perdieron mucho de su
antiguo vigor a causa de la fuerte presión de una acción política directa de
las dictaduras.
En todo caso, desde el punto de vista de este estudio, los factores que
limitan o extienden la duración de estas actividades encierran una impor-
tancia más secundaria que la índole de la influencia que, durante su super-
vivencia, ejercieron en el país de adopción. Tal influencia no la determinaron
las características de un grupo específico de inmigrantes, sino la situación
cultural del lugar en que éstos se establecieron. Todos los inmigrantes mani-
festaron por lo menos en un principio la tendencia a crear una vida cultural
autónoma, tendencia que no se sintió muy afectada por la gran diferencia
que existía entre esta cultura y la indígena del país de acogida; por ejemplo,
en el Brasil, los italianos se mostraron tan inclinados a organizar sus propias
escuelas como los mismos alemanes.
Por otra parte, la situación en el país de acogida era el factor decisivo,
independientemente de la clase de inmigrantes que hubieron llegado a él.
Podemos distinguir tres tipos distintos de situaciones.
En el Reino Unido los inmigrantes se encontraron con una sociedad
relativamente homogénea con instituciones, tanto locales como centrales,
establecidas desde hacía mucho tiempo y en la que había una fuerte ten-
dencia a aternerse a las pautas culturales aceptadas.
Por el contrario, los inmigrantes que llegaron a los Estados Unidos de
América, se encontraron con una vida cultural nada rígida, que daba por
sentada la diversidad de origen, y que contaba con muy pocas instituciones;
en estas últimas no existía mayor centralización, y el gobierno apenas
intervenía en ellas. Las diferencias culturales aportadas por los inmigrantes
no eran ni nuevas ni únicas. Tales diferencias dieron vida a varias culturas
regionales y a culturas de grupos étnicos indígenas basados en el color,
como la de los negros, o en la religión, como la de los cuáqueros. El deseo
de los recién llegados de actuar a través de sus asociaciones autónomas
parecía natural, y no encontraba obstáculo alguno en su camino. Por consi-
guiente, esa vida cultural organizada se desarrolló sin estorbo alguno y, en
un ambiente de libre intercambio de diferentes influencias, llegó a afectar
de manera decisiva la cultura americana en general. No es posible com-
prender debidamente la historia del periodismo americano, ni la de la
literatura, teatro, arte y música de aquel país, sin tener en cuenta el papel
desempeñado por los inmigrantes y sus descendientes. La idea tradicional
de que el americano era un nuevo hombre, cuya cultura procedía de un
crisol, facilitó la existencia de un ambiente acogedor en el que la cultura
inmigrante pudo desempeñar un papel de signo positivo y creador.
Por último, en el Brasil y en la Argentina, los inmigrantes encontraron
210
una sociedad primordialmente rural y colonial, y que en el orden cultural
y aun en otros aspectos de la vida dependía del continente europeo. Dada
la imprecisión predominante en la organización de la vida cultural, y el
aislamiento de unos pocos focos urbanos respecto al resto del país, no fuá
tarea difícil para las comunidades inmigrantes aislarse en colonias rurales
y aun en ciertas poblaciones de provincia. En el transcurso del siglo xix, y a
comienzos del XX, estas naciones no dieron muestra alguna de agresividad
cultural. Tardaron en organizar sus sistemas de enseñanza, y los medios de
influir culturalmente en las masas populares. Por consiguiente, los inmi-
grantes pudieron organizar a su gusto gran número de instituciones propias,
sin relación con los grupos luso-brasileños o hispano-argentinos nativos. La
crisis se planteó en el segundo cuarto del siglo xx, cuando el nacionalismo
de dichas comunidades, empujado, a la unificación merced al factor de la
industrialización, comenzó a cobrar conciencia de su personalidad y
consideró como intolerables y separatistas esta clase de actividades. Las
asociaciones alemanas, italianas y otras, que vivían en gran parte sin rela-
ción alguna con las autóctonas del país, tropezaron con grandes dificultades
para mantenerse, a pesar de las contribuciones que habían hecho ya a su
modo y manera. Su experiencia comprobó que lo que determinaba la índole
de la influencia cultural ejercida por los inmigrantes era la actitud del país
de acogida, y no tanto la de aquéllos.
211
ran existido de otro modo y, a la larga, sirvió para amortiguar la tensión.
Así, los inmigrantes judíos de Rusia, que comenzaron su carrera trabajando
penosamente en un taller y llegaron a ocupar lujosas oficinas de dirección,
siguieron teniendo en gran consideración las necesidades de aquéllos menos
afortunados, y a los cuales se sentían ligados todavía por numerosos inte-
reses sociales. Sin embargo, la manifestación de esta tendencia se hallaba
condicionada por el carácter del orden social anterior, y en la medida en
que ofrecía facilidades de movilidad. Así por ejemplo, el Reino Unido, por
ser un pueblo llegado a la madurez, era menos apto que otros países a
experimentar esta clase de transformaciones.
213
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