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2. LA CONCEPCIÓN HEREDADA
Las especulaciones neopositivistas en torno a la naturaleza de la ciencia, comenzadas en el seno del
Círculo de Viena (bajo el impulso inicial de Moritz Schlick y el liderazgo posterior de Rudolf Carnap y
Otto Neurath) y en el Grupo de Berlín (cuya figura más destacada fue Hans Reichenbach), dieron como
1
Para una exposición más detallada de la revolución científica y de las reflexiones metacientíficas que propició, puede con-
sultarse el tema nº 54, La revolución científica. Galileo y Newton.
2
Para seguir una exposición del positivismo decimonónico y de sus secuelas contemporáneas, puede consultarse el tema
nº 62, El positivismo y el avance científico del siglo XIX.
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resultado, ya en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, a la que se conoce como la concepción
heredada.3 En ella se establecían los problemas relevantes para la filosofía de la ciencia, así como se pos-
tulaba un poderoso conjunto de soluciones para los mismos; hasta el punto de que dicha concepción
heredada se ha convertido en una referencia ineludible para la filosofía de la ciencia, aun en los casos en
que los filósofos dedicados a este campo muestren divergencias profundas con los planteamientos posi-
tivistas.
La exposición más lograda de la concepción heredada quizás sea la obra de Ernst Nagel titulada La
estrnctura de la ciencia (1961). De modo esquemático, puede decirse que, según Nagel, las ciencias tratan
de descubrir leyes, a partir de la observación y la experimentación meticulosas, y de organizar esas leyes
establecidas, junto con todo el cúmulo de conocimiento empírico mediante el que han sido contrastadas las
leyes, y con todas las hipótesis planteadas para cubrir los huecos de conocimiento efectivo aún presentes,
en un todo homogéneo que denominamos teoría. Así pues, la formulación de teorías constituye la tarea
principal de la ciencia. En palabras de Nagel, "es el deseo de hallar explicaciones que sean al mismo tiem-
po sistemáticas y controlables por elementos fácticos lo que da origen a la ciencia; y es la organización y
la clasificación del conocimiento sobre la base de principios explicativos lo que constituye el objetivo dis-
tintivo de las ciencias". 4
Pues bien, mientras que la ciencia se afana en la postulación de teorías, la filosofía de la ciencia debe
centrarse en la elucidación de la naturaleza de dichas teorías científicas. Ahora bien, dado el carácter pio-
nero de la física, dentro de la historia del desarrollo de la ciencia moderna, fueron las teorías físicas,
aquellas que se convirtieron en principal objeto de estudio por parte del positivismo lógico, y que sirvie-
ron de contraste para la postulación y posterior refinamiento de la concepción heredada. Algo que, con
el tiempo, se señalaría como un sesgo importante de la filosofía de la ciencia, y que se intentaría corre-
gir, a la vista de las acusadas diferencias entre los distintos saberes científicos. 5
En todo caso, la cuestión radicaba, llegados a este punto, en establecer el modo adecuado de abordar
el estudio de las teorías científicas. Y para ello fue fundamental una discriminación que se conoce como
distinción de contextos.
3. LA DISTINCIÓN DE CONTEXTOS
Se debe a Hans Reichenbach una idea que marcaría la orientación de la filosofía de la ciencia neo-
positivista. En el origen de la misma está una dificultad que había resultado insalvable para las reflexio-
nes metacientíficas anteriores al positivismo lógico. En efecto, ya señalamos más arriba que un empeño
capital para pensadores como Bacon, Galileo, Descartes o Newton fue el establecimiento del conjunto
preciso de reglas que debían ser seguidas en la investigación científica. El rigor de la ciencia se cifraba,
según esta perspectiva de las cosas, en el respeto a los procedimientos propios del método científico, el
método experimental o como quiera que se denominase el conjunto de prácticas que debían ser usadas en
el trabajo científico. Sin embargo, los repetidos esfuerzos por aclarar ese método resultaron confusos.
Para hacer frente a tales dificultades, Reichenbach, en un artículo publicado en 1938, advirtió acerca
de la necesidad de distinguir entre el contexto de descubrimiento y el contexto de justificación. A su juicio,
deben diferenciarse dos tipos de problemas referidos a la ciencia: aquellos que tienen que ver con el pro-
ceso por el cual se formulan hipótesis y teorías (problemas que formarían parte del contexto de descu-
brimiento), y aquellos otros relativos a los procedimientos destinados a validar dichas hipótesis y teorí-
as (constituyentes del contexto de justificación). Habría que reconocer que los procedimientos que siguen
los científicos para proponer nuevas hipótesis y teorías pueden obedecer no siempre a reglas lógicas
3
En ocasiones, se la conoce con los nombre alten1ativos de la concepción estándar o la concepción enunciativa de las teorías cien-
tíficas
• Ernst Nagel (1961): La estructura de la ciencia; Barcelona, Paidós, 1981; p. 17.
5
En especial, fue relevante, al respecto, la distinción que algunos filósofos procuraron establecer entre las ciencias d~ la.-.
naturaleza y las ciencias humanas o sociales; cada una de las cuales necesitaba, su juicio, una epistemología propHÍ.
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estrictas, a métodos racionales; dejándose llevar, a menudo, por intuiciones, analogías, metáforas, etc.
Ahora bien, a juicio de Reichenbach, todo cuanto se refiere a estas cuestiones constituye objeto de estu-
dio, en todo caso, de la psicología, la sociología o la historia de la ciencia; no de la filosofía de la ciencia.
A ésta le tocaría establecer, únicamente, si tales hipótesis y teorías, cualesquiera que hayan sido los
modos en que fueron propuestas, poseen las condiciones lógicas adecuadas para ser consideradas como
científicas. Como puede apreciarse, para los positivistas lógicos la filosofía de la ciencia "consiste en el
análisis lógico de las proposiciones y conceptos de la ciencia empírica" .6 Se trata de una disciplina cen-
trada en el contexto de justificación y cuya meta final es la dilucidación de "la estructura de la ciencia",
tal y como reza el título del libro de Nagel que hemos citado ya.
Hemos de desviamos momentáneamente de la exposición de otras tesis positivistas acerca de la cien-
cia, para señalar que esta distinción de contextos vendría a ser dinamitada por los filósofos que se enfren-
taron a la concepción heredada, a partir de los años 60, y de los que hablaremos más adelante. Como
señala significativamente Irme Lakatos en las primeras líneas de uno de sus textos clásicos, remedando
a Kant, "La Filosofía de la ciencia sin la Historia de la ciencia es vacía; la Historia de la ciencia sin la
Filosofía de la ciencia es ciega" .7
6
Carnap, R.: "La antigua y la nueva lógica". Publicado en Ayer, A. (ed.) (1959): El positivismo lógico; México, F.C.E., 1986.
7
Lakatos, l. (1970): Historia de la ciencia y sus reconstnicciones racionales; Madrid, Tecnos, 1974; p. 11.
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Los enunciados teóricos, en los que aparecen términos teóricos, además de términos lógicos, y
cuyo valor de verdad deriva de su conexión lógica como los enunciados protocolares (un
enunciado de este tipo sería el siguiente: "la velocidad media del sonido en el medio m es
igual a xl.J").
Naturalmente, son pocos los casos en que puede ser axiomatizada una teoría científica según el
esquema que acabamos de explicitar. Porque habitualmente las teorías son realidades en construcción,
que presentan áreas imprecisas, zonas de indefinición que no encajan en la concepción heredada. Por eso
hay que considerarla, más bien, un ideal de carácter regulativo, en la tarea científica de organizar los
materiales de una teoría.
"Recurriendo a los ejemplos expuestos más arriba, ¿la velocidad media, una vez que disponemos de una definición explíci-
ta de la misma, al ligarla al espacio y al tiempo, debe decirse, a partir de ese momento, que es una propiedad observable de
los móviles?
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reglas de cálculo y otro conjunto de reglas de correspondencia. Mientras que un modelo teórico es el
resultado de la interpretación semántica particular de los términos y enunciados de una teoría. 9
Con objeto de precisar las relaciones específicas que existen entre las teorías y los modelos (asunto
que, según algunos filósofos, parecía exceder las capacidades de la concepción heredada), en la década
de los 60 se desarrolla la que se conoce como concepción semántica de las teorías científicas, que se presen-
ta como una alternativa a la concepción heredada, a la vista de las dificultades inherentes a ésta. Su figu-
ra principal es, quizás, el filósofo P. Suppes, y el propósito de esta concepción es la de sustituir la lógica
formal de enunciados -que había conducido a los problemas que venimos señalando, acerca del signifi-
cado excedente de los términos teóricos-, por una lógica informal inspirada en la teoría de conjuntos. Tal
y como lo explica Javier Echeverría, siguiendo las ideas de Suppes, "Así como una estructura matemáti-
ca (grupo, anillo, cuerpo ... ) es definida mediante una serie de axiomas que deben ser satisfechos para que
algo sea un grupo (o anillo, o cuerpo ... ), así también las teorías científicas empíricas son estructuras con-
ceptuales abstractas definibles mediante una serie de axiomas, que luego son satisfechos o no por los sis-
temas empíricos. Cuando un sistema empírico (físico, biológico, económico, social, etc.) satisface todos
los ítems del predicado conjuntista que define una teoría empírica, entonces se dice que dicho sistema es
un modelo de la teoría." 1º
Ahora bien, sea cual sea la concepción que se adopte (la heredada o la semántica), queda claro que
como las significaciones de los términos teóricos no proceden de definiciones explícitas, el modelo no
debería ser considerado una reproducción exacta de la realidad; sino, en el mejor de los casos, una apro-
ximación tentativa a la misma, que permite continuar en la búsqueda incesante de nuevas leyes. 11
Construimos modelos con el objeto de orientamos en el trabajo subsiguiente. Si bien, la ventaja de la con-
cepción semántica es que revela que la construcción de modelos es, no solo una estrategia conveniente,
sino una parte esencial de la tarea científica. Así lo expresa Echeverría: "Partiendo de esta nueva meto-
dología de análisis de teorías, que sustituye el análisis lógico-formal de los empiristas lógicos por un aná-
lisis modelo-conjuntista, una teoría queda definida por los sistemas empíricos que son modelos de la teo-
ría, es decir, que satisfacen una serie de axiomas expresados en términos semiformales." Y unas páginas
después cita unas palabras reveladoras de otro de los defensores de esta concepción semántica, B. Van
Fraasen: "El trabajo esencial de una teoría científica es proporcionarnos una familia de modelos, para ser
utilizada en la representación de los fenómenos empíricos."
9
Pongamos como ejemplo la física de la materia. El cúmulo de observaciones realizadas, acerca de la materia a escala atómi-
ca, durante los últimos años del siglo XIX y los primeros de la centuria siguiente, así como las leyes físico-matemáticas que
fueron establecidas a partir de tales observaciones, recibieron una serie de interpretaciones sucesivas, durante los primeros
años del siglo XX. En 1904, J.J. Thomson postuló lo que sería el primer modelo atómico: el átomo estaba formado por una
esfera material cargada positivamente, en la que, al igual que en un plu.nk-cake, estaban incrustados los electrones, con su
carga negativa. Pero en 1911, Ernest Ruterford presentó un nuevo modelo teórico que, a la postre, resultaría mucho más
interesante para orientar la investigación futura. A su juicio, había que imaginar el átomo como un diminuto sistema solar,
en cuyo centro estaría un núcleo de carga positiva, en torno al cual girarían, en órbitas circulares, los electrones. Sin embar-
go, el modelo atómico de Ruterford presentaba algunas inconsistencias, tales como que, de ser cierta esta estructura atómi-
ca, los electrones acabarían siendo absorbidos por el núcleo. Y tal suceso no es corroborado por las observaciones empíri-
cas. Así pues, se necesitaba un nuevo modelo que diera cuenta de estas anomalías. Y le correspondió a Niels Bohr, ayudan-
te de Ruterford, formularlo, y a Arnold Sommerfeld (1916) refinarlo: el átomo es imaginado ahora como un minúsculo sis-
tema solar, en el que los electrones, que giran sobre su eje, de modo similar a como lo hacen los planetas, describen órbitas
no circulares, sino elípticas. Ahora bien, este modelo sólo era absolutamente adecuado para el caso del hidrógeno, que
posee un único electrón. Con objeto de extender dicho modelo a los demás elementos de la naturaleza, se desarrolló el que
se conoce como modelo vectorial del átomo, en cuyo disefio tuvo un papel protagonista Wolfgang Pauli. Finalmente, sin
embargo, incluso este modelo altamente sofisticado resultó inconsistente con determinados datos empíricos y con ciertas
conclusiones teóricas. De modo que hubo de ser sustituido por un último modelo, a día de hoy, en cuyo diseño jugó un
papel protagonista Erwin Schrodinger: los electrones no deben ser imaginados ya como desplazándose en órbitas elípticas
alrededor del núcleo atómico, sino moviéndose de modo azaroso en el interior de un orbital; esto es, de un área; sin que sea
posible establecer su trayectoria precisa. G.A. Babor y J. Ibarz: Química general moderna; Barcelona, Marín, 1972; pp. 166-197.)
10
J. Echeverría (1999): Introducción a la metodología de la ciencia. La filosofía de la ciencia en el siglo XX; Madrid, Cátedra; p. 170.
11
En realidad, los filósofos de la concepción semántica, tales como el citado van Fraasen, critican la misma distinción entre
términos empíricos y términos teóricos. En todo caso, alguno como J. Sneed cree que esa distinción debe hacerse relativa
a cada teoría; es decir, que es el marco de una teoría el que decide qué término debe ser considerado empírico y qué, teó-
rico.
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Y para el cumplimiento de semejante función heurística que cumplen los modelos, los científicos
hacen uso de una variedad muy rica: modelos a escala, modelos mecánicos, modelos analógicos, mode-
/1
los ostensivos, modelos de juego, modelos matemáticos, etc. [... ]En todas las disciplinas, desde la astro-
física hasta la zoología, la simulación informática es signo habitual de buena ciencia." 12
La consideración de estos modelos varía sobremanera, en función, muchas veces, del ámbito científi-
co de que se trate. Así, mientras que los modelos de la física tiende a pensarse que reproducen en lo esen-
cial aquello de que tratan, los modelos de las ciencias sociales tienden a ser vistos, en general, como
meras metáforas: no puede confiarse en su adecuación absoluta a la realidad, aunque, eso sí, no carecen
de utilidad en el trabajo de investigación. De todos modos, "incluso los modelos científicos más austeros
funcionan gracias a analogías y metáforas[ ... ] las teorías científicas son inevitablemente metafóricas[ ... ] De
hecho, no se pueden eliminar la analogía y la metáfora del razonamiento científico. Las ideas científicas
no se pueden comunicar a través del medio literal de la lógica formal[ ... ] los mapas científicos, los mode-
los, las metáforas, los themata y otras analogías no son meras herramientas del pensamiento o figuras
retóricas. Son la verdadera sustancia de la teoría científica." 13 Más arriba, habíamos dicho esto mismo de
otra manera más concisa: nuestras teorías acerca e la realidad no pueden desprenderse del significado
excedente que aparece en los términos teóricos.
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Esa falta de firmeza lógica de las leyes obtenidas por inducción hizo que muchos inductivistas pasa-
ran a hablar del valor de verdad de las leyes en términos de probabilidad: una ley sería tanto más proba-
blemente cierta, cuanto mayor fuera la cantidad y variedad de observaciones empíricas a partir de las
cuales había sido realizada la generalización. Este tratamiento del problema de la inducción presenta, sin
embargo, serias insuficiencias de orden matemático. Porque los matemáticos entienden por probabilidad
aquello que define la ley de Laplace: el cociente entre los casos favorables y los casos posibles. De manera
que si el número de casos posibles es potencialmente infinito, el aumento finito en el número.de obser-
vaciones de un cierto estado de cosas no modifica el grado de probabilidad, que, de hecho, es matemá-
ticamente cero; porque cualquier cantidad finita (el número de casos favorables), dividida por infinito (el
número de casos posibles), da como valor precisamente cero.
17
Hanson se reconoció, en este punto, directamente influenciado por el segundo Wittgenstein y por la Psicología de la
Gestalt.
18
N.R. Hanson: Patrones de descubrimiento. Observación y explicación; Madrid, Alianza, 1977.
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turas atrevidas y de posteriores refutaciones.19 Es decir, que la observación no juega un papel tan deter-
minante en la propuesta de hipótesis y teorías; sino que su importancia se revela, principalmente, en el
momento posterior de comprobar la validez de las conjeturas teóricas imaginadas. Así pues, son las con-
jeturas teóricas quienes orientan la búsqueda de información empírica. De manera que, para Popper, no
hay inconveniente en reconocer que las observaciones científicas están dirigidas por las teorías (si bien,
no en el grado tan profundo que postulaba Hanson). 20
Por otra parte, esa concepción popperiana acerca de la relación entre observación y experimentación,
por una parte, y teoría, por otra, permite resolver, a su juicio, el problema de la inducción. En efecto, la
idea que maneja Popper ante ese problema es la conocida como asimetría entre verificación y falsación:
mientras que es lógicamente imposible derivar inductivamente una ley universal, a partir de un núme-
ro limitado de observaciones, por mucho que dicho número sea elevado, una única observación contra-
ria a una ley sirve, en cambio, para demostrar su falsedad, precisamente por el carácter universal de toda
ley. 21 De ese modo, debe reconocerse que una ley ofrece garantías, no por la base empírica acumulada
con anterioridad a su formulación, sino más bien por la capacidad que demuestre para resistir todos los
esfuerzos dirigidos a falsarla; es decir, a encontrar un hecho que la contradiga.
Popper considera que la falsabilidad constituye un excelente criterio de demarcación entre la ciencia y
aquellos otros saberes que pretenden pasar por tal. A su juicio, sólo es científico un saber que se somete a la
prueba de ser refutado por los hechos; algo que, según repite Popper una y otra vez, no ocurre con saberes
tales como la astrología, el marxismo o el psicoanálisis.
La solución popperiana al problema de la inducción es, a juicio de su postulador, compatible con una
concepción realista del conocimiento científico. Según Popper, si bien nunca podemos estar seguros de haber
alcanzado la verdad mediante la formulación de una teoría científica, los sucesivos esfuerzos falsadores per-
miten confiar en que la ciencia progresa asintóticamente hacia ella; porque si la falsación es superada por
una hipótesis que aspira a ser considerada con el rango de ley, la confianza en dicha hipótesis sale reforza-
da; mientras que si la hipótesis es falsada, la subsiguientes conjeturas que los científicos vendrán a proponer
en su sustitución hay que creer que resultarán mucho más ajustadas a la verdad que las desechadas.
19
Así se titula, precisamente, uno de los principales escritos epistemológicos popperianos: Conjeturas y refutaciones, de 1969.
20
Un ejemplo significativo al respecto es la idea de que el hombre procede del mono por evolución. Darwin no disponía, por
entonces, de registros fósiles que sugirieran esta hipótesis. Se trató, más bien, de una conjetura arriesgada que descubri-
mientos paleontológicos posteriores, orientados por ella, se encargaron de confirmar.
21
No hay manera de confirmar la supuesta ley que afirmase que todos los cisnes son blancos, porque, por muchas observa-
ciones que se tuvieran a su favor, nunca estaríamos seguros de que no se nos hubiera pasado por alto la existencia de algún
cisne negro. Mientras que un solo caso de cisne negro derrumba la validez de la ley supuesta.
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observacionales en favor de las hlpótesis- lo sería para las conjeturas más audaces (las que habían sido
propuestas con una base empírica muy pequeña).
Por otro lado, Popper parecía contradecir nn hecho cuya realidad pone en evidencia la historia de la
ciencia: que las teorías científicas no son abandonadas tan rápidamente corno se sugiere, ante la falsación
de alguna de sus leyes; sino que los científicos suelen trabajar modificando la teoría lo necesario como
para hacerla compatible con los nuevos datos observacionales. El falsacionismo sofisticado señaló que la
introducción de hipótesis ad hoc, es decir, que sirven para salvar la falsación sufrida, pero que, a su vez,
no van acompañadas de las condiciones que las hagan a ellas mismas falsables, debilitan el rigor cientí-
fico de la teoría. Pero no toda hipótesis introducida para hacer frente a una falsación posee el carácter de
serlo ad hoc. Y la labor de encontrar hipótesis de este segundo tipo es propia de la actividad científica,
antes de dar por falsada definitivamente una teoría. Así explica, por ejemplo, Imre Lakatos por qué el
impresionante edificio de la física newtoniana aguantó ante las observaciones falsadoras provenientes
del trabajo de cálculo de la órbita lunar; algo que ni el inductivismo ni el falsacionismo ingenuos conse-
guían justificar.
Abnndando en el estudio de la estructura de las teorías científicas, con objeto de ajustarlo a los datos
que iba aportando la historia de la ciencia, Lakatos vino a distinguir en toda teoría científica su núcleo
central y su cinturón de protección. La clave de esta distinción está en que las falsaciones que afectan a algu-
nos de los enunciados que constituyen el cinturón de protección no ponen en crisis los logros teóricos
anteriores; sino que suponen sólo un reajuste del cinturón, mediante la introducción de nuevas hlpóte-
sis que, a poder ser, no tengan la condición de ser ad hoc. De este modo, la teoría originaria se transfor-
ma en otra nueva que mantiene el mismo núcleo pero que se diferencia por el cinturón. Esta sucesión de
teorías que comparten igual núcleo central es lo que Lakatos denominará programa de investigación.
Según Lakatos, mientras el programa de investigación se muestre progresivo, es decir, en tanto que
sirva para orientar la labor de la comunidad científica y para producir, de vez en cuando, algunos pro-
gresos en la explicación y predicción de fenómenos, los investigadores tornarán la decisión metodológica
de considerar infalsable el núcleo central. Sin embargo, cuando el programa degenera, porque los pode-
res antedichos se hacen problemáticos, la atención se vuelve sobre las anomalías del núcleo. El resultado
puede ser la creación de un programa de investigación alternativo, es decir, en el que su núcleo difiera
del núcleo del programa original.
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La inconsmensurabilidad entre las bases empíricas de dos teorías rivales fue puesta de manifiesto, de
modo paralelo e independiente, por Thomas S. Kuhn y Paul Feyerabend. 22 ¿Cómo, entonces, podemos
establecer cuál de las dos teorías es la idónea? Lakatos defendía que será preferible la que pertenezca al
programa de investigación que se muestre más progresivo. Pero esa noción de "programa progresivo"
fue incapaz de precisarla: ¿cuándo podemos empezar a considerar que un programa ha dejado de ser
progresivo y comienza a degenerar? ¿Cómo medimos cuál de dos programas progresivos es más progre-
sivo?
Una posible respuesta a estas cuestiones requiere que se tomen en consideración aspectos de la cien-
cia que, hasta ese momento, habían sido arrumbados en el seno del contexto de descubrimiento: los fac-
tores históricos, psicológicos y sociológicos del quehacer científico. La distinción de contextos, que
hemos visto que propusiera Reichenbach y que adoptó la concepción heredada, ahora debía ser arrum-
bada, por inconveniente. Y fue precisamente Kuhn quien abrió la brecha, en ese sentido, mediante la for-
mulación de nociones tales como las de paradigma, ciencia normal y revolución científica. Vamos a exponer-
las brevemente.
Para Kuhn, la unidad básica de análisis en filosofía de la ciencia no debe ser ni la ley, ni la teoría en
que esa ley está incardinada, ni siquiera el programa de investigación, uno de cuyos momentos es esa
teoría; sino que esa unidad básica es el paradigma. Por tal, hay que entender algo así como el programa
de investigación lakatiano, al que hay que añadir, además, otros elementos adicionales, que son necesa-
rios para precisar el marco en el que se instala una determinada comunidad científica, de manera que
cualquier miembro de la misma sepa en todo momento qué se da por conocido, qué puede ser investi-
gado, mediante qué procedimientos, e imitando qué ejemplos señeros en la historia de la ciencia de que
se trate. En concreto, pues, todo paradigma está constituido por estos cuatro componentes:
Todo el conjunto de leyes, hipótesis y material empírico que constituye una teoría científica.
Determinados compromisos ontológicos acerca de lo que existe y puede ser objeto de investigación
científica.
Determinados compromisos epistemológicos y metodológicos acerca de los modos legítimos según los
cuales puede ser orientada la investigación.
Un conjunto de ejemplos paradigmáticos de práctica científica, mediante el que se enseña a los futu-
ros científicos la buena práctica profesional.
22
Si bien no nos detendremos en ello, debe precisarse que las nociones de inconmensurabilidad, en estos dos autores, no son
exactamente coincidentes, ni tienen las mismas consecuencias para la filosofía de la ciencia.
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a una rev1s10n respecto de su validez; lo que propiciará la formulación de nuevos paradigmas que se
ofrecen como alternativa al paradigma estancado. El resultado final de los períodos de ciencia extraordi-
naria será, necesariamente, la sustitución del paradigma agotado por otro más prometedor.
¿Según qué criterios se produce este cambio? Precisamente la inconmensurabilidad entre las bases
empíricas de teorías distintas, así como otras formas de inconmensurabilidad teórica analizadas por
Kuhn, impiden el establecimiento de procedimientos estrictamente lógicos que permitan decidir entre
paradigmas competidores, tales como los experimentos cruciales a los que apelaba Popper. Para Kuhn,
el cambio de paradigma se producirá, por motivos de otra índole. Los períodos de ciencia extraordina-
ria pueden durar décadas, tal y como ejemplifica la revolución copernicana de la física aristotélica; en
vista de que no hay un modo determinante de decidir cuándo un paradigma se estanca, ni si otro para-
digma alternativo es más prometedor. Habrá científicos que estén convencidos de ese estancamiento,
mientras que otros colegas no lo crean aún. Muchos filósofos de la ciencia se sintieron incómodos con
esta idea, porque parece suponer el reconocimiento de que el trabajo científico no obedece a una lógica
estricta; teniendo en él un papel determinante aspectos de orden psicológico y sociológico. Pero Kuhn,
además de avalar sus tesis con datos históricos, se defendía de esas acusaciones manteniendo que esta
actitud de los científicos, lejos de ser alógica, muestra una prudencia encomiable: el progreso revolucio-
nario debe ir contrapesado mediante las prevenciones conservadoras de parte de la comunidad científi-
ca. En todo caso, la sustitución de la generación de científicos que se mantuvieron fieles al paradigma
viejo, por una nueva generación más proclive a aceptar ideas novedosas, será un factor decisivo en el
cambio paradigmático. Esta falta de lógica en el cambio paradigmático, así como la transformación radi-
cal que se produce en la ciencia tras dicho cambio, es precisamente lo que le hace hablar a Kuhn de revo-
luciones científicas.
23
S. Toulmin: "La distinción entre Ciencia Normal y Ciencia Revolucionaria, ¿resiste un examen?"; publicado en Lakatos, l.
y A. Musgrave (eds.): La crítica y el desarrollo del conocimiento; Barcelona, Paidós, 1974; pp. 133-144.
24
P. Feyerabend: "Consuelos para el especialista"; publicado en Lakatos, l. y A. Musgrave (eds.): La crítica y el desarrollo del
conocimiento; Barcelona, Paidós, 1974; pp. 345-390.
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de criterios lógicos que permitan concebir la actividad científica como el paradigma de racionalidad por
el que suele considerársela. Como ya hemos señalado más arriba, Kuhn se resistió a aceptar semejante
acusación, pero a costa de proponer, en sustitución de dichos criterios lógicos, otros criterios mucho
menos poderosos y de orden sociológico. Pues bien, esta propuesta, que ha sido acusada de relativista,
fue recogida y desarrollada por la sociología del conocimiento científico. De manera que, desde la década de
los setenta, se han ido encadenando diversos programas de investigación en el seno de esta nueva disci-
plina, gracias a los cuales, ha sido posible alcanzar una comprensión mucho más profunda del contexto
sociológico en el que se desarrolla la actividad científica, y del influjo que ejerce dicho contexto sobre la
toma de decisiones en el marco de la ciencia. 25
De todos modos, algunos filósofos de la ciencia no se sentían cómodos rebajando las exigencias racio-
nales para la actividad científica; de manera que desarrollaron una estrategia para intentar salvar la cien-
cia de cualquier sombra de irracionalidad o relativismo. La clave estaba en la convicción de que las cate-
gorías centrales de la filosofía de la ciencia de Kuhn presentan un alto grado de ambigüedad; de mane-
ra que es deseable su reformulación en términos mucho más rigurosos. Ahora bien, ya se señaló que el
uso que la concepción heredada hizo de la lógica formal, con objeto de formalizar la estructura de las teo-
rías científicas, resultaba, a la postre, inconveniente. Y ya vimos cómo la concepción semántica de las teo-
rías recurrió a una lógica informal, del tipo de la desarrollada por Bourbaki en la teoría de conjuntos, con
el propósito, entre otros, de aclarar la relación entre teorías y modelos teóricos. Pues bien, en las mismas
fechas en que se desarrollaban los primeros programas en sociología del conocimiento científico, por los
filósofos estructuralistas (por ejemplo, Joseph Sneed y Wolfgang Stegmüller) pusieron en práctica la estra-
tegia que usó la concepción semántica, solo que ahora con el objetivo de precisar la naturaleza del cam-
bio científico. Y el resultado fue el esperado: una concepción del cambio científico que, resultando com-
patible con muchas de las ideas kuhnianas, mostraba un rigor lógico mucho mayor.
A la vista de este panorama, se comprenderá la centralidad que ha adquirido Larry Laudan en los
últimos años: a su juicio, las posiciones relativistas de la sociología del conocimiento científico, siendo
poderosas, y habiendo servido para sacar a la luz aspectos importantes de la actividad científica, que
habían quedado arrumbados en la penumbra por la filosofía de la ciencia tradicional, dan una idea erró-
nea de la racionalidad científica, y pueden ser, por ello, superadas.
23
Echeverría señala y estudia los siguientes: programa fuerte, programa empírico, etnometodología, programa constructivis-
ta y estudios de ciencia y género (J. Echeverría (1999): Introducción a la metodología de la ciencia. La filosofía de la ciencia en el
siglo XX; Madrid, Cátedra; cap. 8).
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13. GUIÓN-RESUMEN
Se cifra en el Renacimiento el origen de la ciencia modema, a pesar de los muchos antecedentes
que pueden ser rastreados desde la antigüedad. Y, de igual modo, hay que considerar la apari-
ción de una filosofía de la ciencia madura, no antes de la Primera Guerra Mundial, aunque el inte-
rés por desentrañar la naturaleza de la ciencia proceda de mucho antes. La clave está en que sólo
a partir de tales fechas, la filosofía de la ciencia dispuso de un método riguroso de análisis: la
lógica matemática.
La primera corriente dominante en la filosofía de la ciencia es el positivismo lógico. Y la primera
aportación significativa de esta disciplina es la concepción heredada. Dicha concepción entiende la
ciencia como el empeño por establecer leyes fundadas empíricamente, y por coordinar esas leyes
en el seno de teorías.
Para el desarrollo de la concepción heredada jugó un papel trascendental la distinción entre el
contexto de descubrimiento y el contexto de justificación; aunque con posterioridad esta distinción
viniera a resultar inadecuada.
La concepción heredada considera que el objeto de estudio de la filosofía de la ciencia es la
estructura de las teorías científicas; e interpreta dichas teorías a la luz de la lógica de enunciados: una
teoría es un conjunto de enunciados que, idealmente, puede ser axiomatizado.
El problema de la interpretación de los términos teóricos, y el reconocimiento de la existencia en
ellos de un significado excedente, condujo al descubrimiento del papel trascendental jugado por
los modelos teóricos en la actividad científica. Este asunto constituye una de las primeras quiebras
de la concepción heredada, y supuso el desarrollo de una alternativa: la concepción semántica.
Otro de los problemas cruciales para la concepción heredada es el problema de la inducción. Los
empiristas lógicos se adscribieron, inicialmente, a una solución de carácter inductivista. Sin
embargo, la misma se enfrenta a dificultades filosóficas que parecen insalvables. Varias de ellas
ya habían sido puestas de manifiesto por Hume.
Algunas de las nuevas dificultades que se acumulaban contra el inductivismo derivan de un des-
cubrimiento hecho por Hanson: las observaciones científicas poseen carga teórica; es decir, son
dependientes, en un grado significativo, de las teorías que pretenden fundamentar.
Popper propuso una solución al problema de la inducción: la falsabilidad de teorías científicas.
Solución que se convertía, además, en un criterio de demarcación entre ciencia y pseudo-ciencia.
Las posiciones de Popper resultaban, no obstante, excesivamente radicales, e incompatibles con
las investigaciones en historia de la ciencia. Así surgió una atemperación del falsacionismo inge-
nuo popperiano: el falsacionismo sofisticado de Lakatos; fundado en la noción de programa de inves-
tigación.
Pero ni Popper ni Lakatos consiguieron explicar satisfactoriamente los cambios de teorías en la
historia de la ciencia. Kuhn ve esa insuficiencia en el hecho de que el primero toma como unidad
de análisis la teoría, y el segundo, los programas de investigación. A juicio de Kuhn, lo que la
filosofía de la ciencia debe atender es a unos complejos de mayor alcance que los programas de
investigación: los paradigmas.
Estudiando el desarrollo de los paradigmas, y la sustitución de unos paradigmas por otros, Kuhn
diferencia entre ciencia normal y ciencia extraordinaria. Y ofrece una visión del cambio científico en
el que pueden observarse auténticas revoluciones.
La filosofía de la ciencia, de Kuhn, puede considerarse como punto de partida de los debates y
desarrollos teóricos más importantes habidos desde los años 60. En la última parte del tema se
pasa revista a algunos de ellos, especialmente significativos.
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Cuerpo de Profesores de Enseñanza Secundaria. Filosofía. Vol. 1
14. BIBLIOGRAFÍA
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