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La siguiente relatoría está basada en la vida y los aportes que dejo este gran

personaje José Consuegra Higgins, nació Sabanalarga, atlántico el 28 de marzo


de 1924 -2013, fue un educador, político, escritor y científico colombiano. Fue el
fundador de la universidad Simón Bolívar
Recibió el título de economista en la Universidad Nacional de Colombia, luego
inició su carrera laboral en la docencia, dictando clases en el bachillerato (donde
por cierto tuvo entre sus alumnas a Anita Bolívar, su futura esposa) Con el apoyo
entusiasta de sus colegas, llegó a la Rectoría de la Universidad del Atlántico, de
donde saltó a la fundación de la Universidad Simón Bolívar, en Barranquilla, tras
rechazar ofertas que le hicieron para presidir los destinos de las universidades
Libre y Nacional de Colombia, en Bogotá.
Es importante destacar que José consuegra fue ante todo un maestro
intachable en el todo el sentido de la palabra, tanto por el ejercicio y dedicación
constante e intenso que le apostó a la docencia a lo largo de su vida, logro dar
grandes aportes a la enseñanzas y lecciones que impartió a través de sus libros,
de sus escritos, donde hay páginas memorables, antológicas, sobre el sagrado
oficio del magisterio.
Consuegra en su larga vida entre la lectura y la escritura y el ejercicio de la
política siempre tuvo un solo horizonte, aportar al pensamiento propio, este
maestro que siempre fue un defensor y difusor del pensamiento latinoamericano,
nos invita hoy más que nunca a darle vida a su pensamiento. Hoy más que
antes se precisa un pensamiento propio en américa latina, no solo para
entenderse así mismo si no para entender al mundo.
El libro “José Consuegra Higgins: El camino propio hacia el desarrollo” es una
buena introducción al pensamiento propio de Consuegra Higgins no sólo en la
economía sino en la política, la sociología, la historia, la educación, la cultura, la
literatura y el periodismo, cuando no en la vida cotidiana, en nuestras costumbres
y modas, en el lenguaje y las actitudes que nos identifican.
Pues bien, allí está claro, desde sus páginas iniciales, que el precursor de aquella
teoría en América Latina fue Simón Bolívar, a quien Consuegra califica como el
pionero del pensamiento propio. ¿Por qué? No sobra recordarlo: porque él
reclamaba leyes acordes a nuestra realidad social, como lo exigía Montesquieu en

De la economía a la cultura
Sí, Consuegra era un maestro, pero también era un intelectual en sentido estricto,
lejos de ser simplemente un economista a secas, un profesional como tantos
otros, encerrado en los límites de su especialidad. No. Era un científico social,
consagrado al estudio, la enseñanza y la vivencia de las Ciencias Humanas y
Sociales, donde se movía a sus anchas por la economía, la política, la sociología,
la historia, la educación, la cultura, la literatura y el periodismo, con una visión
universal, enciclopedista y ante todo humanista, que dejó consignada en su vasta
obra intelectual reunida en cerca de cuarenta libros publicados.

En economía, claro está, hizo invaluables aportes, a los que acá, en esta Cátedra,
ya se refirieron dos ilustres representantes de la Academia Colombiana de
Ciencias Económicas: Julio Silva-Colmenares y Julián Sabogal Tamayo, quienes
hicieron énfasis en la Teoría del Desarrollo y su enfoque “propio”, latinoamericano,
que ahora nos reúne a propósito de los cincuenta años de haberse realizado en
México el histórico Encuentro de Economistas para proclamar el férreo
compromiso con aquella teoría, de la que Consuegra Higgins fue precisamente
uno de sus máximos exponentes y acaso su mayor divulgador por medio de la
revista “Desarrollo Indoamericano”, fundada y dirigida por él desde enero de 1966,
hace medio siglo.

Sin embargo, él no podía ver la economía sino en estrecha relación con la política.
Le interesaba la Economía Política, mejor dicho. Y en el plano político, partidista,
fue liberal de izquierda o socialista demócrata a la manera de Jorge Eliécer
Gaitán, en nombre de cuyas ideas se vinculó al recién creado Partido Socialista
Colombiano, junto a Antonio García y Gerardo Molina, hasta fungir como flamante
congresista, Representante a la Cámara y Senador de la República, siempre
invocando la necesidad y urgencia de trascender la democracia política, jurídica o
formal, para construir la democracia económica y social, inspirada en los principios
revolucionarios no sólo de la Revolución Francesa -Libertad, Igualdad y
Fraternidad- sino en las fuentes del marxismo, en el marco de la justicia social.

Consuegra, pues, era economista, centrado en la economía política, pero a la


llamada “ciencia lúgubre” la trataba como ciencia social. Él mismo, por tanto, era
un científico social, analista de los fenómenos económicos por su naturaleza
social, dándole así una gran importancia a las consideraciones sociales, al tipo de
sociedad en que tales fenómenos se presentan, aún los de carácter jurídico.

De ahí que el modelo de desarrollo apropiado para nuestros países -concluía-


deba adaptarse a nuestras condiciones sociales, no a las de los países
desarrollados, que es la síntesis por excelencia de la Teoría Propia del Desarrollo.
Su socialismo, en fin, es manifestación de su compromiso social, consignado en
su obra donde también aparece como pensador económico y social. Recordemos
en tal sentido que él fue director de la célebre Antología del Pensamiento
Económico y Social de América Latina -APESAL-, publicada por la editorial
Espasa-Calpe de Madrid (España) en la década de los ochenta.

En historia, además, siguió igualmente los lineamientos trazados por Marx,


especialmente a través del materialismo histórico y el materialismo dialéctico,
proclamando su importancia como fundamento de las Ciencias Humanas y
Sociales, cuyos diferentes fenómenos (económicos, políticos, sociales, etc.) tienen
causas históricas que los investigadores deben descubrir y revelar. No por cosa
distinta él fue miembro de la Academia Nacional de Historia en Colombia y
Venezuela, adonde llegó con méritos de sobra por sus aportes a la historia
económica de nuestro país y de América Latina en textos como El pensamiento
económico de Simón Bolívar, Cinco economistas cartageneros y sus ensayos
sobre la economía de los pueblos indígenas precolombinos, a quienes exaltó
mientras condenaba la aniquilación de que fueron víctimas durante la conquista
española y el largo período colonial que arrasó con sus culturas.

Por último, Consuegra fue muy cercano al mundo de la literatura, de las bellas
letras, desde sus años juveniles en que compartió las aulas escolares con Gabriel
García Márquez, hasta sus hermosos escritos, de auténtica prosa poética, en
muchos de sus artículos de prensa y, sobre todo, en su autobiografía “Del
recuerdo a la semblanza”, que le abrieron las puertas de la Academia Colombiana
de la Lengua, donde se hizo el justo reconocimiento al gran escritor y periodista,
fundador de “Desarrollo Indoamericano”.

¿Quién podrá negar, en consecuencia, las condiciones excepcionales de José


Consuegra Higgins, El Maestro, como intelectual u hombre culto, para quien la
cultura era una forma de vida, no una mera pose para ganar prestigio social y
académico? ¿Quién podrá negarlo?

La Teoría Propia de Consuegra

“El espíritu de las leyes” al sentar las bases de lo que luego se llamaría la
Sociología Jurídica. Que nos rijan nuestros códigos, no los de Washington, pedía
El Libertador mientras invocaba el Estado de derecho en que se sustenta el
sistema democrático, donde la defensa de la soberanía nacional es también uno
de sus pilares.

Pero Bolívar, en su opinión, trascendió tales aspectos jurídico-políticos y se


remontaba a los aspectos sociales y económicos, en los que se enfrentaba a los
modelos extranjeros y, en especial, los provenientes de las mayores potencias
(España, en primer lugar, tras la conquista; luego, Inglaterra, con la Revolución
Industrial, y Estados Unidos, en los últimos tiempos).

“El Libertador fue brillante exponente de un pensamiento jurídico, económico y


social auténtico”, concluía El Maestro a partir de su densa investigación sobre las
ideas económicas de Bolívar, exaltada por autores tan autorizados como el
venezolano Maza Zavala.

No es de extrañar, en tales circunstancias, que Consuegra fundara en 1972, poco


después de la Reunión de México en 1965 y el lanzamiento de la revista
“Desarrollo Indoamericano” a comienzos de 1966, la Universidad Simón Bolívar en
honor a El Libertador, según lo había prometido desde años atrás, y naturalmente
en honor a ese pensamiento propio, auténtico, latinoamericanista en grado sumo,
al que se dedicó por el resto de su vida, hasta su muerte a fines de 2013.

En realidad, él consideraba que la educación y, con mayor razón, la educación


superior, universitaria, debe ser la tribuna por excelencia del pensamiento propio,
sin el cual no es posible alcanzar la libertad, ni la misma democracia, ni mucho
menos el desarrollo económico y social a que aspiran nuestros pueblos.

La educación, a su modo de ver, es factor clave, determinante, para poder dar el


salto al desarrollo, criterio que se ha convertido en paradigma universal, sobre
cuya vigencia no hay discusión. Pero -cabe preguntar-, ¿qué tipo de educación?
¿Y qué tipo de cultura debe impartirse en los centros escolares? ¿Cuál? Es lo que
veremos a continuación, ya para concluir este breve recorrido.

y cultura propias
Para empezar, recordemos que Consuegra debió ser declarado -al decir del
escritor David Sánchez Juliao- “monumento vivo” en Colombia, como lo fue
Nicolás Guillén en Cuba, en justo reconocimiento por ser “el más importante
promotor cultural de la Costa colombiana”.

De hecho, el epicentro de la extensa actividad cultural que él impulsaba fue la


Universidad Simón Bolívar, donde se ha exaltado precisamente, desde la misma
fundación, la cultura propia, autóctona, a través de sus diversas manifestaciones
folclóricas, de sus bailes y ritmos frenéticos, y de las expresiones científicas,
literarias y artísticas de autores nacionales y latinoamericanos, todo ello en busca
de la anhelada identidad cultural de nuestros pueblos, lejos del extranjerismo a
que hemos estado sometidos desde los tiempos coloniales. El Museo de Autores
del Caribe, situado en la Casa de la Cultura donde también está el Museo
Bibliográfico Bolivariano, es prueba de ello.

Por desgracia, lo que Consuegra presenciaba en el medio cultural y universitario


del país y América Latina en general era, con honrosas excepciones, todo lo
contrario de sus sueños e ideales: dependencia cultural absoluta, con modas
importadas que hacen su agosto entre nosotros, y la falta de identidad cultural, de
valoración de lo nuestro, al tiempo que se valoran en forma exclusiva, como fruto
de esa dependencia, los autores extranjeros acaso por la sencilla razón de serlo, o
sea, por ser originarios de Estados Unidos o Europa, Japón o China.

Para colmo de males, la globalización contemporánea, con su modelo de apertura


económica a cuestas, se ha encargado de arrasar -advertía, con dolor- la poca
autenticidad que nos queda tras demoler las fronteras nacionales con los tratados
de libre comercio y cosas por el estilo.

Y claro, las universidades locales no han sido ajenas a tan lamentable fenómeno.
Por el contrario, los textos extranjeros se convierten en manuales de estudio que
nuestros profesores e investigadores repiten “como loros” a sus alumnos, quienes
se encargan de aprender la lección a cabalidad, pues quien presuma de intelectual
debe saber más de las culturas foráneas, no de la nuestra, condición básica para
ser aceptado en la sociedad como una persona culta. ¡Esto es dependencia
cultural, una de las causas estructurales de nuestro subdesarrollo!
De ahí su conclusión, síntesis de la Teoría Propia de Consuegra: “Hay que
desarrollar una teoría propia, auténtica, original, ligada a nuestras raíces”.
¿Cómo? Con la debida valoración de lo nuestro, como es obvio; con el rescate de
los valores autóctonos, haciendo frente a los valores foráneos que sólo acentúan
la dependencia, hundiéndonos en el atraso, y hacer de la universidad, de los
centros de educación superior, el motor de la transformación social, partiendo del
conocimiento científico de nuestra realidad para resolver los problemas que
afectan sobre todo a los sectores populares, a la población de menores recursos.

Se requiere, en fin, lo que ahora se conoce como Responsabilidad Social


Universitaria (RSU), de la que no hemos dudado en proclamar a Consuegra como
uno de sus pioneros no sólo en Colombia sino en América Latina, según
tendremos ocasión de demostrarlo en próximo escrito.

La vigencia de lo propio

Lo que acabamos de señalar, sobre Responsabilidad Social Universitaria,


confirma la plena vigencia de la obra de Consuegra Higgins en lo relacionado con
el pensamiento propio y la Teoría Propia del Desarrollo.

Sin embargo, ese no es el único aspecto digno de tener en cuenta. No. La


identidad cultural, al margen de consideraciones políticas o ideológicas, es hoy
una necesidad sentida en todos los pueblos, aún en los más avanzados, y en tal
sentido se establecen acuerdos y normas específicas para proteger el llamado
Patrimonio Cultural de la Humanidad, cuando no en los mismos tratados
comerciales, como sucede por ejemplo en la Unión Europea.

A su turno, la innovación, que es piedra angular de la investigación científica como


motor del desarrollo, parece responder a las mencionadas críticas contra el
aprendizaje pasivo, memorístico, repetitivo, de nuestras escuelas, dándole rienda
suelta a la imaginación, a la capacidad creadora, que habrá de traducirse en un
mayor número de patentes para superar la dependencia tecnológica y dar, por fin,
el salto al desarrollo con base en el pensamiento propio.

Y ahí está la Universidad Simón Bolívar, siempre “a la sombra de El Maestro”, que


es la mayor prueba de la vigencia de su pensamiento propio, auténtico.

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