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De la economía a la cultura
Sí, Consuegra era un maestro, pero también era un intelectual en sentido estricto,
lejos de ser simplemente un economista a secas, un profesional como tantos
otros, encerrado en los límites de su especialidad. No. Era un científico social,
consagrado al estudio, la enseñanza y la vivencia de las Ciencias Humanas y
Sociales, donde se movía a sus anchas por la economía, la política, la sociología,
la historia, la educación, la cultura, la literatura y el periodismo, con una visión
universal, enciclopedista y ante todo humanista, que dejó consignada en su vasta
obra intelectual reunida en cerca de cuarenta libros publicados.
En economía, claro está, hizo invaluables aportes, a los que acá, en esta Cátedra,
ya se refirieron dos ilustres representantes de la Academia Colombiana de
Ciencias Económicas: Julio Silva-Colmenares y Julián Sabogal Tamayo, quienes
hicieron énfasis en la Teoría del Desarrollo y su enfoque “propio”, latinoamericano,
que ahora nos reúne a propósito de los cincuenta años de haberse realizado en
México el histórico Encuentro de Economistas para proclamar el férreo
compromiso con aquella teoría, de la que Consuegra Higgins fue precisamente
uno de sus máximos exponentes y acaso su mayor divulgador por medio de la
revista “Desarrollo Indoamericano”, fundada y dirigida por él desde enero de 1966,
hace medio siglo.
Sin embargo, él no podía ver la economía sino en estrecha relación con la política.
Le interesaba la Economía Política, mejor dicho. Y en el plano político, partidista,
fue liberal de izquierda o socialista demócrata a la manera de Jorge Eliécer
Gaitán, en nombre de cuyas ideas se vinculó al recién creado Partido Socialista
Colombiano, junto a Antonio García y Gerardo Molina, hasta fungir como flamante
congresista, Representante a la Cámara y Senador de la República, siempre
invocando la necesidad y urgencia de trascender la democracia política, jurídica o
formal, para construir la democracia económica y social, inspirada en los principios
revolucionarios no sólo de la Revolución Francesa -Libertad, Igualdad y
Fraternidad- sino en las fuentes del marxismo, en el marco de la justicia social.
Por último, Consuegra fue muy cercano al mundo de la literatura, de las bellas
letras, desde sus años juveniles en que compartió las aulas escolares con Gabriel
García Márquez, hasta sus hermosos escritos, de auténtica prosa poética, en
muchos de sus artículos de prensa y, sobre todo, en su autobiografía “Del
recuerdo a la semblanza”, que le abrieron las puertas de la Academia Colombiana
de la Lengua, donde se hizo el justo reconocimiento al gran escritor y periodista,
fundador de “Desarrollo Indoamericano”.
“El espíritu de las leyes” al sentar las bases de lo que luego se llamaría la
Sociología Jurídica. Que nos rijan nuestros códigos, no los de Washington, pedía
El Libertador mientras invocaba el Estado de derecho en que se sustenta el
sistema democrático, donde la defensa de la soberanía nacional es también uno
de sus pilares.
y cultura propias
Para empezar, recordemos que Consuegra debió ser declarado -al decir del
escritor David Sánchez Juliao- “monumento vivo” en Colombia, como lo fue
Nicolás Guillén en Cuba, en justo reconocimiento por ser “el más importante
promotor cultural de la Costa colombiana”.
Y claro, las universidades locales no han sido ajenas a tan lamentable fenómeno.
Por el contrario, los textos extranjeros se convierten en manuales de estudio que
nuestros profesores e investigadores repiten “como loros” a sus alumnos, quienes
se encargan de aprender la lección a cabalidad, pues quien presuma de intelectual
debe saber más de las culturas foráneas, no de la nuestra, condición básica para
ser aceptado en la sociedad como una persona culta. ¡Esto es dependencia
cultural, una de las causas estructurales de nuestro subdesarrollo!
De ahí su conclusión, síntesis de la Teoría Propia de Consuegra: “Hay que
desarrollar una teoría propia, auténtica, original, ligada a nuestras raíces”.
¿Cómo? Con la debida valoración de lo nuestro, como es obvio; con el rescate de
los valores autóctonos, haciendo frente a los valores foráneos que sólo acentúan
la dependencia, hundiéndonos en el atraso, y hacer de la universidad, de los
centros de educación superior, el motor de la transformación social, partiendo del
conocimiento científico de nuestra realidad para resolver los problemas que
afectan sobre todo a los sectores populares, a la población de menores recursos.
La vigencia de lo propio