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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACION CIVIL

Magistrado Ponente
PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA

Bogotá, Distrito Capital, dieciséis (16) de diciembre de dos


mil ocho (2008).

Ref: Exp. 76001 3103 001 2003 00505 01

Decide la Corte el recurso de casación formulado por la


sociedad GENERALI COLOMBIA VIDA COMPAÑÍA DE SEGUROS S.A.,
contra la sentencia de siete (7) de marzo de dos mil siete (2007),
proferida por el Tribunal Superior de Santiago de Cali, Sala Civil, dentro
del proceso ordinario iniciado en su contra y de la sociedad GENERALI
COLOMBIA SEGUROS GENERALES S.A., por el menor JUAN PABLO
SCHNEIDER CUBILLOS, representado por su progenitora, SANDRA
PATRICIA CUBILLOS LONDOÑO.

ANTECEDENTES

1. En demanda repartida al Juzgado Primero Civil del Circuito


de Santiago de Cali, el demandante solicitó:

1.1. Que se declarara que el señor ALVARO JOSÉ


SCHNEIDER BORRERO, padre del demandante, el día 22 de mayo de
2003, contrató con las sociedades Generali Colombia Vida Compañía de
Seguros S.A., y Generali Colombia Seguros Generales S.A., un seguro de
vida por la suma de cien millones de pesos ($100.000.000.oo), del cual es
beneficiario el menor Juan Pablo, calidad esta última respecto de la que,
adicionalmente, demandó su reconocimiento.

1.2. Reclamó, subsecuentemente, en razón del fallecimiento


del tomador y dada la calidad reseñada en precedencia, que le fuera
cancelada la suma precitada debidamente indexada desde el 23 de mayo
de 2003, amén del reconocimiento de los intereses moratorios liquidados
a la máxima tasa autorizada.

2º. Narró, puestos aquí de manera sucinta, los siguientes


aspectos fácticos como soporte de las súplicas reseñadas.

2.1. La señora Sandra Patricia Cubillos Londoño y el señor


Álvaro José Schneider contrajeron matrimonio el día 7 de junio de 2002,
unión de la cual, el día 12 de diciembre de 2002, nació el menor Juan
Pablo Schneider Cubillos.

2.2. El señor Álvaro José, el día 22 de mayo de 2003, en la


ciudad de Cali, adquirió de las demandadas un seguro de vida individual,
contrato en el cual estas últimas asumieron la calidad de aseguradoras y
aquel la de tomador y asegurado. El citado seguro fue por la suma de
CIEN MILLONES DE PESOS ($100.000.000.oo), y como consecuencia
de las primeras gestiones se expidió el certificado provisional numerado
con el 01907; además, el menor Juan Pablo fue designado beneficiario.

2.3. Adujo, así mismo, que la prima convenida, que


evidentemente fue concertada, debía pagarse semestralmente y en
efecto, el tomador canceló como primera parte de ella la suma de
$276.780.oo., en constancia de lo cual, el 22 de mayo de 2003, el
intermediario emitió el recibo de caja No. 500173.

2.4. El señor Álvaro José Schneider Cubillos, tomador y


asegurado, falleció el día 22 de mayo de 2003 (el mismo día que gestó la

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expedición del seguro), circunstancia que determinó que su esposa, el día
27 de mayo de 2003, procediera a efectuar la correspondiente reclamación,
gestión que resultó frustrada habida cuenta que la aseguradora, en abierta
oposición a dicho cobro, manifestó que el seguro exigido no existía, pues,
según sus aseveraciones, lo único que se había diligenciado por parte del
señor Schneider era una simple solicitud de aseguramiento. Consecuente
con esta postura, la demandada procedió a emitir un cheque por valor
similar al que inicialmente había entregado el tomador a cuenta de la
primera cuota de la prima convenida, que remitió a la cónyuge de éste.

2.5. Muy a pesar de la insistencia de la señora Sandra Patricia


Cubillos Londoño, la aseguradora mantuvo su posición de no reconocer la
existencia del seguro, circunstancia que originó esta litis no sin antes haber
agotado el requisito de la conciliación prejudicial, diligencia que no arrojó
ningún resultado positivo.

3. El Juzgador a-quo, una vez concluyó que estaban agotadas


las etapas previas establecidas por la ley, profirió sentencia desestimatoria
de las pretensiones y, para ello, argumentó que si bien llegó a existir el
contrato de seguro entre el fallecido Álvaro José Schneider Borrero y la
demandada, dicha relación aseguraticia, al momento del deceso del
tomador, no estaba vigente dado que entre la fecha del perfeccionamiento
del referido contrato y el suceso incierto del cual pendía la obligación de la
aseguradora, no habían transcurrido las 24 horas de que trata la
normatividad mercantil (art. 1057), por tanto, no existía razón alguna para
que la sociedad demandada asumiera dicho compromiso.

4. El Tribunal avocó el estudio de la situación planteada, y


concluyó que sí existió el contrato de seguro objeto del debate, pues los
elementos esenciales para su estructuración fueron satisfechos;
relativamente a la vigencia del aseguramiento, luego de la evaluación que
realizó de los artículos 1057 y 1151 del Código de Comercio, arribó a la
convicción que la norma llamada a regir la controversia judicial era esta

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última, por ello, con evidente persuasión, decidió que el seguro adquirido
por el causante Álvaro José Schneider Borrero se perfeccionó y, además,
entró en vigor coetáneamente al pago de la primera cuota de la prima
convenida; estimó, en todo caso, que el fallo censurado debía revocarse y
efectivamente así lo dispuso, generando las condenas reclamadas en el
libelo incoativo.

LA SENTENCIA DEL TRIBUNAL

El sentenciador de segundo grado, una vez superó la


evaluación relativa a la existencia de los requisitos necesarios para resolver
la instancia, los que halló efectivamente reunidos, aprehendió el estudio del
tema objeto del debate y centró, principalmente, su discurso en torno a la
vigencia del contrato de seguro, dado que, según lo concluyó, ese era el
aspecto basilar de la controversia.

Para tal efecto, erigió como basamento principal de la


sentencia cuestionada, las siguientes inferencias:

a) Que el contrato de seguro, no obstante su consensualidad,


debía acreditarse a través de confesión o de prueba documental. Y con
respecto a esta última, en atención a que la norma no exige o condiciona la
aducción de un documento en particular, de suyo surge que cualquier
escrito que responda a tal criterio y reúna los elementos esenciales,
deviene válido e idóneo en procura de demostrar que dicha relación
contractual sí nació a la vida jurídica.

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b) Que como todo contrato, el de seguro sobre la vida,
demanda la concurrencia de unos elementos mínimos, tanto generales
como especiales, y la falta de cualquiera de ellos origina la inexistencia del
convenio, en este asunto, sin temor a equivocaciones, aquellos fueron
cumplidos de manera plena, circunstancia que lo motivó a dar por
descontado cualquier reproche sobre el particular, en especial lo
relacionado con las circunstancias alusivas al consentimiento de la
aseguradora que, ciertamente, había sido puesto en duda.

c) Precisamente, anejo a este aspecto, el fallador dedujo que


la aceptación de la aseguradora en torno a la celebración del contrato de
seguro fue expresada a través de su intermediario, pues habiendo colocado
el aseguramiento mediante gestiones de este último, la actividad de dicho
dependiente, mientras continuara vinculado a ella, tal cual lo pregonan los
Decretos 655 de 1925 y 2605 de 1993, la obliga y en ese contexto, asentó
el fallador, sí se había exteriorizado por esta última la voluntad de
concertar el seguro aludido.

d) Sostuvo, además, que el recibo de caja expedido por el


agente (folio 7 cuaderno No. 1), demostraba no solo el hecho de un pago
verificado por el tomador, sino, y de manera contundente, la cancelación
de la primera parte de la prima acordada; resaltó, adicionalmente, que
dicho documento no fue desconocido.

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e) Con respecto al documento suscrito por el tomador al
momento de gestionar el seguro, acotó que no se trató simplemente de una
solicitud para estudio; contrariamente, ese escrito surge como prueba del
perfeccionamiento del aludido contrato, y no a otra conclusión podía
arribarse en atención a que el tomador erogó una suma de dinero por
cuenta de la prima concertada; de igual modo, diciente por demás, el sello
allí estampado, conforme al cual la supuesta petición sería sometida a
estudio, no aparecía sino en el original que poseía la demandada y no en la
copia entregada al tomador.

f) Adicionó que la falta de contestación a la demanda, como


así lo prevé el artículo 95 del C. de P. C., comporta un indicio grave en
contra de la parte, y de tal circunstancia surge la convicción con respecto
a la existencia del contrato que se comenta.

Continuando con el estudio emprendido y, a propósito de la


vigencia del contrato, el Tribunal se ocupó, seguidamente, de valorar cuál
de las dos disposiciones era aplicable al asunto de esta especie, esto es,
la regla incorporada en el artículo 1057 o la del artículo 1151 del Código de
Comercio; todo, en procura de dilucidar si la vigencia del seguro operaba
teniendo como referencia, en su orden, la hora 24 del día de celebración
del contrato o, contrariamente, el momento del pago de la prima pactada,
ya totalmente ora una parte de ella.

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Sobre el particular, el sentenciador, luego de memorar algunas
referencias doctrinarias, optó por aplicar el artículo 1151 desechando,
desde luego, el artículo 1057 y, para arribar a tal decisión, básicamente,
argumentó que en tratándose de un contrato de seguro sobre la vida de un
ser humano, lo que se procura es prever las implicaciones derivadas del
suceso incierto que no es otro que la vida misma; por tanto, como en
cualquier momento puede perderse, lo indicado es que opere desde el
mismo instante en que sobrevenga la perfección del convenio y no con
posterioridad. Sostuvo, así mismo, que la vigencia del seguro debe estar
vinculada al pago de la prima y si efectivamente a la aseguradora se le
canceló la primera parte de ella, emerge, sin duda alguna, que ese era el
momento, no sólo en que se perfeccionaba el contrato, sino que,
igualmente, cobraba vigencia el compromiso de la empresa ante el
acaecimiento del siniestro, o sea, a partir del día 22 de mayo de 2003,
fecha en que se recibió por la demandada el pago de la correspondiente
contraprestación.

Afirmó, adicionalmente, que como no existe norma expresa


que regule la vigencia del contrato de la especie del que es objeto de
estudio, ni las partes lo pactaron, no obstante tener facultad para ello, lo
procedente era hacer operar los artículos 1151 y 1152, disposiciones que
si bien no regulan de manera especial la vigencia del seguro, “sí
reglamentan dicho contrato”, por ello es válido, según la argumentación del
sentenciador, que la vigencia tenga lugar “cuando se recibe el valor
correspondiente a la prima” (folio 40 del cuaderno del Tribunal).

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Aseveró, así mismo, que la parte demandada había aportado el
original de la “solicitud/certificado No. 01907” y en dicho escrito, en el
espacio reservado a la vigencia del seguro, aparece con meridiana claridad
que el mismo tuvo inicio el día 22 de mayo de 2003 y se prolongaba hasta
el día 22 de mayo de 2004, amén que “si la vigencia operó desde el 22 de
mayo de 2003, debe entenderse que lo fue desde cuando el intermediario
extendió la solicitud/certificado No. 01907, y se pagó la prima, momento en
que la cobertura del mismo pasó a cargo de la aseguradora. Ocurrido el
siniestro horas después, surgió para la demandada la obligación de pagar
el monto asegurado pactado” (folio 41, sentencia recurrida).

Para concluir se ocupó de especificar el monto de la


indemnización, asunto que no es objeto de cuestionamiento en este
recurso, motivo por el cual no se hace hincapié en tal aspecto.

A partir de las anteriores elucubraciones, el fallador de segunda


instancia finiquitó la instancia revocando la decisión apelada y accediendo
a la condena demandada, en los términos que concretó en la parte
resolutiva.

LA DEMANDA DE CASACION

Incorpora dicho escrito tres cargos, todos ellos anidan en la


causal primera de casación. Respecto de los dos primeros, que
involucran errores iuris in iudicando, dadas sus características y
fundamentos, deviene procedente conjuntarlos y fallarlos con
posterioridad del tercero que, además de tener un mayor alcance,
concierne con errores de apreciación probatoria que en cuanto tales,
deben ser examinadas prioritariamente; por supuesto que solamente
después de establecer a cabalidad la cuestión fáctica procede el examen
de la estrictamente jurídica.

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TERCER CARGO

La recurrente, a través de esta acusación, denuncia lo que en


sentir suyo estructura una violación indirecta de la ley por razón de los
errores de derecho en que incurrió el Tribunal al momento de valorar las
pruebas allegadas al proceso, tendientes, ellas, a demostrar la existencia
del contrato de seguro sobre la vida; la finalidad procurada con aquella es
evidenciar que el sentenciador acudió a indicios sin que los mismos
fueran idóneos para los propósitos pretendidos. La anterior situación,
aseveró, condujo a la inaplicación de los artículos 1502 del Código Civil y
1045 del Código de Comercio.

Centra su reproche en que el juez de segunda instancia


decidió validar algunos elementos probativos que no resultaban
autorizados para ajustar el contrato alrededor del cual se suscitó esta
contienda, o sea, dio a los medios de convicción recopilados en el
expediente un alcance que la ley no les ha deferido. Sostuvo,
complementariamente, que el artículo 1046 de la ley de comercio
establece de manera nítida que el contrato de seguro se prueba
únicamente por escrito o mediante confesión; en otras palabras, al
juzgador, en el interés de dar por demostrado el convenio objeto de
estudio, no le es dable valorar prueba diferente a las mencionadas, pues
hacerlo, como efectivamente aconteció, comporta un desconocimiento de
las disposiciones probatorias sobre el particular; insiste en que la
persuasión tendiente a dar por acreditada la existencia del contrato a
través de indicios es inocua. Y en lo que concierne al escrito, válido
ciertamente, para probar la celebración de tal acuerdo, en defecto de
prueba de confesión, debe contener, en su totalidad, los elementos
esenciales propios de esa contratación, exigencias que están ausentes
en el documento allegado. Agregó que con ese proceder el juzgador ad-
quem violó los artículos 1046 del Código de Comercio; 174 y 187 del
Código de Procedimiento Civil.

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Adicionó que el Tribunal de manera equivocada sopesó la
“solicitud/Certificado” que el tomador suscribió al momento de gestionar
su expedición, pues dio por establecido que dicho escrito recogía la
totalidad de los requisitos anejos al contrato de seguro, tanto generales
como especiales. No obstante, tal inferencia no fue acertada y,
contrariamente a ello, el juzgador se vio precisado a elucubrar sobre otros
elementos probatorios en procura de dar por acreditada la convención,
concretamente, algunos indicios como el pago de la prima, la firma de la
solicitud de aseguramiento y la declaración de la secretaria del
intermediario de seguros; dichos elementos persuasivos, arguye la
casacionista, no responden con plenitud a las exigencias del artículo
1046 del Código de Comercio, generando así una violación a normas de
orden público.

Sostuvo la recurrente, adicionalmente, que la


solicitud/certificado no está suscrita o autorizada por la aseguradora, por
tanto, no puede afirmarse que la misma exteriorizó su consentimiento y
menos su aceptación alrededor de la obligación aseguraticia, requisito
cuya falta, como esencial que es, torna el contrato inexistente. Resaltó,
también, que aquel documento condiciona la validez del pacto a que la
firma y sello de Generali Vida aparezcan estampados como señal de
asentimiento; sin embargo, dicho material resulta insuficiente en el
propósito de encontrar probado el aludido contrato de seguro, pues si el
espacio reservado para una y otro se encuentra en blanco, es evidente
que su consentimiento no fue exteriorizado.

Añadió que el sentenciador se abstuvo, además, de


adelantar averiguaciones para establecer si el intermediario, quien colocó
el seguro objeto de estudio en esta litis, continuaba vinculado a la
sociedad demandada, pues esta circunstancia resulta ser uno de los
condicionantes para pregonar la responsabilidad endilgada a la
aseguradora.

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Culmina su reproche a la sentencia recurrida aseverando que
la solicitud/certificado, referida en varias oportunidades, no contiene ni la
obligación condicional a cargo de la aseguradora, ni la indicación de la
prima o precio del seguro, habida cuenta que el lugar dispuesto para tal
reseña aparece desprovisto de algún dato, sin que pueda
complementarse con el recibo de caja emitido, pues allí se registra la
recepción de unos dineros, empero, contrariando lo inferido por el
Tribunal, no es indicativo de la contraprestación a cargo del tomador;
además, asentó con total convencimiento que no es admisible procurar
dicha información acudiendo a elementos externos o ajenos al mismo
documento.

CONSIDERACIONES

1º. Es evidente que quienes han confrontado en esta litis y, en


su momento, quien tuvo a su cargo la resolución de la misma en segunda
instancia, coincidieron en torno a los mecanismos adoptados por la
legislación con miras a la demostración del contrato de seguro, esto es,
que la prueba idónea es la confesión o un escrito; de sus
argumentaciones surge palpable e irrefutable tal convicción, la que, por
demás, con notoria fidelidad se desprende del texto del artículo 1046 del
Código de Comercio. Y, precisamente, a partir de tales coincidencias es
que puede afirmarse, sin temor a equívocos, que la discrepancia que
alberga la recurrente gira alrededor, según su discurso, del proceder del
ad-quem, en cuanto que, para dar por demostrado el contrato de seguro,
tuvo la necesidad de recurrir a elementos persuasivos diferentes a los
que prohija la normatividad vigente sobre el particular.

2. En esa línea argumentativa, las siguientes razones, que en


apretada síntesis se reseñan, fueron erigidas como basamento de la
impugnación: a) no existe prueba de confesión o escrito que demuestre

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la existencia del contrato de seguro; b) con respecto a los escritos
allegados, dada su insuficiencia, el sentenciador tuvo que acudir a otros
elementos de juicio, como los indicios; c) de lo valorado se desprende
que no hubo aceptación o el consentimiento de la aseguradora para
concertar el contrato; lisa y llanamente sobrevino una manifestación
unilateral por parte del tomador, tal como se desprende de la ausencia
del sello y firma de aquélla; d) no se indicó el valor de la prima; y, e) no se
determinó la obligación condicional de la demandada.

3. Y, precisadas las mismas, prontamente, refulge inane la


recriminación de la censora, pues contrariando los cánones del recurso
extraordinario de casación, se apartó de manera evidente de algunas de
las condiciones que determinan su procedibilidad, desdeñando elevar la
correspondiente acusación en forma tal que viabilizara su cometido,
amén de tornarla incompleta y desenfocada.

3.1. En efecto, el Tribunal, al acometer el estudio sobre la


ausencia del consentimiento de la demandada, concluyó que el
compromiso de Generali Colombia Vida, devino de la participación del
intermediario de seguros y en los siguientes términos lo precisó: “es lo
cierto que desde el mismo momento en que se expidió la
solicitud/certificado No. 01907, suscrita por el asegurado, así como por el
intermediario con clave 1357 y se canceló el importe de la prima, quedó
plasmado el consentimiento de la aseguradora” (folio 37 sentencia
Tribunal). Y más adelante, sobre el mismo punto, esto es, las
implicaciones de la intermediación en los seguros, expuso: “si conforme
con el artículo 5 del Decreto 655 de 1925 se le ha definido como la
persona que interviene ‘de cualquier manera, directa o indirectamente por
cuenta de terceros, en la celebración de negocios de seguros’ …… “Si se
acudió a este último, lo actuado obliga a la demandada al tenor del
artículo 5º del Decreto 2605 de 1993…” –resalta la Corte-. Y fue bajo
tales consideraciones que la sentencia cuestionada asentó,
indiscutidamente, cómo la intermediación comprometía a la aseguradora

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y que por virtud de ese mecanismo resultó obligada en los términos
concertados por el tomador y el intermediario.

Y, claro, a partir de ello, la exigencia evocada por la parte


demandada en cuanto que faltó el sello y la firma de la aseguradora,
muestras inequívocas de su eventual interés de contratar, resultaban
innecesarias, pues la participación del agente fue suficiente para tales
efectos; en otras palabras, las inferencias de que da cuenta el fallo
reprochado tienen su génesis en el entendimiento que el Juzgador le dio
a la normatividad aplicada.

Ahora, si el ad-quem elucubró en los términos en que lo hizo,


o sea, consideró, como en efecto así lo explicitó, que al asunto vinculado
a la litis, por lo menos el concerniente con la aceptación de la
aseguradora, debía resolverse haciendo operar determinadas normas
que gobiernan la intermediación en los seguros, los eventuales desatinos
que en el punto podrían enrostrársele al sentenciador debían
encaminarse en dos sentidos: o demostrar que ese consentimiento del
intermediario realmente no se presentó, imputación que, como es
patente, implicaría atribuirle errores de apreciación probatoria; o, en otro
sentido, poner de presente, mediante un discurso eminentemente
jurídico, que las normas no le atribuyen al asentimiento del agente los
alcances que el fallador le concedió. Esta circunstancia comprometía al
recurrente optar por una senda diversa a la por él demarcada,
imponiéndole un cauce diferente, más no en los términos en que lo
delineó el impugnante.

3.2. En consecuencia, al abordar el estudio por la vía


escogida, o sea, la indirecta, por causa de los errores de apreciación
probatoria denunciados, no podría llegarse a brindar la acogida esperada
por la censora. Obsérvese, con respecto al documento
solicitud/certificado No. 01907, que el juzgador ad-quem concluyó que no
podía ser considerado simple y únicamente como un escrito sometido al

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estudio de la compañía aseguradora, pues, por el contrario, era prueba
inequívoca del contrato involucrado en esta litis. Sostuvo el sentenciador,
a propósito de aquella condición, que “tal advertencia no aparece
plasmada en el cuerpo del escrito…” (folio 38 sentencia Tribunal).
Adicionó que si efectivamente era una solicitud de seguro y la misma
debía someterse a evaluación, no había explicación del por qué dicha
prevención no aparecía en la copia que le fue entregada al tomador.
Además, reflexionó, si se trataba de una mera petición no se entendía por
qué no hubo respuesta en cuanto a negar o aceptarla. Sólo hubo
pronunciamiento con motivo de la reclamación. Y concluyó el tema
aseverando que “..no existe explicación alguna que justifique el que se
hubiese recibido el valor de la prima de seguro, sí (sic) tan sólo se
recibía la solicitud para estudio”. Todo para concluir que la “solicitud-
certificado” constituía y, con suficiencia, el escrito que la ley exige para
acreditar la existencia del contrato de seguro.

Sin embargo, la demandante se sustrajo de infirmar frontal y


abiertamente tales conclusiones; es más, ni siquiera se aplicó a
fustigarlas; en verdad, obvió discurrir sobre la estipulación y recepción de
la prima; tampoco se preocupó de explicar la razón de no haberse
advertido al tomador que se trataba de una simple solicitud, una y otra
circunstancia surgen desprovistas de ataque alguno, por ello, tornan el
cargo incompleto y, de contera, conducen a que la sentencia conserve
sus fundamentos torales.

3.3. En todo caso, contrario a lo argüido por la censora, no es


absurdo colegir que las partes sí convinieron la prima o costo del seguro,
y tan cierto es lo anterior que el intermediario expidió el recibo de caja No.
500173 (folio 7 cuaderno No. 1), en donde se da cuenta de su
establecimiento y cuantía. Súmase a ello, que el escrito obrante a folio
46 del cuaderno principal, allegado por la demandada, correspondiente
al original de la solicitud/certificado, en él aparece con total claridad la
indicación de dicho elemento esencial, o sea que sí hubo concertación

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sobre la prima y el valor de la misma. Debe resaltarse, a propósito del
tema, que la suma a que alude el mentado recibo de caja que, por
supuesto, es un escrito y en cuanto tal idóneo para aportar argumentos
de convicción respecto de la existencia del seguro, coincide con el valor
que en su momento el intermediario y el tomador convinieron; también,
bueno es resaltarlo, que dicha coincidencia recae sobre el valor que la
aseguradora devolvió a la cónyuge del tomador, bajo el supuesto de
haberse rechazado la solicitud de aseguramiento.

Y en lo relacionado con la obligación condicional de la


demandada, es preciso asentar las siguientes reflexiones: de un lado,
que si el sentenciador supuso la prueba de un hecho, esa eventual
incorrección debió denunciarse y demostrarse como un yerro fáctico, no
de derecho; de otro lado, y haciendo abstracción de la anotada
deficiencia técnica de la acusación, lo cierto es que la recurrente se
abstuvo de demostrar sus recriminaciones, pues se circunscribió a
presentar su propia apreciación de los documentos. Igualmente que,
como ya se dijera, el Juzgador, de la mano de las reglas que gobiernan la
intermediación aseguraticia, infirió que la intermediara comprometió a la
aseguradora, elucidación que se abstuvo de cuestionar. Por último, no
puede olvidarse que la obligación condicional en este caso no puede ser
otra que la vinculada con la vida del tomador, pues en ese sentido se
gestionó el amparo. Prueba de ello está que la solicitud/certificado citada
reiteradamente en ésta providencia, expresamente alude a que se trata
de un seguro de vida.

3.4. No sobra destacar, en todo caso, que algunas


elucubraciones que la censura califica como indiciarias y que, en cuanto
tales, serían inconducentes para demostrar el contrato de seguro, fueron
deducidas por el Tribunal con el ánimo de validar la conclusión a la que
había arribado en el sentido que el documento al que aludió como
“solicitud/certificado 01907” era prueba idónea de dicho convenio e,

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igualmente, que no podía concebirse como una mera solicitud no
vinculante para la demandada.

Y si bien, en otros apartes del fallo aludió a ciertos indicios


para corroborar su inferencia, como cuando reparó en la falta de
contestación de la demanda, tales reflexiones son verdaderamente
irrelevantes, al punto de que si se suprimieran o invalidaran ninguna
mella se haría a la sentencia.

Así las cosas, el cargo no prospera.

PRIMER CARGO

Esta acusación refiere a una supuesta falta de aplicación de


los artículos 1057 del Código de Comercio y 8º de la Ley 153 de 1887,
en cuanto que el Tribunal no hizo operar, a propósito de la vigencia del
seguro sobre la vida, la regla que consagra la primera de las
disposiciones citadas, en concreto, que el amparo, cuando las partes no
convienen una fecha precisa, cobra vigencia transcurrida la hora 24 del
día de su perfeccionamiento. Y, claro, según la censura, al dejar de
aplicar la norma aludida, se desconoció, de contera, el artículo 8 de la ley
153 de 1887.

La casacionista es reiterativa en cuanto que la norma


aplicable al caso objeto de estudio, en defecto de regulación expresa,
debe ser el artículo 1057 del C. de Co., entre otras, por las siguientes
razones: a) no existe norma que gobierne, en forma concreta, el tema
litigado; b) que las disposiciones sobre el seguro de vida están ubicadas
en el capítulo I del título V, específicamente, en el aparte de “los
principios comunes a los seguros terrestres”, directrices aplicables, por
excelencia, a los seguros sobre la vida; c) porque la Corte, en variedad
de providencias, ha aplicado a esa especie de aseguramiento normas

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como el artículo 1058 del C. de Co., propias del seguro terrestre, lo que
permite inferir que, igualmente, es viable apuntalar la decisión censurada
en el artículo 1057 ibidem, y no en el artículo 1151 como fue lo acometido
por el fallador de segundo grado; d) que el seguro terrestre, cuyos
capítulos contienen normas alusivas al seguro sobre la vida, comprende
la protección no sólo de las mercancías entregadas, sino, de manera
principal, la de las personas que acuden a demandar la correspondiente
traslación, luego, dada la naturaleza de esta modalidad asegurativa, es
admisible que el multicitado seguro sea regentado por las disposiciones
del artículo 1057.

Argumenta, complementariamente, que en materia


contractual, el artículo 8º de la ley 153 de 1887, establece, con nitidez
inequívoca, que frente a una situación litigiosa en particular, en caso de
faltar la regulación legal que la gobierne o que se pueda subsumir en el
marco abstracto fijado en la ley, debe acudirse a la norma jurídica que
regente una situación de similar textura y, a partir de su aplicación,
resolver la litis iniciada. Y dado que el funcionario de segunda instancia
no adoptó dicha normatividad, pues decidió aplicar reglas que no tratan
el caso bajo estudio, desquició el orden jurídico.

SEGUNDO CARGO

Correlativamente a la falta de aplicación de las disposiciones


referidas en precedencia, la censura denuncia que el Tribunal activó de
manera equivocada normas incorporadas en la legislación mercantil y
que, en últimas, fueron las que guiaron la definición de la controversia
judicial.

En efecto, arguyó que la aplicación que hizo el juez ad-


quem de los artículos 1151 y 1152 del Código de Comercio fue
desatinada, pues no eran estas las disposiciones llamadas a regular la

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disputa planteada y, dadas así las cosas, de suyo emerge que tal error
comportó, a su vez, la inadvertencia del artículo 1057 idem. Sostuvo, así
mismo, que el Tribunal decidió que ante la falta de convenio entre las
partes con respecto a la fecha de vigencia del contrato de seguro, su
vigor debía vincularse al pago de la prima, en el entendido que si la
misma era cancelada total o parcialmente, como en efecto esto ultimo
ocurrió, debía entenderse que a partir de tal suceso cobraba plena
vigencia el compromiso asegurador de la demandada, luego, sin duda,
surge a cargo de la aseguradora la obligación asumida.

La recurrente afirma, en esa misma línea, que el fallador


incurrió en grave equivocación al confundir tres aspectos que atañen a la
convención comentada; esto es: el perfeccionamiento del contrato, la
vigencia de los amparos convenidos y el pago de la prima. Tales eventos
bien pueden concurrir en un mismo momento o en épocas diferentes; por
tanto, aseverar, como aquél lo hizo, que el pago de la prima per se
resulta, sin más, coetáneo al nacimiento de la obligación a cargo de la
aseguradora, es incursionar en un error de notorio significado. Nada se
opone, dice, al perfeccionamiento del contrato y que, con posterioridad,
sea cancelada la prima (circunstancia que de hecho así está regulado en
el Código de Comercio -art. 1060-), y, además, que en otro instante,
anterior o posterior, ya por convenio de las partes o por disposición de la
misma ley (art. 1057 ib.), sobrevenga el compromiso de la compañía que
asumió el riesgo.

CONSIDERACIONES
1. Primeramente, déjase en claro, dado que se erige como la
piedra angular de la discordia suscitada, tal cual concuerdan la recurrente
y el funcionario ad-quem, que el Código de Comercio adoptado en el año
de 1971 mediante el Decreto 410, en tratándose de Seguros sobre la
Vida, no incorporó norma expresa que contemple, en defecto de la
estipulación de las partes, el momento en el que el mismo cobra vigencia.

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Por ello, pertinente resulta clarificar si como lo reclama la demandada, el
asunto debe ser gobernado por el artículo 1057 ib., en cuanto que la
vigencia de tal convenio principia a la hora 24 del día en que se
perfecciona el contrato, ó como lo reivindica la demandante y lo decidió el
Tribunal, dicha vigencia opera desde el mismo momento en que se
cancela la prima o la primera parte de ella.

2. En punto al momento en que la compañía aseguradora


comienza a soportar las incidencias del riesgo asumido, el numeral 6 del
artículo 1047 del Código de Comercio, establece que la póliza de seguro
debe contener la precisión “de las fechas y horas de iniciación y
vencimiento, o el modo de determinar unas y otras”; exigencia de suyo
trascendental, pues siendo connatural a esa especie de negocio jurídico
que un tercero asuma las consecuencias nocivas de un hecho incierto
que afecte el patrimonio o la vida de una persona, es evidente la
necesidad de saber cuándo se inicia esa responsabilidad y en qué
momento culmina; precisión por demás indispensable, pues de la
magnitud del período de duración del seguro, sobrevendrá, el valor del
mismo, requerimiento que no varió no obstante la mutación que sufrió el
contrato cuando de solemne fue naturalizado como consensual, amén
que no se erige como un elemento de su esencia, habida cuenta que
existen reglas supletivas que pueden colmar el silencio de las partes.
Esta directriz normativa evoca lo que la doctrina aseguraticia ha dado en
llamar vigencia formal frente a la vigencia técnica, del contrato de seguro;
aspecto que marca, definitivamente, el inicio del compromiso principal de
la aseguradora.

Mientras que el primer evento (vigencia formal) acaece de


manera concomitante al momento en que el contrato de seguro se
perfecciona, esto es, cuando nace a la vida jurídica, en la medida que en
su formación los estipulantes se avinieron a las exigencias legales
previstas para tal efecto (arts. 1036 y ss idem), la segunda, o sea, la
vigencia técnica, real o efectiva, sobreviene cuando tiene lugar,

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ciertamente, el inicio del amparo del riesgo a cargo del asegurador,
aspecto que se define ante dos hipótesis: a) la concertación expresa
sobre el particular por parte de los interesados; y, b) en defecto de ella, la
disposición legal, ya involucre la aplicación de una regla general (art.
1057) ora especial (arts. 1118, 1711, 1151 idem); sea como fuere, lo
cierto es que esta especie de eficacia puede o no concurrir con el
perfeccionamiento del negocio, o sea, su vigencia formal; empero,
atendiendo las circunstancias especiales que rodean el seguro sobre la
vida, claro resulta, hay que decirlo de una vez, que cuando los
contratantes no acuerdan, como aquí aconteció, según lo discurrido en la
sentencia censurada y la demanda de casación presentada, fecha alguna
que diera inicio al riesgo, no es el artículo 1057 del C. de Co, la regla
jurídica conforme a la cual deba definirse la referida cuestión.

3. Relativamente al tema, concreción de la discrepancia que


en el asunto bajo estudio se ha suscitado, de vieja época han surgido dos
grandes corrientes doctrinarias. Una reclama la vigencia técnica del
seguro desde el pago de la primera prima o parte de ella, por así
deducirlo de la interpretación sistemática de sus normas; la otra,
prohijada por la sociedad demandada, invoca tal vigencia una vez
transcurra la hora 24 del día en que se perfecciona el contrato,
subsumiendo el asunto en la regulación abstracta que contempla el
artículo 1057 del Código de Comercio, relativo a los seguros terrestres;
dualidad de posiciones que son el reflejo de la proyección de las
diferentes modalidades asegurativas, así como de los particulares
matices en sus orígenes, propósitos socio-económicos, coberturas,
partes intervinientes, etc.; que, por ello mismo, trasluce variables
importantes en todas sus fases de formación, hasta la culminación del
pertinente convenio; por ejemplo y sólo para reivindicar dos de los
aspectos del que dimanan significativas discrepancias: en los seguros de
daños a diferencia de los de vida, la prima no tiene un componente o fin
de ahorro; además, en el ramo de daños, el pago que realiza la
compañía, ante la ocurrencia del siniestro, connota una típica

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indemnización, mientras que en este otro tal desembolso no responde a
esa categoría. En fin, los soportes de una y otra de las tesis esbozadas,
refulgen excluyentes, lo que, de suyo impone la prevalencia de cualquiera
de ellas.

Recabando sobre el particular, pertinente resulta poner de


presente que el artículo 1057 ib, impone al asegurador, luego de entrar
en vigencia el seguro, lo que acontece a la hora 24 del día en que se
perfeccione el contrato, que asuma el riesgo; pero, como contrapeso, en
evidencia clara de la conmutatividad de los contratos, lo autoriza a exigir
judicialmente la prima, o sea, la contraprestación a cargo de la parte con
quien contrató; situación que se prolonga, inclusive, hasta el vencimiento
del mes siguiente, luego de lo cual, de persistir la mora, sobreviene la
terminación automática del contrato (arts. 1066 y 1068).

Sin embargo, en el artículo 1151 ib, correspondiente al


seguro sobre la vida, entre otras marcadas diferencias con los restantes
ramos, no obstante que se encuentra en el capítulo II, del título V,
aparecen, expresamente, dos reglas a observar por el asegurador: una,
que no está autorizado a procurar judicialmente la prima; y la otra, que
puede reclamar la devolución de gastos en que incurrió para celebrar el
contrato. En relación con la primera, se infiere, sin dubitación alguna, que
si el asegurador no puede exigir forzosamente la prima es por que no es
civilmente acreedor de ella, siendo ello así, como en efecto lo es,
deviene, igualmente, que el tomador tampoco podría ser acreedor de su
asegurador, luego no puede demandar de este último, el cumplimiento de
su obligación. Lo anterior significa, que la vigencia técnica del contrato
pende del pago del valor del aseguramiento, no aceptarlo así, y,
contrariamente, someter tal situación a los rigores de los artículos 1057 y
1068, implicaría que la compañía de seguros debería cumplir el pago de
su obligación pero no podría, se insiste, reclamar del tomador la prima.
Por supuesto que es clara señal de que si hay satisfacción de ésta, hay
cobertura y asunción del riesgo; así mismo, que si no se solventa dicha

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deuda, no nace para el asegurador la obligación de cubrir las incidencias
del hecho incierto. A contrario sensu, solamente a partir del momento en
el que la aseguradora recibe la solución de la primera prima o de la
primera cuota de esta cobra vigencia efectiva el aludido seguro.

Por sabido se tiene que de los contratos es característica


que ninguno de los contratantes está obligado a avenirse al cumplimiento
de sus obligaciones, mientras el otro contratante no cumpla lo por él
asumido (artículos 822 del C. de Co., y 1609 C. C.). En el contrato de
seguro, y en tratándose de la mora en el pago de la prima, por mandato
del artículo 1068 del C. de Co., se produciría la terminación automática
del mismo; mientras que si de un seguro sobre la vida se trata, hay que
colegir que si lo incumplido es el pago de la primera prima o de la primera
cuota, el asegurador no asume el amparo del riesgo.

Y, si en gracia de discusión, ante la omisión de los


contratantes de establecer el momento del pago de la prima, se aceptase
que la vigencia técnica del contrato de seguro sobre la vida debe ser
gobernada por el artículo 1057 idem, se tendría que una vez transcurra
la hora 24 del día de perfeccionamiento del contrato, comenzaría la
vigencia técnica, o sea, que ya pesaría sobre el asegurador la obligación
de brindar la respectiva cobertura al tomador, muy a pesar de que éste
no haya cancelado la prima, esto es, que asumirá el riesgo sin que, a su
vez, pueda aquel hacer exigible el valor del seguro, lo que evidencia, sin
reticencia alguna, que la justificación de condicionar la asunción del
riesgo al pago de la prima es una elemental regla de equilibrio
contractual.
4. Por otro lado, anejo al punto ventilado, propicio resulta
poner de relieve que desde la misma propuesta de los redactores del
actual Código de Comercio en torno a su articulado (año de 1969), con
respecto a algunos de sus apartes, se ha puesto en tela de juicio la
nomenclatura adoptada por dicha codificación; tendencia alimentada por
las voces de autorizados doctrinantes, inclusive dentro de las mismas

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subcomisión y comisión redactoras. La disconformidad planteada gira
alrededor de la inserción que se hizo de algunos asuntos y la
nomenclatura asignada a varias reglas que enarboladas como principios
comunes, se pretende que gobiernen, indistintamente, los temas allí
insertos, surgiendo el desasosiego que hoy evidencia el asunto vinculado
a esta litis.

Sin embargo, la Sala considera que la confusión es aparente,


pues, como quedará patentizado, en tratándose de los capítulos I, II y III
del título V, el hecho de que alguna materia en particular haga parte de
ese determinado grupo de normas y responda a una nomenclatura
concreta, no comporta el imperativo de subsumir en ella la totalidad de
los temas involucrados. Por manera que, en el caso bajo estudio, la
inclusión de algunos asuntos en ese cúmulo de disposiciones, no implica,
inevitablemente, que las aludidas reglas se apliquen a rajatabla a todas
las modalidades asegurativas que puedan quedar comprendidas en esa
categorización, incluido, desde luego, el seguro de esta especie; por
tanto, es equivocado pretender que los asuntos allí involucrados, deban
ventilarse sólo y de manera plena bajo la óptica descrita en las
disposiciones contenidas en el capítulo I del mismo título, así estén
relacionadas con principios comunes, por la sola y exclusiva razón de ser
comunes; la verdad es que, sencillamente, se adoptó un nomen iuris.

5. Relativamente al asunto objeto de análisis y, a propósito


de historiar lo concerniente con la distribución metodológica de algunos
aspectos involucrados en la codificación mercantil, huelga memorar la
génesis de las reglas que gobiernan, entre otros, al seguro sobre la vida.

5.1. Resulta ilustrativo, o por lo menos a ese propósito


contribuye, el concepto emitido por la Asociación Colombiana de Derecho
de Seguros, ante las respectivas comisiones redactoras del C. de
Comercio, de cuya memoria da cuenta el autor Efrén Ossa (q.e.p.d.),
miembro del subcomité de seguros para la revisión del Código de
Comercio, en los siguientes términos: “El título del Capítulo 1º sería

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preferible que fuera el de ‘PRINCIPIOS GENERALES’ en lugar de la
terminología heredada del Código actual ‘PRINCIPIOS COMUNES A
LOS SEGUROS TERRESTRES. En realidad, en este Capítulo se
establecen normas de carácter general para todo tipo de seguros,
inclusive los marítimos y aéreos que están tratados bajo otros títulos del
Código’ 2……Al respecto de la propuesta de cambio del título de
‘PRINCIPIOS COMUNES A LOS SEGUROS TERRESTRES’ por ‘
PRINCIPIOS GENERALES’ ……los asistentes consideraron que no
había necesidad de introducir la modificación” (Actas del subcomité de
seguros. Asociación Colombiana de Derecho de Seguros, pag. 15).
Percepción que desnuda, ciertamente, que el asunto amén de no ser
nuevo, se erige como un punto de mera denominación. Y, en efecto, la
sola circunstancia de encontrarse el contrato de seguro sobre la vida
inserto en dicho capítulo (argumento que, básicamente, es el medular en
la exposición de la casacionista), no amerita per se e irremediablemente
subsumirlo en forma total en sus disposiciones y, abrevar
ineludiblemente, en todas ellas para resolver cuestiones como la que es
objeto de estudio, únicamente bajo el pretexto de procurarle una
aplicación práctica y expedita a esa nomenclatura, pues ni la
hermenéutica lo prevé, ni su naturaleza, en verdad, lo aconseja.

5.2. Los reparos aludidos no son sino el reflejo de lo que en


el trasfondo se ventilaba en esa época alrededor de diversas
modificaciones de hondo calado; entre otras, la consensualidad del
seguro y la vigencia del mismo. Por ejemplo, el proyecto de reforma de
manera simultánea incorporaba algunos artículos que con lujo de detalles
ayudan a clarificar el debate. El primero de ellos, el 861 (antecedente del
actual artículo 1036), decía: “El seguro es un contrato consensual,
bilateral, oneroso, aleatorio, indivisible y de ejecución sucesiva.(..) En
los seguros de vida el contrato solo se perfeccionará con el pago de
la primera prima o de la primera cuota de éste, en su caso” (la Sala
hace notar), regulación que en este caso forzosamente hacía coincidir la
vigencia formal (perfeccionamiento) con la vigencia técnica.

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Propósito de consensualidad que a pesar de las enconadas
discusiones, bien se sabe, resultó fallido y sólo hasta el año de 1997,
mediante la adopción de la Ley 389, artículo 1º, se introdujo en nuestra
normatividad mercantil.

En esa misma línea, en elocuente concurrencia al fin aquí


pretendido, el artículo 880 del mismo proyecto, equivalente al actual
1057, contemplaba: “En defecto de estipulación o de norma legal, los
riesgos principiarán a correr por cuenta del asegurador desde que
se perfeccione el contrato” (resalta la Corte), regulación que disipa
cualquier duda en torno a la simultaneidad de la vigencia formal y la
técnica, esto es, el perfeccionamiento del contrato, la iniciación del riesgo
y, el pago de la prima.

Estas dos propuestas denotaban, con incontrastable lucidez,


que el propósito inicial de los reformadores, en lo que a esa especie de
seguro refería, era condicionar su vigencia al perfeccionamiento del
mismo, condición esta que, a su vez, se lograba con el pago de la prima
o de la primera cuota de ella. Citas que vinculan, indiscutidamente, la
génesis de los vacíos que hoy se registran.

Por su parte, el texto del artículo 971 de ese borrador del


Código, que hoy hace parte de la normatividad mercantil, precisaba:
“Cuando el asegurado no pague oportunamente la primera prima o la
primera cuota de ésta, no podrá el asegurador exigir judicialmente su
pago; pero tendrá derecho a que se le reembolsen los gastos efectuados
con miras a la celebración del contrato”, regla esta que, como se advirtió,
concuerda con el tenor literal del artículo 1151 del Código de Comercio.
Las disposiciones referidas, todas concurrentes en un momento histórico,
ponen de presente que su coexistencia vindicaba una identidad entre los
aspectos comunes de un mismo contrato, anejo a todos los ramos (su
descripción, de si era consensual o solemne, de su perfeccionamiento

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etc), pero, igual, patentiza un tratamiento especial al seguro sobre la vida,
reglas todas ellas, se insiste, que no se excluían y contrariamente, se
presentaron como complementarias.

Bajo tal perspectiva, emerge que los redactores del Código


de Comercio contemplaron, por vía de principio, la posibilidad de
viabilizar la vigencia formal del contrato de seguro a partir de su
perfeccionamiento y la técnica, en los términos que las partes convinieran
o, según el caso, bajo regulación especial de la normatividad. Y en el
caso específico del seguro sobre la vida, fueron explícitos al consagrar,
aunque constituía solo un proyecto, que la obligación de la aseguradora
sobrevenía desde la misma perfección del contrato y esta estaba
supeditada al pago de la primera prima o de la primera parte de ella. Ese
es el contexto y origen histórico de las normas de las que se ocupa ahora
la Sala.

5.3. Pero más diciente que lo expuesto, es la norma que


condiciona la vigencia del seguro a la hora 24 del día de su
perfeccionamiento; propuesta, precisamente, introducida de manera
simultánea, se insiste, por la subcomisión encargada de proyectar las
modificaciones y que en definitiva se incorporó, efectivamente, al Código
de Comercio, como lo registra el texto del artículo 1057; iniciativa que se
justificó en los siguientes términos:

“A este respecto el doctor Cobo leyó un texto de la


legislación italiana en el cual se establece que los riesgos comienzan a
correr por cuenta del asegurador a partir de la hora 24 del día en que se
perfeccione el contrato. Sobre ésto (sic) conceptuó que le parecía
conveniente una disposición semejante a la leída teniendo en cuenta la
innovación que se refiere a la consensualidad del contrato de seguro.
Dijo era muy importante precisar en esta forma la hora en la cual el
contrato comenzaría su vigencia, para evitar equívocos, por cuanto eran
muchos los problemas que se podrían presentar sin una determinación

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precisa. Con estas observaciones se aplazó la decisión sobre el artículo
estudiado”. (acta No. 12 de la subcomisión redactora). Posteriormente,
según acta No. 13 de la misma subcomisión, se dejó plasmado: “En
defecto de estipulación o de norma legal, los riesgos principiarán a correr
por cuenta del asegurador desde la hora veinticuatro del día en que se
perfeccione el contrato”.

Estas constancias fueron estampadas concurrentemente, de


manera coetánea, tal como se reseñó con antelación, con aquellas que
explicitaban el propósito de condicionar la vigencia formal y técnica del
contrato de seguro sobre la vida, al pago de la prima o primera parte de
ella; por tanto, puede inferirse que no se servían de principios comunes o
que debían alimentarse, en ese concreto aspecto, de las mismas
disposiciones comunes, pues las inspiraban aspectos diferentes.

5.4. Y dando la puntada final al tema que compromete a la


Sala, en la exposición de motivos del actual Código de Comercio, se dejó
el siguiente registro: “Por considerar que estas normas son anacrónicas,
el proyecto concibe el seguro como contrato consensual (artículo 861).
¿qué significa esto? Que el cruce de los consentimientos del asegurador
y del asegurado basta para su perfeccionamiento como fuente de
obligaciones. Si ha habido acuerdo en cuanto a sus elementos
esenciales (el interés, el riesgo, la prima), no se ve por qué ese acuerdo
no pueda tener vida jurídica. Así se consulta la movilidad que requieren
todas las operaciones comerciales. Así se da carta de ciudadanía legal a
la práctica de las compañías de seguros. Así se está más a tono con las
modernas legislaciones. Así se tutela mejor a los propios aseguradores
cuando actúan, ya no como sujetos activos, sino como sujetos pasivos
del contrato de seguros, es decir, en el contrato de reaseguro. (..) Se
hace, no obstante, una excepción a este principio (art. 861, inciso 2º). La
consensualidad, en los seguros de vida, podría significar, significa, en
efecto, una fuente de dificultades insubsanables para el asegurador.
Signos peculiares, que no es oportuno examinar, enmarcan el mercado

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de esta clase de seguros. La tarea de persuasión del candidato tropieza,
habitualmente, con más definidos escollos. Y no termina al obtener de él
su asentimiento al seguro. La experiencia enseña que el contrato no
puede considerarse clausurado, agotado en sus trámites como acto de la
vida mercantil, sino con el pago de la primera prima o de la primera
cuota. Y es más frecuente, de otra parte, que en los seguros de riesgos
constantes, el afán del asegurado por defraudar al asegurador. Podrá
decirse, con un poco de exageración, que, ahí si, la reticencia se da
silvestre. Circunstancias son éstas que exigen un tratamiento de
excepción. Y de ellas la comisión se hizo eco, con sentido realista, para
subordinar, al ‘pago de la primera prima o de la primera cuota de ésta’ el
perfeccionamiento de los contratos de seguro de vida”. (Tratado
Elemental de Seguros, J. Fren Ossa G.) –hace notar la Sala-.

Por manera que a la ubicación de una regla general no


puede dársele la relevancia que le otorga la censura, pues habrá que
atender preemientemente a la naturaleza y contenido del pertinente
seguro que las partes acordaron. Sobre el particular ha sido reiterativa la
Corte y así lo ha expuesto: “En la labor de interpretación de los contratos
no debe olvidar el juez, de otra parte, que la naturaleza jurídica de un
acto no es la que las partes que lo realizan quieran arbitrariamente darle,
ni la que al fallador le venga en gana, sino la que a dicho contrato
corresponda legalmente según sus elementos propios, sus calidades
intrínsecas y las finalidades perseguidas” (Sent. Cas. 11 de septiembre
de 1984).

Emerge, entonces, que en asuntos como el debatido, no es


contrario a la razonabilidad que imponen las circunstancias, aceptar que
el título V trata, en general, del contrato de seguro y cada capítulo alude a
un ramo en especial y, desde luego, en algunos aspectos, se sirven de
las mismas reglas; por ejemplo, el concepto de póliza, su contenido, las
características del contrato, los elementos esenciales, etc.; empero, en
otros, dadas sus evidentes diferencias, se nutren de disposiciones

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diversas y propias; pero, también, en otros eventos, diferentes por cierto,
su regulación resulta por entero incompatible, verbi gratia, lo relativo a la
revocatoria o terminación unilateral, que, precisamente, en lo que al
seguro que se comenta refiere, deviene por completo repelido.

5.5. En reciente fecha, la Corte tuvo oportunidad de aludir


tangencialmente al asunto y precisó: ”En este sentido, téngase en cuenta
que si bien al seguro sobre la vida le son aplicables la mayoría de las
disposiciones contempladas en el Capítulo I, del Título V, del Libro IV del
estatuto mercantil, que recogen los “principios comunes a los seguros
terrestres”, entre ellas, por vía de ejemplo, las relativas al
perfeccionamiento y partes en el contrato de seguro (arts. 1036 y 1037 C.
de Co.); sus elementos esenciales (art. 1045, ib.); los requisitos para
hacer efectiva la obligación del asegurador en caso de siniestro (arts.
1077 y 1080, ib.), para sólo resaltar algunas de ellas, no lo es menos que
goza de una arquitectura y tratamiento particulares en aspectos
nucleares de la relación aseguraticia. Así, el interés asegurable, per se,
no se encuentra vinculado a una relación económica, o por lo menos no
necesariamente (art. 1137, ib.); en él no tiene aplicación el principio
indemnizatorio (art. 1138, ib.); tampoco los conceptos de coexistencia de
seguros, infraseguro y supraseguro; menos aún procede la subrogación
del asegurador (art. 1139, ib.); es, de suyo, irrevocable por el asegurador
(art. 1159, ib.), etc.” (Sent. Cas. 6 de julio de 2007, Exp. 00359 01).

5.6. Los reparos a la nomenclatura y metodología


desarrollada por la legislación mercantil, es validada al confrontar el
contenido del título V de la misma codificación y el contenido del artículo
1082 ibidem, pues en aquél se incluyen, en general, tres capítulos,
correspondientes a las modalidades de seguros terrestres, de daños y de
personas (capítulo I, II y III, respectivamente); y, en la de daños, a su vez,
se incluyen ramos como el de incendio (arts. 1113 y ss), transporte (1117
y ss), y el de responsabilidad (arts. 1127 y ss), con características
disímiles frente al de personas. Mientras que en éste, se incluye,

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exclusivamente, la modalidad de vida. Por su parte, el artículo 1082 trae
como clasificación de los seguros, el de daños (reales o patrimoniales) y
de personas; luego fácil se infiere que las dos clasificaciones no
coinciden, pues con respecto a la incorporada en aquella norma, el
seguro terrestre estaría demás. Sin embargo, la explicación deviene
expedita atendiendo los registros hechos con antelación y que rodearon
la expedición del Código de Comercio.

Así, impone aceptar, como en precedencia se delineó, que


existen asuntos comunes a todo tipo de contrato, pues a fin de cuentas
se alude a la misma relación contractual; pero, igualmente, concurren
algunas disposiciones que sólo y únicamente regentan cada ramo en
particular, pues, gozan de particularidades que los diferencian entre sí,
prevaleciendo, desde luego, el que le corresponda al respectivo contrato,
atendiendo, itérase, su naturaleza.

6. Fluye de lo expuesto, sin temor a dudas, que las argüidas


por la actora no son reglas que correspondan al seguro sobre la vida,
pues si ese hubiese sido el propósito de los reformadores, no hubieren
incluido y hecha explícita su aspiración que en estos últimos
aseguramientos la vigencia se produjera con el pago de la primera prima
o parte de ella; por ello, no obstante considerarse un principio común la
regla invocada por la impugnante, no es atinado extender su campo de
aplicación al seguro involucrado en esta litis, pues éste está abrigado por
su propia reglamentación.

7. Concluyendo, en lo que toca a la aplicación del artículo 8


de la ley 153 de 1887, o sea, “argumento a simili” -la razón para
decidir es una misma- “Ubi eadem legis ratio ibi cadem legis
dispositio”, por las razones expuestas no es pertinente evocar su
aplicación, amén de que, como la Corporación lo ha reivindicado, su
viabilidad depende de requisitos como: a) que no haya ley exactamente
aplicable al caso controvertido; b) que la especie legislada sea semejante

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a la especie carente de norma; y c) que exista la misma razón para
aplicar a la última el precepto estatuido respecto de la primera. Sin
embargo, como puede inferirse de lo comentado anteladamente, no se
está frente a la misma razón, pues, la vigencia del contrato de seguro
sobre la vida, guarda notoria distancia con la vigencia de otros ramos,
tanto en cuanto a su perfeccionamiento como al inicio de la cobertura,
amén de que su origen está signado por aspectos fácticos disímiles a los
que motivó la implementación de la norma invocada por la recurrente,
basta nada más resaltar, como fue advertido en precedencia que, a
diferencia de otros seguros, en el de vida, la compañía aseguradora no
puede propiciar el pago forzado o por la vía ejecutiva de la prima o la
parte de ella; además, en los seguros de daños, el pago que efectúa la
aseguradora al momento de acontecer el hecho incierto que constituye el
riesgo, adquiere la connotación de indemnización, mientras en el de vida
no; circunstancias que conducen a la negación de la aplicación analógica
demandada por la casacionista.

En ese contexto, los cargos no prosperan.

DECISION

Por lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia, Sala de


Casación Civil, administrando justicia en nombre de la República y por
autoridad de la ley, NO CASA la sentencia de siete (7) de marzo de dos
mil siete (2007), proferida por la Sala Civil del Tribunal Superior de
Santiago de Cali.

Costas del recurso a cargo de la parte recurrente.

Cópiese, notifíquese y devuélvase.

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ARTURO SOLARTE RODRÍGUEZ

JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR

RUTH MARINA DÍAZ RUEDA

PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA

WILLIAM NAMÉN VARGAS

CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE

EDGARDO VILLAMIL PORTILLA

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