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Asociación Parroquial del Santísimo Sacramento,

De la Pura y Limpia Concepción de la Santísima Virgen María,


Nuestra Señora de la Aurora, San Antonio de Padua
y San Francisco de Paula.

Formación on-line.

La Santa Misa y la Virgen María.

En este año dedicado a la Eucaristía podemos


considerar un aspecto particular del Misa: su
relación con la Virgen María. La presencia de la
Virgen en nuestra vida puede alcanzar su
momento culminante en el sacrificio del Altar.
Cada día, al bajar Cristo a las manos del
sacerdote, se renueva su presencia real entre
nosotros con su Cuerpo, con su Sangre, con su
Alma y con su Divinidad: El mismo Cuerpo y la
misma Sangre que tomó de las entrañas de María.
Santa María siempre acompaño a Jesús en un
silencioso recato por la tierra de Palestina. En la
Misa se advierte, entre velos, el rostro purísimo de
María.

La Virgen llevó en su seno a Jesús pero también cuidó de él, lo alimentó hasta presentarle en
el altar en el día fijado. Toda la vida de María se puso al servicio de Cristo y de su obra
salvífica. María es la Madre del sumo y eterno sacerdote y la madre de todos los sacerdotes.

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Asociación Parroquial del Santísimo Sacramento,
De la Pura y Limpia Concepción de la Santísima Virgen María,
Nuestra Señora de la Aurora, San Antonio de Padua
y San Francisco de Paula.

Formación on-line.

En su vida vemos momentos de gozo y de dolor. Sufrió por San José, hasta que un Ángel le
reveló el misterio a su Esposo. Después, como no había lugar para ellos en la posada de
Belén, trajo al mundo a su Hijo en un establo destinado a los animales. Al final, cuando Jesús
agoniza, la Virgen está al pie de la Cruz, consintiendo en la inmolación de su Hijo. Ella colaboró
libremente a la salvación del género humano. Es Corredentora.

Si deseamos vivir de acuerdo con nuestra alma sacerdotal, meditemos su vida. Su presencia
junto a la Cruz de Jesús, cumple un especialísimo designio divino. Lo que Jesús sufrió en el
Cuerpo, María lo sufrió en el alma. Soportó el dolor y casi la muerte. Es lógico que actúe de
modo inefable en cada Misa.

La presencia de la Virgen junto a Jesús va más allá del momento en que se renueva
incruentamente el Santo Sacrificio. Santa María Margarita escribía: “Jesús me ha enseñado la
forma de participar en la Misa: uniéndome a los sentimientos de María, su Madre, al pie de la
cruz”. Durante la Pasión, Cristo ve a la Virgen y se llena de fuerzas. En la Misa se renueva la
entrega que Jesús hace de su Madre, lo más precioso que tenía.

Vemos que el mal crece en le mundo, Pues bien, la Santa Misa es el más poderoso acto de
desagravio para expiar los pecados. A la hora de la muerte, el más grande consuelo será las
Misas oídas en vida.

Escribe el Santo Cura de Ars respecto a la Misa: “Necesitaríamos de toda la eternidad para
prepararnos, necesitaríamos de toda la eternidad para dar gracias, pues es el Santo Sacrificio”

San Juan María Vianney predicaba: “Hijos míos, no hay nada tan grande como la Eucaristía.
¡Poned todas las buenas obras del mundo frente a una comunión bien hecha: será como un
grano de polvo delante de una montaña!” . Y continuaba: “Todas las buenas obras juntas no
equivalen al santo Sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, y la Misa es la obra
de Dios (...) Si el hombre conociera bien este misterio moriría de amor (...). Sin la divina
Eucaristía, nunca habría felicidad en este mundo”.

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De la Pura y Limpia Concepción de la Santísima Virgen María,
Nuestra Señora de la Aurora, San Antonio de Padua
y San Francisco de Paula.

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Tihamér Tóth, escribe para el 34º Congreso Eucarístico Internacional (Budapest 1938): “Una
sola Misa tributa a Dios mayor homenaje y respeto que las oraciones de todos los ángeles del
cielo; porque en la Santa Misa no son ángeles lo que da gloria a Dios, sino que es su Hijo
Unigénito quien le rinde una adoración de valor infinito”.

En la Misa, la eternidad se introduce en el tiempo, pero no para destruir el tiempo, sino para
poner de manifiesto que el tiempo, todo el tiempo, también el tiempo vulgar está transido de
eternidad, eso es la Misa, redunda en la vida, más aun, ordena la vida, impulsa a vivir con la
verdad que en la Misa se ha manifestado, con la actitud de amor que en la Misa se ha revelado
el amor de Cristo y se ha producido en nosotros al responder a Cristo.

Una sola Misa bastaría para anular el mal en el mundo... y tenemos muchas Misas en un día.
Un solo Sagrario bastaría para sentirnos apoyados..., ¡y hay muchos en este mundo nuestro!

Fuente: Martha Morales.

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