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Las principales estrategias diagnósticas, utilizadas para denominar los tipos de personalidad, se
refieren en forma implícita a la operación persistente de defensas específicas, o constelación de
éstas, en un individuo.
Lo que terminamos llamando defensa en un adulto maduro tiene su origen en una manera global,
inevitable, saludable y adaptativa de experimentar el mundo. Freud fue quien primero observó y
denominó el proceso defensivo. Cuando se encontró por primera vez con dramáticos ejemplos de
lo que hoy llamamos defensa, principalmente represión y conversión, los observó en su función
defensiva. Estos sujetos heridos emocionalmente, predominantemente histéricos, estaban
intentando evitar reexperimentar lo que temían, porque ello sería un dolor intolerable. Lo hacían,
según observó Freud, aún cuando ello significara un importante costo para su funcionamiento
global. Por esto, inicialmente el contexto en el cual se habló de defensa era aquel en el que éstas
debían ser disminuidas en su poder por la acción del doctor. A partir de lo anterior, se divulgó la
creencia entre el público de que las defensas son algo negativo que debiese erradicarse.
Sin embargo, las defensas tienen muchas funciones benignas. Comienzan como creaciones
adaptativas saludables y continúan funcionando en forma adaptativa a lo largo de toda la vida. Un
sujeto cuyo comportamiento se manifiesta como defensivo, generalmente en forma inconsciente,
trata de cumplir uno o ambos de los siguientes objetivos: 1) evitar o manejar emociones poderosas
y amenazantes, usualmente ansiedad, pero también pena avasalladora u otra experiencia del
mismo grado y 2) la mantención de la autoestima.
Los pensadores psicoanalíticos asumen que preferimos aquellas defensas que se han convertido
en parte integral de nuestras estrategias de afrontamiento. Esta confianza automática y
preferencial en una defensa, o conjunto de ellas, tiene su origen en la interacción de al menos
cuatro factores: 1) nuestro temperamento constitucional; 2) la naturaleza de los estresores que
sufrimos en nuestra temprana infancia; 3) las defensas modeladas, y a veces deliberadamente
enseñadas, por nuestros padres o figuras significativas; 4) la experiencia del uso de determinadas
defensas.
Aunque no hay evidencia acerca del surgimiento de las defensas secuencial y predeciblemente
según el desarrollo, hay un consenso entre los analistas en que algunas defensas representan
procesos más primitivos que otros. En general las defensas denominadas primarias, inmaduras y
primitivas o de orden inferior son aquellas que involucran limitar el self del mundo externo. Aquellas
que son concebidas como secundarias, más maduras, avanzadas o de orden superior, tienen que
ver con las fronteras internas, como son las existentes entre el Yo, Superyó y el Ello.
Las defensas primitivas operan de una forma global e indiferenciada comprometiendo totalmente
el mundo sensorial, el fundamento cognitivo, afectivo y conductual del sujeto. En cambio, las
defensas más avanzadas producen cambios más específicos, ya sea en el pensamiento,
afectividad, sensaciones, conducta o una combinación de éstas. La división conceptual entre
defensas más arcaicas y de nivel superior en cierto modo es arbitraria, considerando que algunas
defensas más maduras como la somatización, el acting out y la erotización pueden ser automáticas
e inmodificables por procesos secundarios del paciente.
Se identifican por convención las siguientes defensas como primitivas: retraimiento, negación,
control omnipotente, idealización primitiva, devaluación primitiva, identificación proyectiva e
introyectiva y la escisión del Yo. He decidido seguir esta convención, salvo por el hecho de agregar
la disociación como un mecanismo primitivo por razones que ya explicaré.
Es mucho más difícil de describir las defensas primitivas que aquellas más avanzadas. El hecho
que sean preverbales, prelógicas, incomprensivas, imaginarias y mágicas hace de ellas
tremendamente dificultosas de expresar en el lenguaje escrito (ya el hecho de representar en
palabras un proceso preverbal es en sí una contradicción).
RETRAIMIENTO PRIMITIVO
Se ha visto que aquellos bebés que son más sensitivos son los que más tienden al retraimiento.
Estos sujetos constitucionalmente más impresionables pueden generar una vida y fantasía interna
más rica y dejar el mundo externo como problemático o empobrecido. A aquella persona que se
retrae habitualmente y carece de otra forma de responder a la ansiedad los analistas la describen
como esquizoide.
La obvia desventaja del retraimiento como defensa es que no le permite al sujeto participar
activamente en resolver los problemas interpersonales. Las personas con compañeros esquizoides
no saben como lograr algún tipo de respuesta emocional en ellos.
Por otra parte, su principal ventaja como estrategia defensiva es que si bien involucra escapar de
la realidad, requiere sólo un pequeño grado de distorsión de ésta. Los sujetos que dependen del
retraimiento se consuelan no al no-entender el mundo sino que al retirarse de éste. En
consecuencia, son generalmente muy sensitivos para sorpresa de los que los describen como no
participativos. En el extremo más sano de la escalera esquizoide se encuentran sujetos de
increíble creatividad, individuos talentosos cuya capacidad para estar al lado de las convenciones
ordinarias les da una única capacidad de originalidad.
NEGACIÓN
La mayoría de nosotros usa la negación de alguna forma con el objetivo de hacer nuestra vida
menos dolorosa e insatisfactoria, y mucha gente tiene áreas donde dicha defensa predomina. Por
ejemplo, algunos al sentirse heridos en situaciones donde es inapropiado llorar niegan el dolor de
la emoción más que reconocerlo e inhibir concientemente el llanto.
La negación puede ser menos benigna y determinar un mal pronóstico. Por ejemplo, una
conocida mía se rehúsa a realizarse el PAP anualmente, como si ignorando la posibilidad de un
cáncer pudiera mágicamente evitarlo.
Como con la mayoría de las defensas primitivas, el utilizar en forma permanente la negación es
causa de preocupación. Sin embargo, la gente levemente hipomaníaca puede ser encantadora:
muchos comediantes y animadores muestran sus virtudes gracias a ello. Aun así, el lado depresivo
de estas personas es frecuentemente visto por sus amigos más cercanos y el precio psicológico
que deben pagar por su encanto maníaco frecuentemente no es difícil de ver.
CONTROL OMNIPOTENTE
Para el recién nacido el mundo y el self son sentidos como uno solo. De esta forma todos los
eventos son entendidos por él como internos de alguna forma. Esto es porque la conciencia acerca
de la existencia de un locus de control en otros separados, afuera del self, aún no se ha
desarrollado.
El sentir que uno puede influenciar el mundo, que uno tiene el control, es crítico en el desarrollo
de la estima del self, hecho que comienza con las fantasías normales, infantiles y no reales de
omnipotencia. Fue Sandor Ferenczi (1913) quien llamó la atención sobre los “estadios de
desarrollo del sentido de realidad”. Él señala que en el estadio infantil de omnipotencia primaria o
grandiosidad, la fantasía de que uno posee el control del mundo es normal. Esto cambia a medida
que el niño madura y deriva en una fase de omnipotencia derivada o secundaria, en la cual uno y
los cuidadores primarios son considerados como todopoderosos. Eventualmente, mientras el niño
siga madurando se dará cuenta de que nadie posee un poder ilimitado. La mayoría de los analistas
sospecha que una condición previa para la actitud adulta, en que el poder de uno sí tiene límites,
es experimentar emocionalmente lo opuesto a ello en la infancia.
Existen residuos sanos en nosotros de este sentido de omnipotencia infantil, los que contribuyen
a nuestros sentimientos de competencia y efectividad en nuestra vida.
Cuando una persona parece vivir su vida buscando categorizar todos los aspectos de la
condición humana, según el valor comparativo que les asigna al contrastar entre varias
alternativas, y parece buscar la perfección a través de la fusión con un objeto idealizado y con
esfuerzos para volverse perfecto, lo consideramos un narciso. Los otros aspectos de el sujeto
narcisista pueden ser entendidos como provenientes del uso de la idealización: la necesidad de
constantemente reafirmar su atractivo, poder, fama y la importancia que tienen para los otros
(perfección) resulta de la condición de dependencia de esta defensa, puesto que la autoestima de
las personas organizadas alrededor de la idealización se contamina con la idea de ser perfecto,
más que aceptarse como se es para así poder amarse.
La devaluación primitiva es sólo la inevitable otra cara de la necesidad de idealizar. Como nada
en la vida del ser humano es perfecto, los modos arcaicos de idealización están condenados a
decepcionar. En este sentido, mientras más idealizado sea un objeto, más radical será la
devaluación a la que será sujeto. En la vida cotidiana se puede ver este proceso en el grado de
odio y rabia que puede ser dirigido contra quien promete algo y falla en entregarlo.
Tanto en la proyección como en la introyección existe una falta de frontera entre el self y el resto
del mundo. Cuando ambos procesos funcionan juntos son considerados como una sola defensa y
son llamados identificación proyectiva. Además, algunos autores distinguen entre identificación
proyectiva e introyectiva, pero son procesos similares los que ocurren en cada tipo de operación.
La introyección, por su parte, es el proceso por el cual lo que está afuera es malinterpretado
como proveniente del interior. En su forma más benigna contribuye a identificarnos primitivamente
con los otros significativos. Los niños pequeños toman para sí todo tipo de actitudes, afectos y
conductas de la gente significativa en sus vidas.
Freud describió el proceso de duelo como el lento proceso de aceptar la pérdida, en el cual “la
sombra del objeto cae sobre el Yo”. Si una persona es incapaz, con el paso del tiempo, de
separarse de la imagen introyectada del ser amado, y en consecuencia falla en investir
emocionalmente a otras personas, continuará sintiéndose disminuido, incapaz, vacío y
permanentemente en duelo. Cuando un individuo regularmente utiliza la introyección para reducir
la ansiedad y mantener la continuidad del self, manteniendo lazos psicológicos con objetos de su
vida temprana que no le corresponden, se le puede considerar caracterológicamente como
depresivo.
Melanie Klein fue la primera analista en describir la identificación proyectiva. Esta fusión entre los
mecanismos de proyección e introyección, ha sido descrita por Ogden: en la identificación
proyectiva, el paciente no sólo percibe al terapeuta de una forma distorsionada por sus relaciones
de objeto pasadas, sino que además presiona al terapeuta para que se experimente a sí mismo de
una manera congruente con la fantasía inconsciente del paciente. En otras palabras, el paciente no
sólo proyecta objetos pasados, sino que también logra que quien recibe dicha proyección sea
como dichos objetos. Se puede ver operando en estados borderline y psicóticos.
Para ilustrar cómo este proceso difiere de la proyección madura, se puede contrastar con las
siguientes afirmaciones de dos pacientes hipotéticos en una entrevista:
PACIENTE A: (disculpándose) “sé que no tengo ninguna razón para creer que me está juzgando,
pero no puedo evitar pensar que realmente lo está haciendo”.
PACIENTE B: (acusando) “ustedes los loqueros sólo se sientan y juzgan a las personas, me
importa un carajo lo que piensen”.
El contenido que molesta a cada individuo en la entrevista es similar, ambos están preocupados
porque el terapeuta los está evaluando. Además ambos están proyectando e internalizando un
objeto crítico en el terapeuta. Sin embargo, tres aspectos de sus respectivas comunicaciones los
diferencia considerablemente.
Primero, el paciente A evidencia un Yo observador, una parte del self que puede ver que su
fantasía no es necesariamente la realidad. En este caso la proyección es ajena al Yo. Por otra
parte, el paciente B experiencia lo que ha proyectado como un desprecio hacia el estado mental
del terapeuta. Su proyección es egosintónica. De hecho, él realmente cree que lo que le atribuyó al
terapeuta es tan real que ya ha contraatacado previniendo el asalto planeado por el terapeuta.
Finalmente, las formas de comunicación de los pacientes tienen distintos efectos emocionales. El
terapeuta encontrará más fácil lidiar con el paciente A y podrá formar una alianza más expedita. El
cambio, el paciente B rápidamente hará que el terapeuta se sienta exactamente como la clase de
persona que el paciente cree que es. En otras palabras, la contratransferencia del terapeuta con el
paciente A será positiva y leve. En cambio, con el paciente B será negativa e intensa.
ESCISIÓN DEL YO
Corresponde a otro de los procesos de la época preverbal del desarrollo, antes que el niño pueda
apreciar que las cualidades buenas y malas de los cuidadores se asocian a experiencias buenas y
malas. Antes de lograr una constancia de objeto, uno no puede haber desarrollado la ambivalencia,
ya que ésta implica el poder percibir sentimientos opuestos hacia un mismo objeto. En cambio, uno
sí puede estar en un estado bueno o malo del Yo hacia un objeto del mundo. En la vida diaria de
los adultos, la escisión se mantiene activa como una manera de lograr encontrar algún sentido a
complejas experiencias, especialmente cuando son confusas o amenazantes.
Es un hecho bien conocido que los pacientes limítrofes no sólo escinden internamente, sino que
también (vía identificación proyectiva) a los equipos de trabajo de las instituciones psiquiátricas. Es
por esto que los pacientes que utilizan la escisión como el principal modo de organizar su
experiencia tienden a alejar a sus cuidadores.
DISOCIACIÓN
No sin ambivalencia he puesto la disociación entre los procesos defensivos primarios. Esto
porque, por una parte, trabaja de manera inseparable y global del total de la personalidad, pero
también porque muchos estados disociados son esencialmente psicóticos. Sin embargo, la
disociación es diferente de aquellos procesos que utilizan algunos sujetos de funcionamiento
normal y que sólo representan patología cuando éstos se aferran a ellos por mucho tiempo o los
utilizan en forma exclusiva para enfrentar la realidad. Es diferente porque, si bien cualquiera de
nosotros puede disociar en determinadas circunstancias, la mayoría de nosotros somos lo
suficientemente afortunados para no hacerlo.
La disociación es una respuesta normal ante el trauma, pero no podemos decir que el trauma se
desarrolle normalmente. Cualquiera de nosotros enfrentados a una catástrofe que sobrepase
nuestras habituales estrategias de manejo puede llegar a desarrollar un estado disociativo.
Aquellos sometidos a abusos horrendos durante su infancia pueden aprender a disociar como
reacción habitual ante el estrés. Sin bien esto es cierto, un adulto que sobrevive a estas
circunstancias se conceptualiza en forma legítima como padeciendo una disociación
caracterológica o personalidad múltiple.
Las ventajas de disociar bajo condiciones intolerables son obvias: corta el dolor, temor, horror y
la convicción de una inminente muerte. En forma ocasional, formas leves o moderadas de
disociación pueden facilitar actos de singular coraje. El gran pero de esta defensa es su tendencia
a operar en condiciones en que en realidad no está en riesgo la vida del sujeto y cuando otras
formas de defensa más adaptativas y discriminantes frente a la amenaza permitirían un mejor
funcionamiento.
Las personas traumatizadas pueden confundir el estrés común con una amenaza para la vida,
volviéndose inmediatamente amnésicos o totalmente diferentes, para su propia confusión así como
para los otros.