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LA REFORMA DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA

DE VALPARAÍSO DE 1967.
UNA REORIGINACIÓN POÉTICA.

Godofredo Iommi en 1969

Introducción

El 15 de junio de 1967 se firmó, en la Escuela de Arquitectura de la Universidad


Católica de Valparaíso, un manifiesto que fue el primer paso público de lo que
posteriormente se llamó la reforma universitaria. Dicho manifiesto es de vital
importancia puesto que en él se encuentran los fundamentos de un movimiento que
provocó dicha reforma no sólo en la Universidad Católica de Valparaíso sino que se
extendió luego al resto de las universidades nacionales de la época. Los planteamientos
del manifiesto abarcan toda una serie de temas y tópicos que, por su variedad e
implicancias, no es posible tratar aquí, pero algunos de sus aspectos serán revisados en
orden a establecer la relación entre los anhelos del movimiento reformista y la posterior
organización efectiva tanto de la misma Escuela de Arquitectura, de otras facultades e
Institutos de la UCV y finalmente la fundación de la Ciudad Abierta de Ritoque.

Aquí se plantearán ciertas preguntas en orden a establecer relaciones entre la


organización o empresa que era la Escuela de Arquitectura y la Universidad misma, y el
movimiento reformista. Es decir, se trata de un intento por iluminar la capacidad de una
entidad, como la Escuela de Arquitectura –de objetivos en principio solamente
artísticos–, para transformar completamente su entorno más directo (la Universidad); su
relación con un ámbito mayor (la sociedad a nivel nacional) y finalmente su capacidad
para transformarse a sí misma. Para que una organización emprenda con relativo éxito
un proceso de esta magnitud, deben existir ciertos factores que se disponen y se
conciertan de tal forma, que la coyuntura política, social, económica, artística,
académica, etc. se vea por completo influenciada. De partida es necesario concederle a
una organización la posibilidad de que ciertas transformaciones sociales nazcan en su
íntimo seno, que pueda ser ella provocadora de cambios notables en un ámbito mayor
que el de su estricta incumbencia directa. Sucesos y ejemplos como éste, sucedido hace
más de cuarenta años, apoyan la idea de estudiar a la universidad no como un elemento
menor dentro del marco general de la economía, sino como un agente activo y
preponderante en el desarrollo de ésta y también de la sociedad completa. El factor
económico no es mencionado en forma explícita por el manifiesto y se hacen sólo
referencias medianamente lejanas a la situación de pobreza y escasez de recursos que
vivía entonces la universidad. Pero veremos que en el curso mismos de los hechos, el
problema financiero sí es mencionado y además expuesto como una situación bastante
elocuente que justificaba las demandas de los reformistas. Sin embargo se trata, al final,
de concederle al ámbito universitario ir más allá de las fronteras de una “reforma”, hasta
alcanzar una verdadera reoriginación.

En el transcurso de esta breve investigación han ido apareciendo datos, personajes y


situaciones que ameritan su ampliación para abarcar no tanto un espectro mayor de
tiempo ni de hechos, sino una mejor profundidad; para así intentar crear una
interpretación que aporte novedad a la historia de estos asuntos. Para no caer en esa
carencia de profundidad es que este estudio está planteado como un inicio o primera
parte y se divide en dos breves pasos:

 Introducción al manifiesto del 15 de Julio y a la Escuela de Arquitectura.


 Relación de los acontecimientos en base a tres extractos del manifiesto.
o Situación del Poder.
o Situación de un aspecto económico.
o Situación poética.

Queda pendiente como cuestión fundamental las entrevistas a las personas que
participaron directamente de los hechos. En un comienzo los entrevistados iban a ser
solamente el profesor y arquitecto Fabio Cruz (hoy fallecido) y el profesor y arquitecto
Alberto Cruz C. Sin embargo en diversos documentos y declaraciones fueron
apareciendo nombres de otros profesores y personas que ameritaban ampliar estas
entrevistas. Nombres que hoy están encumbrados en altos cargos públicos como el de
José Miguel Insulza (presidente de la UFUCH de la época) y otros como los de los
profesores Romolo Trebbi, Claudio Díaz, Ernesto Rodríguez, Hugo Montes y otros que
aparecen firmando declaraciones y documentos y que fueron o son profesores de la
UCV o se encuentran relativamente vinculados a ella.

I. Introducción al manifiesto del 15 de Julio y a la Escuela de Arquitectura.

La Escuela de Arquitectura fue refundada en 1952 cuando un grupo de arquitectos


fueron separados de sus labores docentes en la Universidad Católica de Santiago. El
Padre Gonzáles, entonces rector de la UCV, los invitó a integrarse a esta casa de
estudios. Un total de seis aceptaron el ofrecimiento y se vinieron a Viña del Mar. Eran
los arquitectos Alberto Cruz, Miguel Eyquem, Fabio Cruz, Arturo Baeza, José Vial, el
pintor Francisco Méndez y el poeta Godofredo Iommi. Muy poco tiempo después se les
unió el escultor argentino Claudio Girola. Los planteamientos que este grupo traía para
el ejercicio de la docencia y del oficio eran por completo nuevos y se basaban en la
relación entre la poesía y los oficios[1]. Esta relación es extremadamente compleja
(pero no por eso complicada) y el hecho de que se mantenga como el fundamento
principal de dicha Escuela en la actualidad, indica que su realidad ha sido fructífera a lo
largo de los años. Esta relación requiere ser aclarada, al menos en términos generales,
porque va a explicar la notable cohesión entre los profesores y los alumnos de la
Escuela de arquitectura durante los meses que duró el conflicto de la reforma.

Fabio Cruz en la travesía de 1965

Lo que permite la relación entre la palabra poética y la arquitectura es que la poesía es


considerada como un lenguaje primero u originario, anterior a la forma de cualquier otro
tipo de leguaje. Decir anterior no quiere decir mejor ni superior, sino que sitúa a la
poesía en el fundamento mismo del ser humano como la posibilidad de que el hombre
sea hombre. Es la palabra lo que le otorga al hombre su condición de tal, y en ese
sentido la poesía es la expresión máxima de toda palabra. Una poesía ubicada en estos
términos no tiene nada que ver con la literatura, que sería ya un lenguaje equivalente al
de las matemáticas, la filosofía o la historia. Más que en el lenguaje, la poesía está
sumida en la lengua misma y su misión, por cierto difícil[2], es abrir y nombrar para
que las cosas tengan existencia. Así, cualquier oficio puede ser considerado arte en la
medida que su oficiar devenga en creación y cualquier oficio, no sólo la arquitectura,
tiene o puede tener una relación fructífera y trascendente con la poesía[3].

La relación de la que hablo implicó para este grupo de artistas un modo de vida que a
través de la docencia universitaria fue traspasado a los alumnos de la Escuela. El modo
de la Escuela para enseñar el oficio de la arquitectura (y hoy además de los diseños)
requiere de un fuerte compromiso en el trabajo, en el estudio y también en la vida. Se
enseñaba de forma más cercana a la relación maestro-discípulo que a profesor-
alumno[4]. El rol y la injerencia del poeta Godofredo Iommi en todos los ámbitos de la
Escuela fue decisivo a la hora de construir un cuerpo unido y preparado para enfrentar
el proceso de la reforma. Iommi no sólo es prácticamente el redactor del manifiesto
(aparece firmado por la totalidad de alumnos y profesores, pero fue él quien lo escribió),
sino que participó activamente en asambleas y reuniones tanto dentro como fuera de la
Escuela. Pero antes de revisar su papel o influencia como factor determinante y después
de estas breves consideraciones vamos a revisar el manifiesto mismo. Dada su extensión
he seleccionado tres partes relevantes para el desarrollo inmediato de mi proposición.

II. Poder, economía, poética.


a) Situación del Poder.

Extracto Primero.

“Desde la Independencia hasta nuestros días -unas veces más, otras menos, algunas
con fortuna, otras con reveses-, nuestra América ha sido continuamente velada por sus
propios hijos, importando sin cesar y mudando veleidosa y continuamente nociones e
ideologías puestas al servicio de quienes detentaron o aspiraron al poder.”

El poder fue una preocupación notable durante el conflicto de la reforma. No se puede


decir que el poder haya sido el motivo central de las discrepancias, pero en la revisión
de las declaraciones y esfuerzos de los protagonistas se observa una insistencia en este
aspecto. La Universidad Católica de Valparaíso, al igual que la mayoría de las
universidades chilenas, poseía un sistema de gobierno estructurado desde fuera de ella.
En este caso, desde la jerarquía de la Iglesia Católica[5]. El Obispo de Valparaíso,
Emilio Tagle Covarrubias, era el Gran Canciller de la Universidad y nombraba
directamente al rector (Arturo Zavala durante la reforma), vicerrectores, decanos y
miembros del Consejo Superior, por un período indefinido de tiempo. Las finanzas no
eran de conocimiento público y en términos generales se puede decir que era un poder
no democrático. En estas circunstancias sucede que las autoridades no deben rendir
cuenta de su gestión y si lo hicieron bien o mal no trae mayores consecuencias. Por otro
lado se obtiene que el gobierno de la Universidad es ejercido por una autoridad
eclesiástica y no por una académica, y este sólo hecho puede provocar, independiente de
la calidad de la gestión de dicha autoridad, el anhelo normal y evidente de las personas
de ser gobernadas por sus pares, es decir por académicos. En otras palabras el anhelo de
autonomía. En todo caso, al principio del movimiento no se cuestionó la honorabilidad
del rector en ejercicio, sino sólo el estatuto del cargo “rector”. Tampoco se intervino en
contra del obispo, por el contrario, se reconoció en todo momento la autoridad de la
iglesia, aunque se exigía que ésta tuviese un rol orientador más que de gobierno
directo[6]. El obispo, enfrente de las publicaciones de la Escuela de Arquitectura y la de
las demás escuelas y facultades[7] que se sumaron de inmediato, resuelve crear una
comisión de reforma que atendiese las peticiones y demandas de los reformistas[8]. Sin
embargo, al mismo tiempo el obispo no acepta la renuncia del rector Zavala dando una
clara señal de que el poder lo sostiene él por mandato directo de la Santa Sede y se
muestra dispuesto a no ceder ni un ápice al respecto[9]. Durante una reunión del
Consejo Superior ocurre entonces el cisma decisivo; un grupo mayoritario que propone
la reestructuración inmediata y otro sector minoritario que, si bien apoya la reforma,
rechaza la destitución del rector y se alinea con la autoridad eclesiástica. Se forma un
Consejo Superior disidente que declara en definitiva su independencia absoluta del
rector y de los consejeros superiores que han sido nombrados por el obispo y propone
llevar adelante una serie de medidas democratizadoras, comenzando por la celebración
de un Claustro Pleno constituyente. En la casa central ocupada por los estudiantes se
dan a la tarea de realizar estos primeros cambios.

El obispo, el rector y sus consejeros determinan destituir de sus cargos a los consejeros
disidentes y declaran como ilegal cualquier resolución y acción que estos lleven
adelante[10]. La disputa por el poder entra en su momento más álgido y se suceden una
serie de declaraciones en la prensa en que uno y otro bando se acusan mutuamente. Las
pasiones y la intransigencia derivan en un cuadro en el que la Universidad queda
efectivamente sin gobierno mientras intervienen otros sectores de la sociedad. Por un
lado el bando conservador que tiene voz en El Mercurio de Santiago[11] y por el otro
organizaciones obreras[12] y casi la totalidad de las federaciones estudiantiles del
país[13]. Aparentemente, la mayoría de las autoridades (por cierto designadas) de las
facultades y escuelas se “bajan” del movimiento; solamente la Escuela de Arquitectura
en pleno lo sostiene, pero están también la mayor parte de los profesores de la
Universidad y prácticamente todos los estudiantes. El problema del poder se convierte
en una cuestión de principios incluso en el ámbito de la justicia, en el cual se debate por
ejemplo el derecho a la rebelión frente a una autoridad que si bien puede ser “legal”, es
a su vez “ilegítima”. El obispo no otorgará ninguna concesión mientras no se reconozca
su autoridad “legal”[14] y los estudiantes y profesores, más la Escuela de Arquitectura,
no cederán mientras no se reconozca que dicha autoridad es “ilegítima”[15] y que el
derecho inalienable a la autonomía pasa necesariamente por elecciones directas de todas
las autoridades[16].

La organización completa de la Universidad se ve enfrentada a su propia renovación


con una disputa de poder interno que sobrepasa sus fronteras y que se convierte en una
cuestión de índole social cuando en último término lo que está en juego es la
libertad[17], entendida en su más amplio y hondo sentido. En el fondo, el debate
siempre estuvo en conceptos superiores a las cuestiones administrativas, que fueron en
verdad más una excusa que la materia misma del asunto. Hay que hacer notar que estos
asuntos “administrativos” no eran menores y de ellos se desprende en un primer nivel la
gobernabilidad de la institución, pero la reforma apuntaba a valores y no a solucionar
materias de orden meramente práctico[18].

Alberto Cruz, en 1971, explicando el partido general de la Ciudad Abierta

b) Situación de un aspecto económico.

Extracto Segundo.

“Debemos reconocer la falta real de investigación generalmente confundida con el


ejercicio de sus técnicas peculiares o con la descripción de fenómenos, pues no hay
investigación fundamental sino donde comparece o una relación distinta de causa a
efecto o una estructura o relación peculiar de orden lógico, ni hay investigación
aplicada sin esa base pues esta es generalmente consecuencia de aquella; reconocer
que para su probable existencia se requiere la consolidación de instituciones y
personas que se ejercitan y transmiten durante no pocas promociones de estudiosos,
siquiera una practica científica; reconocer la peculiaridad de tales condiciones no
accesibles a todos y en consecuencia revalorizar y dignificar la docencia, que es
principalmente pedagogía, medio y método de eficaz transmisión de conocimientos y no
investigación ni práctica científica; reconocer el valor exacto que ocupan las
profesiones u oficios (Sic) dentro de la Universidad para no convertirlas en el criterio
casi exclusivo y ordenador de los fondos y orientación universitaria, es la tarea
decisiva de esta hora.”

Si bien este párrafo del manifiesto apunta esencialmente a la investigación dentro de la


Universidad me concentraré en lo que se llama “el criterio ordenador de los fondos”.
Para comprender a cabalidad la situación financiera de la Universidad en los días de la
reforma, sería necesario acceder a documentos como balances, estados de cuentas y
otros. Esta investigación no puede abarcar, por el momento, esa zona; pero sí puede
atender a ciertos documentos que denuncian y exponen al menos una parte de esa
situación. Dije al principio que si bien durante el conflicto el debate general no se centró
sobre cuestiones de índole económicas o financieras, en el momento más radicalizado se
hicieron públicas denuncias en torno a estos asuntos[19]. La reforma pretendía, al
establecer un régimen democrático al interior del plantel, el manejo de los dineros para
decidir completamente sobre ellos. La autonomía política de las escuelas, institutos y
facultades, también implicaba el acceso a fondos propios de libre disposición. Se
consideraba que la gestión económica había sido en extremo deficiente por parte de la
administración de Zavala[20], derivando en una suerte de “empobrecimiento” de la
Universidad. Se cuestionó profundamente no sólo la mala administración de los
recursos en el sentido de ser mal invertidos o de cometerse errores en el gasto, sino que
además se postuló que tales recursos no tenían posibilidad de ser bien aprovechados
debido no a la incapacidad de sus administradores, sino porque en la estructura del
poder[21], estos administradores no podrían ser eficientes aún cuando sus intenciones
fuesen las mejores. Las acusaciones recibieron respuestas vagas y poco satisfactorias de
parte de la autoridad[22].

Los fondos de la Universidad provenían del estado y en ese sentido se manejaban como
otras instituciones públicas. Se mantenía sobre ella la idea de la empresa-estado o
estado-empresario, concepto sostenido desde la crisis de 1929 y que va a cambiar en el
mundo precisamente en estos años. Las empresas económicas estatales y muy
especialmente ciertas instituciones públicas, como las universidades, eran pensadas no
como causa de la economía sino como su consecuencia y podían, por ejemplo, arrastrar
deudas dados sus objetivos de mediano y largo plazo. La llegada de la economía
industrial cambia estas relaciones hacia modelos en donde la empresa u organización
adquiere más protagonismo dentro de los factores que construyen al sistema económico.

La solución del conflicto no pasaba solamente por resolver o reorganizar un


departamento de finanzas, no era sólo que se hicieran públicos los balances y los
estados de cuenta. Se trataba también de la distribución desigual de los salarios. Aquí se
toca un punto delicado, puesto que si bien se reconocía que la Universidad no era una
empresa con fines de lucro –de hecho ni siquiera debía autofinanciarse como ocurre hoy
día–, al existir una “injusticia” en los sueldos se produce un desajuste que afecta ya no
sólo a los empleados (sean profesores o administrativos), sino que a sus familias y junto
con ellas a un grupo más extenso dentro de la sociedad. Aunque la Universidad era una
empresa relativamente pequeña dentro de la escala nacional, su situación económica
debía condecirse con la realidad. Es decir, se pretendía readecuar no sólo el valor
económico de la docencia, sino que su lugar y trascendencia en la sociedad. Hasta
nuestros días las remuneraciones de un profesor universitario, sobretodo en las llamadas
universidades tradicionales, son bajas si se las compara con otras actividades
profesionales que requieren incluso menor preparación, pero la sociedad reconoce en
parte que la enseñanza es una vocación altruista y se respeta a quienes la llevan
adelante. Las universidades tradicionales hoy son reconocidas como centros esenciales
del conocimiento y como núcleos indispensables del desarrollo o progreso de la
sociedad. Si bien es cierto que los criterios economicistas actuales tienden a disminuir
sus capacidades de acción y de crecimiento (sobretodo comparándolas y
homologándolas con las universidades privadas), también es verdad que, en general y en
cierta medida, se las respeta y se las reconoce en su aporte al crecimiento íntegro del
país.

El conflicto, que posee muchas otras aristas y distingos importantísimos que no caben
en esta relación, fue superado finalmente el 8 de agosto de 1967. La reforma provocó un
cambio radical en la estructura total de la Universidad Católica de Valparaíso y en
cuanto al aspecto económico, finalmente se estructuró una organización evidentemente
más moderna y eficiente[23].

c) La Situación Poética.

Extracto Tercero.

“Tenemos conciencia que damos este paso decisivo sin confiar en ningún éxito ni temer
ningún fracaso, pues estimamos que la batalla sin concesiones para reoriginar nuestra
Universidad y el llamado a la renovación que implicará para todas las Universidades,
es ya de suyo una misión suficiente.
Por lo tanto, declaramos caducas, por incapaces, las autoridades vigentes de la
Universidad Católica de Valparaíso. No reconocemos la tuición del Rector, del
representante del Gran Canciller, ni del actual Consejo Superior. Declaramos acéfala
la Dirección de nuestra casa de estudios y proponemos su reestructuración, a fin de
que, por ejemplo, la vivienda, la sociedad, la historia y el urbanismo en América Latina
puedan ser vistos con ojos propios; el desierto y los desiertos como las selvas, las
floras y las faunas y los grandes ríos americanos; las Patagonias y sus montañas, se
hagan patentes en la contemplación o libre estudio y sea en un futuro próximo, tales
como el estudio del derecho (que no las leyes) de propiedad: o el régimen agrario. etc.;
las técnicas adecuadas, materia viva de nuestras Universidades, que así, y no de otro
modo, la Universidad cumple su objeto en la sociedad de sus hombres.”

Luego de lo expuesto en los dos acápites anteriores, me referiré a lo que me parece la


cuestión fundamental de este tema. Estamos acostumbrados a que los diversos
acontecimientos de la realidad, ya sean cotidianos o extraordinarios, puedan ser
explicados desde puntos de vista o perspectivas que tienden a ubicar estos hechos dentro
de fenómenos generales. Es decir, que cumplen con ciertos parámetros o reglas –
complejas o simples– que los ordenan de acuerdo grandes lineamientos históricos. La
identidad de los sucesos se resuelve por comparación: “esto tiene identidad porque
precisamente es idéntico a esto otro” y allí lo reconozco y en ello me oriento. La
oposición conservadora al movimiento del año 1967 intentó este método para desvirtuar
lo que en ella había de novedad[24]. Pero si bien el movimiento del año ’67 se conoce
hoy como la “reforma” universitaria, el sentido primigenio de dicho movimiento no
puede ser “idéntico” ni análogo a otras reformas que conoce la historia. Los términos
revolución o rebelión también nos llevan a la inevitable comparación con sucesos de
otra naturaleza (sobretodo política) que por supuesto se parecen y tienen puntos en
donde se puede apoyar una comparación, pero el análisis de ciertos documentos y textos
(sobretodo el manifiesto del 15 de junio) me conduce a otras conclusiones. Los sucesos
del año ’67 no nacen por una voluntad ni política ni social ni económica, etc. Lo que
ocurre en verdad es la aparición de una voluntad de reoriginación. Es evidente, por todo
lo expuesto hasta ahora, que el movimiento sí alcanzó a producir cambios en los campos
recién mencionados, pero ni sus causas ni sus consecuencias finales pueden leerse a la
luz de estructuras establecidas como un código común válido para todos los tiempos.
Una reforma (o una revolución) es de inmediato entendida como un movimiento de
fuerzas que propende a cambiar los aspectos formales y la relación del poder que un
determinado cuerpo u organización ostenta sobre otro, sean estos religiosos, políticos,
etc. Y el poder se entiende aquí como una herramienta de dominación –de toda índole–
de unos sobre otros. Pero sustancialmente siguen existiendo esas mismas relaciones de
poder aún cuando la balanza se incline hacia uno u otro lado. En este sentido la
“democratización”, por ejemplo de una institución como la UCV, no consiste
necesariamente en que el poder se disipe y desaparezca como herramienta de
dominación, sino en que éste se establezca como medio de comunicación eficiente,
gracias a un consenso acordado por las partes. La reforma de la Universidad finalmente
tendió a este tipo de democratización, en la que el consenso para el ejercicio del poder
permitió mejoras económicas como la redistribución de los ingresos y un
aprovechamiento más racional de los recursos. Pero lo que plantea una reoriginación
son más que este tipo de modificaciones. De hecho, se trata de otra cosa que un cambio
en la forma del poder o del uso del dinero.

Me refiero a que en un fondo no necesariamente claro y evidente (pero sí real y


existente), la reoriginación de la universidad estaba planteada como un cambio
muchísimo más radical y que sus consecuencias se manifestaron no tanto en la UCV,
sino que en la Escuela de Arquitectura. Se desprende del extracto tercero que encabeza
este acápite, que cuando se habla de América Latina y del objeto que ha de ser la
universidad en la sociedad de sus hombres, se está haciendo una formulación poética.
Sólo la poesía puede reoriginar puesto que ella, como dije al comienzo, se sitúa en el
principio de todas las cosas así es que desde ella se obtiene un origen. Y sólo aquellos
que tienen un origen pueden tener un destino. Se trata de fundar, del primer golpe –el de
la puesta en marcha– para que América toda sea sí misma. Digo que sólo la poesía da
con el origen porque ella establece la identidad de los pueblos en la medida que les
canta sus leyendas épicamente. En la leyenda está el fundamento que permite a los
integrantes de una raza, un pueblo o una nación, actuar y participar de una intimidad
que por profunda casi no se menciona, pero que sin embargo conduce y guía. Esa
identidad primera que nombra el manifiesto es la de “americanos”, por lo que el cambio
propuesto no acaba con lo sucedido en la UCV. Se requiere de mucho más para que
acontezca la verdadera reoriginación. El anhelo, por cierto utópico, de los profesores y
alumnos de la escuela de arquitectura, los llevó –tres años después de la reforma- a la
fundación de la Ciudad Abierta de Ritoque.

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