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La Bioética de Intervención significa un intento en la búsqueda de respuestas más

adecuadas especialmente para el análisis de macro-problemas y conflictos


colectivos que tienen relación concreta con los temas bioéticos persistentes
constatados en los países pobres y en vías de desarrollo.

Inicialmente llamada “bioética fuerte” o “bioética dura” (hard bioethics) es una


propuesta conceptual y práctica que pretende avanzar en el contexto internacional, a
partir de América Latina, como una teoría periférica y alternativa a los abordajes
tradicionales de los llamados países centrales, principalmente el principialismo, de fuerte
connotación anglo-sajona.

A partir de los años 1990 emergieron fuertes críticas al principialismo en el


contexto de la bioética (1, 2, 3). Estos cuestionamientos tuvieron el mérito de incluir en
la agenda bioética mundial cuestiones hasta entonces abordadas de modo
exclusivamente tangencial por la teoría hegemónica de la disciplina. En consecuencia,
nuevas corrientes de pensamiento empezaron a surgir en la Bioética, objetivando los
problemas a las realidades concretas donde los mismos ocurren y, también, como forma
de resistencia, en algunos países o regiones, a la importación a-crítica de teorías foráneas
a sus referenciales morales. Con las discusiones y homologación, en octubre del 2005,
de la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos de la UNESCO (4),
cambia totalmente el cuadro. La bioética, que hasta entonces tenía un direccionamiento
preferencial hacia las cuestiones biomédicas y biotecnológicas, incorpora,
definitivamente, los temas sociales, sanitarios y ambientales a su agenda. Es en este
contexto es que surge la Bioética de Intervención - BI.

Justificación y objetivos de creación de la


Bioética de Intervención
La propuesta de construcción epistemológica de la Bioética de Intervención
aparece formalmente en el Sixth World Congress of Bioethics promovido por la
International Association of Bioethics realizado en Brasilia, en el año 2002 (5), después
de intensas discusiones anteriores desarrolladas en eventos científicos en el mismo Brasil
(1998), Argentina (1998), Panamá (2000), Bolivia (2001) y México (2001). La teoría de
los cuatro principios – de cierta manera ya revisada en su “núcleo duro” y
pretendidamente universalista por sus propios proponentes, Tom Beauchamp y James
Childress, en 2001, con la 5ª. edición del libro “Principles of Biomedical Ethics” (6) - a
pesar de su reconocida practicidad y utilidad para el análisis de situaciones clínicas e
investigaciones, es insuficiente para un: a) análisis contextualizado de conflictos que
exijan flexibilidad para una determinada adecuación cultural; b) enfrentamiento de
macro-problemas bioéticos persistentes o cotidianos enfrentados por la mayoría de la
población de los países latino-americanos, con significativos niveles de exclusión social.

Los bioeticistas que trabajan en los países ricos o pobres – centrales o periféricos
- con unos y otros grupos sociales (privilegiados/incluidos o desprivilegiados/excluidos),
terminan por tener que enfrentar problemas de orígenes diversos, así como de

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dimensiones y complejidades también completamente diferentes. Las respuestas a los
hechos, las interpretaciones de estos, como la decisión para su resolución, por lo tanto,
no pueden ser iguales.

Los especialistas de los países periféricos no deben aceptar más y los de América Latina
particularmente el creciente proceso de despolitización de los conflictos morales. Lo
que está sucediendo, muchas veces, es la utilización de la justificación bioética como
herramienta, como instrumento metodológico, que sirve de modo neutral para una
exclusiva lectura e interpretación horizontal y aséptica de estos conflictos, por más
dramáticos que sean. De esta manera, es amenizada (y hasta anulada, apagada...) la
gravedad de las diferentes situaciones, principalmente aquellas colectivas y que, por lo
tanto, acarrean las más profundas distorsiones e injusticias sociales (7).

Los caminos futuros de la bioética latino-americana apuntan hacia la negación de


la importación a-crítica y descontextualizada de “paquetes” éticos foráneos. La bioética
principialista de origen anglo-sajona aplicada strictu sensu en la realidad concreta de los
países de la región, es incapaz o insuficiente para proporcionar impactos positivos en
las sociedades excluidas y en las naciones pobres.

Con las trasformaciones y el nuevo ritmo verificado en los campos científico y


tecnológico en el contexto internacional de los últimos años, las cuestiones éticas dejan
de ser consideradas como de rango supra-estructural y abstractas para, por el contrario,
pasar a exigir la incorporación directa en las discusiones de salud pública y en la
construcción de nuevas propuestas de trabajo con vistas al bienestar futuro de personas
y comunidades.

En el campo de la salud, las prácticas de salud pública, específicamente, tienen


que enfrentar especialmente problemas básicos con relación al derecho mínimo de las
personas al acceso a la atención en salud. Temas como la exclusión social, la
discriminación, la solidaridad y la cooperación, además de la vulnerabilidad social, entre
otros, son asuntos fundamentales, el centro mismo de interés de la Bioética de
Intervención. La BI denomina a estas situaciones de macroproblemas o problemas
persistentes, comunes en los países periféricos del mundo que, desde luego, requieren
atención por parte de una inter-disciplina que apunte a la responsabilidad social y la
salud de acuerdo con el artículo 14 de la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos
Humanos de la Unesco (4) y vea el tema de la salud, como un derecho y no simplemente
como un bien de consumo disponible en el mercado y que es regido por la oferta y la
demanda, como cualquier otra mercancía.

La Bioética de Intervención también se ocupa de reflexionar y proponer


respuestas a problemas o conflictos morales surgidos más recientemente en la historia
de la humanidad, a los cuales denomina situaciones emergentes, asociadas a los avances
biotecnocientíficos como la genómica, la utilización de células madre, las nuevas
tecnologías reproductivas, la nanotecnologia, los trasplantes de órganos y tejidos, por
sólo citar algunos ejemplos.

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Esta nueva forma crítica de interpretar y aplicar la bioética, que surge desde
América Latina y denominada Bioética de Intervención, entonces, tiene como uno de
sus marcos referenciales de análisis la creciente desigualdad verificada – principalmente
después de la consolidación del llamado ´fenómeno de la globalización’ – entre los
países del Norte y del Sur del planeta (8, p. 130). Explícitamente, la Bioética de
Intervención hace una alianza concreta con el lado históricamente más frágil de la
sociedad” (8, p. 130). Asume que el Estado tiene una responsabilidad “frente a los
ciudadanos, principalmente aquellos más frágiles y necesitados… y frente a la
preservación de la biodiversidad y del propio ecosistema, patrimonios que deben ser
preservados de modo sostenible para las generaciones futuras” (8, p. 132).

En el caso específico de los países latino-americanos, es imprescindible que toda


esa discusión (bio-ética) pase a ser incorporada por todos aquellos que trabajan el tema
de la bioética de forma comprometida con cambios reales y al propio funcionamiento
de los sistemas públicos de salud en lo que respecta a la: responsabilidad social del
Estado; definición de prioridades con relación a la asignación, distribución y control de
recursos; administración del sistema; participación de la población de modo organizado
y crítico; preparación adecuada de los recursos humanos necesarios al buen
funcionamiento del proceso; revisión y actualización de los códigos de ética de las
profesiones involucradas; las indispensables y profundas trasformaciones curriculares en
las universidades... En fin, contribuyendo para la mejoría del funcionamiento del sector
como un todo (9).

Sistematización de algunos términos


Para facilitar la comprensión de la propuesta, es necesario que algunos conceptos
utilizados por la Bioética de Intervención sean sistematizados. En este sentido, tres
aspectos, por lo menos, son indispensables, con base en las necesidades conceptuales y
en la historicidad de los hechos que ella trabaja. Una clasificación general de sus líneas
básicas de investigación y que incorpore también los temas más comunes discutidos.
Estos son:

a) Fundamentos teóricos y metodológicos de la Bioética de Intervención, que se


refiere a la epistemología y organización del estudio crítico - contra-hegemónico - de la
disciplina;

b) Bioética de las situaciones emergentes, relacionada con las cuestiones generadas


por el acelerado desarrollo biotecnocientífico de las últimas décadas, entre ellas las
nuevas tecnologías reproductivas, la genómica, los trasplantes de órganos y tejidos;

c) Bioética de las situaciones persistentes, vinculada con aquellas condiciones que se


mantienen en las sociedades humanas desde la Antigüedad, como la exclusión social, la
pobreza, las diferentes formas de discriminación, la insuficiencia de recursos para la salud
pública, el aborto, la eutanasia (5,10).

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Otras expresiones corrientes en la Bioética de Intervención se refieren a una
clasificación de los países en el mundo contemporáneo: a) países centrales, que son
aquellos donde los problemas básicos con salud, educación, alimentación, vivienda y
trasporte ya están resueltos o con soluciones bien encaminadas; y países periféricos,
representados por aquellas naciones donde la mayoría de la población sigue luchando
por condiciones mínimas de supervivencia con dignidad y, principalmente, donde la
concentración de poder y renta siguen en manos de un reducido número de personas
(5,10).

También los términos igualdad y equidad necesitan una aclaración desde la


lectura de la Bioética de Intervención. La igualdad es la consecuencia deseada de la
equidad, siendo ésta solamente el punto de partida para aquella; es por medio del
reconocimiento de las diferencias y necesidades diversas de los sujetos sociales que ella
puede ser alcanzada. La igualdad es el punto de llegada de la justicia social, referencial
de los derechos humanos, donde el objetivo futuro es el reconocimiento de la
ciudadanía. A su vez, la equidad - o sea, el reconocimiento de necesidades diferentes de
sujetos también diferentes, para alcanzar objetivos iguales - es uno de los caminos de la
ética aplicada frente a la realización de los derechos humanos universales, entre ellos el
derecho a una vida con dignidad, representado en este análisis por la posibilidad de
acceso a la salud y demás bienes indispensables a la supervivencia humana en el mundo
contemporáneo.

Marco teórico
La Bioética de Intervención tiene una fundamentación filosófica utilitarista y
consecuencialista, defendiendo como moralmente justificable, entre otros aspectos: a)
en el campo público y colectivo: la prioridad con relación a políticas públicas y tomas
de decisión que privilegien el mayor número de personas, por el mayor espacio de
tiempo posible y que resulten en las mejores consecuencias colectivas, aunque en
detrimento de ciertas situaciones individuales, con excepciones puntuales a ser
analizadas; b) en el campo privado e individual: la búsqueda de soluciones viables y
prácticas para los conflictos identificados con el propio contexto donde estos ocurren
(5,9,10).

Esta propuesta teórica propone una alianza concreta con la banda más frágil de
la sociedad, incluyendo el re-estudio de diferentes dilemas, entre los cuales se
encuentran: autonomía versus justicia/equidad, beneficios individuales versus beneficios
colectivos, individualismo versus solidaridad; cambios superficiales versus
trasformaciones concretas y permanentes; neutralidad frente a los conflictos versus
politización de los conflictos.

A pesar de algunas críticas puntuales provenientes de sectores acomodados con


la practicidad del check list principialista, su adecuación al estudio de los problemas
morales que ocurren en los países periféricos de la banda Sur del mundo es
indispensable. Categorías como empoderamiento, liberación, responsabilidad, cuidado,
solidaridad crítica, alteridad, compromiso, trasformación, tolerancia y otras, además de

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los 4 Ps prudencia (frente a los avances); prevención (de posibles daños e
iatrogenias); precaución (frente al desconocido); y protección (de los más frágiles, de
los desasistidos) para el ejercicio de una práctica bioética comprometida con los más
vulnerables, con la cosa pública y con el equilibrio ambiental y planetario del siglo
XXI, empiezan a ser incorporados por bioeticistas latino-americanos en sus reflexiones,
investigaciones y prácticas.

La Bioética de Intervención defiende la idea de que el cuerpo es la materialización


de la persona, la totalidad somática en la cual están articuladas las dimensiones física y
psíquica que se manifiesta de modo integrado en las interrelaciones sociales y en las
relaciones con el ambiente. Definir la corporeidad como marco de intervenciones éticas
se debe al hecho de que el cuerpo físico es la estructura que sostiene la vida social; es
imposible la concreción social sin ello. Como vehículo de la existencia física, el cuerpo
es el universal obvio. La realidad física es determinante para cualquier elaboración
teórica sobre lo que es real (11).

En este sentido, las necesidades relacionadas con la supervivencia de los


individuos (y a la manutención de su existencia corpórea) son el substrato a partir del
cual las culturas dibujan sus diferencias. Y, como las diferencias culturales pueden ser
relativizadas – una vez que toda y cualquier cultura se transforma a lo largo del tiempo
– el absoluto esencial que caracteriza la existencia misma de los individuos que la
componen permanece estable. Relacionado con las funciones esenciales de la existencia,
ese absoluto universal establece la línea de demarcación que torna indispensable la
intervención (ética, aplicada) para garantizar lo necesario para la vida de individuos y
poblaciones.

Por otro lado, las sensaciones de placer y dolor, originadas en la experiencia


corpórea de la persona en sus interrelaciones sociales y en la relación con el ambiente,
son marcadores somáticos auto-reguladores que pueden tornarse indicadores para la
intervención en la medida que reflejan la satisfacción de las necesidades de sujetos
concretos. Y, como la necesidad existe en función de la realidad. La adopción de estos
parámetros permite establecer conexión entre estructura y superestructura, posibilitando
percibir la relación entre la persona y la totalidad en la cual se ubica (10,11).

La satisfacción de necesidades es mensurada en bases biológicas por la posibilidad


de los individuos, en un determinado contexto social, de experimentar grados
diferenciados de placer o dolor en consecuencia de las condiciones sociales y económicas
a las cuales están sometidas. La posibilidad de provocar placer o infligir dolor es la base
de las relaciones de poder. Justificado en su propio ejercicio, el poder se legitima con la
recompensa y el castigo, que fundamentan la idea de justicia. El miedo, la fuerza y el
dolor marcan las relaciones entre explotadores y explotados, legalizando el uso social
del poder y condicionando el comportamiento. El pacto social, sea cual sea, es
consecuencia del uso de parámetros sensoriales. Escoger ese abordaje teórico, por lo
tanto, está relacionado con el hecho de que esta es la dimensión de la existencia de los
seres humanos materializados en sus cotidianos (5, 10,11).

Con relación a referenciales orientadores, la Bioética de Intervención tiene como

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espejo la matriz de los derechos humanos contemporáneos.

Argumenta por el reconocimiento del derecho colectivo a la igualdad y por el


derecho de los individuos y grupos a la equidad, incorpora el discurso de la ciudadanía
expandida, para la que los derechos están más allá de las garantías aseguradas por el
Estado.

Así, la intervención debe ocurrir para garantizar a todos los seres humanos: a) los
derechos de primera generación (relacionados al reconocimiento de la condición de
persona como requisito universal y exclusivo para la titularidad de derechos); b) los
derechos de segunda generación (que significan el reconocimiento de los derechos
económicos y sociales que se manifiestan en la dimensión material de la existencia);
y c) los derechos de tercera generación (que se refieren principalmente a la relación
con el ambiente y la preservación de los recursos naturales) (11).

En lo que se refiere a la cuestión ambiental, es indispensable la manutención de


los recursos naturales para las generaciones futuras, apuntalando la necesidad de
superación del paradigma antropocéntrico y evidenciando que la idea positivista de
desarrollo necesita ser urgentemente sustituida por el parámetro de la sustentabilidad.
La dimensión ambiental se reproduce del mismo modo que se observa en la perspectiva
personal con relación a la salud y la enfermedad. Así como la salud es percibida con el
surgimiento de la enfermedad, la importancia de la preservación del ambiente es
evaluada por la escasez y por la falta de recursos necesarios para la vida. En este sentido,
la incorporación de los llamados “derechos difusos” relacionados al ambiente, en los
referenciales teóricos de la Bioética de Intervención, configúrese como un imperativo
categórico que determina la re-evaluación de prioridades y la reducción del consumo
necesario para la vida de las personas y poblaciones. Tal reducción atinge a todos los
Estados- nación, pero configura la asimetría entre países - y también entre ciudadanos -
centrales y periféricos, una vez que los segmentos más ricos son exactamente aquellos
que más consumen y desperdician.

En los años recientes, la Bioética de Intervención avanzó en su perspectiva de


liberación, poporcionando diálogos interepistémicos, muy especialmente con la
inclusión de los estudios sobre colonialidad, argumento formulado por Nascimento &
Garrafa en 2011 (12), por Nascimento y Martorell en 2013 (13) y por Rivas- Muñoz,
Garrafa, Feitosa & Nascimento en 2015 (14).

La antropóloga Rita Segato (15), es otra autora intensamente involucrada con la


Bioética de Intervención. Para ella, entre otros aportes esenciales para la reflexión
académica y la consideración de toma de decisión, hace falta también la expresión de
lo que la Bioética de Intervención denomina pluralismo bioético. El pluralismo bioético
vá más allá de la pluralidad de doctrinas, como postula el pensamiento bioético
occidental: él se propone identificar y analizar otras experiencias y teorizaciones de

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éticas de la vida que no son contempladas por la biopolítica de la historia
contemporánea de Occidente, o sea, no se limita a la idea de humanidad biologizada y
universalizada. Por lo tanto, busca inspiración en el pluralismo jurídico, que postula
diferentes concepciones de justicia y derecho, influenciando prácticas distintas de
resolución de conflictos, como aquellas adoptadas por los pueblos originarios.

De acuerdo con Feitosa & Nascimento (16), la propuesta de la Bioética de


Intervención, con su modo agudo de exponer la imbricación de las cuestiones políticas
y sociales en los modos de evaluar éticamente los conflictos bioéticos, no solamente
demanda intervenciones concretas, sino que también estimula a observar el lócus a
partir del cual se está pensando para mejor observar y evaluar estos conflictos. De este
modo, la BI obliga a su interlocutor a percibir el campo de la salud como una entre
otras áreas fundamentales, que, independientemente de su importancia, necesita ser
articulado con la evaluación de las condiciones sociales en la que la vida se desarrolla
en las diferentes regiones geopolíticas de nuestro planeta. Por lo tanto, una de las metas
más caras de la Bioética de Intervención es inferir la salud en el contexto insurgente del
pensamiento latino- americano (16).

Llevando a consideración el carácter abierto, en construcción y dialógico de la


BI, sus objetivos se centran en la búsqueda de reflexiones y propuestas teóricas originales
provenientes de la propia América Latina, que puedan contribuir para el
perfeccionamiento y refuerzo de las bases conceptuales de esta nueva y radical
propuesta de politización de la bioética. De modo que conceptos que se articulen,
principalmente en los campos epistemológicos y políticos, puedan ser pensados no
solamente para el Hemisfério Sur, sino desde el Hemisferio Sur al mundo.

A partir de las contribuciones teóricas de los llamados “estudios sobre


colonialidad”, diversos autores de América Latina empezaron a problematizar los
mecanismos de poder, control y dominación global que involucran diferentes
dimensiones de la vida humana y que tienen relación con los modos de producción
científica y normativa internacional. Los estudios sobre colonialidad problematizan
como la epistemología hegemónica de las diversas áreas académicas superestiman las
contribuciones del pensamiento euro-americano y olvidan, silencian, a otras
manifestaciones de pensamiento, sobre todo a aquellas provenientes del África, de las
partes asiáticas más pobres y de la América Latina (14).

En esta línea de reflexión crítica, existen diferentes modos de comprender y


criticar la Modernidad en cuanto un fenómeno histórico que está en la raíz de la
organización geopolítica actual. En este sentido, en los estudios de la Bioética de
Intervención se decidió adoptar un abordaje oriundo de diversas áreas del conocimiento
y de la filosofía y que postula la imposibilidad de comprender los efectos, los sentidos,
las dinámicas y las prácticas de poder de la Modernidad sin comprender que ella tiene
en su base una lógica colonial (12).

Tal lógica lleva a interpretar que existe una determinada jerarquía entre lo que
es local y lo que es global, en la medida en que el local es el particular, aquello que
necesita ser desarrollado para llegar a la hegemonía global. En este sentido, la
Modernidad puede ser vista como la construcción de una nueva imagen de mundo

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(ordenado, racional, previsible y en constante progreso). Esta imagen del mundo
moderno es llamada por los estudios sobre la colonialidad, “modo eurocentrado de
interpretación”. Eurocentrado, por tener en Europa (y en sus proyecciones en los
Estados Unidos) el eje de comprensión del proceso moderno, no solamente en Europa
(y USA), pero en todo el mundo. Así, en consecuencia de esta construcción, todo lo
que no es moderno, no es civilizado; es atravesado por la marca de la subalternidad,
de la marginalización. El local es, en este contexto, menor, subalterno, marginal. El local
es deslocado del centro, visto como algo ligado al retrógrado, como algo que necesita
ser educado, mejorado y desarrollado para poder alcanzar en el futuro el ideal/global
(12).

Toda esta construcción supone una escala jerárquica entre quienes son
desarrollados y quienes no lo son, de modo que tal jerarquización está pensada en
términos de quienes son modernos y quienes no lo son. Y existe una casi natural
afirmación de la inferioridad de quienes no son marcados por la modernidad,
necesitando ser educados, civilizados, por los ya modernos/desarrollados. Todo este
contexto tiene relación con la instauración de un proceso de dominación. La
colonización, así, parte de sus argumentos de legitimación ligada a una propuesta
civilizatoria direccionada a sociedades no desarrolladas, no civilizadas, no
modernas/modernizadas y que persiste después del final del colonialismo y se mantiene
por medio, entonces, de lo que pasó a llamarse colonialidad (12).

Los estudios sobre la colonialidad afirman que la crítica de la Modernidad está


basada en la idea de que no existe Modernidad sin colonialidad. Para Mignolo (17), en
la dinámica de construcción de la Modernidad existe la instauración de una “diferencia
colonial”. Tal diferencia colonial crea un abismo entre las diversas partes involucradas
en los procesos colonizadores y en la actual colonialidad. Esta diferencia jerarquiza las
relaciones de modo inexorable, en oposición entre lo desarrollado/moderno, por un
lado, y el bárbaro, el salvaje, el subdesarrollado, por el otro, sobresaliendo la afirmación
de la superioridad espacial, política, epistémica, económica y moral del primero sobre
lo segundo.

Aníbal Quijano, principal constructor del concepto de colonialidad, afirma que


la Modernidad, tal como la conocimos, existe porque se instauró una forma de ejercicio
de poder que inferioriza el otro, que crea identidades por medio de la creación violenta
de alteridades (18). Y la colonialidad, asi, sería exactamente el régimen de poder que,
fundado en una idea de desarrollo, impone patrones económicos, políticos, morales y
epistemológicos sobre otros pueblos no solamente para establecer un mecanismo de
expansión de los Estados-Nación desarrollados, sino para la propia creación global da
una identidad eurocentrada (y norteamericana).

Pensar, entonces, en conocimientos y conceptos, sean ellos éticos,


epistemológicos o políticos, a partir de la óptica de otro hemisferio o de otra órbita
geopolítica, implica comprender que esos conceptos están inmersos en historicidades
coloniales que operan de modo fundamental. Pues en el interior de la colonialidad del
poder funciona la colonialidad del saber. O sea, esta última hace con que la primera
funcione (19). Las críticas que la Bioética de Intervención hace a la importación acrítica
de estándares éticos foráneos tiene relación directa con estas reflexiones sobre

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colonialidad, saber y poder.

La incisiva denuncia que la BI viene realizando sobre el Double standard en


investigaciones clínicas desarrolladas por el National Institute of Health de los Estados
Unidos en diversos países periféricos, principalmente en el continente africano y
también en América Latina (20, 21), de alguna manera ya carga una denuncia no
solamente sobre la jerarquización política (o Biopolítica) de la gestión de vida de una
sociedad sobre otra, sino también de una jerarquía de vidas “desarrolladas” sobre
vidas “no desarrolladas”. Todo eso justificaría la legitimación de incursiones dichas
“provechosas” de una sociedad (denominada “desarrollada”) sobre sociedades “menos
desarrolladas”. Esa relación es una relación de colonización de la vida. La colonialidad
de la vida normalmente ha sido usada como pretexto para prácticas violentas contra
sociedades.

En resumen, el colonialismo está extinguido en el actual mundo globalizado, pero


permaneció la colonialidad, con la aplicación de la misma lógica unilateral. Pero, ahora,
con métodos más sofisticados que la presencia formal de la metrópoli en el país colonial.
El mundo periférico es hoy colonizado sin una metrópoli única. En esto reside uno de
los efectos más perversos de la colonialidad: no existe un Estado-Nación concreto a
quien culpar éticamente por los desmanes e injusticias que terminan con vidas humanas
en nombre del progreso del mundo globalizado.

En este sentido, la BI asumió la tarea de denunciar y desmitificar esta imagen


colonizada de la vida, que se afirma por medio de imperialismos de diversas órdenes
(políticas, económicas, morales, biomédicas...) y que terminan no solamente por
estructurar las desigualdades sociales, sino contribuir para que ellas se mantengan. La
colonialidad de la vida – como faceta de la colonialidad del poder – tiene dispositivos
silenciosos de reproducción que, sin duda, se articulan con muchas ideas de los
pensamientos hegemónicos.

La tarea de ofrecer reflexiones y alternativas a las cuestiones persistentes en el


Hemisferio Sur, exige de la BI – y de toda bioética políticamente comprometida – de
una lúcida relación crítica y abierta con los instrumentos teóricos que provienen del
Norte. Pues todo el discurso fundado en la colonialidad se presenta como generoso. El
objetivo de la inclusión de los estudios sobre Colonialidad en el contexto de la Bioética
de Intervención, por lo tanto, es utilizar críticamente el pensamiento desde el Sur y para
el Sur, con la apropiación de las herramientas conceptuales advenidas de diversos
lugares, incluyendo el Norte, pero siempre con la perspectiva de que las herramientas
conceptuales allá construídas – por lo menos las hegemónicas – ocultan las armadillas
de la colonialidad. La BI, con una fundamentación epistemológica crítica direccionada
a estudiar las desigualdades sociales y otras situaciones persistentes existentes en el Sur,
por tener decidido el pensar para el Sur, se presenta con una precondición y disposición
concreta para hacer parte del contexto de una perspectiva de crítica a la colonialidad
del poder, del saber, de la vida.

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Conclusiones
Al presentarse como puente entre los sujetos (ciudadanos), la sociedad y el
Estado, la Bioética de Intervención asume fuerte caracter social (22). El término
“intervención”, en una perspectiva histórica más amplia, estuvo generalmente asociado
al intervencionismo de las grandes potencias mundiales sobre los Estados nacionales
económica y políticamente frágiles. Aunque la expresión “bioética de intervención”
suene rara para algunas personas, lo que importa verdaderamente es la acción y cómo
ella se manifiesta. Por esa razón, toda acción de intervención debe ocurrir siempre a
partir del diálogo con las personas e instituciones involucradas, sean ellas destinatarias
o propositoras de la acción. Por lo tanto, intervención – en este caso – jamás podrá ser
confundida con intervencionismo (16).

La Bioética de Intervención conforma un paradigma bioético crecientemente


testado y validado, especialmente en su campo experimental y de difusión más
importante: la Cátedra Unesco de Bioética y el Programa de Pós-Grado (Especialización,
Maestría y Doctorado) en Bioética de la Universidad de Brasilia, Brasil. Por lo tanto, sus
constructores – que ya son muchos - asumen de modo consciente la responsabilidad y
las consecuencias del proceso de produción de un conocimiento bioético que se
propone operar en dos dimensiones: epistemológica y política. En el ámbito
epistemológico, por medio de la crítica, desconstrucción y reconstrucción de saberes; en
el ámbito político, por la reflexión crítica de la práxis bioética y por la defensa de
prácticas que estén comprometidas con la transformación de la actual realidad social de
la región latinoamericana.

Asi, la Bioética de Intervención empieza a ocupar un espacio significativo en la


arena bioética regional, consolidándose como una de las teorías del pensamento latino-
americano de la actualidad. Con tal apertura epistémica, la propuesta de la BI sigue
clavando las bases de su territorialización epistemológica en permanente articulación e
interacción con las epistemologias insurgentes del Sur (16).

Para la Bioética de Intervención, entonces, la acción social políticamente


comprometida con los parámetros defendidos en este texto, es aquella con capacidad
de trasformar la praxis social, además de exigir disposición, persistencia, rigurosa
preparación académica, militancia programática y coherencia histórica de aquellos que
a ella se dedican. Las acciones cotidianas de personas concretas deben ser tomadas en
su dimensión política, en un proceso dialéctico en el cual los sujetos sociales se organizan
entre sí, con la sociedad civil y con el Estado, articulando e influyendo en sus acciones
(23).

En este inicio de Siglo XXI, la ética adquirió identidad pública. No puede ser más
considerada como una cuestión abstracta y de conciencia a ser decidida en la esfera de
la autonomía, de foro individual, privada y exclusivamente íntima. Hoy, aumenta su
importancia aplicada en lo que se refiere al análisis de las responsabilidades sociales,
sanitarias y ambientales, bien como en la interpretación histórico-social ampliada de los
cuadros epidemiológicos y en situaciones específicas como en el campo de la bioética
clínica.

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En resumen, en la responsabilidad del Estado frente a los ciudadanos,
principalmente aquellos más necesitados, bien como frente a la preservación de la
biodiversidad y del propio ecosistema, patrimonios que deben ser preservados para las
generaciones futuras. Todo esto, en fin, es la Bioética de Intervención: colectiva,
práctica, aplicada y comprometida con lo “público” y con lo social en su más amplio
sentido.

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