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superior?. ¿Tiene alguno de ellos necesidad del otro?. ¿Es la acción de espíritu sobre
la materia una especie de incidente o accidente cósmico, y puede la materia
modificar el espíritu? Los escolásticos lucharon con estas cuestiones durante siglos,
y los resultados, aunque estimulantes para las facultades intelectuales, estuvieron
lejos de solucionar cualquier problema práctico.
Platón creía que la materia era una extensión del espíritu, aquella parte del
ser universal más remota de la cualidad espiritual. Él usó la analogía de la luz y la
oscuridad. La luz es un principio, pero la oscuridad no lo es: es simplemente la
ausencia de luz. Los aristotélicos, para no ser derrotados, sugirieron la posibilidad de
que la oscuridad podría ser un principio y que la luz podría igualmente bien ser
considerada como la ausencia de oscuridad. La luz era incidental, la oscuridad era
inevitable. La luz podría disipar temporalmente la oscuridad, pero toda luz debe
declinar en último término, y en el fracaso de la luz era revelada la eternidad de la
oscuridad.
El vital elemento de la precedencia también estaba implicado. ¿Precedió la
luz a la oscuridad o precedió la oscuridad a la luz? Aquello que precede debe incluír
inevitablemente a aquello que viene después. ¿Contuvo la oscuridad el potencial de
la luz, o contenía la luz el potencial de la oscuridad? La mayoría de los sistemas
deducen que la oscuridad precedió a la luz y es por lo tanto más antigua, más
universal y más real. Los soles son focos de luz establecidos en la oscuridad, pero en
cantidad, la oscuridad siempre excede a la luz porque ésta siempre está rodeada por
un área inconmensurable compuesta por la ausencia de luz.
La ausencia, entonces, ¿es mayor que la presencia? La presencia siempre
existe en un campo que consiste en la ausencia de sí mismo. Una condición no es
definible sin la otra. Ellas son co-eternas y co-dependientes, con la ausencia siempre
en un grado mucho mayor que la presencia. Es como el problema de la comida y el
apetito. El hambre es la ausencia de alimento. El alimento es la solución al hambre.
La comida es real y definible. El hambre no tiene dimensión ni apariencia. ¿Cuál,
entonces, es la realidad? La comida quitará el hambre, pero sólo por el momento. No
importa cuánta comida pueda haber, el hambre permanece, y es necesario perder
sólo unas pocas comidas para revelar su presencia eterna. Si la luz es el alimento y
la oscuridad es el hambre, ¿cuál es la más real? La comida es una solución
provisional a un problema eterno. Todo esto es muy desorientador.
Si la oscuridad es equivalente al espacio, entonces la luz puede ser
equivalente al tiempo. Esto otra vez presenta una variedad de complicaciones.
¿Puede el tiempo existir sin su equivalente espacial, la eternidad?; ¿es la eternidad el
vacío de tiempo o la plenitud de tiempo?; ¿es todo esto o nada? Si todo es tiempo,
entonces la eternidad o el espacio son superiores al tiempo. Si la eternidad es
privación de tiempo, entonces el tiempo es la realidad y la eternidad es simplemente
una ilusión de la mente. Hay una ilusión aquí en alguna parte, pero cuál de esas
abstracciones es la más fuerte depende de a cuál escuela usted pertenezca.
El temprano concepto cristiano de Dios complicó posteriormente el ya
confuso cuadro. La mayoría de los sistemas paganos de filosofía religiosa concibió
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el poder espiritual supremo como idéntico con la sustancia y naturaleza del espacio.
Así, la dimensión espacial fue considerada como la plenitud completa. Según
nuestras percepciones físicas el espacio es el vacío, correctamente descrito como la
nada.
Para los paganos esta nada [nothing] era simplemente ninguna cosa [no
thing]. No era el vacío sino la abstracción de las formas. Era la vida universal
incondicionada, inmanifestada, indiferenciada y, por su propio estado esencial,
indefinible.
La temprana Iglesia cristiana consideraba a la Deidad como fuera del plan de
creación. Dios era una persona, separada del mundo, al cual él había formado. Esa
divinidad gobernaba el universo desde algún trono extra-universal. Dios ejercía el
despotismo sobre la materia, moldeándola en una variedad de formas. Cada una de
esas formas había sido dotada de alma por un inmaterial principio de vida, que
descendía a ella desde la naturaleza de la Deidad. Así, para los paganos Dios era un
poder que surgía por medio de los procesos de generaciones espirituales y
materiales. Pero para los cristianos él era una fuerza separada y ajena, que
controlaba los procesos creacionales mediante una tiranía absoluta de la voluntad
divina.
Los gnósticos estaban entre los grupos paganos en la medida en que creían
que el universo era el cuerpo de Dios por medio del cual el poder espiritual se
manifestaba como un constante impulso para el despliegue y el crecimiento. Al
mismo tiempo, los gnósticos intentaron una explicación de la filosofía mística
cristiana de acuerdo a una tradición básicamente pagana. De esa manera, el culto
gnóstico consiguió ofender tanto a los paganos como a los cristianos. Cada uno
sentía que su punto de vista estaba comprometido.
El Gnosticismo fue la gran herejía del período anterior al concilio de Nicea en
la historia de la Iglesia. Los padres del cristianismo primitivo, habiéndose elegido a
sí mismos como los únicos guardianes de la salvación, ejercieron esa prerrogativa
para acabar con todos los rastros del cristianismo como un código filosófico. Ellos
se resintieron particularmente de los gnósticos porque esos pensadores
esencialmente paganos insistían en indicar las fuentes y elementos no cristianos que
habían contribuído al ascenso de la secta cristiana. Los primeros obispos, santos y
mártires, como Ireneo, Hipólito, Epifanio, Tertuliano y Teodoreto, dividieron sus
actividades entre las tareas algo diversificadas de predicar el amor fraternal, y un
evangelio de caridad y piedad, por una parte, mientras por otra formulaban ataques
crueles y calumniosos contra los miembros de todos los credos discrepantes.
Ningún piadoso Padre antes del concilio de Nicea había mostrado su celo ni,
a propósito, su intolerancia, sino hasta que hubo preparado un elaborado tratado
contra las herejías, y lanzado una santificada piedra contra algún heresiarca.
Todos los buenos hombres de Iglesia procuraron demostrar que los paganos
en general, y los gnósticos en particular, eran promulgadores de doctrinas odiosas y
engañadoras. Se insinuó, y en algunos casos realmente se afirmó, que un espíritu
perverso (el fatídico viejo Diablo) había criado profesores de doctrinas falsas en un
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—Ialdabaoth (Saturno)
—Iao (Júpiter)
—Sabaoth (Marte)
—Adonaios (el Sol)
—Astaphaios (Venus)
—Ailoaios (Mercurio)
—Oraios (la Luna)
Con la ayuda de sus propios hijos (los seis espíritus de los planetas) el hijo
del caos creó al hombre, pretendiendo que la nueva criatura reflejara la plenitud de
los poderes demiúrgicos. Ese hombre debería reconocer que la materia es su señor y
nunca debería buscar más allá de la esfera material la verdad o la luz. Pero
Ialdabaoth fracasó completamente en su obra. Su hombre era un monstruo, una
enorme criatura carente de alma que se arrastraba por el lodo de los elementos
inferiores atestiguando el caos que lo concibió. Los seis hijos capturaron a ese
monstruo y llevaron a la horrible criatura a la presencia de su padre, declarando que
él debía animarlo y darle un alma si debía vivir.
Ialdabaoth no era un espíritu suficientemente exaltado y no pudo crear la
vida; todo lo que él podía hacer era producir formas. En su apuro, el Demiurgo
otorgó sobre la nueva criatura el rayo de luz divina que él mismo había heredado de
su madre Sophia Achamoth. Es así que el hombre consiguió el poder de la sabiduría
generativa. Ese nuevo hombre que comparte la luz con su propio creador, ahora se
contempló a sí mismo como un dios y rechazó reconocer a Ialdabaoth como su
señor. Así, Ialdabaoth fue castigado por su orgullo y autosuficiencia, siendo
obligado a sacrificar su propia dignidad de rey en favor de un hombre al que él había
formado.
Sophia Achamoth entonces otorgó su favor a la Humanidad incluso a costa de
su propio hijo. La Humanidad, que ahora contenía la luz de Sofía, siguió el impulso
de aquella luz y comenzó a reunirse en sí misma, y a dividir la luz de la oscuridad de
la materia. En virtud de ese trabajo espiritual, la Humanidad gradualmente
transformó su propia apariencia hasta que ya no se pareció a su creador Ialdabaoth,
sino que tomó el rostro y la forma del Ser supremo —Anthropos, el hombre
primordial— cuya naturaleza era de la sustancia de la luz y cuya disposición era de
la sustancia de la verdad.
Cuando Ialdabaoth contempló su creación que era más grande que él mismo,
su cólera ardió con rabia celosa. Sus miradas inspiradas por sus pasiones fueron
reflejadas abajo en el gran abismo como sobre la superficie pulida de un espejo. Ese
reflejo aparentemente llegó a estar inspirado con vida, ya que todos los cuerpos son
sólo sombras con almas, y del abismo surgió Satán en la forma de una serpiente, la
encarnación de la envidia y la astucia. Comprendiendo que el poder del hombre
estaba en la protección de su madre, Ialdabaoth determinó separar al hombre de su
guardián espiritual, y por esa razón creó alrededor de él un laberinto de trampas e
ilusiones. En cada esfera del mundo creció un árbol del conocimiento, pero
Ialdabaoth prohibió al hombre comer de su fruto, no fuera que todos los misterios de
los mundos superiores le fueran revelados y la autoridad del hijo del caos llegara a
un final inoportuno.
Sophia Achamoth, determinada a proteger al hombre que contenía su propia
alma, envió a su genio Ophis en la forma de una serpiente para inducir al hombre a
transgredir las órdenes egoístas e injustas de Ialdabaoth. El hombre, habiendo
comido del fruto del árbol, repentinamente llegó a ser capaz de comprender los
misterios de la creación.
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Ialdabaoth se vengó castigando a esa primera pareja (Adán y Eva) por comer
el fruto celestial. Él encarceló al hombre y a la mujer en un calabozo de materia,
construyendo alrededor de sus espíritus los cuerpos físicos de los caóticos elementos
en donde el ser humano todavía está cautivo. Pero Sophia Achamoth todavía
protegía a la Humanidad. Ella estableció entre su región celestial y la caída
Humanidad una corriente de luz divina, y siguió suministrándole constantemente al
ser humano una iluminación espiritual por medio del propio corazón de éste. Así una
luz interna continuamente lo protegía aunque su naturaleza externa vagara en la
oscuridad.
La batalla continuó, con Sophia Achamoth siempre esforzándose por
proteger, y Ialdabaoth siempre determinado a destruír. Por fin, profundamente
afligida por los males que habían acontecido a sus nietos humanos, Sophia
Achamoth temía que la oscuridad prevaleciera contra ella. Subiendo a los pies de su
madre celestial (la Sophia divina que es la sabiduría de Dios), ella suplicó que el
omnisciente (que es el Padre Eterno) prevaleciera sobre la Profundidad Desconocida
enviando abajo al inframundo al Christos (que era el hijo de la unión del Padre de
Padres y de la Sabiduría Divina). Ialdabaoth y sus seis hijos de materia estaban
tejiendo una curiosa red por medio de la cual ellos estaban gradualmente, pero de
maner inevitable, impidiendo la sabiduría divina de los dioses a fin de que la
Humanidad pereciera en la oscuridad. La parte más difícil en la salvación del
hombre está en el descubrimiento del método por el cual el Christos podría entrar en
el mundo físico. Ese método debe estar dentro de la ley de la creación, ya que los
dioses no pueden apartarse de sus propios caminos. Construír cuerpos no estaba
dentro del dominio de los dioses superiores.
Por lo tanto, el propio Ialdabaoth tuvo que ser persuadido para crear, sin
conocer el objetivo, un cuerpo para recibir al Soter (Salvador). Sophia Achamoth
apeló al orgullo del Demiurgo y finalmente prevaleció sobre Ialdabaoth para que
éste demostrara sus poderes creando un hombre bueno y justo de nombre Jesús.
Cuando eso había sido llevado a cabo, el Soter Christos se envolvió en una capa de
invisibilidad y descendió por las esferas de los siete arcontes. En cada uno de los
arcos él asumió un cuerpo apropiado para las sustancias de la esfera, ocultando de
esa manera su verdadera naturaleza ante los genii, o guardianes de las puertas. En
cada mundo él pidió a las chispas de luz que salieran de la oscuridad y se unieran a
él.
Habiendo unido toda la luz de los mundos en su propia naturaleza, el Christos
descendió en el hombre Jesús en el bautismo. Ése fue el momento de la Edad del
Gran Milagro. Ialdabaoth, habiendo descubierto que el Soter había descendido de
manera incógnita para frustrar sus objetivos, agitó a la gente contra Jesús, y usando
todas las fuerzas de la materialidad a su disposición él tuvo éxito en la destrucción
del cuerpo por el cual el Christos funcionaba en la esfera material. Pero antes de que
el Soter se marchara de la Tierra, él implantó en las almas de hombres justos un
entendimiento de los grandes misterios y abrió para siempre la puerta entre los
universos inferior y superior.
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fraternidad por medio de los cuales ellos se reconocían unos a otros y conseguían la
admisión a sus asambleas. El abraxoide era también un amuleto contra el mal, y un
talismán de poder. Posteriormente sirvió para el objetivo práctico de un sello que
podía ser adjuntado a documentos.
La mayor parte de los abraxoides están toscamente esculpidos. Los cortes
parecen consistir en una variedad de muescas que eran hechas con una rueda
pequeña y gruesa. Los materiales eran seleccionados por sus propiedades mágicas, e
incluían jaspe, calcedonia, hematita fibrosa y otras sustancias de poco valor. Finos
abraxoides en cristal se originaron fuera de la secta misma, y fueron usados por
astrólogos y magos. Muchas gemas gnósticas llevan figuras de divinidades griegas o
egipcias e inscripciones mágicas. La forma que lleva sólo la deidad con cabeza de
gallo es la más rara, y sólo se conocen unos pocos ejemplares que están en
colecciones privadas.
Quizás los paganos eran moderados con una leve tendencia hacia la frialdad.
Sus religiones eran científicas, filosóficas y estéticas. Ellos hablaban de Dios de
manera razonada más bien que de un modo impulsivo, y abordaban el problema de
la vida como un asunto serio a ser abordado de modo científico.
Está también el muy discutido asunto de la moral pagana. En la larga
perspectiva de las épocas parece haber muy poca diferencia esencial entre la
delincuencia antigua y la moderna. Los antiguos griegos y romanos y sus primos
egipcios y caldeos eran respetuosos en sus declaraciones y algo inadecuados en la
aplicación personal de sus impersonales declaraciones condenatorias. Como lo
expresó un escritor, "Es un poco difícil distinguir claramente entre el vicio cristiano
y el pagano. Todos los hombres, en todos los tiempos, bajo todas las condiciones, y
en todos los lugares, han encontrado difícil ser virtuoso en presencia de una intensa
tentación".
Se ha sugerido que el cristianismo fue una aparición espontánea de nobleza
personal, una poderosa repugnancia contra la indescriptible y completamente
detestable corrupción privada y pública del mundo pagano. Me parece que hay un
indicio de prejuicio en esa perspectiva. Mientras la Iglesia temprana estaba
reuniendo su fuerza para grandes trabajos, el paganismo también estaba produciendo
ejemplos de nobleza de pensamiento y excelencia de carácter igual a cualquier cosa
que los cristianos pudieran desarrollar por vía de comparación.
Durante el período entre 500 a.C. y 500 d.C. la civilización recibió su
inestimable herencia de fundaciones religiosas, doctrinas filosóficas, instituciones
científicas, monumentos artísticos y literarios, y sus duraderos códigos de leyes,
estatutos y regulaciones de la conducta humana. Desde la medicina a la astronomía,
de la arquitectura a la poesía, de la agricultura a la ética, los talentos y las
capacidades humanas estaban siendo sabiamente dirigidos hacia lo que Lord Bacon
describe como "fines razonables". Durante ese período se desplegó el concepto
moderno de democracia, el sufragio universal fue apoyado por el Imperio romano, y
fue decretada la legitimidad universal. Una dama romana del siglo II tenía un mayor
status legal que una mujer moderna que viviera en el Estado de Nueva York en el
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siglo XIX o a principios del XX. Los políticos siempre han sido un grupo sórdido,
pero la ley romana era esencialmente sensata y era hecha cumplir con un grado
razonable de eficacia.
La mayor parte del progreso alcanzado en los mil años ya mencionados fue
llevada a cabo por hombres y mujeres paganos. Hipócrates, el padre de la medicina,
era un pagano. También lo era Ptolomeo, el padre de la geografía. La tabla de
multiplicación nos fue dada por un pagano, y el primer himno cristiano era música
pagana con nuevas palabras. En los cuatro siglos que precedieron directamente a la
Era cristiana el mundo pagano produjo casi seiscientos líderes inmortales del
pensamiento humano, de la industria humana y del logro humano. Sin esos hombres
la civilización moderna no existiría. ¿Cuántos líderes excepcionales de capacidad
igual o aproximada fueron producidos en los cuatro primeros siglos de una
civilización del Mediterráneo dominada por los cristianos? Dejamos al lector que
pondere esta cuestión y descubra, si puede, alguna serie tal de intelecto fuera de un
círculo de polemistas teológicos cuyas contribuciones fueron completamente
estériles.
Es un poco difícil imaginar que hombres del calibre de Platón, Euclides,
Hipócrates, Cicerón, Séneca y Marco Aurelio, pudieran haber sido productos de una
condición religiosa o moral tan corrupta como los Padres Cristianos quisieran que
nosotros creyéramos. Si lo semejante engendra lo semejante, la grandeza debe surgir
de la grandeza. La sabiduría del individuo revela la sabiduría esencial de su tiempo y
lugar. Los contemporáneos de Catón el Mayor pueden no haber compartido todos la
magnitud de su mente, pero los materiales necesarios para crear aquella grandeza
deben haber estado disponibles y fácilmente accesibles para aquellos que estaban
por naturaleza inclinados a la grandeza. Incluso en nuestros propios tiempos todos
los hombres no aprovechan las oportunidades intelectuales y espirituales que la
civilización ofrece, pero sería descortés e injusto negar la existencia de la verdad y
la sabiduría.
No tenemos ninguna intención de desacreditar los principios esenciales de la
dispensación cristiana, pero estamos inclinados a estar de acuerdo con Mahoma en
cuanto a que los Padres de la Iglesia anteriores al Concilio de Nicea (325 d.C.)
trabajaron sistemáticamente para organizar un sistema teológico tan estrecho y lleno
de intolerancia, que el propio Jesús no podría haber sido un miembro de su propia
Iglesia. Si Jesús hubiera nacido otra vez en 350 d.C. él habría sido llamado un hereje
y probablemente crucificado una segunda vez por simplemente repetir las palabras
atribuídas a él en los Evangelios. Muchos paganos cultos consideraban las
enseñanzas de Jesús con la más alta veneración. Ellos vieron en él a uno de su
propia clase, un hombre noble y heroico que había dedicado su vida a la
reafirmación de nobles principios y verdades que son indispensables para la
perfección del carácter humano. Muy pocos paganos atacaron alguna vez las
enseñanzas de Jesús, pero ellos realmente se opusieron a la organización de aquellas
enseñanzas en una secta obviamente dedicada a la anarquía política. Desde el
principio, la Iglesia cristiana se resolvió a derrocar el mundo pagano y a establecerse
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es un compuesto que consiste en dos cualidades unidas por una simpatía interna. Es
la primera extensión de la unidad hacia la diversidad, y al mismo tiempo es el grado
menor de aquella diversidad.
Es un error considerar la sabiduría, en términos de la Gnosis, como originada
del intelecto o en sí mismo intelectual. La sabiduría no es del orden del
pensamiento; es del orden del saber. El conocimiento es posible sólo mediante el
establecimiento de una intensa simpatía entre el sujeto que conoce y la cosa
conocida. El sujeto y el objeto deben estar ligados en un compuesto íntimo por una
conciencia con experiencia. La sabiduría, por lo tanto, es una especie de unidad
artificial hecha posible por el poder de la voluntad. Al igual que la piedra filosofal
descrita por los alquimistas como un diamante artificial, la sabiduría es una
sustancia esencial sintética perfeccionada por el arte. El aspecto de conocimiento de
la sabiduría es la filosofía; es el poder de percibir la naturaleza divina, la voluntad
divina, y el propósito divino en todas las estructuras, sustancias y procesos de la
Naturaleza. La verdadera filosofía es una experiencia de conciencia para el
descubrimiento de la verdad.
El aspecto de amor a la sabiduría, la Sophia de la Gnosis, es la religión o fe
natural. La sabiduría es experimentada como un impacto emocional. Las realidades
universales son sentidas y estimadas en términos de sentimientos que ellas estimulan
dentro de la personalidad. El poder introspectivo del amor a la sabiduría, si es
ejercido como el instrumento para alcanzar el estado de conocimiento, da origen a la
experiencia perfecta de Dios y la Naturaleza.
Como es habitual con los grupos filosóficos, los gnósticos eran
individualistas y opuestos a cualquier programa intenso de organización. La secta
estaba compuesta por numerosos pequeños grupos cada uno dominado por uno o
varios intelectuales con fuertes convicciones personales. El gnosticismo está
formado por muchas escuelas encerradas dentro de un vago programa de integración
con pocas restricciones sobre las convicciones y gustos de los miembros. Los
círculos de pensamiento gnóstico aparecieron en la mayor parte de los países que
lindan con el Mediterráneo. Cada uno de esos círculos contribuyó con ideas
originales al patrón más grande del pensamiento gnóstico. Esos grupos de
pensadores originales estaban bajo la influencia de los sistemas religiosos y
filosóficos que florecieron en sus ambientes. La Gnosis era un objetivo más bien que
un culto. Se buscaba a sí mismo en todas las estructuras de ideas que parecían
extrañas o diferentes.
Por falta de organización los gnósticos no presentaron ningún frente unido, y
carecieron de la maquinaria para reunir sus fuerzas contra cualquier enemigo común.
En ese tiempo la creciente Iglesia cristiana era el enemigo de todos los movimientos
paganos. Ella tenía la ventaja de reconocer la importancia —desde un punto de vista
temporal al menos— de construír un sólido mecanismo interno. Las comunidades
aisladas fueron reunidas bajo una autoridad eclesiástica unificada. A consecuencia
de ese programa premeditado, la Iglesia estuvo en condiciones de imponer su
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