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EL REGRESO DEL DESARROLLO*

ELOY PATRICIO MEALLA


http://educacioneticaydesarrollo.blogspot.com.ar

La noción de desarrollo ha sido clave para toda la historia de América Latina, en


particular en la segunda mitad del siglo XX. Pero con el inicio de los procesos de
globalización, ésta ha entrado en crisis y su definición es hoy objeto de debate. En él se ven
implicados tanto los Estados nacionales como las organizaciones de la sociedad civil que
trabajaron a favor de él desde distintas áreas. Este debate se abre constantemente, en tanto la
noción de desarrollo comienza a vincularse a nuevas realidades y sectores.

1. ANTECEDENTES: LA PREHISTORIA DEL DESARROLLO

El ascenso y descenso de la noción de progreso sintetiza muy bien el movimiento


previo a la inauguración de la cuestión acerca del desarrollo. A su vez, el progreso es una de
las manifestaciones más expresivas de la modernidad hasta el punto que, como en seguida
veremos, se volvieron casi sinónimos.
El movimiento cultural de la Europa occidental, en la medida que iba tomando
conciencia de las dimensiones espaciales completas del mundo y su creciente hegemonía
respecto de él, construyó un relato en el que autodenominó a su presente como modernidad; al
largo pasado inmediato denostó como oscuridad superable; y llamó al pasado remoto,
antigüedad1. A esa antigüedad a la que en parte idealizó, hasta el punto de querer hacerla
renacer, también la consideró como una situación inicial de barbarie desde la cual la
humanidad había ido mejorando desde entonces y seguiría mejorando necesariamente y
especialmente en el futuro. Surge la fe en el futuro, la fe en el progreso. Se cree en él pero,
para los descendientes, emerge el culto a los sucesores, ya no tanto a los ancestros, y la gloria
del sacrificio por las futuras generaciones (Sachs, 1996: 299 y ss.).
Hasta la modernidad la historia más bien había sido vista como decadencia respecto a
una situación idílica primitiva, el paraíso perdido, la edad de oro. La creencia primitiva (aún

*
Este artículo forma parte del libro D. Gacía Delgado y J.C.Scannone (comps), Etica, desarrollo y región.
Hacia un regionalismo integral. Ed. Ciccus, Buenos aires 2006

1
en la cultura greco-latina), combinada con la idea de eterno retorno, consideraba que el
mundo era como un gran teatro en que se representaba la repetición de la historia más que una
superación creciente. El judaísmo y luego el cristianismo rompen con esa circularidad
ofreciendo una visión lineal del tiempo, asentando en gran medida las bases de la futura
noción de progreso.
En la llamada querella entre antiguos y modernos, éstos últimos no dudan en desplazar
hacia delante la legendaria edad de oro, ubicada tradicionalmente en el pasado 2. De igual
modo, los filósofos de la historia Herder, Fichte, Kant y Hegel consideran el camino hacia el
progreso como un hecho ineluctable. Poco más tarde, Marx no dudará en un progreso
irreversible y necesario de la humanidad (González-Carvajal, 1991) (Nisbet, 1980).
Podemos decir entonces que la modernidad cree no solamente que la humanidad ha
venido avanzando desde la antigüedad sino que lo seguirá haciendo indefinidamente. Ante la
evidencia del mal y los graves obstáculos, la “astucia de la razón” (Hegel) o una “mano
invisible” (Adam Smith) permitirán que el egoísmo y la corrupción no obstante terminen
provocando el bien. El hambre, la peste, la guerra y la misma muerte son accidentes,
disfuncionalidades -efectos colaterales, diríamos hoy- que no deben preocuparnos, serán
superados y contribuirán a su modo al progreso de todos.
La teoría del progreso imagina la historia como una línea vectorial, eliminando el
tiempo cíclico y descartando la fe en el destino. Los nexos tribales y tradicionales no son más
que caprichosos obstáculos. Las religiones son arcaicos aparatos de sometimiento distrayendo
de la factible construcción del paraíso en la tierra. El progreso es la sustitución de la esperanza
en la providencia de la divinidad por la construcción humana. Las limitaciones del hombre, la
humildad, son despreciadas y la codicia, exaltada, a diferencia de todas las sabidurías
tradicionales que la condenan.
La confianza entusiasta en el progreso todo lo invade, desde el orden institucional -por
ejemplo, la bandera de Brasil lleva inscripta las palabras “orden y progreso” que eran el lema
de Augusto Comte- hasta aspectos de la vida cotidiana –numerosos parajes, barrios, clubs o
tiendas así se denominan con notable frecuencia desde los albores del siglo XX en casi todos
los rincones de América Latina. A su vez, esas referencias, además de convocar a un porvenir
mejor y a la modernidad, quedan asociadas a un proceso de occidentalización (Sachs, 1996:
299 y ss.).
Ahora bien, la primera guerra mundial, la gran depresión económica de los años 30 y
la segunda guerra mundial con los sucesos de Auschwitz, Hiroshima y Nagasaki provocarán
el desprestigio y desencanto respecto a las bondades del progreso, especialmente en Europa.

2
No así entre los estadounidenses que -triunfadores principales en 1945 y con pocos daños, al
menos en su territorio- relanzan el concepto de progreso con el término equivalente de
desarrollo. El presidente norteamericano Truman lanza la consigna del desarrollo, algo así
como la insignia de la pax americana. De este modo, todas las naciones que, hasta 1950, eran
denominadas atrasadas e incivilizadas pasaron a ser denominadas subdesarrolladas.

2. EL DESARROLLO ECONÓMICO

Desarrollo es una expresión con un significado muy amplio (Mealla, 1999b).


Etimológicamente, proviene de desenrollar, o sea, desenvolver o desplegar algo. También se
equipara a crecimiento o aumento. En otras ocasiones desarrollo sigue apareciendo como
sinónimo de progreso, entendido éste como un proceso espontáneo y ascendente. Hasta aquí es
un concepto general aplicable a cualquier ámbito de la vida natural y cultural. En un sentido más
restringido, es común que desarrollo sea equiparado a desarrollo económico y crecimiento
productivo. Este uso empezó a ser muy común sobre todo a partir de la finalización de la
segunda guerra mundial (1945). Ese momento coincide, al mismo tiempo, con un proceso de
descolonización y las grandes potencias se plantean qué hacer con los países pobres,
subdesarrollados o “en vías de desarrollo”, como se los empieza a llamar poco después.
También, desde esta perspectiva, el desarrollo nace como parte de una estrategia de
“contención” o modo de asegurarse zonas de influencia por parte de las grandes potencias. El
famoso Plan Marshall para la reconstrucción de Europa es parte de esa estrategia, al igual que en
América Latina el lanzamiento por parte de John Kennedy de la Alianza para el Progreso en
Punta del Este en 1961. También conectada con ella, se constituye por esos años una fuerza
interamericana de paz: los llamados Cuerpos de Paz.
Además de los antecedentes ideológicos lejanos y de su cooptación posbélica y
poscolonial por parte de los países hegemónicos o centrales, también en la conceptualización del
desarrollo confluyen otras corrientes de pensamiento y modos de concebirlo desde otras
perspectivas históricas y geográficas. En efecto, si bien la descolonización luego de la segunda
guerra mundial puso en evidencia las débiles estructuras económicas creadas durante la época
colonial, esta percepción hay que ubicarla ya en la década del 30. Corresponde, por ejemplo,
desde el ámbito latinoamericano, al argentino Raúl Prebisch llamar la atención sobre la situación
de los países periféricos, aporte que, más abajo, retomaremos al abordar el estructuralismo
latinoamericano y la Teoría de la Dependencia.

3
Por otro lado, hay que recordar que el desarrollo en la perspectiva de la llamada
economía neoclásica3 se identificaba con el crecimiento económico sobre la base del aumento
de inversiones, aplicadas particularmente al despliegue de la infraestructura, carreteras,
electrificación, irrigación, tecnificación agrícola, etc., dejando intactas las estructuras sociales
y el aparato jurídico político y consolidando el distanciamiento y fortalecimiento de los grupos
de poder cada vez con mejor instrumental y más eficientes en su dominio. Tal crecimiento
económico cuantitativo permitiría casi en forma automática lograr posteriormente otros objetivos
de progreso político, social y cultural.
Básicamente la idea de desarrollo se confundía con la de modernización, entendidas ambas con
el logro de un estilo de industrialización según los niveles propios de los países más ricos.
Desarrollarse era equivalente a aproximarse al modo de vida de los países más poderosos.
Alcanzado ese nivel de crecimiento, automáticamente sus beneficios derramarían sobre los
sectores más pobres, mediante la filtración hacia abajo o derrame (“trickle down”). El objetivo
del desarrollo era aumentar el volumen de bienes y servicios. El desarrollo se presentaba como
un proceso lineal en el que algunos países llevan la delantera y otros más rezagados pueden
incorporarse. Era un camino posible para todos sin impedimentos insalvables (Pérez de Armiño,
2000: 175 y ss.).
Estas y otras recomendaciones son las que motivan a la ONU a proclamar, a comienzos
de los 60, el "Decenio del Desarrollo". Efectivamente, se creía que todo se solucionaría
mediante la transferencia de tecnología y de capital desde los países ricos a los pobres. Para ello
había que hacer lo que hicieron los países desarrollados y recorrer necesariamente las
llamadas “etapas de Rostow”: tradicional, transición, despegue, madurez y consumo de masas
(Rostow, 1960: 347 y ss.). En esta visión ahistórica, economicista y mecanicista, alcanzar el
desarrollo era una cuestión de tiempo; de allí, la categorización de países atrasados y
adelantados respecto a un modelo de desarrollado previsto de antemano. Para el
estructuralismo latinoamericano, como veremos en seguida, no es cuestión de tiempo sino
precisamente una cuestión de estructuración económica lo que posibilita o impide el
desarrollo.
El planteo economicista del desarrollo ponía como modelo de evolución
socieconómico al proceso seguido y a los logros alcanzados por los países desarrollados, es
decir, los más industrializados. Se omitía que éstos realizaron su proceso independientemente
sin competencias ni vanguardia que controlara mercados. Para el economicismo, por lo tanto,
el subdesarrollo era mero retraso que se puede acelerar mediante reactivos económicos e
ímpetu empresarial, acentuando la valorización éticoindividualista, que guió a los países

4
desarrollado o avanzados que son tomados como meta. De tal modo, la riqueza de los
emprendedores llegaría al pueblo como subproducto y será un estímulo emulativo. Los países
más retrasados, por lo tanto, debían modernizarse, acomodando su macroeconomía al modelo de
acumulación capitalista e imitando a los países centrales, lo que les permitiría ubicarse mejor en
la feliz carrera del desarrollo (García González, 1971).
El modo de saber el grado de desarrollo de los países era midiendo su capacidad de
producción. Técnicamente, a esto se lo denomina el Producto Nacional Bruto (PNB). A mayor
PNB, mayor desarrollo. El desencanto llegó pronto y arremetieron las críticas contra el
paradigma economicista, también habitualmente denominado modelo desarrollista. El volumen o
tamaño de la economía de un país -el conjunto de bienes y servicios que produce- no indica
demasiado por sí solo, hay que relacionarlo con la cantidad de población que comprende. Por
ejemplo, Brasil tiene una PNB mayor que Suecia pero no por eso se nos ocurre decir que tiene un
mayor desarrollo. Se hizo necesario relativizar el volumen del PNB y ponerlo en relación con la
cantidad de población. A esta relación se la llama PNB per cápita. No obstante persisten las
dificultades. El PNB per cápita no refleja la distribución de la riqueza, sólo nos da un promedio
numérico pero puede esconder grandes desigualdades desde el punto de vista real. Un
crecimiento del promedio no estaría indicando necesariamente un aumento del bienestar del
conjunto de la población. La Argentina de los noventa lo reflejó muy bien. Los indicadores de la
macroeconomía supuestamente eran muy positivos pero eso no redundó en mejores condiciones
de vida en el grueso de la población.
Otra limitación importante de los indicadores económicos aislados es que no tenían en
cuenta el poder adquisitivo real en cada país, determinado por el precio de los productos y la
inflación de cada nación. Finalmente otra falla que crecientemente se le adjudica al modelo
economicista, y a su relanzamiento en los años ochenta y especialmente en los noventa, es que
no tiene en cuenta el impacto ecológico.

3. EL ESTRUCTURALISMO LATINOAMERICANO Y LA TEORÍA DE LA


DEPENDENCIA

El enfoque economicista del desarrollo, habitualmente también denominado desarrollista,


fue acusado de encubrir o negar el problema de la dependencia entre las naciones, de dejar de
lado cuestiones como la distribución de la riqueza, la soberanía política y la ecología y de
proponer a los países centrales como modelo indiscutible a imitar.

5
Ya hacia finales de la década del 40, empieza a ser habitual designar como países
desarrollados o modernos, a los que poseen una economía diversificada e integrada. En
contraposición, los países subdesarrollados son de base preponderantemente rural, especializados
en la agroexportación. Latinoamérica ciertamente se ubicaba entre las regiones subdesarrolladas
y su camino de superación debía consistir en la aceleración de la industrialización y en el
crecimiento del mercado interno, rechazando las fórmulas de la economía clásica, que
propugnaba una especialización por países de la economía en base a las ventajas
comparativas. Resultando así que a uno les correspondía exportar materias primas y a otros
productos manufacturados.
En forma pionera, Raúl Prebisch (1901-1986) inició la critica principal desde
Latinoamérica a dicho enfoque4. Utilizando las categorías centro y periferia, niega la indiferencia
respecto al tipo de especialización que se elija. O sea, el subdesarrollo no es cuestión de tiempo,
sino de estructura económica. El centro tiene una estructura diversificada, genera el progreso
técnico y aumenta su productividad; la periferia, por el contrario, se caracteriza por una
estructura simple, se beneficia de los avances técnicos cuando el centro se lo permite. La escasa
productividad de la periferia genera un excedente de mano de obra que provoca una tendencia
hacia la baja de los salarios y no contribuye a la expansión del mercado interno.
El „deterioro de los términos de intercambio‟ –otra expresión muy propia de Prebisch-
consiste en la comprobación histórica de que los precios de las materias primas crecen más
lentamente que los precios de los productos industrializados. Cada vez se necesita más volumen
de materias primas para mantener el poder de intercambio por productos industrializados (Pérez
de Armiño 2000: 98 y 99).
Una economía que crece en base a productos primarios puede dar coyunturalmente una
sensación de crecimiento genuino. Tal fue en gran medida el caso del modelo agroexportador
argentino que, aunque con un ciclo circunstancialmente largo (1880-1930), al cambiar las
condiciones internacionales, se provocó el derrumbe de su valor dejando al desnudo una
estructura económica muy débil. Algo semejante estaría ocurriendo con una cierta
reprimarización actual de la economía basada, por ejemplo, en el explosivo rendimiento de la
soja que acentúa una peligrosa tendencia al monocultivo con consecuencias además de
desertificación muy preocupante.
Por eso, la CEPAL auguró en ese entonces el camino de la industrialización como un
modo de superar la división internacional del trabajo mediante el llamado sistema ISI
(industrialización por sustitución de importaciones). Al comprobar la pequeñez de los mercados

6
nacionales internos, la CEPAL abogó al mismo tiempo por la ampliación de los mismos
mediante la integración de los países de la región.
Algunos críticos de la propuesta cepalina la consideraron como unilateralmente
productivista e industrialista sin referencia a las relaciones de producción, es decir, al proceso de
generación, apropiación y uso de la riqueza, y sin decisión para proponer cambios más
radicales5. Pese a éstas y otras limitaciones el estructuralismo preparó el terreno para la teoría de
la dependencia de los años 60.
Para la teoría de la dependencia, el desarrollo no es una etapa previa del desarrollo sino
un producto histórico del colonialismo y del imperialismo. La dependencia es el rasgo común de
los países desarrollados a raíz del carácter negativo que ejercen las relaciones económicas
internacionales. Algunos llegan a proponer la “desconexión” total respecto del sistema
capitalista6. De todos modos, la teoría de la dependencia no es una perspectiva monolítica; dentro
de ella se puede considerar un ala menos intransigente, reprensatada por Fernando Cardoso y
Enrique Faletto, que reaccionan contra la determinación mecánica de las estructuras internas y
externas. Consideran además que hay influencias externas positivas e influencias internas
negativas y proponen un “desarrollo dependiente asociado” recuperando algo del carácter
progresivo del capitalismo (Bustelo, 1999: 203 y ss.). Por el contrario, en la actualidad han
aparecido trabajos que vuelven a indicar los obstáculos externos al desarrollo y que subrayan la
nueva dependencia7.

4. EL DESARROLLO SOCIAL
Más allá de los matices, las críticas anteriores y otras llevaron –hacia finales de los años
„60 y comienzo de los „70- a una concepción más matizada del desarrollo. Se plantea un objetivo
más amplio que consiste en lograr mejoras en todos los niveles de la sociedad. En esta
perspectiva lo primero que hay que considerar son los aspectos básicos de la existencia humana:
la propia vida, la educación, la salud, etc. De este modo, surge una nueva concepción del
desarrollo, focalizada en la satisfacción de las Necesidades Básicas (NB) y no sólo en el
crecimiento del PNB per cápita8. Se constata que el crecimiento per se no alcanza o, en todo
caso, surge la cuestión acerca de crecimiento para qué. Se abre el debate acerca de los fines
del desarrollo pretendiendo superar una concepción solamente atenta al incremento de los
medios económicos. Emerge entonces “el giro social hacia las necesidades básicas” y se inicia
el “derrocamiento del PNB” como indicador exclusivo para medir el desarrollo (Bustelo,
1999: 143 y ss.). Al mismo tiempo, se inicia el cuestionamiento al propio progreso de los países

7
centrales o industrializados que para ser tales en muchos casos provocan serias "deseconomías",
degradación medio ambiental y carreras armamentistas entre otros.
Las nuevas discusiones sobre el desarrollo girarán, especialmente a lo largo de los años
setenta, acerca de la definición de las necesidades básicas. ¿Cómo entender un desarrollo no
monetario? ¿Mediante qué variables expresarlo y cómo medirlo? ¿Cuáles son los "indicadores
sociales" del desarrollo? Entre las condiciones de vida más comunes que se señalan están: la
esperanza de vida y la tasa de mortalidad infantil; las tasas de fecundidad y de urbanización; el
acceso a los medios sanitarios y al agua potable; las tasas de escolarización y de analfabetismo
adulto; el consumo de calorías; la difusión y la utilización de medios de comunicación.
El enfoque social del desarrollo que perdura hasta hoy, si bien puede considerarse un
avance, también está lleno de dificultades. La más seria es que puede tener una orientación
asistencialista y acomodada a los gobiernos de turno hacia las "necesidades" de los pobres pero
dejando intacta las causas que generan la pobreza (Mealla, 1999b). O en otros términos, la
política económica produce pobreza e inequidad – abandonando los servicios universales propios
del Estado Benefactor- y la política social compensa o alivia tales efectos con programas
compensatorios y focalizados en los sectores más vulnerables a manera de correctivos para
mitigar la pobreza.
Por otro lado, se observa que, aunque pueda darse en ciertos países un avance
significativo en los indicadores sociales, en su conjunto siguen siendo estructuralmente
dependientes y subdesarrollados. El desarrollo requiere una mirada global. El enfoque
economicista es importante pero no excluyente. El enfoque social es necesario pero no
suficiente. Más que alternativos, se matizan el uno al otro.
Otros obstáculos, más técnicos, respecto al desarrollo social están referidos a la ausencia
de datos, porque no están actualizados o bien porque no son fiables o bien porque no son
comparables internacionalmente. Ello se debe a la gran diferencia de criterios de un lugar a otro
en lo que respecta a la elección y definición de lo que se entiende por necesidades básicas y si
son generalizables a todas las culturas, especialmente esto ocurre en salud y educación. En
muchos casos, sólo se pueden hacer estimaciones aproximadas sobre la realidad, lo cual dificulta
la determinación de las medidas más idóneas que se deben implementar (Martínez Peinado y
Vidal Villa, 1995: 337 y ss.).
También, llegando al final el primer “Decenio sobre Desarrollo” promovido por la
ONU (1960 - 1970), se abrió paso la convicción de que el verdadero desarrollo debe
manifestarse en lograr la creación de empleo, en una mejor distribución de la riqueza y en
vencer la pobreza. Respecto al empleo, no basta con aumentarlo sino que éste debe ser

8
productivo y bien remunerado. Ello lleva a replantearse la distribución de la renta hacia los
sectores menos favorecidos pues el crecimiento económico no supone necesariamente la
disminución de la desigualdad.
El propio Banco Mundial en su documento “Redistribución con crecimiento” de 1974,
si bien seguirá sosteniendo que el crecimiento es condición necesaria para luchar contra la
pobreza, al mismo tiempo reconoce que el mero crecimiento refuerza las tendencias hacia una
distribución desigual. Además, los alineados en esta posición pragmáticamente aceptan que
una redistribución realista o moderada que promueva la productividad de los trabajadores
conduce a potenciar el crecimiento. Se trata “de repartir no la tarta sino el crecimiento de
ésta”. La redistribución permitiría un crecimiento más rápido al permitir la formación de un
mercado interno más fuerte.
Una perspectiva redistribucionista más radical propugna que la redistribución incluya,
entre otras medidas, la inversión en obras públicas intensivas en trabajo y la reforma agraria.
Las alarmas que producían estos reclamos en los sectores privilegiados provocó que la
preocupación por la desigualdad se desplace hacia la lucha contra la pobreza, considerado un
aspecto menos conflictivo. Es así que nuevamente el Banco Mundial, atento a orientar las
tendencias o a producirlas, lanza también en 1974 un programa de lucha contra la pobreza que
básicamente consistía en aumentar los puestos de trabajo de mano de obra intensiva, los
servicios públicos y la construcción de viviendas (Bustelo, 1999: 143 y ss.).

5. ECLIPSE Y RETORNO DEL DESARROLLO: LOS MÚLTIPLES ADJETIVOS


DEL DESARROLLO

El fracaso de la vía social y la creciente pobreza abren el camino, especialmente en


América Latina, a la vía revolucionaria de los años „70. Se produce el eclipse del desarrollo,
tildado todo él de reformista, ante la necesidad de cambios drásticos en lo político y en las
estructuras de poder. De ese modo, las tareas por el desarrollo quedaron en gran medida más
vinculadas a la resistencia ante los gobiernos de facto y a objetivos de tipo reinvindicativo9.
Ahora bien, tras la derrota de las estrategias revolucionarias y la trágica experiencia de
los autoritarismos de Estado, se recuperó en la década siguiente la democracia junto con el
respeto a los derechos humanos como valores en sí mismos. Parecía que la estabilidad
democrática aseguraría de por sí mejoras socioeconómicas. Fue así como en las antípodas del
econocimismo, el presidente Raúl Alfonsín, por ejemplo, popularizó aquello de que con “la
democracia se come, se cura y se educa”. El nuevo camino hacia el desarrollo era

9
institucionalista, es decir, el que se lograba restableciendo las instituciones de derecho. En
realidad, el “normal funcionamiento” de la democracia no asegura mayor inclusión y
distribución del poder. Son necesarias además las condiciones socioeconómicas (Acuña,
2001).
Al mismo tiempo, en los años ochenta del siglo veinte –que suele caracterizarse como “la
década perdida del desarrollo”- ante el nuevo agravamiento de la pobreza debido en gran
medida a la hiperinflación y el aumento de la deuda externa se vuelve a priorizar el crecimiento
económico, privilegiando la liberalización económica, la apertura de las economías nacionales, la
preeminencia del sector privado, el achicamiento del Estado y el equilibrio macroeconómico que
se concreta en los Programas de Ajuste Estructural que produjeron altos costos humanos. El
correctivo propuesto entonces fue el llamado “ajuste con rostro humano”, o dimensión social del
ajuste, que incorporaba algunas políticas sociales, pero básicamente la dirección fundamental de
la vida económica y social era orientado por un enfoque promercado.
Esta orientación será el modelo estrella indiscutido de los „90, la década del
neoliberalismo triunfante y globalizado, ciertamente una segunda década perdida, o, lo que es
peor, una especie de “desdesarrollo” que supuso el desmantelamiento industrial, el desguace del
Estado y una erosión sociocultural sin precedentes10. Paradójicamente se produce
simultáneamente una abundante adjetivación del desarrollo –humano, sustentable, local,
participativo, inclusivo, solidario, etc.- que morigera pero sin llegar a constituir propiamente una
alternativa al neoliberalismo. Aquí sólo nos detendremos en el desarrollo humano y en el
desarrollo sostenible que, al igual que los otros adjetivos indicados, tienen antecedentes más
lejanos pero han alcanzado especial difusión a partir de los noventa11.

5.1. EL DESARROLLO HUMANO

El concepto de Desarrollo Humano ha sido especialmente concebido y difundido desde


el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que, si bien había sido creado
por las Naciones Unidas en 1965, recién alcanza el protagonismo actual a partir de 1990, cuando
inicia los Informes sobre Desarrollo Humano. Dicha iniciativa tiene entre sus principales
impulsores al economista paquistaní Mahbuh Ul Haq (1934-1998) que redacta un informe al
PNUD en 1989 sobre el desarrollo humano que el organismo hizo suyo, iniciando desde
entonces la publicación anual sobre desarrollo humano12.
En esta nueva visión del desarrollo, el acento está puesto en la "ampliación de las
oportunidades" de las personas. Una de ellas ciertamente consiste en la posibilidad de aumentar

10
sus ingresos (enfoque económico), pero la vida no se reduce sólo a ello. El desarrollo humano
incluye otros aspectos esenciales como una vida prolongada y saludable y la formación de
capacidades, conocimientos y destrezas, que están mucho más allá de las meras necesidades
básicas (enfoque social).
"Otras oportunidades, -dice el Informe de 1990- son la libertad política, económica y
social, hasta la posibilidad de ser creativo y productivo, respetarse a sí mismo y disfrutar de la
garantía de derechos humanos." De este modo, la persona se convierte en el centro del desarrollo.
El concepto de desarrollo humano alude al autodesarrollo en que las personas no son objetos sino
sujetos de su propio desenvolvimiento.
El enfoque de desarrollo humano cuestiona que, mecánicamente, a mayor ingreso, las
personas tengan mayores opciones de vida. Importa no sólo la cantidad sino la calidad de ese
crecimiento. El enfoque del desarrollo humano propuesto por el PNUD ofrece además un
indicador para medirlo, denominado Índice de Desarrollo Humano (IDH). Es un indicador
compuesto, o sea, con diversas variables, que intenta superar el PBN o ingreso per cápita
como el único indicador para medir el desarrollo. Inicialmente el IDH expresa el logro medio
de un país sobre tres dimensiones: una vida larga y saludable, el nivel educativo y el PBN real
per capita expresado en PPA (Paridad de Poder Adquisitivo). Posteriores estudios han
ampliado el IDH básico con nuevos aspectos complementarios: Índice de Desarrollo relativo
al Género (IDG), Índice de Libertad Política (ILP) e Índice de Libertad Humana (ILH).
Hay que señalar que algunos de los aspectos de la existencia humana que plantea el
modelo del desarrollo humano son difíciles de medir. Otra limitación, semejante al del desarrollo
social, es que muchos países periféricos, especialmente algunos de América Latina, quedarían
según el índice de desarrollo humano en una posición paradójicamente mejor en el ranking del
desarrollo mundial, llevando a encubrir o justificar las injusticias y las desigualdades existentes.
A pesar de éstas y otras oportunas observaciones críticas, el concepto de desarrollo
humano es un gran avance hacia una comprensión más completa del desarrollo. Tiene el mérito
de ampliar y enriquecer el debate internacional sobre el desarrollo. De este modo, se rompió el
monopolio que poseían el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional de ser las
instituciones rectoras en cuanto a fijar las estrategias del desarrollo.
Lo más importante es que el IDH señala que países con ingresos similares tienen sin
embargo logros educativos y sanitarios dispares; o que países con niveles de renta distintos
alcanzan, por el contrario, niveles semejantes en otros aspectos del desarrollo. La conclusión que
podría sacarse es que no hay un automatismo que lleva a que con más desarrollo económico
necesariamente se alcanza más bienestar humano. Todo dependería más bien a las prioridades en

11
las cuales un país vuelca su crecimiento económico (Pérez de Armiño, 2000: 378-180 y 315-
317) (Martínez Peinado y Vidal Villa, 1995: 341 y ss.).
Por otro lado, para la perspectiva del desarrollo humano, el desarrollo es principalmente
un proceso de expansión de las “capacidades” de las personas. Este enfoque se inspira
expresamente en los aportes de Amartya Sen, premio Nobel de Economía 1998. El desarrollo es
entendido como libertad13. Las capacidades son las opciones que una persona puede realizar
para obtener bienestar. También son las fortalezas o recursos de una comunidad para impulsar su
desarrollo o afrontar un desastre o adversidad. Las capacidades son materiales, sociales (capital
social) o psicológicas. Prestar atención a las capacidades ha llevado a considerar a los
destinatarios de la ayuda al desarrollo no como víctimas sino como actores activos de su propio
desarrollo. En este sentido, el desarrollo consistirá en el aumento de las capacidades de las
personas, su contracara es la vulnerabilidad.
Por lo tanto, el auténtico desarrollo consistirá en despertar y dinamizar capacidades
mediante la concientización, formación y organización de modo que las personas puedan
alcanzar el propio “empoderamiento” o autopotenciación. También se lo pude entender como
el desarrollo institucional que articule esfuerzos y mejore la gestión y planificación. De este
modo, el bienestar- según Sen- ya no es la mera acumulación o maximización de la renta, sino
el conjunto de capacidades logradas y la elección de los funcionamientos más adecuados. Una
vida es más rica en cuanto tenga más posibilidades de elegir. La libertad es así el aspecto
fundamental del bienestar. El bienestar no consiste en tal estado de vida sino en cómo se ha
elegido ese estado de vida. El desarrollo es entendido como la expansión de capacidades y como
un crecimiento en la libertad.
Ahora bien, tampoco han faltado las críticas al concepto de desarrollo humano como
despliegue de capacidades y elección de vida pues, si bien son aspectos esenciales, no dejan
de estar teñidos de cierto individualismo y formalismo, cuando las condiciones primarias de
existencia se hallan tan seriamente conculcadas para grandes y crecientes porciones de la
humanidad. La libertad necesita un piso indispensable de dignidad humana material para
poder ejercitarse verdaderamente. (García Delgado y Molina, 2004) (Pérez de Armiño, 2000:
94).
Por otro lado, si el desarrollo casi reducido a que una persona pueda “dedicarse a lo que
le gusta”, como se desliza acríticamente (Iguiñiz, 2005), es una proposición discutible en la
sociedad de la abundancia, cuanto más lo es en nuestras sociedades empobrecidas y sumergidas.
En todo caso, parafraseando aquello de que “lo que es verdad para el hombre lo es también
14
para los pueblos” , la libertad y las capacidades de las personas se volverían retórica

12
abstracta si ellas no se aplicaran con el mismo énfasis al entorno estructural y social en que
viven esas personas.

B. EL DESARROLLO SOSTENIBLE15

El concepto de desarrollo sostenible tiene una historia de varias décadas. De todas


maneras, gracias a la Cumbre sobre la Tierra, organizada por el Programa de las Naciones
Unidas para el Medio Ambiente que tuvo lugar en Río de Janeiro en 1992, dicho concepto
alcanzó gran propagación. Tal encuentro, también simplemente llamado Cumbre de Río,
inaugura la inquietud por la ecología social o ecología humana. Efectivamente, con el
desarrollo sostenible, queda estrechamente relacionada la cuestión ecológica -entendida
inicialmente como la preocupación por el medio ambiente físico- que comenzó a tener
asimismo gran difusión masiva por ese entonces.
En realidad, medio ambiente y desarrollo fueron relacionados por primera vez en
1972 en la conferencia de Estocolmo sobre el Medio Ambiente Humano. También en ese año
es publicado Los límites del crecimiento, o Informe Meadows encargado por el Club de Roma,
que manifiesta que la naturaleza no admite cualquier tipo de desarrollo, advirtiendo sobre las
consecuencias negativas para la vida en el planeta si se mantenía el estilo y ritmo del crecimiento
económico, provocando serios problemas relacionados con la contaminación y la disponibilidad
futura de materias primas.
El éxito del Informe Meadows ayudó a cuestionar al desarrollismo imperante que
consideraba -como ya hemos visto- que el subdesarrollo era superable mediante una serie de
etapas a recorrer. De ser así, los países más atrasados se irían acercando al modo de producir y
consumir de los más avanzados, pero eso sería físicamente imposible pues no habría recursos
para lograr un equiparamiento de los niveles de consumo “hacia arriba”. Es decir, el modelo de
desarrollo industrial de los países industrializados no es universalizable.
Desde entonces comenzará a hablarse cada vez más frecuentemente de desarrollo
sostenible. Es decir, aquel desarrollo que "satisface las necesidades del presente sin
comprometer la capacidad de las generaciones venideras para satisfacer sus necesidades
futuras". Tal es la ya clásica definición contenida en el informe Nuestro futuro común
redactado por el noruego Gro Harlem Brutland en 1987, que fue la base de la Cumbre de Río
de Janeiro de 1992.
A diez años de Río, se celebró una nueva Cumbre, “Río + 10”, en consonancia y
continuidad con aquella. Se denominó la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible

13
(CMDS) y se realizó en Johannesburgo (Sudáfrica). La Cumbre abordó primordialmente la
erradicación de la pobreza, las transferencias tecnológicas, los acuerdos globales y la salud
medioambiental, incluida la ecología atmosférica, la vulnerabilidad ante catástrofes naturales,
la degradación de la tierra y la explotación de los recursos marítimos.
La cumbre de Johannesburgo de 2002 se planteó renovar los objetivos de desarrollo de
la ONU para 2015 en materia de salud, educación, reducción de la pobreza y gestión de los
recursos naturales, en especial del agua. Dichos recursos y las necesidades respecto de ellos
no pueden reducirse o limitarse a los intereses económicos, sino que deben encontrar su lugar
en un sistema más armónico y funcional que incluya a la vez los intereses de las personas y la
integridad del ecosistema en el que viven. El agua figuró entre los asuntos más importantes de
la CMDS. El agua era algo accesible a los pobres, pero ahora se está convirtiendo en un grave
problema para muchos países (Mealla, 2002).
Si bien las nuevas tecnologías y avances técnicos podrían aminorar los efectos negativos,
lo cierto es que las amenazas anunciadas se han venido cumpliendo, especialmente en lo que
respecta al efecto invernadero, contaminación del agua y del aire, erosión, pérdida de
biodiversidad, reducción de emisión de gases, etc. En otras palabras, muchas promesas,
declaraciones y compromisos han sido incumplidos y queda sólo la retórica de una
sustentabilidad débil, políticamente correcta, pero que no logra corregir un sistema económico
central que causa los efectos que se quieren remediar.
Una sustentabilidad fuerte y consecuente buscaría disminuir el volumen y estilo de
consumo en el Norte, con los correspondientes aumentos adecuados en el Sur, para lograr una
mayor equidad a nivel mundial. Esto implicaría un notable cambio de hábitos y revisión de
estructuras (redistribución, relaciones de poder, etc.) de difícil avance, dados los intereses en
pugna. Por eso, vuelven a surgir simplistamente soluciones neomalthusianas. A su vez, la
respuesta de la economía ortodoxa vigente es que los costes ambientales son “externalidades”
que deben estar reflejadas en los precios. Sólo después de un nivel económico elevado se puede
prestar atención a las consecuencias ecológicas y a su preservación. Parece ignorarse que sea
más conveniente prevenir que reparar (Pérez de Armiño, 2000: 180 y ss.).

6. EL CASO ARGENTINO: HACIA UNA VISIÓN ESTRATÉGICA DEL DESARROLLO

La Argentina a grandes rasgos tuvo propiamente dos modelos de desarrollo (Chojo


Ortiz y García Delgado, 2003). El primero, bajo el liderazgo de la llamada Generación del
Ochenta, se extendió esquemáticamente desde 1880 a 193016. Se identifica de modo ejemplar

14
con lo que más arriba señalamos como modelo agroexportador. Durante cincuenta años se
construyó un gigante con pies de barro, el “granero del mundo”, que se derrumbó cuando la
coyuntura internacional y los precios internacionales del trigo y la carne no fueron tan
favorables.
Se tardó quince años en encontrar otro rumbo medianamente sostenido, que se
caracterizó por un modelo de sustitución de importaciones y de moderada industrialización
que, con afán didáctico, podríamos prolongar durante treinta años, aproximadamente desde
1945 a 1975. Desde entonces, especialmente los gobiernos militares, con figuras civiles
emblemáticas como Alfredo Martínez de Hoz, asumieron de modo creciente un modelo de
desarrollo de neoliberalismo económico que fue llevado a un grado superlativo durante la
década menemista de los „90. Sus efectos regresivos de inequidad y empobrecimiento
permiten irónica y paradójicamente hablar no de un modelo de desarrollo sino de
“desdesarrollo” que desembocó en la mayor crisis del país que estalló a finales de 2001.
Por eso urge definir un nuevo modelo de desarrollo o una “estrategia país” que
significa plantearse qué país o qué nación queremos. Urge diseñar en forma plural un nuevo
modelo de desarrollo de mediano y largo plazo17. En medio de las fuertes contradicciones e
incertidumbres que aún subsisten, se pueden inventariar algunos consensos fundamentales que
estarían a la base de un proyecto común. No obstante, a cada consenso, que a continuación
indicaremos, metodológicamente se lo acompaña de tensiones o dilemas subyacentes, en gran
medida antitéticos, que, hasta que no se disipen, prolongan un estado de crisis no resuelto
satisfactoriamente.
Un primer consenso está basado en una de las principales conceptualizaciones actuales
del desarrollo que reseñamos anteriormente. Se trata de lograr un modelo de desarrollo que sea
sustentable, esto es la existencia de condiciones económicas, ecológicas, sociales y políticas, que
permitan el funcionamiento de una sociedad en forma armónica en el tiempo y en el espacio.
La pregunta que surge a modo de tensión dentro de este consenso es cómo concebir esta
sustentabilidad. Una forma es aceptando disciplinadamente las condiciones de los organismos
internacionales: aumentar los pagos de la deuda externa para asegurar la confiabilidad
internacional en el país y el retorno de las inversiones; alcanzar un mayor superávit fiscal y
derivarlo al pago de la deuda; compensar al sistema bancario y actualizar las tarifas de los
servicios públicos.
Ahora bien, otra manera de entender la sustentabilidad es priorizar la autonomía en la
decisión nacional. Se trata de privilegiar el crecimiento sostenido del PBI, crecer primero para
poder pagar después; presta atención a la equidad entre la deuda externa y la deuda social.

15
Procura la reestructuración de la deuda en el tiempo y maneja un concepto de sustentabilidad
amplia, no sólo económica, sino política, social y medioambiental.
Un segundo consenso podría girar en torno a la dimensión ética del desarrollo, buscando
un crecimiento que sea más equitativo. Esta dimensión ética del desarrollo puede ser incorporada
en una perspectiva procedimental. Es decir, garantizando mecanismos que permitan terminar con
la corrupción y mejorar la transparencia en la gestión pública. El desarrollo o la falta del mismo
es un fenómeno eminentemente “cultural”. La falta de equidad es principalmente un producto
exclusivamente endógeno de la sociedad. Se pone un especial énfasis en la responsabilidad social
empresaria y en la solidaridad.
Pero vincular ética y desarrollo puede tener también una orientación hacia la justicia
distributiva que lleva a trabajar sobre las causas que producen un crecimiento inequitativo, a
mejorar la redistribución del ingreso para una mayor cohesión e igualdad social. Busca establecer
políticas públicas activas para el crecimiento de la productividad y del empleo, y concibe los
servicios públicos como bienes colectivos a resguardar y a garantizar por el Estado.
Otro consenso se lo puede detectar en relación al carácter productivo del desarrollo.
Los efectos perniciosos para la mayoría de la población del modelo especulativo y meramente
financiero de los noventa, han llevado a valorar un regreso a la economía real, priorizando la
generación de trabajo y el empleo de calidad, y la constitución de cadenas de valor en los
distintos sectores económicos.
Aquí la tensión correspondiente que se registra es entre una perspectiva agroindustrial y
otra más nítidamente reindustrializadora. La primera asienta el crecimiento en las ventajas
comparativas del capital natural: petróleo, energía, soja y el complejo agroindustrial, apoyado en
la biotecnología. Se privilegia la exportación frente al mercado interno. Por su parte, la
perspectiva reindustrializadora insiste en el crecimiento del mercado interno, de las
exportaciones de productos con mayor valor agregado, y en el relanzamiento productivo de las
distintas regiones del país y en la generación de cadenas productivas. Se aboga por la
incorporación de la economía social/solidaria como un subsistema junto con el público y el
privado.
Un cuarto consenso plantea la necesidad de un desarrollo de carácter “regional”,
vinculado fuertemente a lo territorial, considerando la construcción de regiones en dos
grandes niveles: el subnacional y el supranacional. En cuanto a promover regiones
subnacionales (Nuevo Cuyo, Centro, NEA, NOA, Patagonia) surgen tendencias divergentes.
En efecto, dichas regiones pueden ser entendidas en un sentido meramente eficientista como
el simple agrupamiento de provincias preexistentes inviables. En ese enfoque el debate sobre

16
la coparticipación sólo es entendido desde la perspectiva de la “responsabilidad fiscal” y el
desarrollo local queda desvinculado del desarrollo regional.
Una perspectiva más incluyente considera al desarrollo como la articulación entre las
diversas regiones, entendiendo el debate sobre la coparticipación a partir de una cooperación
entre la Nación y las provincias para lograr un desarrollo equilibrado. Valora el desarrollo
local, no como cómoda descentralización, sino integrado en el marco de un proyecto regional
y nacional.
En cuanto a la dimensión supraregional, la discusión gira en torno a cómo debe ser,
por ejemplo, la integración al Mercosur. Un punto de vista es escuetamente comercial y
arancelario, prevaleciendo una actitud defensiva frente a Brasil. El Mercosur es entendido
sólo como un tratado de libre comercio y hasta compatible con un ingreso sin
condicionamientos al ALCA. Se contrapone a lo anterior una perspectiva integral, política,
social, comercial y cultural, de la integración. Se aspira a que el Mercosur se transforme en
una comunidad de destino o comunidad de naciones, para lo cual se requiere una
profundización del Mercosur en lo institucional, una integración productiva y cadenas de
valor entre Brasil y Argentina. De ingresar al ALCA, en todo caso, hay que hacerlo desde el
Mercosur.
Muy relacionado con lo anterior, otro consenso o acuerdo fundamental gira en torno a
la necesidad de profundizar la inserción internacional de la Argentina. Dicha inserción puede
ser pasiva, aperturista, exclusivamente comercial, con una marcada adecuación a las
directivas de los organismos multilaterales, plegándose a la actual tendencia a la unipolaridad
y a la concentración económica.
Se distingue de ella una inserción activa en lo global, a partir de un proyecto propio de
país que busca integrarse al mundo pero desde la propia identidad y el fortalecimiento
institucional y económico desde la región suramericana, planteando una agenda global de
desarrollo y de lucha contra la pobreza. Se inclina por un modelo multipolar y un cambio de
las actuales reglas de juego en las relaciones financieras norte-sur.
Un sexto consenso concierne a la necesidad de la presencia del Estado en el proceso
de desarrollo. Un Estado “activo” y promotor, reconstruido en su capacidad para definir y
monitorear políticas de largo plazo y, en particular, aquellas referidas a la infraestructura
económica y social.
Aquí subyacen dos miradas. Una que entiende al Estado como actor eficiente y
regulador, enfatizando la transparencia, la seguridad y la eficacia-eficiencia en la política
pública y aspirando a que se continúen con las reformas de segunda generación. Se piensa en

17
un Estado que especialmente sea el que garantice el cumplimiento de las reglas, los contratos
y la responsabilidad fiscal.
La otra mirada subraya el papel del Estado como promotor del desarrollo y la
inclusión social. Si bien asume las tareas del Estado eficiente y transparente, no olvida
promover políticas activas de crecimiento económico, de generación de empleo y de mejor
distribución de la riqueza. Le asigna al Estado una gestión intersectorial a partir de un plan o
una orientación estratégica de desarrollo integral.
La mayor participación de la sociedad civil y su incidencia en las políticas públicas es
otro consenso que se destaca hoy día. Se trata de la ampliación de las bases de representación
ciudadana. Tal participación se la puede entender para una “democracia de opinión” con un
papel relevante de las ONGs dedicadas a tareas de auditoría y control frente al clientelismo, la
corrupción pública y la inseguridad, procura el recorte del gasto político. Prevalece en esta
corriente una orientación antipolítica y de desconfianza hacia el Estado.
Pero la participación puede tener también una orientación hacia a una “democracia
concertadora”, es decir, donde las organizaciones sociales se involucran activamente en el
diseño de políticas sectoriales y en el modelo de desarrollo estratégico nacional. No desdeñan
ni pretenden suplantar las organizaciones políticas y sindicales sino complementarlas y
nutrirlas, si fuera el caso, contribuyendo a su revalorización y renovación.
Un octavo y último consenso –seguramente pudiendo agregar otros más- consiste en la
vinculación de la esfera cultural con el desarrollo y con la “estrategia país”, afirmando los
valores y la identidad ante un estilo de globalización que produce uniformación y
homogeneización. Asimismo, sobresale, como parte de este consenso, la importancia de la
educación como un factor que permite la expansión de la competitividad y de la
sustentabilidad.
En este nivel, la contraposición o tensión puede expresarse en una preocupación
preferentemente referida a la dimensión económica de la cultura ante el papel creciente de las
industrias culturales, buscando instalar una “marca país” en los productos y bregando por el
posicionamiento de la Argentina desde los intereses de un determinado sector, por ejemplo, el
turístico, el cinematográfico, el agroexportador, el alimenticio, etc.
Otra perspectiva, subraya el acuerdo respecto a la importancia de la dimensión cultural
pero procurando un posicionamiento de la Argentina desde un proyecto integral e inclusivo de
país que asume el pasado y mira al futuro en función de un proyecto común. No desde la
afirmación de una identidad nacional anclada en el pasado o estática, sino dinámica e

18
inclusiva en un horizonte inter-regional a nivel país y en articulación activa con el espacio
latinoamericano
Al finalizar el presente trabajo, constatamos que el desarrollo no es un concepto estático
y unívoco; por el contrario, tiene un significado plural y se ha enriquecido notablemente en su
evolución histórica. Hoy persiste la necesidad de construir un modelo de desarrollo donde
“todos entren” y donde lo social se articule con lo político y lo económico, en una perspectiva
integral y multiactoral. Para construir ese nuevo rumbo, se requiere resaltar la importancia de
una mayor participación del conjunto de la sociedad donde se expliciten los objetivos del
desarrollo inclusivo, productivo y regional, frente a la amenaza de continuar bajo otras formas
con el modelo concentrador y excluyente.

BIBLIOGRAFÍA

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19
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(1995) Nuevo examen de la desigualdad, Alianza Editorial, Madrid.
(1987) Sobre ética y economía, Alianza Editorial, Madrid

1
Los europeos del siglo XVI en adelante fueron los primeros en expresarse en esos términos, pero en realidad,
cada generación de algún modo se denomina a sí misma moderna. Respecto a poner los tiempos mejores en el
pasado o en el futuro es una tendencia también que se repite en cada época, ver Mealla (1999a).
2
Para la famosa “querella” o polémica de la „Fuente de lo antiguo y de lo moderno‟, ver Küng (1989).
3
Tanto la escuela clásica como la neoclásica explican la economía en base a automatismos; la primera recurre a
la mano invisible del mercado que regula la oferta y la demanda, la segunda considerando que el crecimiento se
alcanza inyectando mecánicamente capital externo y mediante la apertura comercial.
4
Prebisch es el promotor del llamado estructuralismo económico latinoamericano cuyo epicentro de difusión fue
la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) creada en 1949. Se considera que el informe “El

20
desarrollo económico de América Latina y sus principales problemas” redactado por Prebisch es el manifiesto de
la CEPAL Para un apreciación reciente de la trayectoria y obra de Prebisch ver: Rapoport , Mario, “Un
economista que vuelve: Raúl Prebisch”, Diario Hoy, La Plata, 11 de julio 2005; y Ferrer, Aldo, “Aquellas viejas
ideas que hoy resultan tan útiles”, Clarín, Buenos Aires, 2 noviembre 2005.
5
Para una presentación y crítica más extensa ver Bustelo (1999: 189 y ss.).
6
Se considera a Samir Amin el autor principal de la teoría de la desconexión; para algunas de sus posiciones
actuales, ver Scaletta, Claudio “El duro mundo capitalista después del capitalismo”, Pagina 12, Buenos Aires, 10
agosto 2003.
7
Tal el caso del coreano Ha-Joon Chang con su obra Retirar la escalera (2004). El autor con un título tan
sugerente y provocador quiere indicar resumidamente que en la historia del desarrollo los países primeramente
más poderosos ponen obstáculos, “quitan la escalera”, para que los otros no puedan alcanzarlos. También se
pueden ver los ensayos premiados por CLACSO en 2004: “Vida, muerte y resurrección de las Teorías de la
Dependencia” de Fernanda Beigel (Univ. de Cuyo, Argentina) y “El pensamiento latinoamericano en el campo
del desarrollo del subdesarrollo” de M. Nahón, Corina Rodríguez Enríquez y Martín Schorr (FLACSO,
Argentina).
8
Según la OIT, Necesidades Básicas son las que aseguran un nivel de vida mínimo que toda sociedad debería
establecer para los grupos más pobres de sus habitantes. Tuvo un papel muy importante en su definición las
fundaciones Bariloche de Argentina y Dag Hammarskjold de Suecia, ver Ivern (1993).
9
Estando los partidos políticos prohibidos, si bien fue el auge de las asociaciones de derechos humanos, también
cobran fuerza las Organizaciones No Gubernamentales de Desarrollo que dentro de las limitaciones impuestas
logran en forma más o menos explícita mantener el debate y acciones vinculadas al desarrollo, especialmente a
nivel local dada la extrema conflictividad del escenario macro. Tal es el caso, por ejemplo, de FUNDAPAZ
(Fundación para el Desarrollo en Justicia y Paz), que nacida en medio de esta oleada emancipadora supo al
mismo tiempo prestar en forma pionera, y mantener hasta la actualidad, su atención hacia el desarrollo como tal,
especialmente en su aspecto socioecómico desde la perspectiva de los pequeños productores rurales, ver: Mealla
(1998).
10
Para no repetir aquí diagnósticos ya conocidos remitimos a Grupo Farell (2003), especialmente la Introducción
al volumen primero.
11
“Desarrollo integral” es el concepto clave del pensamiento social cristiano asumido oficialmente como tal por
Pablo VI en 1967 en la encíclica Populorum Progressio y retomado por Juan Pablo II en 1987 en Sollicitudo Rei
Socialis. Desde entonces no ha vuelto a darse un pronunciamiento de esa magnitud. Es un vacío llamativo, pues
si bien ambos documentos señalaban ya la mundialización del problema del desarrollo, la agudización de la
cuestión y la llamada nueva cuestión social ameritan una nueva mirada de la doctrina social de la Iglesia sobre el
desarrollo. Ver Mealla, (1997) e Ivern (1993: 172 y ss.).
12
Ver: Sierra Fonseca, Rolando, Mahbub Ul Haq pensador del desarrollo humano, Biblioteca de Ideas, Instituto
Internacional de Gobernabilidad, en www.iigov.org. Los informes anuales se han ocupado principalmente de los
siguientes temas: definición de desarrollo humano e Índice de Desarrollo Humano (1990), la financiación del
desarrollo humano (1991), Las dimensiones internacionales del desarrollo humano (1992), la participación
popular (1993), la seguridad humana (1994). la cuestión de género (1995), la relación crecimiento económico y
desarrollo humano (1996), la pobreza humana (1997), los modelos de consumo (1998), la globalización (1999),
los derechos humanos (2000), el desarrollo como prioridad máxima (2001), la misión del PNUD (2002), un
mundo de experiencia en el desarrollo humano (2003), la libertad cultural en el mundo diverso de hoy (2004). La
cooperación internacional ante una encrucijada: Ayuda al desarrollo, comercio y seguridad en un mundo
desigual (2005). Varios países también realizan un informe similar cada año. Argentina lo hizo por varios años
desde 1995 por iniciativa de la Comisión de Ecología y Desarrollo Humano del Senado de la Nación que luego
no se continuó. Algo similar ocurrió en la Provincia de Buenos Aires, ver Informe sobre desarrollo humano en
la Provincia de Buenos Aires 1998, Programa Argentino de Desarrollo Humano. Honorable Senado de la Nación
/ Banco de la Provincia de Bs.As, 1998.
13
Aquí especialmente seguimos su trabajo Teorías del desarrollo a principios del siglo XXI, (2002) y Pérez de
Armiño (2000: 91 y ss.) Para el resto de su obra ver: Sobre ética y economía (1987), Nuevo examen de la
desigualdad (1995), Bienestar , justicia y mercado (1997) y Desarrollo y libertad (2000).
14
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n° 157, Pontificia Comisión Justicia y Paz, Buenos Aires 2005.
15
Entendemos aquí “sostenible” y “sustentable” como sinónimos, no entrando en la discusión sobre su
distinción.
16
Héctor Ordoñez periodiza de otra manera, entre 1875 1925, la estrategia agroexportadora basada en las
ventajas comparativas que hizo de Argentina una de las 10 sociedades más ricas del mundo PBI/capita. Era el
60% del PBI de Latinoamérica, hoy menos del 3%. La provincia de Buenos Aires era más rica que el Uruguay,
Brasil, Paraguay, Bolivia y Chile. Clarín Rural, Buenos Aires, 14 de junio 2003.

21
17
Seguimos aquí abreviadamente el documento Argentina: Estrategia - País en el marco de la integración
regional y el mundo globalizado. Consensos y Tensiones en la Búsqueda de un Nuevo Rumbo, Comisión
Episcopal de Pastoral Social - Cáritas Argentina-Comisión Nacional. Documento de trabajo elaborado por
miembros del Grupo Farrell: Daniel García Delgado, Eloy P. Mealla y Juan Carlos Scannone en el mes de
diciembre de 2004, para el Foro de debate Estrategia País. Revisión y edición a cargo de Victoria Darling y
Cristina Calvo. La versión completa en www.caritas.org.ar/ForoDebate.

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