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1. GNOSTICISMO, LA CLAVE del CRISTIANISMO ESOTÉRICO

por Manly P. Hall

En el primer siglo de la Era cristiana el mundo intelectual estaba ampliando


sus investigaciones de acuerdo a las orientaciones señaladas por las enseñanzas de
Platón y Aristóteles. Platón había establecido la doctrina de las causas. Su filosofía
estaba dedicada a aquellas verdades mayores y generales que pueden ser definidas
colectivamente como universales. Gracias a él fue introducida en la civilización del
Mediterráneo la concepción de un universo organizado. Esa organización se originó
en arquetipos, es decir, grandes estructuras en las causas. Dichos arquetipos,
formados por los términos y los elementos de una geometría divina, encerraban la
vida material dentro de una red de energías cósmicas.
Aristóteles, reaccionando dramáticamente al desafío platónico, estaba dotado
por naturaleza con una organización de facultades que se resentían por la
dominación de intangibles. Él no negó el esquema platónico de cosas, y creía que la
visión de Platón era inexpugnable, no necesariamente porque fuera verdadera sino
porque los elementos implicados estaban más allá del ataque de la crítica intelectual.
Aristóteles amaba argumentar, pero el argumento acerca de intangibles no podía ser
concluyente. Él no podía ganar su argumento con los razonamientos de Platón.
Buscando un fundamento más sustancial, Aristóteles enfatizó el significado
de los elementos tangibles. Ahí había una esfera de hechos obvios. Había espacio
para argumentar en cuanto a las implicaciones, pero los hechos mismos eran
indiscutibles. Así él encontró seguridad en la contemplación de lo conocible. Él
estableció una organización en la Naturaleza reduciendo los hechos y sus
extensiones razonables a categorías. Él desafió a Platón a bajar a la tierra y a
encontrarse con él en el nivel de las cosas conocidas.
No hay ninguna indicación de que Platón aceptara el desafío. Aunque ambos
hombres estuvieron en cercana asociación, nunca hubo una convergencia completa
de las mentes, y como una consecuencia, las generaciones posteriores heredaron un
legado de asuntos inconclusos. Los Universales fueron definidos, los Particulares
fueron organizados y clasificados, pero el intervalo entre universales y particulares
se convirtió en una consideración cada vez más importante. Fue ese intervalo entre
causas invisibles y efectos visibles el que cargó al mundo intelectual durante el
primer siglo d.C. La mente humana se involucró en el proceso sistemático de
construír puentes para vincular la causa con el efecto y el efecto con la causa.
Los dos extremos eran en sí mismos irreconciliables, al menos mentalmente.
Pero en la Naturaleza misma ellos estaban reconciliados. Debe haber una
explicación para hacer calzar los hechos. Ése era el amplio desafío en el mundo del
pensamiento, y aquello resultó en la creación de una escuela de intelectuales que se
convirtieron en los líderes de un revolucionario descubrimiento en el ámbito de la
mente. Ese descubrimiento produjo el Gnosticismo, y el grupo que apoyó la nueva
solución al apremiante dilema fue conocido como los Gnósticos.
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El gnosticismo es definido como un emanacionismo, o una filosofía de las


emanaciones. Si dos cualidades no pueden reunirse en la sustancia, ellas pueden ser
congregadas sólo por extensión. Los Universales no pueden llegar a ser Particulares
y éstos no pueden llegar a ser Universales, pero estos últimos existen según grados,
y los Particulares existen de acuerdo a condiciones. Por ejemplo, los Antiguos
reconocían cuatro elementos que ascendían desde el más sólido, que era la tierra, al
más denso, que era el aire. El orden ascendente de los elementos hizo que el más
alto fuera menos material. Aquello que es menos material es más parecido a lo
espiritual; de esa manera, la materia existe en una escala ascendente de condiciones,
calificaciones, modificaciones y variaciones de densidad de sí misma.
El espíritu, que es la sustancia común de los Universales, existe de igual
modo según estados. El espíritu en sí, es decir, en su propia naturaleza, es
incognoscible, pero del espíritu proceden cosas espirituales según un orden
descendente. El intelecto es un intangible perteneciente al orden del espíritu, pero en
un grado tiene una dimensión y una proporción formales, y está sujeto a definición.
La energía, o fuerza, como era conocida en tiempos antiguos, es igualmente una
extensión del espíritu, pero esa extensión está sujeta a mayores limitaciones que el
intelecto porque es definible. Todas las definiciones definen naturalezas según sus
limitaciones. Axiomaticamente, la definición es una limitación.
Un orden descendente de cualidades espirituales, menos espirituales a medida
que se alejan de su propia sustancia y causa, es por lo tanto aceptable por la mente.
A la inversa, un orden ascendente de cosas materiales, menos materiales en la
medida en que ellas se apartan de su sustancia y fuente, la materia, es también
apreciable por la razón.
Qué podría ser más razonable, por lo tanto, que suponer que las dos
contraposiciones pueden reunirse en un terreno común. Por supuesto el
emanacionismo presupone la existencia de dos realidades coeternas, una espiritual y
otra material. Esto Aristóteles lo permitiría, ya que él consideraba la materia como
inmortal, sin principio ni final. Él también aceptaba la eternidad del espíritu. La
existencia de dos principios eternos hizo a Aristóteles atractivo para los hombres de
Iglesia porque éstos encontraban en la doctrina de él el respaldo que buscaban para
su propia creencia en la eternidad del bien y el mal y en la guerra interminable entre
Dios y el Diablo.
Diversos científicos modernos también están inclinados a favorecer el
antropomorfismo filosófico de Aristóteles. Si el espíritu existe o no, pertenece a la
esfera de las incertidumbres, pero la eternidad de la materia es un pensamiento
consolador para aquellos que buscan algo permanente en un universo cambiante. La
especulación interesante puede resultar de preguntas tales como "¿Es el espíritu el
grado más alto de la materia?", o "¿Es la materia el grado más bajo del espíritu?".
Esto, sin embargo, trae complicaciones. ¿Son el espíritu y la materia cualidades de
una esencia que se diferencia sólo en el grado, o son ellos dos opuestos
completamente irreconciliables para las cuales no existe ningún denominador
común? Si los dos extremos son igualmente inevitables e indestructibles, ¿cuál es el
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superior?. ¿Tiene alguno de ellos necesidad del otro?. ¿Es la acción de espíritu sobre
la materia una especie de incidente o accidente cósmico, y puede la materia
modificar el espíritu? Los escolásticos lucharon con estas cuestiones durante siglos,
y los resultados, aunque estimulantes para las facultades intelectuales, estuvieron
lejos de solucionar cualquier problema práctico.
Platón creía que la materia era una extensión del espíritu, aquella parte del
ser universal más remota de la cualidad espiritual. Él usó la analogía de la luz y la
oscuridad. La luz es un principio, pero la oscuridad no lo es: es simplemente la
ausencia de luz. Los aristotélicos, para no ser derrotados, sugirieron la posibilidad de
que la oscuridad podría ser un principio y que la luz podría igualmente bien ser
considerada como la ausencia de oscuridad. La luz era incidental, la oscuridad era
inevitable. La luz podría disipar temporalmente la oscuridad, pero toda luz debe
declinar en último término, y en el fracaso de la luz era revelada la eternidad de la
oscuridad.
El vital elemento de la precedencia también estaba implicado. ¿Precedió la
luz a la oscuridad o precedió la oscuridad a la luz? Aquello que precede debe incluír
inevitablemente a aquello que viene después. ¿Contuvo la oscuridad el potencial de
la luz, o contenía la luz el potencial de la oscuridad? La mayoría de los sistemas
deducen que la oscuridad precedió a la luz y es por lo tanto más antigua, más
universal y más real. Los soles son focos de luz establecidos en la oscuridad, pero en
cantidad, la oscuridad siempre excede a la luz porque ésta siempre está rodeada por
un área inconmensurable compuesta por la ausencia de luz.
La ausencia, entonces, ¿es mayor que la presencia? La presencia siempre
existe en un campo que consiste en la ausencia de sí mismo. Una condición no es
definible sin la otra. Ellas son co-eternas y co-dependientes, con la ausencia siempre
en un grado mucho mayor que la presencia. Es como el problema de la comida y el
apetito. El hambre es la ausencia de alimento. El alimento es la solución al hambre.
La comida es real y definible. El hambre no tiene dimensión ni apariencia. ¿Cuál,
entonces, es la realidad? La comida quitará el hambre, pero sólo por el momento. No
importa cuánta comida pueda haber, el hambre permanece, y es necesario perder
sólo unas pocas comidas para revelar su presencia eterna. Si la luz es el alimento y
la oscuridad es el hambre, ¿cuál es la más real? La comida es una solución
provisional a un problema eterno. Todo esto es muy desorientador.
Si la oscuridad es equivalente al espacio, entonces la luz puede ser
equivalente al tiempo. Esto otra vez presenta una variedad de complicaciones.
¿Puede el tiempo existir sin su equivalente espacial, la eternidad?; ¿es la eternidad el
vacío de tiempo o la plenitud de tiempo?; ¿es todo esto o nada? Si todo es tiempo,
entonces la eternidad o el espacio son superiores al tiempo. Si la eternidad es
privación de tiempo, entonces el tiempo es la realidad y la eternidad es simplemente
una ilusión de la mente. Hay una ilusión aquí en alguna parte, pero cuál de esas
abstracciones es la más fuerte depende de a cuál escuela usted pertenezca.
El temprano concepto cristiano de Dios complicó posteriormente el ya
confuso cuadro. La mayoría de los sistemas paganos de filosofía religiosa concibió
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el poder espiritual supremo como idéntico con la sustancia y naturaleza del espacio.
Así, la dimensión espacial fue considerada como la plenitud completa. Según
nuestras percepciones físicas el espacio es el vacío, correctamente descrito como la
nada.
Para los paganos esta nada [nothing] era simplemente ninguna cosa [no
thing]. No era el vacío sino la abstracción de las formas. Era la vida universal
incondicionada, inmanifestada, indiferenciada y, por su propio estado esencial,
indefinible.
La temprana Iglesia cristiana consideraba a la Deidad como fuera del plan de
creación. Dios era una persona, separada del mundo, al cual él había formado. Esa
divinidad gobernaba el universo desde algún trono extra-universal. Dios ejercía el
despotismo sobre la materia, moldeándola en una variedad de formas. Cada una de
esas formas había sido dotada de alma por un inmaterial principio de vida, que
descendía a ella desde la naturaleza de la Deidad. Así, para los paganos Dios era un
poder que surgía por medio de los procesos de generaciones espirituales y
materiales. Pero para los cristianos él era una fuerza separada y ajena, que
controlaba los procesos creacionales mediante una tiranía absoluta de la voluntad
divina.
Los gnósticos estaban entre los grupos paganos en la medida en que creían
que el universo era el cuerpo de Dios por medio del cual el poder espiritual se
manifestaba como un constante impulso para el despliegue y el crecimiento. Al
mismo tiempo, los gnósticos intentaron una explicación de la filosofía mística
cristiana de acuerdo a una tradición básicamente pagana. De esa manera, el culto
gnóstico consiguió ofender tanto a los paganos como a los cristianos. Cada uno
sentía que su punto de vista estaba comprometido.
El Gnosticismo fue la gran herejía del período anterior al concilio de Nicea en
la historia de la Iglesia. Los padres del cristianismo primitivo, habiéndose elegido a
sí mismos como los únicos guardianes de la salvación, ejercieron esa prerrogativa
para acabar con todos los rastros del cristianismo como un código filosófico. Ellos
se resintieron particularmente de los gnósticos porque esos pensadores
esencialmente paganos insistían en indicar las fuentes y elementos no cristianos que
habían contribuído al ascenso de la secta cristiana. Los primeros obispos, santos y
mártires, como Ireneo, Hipólito, Epifanio, Tertuliano y Teodoreto, dividieron sus
actividades entre las tareas algo diversificadas de predicar el amor fraternal, y un
evangelio de caridad y piedad, por una parte, mientras por otra formulaban ataques
crueles y calumniosos contra los miembros de todos los credos discrepantes.
Ningún piadoso Padre antes del concilio de Nicea había mostrado su celo ni,
a propósito, su intolerancia, sino hasta que hubo preparado un elaborado tratado
contra las herejías, y lanzado una santificada piedra contra algún heresiarca.
Todos los buenos hombres de Iglesia procuraron demostrar que los paganos
en general, y los gnósticos en particular, eran promulgadores de doctrinas odiosas y
engañadoras. Se insinuó, y en algunos casos realmente se afirmó, que un espíritu
perverso (el fatídico viejo Diablo) había criado profesores de doctrinas falsas en un
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esfuerzo para comprometer las infalibles revelaciones de los apóstoles y sus


descendientes legítimos. Así, los sabios Padres, los cuales, a propósito, parecían
mejor informados de las herejías que de la ortodoxia, refutaron todas las doctrinas de
los herejes con un gran gesto.
Puede verse, por lo tanto, que los gnósticos ocuparon una posición
extremadamente precaria. Ellos eran reconciliadores de las diferencias extremas, y el
camino del pacificador es por lo general tan difícil como el del transgresor. El
gnosticismo fue despreciado por la Iglesia porque aquél procuraba interpretar el
misticismo cristiano en términos de sistemas metafísicos de los griegos, egipcios y
caldeos. Al mismo tiempo, al Gnosticismo se le opusieron abiertamente los filósofos
paganos contemporáneos, particularmente ciertos neo-platónicos, porque parecía
aceptar, al menos en parte, los principios no filosóficos e ilógicos impuestos sobre
un mundo crédulo por los entusiastas cristianos. Atacado desde ambos lados, y
gradualmente aplastado por el enorme peso de la cantidad, el Gnosticismo
finalmente pasó al limbo después de una desesperada lucha por la existencia durante
un período de varios siglos.
Aunque suene extraño decirlo, el Gnosticismo está en deuda con sus
enemigos por la supervivencia de algunas de sus enseñanzas. Hasta
comparativamente de manera reciente, toda la información disponible sobre el tema
está conservada en los escritos de aquellos excitados e irritables Padres pre-Nicea
que entraron en complicados detalles acerca de la sustancia de las herejías que ellos
condenaban. Aunque los gnósticos hayan desaparecido de la Tierra, las analogías
que ellos establecieron entre las doctrinas cristianas y paganas han demostrado ser
inestimables para los estudiosos de religión comparada. Entre los nombres que se
destacan en las crónicas del Gnosticismo, tres son excepcionales: Simon Mago,
Basílides y Valentino. Ellos fueron hombres de excepcional brillantez, ya que ellos
fueron seleccionados por los Padres de la Iglesia como los objetos de una particular
y continuada persecución. Simon Mago, el gnóstico sirio, fue sometido a una
diatriba especialmente rencorosa y anticristiana de cruel tratamiento. Su imagen fue
despedazada en trozos, y él fue presentado para el desprecio público, no sólo como
un hechicero sino como un ejemplo horrible de la profundidad de la depravación
espiritual, moral y física a la cual un individuo puede descender.
Basílides y Valentino ambos eran hombres de una excepcional integridad
personal tal que incluso las cuidadosas intrigas del clero no fueron capaces de
arrojar luz sobre ninguna cosa que pudiera ser interpretada como denigrante. Era
evidente, por lo tanto, que esos filósofos eran heresiarcas de la clase más peligrosa.
Ellos eran los más mortales porque ocultaban sus diabólicas perversidades detrás de
una apariencia de virtud e integridad. Si un pagano tenía el aspecto de la virtud era
porque el Diablo evocaba una ilusión con la esperanza de debilitar así la
omnipotencia de la Iglesia.
Si algún grupo que compartía el misterio cristiano poseía los secretos
esotéricos de la Iglesia temprana, eran los gnósticos. Esa orden conservó hasta el
final los altos estándares éticos y racionales que confieren honor a una enseñanza.
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La Iglesia por lo tanto atacó al Gnosticismo enérgica e implacablemente,


reconociendo a esos filósofos místicos como los adversarios más formidables para el
poder temporal de teología cristiana.
Al resumir la doctrina del Gnosticismo no es posible considerar las
numerosas divisiones que ocurrieron dentro de la secta, ni los elementos más
intrincados de sus sistemas. De ser un culto simple, el Gnosticismo evolucionó hasta
convertirse en una filosofía elaborada y compleja, uniendo dentro de su propia
estructura el factor esencial de diversas grandes religiones. La idea central del
Gnosticismo era el ascenso del alma a través de etapas sucesivas del ser. Esa
doctrina probablemente se originó en la astrolatría de Babilonia con su doctrina de
una serie de cielos, cada uno bajo el gobierno de un dios planetario. El alma debe
subir por esos cielos y sus puertas por medio de contraseñas mágicas entregadas a
los guardianes de las puertas. Ese punto de vista recuerda el ritual egipcio de los
muertos.
La escalera de los mundos sobre la cual las almas suben y descienden es
descrita en el mito babilónico de Tammuz e Ishtar. Aparece también en el
Poimandres de Hermes Trimegisto, donde siete gobernadores planetarios se sientan
sobre los siete círculos concéntricos del mundo a través de los cuales las almas
ascienden y descienden. Aquí, igualmente, está el simbolismo de la escalera de
Jacob, los nueve arcos reales de Enoc, y los siete cielos del Apocalipsis de Juan. Los
comentarios acerca del Viaje Nocturno de Mahoma al Cielo describen cómo el
profeta del Islam, después de subir una escala de cuerdas doradas que colgaban
encima del Templo de Jerusalén, pasó a través de siete puertas, en cada una de las
cuales estaba uno de los patriarcas del Antiguo Testamento.
Hay mucho en el Gnosticismo para intrigar al orientalista. Bardesanes, el
último de los grandes gnósticos, puede haber estado bajo la influencia de la
metafísica budista. Esto es particularmente evidente en aquella parte de la enseñanza
del culto en la cual Cristo es descrito descendiendo a través de los siete mundos en
su camino a la encarnación física. Al igual que Buda, él dota de alma a un cuerpo en
cada uno de los siete planos, llegando a ser así literalmente todas las cosas para
todos los hombres. La condición última de la conciencia a la cual aspira el
Gnosticismo recuerda también la doctrina budista. El alma es finalmente absorbida
en un estado abstracto perfectamente análogo al nirvana, de modo que el final de la
existencia es la condición de no-ser.
Valentino, el gnóstico, en su visión del orden de la creación, escribió:
"Contemplo todas las cosas suspendidas en el aire por el espíritu, y percibo todas las
cosas arrastradas por el espíritu; la carne la veo suspendida del alma, pero el alma
brillando del aire, y el aire depende del éter, y los frutos producidos desde Bythos (la
profundidad), y el feto nacido de la matriz". Esto es emanacionismo gnóstico, el
nacimiento de todas las naturalezas desde sus propios superiores, y la creación
misma surgiendo desde su propia causa, el absoluto o la profundidad.
En la estructura más simple del concepto gnóstico de la divinidad,
encontramos primero al Logos universal, "El que fue, es y será". De naturaleza y
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sustancia incognoscibles, él es la forma incorruptible que proyecta desde sí mismo


una imagen, y esa imagen ordena todas las cosas. De su propia alma eterna y
naturaleza imperecedera El Que Permanece emite tres hipóstasis, a las cuales Simon
Mago llamó la Forma Incorruptible, el Gran Pensamiento y la Mente Universal. Es
interesante aquí notar que, como en muchos sistemas esotéricos, el pensamiento
precede a la mente, o como dijeron los Antiguos, "El pensamiento concibe al
pensador". Entre los gnósticos posteriores, el carácter divino es representado por tres
potencias en esta manera:

—Anthropos (el hombre)


—Anthropos, hijo de Anthropos (el hombre, hijo del hombre)
—Ialdabaoth (el hijo del caos)

Ialdabaoth, que corresponde a Zeus en la metafísica órfica y platónica, es


llamado el Demiurgo o Señor del Mundo. Los gnósticos creían que éste era el
Demiurgo, a quien Jesús se refirió cuando él habló del Príncipe del Mundo que no
tenía nada en común con él. El Demiurgo era la personificación de la materia, la
mónada de la esfera material, la semilla del mundo interior, que encerró los
prototipos de todas las cosas generadas. Ialdabaoth dio a luz a partir de sí mismo a
seis hijos, los cuales, junto con su padre, se convirtieron en los siete espíritus
planetarios. Éstos fueron llamados los siete Arcontes (gobernadores) y corresponden
a los guardianes del mundo descrito por Hermes. Sus nombres en orden según
Orígenes son como sigue:

—Ialdabaoth (Saturno)
—Iao (Júpiter)
—Sabaoth (Marte)
—Adonaios (el Sol)
—Astaphaios (Venus)
—Ailoaios (Mercurio)
—Oraios (la Luna)

Aquí Ialdabaoth se convierte en el límite externo del Sistema Solar, la órbita


de Saturno dentro de la cual los otros planetas existen como embriones en orden
ascendente de poderes. Así entendemos la fábula griega de Cronos devorando a sus
propios hijos, ya que los Antiguos creían que la sustancia planetaria fue finalmente
hecha entrar en los anillos de Saturno desde los cuales fue finalmente dispersada por
el espacio.
En la alegoría hermética, los siete guardianes del mundo —los constructores,
o los Elohim de los judíos— eran simplemente manifestadores del propósito divino,
en sí mismos ni buenos ni malos. Según los gnósticos, sin embargo, Ialdabaoth y sus
seis hijos eran espíritus orgullosos y hostiles que, como Lucifer y sus ángeles
rebeldes, procuraban establecer un reino en el abismo que debería prevalecer contra
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el reino de Dios. De aquí que encontremos a Ialdabaoth gritando triunfalmente "¡No


hay otros dioses delante de mí!", cuando en realidad él es la menor parte de la
divinidad trina y más allá de él se extienden las esferas del Padre y del Hijo.
En su raro y valioso texto Los Gnósticos y Sus Restos (1887), C. W. King
resume la génesis gnóstica. Sus comentarios son en sustancia como sigue:
Sophia Achamoth, la sabiduría generativa del mundo fue atraída hacia el
abismo al contemplar su reflejo en lo profundo. Por medio de su unión con la
oscuridad, ella dio a luz a un hijo, a Ialdabaoth, el hijo del caos y el huevo. Sophia
Achamoth, siendo ella misma de una naturaleza espiritual, sufrió horriblemente por
su contacto con la materia, y después de una lucha extraordinaria, ella se escapó del
fangoso caos que había amenazado con tragarla. Aunque no familiarizada con el
misterio del Pleroma —aquel espacio omni-abarcante que era la morada de su madre
la divina Sofía, o sabiduría divina— Sophia Achamoth alcanzó la distancia media
entre lo superior y lo inferior. Allí ella tuvo éxito en sacudirse los elementos
materiales, que se habían adherido como el barro a su naturaleza espiritual. Después
de limpiar su ser, ella construyó una fuerte barrera entre el mundo de las
inteligencias o espíritus, que están encima, y el mundo de la ignorancia y la materia,
que se extendía abajo.
Dejado a sus propios recursos intelectuales, Ialdabaoth, el hijo del caos, se
convirtió en el creador de la parte física del mundo, aquella parte en la cual el
pecado prevaleció temporalmente porque la luz de la virtud fue tragada en la
oscuridad. En el proceso de creación, Ialdabaoth siguió el ejemplo de la Gran
Deidad que engendró los ámbitos espirituales. Él produjo a partir de su propio ser
seis espíritus planetarios, a los que él llamó sus hijos. Los espíritus fueron todos
formados a su propia imagen y eran reflejos unos de otros, llegando a ser cada vez
más más oscuros a medida que ellos se alejaban de su padre.
Aquí tenemos la teoría platónica de las contigüidades, en la cual se describe
que aquellos seres que son los más cercanos a la fuente de vida comparten la mayor
parte de la fuente, pero en la medida en que ellos se retiran de ella participan de su
ausencia, hasta que al final el extremo exterior de los reflejos es mezclado en la
sustancia del abismo. Ialdabaoth y sus seis hijos habitan siete regiones dispuestas
como una escalera. Esa escalera tenía su principio bajo el espacio medio (la región
de la madre de ellos, Sophia Achamoth) y su final yace sobre nuestra Tierra, que es
la séptima región. Cuando la Tierra es mencionada como la séptima esfera eso no
significa el globo físico sino más bien la región de la Tierra compuesta de éter.
Ialdabaoth, como puede ser inferido de su origen, no era un espíritu puro, ya
que si bien él heredó de su madre (la sabiduría generadora) instinto y astucia, así
como una comprensión intuitiva de la inmensidad universal, él también recibió de su
padre (la materia) las cualidades de ambición y orgullo, y éstas dominaron su
composición. Con un ámbito de sustancias plásticas a sus órdenes, Ialdabaoth se
separó de su madre y de la esfera de inteligencia de ella, determinando crear un
mundo según sus propios deseos en el cual él debería morar como amo y señor.
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Con la ayuda de sus propios hijos (los seis espíritus de los planetas) el hijo
del caos creó al hombre, pretendiendo que la nueva criatura reflejara la plenitud de
los poderes demiúrgicos. Ese hombre debería reconocer que la materia es su señor y
nunca debería buscar más allá de la esfera material la verdad o la luz. Pero
Ialdabaoth fracasó completamente en su obra. Su hombre era un monstruo, una
enorme criatura carente de alma que se arrastraba por el lodo de los elementos
inferiores atestiguando el caos que lo concibió. Los seis hijos capturaron a ese
monstruo y llevaron a la horrible criatura a la presencia de su padre, declarando que
él debía animarlo y darle un alma si debía vivir.
Ialdabaoth no era un espíritu suficientemente exaltado y no pudo crear la
vida; todo lo que él podía hacer era producir formas. En su apuro, el Demiurgo
otorgó sobre la nueva criatura el rayo de luz divina que él mismo había heredado de
su madre Sophia Achamoth. Es así que el hombre consiguió el poder de la sabiduría
generativa. Ese nuevo hombre que comparte la luz con su propio creador, ahora se
contempló a sí mismo como un dios y rechazó reconocer a Ialdabaoth como su
señor. Así, Ialdabaoth fue castigado por su orgullo y autosuficiencia, siendo
obligado a sacrificar su propia dignidad de rey en favor de un hombre al que él había
formado.
Sophia Achamoth entonces otorgó su favor a la Humanidad incluso a costa de
su propio hijo. La Humanidad, que ahora contenía la luz de Sofía, siguió el impulso
de aquella luz y comenzó a reunirse en sí misma, y a dividir la luz de la oscuridad de
la materia. En virtud de ese trabajo espiritual, la Humanidad gradualmente
transformó su propia apariencia hasta que ya no se pareció a su creador Ialdabaoth,
sino que tomó el rostro y la forma del Ser supremo —Anthropos, el hombre
primordial— cuya naturaleza era de la sustancia de la luz y cuya disposición era de
la sustancia de la verdad.
Cuando Ialdabaoth contempló su creación que era más grande que él mismo,
su cólera ardió con rabia celosa. Sus miradas inspiradas por sus pasiones fueron
reflejadas abajo en el gran abismo como sobre la superficie pulida de un espejo. Ese
reflejo aparentemente llegó a estar inspirado con vida, ya que todos los cuerpos son
sólo sombras con almas, y del abismo surgió Satán en la forma de una serpiente, la
encarnación de la envidia y la astucia. Comprendiendo que el poder del hombre
estaba en la protección de su madre, Ialdabaoth determinó separar al hombre de su
guardián espiritual, y por esa razón creó alrededor de él un laberinto de trampas e
ilusiones. En cada esfera del mundo creció un árbol del conocimiento, pero
Ialdabaoth prohibió al hombre comer de su fruto, no fuera que todos los misterios de
los mundos superiores le fueran revelados y la autoridad del hijo del caos llegara a
un final inoportuno.
Sophia Achamoth, determinada a proteger al hombre que contenía su propia
alma, envió a su genio Ophis en la forma de una serpiente para inducir al hombre a
transgredir las órdenes egoístas e injustas de Ialdabaoth. El hombre, habiendo
comido del fruto del árbol, repentinamente llegó a ser capaz de comprender los
misterios de la creación.
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Ialdabaoth se vengó castigando a esa primera pareja (Adán y Eva) por comer
el fruto celestial. Él encarceló al hombre y a la mujer en un calabozo de materia,
construyendo alrededor de sus espíritus los cuerpos físicos de los caóticos elementos
en donde el ser humano todavía está cautivo. Pero Sophia Achamoth todavía
protegía a la Humanidad. Ella estableció entre su región celestial y la caída
Humanidad una corriente de luz divina, y siguió suministrándole constantemente al
ser humano una iluminación espiritual por medio del propio corazón de éste. Así una
luz interna continuamente lo protegía aunque su naturaleza externa vagara en la
oscuridad.
La batalla continuó, con Sophia Achamoth siempre esforzándose por
proteger, y Ialdabaoth siempre determinado a destruír. Por fin, profundamente
afligida por los males que habían acontecido a sus nietos humanos, Sophia
Achamoth temía que la oscuridad prevaleciera contra ella. Subiendo a los pies de su
madre celestial (la Sophia divina que es la sabiduría de Dios), ella suplicó que el
omnisciente (que es el Padre Eterno) prevaleciera sobre la Profundidad Desconocida
enviando abajo al inframundo al Christos (que era el hijo de la unión del Padre de
Padres y de la Sabiduría Divina). Ialdabaoth y sus seis hijos de materia estaban
tejiendo una curiosa red por medio de la cual ellos estaban gradualmente, pero de
maner inevitable, impidiendo la sabiduría divina de los dioses a fin de que la
Humanidad pereciera en la oscuridad. La parte más difícil en la salvación del
hombre está en el descubrimiento del método por el cual el Christos podría entrar en
el mundo físico. Ese método debe estar dentro de la ley de la creación, ya que los
dioses no pueden apartarse de sus propios caminos. Construír cuerpos no estaba
dentro del dominio de los dioses superiores.
Por lo tanto, el propio Ialdabaoth tuvo que ser persuadido para crear, sin
conocer el objetivo, un cuerpo para recibir al Soter (Salvador). Sophia Achamoth
apeló al orgullo del Demiurgo y finalmente prevaleció sobre Ialdabaoth para que
éste demostrara sus poderes creando un hombre bueno y justo de nombre Jesús.
Cuando eso había sido llevado a cabo, el Soter Christos se envolvió en una capa de
invisibilidad y descendió por las esferas de los siete arcontes. En cada uno de los
arcos él asumió un cuerpo apropiado para las sustancias de la esfera, ocultando de
esa manera su verdadera naturaleza ante los genii, o guardianes de las puertas. En
cada mundo él pidió a las chispas de luz que salieran de la oscuridad y se unieran a
él.
Habiendo unido toda la luz de los mundos en su propia naturaleza, el Christos
descendió en el hombre Jesús en el bautismo. Ése fue el momento de la Edad del
Gran Milagro. Ialdabaoth, habiendo descubierto que el Soter había descendido de
manera incógnita para frustrar sus objetivos, agitó a la gente contra Jesús, y usando
todas las fuerzas de la materialidad a su disposición él tuvo éxito en la destrucción
del cuerpo por el cual el Christos funcionaba en la esfera material. Pero antes de que
el Soter se marchara de la Tierra, él implantó en las almas de hombres justos un
entendimiento de los grandes misterios y abrió para siempre la puerta entre los
universos inferior y superior.
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Teodoreto completa así la historia: "De allí, subiendo al espacio medio, él


(Cristo) se sienta a la derecha de Ialdabaoth, pero inadvertido por él, y allí recolecta
todas las almas que habrán sido purificadas por el conocimiento de Cristo. Cuando
él haya recolectado toda la luz espiritual que existe en la materia, del Imperio de
Ialdabaoth, la redención será llevada a cabo y el mundo será destruído. Tal es el
sentido de la reabsorción de toda la luz espiritual en el Pleroma o plenitud, de donde
al principio descendió".
El cristianismo gnóstico concebía la salvación sin el beneficio del clero
exotérico. Cristo, el Soter, era el sumo sacerdote, que gracias a su descenso destruyó
para siempre el antiguo orden del mundo. La religión se convirtió en un asunto de
ajuste interno. Las formas y los rituales por los cuales los pueblos primitivos habían
propiciado a Ialdabaoth, fueron considerados como sin valor bajo la dispensación
del Christos. Los sacramentos místicos de los gnósticos, por otra parte, fueron
instituídos por el Christos para facilitar el conocimiento de la verdad. El reinado del
temor y la oscuridad ya no existían. El imperio del amor y la luz había venido.
Parece, sin embargo, que la Iglesia consideró ese nuevo arreglo como
económicamente poco razonable. Los gnósticos fueron destruídos, para que la
filosofía de ellos no dejara inútil el poder temporal de la Iglesia cristiana.
Fue Basilides quien afirmó haber sido un discípulo de uno de los doce
apóstoles que formularon el extraño concepto de la Deidad que llevaba el nombre de
Abraxas. En el sistema antiguo de la numerología, el número equivalente a Abraxas
es 365. Por lo tanto, esa divinidad representa los 365 eones o grandes ciclos
espirituales que juntos componen la naturaleza del Padre Supremo. El símbolo físico
natural para la fuente de la luz espiritual es el Sol visible, la fuente de la luz física.
Por lo tanto Abraxas es un dios del Sol. La deidad misma es una criatura compuesta
por la cabeza de un gallo, el cuerpo de un ser humano, y con piernas que terminan
en serpientes.
Ese pantheos gnóstico representa el principio supremo que expresa cinco
atributos o emanaciones. La cabeza del gallo significa la Frónesis [prudencia], la
previsión o vigilancia. Los dos brazos que llevan la fusta y el escudo son Dynamis y
Sophia, el poder [potencial] y la sabiduría. Las dos serpientes que forman las piernas
son Nous y Logos, la sabiduría y el entendimiento, en las cuales la figura se apoya.
El cuerpo humano es una sugerencia mística de que todos esos poderes serán
revelados o perfeccionados en el hombre. Aunque la Iglesia temprana hiciera todo lo
posible para exterminar a los gnósticos, la codicia jugó una parte en la supervivencia
de algunas reliquias santas. Los hierofantes gnósticos se identificaban por sus sellos
o joyas de reconocimiento. Esos sellos eran por lo general tallados, planos en un
lado y con la figura de Abraxas o la cara de león del Sol en el otro. Las piedras eran
puestas con la superficie plana en el exterior para hacer más difícil la identificación
del portador.
Las gemas estaban con frecuencia grabadas con letras griegas alrededor del
diseño central. Esas letras representaban palabras mágicas, o el nombre de Dios. Las
piedras más comúnmente usadas eran la cornalina, el cristal, el heliotropo
12

(calcedonia) y la matriz de esmeralda. A los Padres de la Iglesia no les importó


destruír valiosa propiedad, de manera que los anillos fueron salvados y también
algunas otras gemas inscritas que contenían rezos o fragmentos de filosofía y magia
gnóstica. Los abraxoides, piedras que llevan la figura de Abraxas, son sumamente
raros. Hay pequeñas colecciones de esas gemas en la Bibliothèque Nationale en
París y en la Biblioteca del Vaticano en Roma. Los tallados gnósticos datan de los
siglos I, II y III de la Era cristiana. Los abraxoides se originaron en el Norte de
Egipto, y la sede más fuerte de la Gnosis egipcia fue la biblioteca de la ciudad de
Alejandría.
Los gnósticos eran sólo uno de diversos grupos que intentaron reconciliar
doctrinas paganas y cristianas durante los cinco primeros siglos. Esos grupos
insistieron en que no había nada esencialmente nuevo en la dispensación cristiana.
La religión siria era simplemente una reforma de instituciones ya largamente
existentes, una nueva interpretación de doctrinas santificadas por la veneración de
incontables naciones y pueblos del pasado. De hecho, incluso los propios cristianos
no comprendieron que ellos eran los guardianes de una revelación única hasta que el
creciente poder de la Iglesia forzó esa conclusión sobre ellos.
Al principio de este artículo hablamos del asunto de las emanaciones por las
cuales los opuestos irreconciliables parecen mezclarse en las distancias medias entre
los extremos. El propio culto gnóstico representaba un esfuerzo para alcanzar esa
condición de moderación buscando elementos cristianos en la filosofía pagana y
elementos paganos en la filosofía cristiana. Los gnósticos procuraron vincular la dos
grandes dispensaciones de su tiempo en un grupo unificado dedicado a la
perpetuación y diseminación de la sabiduría espiritual. El gnosticismo era una zona
templada entre el frígido paganismo y el tórrido iglesismo (churchianity). Pero en
aquel tiempo particular, ni los paganos ni los cristianos pretendían la moderación.
Las dos grandes instituciones comprendieron que ellas estaban comprometidas en
una batalla a muerte. El cristianismo fue ciertamente el agresor, y hay muy poca
evidencia de que el paganismo fuera esencialmente intolerante. Después de todo,
había cien instituciones paganas de cultura espiritual e intelectual. Éstas no estaban
necesariamente en un acuerdo mutuo, pero ellas habían convivido en una paz
relativa durante miles de años.
Los romanos resumieron la situación bastante bien: el ciudadano puede
adorar en cualquier santuario o templo que complaciera su fantasía. Él puede aceptar
los cultos de Egipto, favorecer la religión de los magos de Persia, o rendir homenaje
a las divinidades griegas. Él puede adorar en todos los templos o en ninguno, pero
sin tener en cuenta las definiciones de su fe, él debe pagar sus impuestos.
Los tallados gnósticos que llevan la forma de Abraxas son llamados
diversamente abraxoides, gemas abraxaster y gemas abraxas. Según el doctor J.
Bellermann, los gnósticos egipcios de los tres primeros siglos tuvieron en alta estima
la figura de Abraxas. Ellos solían simbolizar tanto al profesor como a la enseñanza,
como el sujeto y el objeto de sus trascendentales investigaciones y especulaciones
místicas. Los sellos eran señales y símbolos de contraseña entre los iniciados de la
13

fraternidad por medio de los cuales ellos se reconocían unos a otros y conseguían la
admisión a sus asambleas. El abraxoide era también un amuleto contra el mal, y un
talismán de poder. Posteriormente sirvió para el objetivo práctico de un sello que
podía ser adjuntado a documentos.
La mayor parte de los abraxoides están toscamente esculpidos. Los cortes
parecen consistir en una variedad de muescas que eran hechas con una rueda
pequeña y gruesa. Los materiales eran seleccionados por sus propiedades mágicas, e
incluían jaspe, calcedonia, hematita fibrosa y otras sustancias de poco valor. Finos
abraxoides en cristal se originaron fuera de la secta misma, y fueron usados por
astrólogos y magos. Muchas gemas gnósticas llevan figuras de divinidades griegas o
egipcias e inscripciones mágicas. La forma que lleva sólo la deidad con cabeza de
gallo es la más rara, y sólo se conocen unos pocos ejemplares que están en
colecciones privadas.
Quizás los paganos eran moderados con una leve tendencia hacia la frialdad.
Sus religiones eran científicas, filosóficas y estéticas. Ellos hablaban de Dios de
manera razonada más bien que de un modo impulsivo, y abordaban el problema de
la vida como un asunto serio a ser abordado de modo científico.
Está también el muy discutido asunto de la moral pagana. En la larga
perspectiva de las épocas parece haber muy poca diferencia esencial entre la
delincuencia antigua y la moderna. Los antiguos griegos y romanos y sus primos
egipcios y caldeos eran respetuosos en sus declaraciones y algo inadecuados en la
aplicación personal de sus impersonales declaraciones condenatorias. Como lo
expresó un escritor, "Es un poco difícil distinguir claramente entre el vicio cristiano
y el pagano. Todos los hombres, en todos los tiempos, bajo todas las condiciones, y
en todos los lugares, han encontrado difícil ser virtuoso en presencia de una intensa
tentación".
Se ha sugerido que el cristianismo fue una aparición espontánea de nobleza
personal, una poderosa repugnancia contra la indescriptible y completamente
detestable corrupción privada y pública del mundo pagano. Me parece que hay un
indicio de prejuicio en esa perspectiva. Mientras la Iglesia temprana estaba
reuniendo su fuerza para grandes trabajos, el paganismo también estaba produciendo
ejemplos de nobleza de pensamiento y excelencia de carácter igual a cualquier cosa
que los cristianos pudieran desarrollar por vía de comparación.
Durante el período entre 500 a.C. y 500 d.C. la civilización recibió su
inestimable herencia de fundaciones religiosas, doctrinas filosóficas, instituciones
científicas, monumentos artísticos y literarios, y sus duraderos códigos de leyes,
estatutos y regulaciones de la conducta humana. Desde la medicina a la astronomía,
de la arquitectura a la poesía, de la agricultura a la ética, los talentos y las
capacidades humanas estaban siendo sabiamente dirigidos hacia lo que Lord Bacon
describe como "fines razonables". Durante ese período se desplegó el concepto
moderno de democracia, el sufragio universal fue apoyado por el Imperio romano, y
fue decretada la legitimidad universal. Una dama romana del siglo II tenía un mayor
status legal que una mujer moderna que viviera en el Estado de Nueva York en el
14

siglo XIX o a principios del XX. Los políticos siempre han sido un grupo sórdido,
pero la ley romana era esencialmente sensata y era hecha cumplir con un grado
razonable de eficacia.
La mayor parte del progreso alcanzado en los mil años ya mencionados fue
llevada a cabo por hombres y mujeres paganos. Hipócrates, el padre de la medicina,
era un pagano. También lo era Ptolomeo, el padre de la geografía. La tabla de
multiplicación nos fue dada por un pagano, y el primer himno cristiano era música
pagana con nuevas palabras. En los cuatro siglos que precedieron directamente a la
Era cristiana el mundo pagano produjo casi seiscientos líderes inmortales del
pensamiento humano, de la industria humana y del logro humano. Sin esos hombres
la civilización moderna no existiría. ¿Cuántos líderes excepcionales de capacidad
igual o aproximada fueron producidos en los cuatro primeros siglos de una
civilización del Mediterráneo dominada por los cristianos? Dejamos al lector que
pondere esta cuestión y descubra, si puede, alguna serie tal de intelecto fuera de un
círculo de polemistas teológicos cuyas contribuciones fueron completamente
estériles.
Es un poco difícil imaginar que hombres del calibre de Platón, Euclides,
Hipócrates, Cicerón, Séneca y Marco Aurelio, pudieran haber sido productos de una
condición religiosa o moral tan corrupta como los Padres Cristianos quisieran que
nosotros creyéramos. Si lo semejante engendra lo semejante, la grandeza debe surgir
de la grandeza. La sabiduría del individuo revela la sabiduría esencial de su tiempo y
lugar. Los contemporáneos de Catón el Mayor pueden no haber compartido todos la
magnitud de su mente, pero los materiales necesarios para crear aquella grandeza
deben haber estado disponibles y fácilmente accesibles para aquellos que estaban
por naturaleza inclinados a la grandeza. Incluso en nuestros propios tiempos todos
los hombres no aprovechan las oportunidades intelectuales y espirituales que la
civilización ofrece, pero sería descortés e injusto negar la existencia de la verdad y
la sabiduría.
No tenemos ninguna intención de desacreditar los principios esenciales de la
dispensación cristiana, pero estamos inclinados a estar de acuerdo con Mahoma en
cuanto a que los Padres de la Iglesia anteriores al Concilio de Nicea (325 d.C.)
trabajaron sistemáticamente para organizar un sistema teológico tan estrecho y lleno
de intolerancia, que el propio Jesús no podría haber sido un miembro de su propia
Iglesia. Si Jesús hubiera nacido otra vez en 350 d.C. él habría sido llamado un hereje
y probablemente crucificado una segunda vez por simplemente repetir las palabras
atribuídas a él en los Evangelios. Muchos paganos cultos consideraban las
enseñanzas de Jesús con la más alta veneración. Ellos vieron en él a uno de su
propia clase, un hombre noble y heroico que había dedicado su vida a la
reafirmación de nobles principios y verdades que son indispensables para la
perfección del carácter humano. Muy pocos paganos atacaron alguna vez las
enseñanzas de Jesús, pero ellos realmente se opusieron a la organización de aquellas
enseñanzas en una secta obviamente dedicada a la anarquía política. Desde el
principio, la Iglesia cristiana se resolvió a derrocar el mundo pagano y a establecerse
15

como el autócrata espiritual y temporal de la civilización. Eso llevó a los dos


sistemas a un callejón sin salida. La lucha ya no era por la supervivencia sino por la
dominación completa y exclusiva.
Grupos como los gnósticos intentaron la solución por medio de la
reconciliación. Había espacio en el mundo para más de una religión, y las
instituciones espirituales que profesan objetivos idénticos deberían ser capaces de
cooperar sin una segunda intención. Las instituciones paganas y cristianas deberían
reconocer su mutua interdependencia y sacar inspiración unas de otras.
Las controversias intelectuales tienen poco efecto sobre los procesos
naturales de la vida. Es imposible concebir un roble cristiano o pagano, o una puesta
de Sol pagana o cristiana. Hombres de todas las religiones nacen, viven sus vidas,
útiles o inútiles según su temperamento, y habiendo cumplido su duración, se
marchan del teatro de este mundo a pesar de su creencia o incredulidad.
El jardín de los agricultores paganos florece con el cuidado apropiado, y el
jardín del agricultor cristiano también es verde si él usa la misma industria. Ambos
jardines decaen por el abandono. La lluvia cae sobre justos e injustos, y la creencia o
la incredulidad no añaden nada a la estatura del hombre o al contenido de sus
graneros. El dolor de estómago cristiano es tan doloroso como la dispepsia pagana, y
los rezos de los infieles son contestados o quedan sin contestar exactamente lo
mismo que las oraciones del intolerante más ortodoxo. ¿Por qué entonces
deberíamos preocuparnos tanto por lo que creemos? La riqueza para nosotros
mismos está en el hecho de que creemos.
Nuestra aceptación personal es la realidad de algo supremo y hermoso, noble
y sabio. Eso es necesario para nuestra seguridad personal. El budista encuentra la
paz en los lugares sagrados de su fe, el shintoísta es tranquilizado interiormente por
una peregrinación a una montaña sagrada, el derviche encuentra a Dios por medio de
bailes y canciones. Cada uno a su propio modo disfruta del beneficio del consuelo
espiritual. No hay ninguna prueba en la Naturaleza en cuanto a cuál fe tiene la
preferencia. Las controversias religiosas son peculiares del equipamiento intelectual
humano. Los animales no tienen ningún interés en la teología pero obedecen las
leyes de su especie, sacando su instrucción de la experiencia.
La religión es necesaria al hombre, pero las teologías competitivas no son ni
necesarias ni deseables. El prejuicio religioso, la intolerancia religiosa y el fanatismo
religioso son psicosis. Ellos son obsesiones irracionales, que desequilibran a la razón
y que, de no ser corregidas, pueden conducir a la enfermedad mental incurable.
Hay mucha diferencia entre un sistema filosófico y un sistema teológico. La
mayor parte de los filósofos están por naturaleza capacitados para el pensamiento
abstracto. Su preocupación primaria es descubrir cómo funciona el plan universal
mediante el simbolismo de la creación. Ellos no tienen ningún deseo de sellar ese
plan con el sello de cualquier credo, sino que mediante su contemplación ellos
descubren la grandeza del mundo. Esa grandeza se convierte en el código espiritual
de ellos. Ellos están satisfechos con aceptar el principio universal moviéndose según
16

una ley absoluta e inalterable. Su definición de la virtud es alcanzada por medio de


la observación del funcionamiento de la ley sobre las sustancias de la Naturaleza.
Los filósofos pueden diferir entre sí, pero sus diferencias no les impiden
mezclarse como seres humanos unidos por un reconocimiento común de su
insuficiencia mental y un redentor sentido del humor. Sus actitudes pueden ser
valoradas por la acomodación de sus exigencias; como dice una expresión familiar,
"Desapruebo lo que dices, pero defenderé a muerte tu derecho a decirlo".
Los sistemas teológicos son especialmente deficientes en sentido del humor.
De hecho, en la mayoría de ellos la misma felicidad es una forma moderada de
herejía. Las religiones se acercan a las maravillas de la Creación de manera
emocional más bien que mentalmente. En vez de aceptar el mundo tal como es, el
teólogo siempre está tratando de decribir el mundo en términos de lo que a él le
parece que el mundo debería ser. Los filósofos y los científicos trabajan para llegar a
conclusiones, pero la mayoría de los líderes religiosos trabajan a partir de
conclusiones. Probablemente la dificultad es que las emociones son sumamente
personales. Los reflejos emocionales provienen de nuestras propias reacciones ante
las cosas que nos han ocurrido. Nuestras experiencias personales se convierten en la
vara de medir de acuerdo a la cual intentamos adaptar los principios universales. Si
hemos sufrido, el sufrimiento es el plan universal. Si hemos sido injustamente
tratados, no hay ninguna justicia en el mundo. Al invertir los poderes divinos con
personalidades como la nuestra, creamos un panteón de divinidades nerviosas,
excitables, erráticas, inconsecuentes, incómodas, frustradas, neuróticas e inhibidas
que dirigen el mundo con la misma carencia de capacidad que aquella con la cual
administramos nuestros propios asuntos.
El filósofo Pitágoras definió a la Deidad como un ser infinito cuya alma
estaba formada de la sustancia de la verdad y cuyo cuerpo estaba formado de la
sustancia de la luz. Tal definición surge de una contemplación profunda y afable de
lo hermoso y de lo bueno.
Qué diferente es esta concepción de la Deidad, que es bastante grande para
sostener toda vida de manera impersonal e imparcial, del concepto de Dios de la
teología. Un teólogo brillante declaró que la Tierra estaba dividida en treinta partes.
Las razas y las naciones que habitan veintisiete de esas partes estaban condenadas a
la perdición eterna porque ellas no pertenecían a su Iglesia. Tal declaración es tan
obviamente irrazonable que tiene poco favor en nuestros tiempos más liberales.
Los conceptos de Dios en la teología han sido considerablemente examinados
en el siglo pasado, pero diversas absurdas ideas falsas todavía persisten que
mortifican al ciudadano privado y frustran el programa de unas Naciones Unidas. Si
bien la mayoría de los modernos están inclinados a permitir que las diversas razas
adoren como les plazca, esa emoción proviene de la indiferencia más bien que de un
liberalismo iluminado. No hemos alcanzado todavía el grado de madurez por la cual
podemos percibir como un hecho que los sistemas religiosos son esfuerzos
simplemente humanos para interpretar un misterio divino. Es el misterio y no la
interpretación el que es real. Si somos un pueblo normal, sano y floreciente, nuestras
17

interpretaciones deben y deberían crecer y cambiar. Nosotros no somos herejes


porque cambiemos de opinión. No somos infieles a Dios porque hayamos desechado
viejas formas de creencias. El objetivo de la religión es el conocimiento interno del
poder divino.
Ese conocimiento trae consigo una mayor medida de veneración y amor y un
firme deseo de vivir de acuerdo a la belleza del plan divino. Los nombres y las
sectas y los credos son importantes sólo mientras la naturaleza de la verdad misma
no sea alcanzada. Cuando entendemos el principio, nos hacemos tolerantes de
aquella variedad de formas que los hombres han construído en nombre del Sin
Nombre.
Los gnósticos procuraron encontrar la tradición esotérica de las escuelas de
misterio en la revelación cristiana. Ellos contaron la historia, la amplificaron,
enriquecieron sus emblemas y figuras y aceptaron al Cristo cristiano como una
forma del Eterno Héroe del Mundo. Para ellos Cristo era Dionisio, Osiris, Adonis, e
incluso Buda. Siendo una secta filosófica, ellos buscaban los universales de la nueva
fe.
Ellos no tenían ningún interés en un sistema eclesiástico, ya que
comprendieron que ningún hombre puede ser salvado haciéndose adicto a una
teología. El valor está en la experiencia del alma. Si el cristianismo pudiera otorgar
una nueva dimensión a la convicción interna de la realidad, entonces sería
importante. Esa importancia mereció el respeto y la admiración de todos los
hombres reflexivos y sinceros. La nueva secta era valiosa por aquellas cosas en ella
que eran eternas. Como innovación, carecía de valor. Ella debe justificar su
existencia demostrando que participa de la tradición esotérica de las épocas.
Todas las escuelas filosóficas hicieron uso del simbolismo de un Sóter o
sumo sacerdote del misterio interior de la salvación. Era evidente que en la secta
cristiana Cristo era ese sóter. Se trataba de una creencia filosófica de que el universo
fue creado por la sabiduría de Dios. Esa sabiduría fue revelada mediante el
magnífico marco de leyes que mantienen el orden del cosmos.
En el sistema gnóstico, la sabiduría era el segundo Logos que surgió de la
voluntad eterna que es el primer Logos. La voluntad emana la sabiduría, y la
sabiduría, por su parte, engendra la acción del principio activo. La acción es el tercer
Logos llamado el Espíritu Santo (Holy Ghost), representado por una paloma
batiendo el aire con sus alas.
La palabra Ghost proviene de Geist, y en su forma original el término
significaba un aliento o movimiento del aire. Nuestra palabra Gust [= fuerte
corriente de aire], aplicada a una agitación de la atmósfera, viene de la misma raíz.
El Holy Ghost o Espíritu Santo es el motor de la sustancia de la creación material.
Así, tenemos una trinidad básica de voluntad, sabiduría y actividad.
En la filosofía gnóstica un énfasis especial es puesto sobre el principio de la
sabiduría, que es considerada como el Salvador Universal y el mediador entre causa
y efecto. La naturaleza de la sabiduría misma es un profundo misterio que implica
mucho más que nuestra actual definición de la palabra. El principio de la sabiduría
18

es un compuesto que consiste en dos cualidades unidas por una simpatía interna. Es
la primera extensión de la unidad hacia la diversidad, y al mismo tiempo es el grado
menor de aquella diversidad.
Es un error considerar la sabiduría, en términos de la Gnosis, como originada
del intelecto o en sí mismo intelectual. La sabiduría no es del orden del
pensamiento; es del orden del saber. El conocimiento es posible sólo mediante el
establecimiento de una intensa simpatía entre el sujeto que conoce y la cosa
conocida. El sujeto y el objeto deben estar ligados en un compuesto íntimo por una
conciencia con experiencia. La sabiduría, por lo tanto, es una especie de unidad
artificial hecha posible por el poder de la voluntad. Al igual que la piedra filosofal
descrita por los alquimistas como un diamante artificial, la sabiduría es una
sustancia esencial sintética perfeccionada por el arte. El aspecto de conocimiento de
la sabiduría es la filosofía; es el poder de percibir la naturaleza divina, la voluntad
divina, y el propósito divino en todas las estructuras, sustancias y procesos de la
Naturaleza. La verdadera filosofía es una experiencia de conciencia para el
descubrimiento de la verdad.
El aspecto de amor a la sabiduría, la Sophia de la Gnosis, es la religión o fe
natural. La sabiduría es experimentada como un impacto emocional. Las realidades
universales son sentidas y estimadas en términos de sentimientos que ellas estimulan
dentro de la personalidad. El poder introspectivo del amor a la sabiduría, si es
ejercido como el instrumento para alcanzar el estado de conocimiento, da origen a la
experiencia perfecta de Dios y la Naturaleza.
Como es habitual con los grupos filosóficos, los gnósticos eran
individualistas y opuestos a cualquier programa intenso de organización. La secta
estaba compuesta por numerosos pequeños grupos cada uno dominado por uno o
varios intelectuales con fuertes convicciones personales. El gnosticismo está
formado por muchas escuelas encerradas dentro de un vago programa de integración
con pocas restricciones sobre las convicciones y gustos de los miembros. Los
círculos de pensamiento gnóstico aparecieron en la mayor parte de los países que
lindan con el Mediterráneo. Cada uno de esos círculos contribuyó con ideas
originales al patrón más grande del pensamiento gnóstico. Esos grupos de
pensadores originales estaban bajo la influencia de los sistemas religiosos y
filosóficos que florecieron en sus ambientes. La Gnosis era un objetivo más bien que
un culto. Se buscaba a sí mismo en todas las estructuras de ideas que parecían
extrañas o diferentes.
Por falta de organización los gnósticos no presentaron ningún frente unido, y
carecieron de la maquinaria para reunir sus fuerzas contra cualquier enemigo común.
En ese tiempo la creciente Iglesia cristiana era el enemigo de todos los movimientos
paganos. Ella tenía la ventaja de reconocer la importancia —desde un punto de vista
temporal al menos— de construír un sólido mecanismo interno. Las comunidades
aisladas fueron reunidas bajo una autoridad eclesiástica unificada. A consecuencia
de ese programa premeditado, la Iglesia estuvo en condiciones de imponer su
19

voluntad, por la fuerza si era necesario, sobre las dispersas y desorganizadas


escuelas paganas.
El gnosticismo se difundió mediante un proceso de crecimiento libre. Se
desarrolló como una planta, extendiéndose según el impulso y sin conceptos
dogmáticos. Era, por lo tanto, extremadamente liberal y, por constitución, no
militante. Sufrió de las incertidumbres connaturales al liberalismo extremo.
Los gnósticos han sido considerados responsables del rápido desarrollo de la
autoridad temporal de la Iglesia cristiana. Los Padres de la Iglesia anteriores al
Concilio de Nicea unieron sus recursos para acabar con el Gnosticismo. Si ellos
hubieran fallado, la Iglesia habría cesado en lo que a autoridad política se refiere.
Los primeros obispos aprendieron la importante lección de que una religión debe ser
organizada si desea sobrevivir como una institución temporal. Ellos aprendieron sus
lecciones tan bien que la organización ha sido una consideración primaria desde
aquel tiempo hasta el día presente.
Podría razonablemente preguntarse si la Iglesia tuvo alguna verdadera
justificación para su programa de exterminar a los gnósticos. Desde un amplio punto
de vista impersonal, la acción de los Padres de la Iglesia no puede ser justificada,
pero de acuerdo a sus propias convicciones y creencias, sus acciones son
completamente comprensibles. Los gnósticos aceptaron los conceptos cristianos de
Cristo en su propio sistema, e interpretaron el misterio cristiano por medio de su
elaborado sistema de mitología heterodoxa. Su cristología tomó el esplendor de las
leyendas asiáticas y estuvo involucrada en una elaborada imaginación metafísica. A
los Padres de la Iglesia les pareció que los filósofos paganos literalmente les habían
robado su propia posesión más inestimable, el concepto de Cristo. Peor que eso, si
algo pudiera ser peor, su Cristo estaba siendo interpretado para ser usado contra la
misma Iglesia que fue creada para llevar adelante la causa de él. Tal situación era
intolerable y requería medidas heroicas.
Los gnósticos posteriormente avergonzaron a la comunidad cristiana al
rechazar la mayor parte del Antiguo Testamento, al cuestionar la inspiración de los
Apóstoles, al negar la infalibilidad del clero, y seleccionando sólo a Pablo como una
autoridad confiable. Esos críticos tuvieron la descarada audacia de seleccionar a su
gusto desde el almacén del saber cristiano. Todo lo que ellos aceptaron perdió
inmediatamente su apariencia cristiana ortodoxa, reduciendo a la Iglesia —así les
pareció a ellos— a una secta menor entre los paganos.
Los devotos del cristianismo se indignaron y olvidaron sus propias
perdurables diferencias para enfrentar ese desafío con cada medio disponible.
Numéricamente abrumados y desorganizados, los gnósticos gradualmente se
desvanecieron de la vista para sobrevivir sólo como elementos en posteriores
sistemas de pensamiento. No es fácil valorar las verdaderas proporciones de una
filosofía que sobrevive principalmente en los escritos de sus opositores. Podemos
estar seguros de que ningún esfuerzo fue hecho para presentar al Gnosticismo de
manera atractiva en los escritos de los Padres de la Iglesia. Además, los gnósticos
perdieron la confianza de los historiadores paganos porque ellos incorporaron ciertos
20

elementos del simbolismo cristiano en su propio sistema. Ellos fueron atacados


fieramente por los platónicos griegos y egipcios, y quedaron sin ningún apologista
informado. Incluso los fragmentos que han llegado hasta este tiempo han sido
corrompidos en alguna medida por editores y traductores con antipatía hacia el
Gnosticismo.
Ningún delineamiento del Gnosticismo estaría completo sin una
consideración de Marción y las Iglesias marcionitas. Marción, que vivió en el siglo
II d.C., se cree que fue un rico propietario de barcos de Sinope, que se convirtió
desde el Paganismo y llegó a ser un influyente líder en la temprana Iglesia cristiana.
Él viajó bastante y llegó a Roma aproximadamente en 140 d.C. Él era un pensador
original e intentó instituír lo que él consideraba como reformas esenciales en la
teología cristiana. Aunque él contribuyó generosamente a los fondos de la Iglesia,
sus ideas fueron rechazadas con tal firmeza e intolerancia —como él la consideraba
— que él derivó hacia el Gnosticismo sirio. Nunca desfalleció su determinación de
reconvertir a la Iglesia cristiana a lo que él creía que era el evangelio puro, y llegó
tan lejos como a crear una Iglesia propia que durante un tiempo amenazó la
supervivencia de la Comunión romana. Marción fue uno de los primeros que
reconocieron la inconsistencia básica que existe entre las enseñanzas del Viejo y del
Nuevo Testamento.
Él criticó a los Padres por imponer las disposiciones mosaicas por sobre las
enseñanzas morales y éticas del ministerio mesiánico. Si ambos libros —el Viejo y
el Nuevo Testamento— tuvieran una santidad igual o incluso aproximada, sólo
podría haber una respuesta, y ésa era que había dos dioses. Al dios del Antiguo
Testamento Marción lo llamó el Dios justo, y a la persona divina del Nuevo
Testamento él la llamó el Dios bueno. El Dios justo era un dios de ira y venganza
que se sienta para juzgar sobre el mundo. Ese dios exigía ojo por ojo y diente por
diente, y sólo la obediencia ciega, incondicional y completa de parte de su creación
satisfacía a ese autócrata universal.
El Dios bueno, que era superior al Dios justo y que moraba más allá de la
esfera del justo castigo, era un dios de amor y benevolencia. Él exigía de sus
criaturas mansedumbre de espíritu, amistad, hermandad y el perdón de los pecados.
Fue ese Dios bueno el que era el Padre de Jesucristo. De hecho, Cristo fue
considerado como una encarnación o manifestación del amor y sabiduría infinitos
del Dios bueno. Él había venido a este mundo para liberar dichas cualidades del
despotismo de la ley inflexible y establecerlas en un ámbito de gracia.
En las doctrinas de Marción el apóstol Pablo era considerado como el único
seguidor inmediato de Cristo que había experimentado el misterio de los dos Dioses.
El evidente misticismo de las opiniones de Pablo encajaba admirablemente en ese
patrón gnóstico. Lamentablemente, la doctrina de Marción presentaba dificultades
que colapsaron cuando fueron analizadas por los instrumentos de la filosofía. Era
difícil racionalizar un plan universal administrado por dos dioses motivados por
objetivos contrarios. El alma humana, por ejemplo, fue creada por el Dios justo, y el
espíritu humano fue redimido por el Dios bueno. Eso presentaba numerosas
21

complicaciones. Requería que el hombre alcanzara un fin contrario a los propósitos


para los cuales él fue creado e incongruente con su esfera de vida y experiencia.
También presentaba un conflicto extraordinario en el delicado asunto de la
redención.
Si suponemos que aquellos que aceptaron la doctrina de Marción llegaron al
final a la unión con el Dios bueno, ¿cuál fue el destino de los objetores y disidentes e
incrédulos? Si un hombre virtuoso elegía permanecer fiel al Dios justo, ¿cuál era su
estado último o recompensa?. ¿Presidía cada una de las deidades un Elíseo y
recompensaba a sus creyentes? De ser así, había dos cielos. Tal argumentación en sí
misma era doctrinalmente absurda. Es imposible construír una fe que gane alguna
fuerza numérica sin suponer que el incrédulo está destinado a una calamidad final.
Las Iglesias marcionitas creían en su mayor parte que aquellos que seguían al Dios
justo no encontraban ningún favor siquiera a los ojos de su Divinidad seleccionada,
la cual los recompensaba por su lealtad sólo con la perdición. Se acostumbra culpar
a Marción por haber promulgado una teología fantástica, pero, con toda verdad, la
falta no es de él sino de los primeros Padres de la Iglesia. El error de él consistió en
que tomó los escritos de ellos de dos caras y llegó a la única conclusión posible: que
los dos Testamentos eran diferentes e incongruentes, y que cada uno enseñaba un
concepto diferente de Dios. Si ambos fueran inspirados e infalibles, entonces debe
haber dos Dioses.
Las contradicciones todavía existen, pero la teología las ha ocultado, y el
creyente moderno no ha hecho ningún esfuerzo para examinar imparcialmente la
sustancia de ese conflicto. El Dios que endureció el corazón del Faraón es todavía
difícil de reconciliar con el Dios de amor descrito en las Epístolas paulinas. El
propio Marción parece haber sido un hombre bueno y amable, sinceramente deseoso
de sacar la doctrina de venganza de la dispensación cristiana. Sus comunidades
atrajeron a muchas almas suaves y amables, y cuando el tiempo avanzó, ellas
procuraron reparar la brecha en la naturaleza divina. Al final los marcionitas
redujeron al Dios justo a un estado secundario, haciéndolo un sirviente y un
instrumento del principio del bien. Es importante señalar que la inscripción más
temprana encontrada en un lugar de adoración cristiana (320 d.C.) estaba sobre la
entrada de un lugar de encuentro marcionita.
Los gnósticos continuaron influyendo durante un tiempo en el pensamiento
cristiano en gran parte por medio de los seguidores de Marción. Los rastros de la
secta deben ser encontrados tan posteriormente como el siglo X d.C. y las preguntas
que Marción consideró fueron revividas en los años de la Reforma Protestante.
Incluso hoy los principios de justicia y misericordia están por lo general en
conflicto, en la práctica y también en la teoría.
El principal texto superviviente de los gnósticos antes del descubrimiento de
los Códices de Nag Hammadi era la Pistis Sophia, que ha sido adjudicada,
probablemente sin mucha justificación, a Valentino, quien también vivió en el siglo
II. Al igual que Marción, él finalmente se separó de la Iglesia cristiana. Ciertamente
la Pistis Sophia presenta el sistema de Valentino y debería ser atribuída al
22

Gnosticismo Valentiniano. El manuscrito copto de la Pistis Sophia, conocido como


el Códice Askew, está en el Museo Británico y ha sido atribuído al siglo IV d.C. Es
posible, sin embargo, que sea algo posterior. Que el actual manuscrito presenta un
importante material de comentario acerca de la temprana creencia cristiana, no
puede ser puesto en duda.
Existe también la considerable probabilidad de que aquel manuscrito
conserve leyendas e informes que circularon ampliamente durante los siglos IV y V.
El texto indicaría que un avanzado grado de especulación metafísica se desarrolló en
las comunidades cristianas. Una parte considerable del manuscrito tiene que ver con
la instrucción esotérica dada a María Magdalena por el propio Jesús.
El gnosticismo es un poderoso vínculo entre el elaborado sistema filosófico
de Asia y el misticismo de Siria y Egipto. Como tal, ofrece una enorme cantidad de
material a los estudiosos de religiones comparadas y filosofía esotérica. También
suministra muchos elementos que están ausentes en la historia cristiana, e implica la
existencia de una bien formulada tradición esotérica bajo la superficie de la
temprana teología cristiana.

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