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PROTOTIPOS DE PERSONALIDAD.

Escala 1. Introvertido:

Los adolescentes introvertidos carecen de capacidad para experimentar la vida tanto


de forma dolorosa como placentera. Su personalidad es semejante a la personalidad
esquizoide del DSM por su tendencia a ser apáticos, indiferentes, distantes y poco
sociales.

Sus emociones y necesidades de afecto son escasas y el individuo funciona como un


observador pasivo, indiferente a las recompensas y afecto.

Escala 2 A. Inhibido:

La segunda combinación, clínicamente significativa, basada en problemas de la


polaridad dolor – placer incluye a adolescentes con una capacidad disminuida para
experimentar placer, pero con unas inusuales características de anticipación de dolor
psíquico y de sensibilidad frente a él. Esperan de la vida que resulte dolorosa, con
pocas gratificaciones y mucha ansiedad.

Escala 2 B. Pesimista:

Para el pesimista, ha habido una pérdida significativa, una sensación de abandono y la


perdida de la esperanza de poder encontrar la alegría. Semejante al tipo de
personalidad depresiva del DSM IV, el pesimista experimenta el dolor como algo
permanente y no puede considerar el placer como algo ni siquiera posible.

Escala 3. Sumiso.

Los adolescentes que muestran el prototipo sumiso (como en su equivalente


personalidad dependiente del DSM) han aprendido que el sentirse bien, seguro y
confiado deriva casi exclusivamente de su relación con otros. En sus comportamientos,
estos adolescentes muestran una gran necesidad de apoyo externo y de atención. Si
se hallan carentes de afecto y cuidados, sienten un gran malestar, tristeza y ansiedad.

Un adolescente con una personalidad sumisa puede haber estado sobreprotegido y en


consecuencia haber fracasado en la adquisición de la capacidad de autonomía e
iniciativa. La experiencia de una baja autoestima y el fracaso con los iguales puede
llevar a estos individuos a evitar el desarrollo de tentativas de aserción y gratificación
de sí mismos.

Escala 4. Histriónico

Son un grupo de personalidades que adoptan una postura de dependencia activa.


Logran sus metas de alcanzar el máximo de protección y cuidado ocupándose
enérgicamente en una serie de maniobras caracterizadas por la manipulación, la
seducción, el comportamiento gregario y la búsqueda de atención.

Escala 5. Egocéntrico

Algunos adolescentes con un tipo de personalidad independientes muestran también


un desequilibrio en sus estrategias de afrontamiento. Sin embargo, en este caso, existe
una confianza primordial en sí mismo más que en los otros. Han aprendido que el
máximo placer y mínimo dolor se logran confiando exclusivamente en sí mismos. La
tendencia a centrarse en sí mismos da lugar en primer lugar a dos líneas principales de
personalidad la primera, el prototipo egocéntrico, incluye la adquisición de una imagen
altamente valorada en sí mismo, aprendida en gran parte como respuesta a unos
padres que le admiran y complacen.

Escala 6 A. Rebelde

Los adolescentes rebeldes, aquellos a los que la teoría caracteriza como ejemplos de
una orientación activa – independiente, muestran la apariencia, el temperamento y el
comportamiento inaceptable del trastorno antisocial de la personalidad del DSM.
Actúan para contrarrestar de forma anticipada el engaño y el desprecio proveniente de
los otros.

Lo hacen mediante su implicación activa en un estilo hostil y tramposo, embarcándose


en un comportamiento ilegal mediante el cual buscan el desquite o la explotación de
otros. Escépticos en cuanto a los motivos de los demás, estos adolescentes desean
autonomía y buscan la revancha por lo que ellos sienten como injusticias pasadas.
Muchos de ellos son irresponsables e impulsivos y se sienten justificados de ser así
porque juzgan que los demás no son de fiar ni leales.

Escala 6B: Rudo:

Hay adolescentes en los que las propiedades habitualmente asociadas con el dolor y el
placer están en conflicto o invertidas. Al igual que en el prototipo Autopunitivo, estos
adolescentes no solo buscan o crean acontecimientos objetivamente dolorosos, sino
que experimentan algunos de ellos como placenteros. Esta variante de la inversión
dolor - placer en el prototipo Rudo de personalidad se caracteriza por considerar el
dolor (estrés, temor, crueldad) más bien como un placer y como la forma preferida de
relacionarse con los otros. En contraste con el prototipo Autopunitivo, este adolescente
asume un rol activo controlando, dominando e intimidando a los otros. Las acciones
que humillan, degradan y abusan de los otros las consideran como placenteras.

El estilo Rudo de personalidad incluye adolescentes que no necesariamente han de ser


considerados rebeldes o antisociales pero cuyas acciones dan a entender que
encuentran placer en conductas que humillan a otros o que violan sus derechos o
sentimientos. Dependiendo de la clase social y de otros factores moderadores pueden
ser semejantes a las características clínicas que en la literatura se conoce con carácter
sádico. Son generalmente hostiles y permanentemente combativos, y se muestran
indiferentes o incluso complacidos por las consecuencias destructivas de su
comportamiento amedrentador, conflictivo y abusivo.

Escala 7: Conformista:

Estos adolescentes muestran una clara orientación hacia los otros y consistencia en la
corrección social y el respeto interpersonal. Sus historias generalmente indican que han
estado sujetos a obligaciones y disciplina, pero únicamente cuando habían
transgredido las constricciones y expectativas parentales. Por debajo de la apariencia
de sumisión y de la orientación hacia los otros existen intensos deseos de rebelarse y
de imponer sus sentimientos e impulsos orientados hacia sí mismos. Se hallan
atrapados en esta ambivalencia. Para evitar la intimidación y el castigo, han aprendido
a negar la validez de sus propios deseos y emociones y a adoptar los valores y
preceptos establecidos por los otros. Con frecuencia, la disparidad que perciben entre
sus propios impulsos y el comportamiento que deben mostrar para evitar la censura,
les conduce a la tensión física y a rígidos controles psicológicos. Desde el punto de
vista etiológico, los adolescentes Conformistas parecen haber sido obligados a aceptar
los valores que otros les han impuesto. Resuelven esta ambivalencia no solamente
suprimiendo el resentimiento sino también acentuando el conformismo y estableciendo
pesadas demandas para sí mismos. Su disciplinado control de sí mismos les sirve para
mantener a raya sus intensos, aunque ocultos, sentimientos oposicionistas y centrados
sobre sí mismos, lo que da lugar a sus características vacilaciones, dudas, pasividad y
pública conformidad. Detrás de esta fachada de corrección y control del adolescente se
hallan al acecho intensos y coléricos sentimientos que ocasionalmente pueden hacer
saltar sus controles.

Escala 8 A: Oposicionista:

En ambas orientaciones, dependiente (sumiso e Histriónico) e independiente


(Egocéntrico y Rebelde), los adolescentes muestran la patología mediante una
estrategia de afrontamiento que está orientada o bien hacia los otros o bien hacia sí
mismos alcanzando un nivel que puede ser desequilibrado y exageradamente
unilateral. El desequilibrio entre el sí mismo y los otros no es el único prototipo
considerado en la polaridad sí mismo – otros de esta teoría.

Las personas “normales” muestran una cómoda posición intermedia entre las
polaridades de sí y otros. Algunos prototipos de personalidad, aquellos que la teoría
describe como ambivalentes, están a la vez orientados tanto hacia si como hacia los
otros, con lo que se hallan en un intenso conflicto entre lo uno y lo otro. Algunos de
estos adolescentes que denominamos Oposicionistas (semejantes a la personalidad
pasivo-agresiva del DSM-III y a la personalidad negativista del DSM-IV) dudan entre los
otros y sí mismos, a veces se comportan de manera obediente y otras reaccionan de
forma desafiante. Con unos sentimientos muy intensos, pero siendo capaces de
resolver su ambivalencia, se trazan una trayectoria errática que va desde proclamar la
desaprobación de sí mismos y su culpa por no ser capaces de cubrir las expectativas
de los otros hasta la expresión de un terco negativismo y de una fuerte resistencia a
estar sometidos a los deseos de los demás. Los adolescentes cuyos conflictos entre sí
mismos y los otros son evidentes, se describen en la teoría como activamente
ambivalentes.

Escala 8 B: Autopunitivo

Estos adolescentes interpretan los acontecimientos y establecen las relaciones de una


manera que no solamente está reñida con la función tan profunda, sino que además es
contraria a las asociaciones que estas emociones adquieren, habitualmente a través
del aprendizaje. Para el adolescente Autopunitivo, el dolor puede haberse convertido
en algo preferible al placer y ser pasivamente aceptado, cuando no estimulado, en las
relaciones íntimas. Esto es frecuentemente intensificado por una resuelta abnegación y
aceptación de la culpa y puede agravarse mediante actos que genera dificultades y
pensamientos que exageran los infortunios pasados y anticipen otros para el futuro. Al
relacionarse con los otros de manera obsequiosa y sacrificada, estos adolescentes
permiten o incluso provocan que los otros los exploten (de manera semejante a los
tipos de personalidad autodestructivos del DSM). Al centrar la atención sobre sus
peores características, muchos de ellos sostienen que merecen ser avergonzados y
humillados. Para integrar su dolor y su angustia, estos adolescentes suelen recordar
sus pasados infortunios repetida y activamente y, por otra parte, transforman lo que
podrían ser circunstancias afortunadas en problemáticas. Frecuentemente intensifican
sus dificultades y se colocan en una posición inferior o servil.

Escala 9: Tendencia límite

Tres estilos de personalidad gravemente disfuncionales del DSM, esquizotípico, límite y


paranoide, están también representados en la teoría. El prototipo de Tendencia límite
corresponde, según la teoría, a una orientación emocionalmente disfuncional que
dificulta la adaptación por su ambivalencia. Los conflictos existen en todos los ámbitos,
entre el placer y dolor, activo y pasivo, y sí mismo y los otros. Los adolescentes con
este prototipo de personalidad parecen incapaces de adoptar una posición consistente,
neutral o equilibrada entre los extremos de estas polaridades, tendiendo a fluctuar de
un extremo al otro. Experimentalmente estados de ánimo intensos y endógenos, con
periodos recurrentes de abatimiento y apatía, frecuentemente salpicados con rachas de
rabia, ansiedad o euforia. Entre las características que las diferencian de los cuadros
de personalidad menos graves, están la inestabilidad y la labilidad de sus estados de
ánimo. Adicionalmente, muchos de ellos expresan y pueden llegar a actuar a partir de
pensamientos recurrentes autolesivos y suicidas. Algunos se muestran
manifiestamente preocupados por asegurarse el afecto. Muchos de ellos pueden tener
dificultad en mantener un sentimiento consistente de identidad. En la dimensión
interpersonal, la mayoría muestran una ambivalencia cognitiva y afectiva que se hace
evidente por la presencia simultánea de sentimientos de rabia, amor y culpa hacia los
otros. Estas características representan un bajo nivel de cohesión estructural en su
organización psíquica. Son incapaces de mantener una estructura interna coherente y
mantener la consistencia en sus relaciones personales o en sus operaciones
defensivas.

PREOCUPACIONES EXPRESADAS

Las ocho escalas siguientes se centran en los sentimientos y actitudes acerca de


cuestiones que tienden a preocupar a la mayoría de adolescentes con problemas. La
intensidad con que se experimentan queda reflejada en la elevación de las
puntuaciones de cada escala. Hay que destacar que estas escalas representan
percepciones más que criterios o comportamientos objetivamente observables.

Escala A: Difusión de la identidad

La adolescencia es, principalmente, un periodo de examen de sí mismo, de los otros y


de las creencias. Antes de que los adolescentes puedan abandonar de manera
confortable la seguridad de la dependencia infantil, deben formularse alguna idea
acerca de quiénes son, adónde van y cómo podrán llegar allí. Su tarea consiste en
construir un puente que les permita cruzar el abismo desde la irreflexiva vinculación
infantil a lo establecido hasta la propia independencia con una comprensión clara de
quiénes son. Esta transición, a veces caótica y perturbadora, desde la inconsciencia de
la infancia a la identidad adulta constituye el foco de la escala de Difusión de la
identidad. Para facilitar el desarrollo eficaz de la identidad, deben existir factores tales
como relaciones satisfactorias entre padres e hijos y adecuados modelos de rol del
propio sexo. A la inversa, pueden darse circunstancias que lleven a aumentar la
dificultad y hacer que el adolescente no sea capaz de desarrollar una identidad
madura. Al comenzar con los cambios corporales todo un amplio mundo de
posibilidades de elección se ofrece al adolescente, que debe adaptarse y seleccionar
sus metas. Si las perspectivas son suficientemente aterradoras, pueden evitar el
cambio, dando lugar a adolescentes que continúan inseguros de quiénes son o de
adónde pueden ir y que eligen quedarse con la confusión y la incomodidad de su
familia antes que enfrentarse a lo desconocido. Una posición de este tipo únicamente
produce futuros problemas. La resolución del tema de la identidad es central para que
el adolescente sea capaz de establecer su independencia, de convertirse en miembros
de un grupo de iguales y de desarrollar su identidad sexual. Sin un sentido claro de los
valores y una identidad personal es muy poco probable que se produzca un desarrollo
saludable. Sin embargo, a pesar de las dificultades, la mayoría de los adolescentes
construyen las bases de su identidad en la adolescencia temprana y media. Esta base
se ve fortalecida cuando adquieren pautas de afiliación social y objetivos vocacionales.
El desarrollo de la identidad no demanda simplemente el rechazo de los valores
paternos, sino más bien el examen e integración de esos valores junto con los valores
de un mundo más amplio al que se están incorporando los adolescentes.

Escala B: Desvalorización de sí mismo

En ningún momento antes de la adolescencia se halla el individuo en evolución sujeto a


un examen tan crítico de sí mismo. Los niños suelen percibirse a sí mismo en términos
de cómo deberían ser, con un ideal que frecuentemente se halla muy próximo al de sus
padres. Sin embargo, con los ideales que parecen mucho más lejanos de lo que la
adolescencia había considerado previamente. Es la disparidad entre ambos, y la lucha
por resolverla, o que constituye el foco de la escala de Desvalorización de sí mismo.
Esta lucha está íntimamente ligada con los esfuerzos del adolescente para desarrollar
su propia identidad. Lo que se observa es que el adolescente formula un sentido
tentativo de lo que es. Se observa en esta área, quizás más que en ninguna otra, que
la fuerza de la adolescencia frecuentemente intensifica los conflictos, aunque, en última
instancia, le ayudará a crecer, y revolver las dificultades.

Dos factores importantes afectan a esta percepción: la presencia de auténticas


deficiencias que hagan imposible el logro del ideal y la intensidad crítica con la que una
persona se evalúa a sí misma. Es significativo que el adolescente con una baja
autoestima sea menos popular entre su grupo de iguales, aunque muestre la mayor
necesidad de aprobación social. Buscando cómo lograr esa aceptación y el
reconocimiento social se convierten en simples peones de otros miembros del grupo,
frecuentemente se comportan de forma que en otras circunstancias no hubiera ni
considerado, únicamente por su necesidad desesperada de ser aceptados por los
otros. A pesar de tales escollos, el proceso de desarrollo continúa su progreso. Con la
madurez, los adolescentes aprenden a no culpar a los otros de sus propias dificultades.

Escala C: Desagrado por el propio cuerpo

Los niños aceptan crecer y cambiar como aceptan cualquier otro aspecto de su
existencia cotidiana. Cuando ocurren los cambios, los sienten como algo gradual y son
integrados con escasa conciencia. Por el contrario, los cambios que tienen lugar en la
adolescencia temprana y media son de naturaleza diferente. El crecimiento es rápido,
afecta a la sexualidad y crea cambios físicos significativos en cuanto a configuración,
forma y atractivo. Los deseos y sueños referentes a la apariencia se confrontan ahora
de forma clara con la propia identidad física que emerge. La manera en que el
adolescente se ve así mismo se basa en parte, en aspectos objetivos de su desarrollo
corporal, pero este físico es juzgado en el contexto de una miríada de experiencias y de
normas sociales. Este proceso crítico es muy complejo, producto de las actitudes
parentales, de los temores personales, de las reacciones de los iguales y de la propia
conciencia crítica.

En la pubertad el desarrollo temprano, evidente en el vello facial y en el aumento de la


musculatura, es vista de forma muy positiva, dando lugar frecuentemente a un
sentimiento de propia satisfacción, interés en las prácticas atléticas y confianza de tipo
general. El retraso en este tipo de cambios en el chico adolescente ocasiona a menudo
una menor asertividad y menor tendencia a asumir el papel de líder, pautas que
pueden persistir después de la maduración. En la adolecente mujer, una sensación
dolorosa de disminución del atractivo puede complicar otros aspectos de la adaptación
de la adolescente, especialmente la relación con sus compañeros varones. Este
proceso de examen de sí mismo, de crítica y de integración de la apariencia física y de
la imagen corporal se ve muy afectada por las reacciones de los otros.

En la adolescencia tardía, la mayoría de los cambios físicos han ocurrido ya. Bien o
mal, el individuo ha asumido una relativamente acabada configuración facial y corporal.
Desgraciadamente para muchos adolescentes, la insatisfacción por su apariencia se
mantiene también, frecuentemente, inmutable.

Escala D: Incomodidad respecto al sexo

Hoy en día, a pesar del significativo proceso iniciado hacia la igualdad en el tratamiento
y la igualdad de oportunidades para niños y niñas, el proceso de inculcar en los chicos
y chicas roles masculinos y femeninos tradicionales sigue actuando. A medida que el
niño progresa en su maduración, crece la conciencia acerca de las actitudes y
expresiones parentales referidas a la sexualidad. Con frecuencia, los niños aprenden a
no tocar sus genitales y si los sorprenden, tienen la sensación de vergüenza o de
desconcierto. La exploración temprana cambia generalmente desde una curiosidad
inocente hacia una exploración furtiva y cargada de culpa.

El adolescente se enfrenta a la tarea de reconciliar las creencias previamente


aprendidas con un nuevo y fuerte despertar sexual. Este proceso impone que se
desarrolle la imagen de ser una persona con impulsos sexuales que son capaces de
expresarse y de proporcionar placer. La capacidad de integrar estos impulsos sexuales
tendrá una influencia clara en los sentimientos del adolescente con respecto al sexo y
en su manera de establecer relaciones sexuales.

Las actitudes inmaduras y un perturbador sentimiento de culpa o de vergüenza es lo


que se evalúa para asesorar al clínico en la ayuda a los adolescentes con este tipo de
problemas.

Escala E: Inseguridad con los iguales


Como en la infancia, los grupos de compañeros de su edad permiten a los
adolescentes ejercitarse en las relaciones, dentro de un estadío del desarrollo que es
común para todos. Es evidente que existen normas de iguales y que hay una presión
para adaptarse a ellas, pero parece ser que los adolescentes utilizan el grupo de forma
primordial para equilibrar sus necesidades de dependencia con sus aspiraciones de
independencia.

Los adolescentes ven al grupo de iguales como una fuente de apoyo en un momento
en el que están intentando distanciarse de los valores y del dominio de los padres.
Aunque la afiliación al grupo de iguales no abarca todos los aspectos de la vida del
adolescente, conforma y tiene influencia significativa en su comportamiento social.

La mayoría de los adolescentes pasan desde un periodo de implicación intensa con su


grupo de iguales a un distanciamiento gradual a medida que son aceptados por otros y
se sienten libres para cambiar hacia las amistades más íntimas de la adolescencia
tardía. Sin embargo, los adolescentes con una baja autoestima se sienten capturados
en una situación especialmente desesperante. Puesto que esperan el rechazo,
frecuentemente permanecen como observadores tímidos y pasivos al margen de la
vida. Patéticamente necesitados de la aprobación de sus iguales, aceptan incluso el
bajo estatus que se les otorga, lo cual sienten que es necesario para mantener cierta
apariencia de permanencia al grupo. Aquellos con mayores ventajas reciben la
recompensa de la aprobación de sus iguales que estimula su crecimiento. Los que
tienen dificultades están atrapados por una autoestima que disminuye, buscando algo a
lo que adherirse.

Esta escala, Inseguridad con los iguales, mide el grado en que el adolescente tiene
éxito en lograr una posición cómoda y satisfactoria dentro del grupo de iguales.

Escala F: Insensibilidad social

Desde muy temprano, la familia inculca al niño, los valores relativos al comportamiento
adecuado. Esto se logra a través de una combinación de advertencias, elogios y
modelado implícito. En ausencia de estos esfuerzos tempranos y algunas veces a
pesar de ellos, algunos niños pueden carecer o rehusar aceptar estas creencias como
propias.

La característica más destacada del comportamiento de este tipo de personas es una


indiferencia generalizada hacia los sentimientos y reacciones de los otros. Con
frecuencia esta persona, poco compasiva y aparentemente inconmovible ante la
necesidad de reciprocidad en las relaciones sociales, puede elegir el aislamiento, la
apatía o la insensibilidad. Se trata de un individuo que puede evitar las limitaciones
ordinarias y adoptar activamente puntos de vista que son contrarios a los derechos de
los otros.

Para estos individuos es simplemente más fácil no preocuparse que modificar su


comportamiento. Antes bien, el tema adquiere su significación en virtud de la necesidad
que tiene la sociedad de influir en estos individuos para que desarrollen las
consecuencias para ellos mismos.

Escala G: Discordancia familiar

La relación del adolescente con su familia junto con las percepciones de la que debería
ser, es el foco de la escala de Discordancia familiar. Esta escala evalúa los
sentimientos y las percepciones del adolescente, no lo que es objetivamente real. En
muchos aspectos, la casa y la familia sirven como un anfiteatro exterior en el que la
lucha interna ente dependencia e independencia se puede desarrollar de forma segura.
Ambas inclinaciones son fuertemente positivas: por una parte, la autonomía y los
privilegios de la madurez, y por la otra parte la seguridad y el sostén. Ambas suponen
un precio, la responsabilidad para la primera de ellas y la insuficiencia de uno mismo
para la segunda. Esta tarea evolutiva se ve también complicada porque la madurez
requiere tanto de la independencia como de la capacidad de confiar y de relacionarse
con los otros, incluyendo los padres.

El crecimiento del adolescente no se produce en el vacío. Los padres varían en su


capacidad para tratar con estos cambios. Además, la adolescencia llega, con
frecuencia, durante un periodo evolutivamente difícil para los padres.

Escala H: Abusos en la infancia


La victimización no es, obviamente, un problema exclusivo de la infancia y la
adolescencia, pero los niños son un grupo especial de individuos dependientes y
vulnerables. La aparición de las estructuras sociales familiares ha establecido la
subordinación de los niños a sus mayores, lo cual les deja frente al riesgo de falta de
cuidado y abusos a la vez que especifica su estatus legal como propiedad de sus
padres. El código de derecho familiar protege a los niños ante las vicisitudes y peligros
de aspectos culturales más amplios, pero les deja enteramente vulnerables dentro de la
familia. Sujetos a un control casi absoluto en sus casas se convierten en vulnerables a
abusos potencialmente ilimitados tanto físicos, como psíquicos y sexuales.

Tanto el trauma infantil y los abusos son elementos importantes en el desarrollo


posterior de psicopatologías algo bien establecido. No obstante, los estudios
retrospectivos de pacientes psiquiátricos internados sugieren que quizás entre un tercio
y la mitad de ellos tienen historias de abusos físicos o sexuales o de ambos. Las
mujeres aparecen con más probabilidad de ser víctimas que los hombres,
especialmente en el caso de abusos sexuales. Los hombres que han sufrido abusos
tienen una mayor tendencia a reaccionar volviéndose agresivos, mostrando
características de personalidad antisocial o sádica, mientras que las mujeres se
inclinara a volverse autodestructivas (autolesivas o suicidas) mostrando características
de personalidad límite o autopunitiva.

Los supervivientes de abusos sexuales, muestran una amplia variedad de


psicopatología adolescente y adulta, incluyendo problemas sexuales, aislamiento
social, confusión de rol, abuso de sustancias, baja autoestima, depresión, tentativas de
suicidio, síntomas disociativos y características de personalidad agresiva y límite.

La escala de Abusos en la infancia fue diseñada para descubrir abusos en el retorno


del adolescente. Debería destacarse que, a pesar de estar basada en criterios clínicos,
esta escala mide únicamente la percepción y el recuerdo de estos acontecimientos por
el adolescente; esto no afirma necesariamente la realidad de estas experiencias.

Síndromes clínicos
Las siete escalas que configuran esta sección se relacionan con trastornos que se
manifiestan bajo formas relativamente específicas, es decir, la sintomatología se
agrupará en síndromes clínicos claros y bien definidos, tales como la ansiedad y la
depresión. Habitualmente éstos son el foco inicial del tratamiento, destacándose como
comportamientos, pensamientos o sentimientos relativamente llamativos, que se hacen
notar y atraen la atención hacia esa persona indicándola como alguien que requiere
ayuda profesional.

Escala AA. Trastornos de la alimentación

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