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CAPÍTULO 3: QUERER CUIDAR

l. CUIDAR DE SÍ MISMO, CUIDAR DE OTROS

Desde el comienzo del mundo moderno se cuentan historias, como el relato de Thomas Hobbes,
dice que los seres humanos deseamos preservar nuestra vida y propiedad, razón por la que
estamos de acuerdo en constituir los diferentes Estados de derecho. Otro relato es el de creer que
somos seres egoístas, pero además de ello somos, seres predispuestos a cuidar de nosotros
mismos y de otros, esta propensión a cuidar son actitudes indispensables para mantener la vida y
reproducirla, la llevamos en nuestra humanidad.

Las propensiones necesitan cultivo para desarrollarse, así decía un jefe indígena a sus nietos, en
las personas hay dos lobos, el del resentimiento, la mentira y la maldad, y el de la bondad, la
alegría, la misericordia y la esperanza ¿cuál de los lobos ganará?: el que alimentéis.

Los seres humanos necesitan ser cuidados por otros porque son vulnerables y sin cuidados serían
incapaces de sobrevivir. Ellos cuidan de sí mismos, de sus hijos y pareja, les brindan alimento,
cobijo, intentan defender de los peligros y procuran estar cerca de ellos. Cuando se separan sufren
pero el reencuentro es un alivio.

Cuando la prensa relata casos donde un padre mata a su hijo, la gente indignada dice. «Eso no lo
hacen ni los animales “es difícil entender cómo un ser humano es capaz de traicionar su más
natural predisposición a cuidar a los hijos dañándoles voluntariamente. Otro caso es el de los
torturadores que asesinan a los hijos ante sus padres. Dañar a una persona en sus hijos es
sobrepasar todo lo pensable en maldad, ninguna venganza imaginable puede estar a la altura del
asesinato de un hijo.

Cuidar de los hijos y parejas es una tendencia natural, estudios evidencian que estamos
preparados para valorar nuestra supervivencia y bienestar, la de nuestros hijos y parejas, para
experimentar como negativo, lo que ponga en peligro esos bienes, sin esta valoración no
podríamos preferir unas cosas a otras, o hacer elecciones ni tomar decisiones. La capacidad de
valorar tiene su base en el circuito neuronal desde el que optamos por los valores más
elementales: nos preocupamos de nuestro bienestar y del bienestar de otros cuando esa
preocupación apoya nuestra adaptación, ésta es la base de nuestra conducta cooperativa, cuyos
mecanismos han evolucionado. L a capacidad de cooperar es la base de la moralidad humana,
para ocuparse de la descendencia indefensa.

Con este refuerzo de la conducta que viene de la sociedad en la que se vive, dando por buenas
determinadas conductas y por malas otras, los niños van aprendiendo desde la infancia que hay
cosas que hay que hacer, y otras que hay que evitar.

2. CIERTO DÍA CUIDADO ENCONTRÓ UN TROZO DE BARRO

La fábula de Higinio dice: Cuidado encontró un trozo de barro y empezó a darle forma. Mientras
contemplaba lo que había hecho, apareció Júpiter. Cuidado le pidió que le soplara su espíritu, y lo
hizo de buen grado. Sin embargo, cuando Cuidado quiso dar un nombre a la criatura, Júpiter se lo
prohibió y exigió que se le impusiera su nombre, de repente la Tierra le quiso dar su nombre a la
criatura ya que había sido hecha de barro, material del cuerpo de la Tierra. De común acuerdo,
pidieron a Saturno que actuase como árbitro. Éste tomó la siguiente decisión, que pareció justa:
«Tú, Júpiter, le diste el espíritu; entonces, cuando muera esa criatura, se te devolverá el espíritu.
Tú, Tierra, le diste el cuerpo; por lo tanto, también se te devolverá el cuerpo cuando muera esa
criatura. Pero como tú, Cuidado, fuiste el primero, el que modelaste a la criatura, la tendrás bajo
tus cuidados mientras viva. Y ya que entre vosotros hay una acalorada discusión en cuanto al
nombre, decido yo: esta criatura se llamará Hombre, es decir, hecha de humus, que significa tierra
fértil.»

Esta fábula nos cuenta que la esencia de los seres humanos consiste en la capacidad de cuidar. Al
fin y al cabo todos somos hijos del infinito cuidado que nuestras madres tuvieron al engendrarnos
y al acogernos en este mundo, y todos nos cuidamos unos de otros.

Muchos autores de nuestros días ve en la actitud de cuidar la gran alternativa al fracaso del
mundo en que vivimos. Según ellos, la actitud de dominación frente a los demás y frente a la
naturaleza, la obsesión por incrementar el poder tecnológico convirtiendo a todos los seres en
objetos y en mercancías, es la que nos ha llevado a un mundo insoportable, de pobreza, hambre,
miseria. Un mundo que pone en peligro la supervivencia de la Tierra.

La solución es una cuestión de ética, cambiar de actitud, adoptar voluntariamente la disposición a


cuidar, es una relación amorosa, respetuosa y no agresiva con la realidad, y por eso mismo no
destructiva. Los seres humanos, tienen la responsabilidad de proteger la naturaleza, regenerarla y
cuidarla. El cuidado sería un nuevo paradigma de relación con la naturaleza, la Tierra y los seres
humanos, con esto nos referimos al uso racional de los recursos escasos de la Tierra, sin perjuicio
del capital natural, teniendo presentes a las generaciones futuras, que tienen derecho a un
planeta habitable.

La Carta de la Tierra, que se fue elaborando de 1992 a 2000 desde la sociedad civil en todos los
lugares y culturas, y que asumió la UNESCO en 2003, dice expresamente: «O hacemos una alianza
global para cuidar unos de otros y de la Tierra o corremos el riesgo de autodestruirnos y de
destruir la diversidad de la vida».

3. Cosx DE MUJERES y DE VARONES

La ética del cuidado se ha atribuido tradicionalmente a las mujeres, como sí los varones pudieran
librarse de cuidar y corno si las mujeres se realizaran únicamente cuidando.

La psicóloga Carol Gilligan, diseñó una ética del cuidado, que contrastaba con la ética de la justicia,
había identificado lo moral con los juicios sobre lo justo, el mismo se define en función de
derechos, valores y contratos legales, reconocidos por la sociedad, de manera constitucional y
democrática, siendo la conquista de la autonomía la meta moral de la persona.
Gilligan entenderá que esta ética de la justicia es una de las voces en las que la ética se expresa,
pero hay otra voz diferente, la ética del cuidado, que debe complementar a la de la justicia. La
justicia consiste en situarse en una perspectiva universal. Los valores indispensables para alcanzar
la madurez moral: justicia, autonomía, responsabilidad y compasión.

El cuidado es cosa de varones y de mujeres porque se encuentra la responsabilidad por los


vulnerables, por los necesitados de ayuda. Cuando alguien tiene ante sí a un ser vulnerable, y
pudiendo protegerlo no lo hace, se comporta de forma inmoral.

4. Los ANIMALES y LA TIERRA TIENEN VALOR, PERO NO DERECHOS

La Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, proclamada en 1948,


fuente de inspiración para movimientos sociales y políticos, deben ser reconocidos y protegidos. Y
algo similar es lo que pretenden quienes en 1977 proclaman una «Declaración de Derechos de los
Animales» y también los defensores de unos «Derechos de la Tierra», que ya se contemplan en
alguna Constitución Política, como la de Ecuador donde se apela a tradiciones indigenistas, como
las de Ecuador o Bolivia, que entienden a los seres humanos como parte de la Naturaleza,
incapaces de desarrollarse adecuadamente si no es respetándola y cuidándola como a un ser que
tiene entidad y personalidad propia.

Sólo los seres humanos tienen ese tipo de derechos que se proclaman en la Declaración de 1948,
en consecuencia, ni los animales ni la Tierra los tiene. Lo cual no significa que no tengan un valor
que nos obliga a no dañarles y a tratarles con cuidado.

Los animales y la Tierra tienen valor, pero no derechos ni tampoco dignidad, porque sólo los
tienen los seres que gozan de la capacidad actual o virtual de reconocer qué es un derecho y de
apreciar que forma parte de una vida digna. Si los demás no se lo reconocen, tienen conciencia de
ser injustamente tratados y ven mermada su autoestima. Por eso, para ser sujeto de derechos es
preciso tener la capacidad de reconocer qué significan.

El mejor camino para encarnar el Paradigma Biocéntrico consistiría en educar a los jóvenes para
que se sientan inclinados a respetar la naturaleza por su valor mismo, por la alegría y el gozo que
produce salvaguardar aquello a lo que se tiene un aprecio profundo. Las personas, entonces,
estarían dispuestas a defender su «yo ecológico» y no sólo su «yo social», y se ocuparían de la
Tierra por inclinación natural, y no sólo por deber moral. Todo ello exigiría transitar de las éticas
de derechos y deberes, nacidas de un contrato entre iguales, a una ética de la responsabilidad y
del cuidado de la Tierra.

5. LA SABIDURÍA DE LA MADRE NATURALEZA

¿Sirve para algo la ética del cuidado? La moral del cuidado sirve al niño para sobrevivir y crecer en
ese periodo en que no puede valerse por sí mismo, y necesita alimento, protección frente a los
posibles daños, cobijo, ropa y una gran cantidad de cariño para poder ir desarrollándose
adecuadamente. No existe el individuo aislado, sino la persona vinculada a padres, parientes,
amigos y al entorno social, por lazos de parentesco, amistad o pertenencia a una sociedad
determinada.

Pero también la ética del cuidado «sirve» a los cuidadores, a quienes están biológicamente
comprometidos a cuidar de otros, porque experimentan el goce de tenerlos cerca, velar por ellos,
la felicidad de sentirles ha cubierto de posibles peligros. Y este goce se extiende a los hijos de los
hijos, a los nietos. Proteger a los vulnerables que nos están encomendados es una de las claves de
la felicidad.

Biológicamente, nos están encomendados los hijos, las parejas, tal vez los parientes. Sin embargo,
tenemos la capacidad de extender el cuidado hacia los extraños.

Las personas tienen la capacidad de querer cuidar, y no sólo a los cercanos, sino también a los
lejanos, a los que no van a reforzar el propio patrimonio genético, pero son de alguna forma cosa
mía. Aquí el cuidado se convierte en responsabilidad cordialmente asumida, en querer cuidar para
hacerse corresponsable del bienestar y el bienser de otros.

6. CREAR UN NUEVO VECINDARIO

La idea de la justicia de Amartya Sen, preocupado por la posibilidad de sentar las bases de una
justicia global, recurre a la parábola del buen samaritano, dice así: Bajaba un hombre de Jerusalén
a Jericó y lo asaltaron unos bandidos; lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon
dejándolo medio muerto. Casualmente, bajaba un sacerdote por aquel camino, y al verlo, dio un
rodeo y pasó de largo. Lo mismo hizo un levita que pasaba por aquel sitio, al verlo dio un rodeo y
pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, llegó junto a él y al verlo, tuvo compasión;
se acercó a él y le vendó las heridas echándoles aceite y vino; luego lo montó en su propia
cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente sacando dos denarios y,
dándoselos al posadero, le dijo: «Cuida de él y, si gastas algo de más, te lo pagaré a la vuelta».
¿Quién de estos tres te parece que se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos?
El que tuvo compasión de él.
Tres hombres bajaban por el camino, biológicamente pertrechados para cuidar a sus seres
cercanos, dos de ellos, el sacerdote y el levita, culturalmente preparados para atender a quien lo
necesitara, pero fue el tercero, el samaritano, nacido en un pueblo enemigo del judío, el que tuvo
compasión del herido y se aproximó a él. Fue el prójimo, no porque estuviera cerca, sino porque
se acercó y cuidó de él. Haciéndolo creó un nuevo vecindario.

¿Para qué sirve la ética? Para recordar que los seres humanos necesitamos ser cuidados para
sobrevivir y que estamos hechos para cuidar de los cercanos, pero también para recordar que
tenemos la capacidad de llegar hasta los lejanos, creando vecindarios nuevos. Para eso hace falta
no sólo poder, sino también querer hacerlo.

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