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LOS ORÍGENES DE LA ARQUEOLOGÍA

Los históricos antiguos no ignoraban la existencia y la importancia de los


testimonios arqueológicos. El más antiguo ejemplo de un acercamiento
arqueológico viene generalmente atribuido al historiador griego Tucídides: éste,
de hecho, de la observación de algunos restos materiales extrae una
interpretación histórica. En el 426 antes de Cristo, durante la purificación del
antiguo santuario de Apolo en Delos, salieron a la luz, muchas tumbas antiguas:
Tucídides observaba con criterios tipológicos y comparativos la forma inusitada
de las armas presentes en los ajuares de las sepulturas y las modalidades de
deposición de los cuerpos, diferentes a las practicadas en su tiempo. Estas
observaciones le llevan a hipotizar que la isla, en edad remota, estuviese poblada
de gentes provenientes de la Caria, en la costa de Anatolia. Hoy sabemos que
estas sepulturas eran restos de poblaciones griegas de edad geométrica (siglo X-
VIII antes de Cristo); pero esto no tiene gran importancia. Lo que aquí nos
interesa es el método aplicado por Tucídides.

El método arqueológico aplicado por Tucídides al análisis de las antiguas tumbas


de Delos, si bien constituye una interesante excepción en la que participa un
ilustre protagonista de la literatura griega no parece totalmente privo de
precedentes. Existen indicios que nos permiten imaginar una cierta conciencia
también por parte de las generaciones precedentes, acerca de la importancia de
los restos enterrados en el subsuelo, con los cuales frecuentemente se trataba de
confirmar la antigüedad (y, por lo tanto, el prestigio) de cultos y tradiciones
antiguas.

El historiador Plutarco, hablando de los objetos del ajuar funerario encontrado


en la mítica tumba de Alcmena, la madre de Hércules, a muchos siglos de
distancia, se detiene a recordar una tablilla de bronce con una larga inscripción
de la cual subrayaba su maravillosa antigüedad. Pero la inscripción según
escribe, estaba incisa con caracteres de ``forma extranjera´´, interpretados como
egipcios que impedían su lectura.

De la aplicación de este método definido como ``tucidideo´´, encontramos algún


significativo, aunque raro ejemplo, en algunos sucesores de Tucídides y en
particular en Teopompo de Quios (380-323 antes de Cristo) que vivió largo
tiempo en Atenas, donde fue discípulo del orador Isócrates. De sus escritos, casi
todos perdidos se conservan solo fragmentos y citaciones, pertenecientes a su
obra mayor, las filípicas, que lo identifican como uno de los continuadores de la
historia de Tucídides.
Teopompo, reconoce la proveniencia de la cerámica e intenta explicar la
presencia en un lugar lejano del área de producción. Este episodio, es
particularmente importante porque está en la base del razonamiento, es el dato
material, el hallazgo arqueológico, el ``fósil guía´´ de los estudios arqueológicos
modernos.

La recuperación de monumentos y objetos antiguos está estrechamente ligada a


la voluntad de poseer tesoros de la antigüedad para coleccionar.

El término arqueología, es empleado la primera vez en un diálogo de Platón para


indicar, todas las cosas que se cuentan, que se refieren al pasado remoto, a las
genealogías de los héroes y de su descendencia humana, a las historias de las
antiguas fundaciones de ciudades. Para los griegos, por lo tanto, la arqueología
tenía poco que ver con la moderna disciplina histórica y se definía arqueólogos,
no tanto a quién intentaba (como en el caso de Tucídides), reconstruir la historia,
basándose en antiguos documentos materiales, sino simplemente a un conocedor
de historias antiquísimas; tanto es así que con este término se definía a los autores
especializados en las parodias de Homero y de sus héroes.

En latín, no existe la palabra arqueología; con este término se llamaba a los


estudiosos que tenían como objeto la investigación erudita del pasado, a través
de testimonios de la lengua, de la literatura y de las costumbres, con lo que eran
sistemáticamente explicados los aspectos de la vida de una nación.

Durante el siglo I antes de Cristo, se verifican algunos episodios que pusieron en


contacto directo a los hombres del tiempo con los restos materiales de las edades
precedentes. Sean cuales fueren las motivaciones, se trató de verdaderas
excavaciones. En el tiempo de César, cuenta Esvetonio, que los colonos llevados
a Cacua, durante la demolición de la antigua necrópolis para la reconstrucción
de las casas, encontraron ``una gran cantidad´´ de vasijas de antigua fabricación

Estrabón (geografía, VIII. 6, 23) en ocasión de la fundación por parte de Julio


César de una colonia romana en la antigua ciudad de Corinto, cuenta que los
soldados romanos, excavando las tumbas de la nueva necrópolis, recuperaron
una gran cantidad de objetos de terracota y de preciosísimos vasos de bronce,
muy solicitados por los coleccionistas del tiempo. ``Admirados por la maestría del
arte, no dejaron sin investigar ninguna tumba, cogiendo gran cantidad de objetos y
revendiéndolos a gran precio, llenaron Roma de necrocorinthia: así, es como llamaban a
los objetos cogidos de las tumbas y en particular a los de terracota´´.

Del mismo modo, los soldados de Pompeyo en Cartago `` agujereaban y ponían


de arriba a abajo la llanura´´ (Plutarco, Vida de Pompeyo) a la vana búsqueda de
tesoros escondidos por los habitantes antes de la destrucción de la ciudad.
Intereses de carácter anticuario impulsaron a Cicerón, durante su época de
cuestor en Sicilia, a buscar en las necrópolis de Siracusa, la tumba de Arquímedes.
Partiendo de los versos de un epigrama en la que se describía, Cicerón, intentó
identificarla con un viejo sepulcro abandonado.

La práctica del saqueo caracterizó también los siglos de transición entre la tardía
antigüedad y la Edad Media. En edad tardo-antigua y medieval, el interés hacia
los artefactos antiguos se ligaba, en general, a su utilidad inmediata: la atención
se concentraba, sobre todo, en las obras de arte más monumentales,
frecuentemente a disposición de intereses prácticos o religiosos. Las legislaciones
imperiales contemplaban un cierto derecho al expolio de los antiguos edificios
públicos y de las casas abandonadas (incluso de las tumbas) para recuperar
bienes de lujo, pero también materiales para la construcción que ya no se
encontraban en superficie y de todas formas, era más fácil transportarlas desde
las ruina antiguas.

Cuando el cristianismo se convierte en la religión oficial del imperio en el siglo


IV, la entera cultura clásica (personajes, hechos y monumentos) es interpretada
en clave cristiana, según conceptos de orden moral y religiosos, con la más
absoluta indiferencia por el contexto histórico de referencia.

Un aspecto particular, pero de gran interés, de cómo antiguo y moderno


pudiesen convivir, es el fenómeno de la reutilización de los antiguos
monumentos o de sus partes. Existen muchos casos en los cuales enteros edificios
paganos, fueron transformados en iglesias. El panteón de Roma, por ejemplo, fue
transformado en la iglesia de Santa María, por el Papa Bonifacio IV en el año 609.

En otros casos, sitios y monumentos eran utilizados como verdaderas minas de


materiales: metales para refundirlos, materiales de construcción, etc…

La reutilización de elementos arquitectónicos era bastante frecuente: estatuas,


capiteles, inscripciones y arquitrabes eran empleados en los nuevos edificios.

LA PRIMERA OLEADA DE ANTICUARIOS, UNA NUEVA CIENCIA DE


LOS OBJETOS ANTIGUOS

Con el humanismo, los hechos, los personajes y los testimonios materiales de la


antigüedad no forman ya parte de un pasado genérico, sino que son inscritos en
una perspectiva histórica más definida; se desarrolla de este modo la práctica de
recoger, o más bien, coleccionar objetos antiguos (monedas, inscripciones,
vajillas, etc…) que eran luego estudiadas, para encontrar una confirmación a lo
que contaban las fuentes literarias, que eran de todas formas, las fuentes por
excelencia. Coleccionismo en sí mismo, e interés por la reconstrucción histórica,
son, por lo tanto, los dos polos entre los cuales, nace la tradición anticuaria.

Emerge en este periodo la figura del anticuario; entendido como un intelectual


de conocimientos muy amplios e indefinidos, que van desde la literatura al arte
figurativo y a la arquitectura; intereses y conocimientos dirigidos todos al estudio
de la antigüedad.

Aunque caracterizado por métodos todavía ligados fuertemente a los intereses


de los anticuarios, el estudio del pasado en los siglos XVI y XVII, vive momentos
de reflexión, acompañados de la fastidiosa búsqueda de fundamentos científicos,
sobre los cuales basar el desarrollo de una nueva disciplina.

Debemos al original punto de vista de estudiosos europeos, relacionados con el


mundo de las ciencias naturales, alguna de las etapas más importantes en el
proceso que llevará, desde el mundo anticuario a la verdadera arqueología, como
ciencia del pasado. En la cual, la fiabilidad de las fuentes escritas era
constantemente sometida a la prueba de comparación con las obras antiguas.

Los siglos XIV y XV: los intereses por la antigua Roma, conocida a través de las
obras de los autores griegos y latinos, se manifiesta ya en algunos precursores
ilustres de la sensibilidad humanista hacia lo antiguo y encuentra en Francisco
Petrarca (1304-1374), un maestro y un guía. Según el poeta (apasionado
comentador de Tito Livio y Cicerón), Roma, era una ciudad para visitar con los
textos de los autores clásicos en la mano.

La antigüedad, por lo tanto, se convierte en objeto de investigación: el estudio de


los sitios, se lleva a cabo in situ, describiéndolos, e intentando reconstruir el
aspecto originario, valiéndose también de los objetos antiguos, en general, de
inscripciones y, sobre todo, monedas.

Un precursor del posicionamiento típico del renacimiento hacia la antigüedad,


quizás aún más que Petrarca, fue Giovanni Bocaccio (1313-1375), profundo
conocedor de la lengua griega y apasionado estudioso de la epigrafía antigua.
También él observaba, con espíritu crítico, los monumentos antiguos y con
frecuencia llegaba a rechazar las interpretaciones suministradas por los eruditos
medievales, en general muy enriquecida por cuentos fantásticos.

Nace así, la necesidad de dar un orden a los conocimientos del anticuario: a


acompañar el análisis filológico de los textos; empiezan a emerger nuevas
disciplinas como la epigrafía, la numismática y la topografía histórica.

Ciriaco de Pizzicolli, comerciante italiano (1391-1452) encarna perfectamente este


tipo de anticuario; fue el primero en identificar en los monumentos de la
acrópolis de Atenas las obras del escultor Fidias, partiendo de las descripciones
de Pausania.

Para los anticuarios, sin embargo, los monumentos y los objetos antiguos que
emergían del terreno, continuaban siendo principalmente objetos para guardar
en el interior de los palacios, como fuentes de riqueza inmediata; no obstante, a
estos ilustres precedentes, no era todavía evidente que los objetos antiguos
constituyesen una fuente directa de conocimiento histórico.

Impulsados por el doble interés histórico-documental y económico, se formaron


las primeras colecciones de objetos antiguos; el papa Sixto IV instituyó el primer
museo arqueológico en Roma; de modo análogo comenzaron a formarse
colecciones privadas por toda Europa principalmente en Italia, España, Alemania
y Francia.

Los Siglos XVI y XVII:

Los siglos XVI y XVII marcan el inicio de la exploración y de la colonización


mundial por parte de los países de la Europa Occidental.

En la segunda mitad del siglo XVI, los anticuarios romanos empezaron a


documentar y a hacer estudios de los monumentos haciendo de la
documentación gráfica un instrumento científico.

Pirro Ligorio (1513-1583) representa el típico anticuario romano de la segunda


mitad del siglo. Después de recibir el encargo de Hipólito de Este para rehabilitar
su residencia en Tíboli, en el área en la que surgía Villa Adriana, fue el primero
en llevar a cabo una excavación de grandes dimensiones.

Los hallazgos conquistaban una posición cada vez más autónoma en relación a
los textos, si no se anteponían directamente.

Los anticuarios, hombres de corte, tomaron contacto con los ambientes eruditos,
ya que necesitaban aprender a interpretar figuraciones numismáticas, a integrar
y descifrar las inscripciones y a familiarizarse con la crítica de los textos.

Desde la segunda mitad del Siglo XVII, los estudiosos se proponen


explícitamente construir una ciencia de la antigüedad entendida como disciplina
autónoma y completa. La simple descripción de los monumentos se integra y se
completa con las explicaciones de su uso y sus funciones.

El término arqueología lo introduce el médico y anticuario francés Jacques Spon


(1647-1685). Spon y Ezechiel Spanheim (1629- 1710) son los primeros en utilizar
la numismática y la epigrafía como instrumentos críticos para el análisis de
contextos arqueológicos; monedas e inscripciones adquirieron la dignidad de
textos y en virtud de su durabilidad, adquieren superioridad respecto a cualquier
otro objeto.

Epigrafia en el Foro de Trajano de Roma (en latín, Forum Traiani) «El senado y el pueblo romano, al
emperador César Nerva Trajano Augusto Germánico Dácico, hijo del divino Nerva, pontífice máximo,
tribuno por decimoséptima vez, imperator por sexta vez, cónsul por sexta vez, padre de la patria, para
mostrar la altura que alcanzaban el monte y el lugar ahora destruidos para <obras> como ésta.»

El gran movimiento anticuario de los S.XVII y XVIII pone las bases sobre las
cuales se desarrollan algunos medios de la moderna investigación arqueológica,
como las investigaciones sobre el terreno (en las cuales ya no se buscaban los
indicios como una suerte de caza al tesoro) y el estudio de las formas de las cosas
(piezas, objetos e incluso imágenes) preparados para la investigación de
características recurrentes que permitiesen establecer relaciones (es lo que en
términos modernos llamaríamos método de comparación). En esto residen las
premisas para la superación del método anticuario: No es suficiente ya solamente
el estudio (aunque fuese muy profundo y minucioso) de objetos, monumentos o
edificios, si no que se intenta ir más allá, estableciendo relaciones entre ellos y,
muy importante, intentando dar luz también a sus trasformaciones en el tiempo.

LA SEGUNDA OLEADA. TRAS LOS OBJETOS SE ESCONDE UNA PARTE


DE LA HISTORIA

El primer intento de aplicar en el ámbito de la arqueología métodos de estudio


inspirados en las ciencias, lo encontramos en las obras de dos anticuarios vividos
a caballo entre el “Seicento y Settecento”: Bernard de Montfaucon y Anne-Claude
Philippe, Conde de Caylus, los cuales intentaron describir y catalogar todos los
objetos antiguos sacados a la luz hasta entonces, según principios utilizados ya
por los naturalistas.

El método de Bernard de Montfaucon (1655-1741), paleógrafo y filólogo, consiste


en ilustrar los monumentos antiguos para poderlos explicar: la imagen es
fundamental para completar el texto. Este método encuentra en la ilustración el
más eficaz para hacer comprensible el mundo antiguo.

Anne-Claude Philippe, Conde de Caylus (1692-1765) transformó el


coleccionismo, en un instrumento de investigación y experimentación
desarrollando un método de clasificación de los materiales antiguos que permitía
disponerlos en orden cronológico, partiendo de sus características intrínsecas.

Las primeras excavaciones y las primeras colecciones:

En los principios del siglo XVIII se realizan las primeras excavaciones


sistemáticas; Desde el 1738 al 1766 las excavaciones de Herculano, y desde el
1748, por orden del rey Carlos III de Borbón, las de Pompeya. Al principio, la
finalidad era la de recuperar el mayor número de obras antiguas de la manera
más rápida y sencilla posible, para enriquecer el prestigio del soberano y
embellecer su palacio de Portici. Las intervenciones, realizadas excavando largas
y profundas galerías en el subsuelo, no tomaban en consideración ni los contextos
de los hallazgos, ni la topografía general de los sitios.

La Europa iluminada que visitaba las ciudades Vesubianas se indignó por la


gestión de las excavaciones que destruían el sitio solo para enriquecer el palacio
Borbónico; es por esto que a partir del 1763 la excavación de Pompeya se realiza
a cielo abierto. El descubrimiento de Herculano y Pompeya había contribuido de
este modo a trasformar el gusto por lo antiguo: Eruditos y viajeros europeos
visitaban las excavaciones de las dos ciudades para integrar lo que habían
admirado de Roma: La vida cotidiana del pasado, con su decorado de “objetos
humildes” entraba a formar parte definitivamente de la imagen de la antigüedad.
Proceso en la intervención para la conservación de las pinturas murales en la villa de los misterios en
Pompeya, Campania, Italia. (2014/2015)

Como resultado del incremento del interés hacia lo antiguo y como punto de
encuentro para estudiosos y amantes de la antigüedad, nacieron los primeros
grandes museos y las primeras instituciones.
En el 1665, Luis XIV fundó la L´Academie des Inscriptions et Belles-Lettres como
una sección del Instituto de France. En Londres, se instituyeron en el 1718 la
Society of Anticuaries que a partir de en el 1732 jugaría un papel importante en
las excavaciones de Grecia y del Oriente Próximo.

Carlos III de Borbón, en 1755, constituye en Nápoles la Real Academia


Herculanense, conectada estrechamente con las excavaciones de Herculano.

En 1672 fue inaugurado el Oxford Ashnolean Museum y, a partir de la segunda


mitad del “Settecento” importantes colecciones de familias reinantes se abrieron
al público. En 1759, fue fundado el British Museum de Londres, en 1764 el
Hermitage de San Petesburgo, en el 1779, se inauguró la galería de los Uffizi en
Florencia, en 1799, el Louvre en Paris y en el 1797, en Berlín, se constituye el
museo de antigüedades.

LA ARQUEOLOGÍA CLÁSICA COMO HISTORIA DEL ARTE ANTIGUA:

Una de las cuestiones principales en torno a las cuales gira la historia del
pensamiento arqueológico durante buena parte del “Novecento”, se refiere al
estudio de la historia del arte antigua.

Los principios fundamentales del punto de vista histórico artístico los


encontramos en la obra de Johann J. Winckelmann (1717-1768), al cual se le
reconoce, generalmente, como elemento de mayor novedad e influencia en los
desarrollos de la disciplina arqueológica; haber introducido el concepto de
historia en el estudio de la antigüedad. Un campo de investigación muy
importante en sus estudios, fue el arte griego a través del estudio conjunto de
fuentes escritas y monumentos.

Uno de los conceptos principales en torno al cual construyó su historia del arte
griega, fue “la idea de la belleza” y la investigación sobre como en la antigua
Grecia se hubiese llegado a los cánones de belleza creídos insuperables.

En la historia del arte griego, distingue cuatro estilos (antiguo, sublime, bello y
de imitación) que dispuso en sucesión en el tiempo, siguiendo un claro criterio
evolucionista: el momento álgido estaba representado por el estilo sublime
(precisamente aquel de la Grecia del S. V a. C) y toda la producción artística
precedente era degradada a simple preparación a este momento de máxima
expresión, mientras que la posterior se veía como una inevitable fase de
decadencia.

Más allá de los juicios y de los temas específicos, lo que constituye la mayor
herencia de la obra de Winckelmann es la de haber intentado insertar las obras
de arte en un cuadro cronológico coherente: en las esculturas griegas se podían
reconocer momentos diferentes en un largo recorrido de desarrollo en el tiempo
y, por esto, tenía una historia. Tarea del historiador del arte (y del arqueólogo)
era reconocer las etapas y los protagonistas de esta historia. No se limitaba, por
lo tanto, a describir las obras de arte, sino que también se interrogaba sobre su
génesis, intentando insertarlas en una secuencia histórica continua.

Este punto de vista señala un punto fundamental de desarrollo respecto a los


estudios precedentes sobre el arte antiguo y en particular, respecto al punto de
vista de eruditos y anticuarios dedicados principalmente, a la recogida de
noticias sobre la vida de los artistas o tendente a explicar, generalmente de modo
fantasioso, las escenas mitológicas representadas en las piezas antiguas.

En los aspectos más específicos de sus reflexiones se reconocen algunos


principios teóricos que tendrán una influencia negativa en la evolución del
pensamiento arqueológico. Más allá del carácter de naturaleza estética de sus
observaciones, muchos estudiosos subrayan la fuerte perspectiva
“Helenocéntrica” en la cual limitó la historia del arte.

Tuvo que transcurrir más de un siglo antes de que los horizontes de la historia
del arte antigua se extendiesen a otras épocas hasta comprender y apreciar, por
ejemplo, el arte romano. Esto fue posible gracias a la obra de dos históricos del
arte: Alois Riegi y Franz Wickhoff.

LA TERCERA OLEADA: EL PARADIGMA DE LAS 3 EDADES Y LA


ESTRETIGRAFÍA COMPARADA

En la primera mitad del ottocento, se verificó un punto de inflexión: empezó a


imponerse el término arqueología para definir la nueva rama del saber, que debía
referirse a toda la historia del hombre en sus aspectos materiales. Con este
propósito, los arqueólogos, por un lado, encontraron un instrumento específico
y necesario para la clasificación de los objetos, la tipología; por otra parte,
tomaron de la geología el concepto de estratigrafía: la observación del suelo, la
distinción de los estratos y el reconocimiento de los antiguos asentamientos
abrían permitido insertar grupos de objetos y monumentos en ámbitos
cronológicos definidos.

En la Francia de Napoleón y de la restauración, priva de estudiosos del territorio,


emerge, sin embargo, la figura de Legrand D´ Aussy (1737-1800) que pone en el
centro de su reflexión, la fragilidad del monumento arqueológico y por lo tanto,
la necesidad de elaborar un método de tutela, Legrand D´Aussy es considerado
el último anticuario del siglo XVIII y el primer arqueólogo del siglo XIX, ya que
elabora un programa dirigido a instaurar la actividad arqueológica como
disciplina profesional.

Dos figuras importantes de la Inglaterra de la época son: Sir. Richard Colt Hoare
(1758-1838) y William Cunnington (1754-1810), comerciantes de tejidos, ambos
aspiran a fundar una arqueología del territorio.

Las excavaciones se convierten en una empresa profesional que intenta


garantizar una alta calidad en la documentación gráfica, basada en plantas y
secciones pero que, sin el análisis comparativo de los hallazgos y la
determinación de un criterio tipológico, procede todavía con dificultad. Para salir
de este callejón sin salida, será necesario cruzar los datos geológicos con el
estudio comparativo de los objetos.

Mientras tanto, Georges Cuvier (1779-1832) en Francia y William Buckland


(1784.1856) en Gran Bretaña iban a dotar a la geología de los instrumentos
cronológicos que le faltaban.

En esos mismos años, en la Universidad de Leida en Holanda, se crea la primera


cátedra de arqueología, clásica y prehistórica (1818), mientras que la primera
cátedra de arqueología clásica, se instituyó en Berlín en 1823.
Contemporáneamente Jean-François Champolion (1790-1832) abría las puertas
hacia el orientalismo con su genial desciframiento de la escritura jeroglífica
egipcia (1822-1824).

Pero fue en el mundo escandinavo donde se desarrolló un acercamiento a los


materiales que permite construir un esquema interpretativo capaz de instaurar
comparaciones válidas, de carácter tanto tipológico como tecnológico. En 1816,
Christian Jürgensen-Thomsen (1788-1865), encargado de clasificar la colección de
antigüedades danesas del museo de Copenhague, para empezar, divide los
objetos en diversas categorías según el uso, la forma, los aspectos, accesorios y
decoracción (hachas, puntas de flecha, cuchillos, fíbulas, collares, vasijas); luego
las reagrupó según el material del cual estaban hechas: en definitiva, valorizando
las características tecnológicas, funcionales y estilísticas de todos los objetos,
intentó demostrar, que los objetos hallados en un mismo contexto cerrado (una
tumba o un escondite) presumiblemente podían ser coetáneos o por lo menos
haber sido enterrados en el mismo momento. En el interior del museo de
Copenhague se concretó por primera vez, el paradigma de sucesión de las
culturas prehistóricas (edad de piedra, del bronce, luego del hierro), que se
convertiría en canónigo en toda Europa.
En el mundo antiguo, se había intuido ya un modelo de las tres edades de
desarrollo de las más antiguas culturas humanas, basado en el uso de materiales
diversos, pero la idea de Thomsen, se convierte ahora en un instrumento de
conocimiento científico comprensible para todos, que se concreta en las salas del
primer museo de arqueología comparada, nacida en una Europa, donde hasta
este momento, se habían conocido solo gabinetes de curiosidades anticuarias o
colecciones de arte.

El orden tipológico y tecnológico que Thomsen asignaba a los objetos pre-


históricos, se justificaba en la descripción, no solo de objetos individuales, sino
de contextos unitarios (método combinatorio), verificados luego
experimentalmente en las secuencias estratigráficas.

El método de la comparación, ya no solo descriptivo, de los aspectos formales,


habría invertido incluso los aspectos funcionales de los hallazgos, extendiendo el
campo de la comparación de los objetos arqueológicos, con los de tipo
etnográfico.

La transformación del conocimiento anticuario, en disciplina arqueológica, pasa


a través de una atenta observación, tanto de los objetos y de los monumentos,
como de las condiciones de su enterramiento: “no son solamente la forma y la
materia las que sirven para establecer si un objeto es muy antiguo, sino también el lugar
en el que se encuentra, la distancia de la superficie; además la naturaleza del terreno, de
los estratos sobrepuestos y de los fragmentos que los acompañan y en fin, la certeza que
aquel es el suelo original, la tierra pisada por el operario que lo ha fabricado´´. Estas
palabras de Jacques Boucher de Perthes (1788-1868), uno de los padres de la
paleo-etnología, fue el primero que elaboró una reflexión de carácter general
sobre la estratigrafía geológica aplicada a la arqueología. Comprendió, además,
la posibilidad de establecer la cronología de un hallazgo, a través del material, de
la elaboración y, sobre todo, de la posición de los objetos en el subsuelo. Por
consiguiente, admitimos una cierta ``secuencia de vida´´, una superposición de
estratos constituidos por los restos de generaciones enteras y buscamos en cada
estrato indicios de la historia de aquella generación. Los estratos más antiguos se
corresponden, por lo tanto, con las generaciones más antiguas.

EL SIGLO XIX: LA ARQUEOLOGÍA CLÁSICA EN EUROPA, ENTRE


POSITIVISMO Y ARQUEOLOGÍA FILOLÓGICA

Durante todo el siglo XIX, la arqueología clásica, fue una disciplina dirigida por
los estudiosos alemanes que tenían como objeto de estudio preferido, la historia
del arte antiguo en general y en particular, la del mundo griego. El método
aplicado era el de la arqueología filológica, llamada así, no porque se sirviese de
las fuentes literarias, sino porque de la filología de los textos toma prestado el
modo de proceder. Como a través del estudio de las diferentes copias de
manuscritos conservadas, se intentaba remontarse al manuscrito original, del
mismo modo, a través del análisis de las múltiples copias de una escultura, se
pretendía remontar al modelo original. Se trataba de un acercamiento más
riguroso al estudio del arte antiguo.

A diferencia de lo que en los mismos años se estaba afirmando rápidamente, en


el campo prehistórico, al arqueólogo clásico no se le requería que supiese excavar,
ya que el sitio y el contexto del lugar del hallazgo de un objeto antiguo, se
descuidaban.

En Alemania, Karl Friederichs (1831-1871) identificó el Doríforo de Policleto, estatua considerada el


canon de la belleza clásica.

Heinrich von Brunn (1822-1894), escribe la primera historia del arte griega en dos
volúmenes (Geschichte der griechischen, Künstler) en la cual intentó reconstruir la
personalidad artística de los maestros de la escultura griega, utilizando
solamente como base, las fuentes literarias. En 1865, a von Brunn, se le confió la
primera cátedra de arqueología clásica creada en Múnich.

Uno de los máximos exponentes de esta tendencia de los estudios de arqueología


clásica que intentaba conciliar monumentos y fuentes fue Adolf Furtwängler
(1853-1907), discípulo y sucesor de Brunn. En su obra principal (Meisterwerke
der grieckischen Plastik) basada enteramente en las copias romanas de las obras
maestras de la escultura griega, organizó alrededor de los diversos artistas,
grupos de obras identificadas en base a las características estilísticas de su forma.

El historiador y arqueólogo Ernest Curtius (1814-1896) fue el promotor en 1875


de una de las más grandes empresas arqueológicas alemanas: la excavación de
Olimpia. La investigación se planteó con bases que podemos definir como
científicas. El análisis estratigráfico y el estudio de la arquitectura se estudiaron
cuidadosamente y el propio Furtwängler fue designado para catalogar todos los
pequeños objetos recogidos, dando una notable contribución a la puesta a punto
del método de clasificación tipológica sobre una base estilística usada ya en la
arqueología prehistórica.

Fotografía de las excavaciones en Olimpia en el año 1875

En Austria, Alexander Conze (1831-1914), profesor de arqueología clásica en


Viena (1873), emprende una excavación en la isla de samotracia, del cual hizo
una edición completa de un alto nivel científico, y en la cual insertó, por primera
vez, en la documentación arqueológica, las fotografías. Conze creía que todo
género de material debería ser utilizado para reconstruir el pasado, incluso el
objeto más humilde era un medio de documentación indispensable en ausencia
de fuentes.
En Inglaterra, en la primera mitad del siglo XIX, el estudio de la arqueología
clásica estaba todavía ligado a los métodos del anticuario, y como sucede en
Francia, la dirección hacia un método arqueológico más científico, lo indicaba la
investigación prehistórica.

El oficial del ejército británico, el general Augustus Lane-Fox Pitt- Rivers (1827-
1900) partiendo del estudio y clasificación de las armas de fuego, intuyó que
cualquier obra, podía haberse desarrollado según un criterio evolutivo y que esta
evolución podía ser encuadrada en el interior de una secuencia tipológica.
Empezó a recoger objetos de uso común, creando colecciones etnográficas y
prehistóricas. Los objetos recogidos y clasificados por tipología (y no por
proveniencia), adquirían importancia, no tanto por su belleza, sino por la
información que se podía extraer de ellos. En 1880, emprende una serie de
excavaciones en el área de Cranboner Chase; exploró el sitio con gran atención,
procediendo a identificar los estratos y determinando la posición de los objetos
hallados. La aplicación de la estratigrafía, la identificación del contexto de los
objetos, la excavación completa del sitio, una excelente documentación y
publicación de los datos definen las características fundamentales de la
arqueología de Pitt- Rivers.

ALGUNOS DE LOS HITOS ARQUEOLÓGICOS MÁS SIGNIFICATIVOS


DEL SIGLO XIX

1802. El aleman Georg Grotefend, hace públicos sus primeros descubrimientos


sobre la interpretación de los símbolos cuneiformes de las tablillas provenientes
de Persia, hasta entonces un enigma inexpugnable.

1804. Egipto: descifrando jeroglíficos. El Museo Británico recibe las


antigüedades egipcias que había conquistado Napoleón en su campaña de 1798
conteniendo entre ellas numerosos y desconcertantes jeroglíficos.

1822. El francés Jean-François Champollion, experto en lenguajes orientales logra


finalmente descifrar los principales jeroglíficos egipcios de la Piedra Rosetta
abriendo las puertas al estudio de la Egiptología.
Piedra de rosetta actualmente en el Museo Británico

1839. El arqueólogo John Stephens descubre las ruinas de Copan (Honduras), en


Centroamérica.

1843. Emile Botta, médico y arqueólogo, comisionado como cónsul francés en


Mosul, haya las ruinas de Ninive, en Korasabad (Irak). Las monumentales ruinas
descubiertas de su palacio, ponen en la pista por primera vez, que los orígenes
de la civilización se remontan a la Mesopotamia y no a Egipto, lo que hasta
entonces era un hecho aceptado.

1845. Henry Layard descubre las ruinas de la ciudad asiria de Nemrod y el


palacio de Asurnasipal II (884-856 a d.C) en Irak, y un año más tarde el palacio
de Senaquerib (704 - 681 ad.C.) en Ninive.

1846. El médico y estudioso francés Bruno Meissmer publica por primera vez
sus investigaciones sobre la casi legendaria Asiria, arrojando una vívida luz sobre
el hasta entonces oscuro periodo comprendido entre el II y V milenio a.C. Su obra,
más descriptiva que científica, resultará trascendental para la divulgación de lo
que se conocerá como asiriología.

Gracias a las tablillas encontradas en la biblioteca de Asurbanipal pudo ser


descifrada la escritura cuneiforme asiria en 1846 por el arqueólogo ingles Henry
Rawlison.
1856. Hombre de Neardenthal. El descubrimiento, en 1856, fue realizado por
Johann Karl Fuhlrott y descrito en 1857 por Hermann Schaaffhausen. Franz
Mayer, para explicar dicho hallazgo, inventó una teoría curiosa. Según Franz
Mayer, el esqueleto pertenecía a un cosaco ruso que perseguía a Napoleón a
través de Europa. Explicaba que el cosaco sufría raquitismo, lo que explicaría la
forma arqueada de sus piernas, y que el dolor del raquitismo le hacía arquear
tanto las cejas que le produjeron unos fuertes arcos superciliares.

El término Homo neanderthalensis («hombre de Neanderthal») fue propuesto en


1863 por el geólogo William King en una conferencia de la Asociación Británica
para el Avance de la Ciencia, y mencionado en su publicación de 1864: «El
supuesto hombre fósil del Neanderthal»

Los primeros fósiles fueron encontrados en Engis (Bélgica), en 1829. Le siguen los
de Gibraltar, en la cantera de Forbe en 1848, pero no se reconoció el significado
de estos dos descubrimientos hasta bastante después de que se diera a conocer el
famoso Neandertal 1. Este fue hallado en 1856 cerca de Düsseldorf en el valle del
río Düssel en Alemania, tres años antes de que Charles Darwin publicara El
origen de las especies.

1859. El naturalista frances Henri Mouhot encuentra las ruinas de Angkor en


Camboya.

Mediados del siglo XIX. El Liber Linteus Zagrabiensis (en latín: Libro de lino de
Zagreb), también conocido como Liber Agramensis, es el texto más largo
conocido escrito en lengua etrusca (se estima que sus 230 líneas contienen unas
13 000 palabras, aunque sólo unas 1 200 palabras son legibles, dado su estado de
conservación) y el único libro existente escrito en lino.

El documento, que ha sido datado alrededor del siglo I a.C. se trata de un texto
caligrafiado en tinta roja y negra, en una docena de columnas verticales sobre un
trapo de lino dividido en veinte recuadros rectangulares, que fue utilizado en el
período Ptolemaico para vendar la momia de una mujer. Fue encontrado en
Egipto a mediados del siglo XIX. Se le llama "de Zagreb" por la ciudad de Zagreb,
Croacia, en cuyo museo arqueológico se conserva actualmente y donde fue
transportada la momia desde Egipto por Mihail de Brariæ. El texto, que parece
un calendario ritual, fue estudiado solo a partir de finales del siglo XIX.

1868. En el norte de España (Santillana del mar. Cantabria), se descubren las


cuevas de Altamira, con excepcionales testimonios del arte rupestre de la
prehistoria; ante la incredulidad inicial de muchos científicos, pasarán varios
años antes de ser reconocidas como testimonios de más de 20.000 años a.C

La cueva de Altamira es una cavidad natural en la roca en la que se conserva uno


de los ciclos pictóricos y artísticos más importantes de la prehistoria. Está situada
en el municipio español de Santillana del Mar, Cantabria, a unos dos kilómetros
del centro urbano, en un prado del que tomó el nombre.

Desde su descubrimiento en 1868 por Modesto Cubillas y su posterior estudio


por Marcelino Sanz de Sautuola, ha sido excavada y estudiada por los principales
prehistoriadores de cada una de las épocas una vez que fue admitida su
pertenencia al Paleolítico.

En la imagen, - Lapa (Patella vulgata)- con restos del pigmento colorante usado para realizar las
pinturas, hallado en la cueva de Altamira, Cantabria, España
Proceso de la intervención para el estudio y la conservación realizada en la cueva de Altamira entre el
2012 y el 2014 después de permanecer 10 años cerrada al público.

Las pinturas y grabados de la cueva pertenecen a los períodos Magdaleniense y


Solutrense principalmente y, algunos otros, al Gravetiense y al comienzo del
Auriñaciense; esto último según pruebas utilizando series de uranio. De esta
forma, se puede asegurar que la cueva fue utilizada durante varios periodos,
sumando 22. 000 años de ocupación, desde hace unos 35.600 hasta hace 13.000
años, cuando la entrada principal de la cueva quedó sellada por un derrumbe,
todos dentro del Paleolítico superior.

1869. En Asia menor, el arquitecto inglés John Turtle Wood, recuperó entre el
1869 y el 1874 los elementos arquitectónicos del Artemisión de Éfeso,
posteriormente adquirido por el British Museum, mientras que el alemán
Alexander Conze junto con Karl Humann iniciaron las excavaciones de la ciudad
de Pérgamo, donde sacaron a la luz el gran altar, que más adelante fue trasladado
al museo de Berlín.

1869. Hombre de Cro-magnon. El geólogo Louis Lartet descubrió los primeros


cinco esqueletos en marzo de 1869 en la cueva de Cromagnón (cerca de Les Eyzies
de Tayac-Sireuil, Dordogne, Francia), lugar del que toma su nombre.

Hombre de Cromañón es el nombre con el cual se suele designar al tipo humano


correspondiente a ciertos fósiles de Homo sapiens, en especial los asociados a las
cuevas de Europa en las que se encontraron pinturas rupestres. Suele
castellanizarse y abreviarse la grafía original Cro-Magnon como cromañón, sobre
todo para su uso en plural (cromañones). Cromañón es la denominación local de
una cueva francesa en la que se hallaron los fósiles a partir de los que se tipificó
el grupo. Su datación (40 000 y 10 000 años de antigüedad) se toma como el hito
que da comienzo al Paleolítico superior desde el punto de vista antropológico,
mientras que el límite moderno no lo marca la aparición de ninguna modificación
física, sino ambiental y cultural: el fin de la última glaciación y el comienzo del
actual período interglaciar (periodo geológico Holoceno), con los periodos
culturales denominados Mesolítico y el Neolítico.

1872. Heinrich Schliemann, alemán aficionado a la arqueología y obsesionado


por demostrar el trasfondo histórico de los relatos homéricos, descubre los
primeros tesoros, tras dos largos años de excavaciones, en la colina de Hissarlik
(Asia Menor), en la costa frente a los Dardanelos, un lugar descartado hasta
entonces por los expertos como posible localización de la hasta entonces mítica
ciudad. Un año más tarde, Schliemann logra rescatar y apropiarse del legendario
tesoro de miles de broches, aretes y piezas de oro que atribuye al rey Priamo. La
verdadera datación del hallazgo resultara tan incierta como su destino final al
desaparecer en Berlín setenta años más tarde, durante los fragores de la segunda
guerra mundial. Con los años, la sistematización de las excavaciones, llevará a
identificar capas de ruinas superpuestas atribuibles a diferentes periodos
comprendidos entre el año 500 de nuestra era y 3.000 años anteriores a la misma.

Durante este año, en Mesopotamia, una expedición arqueológica de la


Universidad de Pensilvania, bajo la dirección del alemán Hermann Volrath
Hilprecht, inicia una dilatada campaña que se extenderá hasta 1900.

1875. El alemán Curtius, comenzó a excavar en el templo de Zeus en Olimpia

1888. El francés Bernard Hassoullir, comienza a excavar en el santuario de Delfos

1888. El Papiro de Ani es la versión más conocida del Libro de los Muertos. Se
calcula que fue escrito durante la dinastía XVIII, hacia el año 1300 a. C. y, entre
todos los textos del Libro que se han encontrado, es el que tiene el mayor número
de capítulos, todos decorados con dibujos que explican cada paso del juicio de
Osiris. Es uno de los papiros mayores que nos han llegado, ya que mide casi 26
metros. Forma parte de los fondos del Museo Británico desde 1888, cuando lo
descubrió cerca de Luxor el Dr. E. Wallis Budge, agente de compras del museo,
procedente del saqueo de una tumba de la dinastía XVIII.

Los egiptólogos están de acuerdo en que fue escrito por tres escribas, ya que tiene
grafías diferentes, aunque de la misma escuela: la cofradía de Deir el-Medina,
con las ilustraciones, obra de la misma mano, algunas de ellas copias entre sí. El
nombre de Ani, aparece con una escritura diferente e intercalada en espacios en
blanco, por lo que puede ser la persona que lo compró.

Forma parte de la llamada «versión tebana» del Libro, con capítulos sin orden
fijo. (Desde la dinastía XXVI hasta la época ptolemaica se usó la «versión saíta»,
con un orden fijo).

Está compuesto por tres láminas de papiro, pegadas entre sí, y dividido en seis
secciones de entre 1,5 y 8 metros de longitud cada una. El texto ocupa 23,6 metros.
Estaba enrollado y sujeto con una banda ancha de papiro.

1899. El alemán Robert Koldewey, comisionado por la Dirección de Museos de


Berlín, realiza en Mesopotamia los primeros hallazgos de las ruinas de Babilonia,
topando con la muralla fortificada del lado oriental de la fortaleza de la época de
Nabucodonosor, con muros de más de 7 metros de ancho. Las tareas de
excavación que extremará durante los próximos años, permitirán descubrir la
más grande construcción urbana de la antigüedad. Su hallazgo comienza a
aportar certeza a las especulaciones acerca de los testimonios bíblicos sobre la
época.

Robert Koldewey en las ruinas de babilonia en las excavaciones que llevó a cabo en 1899.

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