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PAREJA
(Simón Latino)
Carlos H. Pareja vivió su niñez en un ambiente de pobreza. Pero esto no fue óbice
para que lo enviaran a estudiar medicina a Cartagena, como había hecho su padre. En
esta ciudad contó con el apoyo de Fernando de la Vega, crítico literario, exponente de la
intelectualidad cartagenera y editor cultural del diario La Patria.
Identificado con las ideas bolivarianas, dadas a conocer por su maestro P. J. Romero
Arrieta, Carlos H. Pareja adoptó el nombre literario de Simón Latino, con el que firmaba
sus poemas y escritos como colaborador del periódico de Domingo López Escauriaza.
En esa época, el país no tenía una legislación ordenada sobre minas y petróleos y no
había juristas ni escuelas de formación sobre este tema. De ahí que Simón Latino, tan
pronto terminara su carrera, viajara a la Ciudad de México a especializarse en legislación
de minas e hidrocarburos.
Con el correr de los años, Simón Latino sería uno de los abogados más consagrados a
la defensa de los derechos de los trabajadores, asesor de la Central de Trabajadores de
Colombia, CTC, y de los sindicatos obreros. Por tanto, no es extraño que el 9 de abril de
1948, luego del asesinato de Gaitán -cuando invitó a la rebelión en el programa Últimas
Noticias- sus primeras palabras estuvieran dirigidas a los obreros de Colombia.
Simón Latino combinó sus estudios de derecho con su pasión por la poesía. Se inició
publicando en la página del rincón poético de El Pequeño Diario, de Magangué, después
en La Patria, de Cartagena, y en El Gráfico, de Bogotá. Participó en varios concursos
líricos y ganó la Violeta de Oro, en los Juegos Florales de Cartagena en 1923.
En 1930, publica “Vida de Bolívar para niños”, relatos históricos sobre El Libertador,
narradas con sencillez y con bellas ilustraciones, como si fueran cuentos infantiles. Texto
que tiene hoy una vigencia deslumbrante.
La obra fue dividida en dos tomos: el primero dedicado a la teoría general del Derecho
Administrativo; y el segundo, a la práctica administrativa colombiana. Éste fue un texto
importante para su época. Aún hoy, aunque las leyes han cambiado, tienen vigencia
algunos de sus apartes. En ese mismo año, es también profesor de la Universidad Libre y
ejerce como Conjuez del Consejo de Estado y de la Corte Suprema de Justicia.
En esta labor, Carlos H. puso todo su empeño. Vendió poesía como se vende pan: como
algo barato y necesario. Se dio cuenta de que los libros de poesía eran caros y grandes,
no accesibles a todo el público, pues la mayoría de la gente común y de estudiantes
pobres, no tenía dinero para comprar un texto, ni tiempo para leerlo. Por eso estos
cuadernillos fueron un gran invento y tuvieron mucha recepción. Se pusieron de moda en
una Bogotá que aún tenía cafés literarios y tertulias.
Para esta época, la situación policiva en el país era difícil. En la Aduana estaban
pendientes de la llegada de los libros que, según su criterio, eran subversivos. Los que
eran considerados como tales por la Popol (la Policía Política “encargada de purificar las
ideas y el pensamiento”), se decomisaban y se quemaban. Igual suerte corrían los
periódicos y revistas. Así, por ejemplo, fueron quemadas varias ediciones de “Rompiendo
la noche”, de Pianinsky.
Cuenta Albio Martínez que en una ocasión se estaba exhibiendo “El capital”, de Carlos
Marx y el agente de servicio informó a su jefe, quien se presentó de inmediato; éste miró
el título del libro y reprimió a su subalterno “porque lo había hecho venir para mirar un
libro de contabilidad” (71).
Pero el doctor Pareja tenía también sus amigos en la política y en el alto gobierno. A
través de ellos lograba contrarrestar en parte la persecución y el decomiso de los libros
que le enviaban del exterior.
Luego, la impresión de libros y folletos quiso abordarla él mismo, compró una impresora
pequeña que bautizó La Hora. En ella imprimió “Roble y clavel”, de Elvira Lascarro, hija
de Leopoldo Lascarro, su amigo, y quien había ocupado cargos en el gobierno.
Después, imprimió otro folleto con poemas de Neruda, bajo el título “Que despierte el
leñador”. Entre los libros más vendidos en su librería estaban los de su autoría: “Curso de
derecho administrativo” y “Código del Trabajo”, éste llegó a ser el primer código de
bolsillo que se editó en el país. Los estudiantes de las universidades Nacional y Libre
frecuentaban la librería, algunas veces para comprar y otras para robar. Así lo consigna
García Márquez en sus memorias “Vivir para contarla”:
“Otro pariente casual, por parte de padre, era Carlos H. Pareja, profesor de economía
política y dueño de la librería La Gran Colombia, favorita de los estudiantes por la
buena costumbre de exhibir las novedades de grandes autores en mesas descubiertas y
sin vigilancia. (...) Me enfrenté al maestro Carlos H. Pareja, mientras tres de mis
cómplices escapaban en estampida. Por fortuna antes de que alcanzara a disculparme
me di cuenta de que el maestro no me había sorprendido por ladrón, sino por no
haberme visto en su clase durante más de un mes. Después de un regaño más bien
convencional, me preguntó: ¿Es verdad que eres hijo de Gabriel Eligio? Era verdad,
pero le contesté que no, porque sabía que su padre y el mío eran parientes distanciados
por un incidente personal que nunca entendí” (72).
El 9 de abril de 1948, después del asesinato de Gaitán, el doctor Carlos H. Pareja fue
encarcelado por vociferar en una emisora contra el gobierno e incitar a la revuelta. La
librería sufrió destrozos de la turba y fue incendiada.
Como era considerado incitador de las masas, le fue difícil conseguir local y
apartamento para ellos y su librería, pues nadie quería arrendarles. Y los pocos que lo
hacían, era por corto tiempo. Se vieron obligados a cambiar de sitio varias veces.
Juan Gossaín, sobre Simón Latino, escribe: “Fue un hombre que emprendió la titánica
tarea de llevarle al pueblo, en fascículos baratos, la obra de los poetas de Colombia y
del mundo; que logró vender versos en las plazas de mercado entre el cacareo de las
gallinas y el olor de las lechugas; que escribió unos versos propios que ya nadie
recuerda; que tradujo estrofas de los cantores haitianos del vudú y del amor; este
hombre que además de todo esto, enseñaba los trucos del derecho administrativo
mientras compilaba a Rubén Darío, dejó escrita en su testamento su última voluntad:
“Quiero que cremen mis restos y esparzan mis cenizas en el mar” (73).
El tomo IV, por ejemplo, cuya primera edición fue publicada en 1991, bajo la
coordinación editorial de Alba Inés Arias, lo conforman los jóvenes poetas de ese
entonces: Susana March, Evaristo Carriego, Enrique González Martínez, Carlos Castro
Saavedra, Miguel Hernández; una antología de la poesía brasilera contemporánea, donde
sobresalen Vinicius de Moraes y Tiago de Mello; una sobre poesía sexual; otra, a la que
él llama “La fuente”, que es “El cantar de los cantares”, de Salomón; un capítulo
dedicado a los maestros, donde sobresalen Rubén Darío, Leopoldo Lugones, José
Asunción Silva, José Martí, y otros.
El capítulo número II está titulado “Sexo y alma”, y, entre otros, aparecen poemas
de Juan Ramón Jiménez, Delmira Agustini, Miguel Rasch Isla, César Vallejo. Continúa
esta antología con “Campo de batalla”; sobresalen, entre los poetas escogidos, Federico
García Lorca, Rafael Alberti, Dulce María Loynaz, León de Greiff, Vicente Aleixandre.
“Cuerpo de mujer”, título del poema I de Pablo Neruda, también da título al capítulo
V de esta selección, que comienza, precisamente, con el vate chileno. En este capítulo
aparecen, además, Octavio Paz, Vinicius de Moraes, Miguel Hernández, y otros.
Jorge Gaitán Durán, Manuel Pacheco, Dolly Mejía, Susana March, entre otros,
forman el cuadernillo Número VI de este libro, que se titula “Celeste carne”,
combinación de pasión y amor.
“Lucha de raíces” son poemas a la tierra, a la patria, a lo que somos. Entre los
autores escogidos para este aparte, se encuentran Carlos Castro Saavedra, Rosario
Castellanos, Jaime Sabines, Ileana Espinel.
Muchos de estos poetas, en la época en que Latino realizó sus Cuadernillos, eran
jóvenes, empezaban en el arte de la poesía, como Carlos Castro Saavedra, Ileana
Espinel, Jorge Carrera Andrade, Jaime Sabines, Thiago de Mello; Latino sabía que
quedarían para la historia poética del mundo.
Las notas de presentación que le hace a los antologados son una muestra más de
la claridad de la palabra poética que tiene Latino. Por ejemplo, de Carlos Castro Saavedra
dice: “… el producto de una generación que ha crecido bajo el signo de la violencia.
Esto explica, en parte, el tono de su poesía, que él mismo califica de “centelleante”. Se
caracteriza esta poesía por el brillo de las palabras, el chisporroteo de las imágenes y
aún por los medios explosivos que usa para expresarse”.
De Miguel Rasch Isla, el poeta caribeño, anota Latino: “Artífice del soneto galante,
este poeta fue también sacerdote del culto fálico, al que consagró un libro prohibido:
“La manzana del edén”, en donde exalta los primores de la exquisita fruta y rinde a Eva
desnuda el merecido homenaje”.
Ángela, la joven que está enamorada de él, es otra de las víctimas. Ella lo ama, sin
más razones. Sus padres la quieren obligar a casarse con un joven rico de la ciudad -
costumbre muy de moda en esa época-, pero ella quiere entregarse a Luis. Es un amor
sincero, puro y valiente, porque lo defiende, especialmente de su padre, que es quien la
quiere casar con Andrés.
Luis vive solo en una inmensa casa heredada de su progenitor, muerto muy joven y
quien era un hombre aventurero y despilfarrador. Había dejado muchos vástagos regados
por todas partes y deudas imposibles de cancelar por su hijo, a quien le embargaron y
luego le quitaron la casa. Desesperado, el joven intenta suicidarse.
Entre estas dudas: amor, dolor, deber, enigma, indecisión, se mueve el joven.
Luego, envía una carta a su enamorada, donde le dice que, simplemente, lo olvide, que no
hay ninguna esperanza para realizar ese amor. Para ella este golpe fue muy duro. Se
tomó un veneno y murió. Luis, entonces, se sumerge en una especie de neblina, en un
tiempo sin horas, en un abandono total de todas sus fuerzas. A los tres días va a visitar la
tumba de su amada. Allí llora y, por fin, le confía su secreto. Ángela no es de apellido
Manzanares, es Villena y es su hermana.
Es una novela que marcha al compás de los tiempos en que fue escrita. El final es
inesperado. Quizá el suicidio de ella se vislumbre. Pero se ve más lógico el de él. Sin
embargo no lo vuelve a intentar, y prefiere cargar su dolor por el resto de su vida. Tal vez
este castigo sea más fuerte que si se hubiera muerto junto a Ángela. Se siente culpable de
la desgracia de la muchacha, pero más desgraciada habría sido si se hubiera casado con
él. Luis se resigna a seguir viviendo así, entre el dolor y el sentimiento de culpa.
A pesar de ser una historia romanticona, Latino demuestra aquí su posición filosófica
frente al mundo. Luis Villena es su alter ego, de pensamientos libres, de dudas acerca de
los sucesos de la vida. El joven reflexiona: “Creo en Dios, ¡quien lo duda! Pero creo a
mi manera. Creo que Él es la causa suprema de todas las cosas, pero que no interviene
ni en nuestros actuales ni en nuestros finales destinos. No se puede ser supremamente
poderoso sin ser supremamente indiferente y supremamente cruel. Es una teoría
absurda; yo, más que nadie, lo sé; pero es mía” (P. 166).
Pero ya las cartas están echadas. Suenan los disparos. Afuera yace el cuerpo
ensangrentado de Gaitán. En la escena del crimen, se encuentran los verdugos, uno de
ellos, para no dejar cabos sueltos, incita a la gente a matar al asesino. El hecho se
consuma. Del suelo recogen a Gaitán. Queda una mancha roja ante la cual se inclina y ora
la muchedumbre. (Unos, beberán de ella; otros, se la llevarán en su pañuelo). Hay la
certeza de que se ha destruido todo un pueblo, una esperanza.
Mientras César y su séquito daban por muerto al Monstruo y colgados de los faroles
a sus secuaces, en el Gun’s bar la aristocracia planeaba la contrarrevolución. Allí se
maquina traer refuerzos, abrir las licoreras, iniciar el vandalismo, soltar a los presos e
instalar por toda la ciudad anónimos y eficaces francotiradores. La misión: incitar el caos,
salvar el régimen.
En las calles, las cosas no son fáciles. César es testigo del saqueo a un almacén de
ropa por parte de dos mujeres y de la muerte de una de ellas a causas de un francotirador.
El hombre decide ayudar. Se acerca a la rubia que llora la pérdida de su amiga; la rubia se
llama Cristina, una aristócrata indiferente que hasta ese momento odiaba al pueblo, carga
el cadáver al carro y lo lleva al hospital. Hay mucha gente en el centro médico, por lo que
considera conveniente regresar más tarde.
Esta síntesis que hemos hecho demuestra que nada de lo que sucede en la novela
nos es extraño. Aunque sí doloroso. Ésta es la historia real de este país. Con otros
nombres y otras circunstancias. Pero en esencia, la misma. Desde el inicio, en una breve
nota, el autor –Carlos H. Pareja- advierte que no es “historia pura” ni “autobiografía”.
Sólo su testimonio.
Quizá lo que gusta de esta novela –además de la habilidad con la que Carlos H.
Pareja narra su historia- es esa tensión que existe entre el romanticismo y el realismo
cruel, el que termina imponiéndose irremediablemente. Cómo una idea, la idea de la
justicia, hace que un hombre abandone su vida y se meta al monte a morir o a ver morir a
la gente que ama. ¿Para qué? Ahí viene lo terrible, lo insalvable, lo humano envilecido.
Había que decirlo en verso para que el pueblo lo cantara, pues no sabía leer, y
cantándolo, se le metiera en el corazón y en la cabeza, y lo convirtiera en arma contra la
opresión. Y eso mismo ocurrió en todos los rincones de América, desde mucho antes de
la aparición de los grandes caudillos populares, como el inca Tupac Amaru o el
comunero Galán. Cuando, muchos años más tarde, surgieron los libertadores cultos,
Bolívar en el norte, y San Martín en el sur, la poesía fue el principal vehículo de
comunicación de los pueblos ansiosos de libertad. He aquí, como ejemplo de esto, la
escena que uno de los tenientes de Bolívar relata sobre la vida de aquellos años (1817) en
los llanos de Venezuela:
“Al anochecer, durante los descansos, se organizan bailes mezclados de canciones
originales. De la inmensa poesía de las extensas soledades y de las adorables y
arrobadoras noches del ecuador, en que el negro transparente de la bóveda celeste se
salpica de luz y es surcado por el fuego de las estrellas errantes, algo se ha comunicado al
alma del llanero. En esa alma, de horizontes tan imprecisos como los de sus llanos
mismos, siente el llanero revivir los instintos ancestrales: el orgullo del árabe, la jactancia
andaluza, la resignación dócil y la pueril alegría del negro; a veces, también, la
reminiscencia del indio perseguido:
“Sobre la yerba, la palma;
sobre la palma, los cielos;
sobre mi caballo, Yo,
y, sobre Yo, mi sombrero (78).”
EN EL RÍO DE LA PLATA:
Al otro extremo de América, también por aquellos años, en la tierra gaucha, en las
inmensas pampas argentinas, a orillas del Río de la Plata, Bartolomé Hidalgo, el criollo
poeta y precursor (1788-1822) lanzaba al aire su primer “cielo”, forma de poesía muy
parecida al “romance”, en la que el indígena vertía su ingenuidad y su esperanza:
“Si de todo lo creado
es el cielo lo mejor,
el “cielo” ha de ser el baile
de los Pueblos de la Unión.
Los constantes argentinos
juran hoy con heroísmo,
eterna guerra al tirano,
guerra eterna al despotismo”.
Grandes poetas posteriores, como Esteban Echeverría, Hilario Ascasubi, Estanislao del
Campo, y el formidable José Hernández, con su clásico Martín Fierro, obtuvieron luego
la tradición en estas tierras, en donde hasta un gran Presidente, Bartolomé Mitre, empleó
la forma poética para expresar sus pensamientos políticos. Tradición continuada luego
por José Martí, el libertador de Cuba, que antes que militar y que político, fue poeta, y
gran poeta:
Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma;
y antes de morirme quiero
echar mis versos del alma.
Yo quiero, cuando me muera,
sin patria, pero sin amo,
tener en mi losa un ramo
de flores, y –una bandera.
Muchos títulos se agotan a poco que salen a la venta. Otros, duran. Son los de aquellos
poetas modernos, de difícil digestión para el gran público, oscuros o herméticos, que
entran al alma, no por el lado del corazón, sino por el lado de la cabeza. Leer poesía es un
arte como cualquier otro, cuya perfección requiere tiempo y disposición espiritual. La
poesía moderna es, por lo general, incomprensible para la mayoría, ilegible para muchos,
detestable y aún odiosa para los menos. Pero yo tengo mi clave para guiarme en ese
laberinto. El poeta auténtico gusta aunque sea oscuro; tal es el caso de Juan Ramón
Jiménez; el falso poeta es un simple prestidigitador, que nos ilusiona sin convencernos. A
mí, como editor de poesía, y también como lector empedernido del género, me convencen
los poetas de ayer que se dejan leer todavía hoy (tal el caso del colombiano Rafael
Pombo), y los poetas de hoy que son capaces de escribir como los de ayer (tal el caso del
español Miguel Hernández). Para ser un buen poeta moderno hay que demostrar que se
es capaz de escribir poesía clásica. Del mismo modo que no se puede ser un buen pintor
moderno sin conocer la técnica del dibujo. Por eso Picasso es Picasso. Y por eso no pasa
Rubén Darío…
LA POESÍA DE SIEMPRE:
En mi colección han aparecido hasta ahora los más notables poetas contemporáneos de
España y América, tales como Guillermo Valencia, José Asunción Silva, Pablo Neruda,
Rafael Pombo, Rubén Darío, Porfirio Barba-Jacob, José Santos Chocano, José Eustasio
Rivera (el novelista de La Vorágine), Federico García Lorca, Amado Nervo, Antonio
Machado, Gabriela Mistral, Luis C. López, Juan Ramón Jiménez, Alfonsina Storni, José
Eusebio Caro, León de Greiff, César Vallejo; Juana de Ibarborou, Leopoldo Lugones,
Enrique González Martínez y Miguel Hernández, entre otros; pero la colección prosigue,
y otros grandes nombres, como los de Carlos Sábat Ercasty, Jorge Carrera Andrade,
Manuel del Cabral, José Martí, Enrique Banchs, Julio Herrera y Reissing, Germán Pardo
García, Carlos Drummond de Andrade, Manuel Bandeira, entre otros muchos, habrán de
seguirlos. Junto a los poetas más famosos, incluyo también, entremezclándolos, a poetas
jóvenes, y aún a desconocidos que yo he descubierto, o a poetas célebres en sus propios
países, pero no tan conocidos en el resto de América, como Andrés Eloy Blanco, Eduardo
Carranza, Susana March, Meira Delmar, Alberto Ángel Montoya, Jorge Artel, Medardo
Ángel Silva, César Dávila Andrade y Carlos Castro Saavedra, entre otros. Aunque
encuentro cada día mayores dificultades económicas, que se agrandan con el crecimiento
de mi “empresa”, mi labor continuará, porque aspiro a formar con esta colección, y con el
tiempo, un digesto definitivo de la poesía de América, de aquella que perdura, de la que
yo mismo he llamado “la poesía de siempre”.
Buenos Aires, 1959
Notas:
(71) MARTÍNEZ SIMANCA, Albio. Simón Latino y la Librería La Gran Colombia,
patrimonio cultural de Bogotá.
Bogotá. Alcaldía Mayor de Bogotá e Instituto Distrital de Cultura y Turismo. 2004. P.
109.
(72) GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla. Bogotá. Editorial Norma, 2003.
P. 127.
(73) GOSSAÍN, Juan. Simón Latino: sus cuadernillos y su época. Rev. Casa de Poesía
Silva Nº 2. Bogotá, enero de 1989.
(74) LATINO, Simón. Poetas de ayer y de hoy. Tomo IV. Bogotá. Ed. La Gran
Colombia, 1991.
(75) LATINO, Simón. Sacrificio. En: La novela semanal N° 16. Bogotá. 10 de mayo de
1923.
(76) PAREJA, Carlos H. El monstruo. Buenos Aires. Editorial Nuestra América. 1955.
(77) LATINO, Simón. Poetas de ayer y de hoy. Tomo IV. Bogotá. Editorial La Gran
Colombia, 1991.
(78) Cita de la Vida de Bolívar para los niños, por Simón Latino, 3ª ed., México, 1946, P.
41.
Fuente:
EN EL CARIBE COLOMBIANO, SEÑALES DE UN PROCESO. Tomo I
Páginas 115 a 133. URL, del texto completo:
<http://academico.unicordoba.edu.co:8080/dspace/bitstream/123456789/376/1/LITERAT
URA+CARIBE+1.pdf>
Elaborado por: José Luis Garcés González. Investigación apoyada por el CIUC.