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NATURALEZA DE LAS LEYES, LAS TEORÍAS Y LOS MODELOS

CIENTÍFICOS. EL CONTEXTO DE LA JUSTIFICACIÓN CIENTÍFICA Y EL


CONTEXTO DEL DESCUBRIMIENTO CIENTÍFICO

Víctor Luis Guedán Pécker

l. LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA


2. LA CONCEPCIÓN HEREDADA
3. LA DISTINCIÓN DE CONTEXTOS
4. LA ESTRUCTURA AXIOMÁTICA DE LAS TEORÍAS CIENTÍFICAS, SEGÚN LA CONCEPCIÓN
HEREDADA
5. LOS MODELOS TEÓRICOS
6. LAS LEYES CIENTÍFICAS Y EL PROBLEMA DE LA INDUCCIÓN
7. EL PROBLEMA DE LA CARGA TEÓRICA DE LAS OBSERVACIONES
8. LA SOLUCIÓN POPPERIANA AL PROBLEMA DE LA INDUCCIÓN
9. EL FALSACIONISMO SOFISTICADO DE LOS PROGRAMAS DE INVESTIGACIÓN
10. INCONMENSURABILIDAD Y PARADIGMA
11. CIENCIA NORMAL Y REVOLUCIONES CIENTÍFICAS
12. LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA, DESPUÉS DE KUHN
13. GUIÓN-RESUMEN
14. BIBLIOGRAFÍA
Víctor Luis Guedán Pécker

l. LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA


Constituye un lugar común, que el origen de la ciencia moderna acaeció durante el Renacimiento por
obra, sobretodo, de algunos astrónomos y físicos; aun cuando se puedan encontrar notables anteceden-
tes de prácticas científicas, incluso remontándonos a la antigüedad clásica. Porque ejemplos tales como
la axiomatización de la geometría, realizada por Euclides, o los repetidos logros de Arquímedes en mecá-
nica e hidráulica, aparecen en la historia de la ciencia como jalones aislados en épocas en que la especu-
lación metafísica domina sobre la investigación empírica; algo que ilustra como pocos ejemplos el triun-
fo del geocentrismo sobre el heliocentrismo, durante más de dos milenios, gracias, en gran parte, a que
el primero es compatible con las tesis metafísicas de Aristóteles. Y, sin embargo, el progreso imparable
de la ciencia moderna, y su autonomía respecto del pensamiento metafísico, parecían incuestionables a
mediados del siglo XVIII: en menos de 150 años se había pasado desde la primera y discreta formulación
moderna del heliocentrismo, por obra de Nicolás Copérnico (1543), y a través de las aportaciones genia-
les pero inconexas de Galileo en mecánica, hasta la impresionante creación de la síntesis físico-astronó-
mica lograda por Isaac Newton (1687). En manos de aquellos hombres, la ciencia moderna ofreáa la fuer-
te impresión de haber encontrado, al fin, el medio definitivo para acumular conocimiento de modo páu-
latino y seguro. Por ello no es de extrañar que, en paralelo al propio ejercicio de la física y la astronomía,
filósofos y científicos abordaran una reflexión meta-científica: ¿que permite a esas disciplinas progreso
semejante, que le está vedado, al parecer, a la metafísica? Francis Bacon, Galileo Galilei, René Descartes
o Isaac Newton son cuatro figuras señeras de esa actividad metacientífica que, en definitiva, se proponía
establecer un canon en la búsqueda de la verdad; un "camino seguro", un método.1
Ahora bien, muchos de quienes sitúan el origen de la revolución científica en el sigo XVI, establecen
como su momento álgido el siglo XIX; porque, a la vista de los logros aparentemente definitivos de las
física, otras disciplinas fueron haciendo suyo, durante dicha centuria, el método que presuntamente usa-
ban las ciencias físicas y, por tanto, convirtiéndose ellas mismas en ciencias de nuevo cuño. Aparecieron
así química, zoología, termodinámica, botánica, biología, sociología, psicología ... Nada podía ser más
natural, que la filosofía recogiera la confianza que se respiraba respecto de la nueva senda encontrada
hacia el conocimiento de las verdades más profundas. Y esa nueva filosofía preñada de optimismo cien-
tifista es el positivismo de Comte, Stuart Mill y Spencer, entre otros muchos. 2
Sin embargo, a la reflexión metacientífica emprendida por el positivismo decimonónico le faltaba una
herramienta capaz de hacerla tan rigurosa como era ya la ciencia que estudiaba. Puede decirse que la
incipiente filosofía de la ciencia carecía aún de su propio método. Por eso, conviene situar la madurez de
esta nueva rama filosófica, no en las especulaciones de Bacon, Descartes o Comte, sino ya en pleno siglo
XX. La razón de ello es que sólo tras la Primera Guerra Mundial los filósofos preocupados por desentra-
ñar la naturaleza de la ciencia pudieron dotarse de un instrumento poderosísimo: la lógica matemática
desarrollada principalmente por Alfred N. Whitehead y Bertrand Russell.
La síntesis que los miembros del Círculo de Viena realizaron de las tesis positivistas y de las herra-
mientas aportadas por la lógica matemática -síntesis conocida como positivismo lógico- constituye, pues,
el verdadero punto de arranque de la filosofía de la ciencia.

2. LA CONCEPCIÓN HEREDADA
Las especulaciones neopositivistas en torno a la naturaleza de la ciencia, comenzadas en el seno del
Círculo de Viena (bajo el impulso inicial de Moritz Schlick y el liderazgo posterior de Rudolf Carnap y
Otto Neurath) y en el Grupo de Berlín (cuya figura más destacada fue Hans Reichenbach), dieron como

1
Para una exposición más detallada de la revolución científica y de las reflexiones metacientíficas que propició, puede con-
sultarse el tema nº 54, La revolución científica. Galileo y Newton.
2
Para seguir una exposición del positivismo decimonónico y de sus secuelas contemporáneas, puede consultarse el tema
nº 62, El positivismo y el avance científico del siglo XIX.

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Cuerpo de Profesores de Enseñanza Secundaria. Filosofía. Vol. 1

resultado, ya en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, a la que se conoce como la concepción
heredada.3 En ella se establecían los problemas relevantes para la filosofía de la ciencia, así como se pos-
tulaba un poderoso conjunto de soluciones para los mismos; hasta el punto de que dicha concepción
heredada se ha convertido en una referencia ineludible para la filosofía de la ciencia, aun en los casos en
que los filósofos dedicados a este campo muestren divergencias profundas con los planteamientos posi-
tivistas.
La exposición más lograda de la concepción heredada quizás sea la obra de Ernst Nagel titulada La
estrnctura de la ciencia (1961). De modo esquemático, puede decirse que, según Nagel, las ciencias tratan
de descubrir leyes, a partir de la observación y la experimentación meticulosas, y de organizar esas leyes
establecidas, junto con todo el cúmulo de conocimiento empírico mediante el que han sido contrastadas las
leyes, y con todas las hipótesis planteadas para cubrir los huecos de conocimiento efectivo aún presentes,
en un todo homogéneo que denominamos teoría. Así pues, la formulación de teorías constituye la tarea
principal de la ciencia. En palabras de Nagel, "es el deseo de hallar explicaciones que sean al mismo tiem-
po sistemáticas y controlables por elementos fácticos lo que da origen a la ciencia; y es la organización y
la clasificación del conocimiento sobre la base de principios explicativos lo que constituye el objetivo dis-
tintivo de las ciencias". 4
Pues bien, mientras que la ciencia se afana en la postulación de teorías, la filosofía de la ciencia debe
centrarse en la elucidación de la naturaleza de dichas teorías científicas. Ahora bien, dado el carácter pio-
nero de la física, dentro de la historia del desarrollo de la ciencia moderna, fueron las teorías físicas,
aquellas que se convirtieron en principal objeto de estudio por parte del positivismo lógico, y que sirvie-
ron de contraste para la postulación y posterior refinamiento de la concepción heredada. Algo que, con
el tiempo, se señalaría como un sesgo importante de la filosofía de la ciencia, y que se intentaría corre-
gir, a la vista de las acusadas diferencias entre los distintos saberes científicos. 5
En todo caso, la cuestión radicaba, llegados a este punto, en establecer el modo adecuado de abordar
el estudio de las teorías científicas. Y para ello fue fundamental una discriminación que se conoce como
distinción de contextos.

3. LA DISTINCIÓN DE CONTEXTOS
Se debe a Hans Reichenbach una idea que marcaría la orientación de la filosofía de la ciencia neo-
positivista. En el origen de la misma está una dificultad que había resultado insalvable para las reflexio-
nes metacientíficas anteriores al positivismo lógico. En efecto, ya señalamos más arriba que un empeño
capital para pensadores como Bacon, Galileo, Descartes o Newton fue el establecimiento del conjunto
preciso de reglas que debían ser seguidas en la investigación científica. El rigor de la ciencia se cifraba,
según esta perspectiva de las cosas, en el respeto a los procedimientos propios del método científico, el
método experimental o como quiera que se denominase el conjunto de prácticas que debían ser usadas en
el trabajo científico. Sin embargo, los repetidos esfuerzos por aclarar ese método resultaron confusos.
Para hacer frente a tales dificultades, Reichenbach, en un artículo publicado en 1938, advirtió acerca
de la necesidad de distinguir entre el contexto de descubrimiento y el contexto de justificación. A su juicio,
deben diferenciarse dos tipos de problemas referidos a la ciencia: aquellos que tienen que ver con el pro-
ceso por el cual se formulan hipótesis y teorías (problemas que formarían parte del contexto de descu-
brimiento), y aquellos otros relativos a los procedimientos destinados a validar dichas hipótesis y teorí-
as (constituyentes del contexto de justificación). Habría que reconocer que los procedimientos que siguen
los científicos para proponer nuevas hipótesis y teorías pueden obedecer no siempre a reglas lógicas

3
En ocasiones, se la conoce con los nombre alten1ativos de la concepción estándar o la concepción enunciativa de las teorías cien-
tíficas
• Ernst Nagel (1961): La estructura de la ciencia; Barcelona, Paidós, 1981; p. 17.
5
En especial, fue relevante, al respecto, la distinción que algunos filósofos procuraron establecer entre las ciencias d~ la.-.
naturaleza y las ciencias humanas o sociales; cada una de las cuales necesitaba, su juicio, una epistemología propHÍ.

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Víctor Luis Guedán Pécker

estrictas, a métodos racionales; dejándose llevar, a menudo, por intuiciones, analogías, metáforas, etc.
Ahora bien, a juicio de Reichenbach, todo cuanto se refiere a estas cuestiones constituye objeto de estu-
dio, en todo caso, de la psicología, la sociología o la historia de la ciencia; no de la filosofía de la ciencia.
A ésta le tocaría establecer, únicamente, si tales hipótesis y teorías, cualesquiera que hayan sido los
modos en que fueron propuestas, poseen las condiciones lógicas adecuadas para ser consideradas como
científicas. Como puede apreciarse, para los positivistas lógicos la filosofía de la ciencia "consiste en el
análisis lógico de las proposiciones y conceptos de la ciencia empírica" .6 Se trata de una disciplina cen-
trada en el contexto de justificación y cuya meta final es la dilucidación de "la estructura de la ciencia",
tal y como reza el título del libro de Nagel que hemos citado ya.
Hemos de desviamos momentáneamente de la exposición de otras tesis positivistas acerca de la cien-
cia, para señalar que esta distinción de contextos vendría a ser dinamitada por los filósofos que se enfren-
taron a la concepción heredada, a partir de los años 60, y de los que hablaremos más adelante. Como
señala significativamente Irme Lakatos en las primeras líneas de uno de sus textos clásicos, remedando
a Kant, "La Filosofía de la ciencia sin la Historia de la ciencia es vacía; la Historia de la ciencia sin la
Filosofía de la ciencia es ciega" .7

4. LA ESTRUCTURA AXIOMÁTICA DE LAS TEORÍAS


CIENTÍFICAS, SEGÚN LA CONCEPCIÓN HEREDADA
La concepción heredada concibe toda teoría científica como un conjunto de enunciados que, ideal-
mente, puede ser axiomatizado gracias a la ayuda que proporciona la lógica de enunciados de primer orden
con identidad. Realizada esa tarea, se ponen de manifiesto, al menos, los elementos siguientes como cons-
titutivos de una teoría:
a) Las teorías disponen de tres tipos de vocabulario:
Un vocabulario lógico-matemático Ve el propio de la lógica de enunciados de primer orden con
identidad, junto con el correspondiente de las ciencias matemáticas pertinentes al ámbito
propio de la teoría (así, por ejemplo, el cálculo tensorial es relevante para la física, pero no
para la microeconomía, donde deben ser considerados, en cambio, como parte de VL, los
vocabularios respectivos de la combinatoria y de la estadística);
Un vocabulario observacional V0, cuyos términos denotan lo dado en la observación empírica
(por ejemplo, en física, términos como 'espacio' o 'tiempo');
Un vocabulario teórico Vt' cuyos términos no refieren a nada directamente observable; adqui-
riendo significación empírica sólo si se puede establecer una conexión lógica entre ellos y los
términos de V0 (por ejemplo, 'velocidad media' es un término teórico de la física).
b) Asimismo, en las teorías se dan tres tipos de enunciados:
Las reglas de correspondencia, mediante las cuales puede dotarse de significado empírico a los tér-
minos de Vt' al ponerlos en relación lógica con los términos de V0 (por ejemplo, el término 'velo-
cidad media' adquiere significado empírico mediante la fórmula siguiente: "la velocidad media
de un móvil es igual al cociente entre el espacio recorrido y el tiempo empleado").
Los enunciados protocolares, constituidos únicamente por términos de los vocabularios lógico
y observacional, y cuyo valor de verdad radica en que pretenden reflejar hechos directamen-
te observables por los sentidos (enunciados tales como que "en la observación nº. N, realiza-
da en fecha E y bajo las condiciones específicas ~ la distancia recorrida por el sonido, en el
medio m y durante el tiempo t es x").

6
Carnap, R.: "La antigua y la nueva lógica". Publicado en Ayer, A. (ed.) (1959): El positivismo lógico; México, F.C.E., 1986.
7
Lakatos, l. (1970): Historia de la ciencia y sus reconstnicciones racionales; Madrid, Tecnos, 1974; p. 11.

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Los enunciados teóricos, en los que aparecen términos teóricos, además de términos lógicos, y
cuyo valor de verdad deriva de su conexión lógica como los enunciados protocolares (un
enunciado de este tipo sería el siguiente: "la velocidad media del sonido en el medio m es
igual a xl.J").
Naturalmente, son pocos los casos en que puede ser axiomatizada una teoría científica según el
esquema que acabamos de explicitar. Porque habitualmente las teorías son realidades en construcción,
que presentan áreas imprecisas, zonas de indefinición que no encajan en la concepción heredada. Por eso
hay que considerarla, más bien, un ideal de carácter regulativo, en la tarea científica de organizar los
materiales de una teoría.

5. LOS MODELOS TEÓRICOS


Presentada así, la concepción heredada requería aún un arduo trabajo para que llegara a responder a
los muchos interrogantes que planteaba. Nos detendremos, por el momento, en uno de ellos: el proble-
ma de la interpretación de los términos teóricos. Como hemos indicado, la concepción heredada consi-
dera que dichos términos adquieren significación empírica sólo si son ligados lógicamente al vocabula-
rio observacional. Ahora bien, ¿cómo debe ser interpretada esa conexión lógica entre los dos tipos de tér-
minos?
En los primeros momentos, Moritz Schlick pensó que los términos teóricos de una teoría científica
deberían permitir una definición explícita en términos del vocabulario observacional V0 ; esto es, que todos
y cada uno de los aspectos y matices que cubriera el término teórico en cuestión tenían que poder ser
precisados con la ayuda exclusiva de los vocabularios V 0 y VL. Sin embargo, semejante presupuesto no
dejaba de presentar, al menos, dos problemas. El primero radica en la aparente inutilidad que parecen
detentar tales términos, una vez definidos; porque, en verdad, si tales definiciones son posibles, ¿para
qué, entonces, hacer uso de los términos teóricos en la formulación de teorías, si recurriendo exclusiva-
mente a términos observacionales se puede afirmar exactamente lo mismo? Además, tal y como señala-
ra Rudof Carnap en Fundamentación lógica de la física (1966), un término teórico definido según las exigen-
cias propuestas por Schlick debería pasar a formar parte, inmediatamente, del vocabulario observacio-
nal. Lo que crearía el problema añadido de tener que corregir qué se entiende ahora por lo dado, puesto
que se supone que los términos observacionales refieren únicamente a realidades observables.ª
Por otra parte, acabó por resultar evidente, para los defensores de las versiones originarias de la con-
cepción heredada, que algunos términos teóricos cuyo uso parece totalmente legítimo en el ámbito de
determinada teoría científica no permiten, sin embargo, definiciones explícitas del tipo de las propugna-
das por Schlick. Hasta el punto de que Carnap acabó por reconocer que tales términos sólo admiten una
definición parcial mediante términos del vocabulario observacional Vo. Lo cual significa que tales térmi-
nos teóricos poseen un significado excedente que no deriva de los términos observacionales con los que son
conectados mediante las reglas de correspondencia. O, dicho de otro modo más ilustrativo, que no todo
cuanto afirma una teoría científica procede directa e inequívocamente de la base observacional sobre la
que se pretende asentarla.
En este punto, y con objeto de hacer frente al problema epistemológico que suponía el significado
excedente de los conceptos teóricos, algunos filósofos propusieron que era necesario distinguir entre teo-
rías científicas y modelos teóricos: Una teoría científica consta, exclusivamente, de un conjunto de símbo-
los aún no interpretados, y de un sistema lógico-formal compuesto exclusivamente por un conjunto de

"Recurriendo a los ejemplos expuestos más arriba, ¿la velocidad media, una vez que disponemos de una definición explíci-
ta de la misma, al ligarla al espacio y al tiempo, debe decirse, a partir de ese momento, que es una propiedad observable de
los móviles?

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reglas de cálculo y otro conjunto de reglas de correspondencia. Mientras que un modelo teórico es el
resultado de la interpretación semántica particular de los términos y enunciados de una teoría. 9
Con objeto de precisar las relaciones específicas que existen entre las teorías y los modelos (asunto
que, según algunos filósofos, parecía exceder las capacidades de la concepción heredada), en la década
de los 60 se desarrolla la que se conoce como concepción semántica de las teorías científicas, que se presen-
ta como una alternativa a la concepción heredada, a la vista de las dificultades inherentes a ésta. Su figu-
ra principal es, quizás, el filósofo P. Suppes, y el propósito de esta concepción es la de sustituir la lógica
formal de enunciados -que había conducido a los problemas que venimos señalando, acerca del signifi-
cado excedente de los términos teóricos-, por una lógica informal inspirada en la teoría de conjuntos. Tal
y como lo explica Javier Echeverría, siguiendo las ideas de Suppes, "Así como una estructura matemáti-
ca (grupo, anillo, cuerpo ... ) es definida mediante una serie de axiomas que deben ser satisfechos para que
algo sea un grupo (o anillo, o cuerpo ... ), así también las teorías científicas empíricas son estructuras con-
ceptuales abstractas definibles mediante una serie de axiomas, que luego son satisfechos o no por los sis-
temas empíricos. Cuando un sistema empírico (físico, biológico, económico, social, etc.) satisface todos
los ítems del predicado conjuntista que define una teoría empírica, entonces se dice que dicho sistema es
un modelo de la teoría." 1º
Ahora bien, sea cual sea la concepción que se adopte (la heredada o la semántica), queda claro que
como las significaciones de los términos teóricos no proceden de definiciones explícitas, el modelo no
debería ser considerado una reproducción exacta de la realidad; sino, en el mejor de los casos, una apro-
ximación tentativa a la misma, que permite continuar en la búsqueda incesante de nuevas leyes. 11
Construimos modelos con el objeto de orientamos en el trabajo subsiguiente. Si bien, la ventaja de la con-
cepción semántica es que revela que la construcción de modelos es, no solo una estrategia conveniente,
sino una parte esencial de la tarea científica. Así lo expresa Echeverría: "Partiendo de esta nueva meto-
dología de análisis de teorías, que sustituye el análisis lógico-formal de los empiristas lógicos por un aná-
lisis modelo-conjuntista, una teoría queda definida por los sistemas empíricos que son modelos de la teo-
ría, es decir, que satisfacen una serie de axiomas expresados en términos semiformales." Y unas páginas
después cita unas palabras reveladoras de otro de los defensores de esta concepción semántica, B. Van
Fraasen: "El trabajo esencial de una teoría científica es proporcionarnos una familia de modelos, para ser
utilizada en la representación de los fenómenos empíricos."

9
Pongamos como ejemplo la física de la materia. El cúmulo de observaciones realizadas, acerca de la materia a escala atómi-
ca, durante los últimos años del siglo XIX y los primeros de la centuria siguiente, así como las leyes físico-matemáticas que
fueron establecidas a partir de tales observaciones, recibieron una serie de interpretaciones sucesivas, durante los primeros
años del siglo XX. En 1904, J.J. Thomson postuló lo que sería el primer modelo atómico: el átomo estaba formado por una
esfera material cargada positivamente, en la que, al igual que en un plu.nk-cake, estaban incrustados los electrones, con su
carga negativa. Pero en 1911, Ernest Ruterford presentó un nuevo modelo teórico que, a la postre, resultaría mucho más
interesante para orientar la investigación futura. A su juicio, había que imaginar el átomo como un diminuto sistema solar,
en cuyo centro estaría un núcleo de carga positiva, en torno al cual girarían, en órbitas circulares, los electrones. Sin embar-
go, el modelo atómico de Ruterford presentaba algunas inconsistencias, tales como que, de ser cierta esta estructura atómi-
ca, los electrones acabarían siendo absorbidos por el núcleo. Y tal suceso no es corroborado por las observaciones empíri-
cas. Así pues, se necesitaba un nuevo modelo que diera cuenta de estas anomalías. Y le correspondió a Niels Bohr, ayudan-
te de Ruterford, formularlo, y a Arnold Sommerfeld (1916) refinarlo: el átomo es imaginado ahora como un minúsculo sis-
tema solar, en el que los electrones, que giran sobre su eje, de modo similar a como lo hacen los planetas, describen órbitas
no circulares, sino elípticas. Ahora bien, este modelo sólo era absolutamente adecuado para el caso del hidrógeno, que
posee un único electrón. Con objeto de extender dicho modelo a los demás elementos de la naturaleza, se desarrolló el que
se conoce como modelo vectorial del átomo, en cuyo disefio tuvo un papel protagonista Wolfgang Pauli. Finalmente, sin
embargo, incluso este modelo altamente sofisticado resultó inconsistente con determinados datos empíricos y con ciertas
conclusiones teóricas. De modo que hubo de ser sustituido por un último modelo, a día de hoy, en cuyo diseño jugó un
papel protagonista Erwin Schrodinger: los electrones no deben ser imaginados ya como desplazándose en órbitas elípticas
alrededor del núcleo atómico, sino moviéndose de modo azaroso en el interior de un orbital; esto es, de un área; sin que sea
posible establecer su trayectoria precisa. G.A. Babor y J. Ibarz: Química general moderna; Barcelona, Marín, 1972; pp. 166-197.)
10
J. Echeverría (1999): Introducción a la metodología de la ciencia. La filosofía de la ciencia en el siglo XX; Madrid, Cátedra; p. 170.
11
En realidad, los filósofos de la concepción semántica, tales como el citado van Fraasen, critican la misma distinción entre
términos empíricos y términos teóricos. En todo caso, alguno como J. Sneed cree que esa distinción debe hacerse relativa
a cada teoría; es decir, que es el marco de una teoría el que decide qué término debe ser considerado empírico y qué, teó-
rico.

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Y para el cumplimiento de semejante función heurística que cumplen los modelos, los científicos
hacen uso de una variedad muy rica: modelos a escala, modelos mecánicos, modelos analógicos, mode-
/1

los ostensivos, modelos de juego, modelos matemáticos, etc. [... ]En todas las disciplinas, desde la astro-
física hasta la zoología, la simulación informática es signo habitual de buena ciencia." 12
La consideración de estos modelos varía sobremanera, en función, muchas veces, del ámbito científi-
co de que se trate. Así, mientras que los modelos de la física tiende a pensarse que reproducen en lo esen-
cial aquello de que tratan, los modelos de las ciencias sociales tienden a ser vistos, en general, como
meras metáforas: no puede confiarse en su adecuación absoluta a la realidad, aunque, eso sí, no carecen
de utilidad en el trabajo de investigación. De todos modos, "incluso los modelos científicos más austeros
funcionan gracias a analogías y metáforas[ ... ] las teorías científicas son inevitablemente metafóricas[ ... ] De
hecho, no se pueden eliminar la analogía y la metáfora del razonamiento científico. Las ideas científicas
no se pueden comunicar a través del medio literal de la lógica formal[ ... ] los mapas científicos, los mode-
los, las metáforas, los themata y otras analogías no son meras herramientas del pensamiento o figuras
retóricas. Son la verdadera sustancia de la teoría científica." 13 Más arriba, habíamos dicho esto mismo de
otra manera más concisa: nuestras teorías acerca e la realidad no pueden desprenderse del significado
excedente que aparece en los términos teóricos.

6. LAS LEYES CIENTÍFICAS Y EL PROBLEMA DE LA INDUCCIÓN


Algunos de los enunciados teóricos de las teorías científicas poseen gran importancia. Son aquellos
que denominamos leyes, y su relevancia deriva de su alto poder explicativo, así como de la consiguien-
te capacidad que ofrecen, para predecir sucesos futuros en un ámbito concreto de la realidad.
Propiamente, una ley es un enunciado universal que establece una conexión necesaria entre dos o más tér-
minos. Entendido así, no todo enunciado universal es una ley; porque puede darse el caso de un enun-
ciado universal que no implique necesidad ninguna. 14 Por eso, se habla de universalidad nomológica, para
señalar la universalidad propia de las leyes científicas.
Los filósofos de la ciencia denominan inductivismo a la teoría filosófica más clásica acerca de la for-
mulación y fundamentación de las leyes científicas; teoría que abrazaron los postuladores de la concep-
ción heredada. Según dicha teoría, la ciencia parte de la acumulación de un número suficientemente sig-
nificativo de enunciados protocolares acerca de un determinado estado de cosas; para formular, después,
una ley que sea capaz de explicar tales casos y de predecir otros de naturaleza similar. Ahora bien, es
fácil de comprender que toda ley científica excederá el contenido empírico de los enunciados protocola-
res acumulados previamente, en la medida en que se apoya en la observación de un número de casos
que, por muy grande que sea, nunca cubrirá la totalidad posible (entre otras cosas, porque no pueden
observarse aquellos sucesos futuros acerca de los cuales la ley constituirá una predicción). La cuestión
es, entonces, ésta: ¿en qué circunstancias puede ser considerada legítima tal generalización? El inducti-
vista (cuyo prototipo filosófico quizás sea John Stuart Mill) establece, al menos, tres condiciones: a) que
el número de enunciados protocolares sea suficientemente grande; b) que cubra una variedad suficiente
de condiciones en que pudiera darse el suceso observado; y c) que no haya ningún enunciado protoco-
lar que contradiga la generalización, por más que sean muchos otros los que la confirman. Sin embargo,
ya mostró David Hume que la generalización inductiva carece de verdadero fundamento lógico.
Estrictamente, de un número limitado de observaciones no puede derivarse una afirmación de orden
universal. 15 Y no sirve decir que ese tipo de salto lógico ha resultado, en la práctica, frecuentemente acer-
tado; porque en tal caso estamos usando un argumento inductivo para fundar la validez de toda induc-
ción; lo que constituye un descarado círculo vicioso. 16
12
J. Ziman (1998): ¿Qué es la ciencia?; Madrid, Cambridge University Press; pp. 151y152.
13
Op. cit., pp. 152-155.
14
Por ejemplo, un enunciado universal es que todas las personas de una habitación sean míopes; hay universalidad, pero no
necesidad de que tal coincidencia hubiera de ser así.
15
D. Hume (1739): Tratado de la naturaleza humana, libro I, parte III.
16
Debe advertirse, sin embargo, que la lógica inductiva de Stuart Mili es sensible a semejante crítica; si bien el filósofo inglés
creía poder eludir la condición viciosa de tal circularidad.

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Esa falta de firmeza lógica de las leyes obtenidas por inducción hizo que muchos inductivistas pasa-
ran a hablar del valor de verdad de las leyes en términos de probabilidad: una ley sería tanto más proba-
blemente cierta, cuanto mayor fuera la cantidad y variedad de observaciones empíricas a partir de las
cuales había sido realizada la generalización. Este tratamiento del problema de la inducción presenta, sin
embargo, serias insuficiencias de orden matemático. Porque los matemáticos entienden por probabilidad
aquello que define la ley de Laplace: el cociente entre los casos favorables y los casos posibles. De manera
que si el número de casos posibles es potencialmente infinito, el aumento finito en el número.de obser-
vaciones de un cierto estado de cosas no modifica el grado de probabilidad, que, de hecho, es matemá-
ticamente cero; porque cualquier cantidad finita (el número de casos favorables), dividida por infinito (el
número de casos posibles), da como valor precisamente cero.

7. EL PROBLEMA DE LA CARGA TEÓRICA DE LAS


OBSERVACIONES
Pero las dificultades para el inductivismo proceden también de otro tipo de cuestiones distintas al
problema de la inducción. En efecto, una de las tesis centrales de semejante filosofía de la ciencia (idea
que se remonta, quizás, a Francis Bacon) es que las observaciones empíricas ocupan el primer paso en el
proceso de formulación de hipótesis, de descubrimiento de leyes y de construcción de teorías; y que, por
lo tanto, dichas observaciones (que quedan fijadas en los enunciados protocolares) son independientes
de la teoría a la que acabarán dando fundamento.
Sin embargo, el filósofo norteamericano N. R. Hanson demostró que las cosas no ocurren de semejan-
te manera. 17 En síntesis, la idea de Hanson es que, visto que dos observadores de un mismo fenómeno,
aun recibiendo iguales estímulos sensoriales, pueden llegar a ver cosas diferentes, semejante circunstan-
cia sólo es explicable si se acepta que las teorías que previamente sostienen uno u otro observador con-
dicionan sus respectivas experiencias perceptivas. En un famoso ejemplo, Hanson afirmaba que, contem-
plando juntos el anochecer en el cielo de Praga, mientras que Tycho Brahe -que creía que la Tierra ocupa
el centro del universo- veía que el ocaso era resultado del movimiento del Sol, hasta ocultarse en el hori-
zonte, a Johanes Kepler le resultaba obvio que estaba observando el giro de la Tierra sobre sí misma,
hasta provocar la llegada del crepúsculo. Dicho de otro modo: no sólo se está negando que la observa-
ción sea independiente de la teoría, sino que se sostiene que la teoría orienta al científico en su tarea de
observar, y le determina en el modo de interpretar lo observado. En términos técnicos, debe afirmarse
que las observaciones poseen carga teórica. 18
El reconocimiento de este hecho exige una reformulación radical de la concepción de las teorías cien-
tíficas, tal y como había sido desarrollada en el seno de la concepción heredada. Y otro tanto hemos visto
que ocurre con el problema de la interpretación del papel que juegan los modelos científicos. Era sólo
cuestión de tiempo que, éstas y otras dificultades, acabaran por colapsar la concepción heredada.

8. LA SOLUCIÓN POPPERIANA AL PROBLEMA DE LA


INDUCCIÓN
El filósofo austríaco Karl Popper representa un momento capital en el desarrollo de la filosofía de la
ciencia, en virtud de su propuesta de superación del problema de la inducción. La idea principal de
Popper es que la ciencia no opera, a menudo, mediante el procedimiento expuesto por los inductivistas:
partiendo desde un paciente proceso de observación desprejuiciada, y llegando hasta la formulación de
hipótesis y teorías. Por el contrario, la actividad científica reside en una interminable sucesión de conje-

17
Hanson se reconoció, en este punto, directamente influenciado por el segundo Wittgenstein y por la Psicología de la
Gestalt.
18
N.R. Hanson: Patrones de descubrimiento. Observación y explicación; Madrid, Alianza, 1977.

182
Cuerpo de Profesores de Enseñanza Secundaria. Filosofía. Vol. 1

turas atrevidas y de posteriores refutaciones.19 Es decir, que la observación no juega un papel tan deter-
minante en la propuesta de hipótesis y teorías; sino que su importancia se revela, principalmente, en el
momento posterior de comprobar la validez de las conjeturas teóricas imaginadas. Así pues, son las con-
jeturas teóricas quienes orientan la búsqueda de información empírica. De manera que, para Popper, no
hay inconveniente en reconocer que las observaciones científicas están dirigidas por las teorías (si bien,
no en el grado tan profundo que postulaba Hanson). 20
Por otra parte, esa concepción popperiana acerca de la relación entre observación y experimentación,
por una parte, y teoría, por otra, permite resolver, a su juicio, el problema de la inducción. En efecto, la
idea que maneja Popper ante ese problema es la conocida como asimetría entre verificación y falsación:
mientras que es lógicamente imposible derivar inductivamente una ley universal, a partir de un núme-
ro limitado de observaciones, por mucho que dicho número sea elevado, una única observación contra-
ria a una ley sirve, en cambio, para demostrar su falsedad, precisamente por el carácter universal de toda
ley. 21 De ese modo, debe reconocerse que una ley ofrece garantías, no por la base empírica acumulada
con anterioridad a su formulación, sino más bien por la capacidad que demuestre para resistir todos los
esfuerzos dirigidos a falsarla; es decir, a encontrar un hecho que la contradiga.
Popper considera que la falsabilidad constituye un excelente criterio de demarcación entre la ciencia y
aquellos otros saberes que pretenden pasar por tal. A su juicio, sólo es científico un saber que se somete a la
prueba de ser refutado por los hechos; algo que, según repite Popper una y otra vez, no ocurre con saberes
tales como la astrología, el marxismo o el psicoanálisis.
La solución popperiana al problema de la inducción es, a juicio de su postulador, compatible con una
concepción realista del conocimiento científico. Según Popper, si bien nunca podemos estar seguros de haber
alcanzado la verdad mediante la formulación de una teoría científica, los sucesivos esfuerzos falsadores per-
miten confiar en que la ciencia progresa asintóticamente hacia ella; porque si la falsación es superada por
una hipótesis que aspira a ser considerada con el rango de ley, la confianza en dicha hipótesis sale reforza-
da; mientras que si la hipótesis es falsada, la subsiguientes conjeturas que los científicos vendrán a proponer
en su sustitución hay que creer que resultarán mucho más ajustadas a la verdad que las desechadas.

9. EL FALSACIONISMO SOFISTICADO DE LOS PROGRAMAS DE


INVESTIGACIÓN
Las propuestas iniciales de Popper -que vamos a denominar, en conjunto, falsacionismo ingenuo-
tuvieron la virtud de dinamitar el inductivismo ingenuo que profesaban los positivistas lógicos; pero
andaban aún lejos de constituir una teoría satisfactoria de la ciencia. Citaremos, a continuación, algunas
de las insuficiencias que ese falsacionismo ingenuo, así como las soluciones que se fueron depurando,
hasta constituir lo que se conoce como falsacionismo sofisticado.
Una primera objeción tiene que ve con que, si bien Popper había puesto en valor la falsación como
un procedimiento eficaz para la fundamentación empírica de las leyes científicas, parecía minusvalorar
excesivamente el papel que la acumulación paciente y rigurosa de observaciones tiene, de hecho, en el
quehacer de la ciencia. La corrección propuesta por el falsacionismo sofisticado consistió en proponer la
falsación como el procedimiento validador de las conjeturas más conservadoras (aquellas que se apoyan
en un fundamento empírico notable), mientras que la confirmación empírica -esto es, la búsqueda de datos

19
Así se titula, precisamente, uno de los principales escritos epistemológicos popperianos: Conjeturas y refutaciones, de 1969.
20
Un ejemplo significativo al respecto es la idea de que el hombre procede del mono por evolución. Darwin no disponía, por
entonces, de registros fósiles que sugirieran esta hipótesis. Se trató, más bien, de una conjetura arriesgada que descubri-
mientos paleontológicos posteriores, orientados por ella, se encargaron de confirmar.
21
No hay manera de confirmar la supuesta ley que afirmase que todos los cisnes son blancos, porque, por muchas observa-
ciones que se tuvieran a su favor, nunca estaríamos seguros de que no se nos hubiera pasado por alto la existencia de algún
cisne negro. Mientras que un solo caso de cisne negro derrumba la validez de la ley supuesta.

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Víctor Luis Guedán Pécker

observacionales en favor de las hlpótesis- lo sería para las conjeturas más audaces (las que habían sido
propuestas con una base empírica muy pequeña).
Por otro lado, Popper parecía contradecir nn hecho cuya realidad pone en evidencia la historia de la
ciencia: que las teorías científicas no son abandonadas tan rápidamente corno se sugiere, ante la falsación
de alguna de sus leyes; sino que los científicos suelen trabajar modificando la teoría lo necesario como
para hacerla compatible con los nuevos datos observacionales. El falsacionismo sofisticado señaló que la
introducción de hipótesis ad hoc, es decir, que sirven para salvar la falsación sufrida, pero que, a su vez,
no van acompañadas de las condiciones que las hagan a ellas mismas falsables, debilitan el rigor cientí-
fico de la teoría. Pero no toda hipótesis introducida para hacer frente a una falsación posee el carácter de
serlo ad hoc. Y la labor de encontrar hipótesis de este segundo tipo es propia de la actividad científica,
antes de dar por falsada definitivamente una teoría. Así explica, por ejemplo, Imre Lakatos por qué el
impresionante edificio de la física newtoniana aguantó ante las observaciones falsadoras provenientes
del trabajo de cálculo de la órbita lunar; algo que ni el inductivismo ni el falsacionismo ingenuos conse-
guían justificar.
Abnndando en el estudio de la estructura de las teorías científicas, con objeto de ajustarlo a los datos
que iba aportando la historia de la ciencia, Lakatos vino a distinguir en toda teoría científica su núcleo
central y su cinturón de protección. La clave de esta distinción está en que las falsaciones que afectan a algu-
nos de los enunciados que constituyen el cinturón de protección no ponen en crisis los logros teóricos
anteriores; sino que suponen sólo un reajuste del cinturón, mediante la introducción de nuevas hlpóte-
sis que, a poder ser, no tengan la condición de ser ad hoc. De este modo, la teoría originaria se transfor-
ma en otra nueva que mantiene el mismo núcleo pero que se diferencia por el cinturón. Esta sucesión de
teorías que comparten igual núcleo central es lo que Lakatos denominará programa de investigación.
Según Lakatos, mientras el programa de investigación se muestre progresivo, es decir, en tanto que
sirva para orientar la labor de la comunidad científica y para producir, de vez en cuando, algunos pro-
gresos en la explicación y predicción de fenómenos, los investigadores tornarán la decisión metodológica
de considerar infalsable el núcleo central. Sin embargo, cuando el programa degenera, porque los pode-
res antedichos se hacen problemáticos, la atención se vuelve sobre las anomalías del núcleo. El resultado
puede ser la creación de un programa de investigación alternativo, es decir, en el que su núcleo difiera
del núcleo del programa original.

10. INCONMENSURABILIDAD Y PARADIGMA


Ni el falsacionisrno ingenuo de Popper ni el falsacionismo sofisticado de Lakatos conseguían dar una
respuesta satisfactoria al problema siguiente: ¿cómo se deciden los científicos, en aquellos casos en que
están enfrentadas dos teorías competidoras? Popper creía en la posibilidad de crear experimentos crucia-
les; esto es, pruebas experimentales que permitieran contrastar inequívocamente cuál de las teorías riva-
les se ajustaba mejor a los hechos. Sin embargo, semejante posibilidad depende de que pueda establecer-
se una base empírica común a ambas teorías rivales, que pudiera jugar algo así corno el papel de juez
último en el debate teórico; lo que dista de ser seguro.
El problema está en que el modo en que Popper entiende la relación entre teoría y observación es ina-
decuado. No se trata sólo de que la teoría guía la búsqueda de información empírica, tal y corno piensa
Popper; sino de que determina, también, su mismo significado. Esto es lo que Hanson pretendía haber
subrayado con la noción de "carga teórica": que el significado de las observaciones está supeditado a la
teoría correspondiente. O, lo que es igual, que teorías diferentes pueden poseer bases observacionales
inconmensurables; de manera que, en tales casos, resulta imposible la creación de experimentos crucia-
les.

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Cuerpo de Profes ores de Enseñanza Secundaria. Filosofía. Vol. 1

La inconsmensurabilidad entre las bases empíricas de dos teorías rivales fue puesta de manifiesto, de
modo paralelo e independiente, por Thomas S. Kuhn y Paul Feyerabend. 22 ¿Cómo, entonces, podemos
establecer cuál de las dos teorías es la idónea? Lakatos defendía que será preferible la que pertenezca al
programa de investigación que se muestre más progresivo. Pero esa noción de "programa progresivo"
fue incapaz de precisarla: ¿cuándo podemos empezar a considerar que un programa ha dejado de ser
progresivo y comienza a degenerar? ¿Cómo medimos cuál de dos programas progresivos es más progre-
sivo?
Una posible respuesta a estas cuestiones requiere que se tomen en consideración aspectos de la cien-
cia que, hasta ese momento, habían sido arrumbados en el seno del contexto de descubrimiento: los fac-
tores históricos, psicológicos y sociológicos del quehacer científico. La distinción de contextos, que
hemos visto que propusiera Reichenbach y que adoptó la concepción heredada, ahora debía ser arrum-
bada, por inconveniente. Y fue precisamente Kuhn quien abrió la brecha, en ese sentido, mediante la for-
mulación de nociones tales como las de paradigma, ciencia normal y revolución científica. Vamos a exponer-
las brevemente.
Para Kuhn, la unidad básica de análisis en filosofía de la ciencia no debe ser ni la ley, ni la teoría en
que esa ley está incardinada, ni siquiera el programa de investigación, uno de cuyos momentos es esa
teoría; sino que esa unidad básica es el paradigma. Por tal, hay que entender algo así como el programa
de investigación lakatiano, al que hay que añadir, además, otros elementos adicionales, que son necesa-
rios para precisar el marco en el que se instala una determinada comunidad científica, de manera que
cualquier miembro de la misma sepa en todo momento qué se da por conocido, qué puede ser investi-
gado, mediante qué procedimientos, e imitando qué ejemplos señeros en la historia de la ciencia de que
se trate. En concreto, pues, todo paradigma está constituido por estos cuatro componentes:
Todo el conjunto de leyes, hipótesis y material empírico que constituye una teoría científica.
Determinados compromisos ontológicos acerca de lo que existe y puede ser objeto de investigación
científica.
Determinados compromisos epistemológicos y metodológicos acerca de los modos legítimos según los
cuales puede ser orientada la investigación.
Un conjunto de ejemplos paradigmáticos de práctica científica, mediante el que se enseña a los futu-
ros científicos la buena práctica profesional.

11. CIENCIA NORMAL Y REVOLUCIONES CIENTÍFICAS


Mientras una comunidad científica abraza un paradigma determinado, éste guía el trabajo de sus
miembros en lo que Kuhn denomina períodos de ciencia normal: los problemas están bien delimitados,
así como los procedimientos a seguir para resolverlos. De manera que, si el trabajo de los científicos se
traduce en un aumento progresivo del poder explicativo y predictivo de las leyes y teorías, ningún dato
empírico que las contradiga será considerado una falsación de las mismas, ni del resto de compromisos
que constituyen el paradigma. Los científicos procurarán ajustar dichos datos mediante la introducción
de nuevas hipótesis y su confirmación empírica. Y si algún problema se muestra recalcitrante a ser
resuelto, quedará apartado a modo de enigma; confiándose en que desarrollos teóricos futuros, o nuevos
datos empíricos, permitirán encontrarle una solución dentro del marco paradigmático.
Pero si el progreso se estanca, entonces los científicos convierten los enigmas en problemas significa-
tivos, que hay que afrontar sin demora, y empiezan a cuestionarse la validez de los compromisos teóri-
cos, ontológicos, epistemológicos y metodológicos asumidos hasta entonces. Es el momento de lo que
Kuhn denomina ciencia extraordinaria. En estos períodos, los postulados del viejo paradigma se enfrentan

22
Si bien no nos detendremos en ello, debe precisarse que las nociones de inconmensurabilidad, en estos dos autores, no son
exactamente coincidentes, ni tienen las mismas consecuencias para la filosofía de la ciencia.

185
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a una rev1s10n respecto de su validez; lo que propiciará la formulación de nuevos paradigmas que se
ofrecen como alternativa al paradigma estancado. El resultado final de los períodos de ciencia extraordi-
naria será, necesariamente, la sustitución del paradigma agotado por otro más prometedor.
¿Según qué criterios se produce este cambio? Precisamente la inconmensurabilidad entre las bases
empíricas de teorías distintas, así como otras formas de inconmensurabilidad teórica analizadas por
Kuhn, impiden el establecimiento de procedimientos estrictamente lógicos que permitan decidir entre
paradigmas competidores, tales como los experimentos cruciales a los que apelaba Popper. Para Kuhn,
el cambio de paradigma se producirá, por motivos de otra índole. Los períodos de ciencia extraordina-
ria pueden durar décadas, tal y como ejemplifica la revolución copernicana de la física aristotélica; en
vista de que no hay un modo determinante de decidir cuándo un paradigma se estanca, ni si otro para-
digma alternativo es más prometedor. Habrá científicos que estén convencidos de ese estancamiento,
mientras que otros colegas no lo crean aún. Muchos filósofos de la ciencia se sintieron incómodos con
esta idea, porque parece suponer el reconocimiento de que el trabajo científico no obedece a una lógica
estricta; teniendo en él un papel determinante aspectos de orden psicológico y sociológico. Pero Kuhn,
además de avalar sus tesis con datos históricos, se defendía de esas acusaciones manteniendo que esta
actitud de los científicos, lejos de ser alógica, muestra una prudencia encomiable: el progreso revolucio-
nario debe ir contrapesado mediante las prevenciones conservadoras de parte de la comunidad científi-
ca. En todo caso, la sustitución de la generación de científicos que se mantuvieron fieles al paradigma
viejo, por una nueva generación más proclive a aceptar ideas novedosas, será un factor decisivo en el
cambio paradigmático. Esta falta de lógica en el cambio paradigmático, así como la transformación radi-
cal que se produce en la ciencia tras dicho cambio, es precisamente lo que le hace hablar a Kuhn de revo-
luciones científicas.

12. LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA, DESPUÉS DE KUHN


Sin ningún género de dudas, la filosofía de la ciencia desarrollada por Kuhn se ha convertido en el
centro del debate en esta disciplina, durante el último medio siglo. En tomo a las nociones principales
que la conforman han girado los principales debates, y de algunas sugerencias suyas han partido las nue-
vas orientaciones que pretenden superar el estrecho marco lógico de la concepción heredada.
En primer lugar, y puesto que Kuhn puso en el centro del debate el contexto de descubrimiento, resul-
ta natural que, desde entonces, la historia de la ciencia, la sociología de la ciencia y la psicología de la
ciencia hayan adquirido un protagonismo en los debates epistemológicos, que nunca tuvo mientras estu-
vo vigente la concepción heredada.
Pronto fue un motivo de discrepancias el alcance que Kuhn concedía a los períodos de ciencia revo-
lucionaria; quedando, el filósofo americano, en una especie de territorio intermedio entre dos opciones
teóricas radicalmente contrapuestas y que apelaban en su favor a estudios meticulosos realizados en his-
toria de la ciencia. De manera que, por un lado, Stephen Toulmin ofrecía una concepción evolucionista
del cambio científico, criticando a Kulm que presentara como revoluciones radicales lo que es, en reali-
dad, la suma de pequeños y constantes cambios teóricos. 23 Mientras que, por otro lado, Paul Feyerabend
defendía una concepción del cambio científico mucho más revolucionaria que la de Kuhn: Feyerabend le
acusaba de que no comprendiera que los períodos de ciencia normal son, en realidad, inexistentes; que
la verdadera ciencia está sometida a un constante proceso de transformación revolucionaria. 24
Otro ámbito de problemas ligado al pensamiento de Kuhn lo constituye el de su presunto irraciona-
lismo; la acusación que se le hace, de que el modo en que interpreta el cambio científico despoja al mismo

23
S. Toulmin: "La distinción entre Ciencia Normal y Ciencia Revolucionaria, ¿resiste un examen?"; publicado en Lakatos, l.
y A. Musgrave (eds.): La crítica y el desarrollo del conocimiento; Barcelona, Paidós, 1974; pp. 133-144.
24
P. Feyerabend: "Consuelos para el especialista"; publicado en Lakatos, l. y A. Musgrave (eds.): La crítica y el desarrollo del
conocimiento; Barcelona, Paidós, 1974; pp. 345-390.

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de criterios lógicos que permitan concebir la actividad científica como el paradigma de racionalidad por
el que suele considerársela. Como ya hemos señalado más arriba, Kuhn se resistió a aceptar semejante
acusación, pero a costa de proponer, en sustitución de dichos criterios lógicos, otros criterios mucho
menos poderosos y de orden sociológico. Pues bien, esta propuesta, que ha sido acusada de relativista,
fue recogida y desarrollada por la sociología del conocimiento científico. De manera que, desde la década de
los setenta, se han ido encadenando diversos programas de investigación en el seno de esta nueva disci-
plina, gracias a los cuales, ha sido posible alcanzar una comprensión mucho más profunda del contexto
sociológico en el que se desarrolla la actividad científica, y del influjo que ejerce dicho contexto sobre la
toma de decisiones en el marco de la ciencia. 25
De todos modos, algunos filósofos de la ciencia no se sentían cómodos rebajando las exigencias racio-
nales para la actividad científica; de manera que desarrollaron una estrategia para intentar salvar la cien-
cia de cualquier sombra de irracionalidad o relativismo. La clave estaba en la convicción de que las cate-
gorías centrales de la filosofía de la ciencia de Kuhn presentan un alto grado de ambigüedad; de mane-
ra que es deseable su reformulación en términos mucho más rigurosos. Ahora bien, ya se señaló que el
uso que la concepción heredada hizo de la lógica formal, con objeto de formalizar la estructura de las teo-
rías científicas, resultaba, a la postre, inconveniente. Y ya vimos cómo la concepción semántica de las teo-
rías recurrió a una lógica informal, del tipo de la desarrollada por Bourbaki en la teoría de conjuntos, con
el propósito, entre otros, de aclarar la relación entre teorías y modelos teóricos. Pues bien, en las mismas
fechas en que se desarrollaban los primeros programas en sociología del conocimiento científico, por los
filósofos estructuralistas (por ejemplo, Joseph Sneed y Wolfgang Stegmüller) pusieron en práctica la estra-
tegia que usó la concepción semántica, solo que ahora con el objetivo de precisar la naturaleza del cam-
bio científico. Y el resultado fue el esperado: una concepción del cambio científico que, resultando com-
patible con muchas de las ideas kuhnianas, mostraba un rigor lógico mucho mayor.
A la vista de este panorama, se comprenderá la centralidad que ha adquirido Larry Laudan en los
últimos años: a su juicio, las posiciones relativistas de la sociología del conocimiento científico, siendo
poderosas, y habiendo servido para sacar a la luz aspectos importantes de la actividad científica, que
habían quedado arrumbados en la penumbra por la filosofía de la ciencia tradicional, dan una idea erró-
nea de la racionalidad científica, y pueden ser, por ello, superadas.

23
Echeverría señala y estudia los siguientes: programa fuerte, programa empírico, etnometodología, programa constructivis-
ta y estudios de ciencia y género (J. Echeverría (1999): Introducción a la metodología de la ciencia. La filosofía de la ciencia en el
siglo XX; Madrid, Cátedra; cap. 8).

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13. GUIÓN-RESUMEN
Se cifra en el Renacimiento el origen de la ciencia modema, a pesar de los muchos antecedentes
que pueden ser rastreados desde la antigüedad. Y, de igual modo, hay que considerar la apari-
ción de una filosofía de la ciencia madura, no antes de la Primera Guerra Mundial, aunque el inte-
rés por desentrañar la naturaleza de la ciencia proceda de mucho antes. La clave está en que sólo
a partir de tales fechas, la filosofía de la ciencia dispuso de un método riguroso de análisis: la
lógica matemática.
La primera corriente dominante en la filosofía de la ciencia es el positivismo lógico. Y la primera
aportación significativa de esta disciplina es la concepción heredada. Dicha concepción entiende la
ciencia como el empeño por establecer leyes fundadas empíricamente, y por coordinar esas leyes
en el seno de teorías.
Para el desarrollo de la concepción heredada jugó un papel trascendental la distinción entre el
contexto de descubrimiento y el contexto de justificación; aunque con posterioridad esta distinción
viniera a resultar inadecuada.
La concepción heredada considera que el objeto de estudio de la filosofía de la ciencia es la
estructura de las teorías científicas; e interpreta dichas teorías a la luz de la lógica de enunciados: una
teoría es un conjunto de enunciados que, idealmente, puede ser axiomatizado.
El problema de la interpretación de los términos teóricos, y el reconocimiento de la existencia en
ellos de un significado excedente, condujo al descubrimiento del papel trascendental jugado por
los modelos teóricos en la actividad científica. Este asunto constituye una de las primeras quiebras
de la concepción heredada, y supuso el desarrollo de una alternativa: la concepción semántica.
Otro de los problemas cruciales para la concepción heredada es el problema de la inducción. Los
empiristas lógicos se adscribieron, inicialmente, a una solución de carácter inductivista. Sin
embargo, la misma se enfrenta a dificultades filosóficas que parecen insalvables. Varias de ellas
ya habían sido puestas de manifiesto por Hume.
Algunas de las nuevas dificultades que se acumulaban contra el inductivismo derivan de un des-
cubrimiento hecho por Hanson: las observaciones científicas poseen carga teórica; es decir, son
dependientes, en un grado significativo, de las teorías que pretenden fundamentar.
Popper propuso una solución al problema de la inducción: la falsabilidad de teorías científicas.
Solución que se convertía, además, en un criterio de demarcación entre ciencia y pseudo-ciencia.
Las posiciones de Popper resultaban, no obstante, excesivamente radicales, e incompatibles con
las investigaciones en historia de la ciencia. Así surgió una atemperación del falsacionismo inge-
nuo popperiano: el falsacionismo sofisticado de Lakatos; fundado en la noción de programa de inves-
tigación.
Pero ni Popper ni Lakatos consiguieron explicar satisfactoriamente los cambios de teorías en la
historia de la ciencia. Kuhn ve esa insuficiencia en el hecho de que el primero toma como unidad
de análisis la teoría, y el segundo, los programas de investigación. A juicio de Kuhn, lo que la
filosofía de la ciencia debe atender es a unos complejos de mayor alcance que los programas de
investigación: los paradigmas.
Estudiando el desarrollo de los paradigmas, y la sustitución de unos paradigmas por otros, Kuhn
diferencia entre ciencia normal y ciencia extraordinaria. Y ofrece una visión del cambio científico en
el que pueden observarse auténticas revoluciones.
La filosofía de la ciencia, de Kuhn, puede considerarse como punto de partida de los debates y
desarrollos teóricos más importantes habidos desde los años 60. En la última parte del tema se
pasa revista a algunos de ellos, especialmente significativos.

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Cuerpo de Profesores de Enseñanza Secundaria. Filosofía. Vol. 1

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