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Autor: Historiador Jorge Núñez

EL TERREMOTO DE 1797

Nuestra “avenida de los volcanes” muestra, sin duda, uno de los más imponentes
espectáculos de la naturaleza. A lo largo de todo el callejón interandino, dos cordilleras
coronadas de nieve se disputan el cetro de la belleza natural y la primacía de las altas
cumbres andinas. Pero bajo esa nieve reluciente palpita el fuego original del mundo, y,
cuando este estalla, causa terribles estragos en la vida de los hombres. Fue lo que ocurrió en
nuestro país el 4 de febrero de 1797.

Aquella mañana de invierno había amanecido especialmente oscura y gris, pero nada hacía
sospechar que se aproximaba un desastre natural. De pronto, entre siete y ocho de la
mañana ocurrió en un formidable terremoto, de cuatro a cinco minutos de duración y de
carácter ondulatorio, que afectó a la sierra central y a la parte próxima de la hoya
amazónica. Muchos habitantes de nuestras ciudades andinas salieron despavoridos a las
calles y lograron salvarse de la hecatombe. Otros murieron aplastados por sus casas. Y
como era domingo, bastantes más perecieron entre las ruinas de los templos, donde se
hallaban asistiendo a misa.

Dado el carácter del sismo y su duración, la destrucción material fue terrible. Riobamba
quedó prácticamente borrada de la faz de la tierra por el terremoto, a lo cual se agregó que
el cerro de Cullca, situado junto a la ciudad, fue desencajado de su asiento y sepultó a la
mayor parte de las ruinas causadas por el movimiento terráqueo. Además, según los
informes oficiales, en esta ciudad murieron los dos Alcaldes ordinarios y la mayoría del
Ayuntamiento, y solo sobrevivieron “como la octava parte de la nobleza y una mitad de la
plebe”.

Ambato, Latacunga y Guaranda quedaron semidestruidas, pero muchas poblaciones de su


jurisdicción desaparecieron o quedaron gravemente arruinadas, igual que otros asientos de
los Corregimientos de Riobamba y Guaranda y de la Tenencia de Alausí. También quedó
destruido el camino de San Antonio, que atravesaba el Corregimiento de Guaranda y
vinculaba a Guayaquil y Quito. En esta última ciudad, fueron desbaratadas las torres de la
Catedral, Santo Domingo, La Merced y San Agustín y quedaron cuarteados muchos
edificios públicos y casas de habitación; cosa similar ocurrió en los pueblos aledaños a la
capital: en la iglesia de El Quinche, se partió el cuerpo piramidal en que remataba la torre y
cayó al suelo, mientras otras iglesias quedaron cuarteadas y semidestruidas. Alausí y los
pueblos de su jurisdicción quedaron en tierra y reportaron un gran número de muertos.
No solo fueron arruinadas las ciudades y pueblos sino también grandes extensiones del
campo, por causa del paso de la lava y el lodo volcánico, de la fractura o deslizamiento de
los terrenos y de los deslaves que represaron varios ríos de la zona y fueron, a su vez, causa
de inundaciones y avalanchas de agua, que arrasaron luego con casas, cultivos y seres
vivos.
El Presidente y Capitán General de la Audiencia de Quito, don Luis Muñoz de Guzmán, se
hallaba descansando en una propiedad campestre de El Quinche cuando acaeció el
terremoto, con una “ondulación muy gruesa, tanto que se tenía trabajo en sostenerse en
pie”, según escribió.
Como efecto secundario del terremoto, todo fue confusión en la región central del país.
Empero, poco después empezaron a llegar a Quito informes de autoridades locales y
testigos, que sirvieron para que el gobierno redondeara una idea cabal de las causas y
alcances del desastre. Algunas gentes de Quito afirmaban que el movimiento telúrico “vino
del lado del Pichincha”, y agregaban: “Empezó lento, pero apuró después tanto su
movimiento que no se ha visto igual en Quito, ni más largo. Poco después del temblor hizo
un estruendo que denotaba erupción... y según el celaje se teme repetición. Han padecido
detrimento todas las casas y templos”.
Las noticias que iban llegando a las autoridades desde el centro del país eran terribles: Se
decía que los montes de las cordilleras se habían derrumbado sobre el callejón interandino.
Que habían muerto la mayoría de los pobladores de varias ciudades. Que todos los cerros
habían vomitado fuego, lava y lodo hediondo.
Juan Frías, vecino del pueblo de Guano, testimonió que la onda sísmica lo alcanzó
mientras andaba cerca de Ambato y que fue arrojado al suelo con su caballo por tres o
cuatro veces, y que luego vio que “el cerro de Igualata se abrió por cinco partes,
despidiendo por las bocas que abrió llamaradas de fuego y ríos de lodo envueltos con el
fuego, los que habiendo tomado el Camino Real lo aterrorizaron...”, agregando que “por
donde pasaba (la lava) asolaba cuanto encontraba: casas, heredades y ganados”.
LOS INFORMES OFICIALES SOBRE EL SINIESTRO

Pocos días más tarde del desastre empezaron a llegar a Quito los informes oficiales de los
corregidores del distrito, que en las semanas y meses posteriores siguieron enviando
información cada vez más detallada sobre los resultados del terremoto. Gracias a esa
documentación, guardada celosamente en los archivos quiteños y españoles, los
historiadores podemos reconstruir con bastante fidelidad los distintos aspectos del siniestro.
Los primeros informes en llegar a Quito fueron los de los corregidores de Ambato y
Riobamba, don Antonio Pástor y don Vicente Molina. El primero de ellos fue rescatado de
entre las ruinas de su casa un par de horas después del siniestro e inmediatamente envió al
presidente Muñoz un postillón con el aviso de la destrucción parcial de esa ciudad. El
Corregidor de Riobamba, por su parte, recién pudo informar al gobierno diez días después
del desastre, a causa de la total destrucción de los caminos en su distrito. En su informe
opinaba que “él origen, ó fuente de los males, es el Volcán de Macas, fundado en que el
ruido subterráneo percibían que venia de hacia aquel lado, a lo que se agrega que de cuatro
a seis Años a esta parte se han dejado oír en él truenos internos (que el vulgo llama
bramidos) continuadamente”, agregando que “alguna comunicación con Tunguragua ha
propagado los efectos de su reventazón, pues han vomitado agua y lodo negro de muy mal
olor los cerros llamados Igualata, y el Altar: el primero arrastró con su lodo parte de las
inmediaciones del Pueblo de Guano y del de Cubijíes.”
Al otro lado de la cordillera occidental, en el cercano Corregimiento de Guaranda, el
terremoto fue “tan efectivo que a los primeros movimientos puso en el suelo quasi todos los
edificios y dejó los restantes inservibles... sin que hubiese quedado iglesia alguna en pie en
todas las parroquias, a excepción de una pequeña capillita que se titula Nuestra Señora del
Guayco, y la iglesia del pueblo de Simiátug”, según informó el corregidor Gaspar de
Morales. En cuanto al camino de San Antonio Tariragua, por el que se comunicaban Quito
y Guayaquil, informaba hallarse destruido, “por que los despeños son tales que no solo han
arruinado los caminos, pero han partido los cerros y trastornado a las profundidades, ríos,
quebradas.” Concluía el informante indicando que hasta la fecha de su comunicación (el 8
de febrero) no cesaban los temblores y que él y los sobrevivientes se hallaban refugiados en
“una desdichada chosilla malformada de cuatro palos y un poco de paja”. Posteriormente,
en una de sus numerosas comunicaciones, este corregidor informaría que en su distrito el
siniestro causó un total de 57 muertos, de los cuales 17 blancos y mestizos y 40 indios.
Quince días después de la catástrofe, mientras la tierra seguía temblando en muchos
lugares, el presidente Muñoz pudo reunir variados testimonios, hacerse una idea cabal de
los estragos causados por ésta y enviar al rey un primer informe sobre la situación. Tras dar
los datos generales del siniestro y detallar los daños causados en la jurisdicción de Quito,
exponía en su texto:

“Hasta aquí nada hay que no sea muy ordinario en los temblores de tierra, (pero) lo que
se hará increíble acaso es el trastorno de los altos Montes de estas Cordilleras; de modo,
que todo el terreno contenido entre los Volcanes Cotopaxi, Tunguragua, y Macas, ha
trastornado su faz, levantándose a esfuerzos de un impulso perpendicular el terreno, y
desquiciando de su fundamento los Montes mas altos que se comprendían en él.
De éste trastorno han resultado arruinados los pueblos todos de los Corregimientos de
Latacunga, Ambato, Riobamba, Guaranda y la Tenencia de Alausí, en los que no ha
quedado templo alguno entero: todos son ruina, y los mas han sido sepulcro de parte de los
habitantes. ...
El Asiento de Latacunga... ha sido destruido a impulsos del temblor, y en él ha perdido
S.M. las Casas de la Administración de Rentas Unidas, y de la Fabrica de Pólvora con su
Ingenio...
El Asiento de Ambato... ha corrido igual suerte, habiendo sido mayor el estrago en
algunos de los pueblos de su jurisdicción, en los que ha habido reventazones de agua y
lodo, y han padecido muchas haciendas, y aun se teme nuevos estragos por que hasta oy se
halla detenido el curso del río que lo baña por un grande derrumbo de tierra, que se ha
intermediado, y si no lo vencen las aguas puede acarrearles una inundación.
En la Villa de Riobamba no hay piedra sobre piedra. El Cullca, cerro que le estaba
inmediato, desencajado de su asiento, sepultó la mayor parte de las ruinas que ocasionó el
impulso de la tierra. En todos los contornos de esta Villa han sido tales los desbaratos del
terreno, que deshechos y desconocidos los caminos, no pude lograr noticia de persona que
hubiese entrado ó salido en ella, hasta el día 14 que recibí carta del Corregidor, quien
confirma el estrago, y dice haber quedado vivos como la octava parte de la nobleza y una
mitad de la plebe.
La suerte de Guaranda no ha sido tan infeliz como la anterior, pues no han muerto según
él dicho de su Corregidor sino 16 personas, pero la aniquilación de los edificios es igual
que en los demás pueblos. Lo que si merece mucha consideración, porque se intercepta la
comunicación de toda esta Provincia con la Plaza de Guayaquil, es el desbarato de la
Cuesta de San Antonio de Tarigagua...
El Asiento de Alausí y pueblos de su jurisdicción se hallan en tierra, distinguiéndose el de
Tigsan por las mayores ruinas y número de muertos que ha tenido...
Todas las inmediaciones de la falda del Tunguragua son las que mas han padecido aquí:
Las aventuras de la tierra han sido tan enormes que se han tragado haciendas enteras. Se
han desprendido pedazos de Monte, que hán parado el curso del Río de Patate, cuyas
aguas cuando han podido romper los embarazos han inundado cuanto han encontrado en
su curso. ...
...Según expone el Corregidor de Riobamba, él origen, ó fuente de los males, es el Volcán
de Macas, fundado en que el ruido subterráneo percibían que venia de hacia aquel lado, a
lo que se agrega que de cuatro a seis Años a esta parte se han dejado oir en él truenos
internos (que el vulgo llama bramidos) continuadamente. Supone este Corregidor que
alguna comunicación con Tunguragua ha propagado los efectos de su reventazón, pues han
vomitado agua y lodo negro de muy mal olor los cerros llamados Igualata, y el Altar: el
primero arrastró con su lodo parte de las inmediaciones del Pueblo de Guano y del de
Cubijíes; el que lo vió abrir declara bajo juramento que el momento de desencajarse la
tierra de su estado natural le tiró con el caballo en que iba montado y cayó aturdido: que
cuando se levantó y pudo ya pensar en seguir su viaje que era a Guano, vio cinco bocas en
la cumbre de Igualata por las que salían llamaradas de fuego y saltaderas de lodo que
formaban ríos por la falda, de mucha extensión... y añade... que se acobardó y resolvió no
continuar a Guano sino volverse á Ambato, que cuando llegó ya solo encontró los
escombros de la población.
Todo el espacio de tierra despedazado continúa temblando y eructando los ruidos...
Sabemos haberse extendido los temblores por el lado del norte hasta la Provincia de los
Pastos, bien que sin estragos ni ruinas...
Según las últimas observaciones hechas del Volcán de Tunguragua por el naturalista
Pineda cuando pasaron por Guayaquil las corbetas de S.M. que dieron la vuelta al mundo,
este monstruo estaba lleno de agua hirviendo, y así hecho cotejo del territorio destruido,
que es todo en su contorno, y de los materiales arrojados por las roturas de la tierra, que
son todos negros líquidos con gran cantidad de agua hedionda, por la confección de los
betunes y materiales sulfúreos no puede ser otro el principio de nuestras desventuras que
este Monte. Los estallidos subterráneos permanecen como dejo antes dicho pero desde el
día 15 faltan los temblores que hasta entonces eran seqüela de ellos e infieren por esto los
que viven en donde se padecen, que es un alivio de la inflamación esta especie de
decadencia en los efectos. ...
Como la Villa de Riobamba ha quedado con muy poca parte de su Ayuntamiento, y
falleciesen sus dos Alcaldes Ordinarios, he nombrado dos personas de distinción que
ayuden al Corregidor en las presentes ocurrencias y administración de Justicia.”

Un par de meses después, por encargo del gobierno central, el nuevo Corregidor de
Ambato, don Bernardo Darquea, hizo una evaluación general de los daños en el distrito de
su mando, como conclusión de la cual informó razonada y organizadamente sobre los
hechos acaecidos en su corregimiento,. Entre otras cosas, exponía en su comunicación:

"...Los pueblos de Quero, Pelileo, Patate y Píllaro (son) las jurisdicciones que más ruinas
han experimentado de las reventazones de sus cerros...”
“Jurisdicción del pueblo de Quero:
El cerro denominado Igualata, colateral del volcán Tunguragua, expelió tanta copia de
tierra con mezcla de agua, hacia la parte o costado inverso camino a Riobamba, como á
esta banda de Quero, que cubrió campiñas enteras, y llenó quebradas de una anchura y
profundidas inmensa por donde tomó su curso. Tapó haciendas con sus habitantes y se
llevó cuanto encontró en su dirección. De su reventazón pereció mucha gente y una
infinidad de ganado mayor y menor.
...La reventazón del cerro llamado Mulmul, habiendo bajado a las llanuras mezclada con
agua hecha lodo suelto, produjo iguales daños a los antecedentes.
(Reventaron también los cerros Guizlla, Conchuina, Nivela y Llimpi, todos inmediatos al
Tungurahua, causando similares daños).
Jurisdicción del pueblo de Pelileo:
El Obraje de Temporalidades llamado San Ildefonso se halla situado en los bajíos de la
jurisdicción de Pelileo igualmente que las haciendas Yataqui del finado Baltazar Carriedo
y del Pingue del Dr. Dn. José Cevallos, a la orilla del río de Patate, y del lado inverso de la
de San Ildefonso.
Este se halla situado al pie de tres cerros no muy elevados y en la bajada del camino de
Pelileo a San Ildefonso... hay un potrerillo o ciénega de cortísima extensión. (Se
derrumbaron los tres cerrillos y reventó la ciénega) cuyo material fue el que descendió a
las casas de San Ildefonso y el que sepultó al administrador, su mujer e hijos y otros.
Noté que en las inmediaciones de este potrerillo se hallaba levantada la tierra formando
varios torreones de ocho a diez varas de alto que remataban en punta en figura de pan de
azúcar, y como si por debajo lo hubiesen soplado a fuelle.
...La hacienda Yataqui del citado Carriedo se hallaba en la llanura, y sus casas al pie de
un cerro no demasiadamente elevado del que nacía un manantial de agua cristalina que
caía frente de la casa. (Hubo) reventazón o derrumbe del mismo cerro y del paraje o
terreno plano en que estaban las habitaciones, que siempre se había notado húmedo en
extremo. La triste experiencia ha manifestado que su centro era cenegoso, respecto a que
levantada la tierra y reducida a lodazales disueltos fue a dar como llevada hasta el río de
Patate, con Carriedo, su mujer y demás que se hallaban en Yataqui, de quienes no se ha
sabido hasta hoy en que paraje hubiesen quedado sepultados.
(También hubo una) reventazón de la memorable Moya de Pelileo, que debe entenderse
ciénega o potrero en que pastaban y engordaban ganados, y de los cerritos que circundan
la Moya. Lo más notable es que toda la planicie de este potrero se levantó dividida en
grandes trozos del grosor de dos a tres varas de alto, y en un cuerpo como un navío que
navega fue con tanta rapidez a sentarse sobre todos los edificios arruinados del pueblo de
Pelileo que los que habían escapado de perecer bajo las ruinas de sus casas no pudieron
evitar la muerte al impulso y grave peso de su tan decantada Moya, que los cubrió a
centenares; de modo que parece que el potrero no hizo más que levantarse en trozos de su
sitio y pasar a cubrir el pueblo, sin variar la figura del verdor de su superficie... Solo quien
como yo lo ha visto, podrá creerlo.
(También reventaron) el sitio Chumaqui, cercano a la Moya, y el cerro Guambaló”, que
cubrió la hacienda de El Pingüe del doctor Ceballos, en que pereció este con otros muchos.
Jurisdicción del pueblo de Patate:
(Hubo reventazón o derrumbe de los cerros de Llotupi, Río blanco y La Calera, pero) la
jurisdicción de Patate padeció mas por los desbordes de su río represado que por las
reventazones de sus cerros.
Jurisdicción del pueblo de Píllaro:
...Reventazón de la quebrada Pucaguayco, y derrumbos de sus orillas. ...Reventazón del
cerro y chorrera de Cusatagua, que baxó con mezcla de agua y lodo, que concurrió a la
represa de los ríos causando muertes e infinitos daños.
...La reventazón del cerro llamado Quinuales causó muchos estragos.
...Lo cierto es que en todos los parajes que dejo sentados no se veían mas que rajaduras de
los terrenos, unas mas anchas que otras, y que en algunas quebradas de suelo de cangagua
noté levantada su superficie, como cernida hecha trozos, sin que hasta ahora haya podido
descubrir nadie la causa primordial de estragos tan horribles y efectos tan diversos.
Yo no me atreveré a adivinarla por principios físicos, pero valga lo que valiere diré mi
parecer, dictado a consecuencia de lo que he visto y la razón me inclina. ”

Para completar su trabajo, Darquea (cuya hacienda había sido destruida por un aluvión
causado por el sismo) remitió a sus superiores de Quito muestras de todos los materiales
expulsados desde el interior de la tierra: lava, lodo, betunes, etc. Concluyó opinando que el
causante del desastre había sido

“el elevadísimo cerro de Tunguragua, (que) es un volcán conocido pues que en todos
tiempos ha hecho sus erupciones de piedra y fuego por lo alto de su pico... Me inclinaré
con algunos que esta vez ha hecho su erupción subterráneamente, siendo como es, que todo
lo que le rodea ha padecido el mayor estrago... Es un cerro maestro, volcán conocido y
declarado contra nosotros...”

Algún tiempo después, tras recogerse todos los informes oficiales, se establecería que en
toda la jurisdicción de la Audiencia de Quito el número total de muertos por el sismo había
sido de 12.553 personas, y el de desaparecidos o dispersos de 800. Por distritos, el número
de muertos se distribuía así: Corregimiento de Riobamba, 6.306; Corregimiento de Ambato,
5.908; Corregimiento de Latacunga, 234; Corregimiento de Guaranda, 57: Tenencia de
Alausí, 48.

ESTREMECIMIENTOS SOCIALES Y CONFLICTOS POLITICOS

A las conmociones de la naturaleza se agregaron los estremecimientos sociales, pues en la


sierra central “se alzaron los indios en el primer instante, publicando entre si, que los
volcanes de Tungurahua de donde procedió el estrago habían dado aquellas tierras a sus
antepasados, y, adorando a aquellos volcanes como si fueran dioses, trataron de eliminar a
los españoles que se habían escapado de la ruina general”.
Por lo mismo, uno de los asuntos que causaron mayor preocupación al gobierno colonial
fue la posible sublevación general de los indios, que andaban en grupos por los cerros,
actuando de una manera que resultaba inquietante para la población blanca y mestiza. Ante
esa potencial insurrección de la población nativa, oprimida desde hacía ya tres siglos por el
colonialismo español, el presidente Muñoz tomó medidas precautelatorias, tales como el
acopio de materiales de guerra y la concentración de un fuerte contingente de tropas en la
capital de la audiencia, que se temía fuera atacada por los indios. En ese espíritu,
comprometió ante el gobierno de Madrid su personal cuidado “de no dejar absolutamente a
este pueblo sin el freno de la tropa, por lo que aun en el día me hallo vigilante de la
conducta de los indios de los pueblos arruinados, que según los partes de los respectivos
corregidores me aseguran haberse insolentado y que profieren no deber ya pagar tributos,
cuyas noticias -decía- caso que se realicen me pondrán en la necesidad de desprenderme de
toda la tropa y aun de tomar cualquiera otra resolución necesaria según la urgencia del
caso...”
Pero Muñoz de Guzmán era consciente de que no bastaba la represión para solucionar los
graves problemas sociales derivados de la catástrofe natural. De ahí que, al concluir su
comunicación, expresara:

“Como conozco la bondad del Rey Nuestro Señor le pido sin recelo los alivios que me
parecen convenientes y de caridad para estos afligidos pueblos. Los vasallos que más han
sufrido no son los Indios, sin embargo su extravío los imposibilita por algún tiempo de
volver a sus labores. En este concepto se les podrían perdonar los tributos del año de 96
(Gracia que ya hizo S.M. en el de 57, en que se arruinó Latacunga) y por otros dos años
podrán exonerarse a los vasallos españoles o del todo de la Alcavala en sus compras,
ventas y contratos o hacérsele en ella una rebaja por algún tiempo, equidad que también se
dispensó anteriormente a Guayaquil por el incendio que padeció en el año de 65...”.

Inesperadamente, mientras el país no salía aún de su estupor frente a la furia de la


naturaleza, estalló en la capital un conflicto político que reactualizó el latente
enfrentamiento entre criollos y chapetones.
El caso fue que en los días siguientes al siniestro el presidente Muñoz había permanecido
temerosamente en El Quinche, hasta ver si cesaban los temblores y si Quito volvía a ser un
lugar seguro. Entre tanto, ante su ausencia, tomó el mando del gobierno el oidor decano,
don Lucas Muñoz y Cubero, de conformidad con la ley y los usos administrativos
acostumbrados en el sistema colonial español. Buscando ayudar a los damnificados del
terremoto, este funcionario organizó prontamente una recolección de limosnas en los
templos de Quito, que produjo un monto de 400 pesos; con ello dispuso la compra de
víveres y mercancías de uso vital. A continuación, el 9 de febrero nombró como
comisionado para el reparto de ayuda al doctor Juan de Dios Morales, joven abogado criollo
conocido por su diligencia y capacidad ejecutiva, y quien de inmediato llevó esa ayuda a la
región afectada por el sismo.
Conmovido por la situación reinante en el centro del país, Morales repartió como mejor
pudo la insuficiente ayuda de que era portador y, paralelamente, levantó una detallada
información de los daños ocurridos en los lugares de su visita y del indispensable auxilio
que requerían sus habitantes; tras ello volvió a Quito, cargado de informes de autoridades
locales, que certificaban la entrega de la ayuda oficial y elogiaban la sacrificada labor del
comisionado.
Respaldados con el inventario de requerimientos formado en la misma zona del siniestro, el
oidor-decano y el comisionado plantearon al presidente Muñoz la necesidad de que los
fondos existentes en las cajas reales se destinaran a socorrer a los damnificados, que se
hallaban en la más completa ruina, hambrientos y expuestos al rigor del invierno, por lo que
se temía que muchos más murieran por hambre o enfermedades.
Pero ni Morales ni el oidor decano contaban con los celos políticos del presidente, quien se
irritó notablemente con la diligencia de ambos en atender a los damnificados, la cual, en su
opinión, le perjudicaba políticamente, pues dejaba al descubierto su morosidad en volver a
Quito y su tardía preocupación por la suerte de las víctimas del terremoto. Por otra parte, el
presidente consideró contraria a los intereses económicos de la corona la información
sumaria sobre las necesidades de los pueblos levantada por Morales, pues, según dijo
indignado,

“se pretendía que yo abriese las Reales Cajas é hiciese de su caudal una Caridad General
en todos los pueblos que habían experimentado los efectos de la Justa Providencia
Divina”.

Agregó que los damnificados “a la verdad no necesitaban tampoco (ninguna ayuda)


estando los campos llenos de sus frutos”. Por todo ello, se negó a aprobar la información
sumaria de Morales sobre los requerimientos de los pueblos afectados y se amparó en mil
leguleyadas para no entregar fondos de las cajas reales en auxilio de los damnificados. Con
ello dejó evidenciado, una vez más, que sus actuaciones de gobernante colonial
privilegiaban en todo momento los intereses económicos de la corona sobre los intereses
sociales de los pueblos sometidos, cuya desgraciada suerte no parecía merecerle mayor
preocupación.
Movido por un espíritu totalmente contrario a lo solicitado, el Presidente de Quito se
apresuró a movilizar las tropas bajo su mando para enviarlas a proteger las cajas reales de
las provincias, que habían quedado desguarnecidas y corrían peligro de ser asaltadas por los
hambrientos pobladores: una partida de 12 soldados de infantería fue enviada a Ambato,
bajo las órdenes del teniente Pablo Martínez; otra igual, al mando del alférez Nicolás de
Aguilera, fue enviada a Latacunga, con el encargo adicional de rescatar la munición y
explosivos de la fábrica de pólvora de esa ciudad, que, decía el presidente, “es de primera
necesidad para la defensa y resguardo del decoro de Su Majestad”; y otra partida de 10
hombres fue enviada a Riobamba, al mando del teniente Antonio Suárez, “para que
procurase poner a resguardo los intereses del Rey”.
Golpeado por la negativa presidencial, y sobre todo irritado por la arrogante y despectiva
actitud del gobernante, el espíritu patriótico de Morales se inflamó de indignación y el
comisionado tomó una audaz resolución: apeló de la decisión del presidente ante el tribunal
de la Real Audiencia. Entonces, furioso por la acusación que se le hacía, pero a la vez
temeroso de que Morales elevara queja ante el rey, el Muñoz de Guzmán se apresuró a
escribir al ministro de Indias, don Eugenio Llaguno, dándole su interesada versión de los
hechos y alertando al ministro sobre las “representaciones difusas que -decía- no dudo
dirigirá (Morales)”.
Resulta necesario aclarar, en este punto de nuestra historia, que tanto en la necia actitud de
Muñoz de Guzmán como en la diligencia con que actuara Morales afloraban también las
aristas de un antiguo conflicto personal entre ellos, motivado por un mutuo aborrecimiento,
que se enmarcaba a su vez en el latente enfrentamiento político entre criollos y chapetones.
En síntesis, podemos decir que el rencor del joven abogado contra el gobernante estaba
motivado por la política de persecuciones que éste había desatado contra los representantes
más avanzados del rebelde criollismo quiteño, entre los que figuraban el doctor Eugenio
Espejo, finalmente muerto a consecuencia del encarcelamiento ordenado por Muñoz (1795),
y el mismo Morales, quien fuera destituido de su plaza de Oficial Primero de la
Subdelegación de Real Hacienda (1793) y luego hostilizado frecuentemente en el ejercicio
de su profesión, mediante amonestaciones y multas oficiales, bajo la acusación de “usar del
oficio de chimbador ... y suscribir representaciones desatentas y faltas de estilo”. Por su
parte, el odio de Muñoz contra Morales provenía de que este joven abogado granadino
poseía un espíritu altivo y, tras su injusta destitución, se había transformado en defensor de
víctimas de abusos oficiales y patrocinador de denuncias de la corrupción gubernamental.
Además, pesaba el hecho de que Morales era un criollo ilustrado y había sido uno de los
mejores amigos del doctor Espejo, propulsor de la idea de la “nación quiteña” y precursor
de las ideas de independencia.
A la larga, la Audiencia, movida por su oidor decano, aprobó el informe de cuentas del
comisionado Juan de Dios Morales, pero el presidente logró opacar ante la corona los
méritos de aquel y frustrar su justa aspiración a ser nombrado oidor o fiscal de alguna
audiencia de América. Eso si, a la par que descalificaba a Morales, Muñoz se dio mañas
para destacar ante el rey los supuestos méritos contraídos con motivo del terremoto por su
pícaro sobrino-secretario, Jerónimo Pizana, de quien afirmó que había

“acreditado esta vez mas que nunca hasta donde se extiende su buen talento y actividad,
como que á estas cualidades se debe la expedición de las muchas providencias é informes
que se han dirigido..., y contribuyendo á demas con sus luces naturales á cuanto podía
convenir en la ocasión sin perdonar en este trabajo las noches y días feriados, según lo
requería la necesidad. ... Por tanto -agregaba- lo contemplo digno de que Su Majestad lo
premie en su carrera militar o en la clase de empleos de la que actúa, para la que le
reconozco grande disposición.”

OTROS EFECTOS DEL TERREMOTO

1.- LA ESPECULACION

Uno de los efectos colaterales del terremoto fue el encarecimiento de los productos vitales
en toda la región central del país. La destrucción de caminos, plazas de mercado y bodegas,
la muerte de comerciantes y las dificultades de cosechar y transportar los productos
agropecuarios causaron inevitablemente una anarquía en los sistemas de comunicación y
distribución, con la consecuente elevación de los precios. Pero a esa ineludible
consecuencia del terremoto se agregó la especulación ejercida por comerciantes de otras
zonas próximas, que elevaron notablemente los precios de los productos destinados a
enviarse a la región afectada.
Particularmente grave fue la elevación de los precios de la sal, elemento considerado
indispensable para la preparación de los alimentos. Al haber sido destruido el camino de
San Antonio Tariragua, ubicado en el Corregimiento de Guaranda, por el que se
comunicaba la costa con la región interandina central y con la capital de la audiencia, el
suministro de sal escaseó y los precios subieron rápidamente. Entonces, presionado por las
protestas populares y tratando de mejorar su mala imagen pública, el presidente de Quito
trató de asegurar el normal suministro de sal a la sierra centro–norte y ahuyentar así al
fantasma de la especulación. Con ese fin, el presidente Muñoz de Guzmán envió al
corregidor de Guaranda, Gaspar de Morales, una orden del siguiente tenor:

“Siendo en el día la sal una de las cosas más necesarias en esta Provincia, por haber sido
confundida entre las ruinas de los pueblos la que había acopiada en ellos, prevengo a usted
muy estrechamente que á cuantos reqüantes vayan de estos parajes a ese Asiento, les
obligará usted a su regreso, viniendo vacíos, a que carguen de ella, para surtimiento de los
lugares en que se necesita, procurando remitir la porción que en el día se pueda con los
vecinos arrieros de ese Asiento; pues la escasez que se padece, no permite demora”. 1

Apenas recibió la comunicación de su superior jerárquico, el 19 de febrero, el corregidor


Morales tomó medidas para asegurar el cumplimiento de las órdenes superiores y se
apresuró a enviarle al presidente una contestación tranquilizadora, que decía:

“Desde el terrible terremoto que acaeció el día cuatro del corriente, cuantos arrieros han
venido de esas provincias han cargado de sal, pero no obstante de haber aquí muy poca
haré cuanto V. S. me dice en su oficio, procurando remitir la que se pida (de Quito) en
términos que esta provincia no quede sin ella, pues aun que la van subiendo (desde la
costa) no deja por esto de haber quien la lleve.” 2

Pero poco después, el 22 de marzo, el presidente de Quito insistía al corregidor en el asunto


de la sal, preocupado cada vez más por la elevación de precios que seguía afectando a este
vital producto en todas las ciudades de la sierra central e inquieto por los efectos políticos
que tal situación podía provocar en las ciudades del centro quiteño, donde todavía no se
había extinguido el recuerdo de la gran "Rebelión de los estancos", de 1765. Rezaba su
nueva nota oficial:

“Cuidará usted de que en las presentes circunstancias de calamidad y pobreza en que han
quedado la mayor parte de los habitantes... no se aumente el precio de la sal en ese
Asiento, respecto de aquel que tuvo el citado día del suceso (terremoto) para que no les

1 Luis Muñoz de Guzmán a Gaspar de Morales; Quito, 13 de febrero de 1797.


2 Gaspar de Morales a Luis Muñoz de Guzmán; Guaranda, 19 de febrero de 1797.
sirva de disculpa a los que las rebenden en los demás pueblos interiores para aumentar su
valor como ya se ha experimentado, cuya providencia la exige la humanidad y el buen
gobierno. "

Pero la especulación ya se había generalizado y cobraba visos de volverse irrefrenable.


Según la experiencia acumulada en ocasiones anteriores, se temía que los arrieros que
transportaban regularmente la sal, desde las salinas de la península de Santa Elena hasta
Guaranda y el resto de la sierra norte, suspendieran voluntariamente sus viajes con el
pretexto del invierno, en busca de provocar una escasez ficticia y una elevación del precio
en el mercado del interior. De ahí que Muñoz de Guzmán escribiera al Gobernador de
Guayaquil, mandándole que vigilara a los arrieros para evitar que estos detuvieran
temporalmente sus viajes con propósitos especulativos. Expresábale en su nota:

“Habiéndose experimentado que en las presentes circunstancias de calamidad y pobreza…


ha subido de precio notablemente la sal en esta capital y demás lugares, he dado la orden
conveniente que exige la humanidad y el buen gobierno al Corregidor del Asiento de
Guaranda, para que cele que no se altere en aquel Asiento por ahora, respecto del que
tenía el citado día cuatro (de febrero). Y como de sus resultas pueden retraerse los que
hacen este comercio y la sacan de esas marismas para llevarla a él, se hace preciso que
esté V.S. a la mira para precaver semejantes procedimientos, obligándolos a que la
introduzcan (hacia la sierra), si fuese necesario.” 3

El Corregidor abrió entonces una investigación entre los comerciantes de Guaranda y las
demás poblaciones del distrito para establecer con precisión los motivos que habían causado
la elevación de precios del vital producto. Se enteró así de los intríngulis del negocio de la
sal, tales como el sistema de transporte y comercialización empleado y sobre todo las
fluctuaciones periódicas de precio que sufría este producto, a consecuencia de las lluvias del
invierno y las dificultades de transportación que existían en esa temporada entre la Costa y
la Sierra, lo cual obligaba a los comerciantes intermediarios del Corregimiento de Chimbo a
acumular la sal en Guaranda y otras poblaciones aledañas, durante la temporada seca, para
desde ahí abastecer regularmente a la región interandina. Una vez en conocimiento de todos
esos detalles, Morales respondió al presidente de la Audiencia:

3 Luis Muñoz de Guzmán al Gobernador de Guayaquil; Quito, 22 de marzo de 1797. En: Expediente
sobre el terremoto de Riobamba, AGI, Quito, L. 251.
“Desde que aconteció… el terrible terremoto, he cuidado que no se alterasen en ninguno
de los víveres los precios a que se hallaban anteriormente, y habiendo querido hacer lo
mismo con la sal se me ha dicho por todos los vecinos, así de este pueblo como de la
Provincia, que todos los inviernos suele subir un real o dos en arroba, respecto a que en
este tiempo no se saca un grano (de sal) de la Bodega (Babahoyo), y si se suele depositar
alguna en el verano para venderla en este tiempo; pero en el día está Guaranda y su
Provincia con tan poca sal que apenas tendrá la precisa que necesita para si. No obstante
he mandado, en vista del oficio de V. S., que si acaso alguno tuviere sal la venda solo al
precio que regularmente se vende todos los años, ó estaba el día antes del terremoto, y así
no podrá servir de disculpa a los que la revenden por esas inmediaciones”. 4

Por su parte, el Gobernador de Guayaquil, don Juan de Urbina, contestó al presidente


Muñoz de Guzmán, con una escueta pero precisa nota, que en la parte sustantiva expresaba:

“Cuidaré muy particularmente de que todos los sujetos que tienen su comercio en remitir
la sal al Asiento de Guaranda continúen mandando las porciones que sean necesarias para
el abasto de esa Capital (Quito) y demás lugares comarcanos.” 5

Al fin, como resultado de las rápidas acciones oficiales y de las duras sanciones impuestas a
los infractores, el gobierno logró refrenar la ola especulativa y mantener el precio de la sal
en los límites normales de fluctuación que existían entre las épocas de invierno y verano.

2.- LA CORRUPCIÓN

Como hemos visto antes, el terremoto resultó ser ocasión propicia para la actuación
interesada de muchos “vivos”, entre los cuales el mismo presidente Muñoz de Guzmán y su
sobrino y secretario Gerónimo Pizana. Pero ellos no fueron los únicos ni los más audaces.
Usando y abusando de la imagen de “temebun” o “cuco” que tradicionalmente habían
tenido los indios a ojos de los españoles, ciertas gentes y autoridades del distrito se valieron
de la presencia de aquellos como de un biombo para ocultar sus propias picardías. Así,
buscando que se les liberara del pago de tributos, los ganaderos del centro del país clamaron

4 Gaspar de Morales a Luis Muñoz de Guzmán; Guaranda, 31 de marzo de 1797. Ibíd.


5 Juan de Urbina a Luis Muñoz de Guzmán; Guayaquil, 6 de abril de 1797. Ibíd.
por sus ganados supuestamente perdidos, que decían les habían sido robados por los indios
en medio de la confusión.
Por su parte, el Corregidor y Recaudador de Tributos de la Villa de Riobamba, don Vicente
Molina, tuvo la ocurrencia de acusar a los indios de habérsele robado una caja fuerte con 8
mil 500 pesos de plata sellada, pertenecientes al real erario, así como “todos los papeles
relativos a la cobranza de los tributos”, para lo cual los indios habrían excavado entre las
ruinas de su casa días después del terremoto.
Aunque lo primero era difícil de comprobar, resultaba en cierto modo verosímil y pudo
pesar en la decisión del monarca de liberar del pago de tributos a los perjudicados, por el
lapso solicitado. En cuanto a lo segundo, su falsedad era tan obvia que el Presidente de
Quito suspendió a Molina en el ejercicio de su corregimiento y cobranza de tributos, le
incautó los sueldos de uno y otro cargo, lo enjuició criminalmente y dispuso su
encarcelamiento en la capital de la audiencia.
El juicio contra Molina se inició en febrero de 1797, pero por formalidades legales fue
declarado nulo en septiembre del año siguiente, dejando a salvo el derecho del acusado para
ejercitar la “repetición de su derecho contra quien le convenga”. Basado en ello, Molina
aprovechó el juicio de residencia abierto contra Muñoz de Guzmán, luego de que éste
viajara a Lima, para quejarse de su destitución y enjuiciamiento penal, y solicitar de Muñoz
y sus asesores, los doctores Francisco Javier Salazar y Juan Ruiz de Santo Domingo, el
pago de daños, perjuicios y costas. Mas el nuevo presidente de la Audiencia, barón de
Carondelet, proveyó en el sentido de que el juicio se había basado en causas legítimas, por
lo que desestimó la acusación y reclamo de Molina.
En todo caso, la actuación de Molina quedó como un antecedente histórico de otros actos
de enriquecimiento ilícito que se producirían en el futuro a la sombra de los desastres
naturales y las tareas de reconstrucción. Basten como ejemplos la tristemente famosa “Junta
de Reconstrucción del Tungurahua” -manejada por gentes a las que el dirigente socialista
Estuardo Almeida calificara, allá por 1950, como “dueños del terremoto de Ambato”, o el
monstruoso robo somocista de la ayuda internacional enviada a Nicaragua tras el terremoto
de Managua, en 1978.
LA RECONSTRUCCION DE RIOBAMBA

Mientras el conflicto político entre criollos y chapetones se ponía al rojo vivo en Quito, se
iniciaba lentamente en el resto del país la dura tarea de reconstruir las ciudades arruinadas
por el terremoto.
Según informara el Corregidor de Guaranda, los vecinos de esta ciudad, pese a que la tierra
continuaba todavía temblando, se dieron de inmediato a la tarea de derribar las ruinas de sus
casas, para evitar nuevos daños y eventuales accidentes; más tarde, se abocaron al esfuerzo
de limpiar los solares en que éstas se habían asentado, con miras a construir nuevas
viviendas, o a reconstruir aquellas casas que solo habían sufrido daños menores.
Igual esfuerzo se desarrolló luego en el resto de ciudades y pueblos de la sierra central,
donde la voluntad del hombre andino se enfrentó, una vez más, a la violencia de la
naturaleza, buscando domeñar a ésta y reconstruir su hábitat.
La única ciudad en que no hubo un esfuerzo reconstructor de este tipo fue Riobamba,
ciudad que fuera completamente arrasada por el sismo y donde la situación exigió de sus
habitantes un esfuerzo todavía mayor, orientado a la construcción de una nueva ciudad, en
otro sitio más adecuado. De este modo, tras reponerse emocionalmente de la catástrofe, los
riobambeños supervivientes se lanzaron a la formidable tarea de remover los escombros de
su ciudad, enterrar a sus muertos y recuperar las pocas pertenencias que no habían sido
destruidas del todo. Luego, sin desmayo, se reunieron en Cabildo Abierto auto convocado
por la ciudadanía (los dos alcaldes, la mayoría de los regidores y la casi totalidad de la
nobleza habían muerto en el terremoto), para analizar todos los aspectos que implicaba la
reconstrucción total de su ciudad. Participaron en esa reunión pública las autoridades
existentes, la nobleza, los gremios artesanales y los caciques indígenas de la región.
Con la mayor generosidad, todos los riobambeños supervivientes se mostraron dispuestos a
contribuir con sus recursos y propiedades para el logro del fin colectivo que buscaban. Y
con criterios similares a los usados por los conquistadores españoles para la fundación de
las ciudades hispanoamericanas, dos siglos y medio atrás, los vecinos emprendieron en el
primer paso de su tarea reconstructora, que era la búsqueda de un lugar adecuado para el
levantamiento de la nueva Riobamba. Como sabemos, un lugar útil a tal fin debía reunir
algunas condiciones indispensables de habitabilidad, recomendadas por la costumbre y
precisadas en las Ordenazas Reales entonces vigentes: ser plano y amplio, de modo que la
ciudad pudiera trazarse según el "plan de las Indias" y crecer en el futuro; tener buenas
tierras, que facilitasen los cultivos y la supervivencia de los habitantes; poseer fuentes de
agua o hallarse cerca de un río; tener "buen aire", es decir, no encontrarse en una región
malsana o pantanosa; etc.
Varios hacendados ofrecieron sus propiedades para el reasentamiento de la ciudad y lo
propio hicieron las comunidades indígenas. Luego, una amplia comisión de vecinos empezó
a recorrer los diversos sitios ofrecidos, con la finalidad de establecer el más adecuado de
ellos. Varios días más tarde, la comisión terminó sus trabajos e informó al Cabildo Abierto
sobre los resultados alcanzados. Tras analizar las diversas opciones, el cabildo se pronunció
finalmente por ubicar la nueva ciudad en el sitio de Tapi, por lo que el Procurador General
de la ciudad y los representantes de la población se dirigieron a la Audiencia de Quito
solicitando la aprobación de lo actuado y la autorización para iniciar la reconstrucción de su
villa.

EL TERREMOTO Y LA ESPECULACION CON LA SAL

Al producirse el terremoto de 1797 y quedar destruido el camino de San Antonio


Tariragua, ubicado en el Corregimiento de Guaranda y por el que se comunicaba la
costa con la región interandina, una de las primeras preocupaciones del gobierno de
Quito fue la de asegurar el suministro de sal a la sierra central y norte. Con ese fin,
el Presidente de la Audiencia, Luis Muñoz de Guzmán, envió el 13 de febrero de
1797 al corregidor de Guaranda, Gaspar de Morales, una orden del siguiente tenor:
“Siendo en el día la sal una de las cosas más necesarias en esta Provincia, por
haber sido confundida entre las ruinas de los pueblos la que había acopiada en
ellos, prevengo a usted muy estrechamente que á cuantos reqüantes vayan de estos
parajes a ese Asiento, les obligará usted a su regreso, viniendo vacíos, a que
carguen de ella, para surtimiento de los lugares en que se necesita, procurando
remitir la porción que en el día se pueda con los vecinos arrieros de ese Asiento;
pues la escasez que se padece, no permite demora”.
Apenas recibió la comunicación de su superior jerárquico, el 19 de febrero,
Morales se apresuró a enviarle una contestación tranquilizadora, que decía:
“Desde el terrible terremoto que acaeció el día cuatro del corriente, cuantos
arrieros han venido de esas provincias han cargado de sal, pero no obstante de
haber aquí muy poca haré cuanto V. S. me dice en su oficio, procurando remitir la
que se pida (de Quito) en términos que esta provincia no quede sin ella, pues aun
que la van subiendo (desde la costa) no deja por esto de haber quien la lleve.”
Pero poco después, el 22 de marzo, el presidente de Quito insistía al corregidor en
el asunto de la sal, esta vez preocupado por la elevación de precios que había
empezado a sufrir este vital producto en las ciudades de la sierra central:
“Cuidará usted -le decía- de que en las presentes circunstancias de calamidad y
pobreza en que han quedado la mayor parte de los habitantes... no se aumente el
precio de la sal en ese Asiento, respecto de aquel que tuvo el citado día del suceso
(terremoto) para que no les sirva de disculpa a los que las revenden en los demás
pueblos interiores para aumentar su valor como ya se ha experimentado, cuya
providencia la exige la humanidad y el buen gobierno. "
Pero la especulación se había desatado ya y cobraba visos de volverse irrefrenable.
Según la experiencia acumulada en ocasiones anteriores, se temía que los arrieros
que transportaban regularmente la sal, desde la península de Santa Elena hasta
Guaranda y el resto de la sierra norte, suspendieran sus viajes, en busca de
provocar una escasez ficticia y una elevación del precio en el mercado del interior.
De ahí que, el mismo día 22 de marzo, Muñoz de Guzmán escribiera al Gobernador
de Guayaquil, mandándole que vigilara a los arrieros para evitar que estos
detuvieran temporalmente sus viajes. Expresábale en su nota:
“Habiéndose experimentado que en las presentes circunstancias de calamidad y
pobreza… ha subido de precio notablemente la sal en esta capital y demás lugares,
he dado la orden conveniente que exige la humanidad y el buen gobierno al
Corregidor del Asiento de Guaranda, para que cele que no se altere en aquel
Asiento por ahora, respecto del que tenía el citado día cuatro (de febrero). Y como
de sus resultas pueden retraerse los que hacen este comercio y la sacan de esas
marismas para llevarla a él, se hace preciso que esté V.S. a la mira para precaver
semejantes procedimientos, obligándolos a que la introduzcan (hacia la sierra), si
fuese necesario.”
Pocos días más tarde, tras averiguar entre los comerciantes de Guaranda por las
causas que habían causado la elevación de precios del vital producto, Morales
respondió al presidente de la Audiencia:
“Desde que aconteció… el terrible terremoto, he cuidado que no se alterasen en
ninguno de los víveres los precios a que se hallaban anteriormente, y habiendo
querido hacer lo mismo con la sal se me ha dicho por todos los vecinos, así de este
pueblo como de la Provincia, que todos los inviernos suele subir un real o dos en
arroba, respecto a que en este tiempo no se saca un grano (de sal) de la Bodega
(Babahoyo), y si se suele depositar alguna en el verano para venderla en este
tiempo; pero en el día está Guaranda y su Provincia con tan poca sal que apenas
tendrá la precisa que necesita para si. No obstante he mandado, en vista del oficio
de V. S., que si acaso alguno tuviere sal la venda solo al precio que regularmente
se vende todos los años, ó estaba el día antes del terremoto, y así no podrá servir
de disculpa a los que la revenden por esas inmediaciones”. (31 de marzo de 1797).
Por su parte, el Gobernador de Guayaquil, don Juan de Urbina, contestó el 6 de abril al
presidente Muñoz de Guzmán, con una escueta pero precisa nota oficial, que en la parte
sustantiva expresaba:
“Cuidaré muy particularmente de que todos los sujetos que tienen su comercio en
remitir la sal al Asiento de Guaranda continúen mandando las porciones que sean
necesarias para el abasto de esa Capital (Quito) y demás lugares comarcanos.”
Al fin, como resultado de las rápidas acciones oficiales y de las duras sanciones
impuestas a los infractores, el gobierno logró refrenar la ola especulativa y
mantener el precio de la sal en los límites normales de fluctuación que existían
entre las épocas de invierno y verano.
(El expediente en Archivo General de Indias, Sección Quito, L. 251)

LA MADERA Y LA ARQUITECTURA ANTISISMICA

Según testimonia nuestro primer historiador nacional, el padre Juan de Velasco, los
terremotos determinaron en varios sentidos el desarrollo de la arquitectura en la
sierra ecuatoriana. Uno de ellos fue que impulsaron la construcción de viviendas de
un solo piso, por considerárselas más seguras que las altas, de dos o tres pisos.
Otro, que estimularon el uso del adobe para la construcción de paredes,
acompañado del lodo como mortero, lo cual permitía que la pared y la casa toda
alcanzasen una parecida consistencia y se convirtieran en una suerte de estructura
integrada, que resistía mejor que otras –como el calicanto o el ladrillo con cal– el
embate de los sismos.
Los serranos del Ecuador de la época conocían perfectamente que la más adecuada
estructura antisísmica que existía era la construcción de madera desarrollada en la
costa y conocida como "construcción de puntalería", en razón de que su estructura
básica, hecha de pilares verticales y vigas transversales, estaba reforzada o
apuntalada por piezas colocadas en diagonal ("puntales"), en forma de X o Y, lo
que daba a toda el conjunto una gran flexibilidad y una formidable resistencia;
empero, de poco les servía a nuestros antepasados ese conocimiento, a causa de la
carencia de maderas útiles en la región interandina.
En efecto, a diferencia de lo que ocurría en la costa o en las estribaciones exteriores
de la cordillera andina (yungas), donde abundaban las maderas nativas útiles a la
construcción (roble, amarillo, caoba, guachapelí, balsa, caña guadua, etc.), la sierra
ecuatoriana había carecido tradicionalmente de maderas aptas para la construcción
de casas y edificios, pues sus mayores especies nativas –el capulí, el molle, el
quishuar– poseían troncos deformes y de relativamente escasa longitud, por lo que
su utilidad era limitada.
De otra parte, la distancia a la que se hallaban las ciudades interandinas con
relación a los bosques tropicales volvía muy caro el transporte de la madera para
construcción, lo cual determinó que accedieran a su uso únicamente las clases
pudientes y que el mismo quedara limitado a sólo las áreas constructivas
indispensables: techos, pisos, pasamanos, balcones, puertas y ventanas; en todo
caso, la estructura misma de las edificaciones serranas, aún de las casas de familias
pudientes o congregaciones religiosas, siguió apegada a las tradiciones culturales
traídas por los españoles y de fuerte signo morisco, tales como el uso del adobón, el
adobe, el ladrillo y, más bien excepcionalmente, de la piedra. Eso sí: en las
construcciones de mayor calidad se empezó a usar, cada vez más, "trabas" o
"cadenas" de madera intercaladas en los muros, a cada cierta altitud, para reforzar
su resistencia. Pero las construcciones más modestas, que eran la inmensa mayoría,
siguieron efectuándose con los tradicionales métodos de la construcción de tierra,
complementada con el uso del "chuaguarquero" (tallo seco de la flor del maguey) y
la paja para la fábrica del techo; ello explica las reiteradas mortandades causadas
por los temblores y terremotos a lo largo de la historia ecuatoriana y especialmente
hasta el siglo XIX.
Mencionamos este límite temporal porque, a partir de la segunda mitad del siglo
XIX, ocurrió en la sierra ecuatoriana una pequeña revolución socio-económica a
causa de la introducción del cultivo del eucalipto, efectuada durante el régimen de
Gabriel García Moreno. Las evidencias históricas disponibles nos permiten afirmar
que la llegada y difusión de esta especie maderera, originaria de Australia,
transformó en muchos aspectos la vida de las gentes andinas del Ecuador.
En lo arquitectónico, cambió radicalmente las posibilidades técnicas y los hábitos
de construcción, poniendo al alcance de un creciente número de personas una
madera de alta calidad y resistencia, gran longitud y sorprendente rectitud,
cualidades que la volvían especialmente apta para la edificación. Fue así que, a
partir del presente siglo, la arquitectura popular de la sierra se enriqueció en calidad
y variedad formal con el uso creciente de estructuras y acabados de madera de
eucalipto. De este modo también se incrementó la resistencia antisísmica de las
construcciones serranas y ello explica, en buena medida, que los terremotos del
presente siglo no hayan causado la terrible mortandad que era habitual en estos
fenómenos hasta el siglo pasado.
De otro lado, la rápida difusión del nuevo recurso forestal provocó también una
pequeña y silenciosa revolución en el ámbito de la economía regional. La
generalizada y creciente necesidad de madera de construcción y madera
combustible (leña), impulsó un acelerado cultivo del eucalipto, que se transformó
en un nuevo e importante rubro de producción agrícola, lamentablemente no
contabilizado ni estudiado adecuadamente hasta hoy. Habría que agregar un uso
adicional que se dio a la nueva especie forestal: la formación de barreras naturales
para proteger a los cultivos de la fuerza del viento.
Consecuentemente, el popularizado cultivo del eucalipto trajo consigo un
enriquecimiento de la economía artesanal andina, que, por una parte, multiplicó las
especialidades laborales (madereros, aserradores, carpinteros de ribera, carpinteros
de taller, ebanistas, etc) y, por otra, diversificó y abarató sus productos. Por
ejemplo, el mueble casero de eucalipto pasó a estar al alcance de las mayorías y
ello enriqueció en buena medida la vida de las gentes serranas.
Vista desde otra perspectiva, la presencia del eucalipto causó también un cambio
significativo en la ecología de la región interandina. Las capulicedas y otras
arboledas de especies nativas empezaron a reducirse y en algunas áreas incluso a
desaparecer, ante el impetuoso avance de los grandes y pequeños bosques de
eucalipto, crecidos al calor del entusiasmo campesino, que hallaba en la nueva
especie un recurso natural de beneficio múltiple.
Pero ese mismo entusiasmo impidió que las gentes vieran y previnieran ciertos
efectos negativos que aquel cultivo indiscriminado de la nueva arbórea empezaba a
causar en las tierras andinas. Y es que esta planta requiere para su desarrollo
óptimo de un suelo rico en nutrientes y con abundante humedad, por lo que en
muchos países se la utiliza para disecar y afirmar tierras pantanosas. En el Ecuador,
al ser cultivado muchas veces en laderas pobres, erosionadas y naturalmente secas,
el eucalipto terminó por arruinarlas, lográndose de este modo un efecto totalmente
contrario al deseado, que era el de reforestar el área. De otro lado, el justificado
entusiasmo campesino por esta especie terminó convirtiéndose en una verdadera
obsesión, y esto llevó a que se abandonara el cultivo de las especies nativas de la
región, y particularmente del capulí y el molle, que tienen la virtud de proteger los
suelos y evitar su erosión.
Finalmente, la presencia del eucalipto transformó el paisaje andino. Las imágenes
que los ecuatorianos poseemos del Ecuador de antaño (grabados, pinturas, dibujos,
descripciones) nos muestran un paisaje serraniego con molles y capulíes, con lomas
cubiertas de chaparro y casas campesinas de un solo piso. A partir del presente
siglo, las fotografías de ciertas regiones de la sierra ecuatoriana revelan un paisaje
distinto, poblado de eucaliptos, de casas campesinas de dos pisos y de lomas
cortadas y subdivididas por los estrechos linderos del minifundio.
Ahí, en las imágenes, ha quedado para la historia un rico testimonio de los cambios
naturales y sociales ocurridos en nuestro pequeño mundo de valles y montañas.

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