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Laura Nieto

11de abril de 2016


Sección D-004
Asunto: Reportaje

¿La crisis también acabará con el bachaqueo?

En Maracaibo, ni los sábados son días de descanso: grupos de mujeres y hombres salen
de sus casas la noche anterior, no con la intención de divertirse y desestresarse, sino para
marcar un puesto en las filas que comienzan a formarse alrededor de las cadenas de
supermercado más grandes de la ciudad.

Para ellos, no es necesario saber si habrá o no algún producto de los que buscan, pues el
tiempo que invierten allí —con o sin éxito— es parte de su jornada laboral. Sin embargo,
cada vez es más común que regresen con manos y bolsillos vacíos e intensamente
decepcionados ante el perceptible descontento generalizado por una crisis que en un
principio creaba las condiciones perfectas para que al menos un sector de la población
marginada finalmente pudiese vivir con más lujos que la mayoría, pero que poco a poco
empieza a fracasar en eso también. Hoy, cuando te acercas a una cola, es ese discurso el
que se extiende —cual eco— con cada persona que se une a la espera del momento en el
que un camión empiece a descargar la mercancía; algo que, por supuesto, no muchos
pueden hacer.

Investigaciones de Datanálisis revelan que, el año pasado, 89,7 % de los venezolanos que
asistían a los comercios conseguían siempre o casi siempre colas y que solo 23,9 % lograba
comprar lo que buscaban. De ahí que miles de familias hayan tenido que optar por acudir al
negocio informal en el que, según la misma entidad, finalmente podrán reencontrar el 60 %
de dichos artículos sin necesidad de invertir más tiempo que el que dure el intercambio de
la operación.

En ese sentido, el bachaqueo, gran negocio de nuestros días, nace en un clima de


desequilibrio económico, político y social tan grande que, en la lucha por controlarlo y
progresivamente acabar con él, se reproduce y reaparece con más fuerza. Ante el declive de
los sistemas de producción como consecuencia de la falta de divisas para la importación de
la materia prima y, por otra parte, debido a la implementación de políticas represivas por
parte del Estado, como la Ley de Precios Justos del 2012, que atacan directamente al
comercio privado y no logran responder con éxito a este nuevo panorama, la oferta y la
demanda de aquellos productos de primera necesidad que escasean en los mercados se
convierte en el motor principal de un juego en el que se enfrenta pueblo contra pueblo y las
empresas no gubernamentales evidentemente están cada vez más acorraladas;
presentándose, en sus inicios, como un mecanismo alternativo altamente atractivo para
generar ingresos suficientes y lograr sobrevivir de la mejor manera en Venezuela, pero que
en la actualidad indiscutiblemente empieza a caer también bajo el peso de la realidad.

Reto I. Drácula y otras medidas de represión vs. Nuevos modus operandi

"Existen distintas maneras de trabajar. El que bachaquea hacia Colombia no es el mismo


que vende productos frente a su casa. La organización depende siempre de eso", explicó
Zulay Atencio, estudiante de Economía en la Universidad del Zulia y empleada a tiempo
parcial en el abasto de su tía, al que ocasionalmente llegan productos regulados.

"Es común escuchar que con las medidas del Gobierno se ha hecho más difícil todo. Por
ejemplo, luego del problema que hubo en la frontera con todo esto del contrabando de
gasolina a la gente le empezó a dar miedo. Aunque, bueno, para los que bachaquean con la
intención de revender solamente por aquí es mucho más sencillo, siempre hay maneras de
burlar a la Guardia", añadió.

El 8 de noviembre del año pasado, entró en vigencia, según la Gaceta Oficial, una
reforma de la Ley de Precios Justos que impone sanciones de cárcel de hasta cinco años a
los dirigentes de estas organizaciones y personas que expendan a sobreprecios los
productos regulados por el Estado, así como también con multas comprendidas entre las
200 y las 10 mil unidades tributarias e incautación de la mercancía. Y aunque en el
mercado popular del centro de la ciudad, todavía es posible observar mesas en las que se
ofrece aceite, papel higiénico, pasta, arroz y otros artículos que ocasionalmente se ven en
los anaqueles y pocos pueden adquirir directamente, cuando intentas interrogar a los
personajes que desde atrás vigilan el desarrollo de las ventas y fijan los estrepitosos precios
que el ciudadano común debe pagar para solventar el tiempo que no pudo pasar en la cola,
se asustan.
"Nadie te va a decir que se dedica a eso. Desde que te bajaste de ese carro plateado que
te trajo, todo el mundo sabe que no eres de aquí y que venías con ganas de averiguar.
Tienes que tener cuidado, podían pensar que eras una policía encubierta o algo así",
comentó un miembro de la comunidad que reside en las inmediaciones de la avenida
Padilla y pidió que no fuese revelado su nombre. Él se dedica a vender comida rápida en la
popular plaza de la zona, en la que convergen un centenar de comerciantes; allí, señala,
escucha cuando comparten las experiencias de su jornada diaria, así como información
sobre la situación que se está desarrollando en los supermercados y de la distribución de los
colaboradores y alimentos.

Frente al lugar, un vehículo verde en el que se lee «Guardia Nacional Bolivariana» cuida
la entrada de Súper Tiendas Latino, el abasto donde los vecinos del sector compran sus
insumos todos los días. Su presencia es ya regular y efectivos y ciudadanos se conocen
bien, “nos acostumbramos a hacer nuestras cosas con ellos aquí”, indicó la fuente, quien
además aceptó explicar, bajo un pacto de confidencialidad, cómo es el procedimiento para
adquirir los productos en Padilla. Dos modus operandi se destacan:

“Mira, la cosa es así: ya entrada la noche, como a eso de las once, empezamos a salir
para hacer nuestra cola. Marcamos el puesto, o sea, dejamos dicho que vamos ahí para que,
si nos vamos, luego podamos volver sin quedar de últimos. También por si llega el Drácula
y tenemos que salir corriendo”.

A comienzos del año pasado, el exsecretario de Seguridad y Orden Público, Jairo


Ramírez, informó que estaba prohibida la pernocta en cualquier establecimiento comercial
del Estado con el fin de evitar la venta del cupo dentro de la cola y la reventa. Desde
entonces, convoyes del componente de las Fuerzas Armadas del país encargado de velar
por el orden interno de la nación, recorren los supermercados de la ciudad.

“Esos son los dráculas. Se llevan a todos los que encuentren y los ponen a hacer eso de
limpiar aceras y recoger basura. Servicio comunitario, sí. Por eso hay que esconderse antes
de que lleguen. Nosotros nos metemos por aquí cerquita. Ya como a las cinco de la
mañana, cuando ya es legal, volvemos a nuestros puestos. A eso de las seis o siete
comienzan a llegar los empleados de la tienda y ahí es cuando sabemos qué es lo que va a
llegar y todo eso. Está arreglado: algunos son nuestros amigos porque los vemos mucho y
nos conocemos de por aquí, a otros se les paga para que nos digan. Es fácil en verdad. Si no
funciona nada ese día, hay que estar pendiente de si llegan familiares de ellos, esa es la
señal”.

No obstante, para los que no pueden quedarse allí hasta que llegue el producto, siempre
existe una segunda opción:

“Yo no me puedo quedar en la cola. Tengo que vender esto, que es con lo que gano. Así
que como yo estoy aquí mismito, en frente, lo que hago es que, cuando se acerca la hora
que nos dijeron, me voy a mi puesto. Eso sí, antes le digo a mi mamá y amigos para que se
metan conmigo, aunque la gente a veces se pone a pelear. Pero es justo en verdad, si son
mis amigos, yo comparto con ellos el sitio. No pueden hacer nada. Bueno… así hacemos.
Con la Guardia ya he peleado varias veces por eso, porque, vos sabéis, empiezan los golpes
y es muy violento todo. Otra cosa que hago a veces es que cuando veo el camión venir en la
esquina ya yo más o menos sé lo que es, entonces atravieso la calle rapidito y, si no hay
cola, me meto y empiezo a dar vueltas por los pasillos, veo cosas y me robo lo que pueda
hasta que empiezan a descargar la mercancía. Ya yo estoy adentro, así que salgo de primero
y no me importa lo que pase afuera”.

Una vez adquieren los productos, estos son negociados con los revendedores, quienes —
como si se tratase de una subasta— ofertan un precio por los artículos al que, finalmente,
suman sus ganancias basados nada más que en la especulación. El resultado es el costo al
que terminan comprando los interesados.

“Sé que existe el riesgo de que me quiten mis cositas, pero hay que hacerlo. La
situación está dura. No me da miedo pelear con la policía. Por aquí nos conocemos. Si pasa
algo, se viene mi familia, que está cerquita, a defenderme. Quién los manda, la culpa de
esto la tiene el Gobierno y nosotros necesitamos comer, así que vamos a hacer lo que sea.
Que venga la Guardia si quiere”, expresó una vendedora en Las Pulgas.
Reto II. Dinero vs. Necesidad

Pese a todo, los bachaqueros deben luchar contra algo que ni ellos ni el Gobierno pueden
controlar: los anaqueles están vacíos, los estantes sobran y las tiendas cierran porque,
además, los índices de inflación son tan altos que sitúan al país en la cima de la listas
mundiales en esta materia y cada vez son menos quienes pueden realizar un mercado
mensual que incluya productos que no formen parte de la canasta básica.

En la plaza, desde lejos los vecinos están atentos a la entrevista y la evalúan con recelo.
Si preguntas, no hay bachaqueros cerca. Cruzando la calle que separa el lugar de El Latino,
se escucha decir sin parar "aquí se ve eso, claro, pero yo no soy bachaquero. Lo poquito
que puedo sacar de aquí es para mi familia. No tengo dinero para andar comprando en la
calle".

En febrero del 2014, las tasas de escasez alcanzaron el 28 %, un nuevo máximo


histórico, y a partir de entonces el Banco Central de Venezuela dejó de informar al
respecto. Por su parte, Datanálisis publicó un informe este año en el que la escasez en
Caracas alcanzó 82,8 % ese mismo mes, pero esta vez del 2016.

La gente que se dispone a abandonar sus oficios principales para dedicar un día
completo a encontrar los artículos corre el riesgo de llegar a la caja y que se hayan acabado.
Mientras que para los bachaqueros ya no es suficiente con evadir los controles impuestos
para evitar el negocio de la reventa: no pueden comprar lo que simplemente no hay.

“No te voy a decir mentiras. Si pudiese revender, lo haría. Esa gente gana bien, pero
hay que estar solo. Yo no puedo vender los dos pollos que saco porque primero son mis
hijos y ya no se consiguen. Tampoco les puedo dar pan porque no hay. De verdad, en serio,
estamos mal”, confiesa Cristina, una empleada doméstica con tres hijos. “Hoy mi jefa se
quedó esperándome. No me dio tiempo avisarle porque me dijeron que me vistiera rápido
para venir a buscar pañales aquí. Claro que me da miedo que me boten, pero ¿qué voy a
hacer?”, concluyó.

En la avenida La Limpia las aceras se convierten en el asiento de unas pocas personas


que se resisten a abandonar sus rutinas y esperan impacientes un murmullo, el sonido de un
vehículo que se detiene cerca de la zona de descarga en la parte de atrás de los negocios o
que empiece a anochecer para ceder y volver a sus hogares. Al mismo tiempo, unos cuantos
se van resignados, solo esperando volver mañana y que sea su día de suerte.

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