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Prólogo

El hecho que refiero


pasó en un tiempo
que no podemos entender.

Jorge Luis Borges

El 2 de abril de 1982, comenzó la vertiginosa guerra de Argentina e Inglaterra, y


finalizó el 14 de junio, exactamente un mes y catorce días después. Los países
involucrados utilizaron el conflicto para recuperar el apoyo popular y solucionar sus
problemas sociales. Los reclutas argentinos que participaron, tenían entre 19 y 20 años,
escasa preparación bélica y una total desinformación. Las cifras oficiales dicen que
fueron 12.000 los soldados argentinos que estuvieron en el teatro de operaciones del
Atlántico Sur, y 700 los muertos. Fue la única guerra de nuestro país en el siglo XX y
enluta la memoria de todos nosotros para siempre.
En este arduo trabajo de investigación, elaboración y síntesis, Rubén Roude camina por
un lugar escarpado, donde los protagonistas exhalan dolor y desconcierto. Sin embargo
roza las profundas cicatrices y las eleva a la condición de homenaje.
Estas cartas de los veteranos de Malvinas muestran el otro lado de la guerra, la que no
se mide con estadísticas ni con nombres, sino con la golpeada soledad del corazón, con
el recuerdo abatido por imágenes que ya no saldrán de sus retinas.
Es un valioso aporte a la cultura, una sensible e imaginativa manera de mostrar lo que
no conocemos, lo que nadie, solamente ellos, los protagonistas del trágico “combate
interior”, han hecho y siguen haciendo para recuperar la nueva luz de cada día.

Susy Quinteros

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Escritas por los veteranos de la guerra de Malvinas

Las cartas del dolor

El 2 de abril de 1982, el entonces Presidente De Facto Gral. Fortunato Galtieri


comunicaba a los argentinos que le habíamos declarado la guerra a Inglaterra. El
pueblo enfervorizado apoyó la decisión, y se reunió en la plaza de Mayo
enarbolando banderas patrias y entonando cánticos anti- británicos.

Desde estas páginas, voy a transcribir las cartas que me enviaron los veteranos de la
guerra de Malvinas, Armando Scévola, Ulises Monzón y Aníbal Díaz.. En ellas se
reflejan las vivencias personales de quienes fueron protagonistas obligados de aquellas
acciones.
Mostraré otro costado, la otra guerra, el combate interior que libraron durante el
conflicto en el campo de batalla y el que continúa aún después de muchos años. Las
guerras no terminan con el alto el fuego, para los combatientes es sólo la primera parte;
en lo que vendrá después, puede estar presente incluso la muerte. Es el segundo
infierno, el eco de lo vivido amplificado en las mentes, en el cerebro que fue quemado
en plena adolescencia.
Dar a conocer estos hechos, tiene la intensión de que se tome conciencia de lo que
significan realmente para la Nación y la sociedad los veteranos de guerra, y por qué
luchan todavía para salir adelante en busca del futuro. También apunta a la toma de
conciencia de lo que es en realidad un conflicto armado, de cuáles son los riesgos que
debemos afrontar, las secuelas que dejan y las consecuencias de las decisiones que
toman los responsables de los destinos de un país.
Nadie sale indemne de una guerra, ni vencedores ni vencidos. Aprendamos a luchar por
lo único que es garantía de vida: la paz.

Rubén Daniel Roude

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Carta Nº 1

Querido amigo:
después de muchas cavilaciones, porque como te contaré más adelante
no me resulta fácil, te escribo estas líneas para contarte lo que viví durante la guerra que
pretendió recuperar las Islas Malvinas.
Solamente una unidad del Batallón de Infantería Nº5 de Río Grande, estaba preparada
medianamente para un enfrentamiento armado. Lo estaba psicológicamente porque
todavía continuaba el conflicto con Chile por el canal de Beagle. Era una unidad de
choque y había recibido entrenamiento psicofísico para una acción de guerra. Los
demás no estábamos preparados, apenas habíamos realizado algunas prácticas de tiro.
Sólo contábamos con la euforia natural de la edad, con el ímpetu de defender lo propio,
de querer echar al usurpador sin medir cómo ni con qué, sin pensar que quizás no había
regreso.
Era tal la improvisación que me enteré de que iba a la guerra cuando llegué al sitio de
operaciones; otros, cuando ya estaban vestidos de civil prontos para regresar a sus
hogares. Nadie pudo avisar a sus familiares que nos llevaban a la guerra. Muchos
esperaron un regreso en vano, una espera de dolor eterno, se desangraron por el costado
más tierno. Sólo cuando ya estábamos allá en la isla, pudimos contarles lo que sucedía
mediante cartas; algunos padres se enteraron antes porque vieron a sus hijos en las fotos
de los medios.
Fui a una guerra que sentimos y padecimos unos pocos argentinos, el resto de los
habitantes sufrió solo un deporte, un circo organizado para la ocasión: el mundial de
fútbol que se jugaba en España.
Mientras yo jugaba a matar o morir defendiendo a la Patria, otros entusiasmados
defendían una camiseta en una estrategia de mentira y encubrimiento.
Te envío un abrazo con tristeza, pero con el valor intacto.

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Carta Nº 2

Estimado amigo:
a vos que estás en la comodidad y la tranquilidad de tu hogar rodeado
de afectos, te deseo de corazón que nunca pierdas ese tesoro o tengas que estar en un
lugar como en el que estuve.
Cuando se está en el frente de batalla, la mente trabaja a pleno todo el tiempo; relajarse,
puede significar una distracción fatal. Pensaba sobre todo en sobrevivir, en mejorar mi
situación en el sitio donde estaba. Procuraba estar lo mejor posible física y
psíquicamente con cosas básicas: tener algo para comer puesto que las raciones no
llegaban, mantener la ropa seca, acondicionar la trinchera para que no entrara el agua
cuando llovía. Aunque logré esto último, no pude quitarme los borceguíes durante todo
el conflicto y esa humedad en los pies, hicieron que las medias se me pegaran a la piel
provocándome serias heridas cuando las quise sacar. No podía descalzarme porque se
me congelaban los pies y en la isla no había leña como para hacer un fuego y
calentarlos. Sólo contábamos con la turba que hacía brasa pero no había que encenderla
porque el humo delataba nuestra posición. Pensaba en mis amigos y compañeros de la
unidad que estaban en otras trincheras y me las ingeniaba para escaparme a visitarlos.
La necesidad de afecto era muy grande, el reencuentro me levantaba la moral y la
esperanza de que aún se podía continuar con vida.
También mi familia, mi novia, los amigos de la barra, desfilaban permanentemente por
mi mente, produciéndome una gran tristeza. A todos nos pasaba lo mismo, lo sabíamos
con solo mirarnos y nos refugiábamos en el abrazo del otro. Afloraban llantos de
ausencias, de abandonos. Hubo cartas malditas que terminaban de leer los compañeros,
porque sumaban el desamparo a la situación. Eran de amores que no esperarían, que
cortaban el amarre de esperanza para el regreso.
Yo tuve la suerte de contar con tus cartas y las de mi familia. Te agradeceré siempre ese
gesto.

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Carta Nº3

Hola Rubén:
¿Te acordás cuando nos reuníamos en la esquina con la barra y hablábamos
de las cosas que íbamos a hacer cuando fuéramos grandes? ¿Cuándo contábamos
historias haciendo mímica? En las trincheras hacíamos lo mismo. A pesar de los
momentos críticos, tratábamos de hablar de otras cosas y bromeábamos para levantar el
ánimo. Sólo unos pocos tenían una actitud derrotista o maldecían verticalismos
estúpidos que empeoraban la situación. Se quejaban de que nadie se preocupara
realmente por nosotros. Los demás estábamos resignados, aceptábamos la historia, el
destino que nos tocó vivir. Hacíamos catarsis, con la risa inyectábamos optimismo a la
ilusión de volver a nuestros hogares. Hablábamos de los proyectos a realizar cuando
regresáramos, de qué estarían haciendo cada uno de la familia, las novias, los amigos,
los compañeros de trabajo.
También compartíamos tareas, ayudábamos a escribir cartas a quienes no tenían buena
redacción o no sabían cómo hacerlo; cosíamos la ropa de los que no sabían hacerlo o
encendíamos puñados de turba para calentar las manos.
Aprendí historias de barrio y costumbres de otras provincias en las charlas desveladas
de esas noches fantasmales. Viajé por el mundo con la imaginación.
Había un tema recurrente, el hambre. Pretendíamos mitigarlo montando escenas
teatrales haciendo uso de la mímica en parrillas virtuales con asados, pollos, embutidos,
achuras; cocinas funcionando a pleno con milanesas, churrascos, papas fritas, siempre
todo acompañado de los mejores vinos y cervezas. Lo que más se sentía era la falta de
cigarrillos; en la desesperación, los hacía con cualquier papel y musgo pero su sabor era
tan horrible que les daba sólo algunas pitadas. Cuando tenía cigarrillos de verdad, los
cuidaba como a un tesoro.
En el pueblo había de todo, pero estaba lejos y teníamos prohibido ir. Esto me rebelaba
porque las raciones no llegaban a las trincheras y era el único lugar en donde podíamos
comprar alimentos. Debido a los horribles cigarrillos armados con turba ya no fumo.
Les tomé asco y al final fue algo bueno para mí.

Un abrazo.

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Carta Nª4

Estimado Rubén:
ayer estaba haciendo un trabajo en mi casa, cometí una imprudencia y
casi me lastimo; y ese acto, me trajo a la memoria unos hechos ocurridos allá en
Malvinas, entonces recordé la mesura que te caracteriza, porque hubo acciones
descabelladas e imprudentes además de las heroicas.
Recuerdo que durante una alerta roja cuando atacaban los aviones, un oficial de una
trinchera vecina salió al descampado para arreglar un cable cortado del aparato de
comunicaciones que los unía a los morteros, y cuando terminó de hacerlo, se quedó
sentado a mirar como si fuera un festival, sin tomar conciencia del peligro.
Otro soldado salió para ir hasta otra trinchera a buscar cigarrillos y chocolates,
desobedeciendo la orden de ponerse el casco, aduciendo que pesaba mucho, pero
cuando regresaba, se arrepintió porque tuvo que hacer cuerpo a tierra bajo la metralla
enemiga.
También observé actos ruines. Para castigarlos, se les ordenó a dos soldados que
cambiaran su posición bajo el fuego de un ataque, sin posibilidades de armar una rápida
defensa. Gracias a la valentía del soldado Francisco Sirtori que se opuso al oficial
apuntándole con su arma, se evitó una muerte segura y estúpida.
En otra oportunidad, durante un bombardeo de los cañones, un soldado estaba al raso y
pidió apoyo a gritos para protegerse. Su compañero de trinchera abrió fuego para llamar
la atención del enemigo, sabiendo que concentrarían los disparos sobre él. Así ocurrió y
con su heroica acción logró salvarlo.

También fui testigo de lo que ocurrió en una trinchera cercana cuando cayó sobre ella
un proyectil de fósforo blanco, arrojado desde un lanzacohetes y la incendió. El fuego
alcanzó a uno de los soldados y salió corriendo envuelto en llamas, presa del pánico. Su
compañero, sin pensar en las consecuencias, lo alcanzó, lo envolvió con una manta y lo
tiró al suelo. Siempre, bajo el fuego enemigo, regresaron a la trinchera.
El amigo que te escribe, también vivió situaciones similares y tuvo la suerte de poder
contártelas.
Hasta la próxima.

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Carta Nº5

Querido amigo:
hoy estoy con las defensas bajas, no sé si es el día gris que me pone la
tristeza a flor de piel y me trae lo vivido, pero siento que volví despojado. Sólo tengo
recuerdos de horror, de miedo, del aire espeso que deja la guadaña de la señora muerte.
Los bombardeos resuenan todavía en mi cabeza, y a veces, siento esa sensación en la
piel, a pesar de que los proyectiles pasaban a metros de distancia. Quería que pararan de
caer las bombas de los buques que nos asolaban día y noche. Se llega al egoísmo
extremo cuando en el afán de seguir vivos, y sin pensar en los otros infortunados,
sentíamos alivio si los proyectiles no caían en la nuestra. Sólo nos sostenía la esperanza
de que el tormento de la vigilia y de esas noches interminables, tuviera fin. Era un rezo
de resignación y entrega. Lo más terrible fue el infierno del ataque final, donde la noche
de pronto se hizo día, iluminada por la luz de las balas razantes. Tanta intensidad me
generó confusión, no sabía en un momento dado donde se hallaba el enemigo, quizás
estaba en la trinchera en la cual momentos antes se encontraban mis compañeros pero
no podía saberlo con claridad.
De muchos, traje nada más que el ingrato recuerdo de sus cuerpos inertes, mutilados, el
llanto de la desesperación, el pánico, los rezos de clemencia elevados a Dios, la
desesperanza de no volver a estar con sus seres queridos.
Disculpame este lamento. Te agradezco que leas estas líneas que alivian mi alma.

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Carta Nº 6

Estimado amigo:
hoy estuve en el puerto y ví que entraba un gran buque a cargar
cereales. Me pareció ver al buque en el que volví de las islas. No sé como expresarte lo
que sentí cuando llegué al territorio argentino. Regresé desde las tinieblas, desde una
espesura de humedad y pólvora. Con mis compañeros sólo teníamos una mirada turbia
que nos unía, no había alegría en el reencuentro. El dolor pesaba un poco menos al
saber que escapamos del infierno de plomo, del hambre, del frío, de la muerte. En las
planillas de recuento, se grabó el dolor ya sin nombre de los ausentes, de los rescatados
de la locura. También surgieron los de aquellos temerarios que como polizontes se
embarcaron luego de escapar de sus batallones para estar al lado de sus camaradas. Los
lazos creados como compañeros y el fervor patriota, decidieron que no debían estar
excluidos en la defensa de su patria, ofrecieron sus vidas sin que los llamen.
El “Bahía Paraíso”, un buque hospital, nos trajo de regreso al continente. Yo no era el
mismo, no tenía las ilusiones, el ímpetu, la animosidad de la ida; lo de ahora eran la
desilusión, la impotencia, la amargura, el llanto sin la gloria prometida y en mi cuerpo,
el estigma del hambre y la costra de mugre acumulada durante casi tres meses sin
bañarnos, sin cambiarnos la ropa.
Sólo cuando me vi en Río Grande sentí que estaba vivo, cuando mi estómago reconoció
lo que es una comida caliente y nutritiva y sin costras, mi piel volvió a respirar. Como
un símbolo de vida, presencié como se quemaban las parvas pestilentes de los
uniformes.
En ese lugar, durante una semana y media, los responsables del conflicto, a través del
Servicio de Inteligencia, quisieron tapar la ineficiencia y la improvisación con un lavado
de cerebro, tratando de recomponer mi cuerpo y de cambiar las imágenes que traía en
la cabeza. Día a día procedieron a interrogarme y trataron de convencerme de que no
debía contar nada de lo sucedido en esa guerra. Me obligaron a firmar un ignominioso
documento mediante el cual, se me obligaba a mantener silencio sobre el tema bajo
amenaza de sanciones penales. Finalizado este “tratamiento”, nos embarcaron en un
avión con destino al aeropuerto de Ezeiza en Buenos Aires.
Creí que todo había terminado, pero no fue así. Después comenzaba otra historia que
alguna vez te contaré.

Desde el buque “Bahía Paraíso”

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Carta Nº7

Rubén, amigo mío:


como te adelanté en la carta anterior, continúo con la historia de la
llegada a Buenos Aires donde para mi sorpresa, me esperaba el corolario de la bajeza
del Ejército y del Estado.
Me cargaron como a ganado, como a elemento impúdico junto a mis compañeros en
colectivos con los vidrios cerrados y tapados y en camiones cubiertos con lonas, para
que no pudiéramos ver nada y nadie nos viera. Me dejaron en la Terminal de ómnibus a
las cuatro de la mañana, cuando ya estaba cerrada, no había nadie. Me tiraron ahí como
quien tira algo descartable, sin boleto o pase para el colectivo que me permitiera
regresar a mi casa. Algunos pocos habían podido conservar algo de dinero que le
enviaron sus familiares dentro de las cartas, y pudieron comprar el pasaje; otros, los
consiguieron pidiendo un poco a cada amigo. Pero la gran mayoría, los que vivían en las
provincias del norte, Chaco, Corrientes, Misiones y Entre Ríos, tuvieron que viajar
como polizontes colgados de los trenes. Estábamos abandonados a nuestra suerte,
enfrentados a la ignorancia de la sociedad representada en los guardas que no entendían,
no sabían que regresábamos de esa guerra que en un principio avivaron con fervor y
luego olvidaron con la misma pasión. Para ellos, su trabajo no tenía nada que ver con
esa guerra y les impedían viajar gratis invocando que el Estado, que era en realidad
quien debía hacerse cargo y arbitrar los medios del regreso. Solo a unos pocos les
permitieron subir, pero en cada estación, surgían los problemas, se repetía el juego del
policía y el ladrón cuando pasaba el guarda pidiendo los boletos. Bajaban de un vagón y
subían a otro cuando ya había pasado.
A pesar de estos acontecimientos, lejos estaba de imaginar lo que vendría, eso fue sólo
el comienzo de los problemas.
Hasta la próxima.

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Carta Nº 8

Amigo:

tengo la suerte de contar con vos, no sabés lo importante que fue tener tu apoyo
y tus cartas durante mi permanencia en ese infierno. Por ello sós una de las personas con
las que puedo abrir mi interior sin pudor y puedo contarte lo que siento, lo que me pasa.
¡No sabés lo que fue el camino de retorno¡
Traté de recuperar lo que soy, ( aceptando el temor de haber hecho quizás un viaje sin
regreso), en un reencuentro con lo elemental, con las cosas simples. Tenía la sensación
de ser un extraño en mi propia casa, recordaba con asombro todo aquello que había
vivido sólo unos meses atrás, sintiendo que había sido una eternidad. La gente no podía
imaginar que venía del horror, me miraban extrañados y hablaban por lo bajo cuando
comentaba con mis compañeros: “¡mirá las vacas!, ¡mirá los árboles!”.
Renacía también como hijo, recuperaba el alma y la carne robada por mandato de una
locura sin nombre. Fue volver al regazo, a la casa, al barrio, y no fue fácil, no se puede
después de una experiencia tan extrema, continuar donde se ha dejado.
Flotó una energía llena de silencios, de miedos, de interrogantes en las miradas de los
que regresamos y de los que estaban. Pero por sobre todas las cosas, prevaleció la
necesidad de estar al calor del hogar, de abrazar a los seres queridos y descargar en un
llanto reconfortante, la alegría y la angustia de sentirnos plenamente humanos.
En la calle, tuve sentimientos contrapuestos, lo público por un lado y lo íntimo por el
otro. Experimentaba alegría cuando los vecinos se agolpaban para recibirme y
felicitarme, pero a la vez, estaba incómodo porque tenía la urgencia de disfrutar la
intimidad de la familia.
Lo mismo ocurrió en el reencuentro con los amigos, fue el abrazo de siempre pero la
sustancia de grupo, lo que se comparte, ya no era igual Yo había crecido de golpe y a
ellos, la vida les pasaba por otra dimensión. Me sentía desplazado y eso se puso de
manifiesto ante la suma de entrevistas, los currículums presentados y las promesas de
trabajo nunca concretadas que me agotaron las ganas.
Me entrevistaban para que les cuente como fue, qué pasó en la guerra, nada más;
querían tener información de primera mano. Además, me daba cuenta de que se
preguntaban si podía tener la locura de posguerra, buscaban el comportamiento
irracional que habían visto algunas veces en la televisión o en películas. Es cierto que
hubo algunos casos de locura en nuestras filas y también suicidios que pudieron
evitarse.
No fuimos atendidos psicológicamente, nada más que por desidia, ignorancia o el
egoísmo del Estado que no se hizo cargo y no le importó nuestra situación de pos
guerra, la salud mental de quienes fuimos obligados a luchar. Para los máximos
responsables fuimos estadísticas.
Fui el número cero; nunca pensé que ese número tuviera tanto valor.

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Carta Nº 9

Rubén:
no tienes que agradecerme las cosas que te cuento, para mí es bueno que lo haga
aunque no pueda ser tan preciso y minucioso. Sí puedo puedo contar las que fueron
graciosas, las que en ese contexto me parecían así, pero hoy, a la distancia tienen un
tinte de humor negro y una sonrisa amarga.
Se generaron cientos de anécdotas. Contar las dramáticas, siempre me resultó difícil.
Para ello es necesario despojarme de mí mismo, ubicarme como espectador de una
película, creer que no estuve allí en ese momento porque si recuerdo, se me cierra la
garganta. A la edad de los comienzos, me abrazó un silencio de asombro.
¿Cómo les cuento a quiénes miraron desde afuera, la suerte de los dados o el sacrifico
de un peón por un alfil en ese tablero mortal ?¿Qué palabras, qué argumentos elaboro
para explicarles a una madre, a un padre, lo que sufrió su hijo y no quebrarles la vida?
Ellos preguntaron poco, con lo que imaginaban ya era suficiente. Las que se animaron a
preguntar fueron las esposas. Querían ser partícipes, acompañar en el sentimiento a su
héroe frustrado, contenerlo. Aunque, hay temas, acciones, tan íntimas, códigos propios
de los combatientes que sólo con un camarada que vivió lo mismo, se pueden compartir.
A mis hijos les hablo de la enseñanza que nos dejó, que sean custodios de la herencia
de la memoria histórica. A ellos les cuento para que sepan de la boca de quien realmente
vivió esa experiencia que las guerras sólo traen miseria, no hay quien salga inmune de
ellas. A los más pequeños les cuento sobre las armas, las trincheras, vehículos, aviones,
montañas, vegetación, la gente que vive en ese lugar; nada que pueda afectarlos.
También han aprendido mucho de las conferencias que doy, de las revistas y la
televisión. Me piden todos los detalles, no puedo, me amordaza la congoja, me supera la
irracionalidad de matarnos unos a otros, no quiero dejar imágenes que angustien o no
sean comprendidas.
Hay miserias y heroísmos que no son los que en la vida común conocemos; en el frente
de batalla cada gesto tiene otro valor, otra dimensión.
No te preocupes, igualmente continuaré con los relatos.

Soldados conscriptos de 18 años

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Carta Nº 10

Querido amigo:
hoy el día está gris y anoche he dormido muy poco. Los días de fiesta o
los acontecimientos importantes, son motivos de manifestaciones ruidosas con bombas
de estruendo y petardos para entusiasmar a la gente, pero no alegran a todos, no a mí
que con esos estampidos me reviven escenas de espanto, se me altera el sistema
nervioso, me pongo tenso, la mirada se inquieta. Me siento como cuando estaba en la
isla, con la diferencia de que ahora estoy librando un combate interior.
Allá, fue una lucha hacia afuera, hacia el otro, con elementos físicos, desechables,
temporales. Aquí, el enemigo está dentro de mi ser, agazapado, sigiloso, acosando a
cada instante con un poder mortífero que puede llevarme a terminar conmigo cuando las
defensas estén bajas o no haya contención.
Mi lucha es solitaria, con escasos medios, el Estado no concluyó la tarea emprendida,
tiene un hueco en la historia que no ha sido cubierto. Gracias a mi familia y a la unión
con mis camaradas logramos sobrellevar el stress de posguerra.
Trato de no caer en depresiones, calmar la agresividad, el insomnio; en lo físico, me
quedó la audición disminuida a causa de las explosiones, y tuve suerte, otros
compañeros han quedado ciegos y con amputaciones.
Tengo noches terribles. Ya no sueño cosas como antes que vienen y se van, son
recurrentes, están instaladas, grabadas en lo que no se borra. No son ángeles y flores,
son aviones y metrallas. Noches de cama revolcada, transpiración y angustia.
Hoy no saldré a la calle, trataré de distraerme leyendo o mirando una película.
Un abrazo.

Carta Nº 11

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Estimado amigo:
ayer compartí unas horas con mis hijos y en ellos vi a todos los jóvenes
que como yo, tuvimos que ir a la guerra.
Recordé lo brutal del ser humano, las improntas a fuego en lo más tierno de un alma
que empieza a crecer.. Cuando el sosiego trae estos balances, se valora lo que se ofreció
y lo que pudo recuperarse. Queda un sentimiento amargo, un lamento de jóvenes con
ilusiones, con futuros programados como hojas arrancadas al libro único que no se
borra, que se escribe con lo más caro y personal. Huellas profundas que no se borran
están en los destellos del combate. Ahora, tocar un arma me coloca en una situación
extrema, los nervios son un clarín que toca a retirada. Soy consciente de la experiencia
adquirida, sé que si tuviera que ir a otro enfrentamiento armado, sería otra mi
mentalidad y otros mis impulsos, pero no quisiera repetirla, ni podría soportarla.
Cuando nos reunimos los camaradas, recordamos sin palabras, con mirarnos y
abrazarnos está todo dicho. Lo que importa ahora es la compañía y el asado que nos
convoca, saber que cuento con ellos para tener un cable a tierra, para que no se espanten
los pájaros del corazón.
Ahora importan solamente los proyectos propios y el futuro de mis hijos. Tienen la edad
que yo tenía cuando marché al frente de una batalla que ni siquiera imaginaba. Que ellos
vivan en paz y en libertad.
Deseo que los tuyos también puedan hacerlo, hay que luchar por la paz, sin armas pero
luchar.
Un abrazo a todos.

Carta Nª 12

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Amigo mío:
éstas son las últimas líneas que te escribo. Espero que a partir de ahora,
comprendas un poco más lo que deja una guerra en el corazón.
Quiero que sepas que a pesar de todo, no guardo rencor hacia los soldados enemigos. El
único rencor es hacia el Estado inglés por la usurpación de nuestras islas y la
explotación de la riqueza que nos pertenece. Quedó pendiente el poder hablar con
alguno de ellos, intercambiar sentimientos. Sé que a pesar de que eran soldados
profesionales, (no como nosotros, todos novatos sin ninguna preparación), también
quedaron con secuelas que afectaron sus vidas. Hubo suicidios en sus tropas. Los
impresionaron nuestras caras adolescentes, la falta de entrenamiento, el hambre y el frío
que pasábamos, la inacción de días y días. Un soldado no es un criminal y aunque matar
signifique defensa extrema, una muerte se lleva para siempre en la conciencia.
En mi caso, me aguijoneaba un pudor moral que me impedía decir que había matado a
otra persona. Me pesaba tanto que lo negaba. La ayuda psicológica y el paso del tiempo,
aliviaron mi tormento y pude aceptar que lo había hecho.
No es fácil aceptarlo si se piensa que se le ha quitado el padre a unos hijos, el esposo a
una mujer, el hijo a unos padres. No es fácil después de haber estado en contacto con
esos soldados y comprobar que son personas comunes, con los mismos sentimientos,
amores, alegrías y dolores. Pero es imposible pensar así, envueltos en niebla, día y
noche sin poder ver a más de cien metros o cuando se está alerta durante 24 horas
esperando que el enemigo surja de entre las tinieblas y te mate.. Ellos podían hacerlo,
tenían rayos infrarrojos que les permitían ver en la oscuridad, pero nosotros no
contábamos con esa tecnología. Solo sabíamos que del lado de la costa venía el enemigo
y que a toda sombra que se moviera había que dispararle.
Cuando se está tantos días en una trinchera, se pierde la importancia de la vida, me daba
lo mismo disparar o que me acertaran. El juego ya estaba dado. Con el transcurrir de los
días fui tomando coraje, accionaba el gatillo de manera automática, no analizaba lo que
hacía. Veía bultos que caían heridos o muertos. Sentía que algo me corría por dentro,
podría llamarlo adrenalina, pasaba del frío al calor en un instante. Tuve sensaciones que
jamás volví a sentir. Se entumecían las manos y los brazos, me sentía extraño. No era un
juego virtual en el que manejaba las situaciones desde afuera sin riesgos, no podía
abandonarlo cuando deseara. Matar o morír, no había otra salida.
Ese combate terminó, pero ahora continúo con el otro: el combate interior.
Hasta siempre; que la paz, sea entre los hombres de buena voluntad.

Una sala para la memoria

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El veterano de guerra Armando Scévola explica que a partir del día 01-05-07
abrió sus puertas la Sala Evocativa “Daniel Francisco Sirtori” en Concepción del
Uruguay, única de la provincia de Entre Ríos. Está ubicada en una de las dependencias
del Correo Postal , en la esquina de las calles Galarza y 25 de Mayo. Su creación
obedece a la necesidad de que los estudiantes de todos los niveles y el público en
general, puedan acceder a la información de los sucesos de la guerra de Malvinas que
tuvo como protagonistas a jóvenes de nuestra ciudad.
A partir de una muestra fotográfica de los alumnos del Colegio Justo José de Urquiza,
surgió la idea de tener un lugar que brinde una información detallada de lo que fue
realmente ese hecho histórico, a través de los relatos de quienes fueron los verdaderos
mártires de una lucha desigual.
El lugar recibe además la visita de muchos turistas que demuestran un real interés por
conocer los detalles de lo que nuestro país vivió en ese ahora lejano 1982, y dejan en el
libro de visita, palabras de asombro ante la indiferencia con que nuestros gobernantes
han tratado lo que sucedió en las islas.

Quién fue Daniel Francisco Sirtori


Daniel Francisco Sirtori, nombre que lleva la sala, nació el 28 de junio de 1962 en la
ciudad de Chajarí, al norte de la provincia de Entre Ríos. A los dieciocho años fue
convocado al servicio militar obligatorio. El 4 de abril de 1982 llegó a Malvinas junto a
miles de jóvenes como él, y lo ubicaron en el monte Tambledown. Allí permaneció
hasta el 14 de junio del mismo año, día en que la contienda finalizó.
Sus compañeros, lo Veteranos de Guerra, han querido recordar, de esta manera, a quien
fue después un hombre de bien, que formó una familia y trabajó para ellos, como
muchos de los que regresaron sin un mínimo reconocimiento por parte de los
responsables que los arrojaron ciegamente a una situación trágica y dolorosa.

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Fue uno más de los compañeros de posguerra y nunca dejó de estar presente, a pesar de
la distancia, para compartir lo que los unía. El 3 de junio de 1999, seguramente
doblegado por los monstruos de recuerdos no queridos y una realidad injusta, Daniel
Francisco Sirtori eligió el suicidio. Tenía …..

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