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El texto bíblico más explícito sobre el juicio que le espera a todos los cristianos se

encuentra en 2 Corintios 5:9-10. Allí Pablo escribe lo siguiente: “Por eso, ya sea
presentes o ausentes, ambicionamos agradar al Señor. Porque todos nosotros
debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea
recompensado por sus hechos estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo,
sea bueno o sea malo”.  

(1) En primer lugar, ¿quién será juzgado? Aunque es posible que esté incluida
aquí toda la humanidad, el contexto más amplio de 2 Corintios 4-5 sugiere que
solamente se aplica a los creyentes. Además, Murray Harris ha señalado que
siempre que Pablo habla de la recompensa de todas las personas conforme a sus
obras (por ejemplo en Romanos 2:6), “se encuentra una descripción de dos
categorías mutuamente excluyentes de personas (Rom. 2:7-10), no una
delineación de dos tipos de acciones [tales como ‘sea bueno o sea malo’ aquí en
el v.10] que se pueden afirmar de todas las personas” (406).

(2) ¿Cuál es la naturaleza o el propósito del juicio? En uno de los textos más
alentadores y liberadores del Nuevo Testamento, Pablo escribió: “Por tanto, ahora
no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Rom. 8:1). En otras
palabras, independientemente de lo que Pablo tenía en mente al escribir 2
Corintios 5, si estás, por fe, “en Cristo Jesús”, nunca jamás tendrás que temer la
condenación.

Por lo tanto, el propósito de este juicio específico no es penal ni retributivo, sino


que está diseñado para evaluar las obras de los cristianos con el fin de que les
sean asignadas las recompensas y el elogio apropiados. No leemos aquí una
declaración de condenación, sino una evaluación del valor. El destino eterno no
está en cuestión, pero sí la recompensa eterna (véase Jn. 3:18; 5:24; Rom. 5:8-9;
y 1 Tes. 1:10). Este juicio es una evaluación de la fidelidad y del servicio dentro de
la familia de Dios. Este juicio no determina la entrada al reino, sino más bien el
estado de los ya admitidos. El destino eterno no está en cuestión; pero sí la
recompensa eterna. Este juicio no está diseñado para determinar la entrada al
reino de Dios; está diseñado para determinar la recompensa o el estado o la
autoridad dentro de él.

(3) ¿Cuándo ocurre este juicio? ¿En el momento de la muerte física? ¿Durante el
estado intermedio? ¿Con la segunda venida de Cristo? Pablo no parece tener
interés en especificar cuándo. De lo que podemos estar seguros es que sucede
después de la muerte (véase Heb. 9:27).  Una vez dicho eso, me inclino a pensar
que sucede o con la segunda venida de Cristo, o con el momento en que el Señor
instala por completo y definitivamente el Reino (véase Mat. 16:27; Ap. 22:12), al
final de la historia humana, probablemente junto con ese tribunal más grande que
incluirá a todos los incrédulos, conocidos por los estudiantes de la Biblia como el
“juicio del gran trono blanco” (véase Apocalipsis 20:11 en adelante).

(4) También deberíamos tomar nota de la inevitabilidad del juicio para todos
(“todos nosotros debemos comparecer”). Esto no es un día que se pueda dejar de
lado por ser irrelevante o innecesario. Es esencial que Dios traiga a consumación
su propósito redentor, y que Él honre plenamente la gloria de su nombre entre su
pueblo. Nadie está exento. El mismo Pablo anticipó que un día estaría de pie para
el juicio, porque sirvió (al menos en parte) como la motivación de sus esfuerzos,
estimulados por la gracia, para “agradar” al Señor (v.9).

(5) Pablo enfatiza la individualidad del juicio (“cada uno”). Si bien es importante
subrayar la naturaleza colectiva y comunitaria de nuestra vida como el cuerpo de
Cristo, cada persona será juzgada individualmente (sin duda, al menos en parte,
¡en relación con lo fiel que cada persona fue a sus responsabilidades en el
cuerpo!). Pablo dijo esto en términos similares en Romanos 14:12, “De modo que
cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí mismo”.

(6) Deberíamos observar el modo o forma de este juicio (“Porque todos nosotros
debemos comparecer”). No es que simplemente “aparecemos” en el tribunal de
Cristo: nos quedaremos desnudos delante de Él. “Porque todos nosotros debemos
comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por
sus hechos estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea
malo”. Murray Harris está en lo correcto al decir que “no es meramente una
apariencia o autorevelación, sino más significativamente, un escrutinio y una
revelación divina; es el preludio necesario para la recepción de la recompensa
apropiada” (405).

¿No es inquietante pensar que todo pensamiento al azar, todos los impulsos
justos, toda oración secreta, toda obra oculta, un pecado olvidado hace mucho
tiempo, o un acto de compasión; todo saldrá a la luz para que lo reconozcamos y
el Señor lo juzgue? ¡Pero no te olvides!: “Por tanto, ahora no hay condenación
para los que están en Cristo Jesús” (Rom. 8:1).

(7) Este juicio tiene una identidad propia (es el “tribunal de Cristo”). La mayoría de
los cristianos ya están familiarizados con el término griego usado aquí: bemá. El
uso de esta palabra en el v.10 “habría sido particularmente evocador para Pablo y
los corintios ya que era ante el tribunal de Galión en Corinto que Pablo había
estado unos cuatro años antes (en el año 52 d.C.), cuando el procónsul desestimó
la acusación de que Pablo había contravenido la ley romana (Hech.18:12-17). Los
arqueólogos han identificado este bemá corintio que se encuentra en el lado sur
del ágora” (Harris, 406).

(8) El propio juez se identifica claramente (es el “tribunal de Cristo”). Esto es


consistente con lo que leemos en Juan 5:22 donde Jesús dice que “ni aun el
Padre juzga a nadie, sino que todo juicio se lo ha confiado al Hijo”.

(9) De importancia crítica es el estándar del juicio (“recompensado por sus hechos
estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo”). La
referencia al “cuerpo” indica que el juicio se refiere a lo que hacemos en esta vida,
no lo que se puede o no se puede hacer durante el tiempo del propio estado
intermedio.
Literalmente seremos juzgados “de acuerdo con” o incluso “en proporción a” las
obras hechas. Estas obras se caracterizan como buenas (aquellas que “agradan”
a Cristo, como en el v.9) o malas (aquellas que no le agradan).

(10) Por último, el resultado del juicio no se expresa explícitamente, pero está sin
duda implícito. Todo el mundo va a ser “recompensado” de acuerdo a lo que
merecen sus hechos: hay un premio o recompensa en juego aquí. Pablo es un
poco más específico en 1 Corintios 3:14-15. Allí escribe: “Si permanece la obra de
alguien que ha edificado sobre el fundamento, recibirá recompensa. Si la obra de
alguien es consumida por el fuego, sufrirá pérdida; sin embargo, él será salvo,
aunque así como a través del fuego”. La “recompensa” no está definida y es
probable que la “pérdida” sufrida sea la “recompensa” que él o ella de otro modo
habría recibido si hubiera obedecido.

¿Se puede decir algo más definitivo acerca de la naturaleza de esta recompensa?
Jesús menciona un “gran” “recompensa” en el cielo, pero no entra en detalles
(Mat. 5:11-12). En la parábola de los talentos (Mateo 25; véase Luc. 19:12-27)
alude a algún tipo de “autoridad” o dominio (pero ¿sobre quién o qué?). Pablo dice
que “cualquier cosa buena que cada uno haga, esto recibirá del Señor” (Ef. 6:8). 

Según 1 Corintios 4:5, tras el juicio “cada uno recibirá de parte de Dios la alabanza
que le corresponda”. Ambos Romanos 8:17-18 y 2 Corintios 4:17 se refieren a una
“gloria” que está reservada para los santos en el cielo. Y por supuesto,
deberíamos considerar las muchas promesas en las siete cartas a las iglesias en
Apocalipsis 2-3, aunque es difícil saber si se nos otorgan ahora, o durante el
estado intermedio, o solo después de la segunda venida, y si se conceden en
diferentes grados dependiendo del servicio y la obediencia, o se distribuyen de
manera igual entre los hijos de Dios (véase Ap. 2:7, 10, 17, 23; 3:5, 12, 21; véase
también Mat. 18:4; 19:29; Luc. 14:11; Sant. 1:12).

Tal vez la diferencia de la naturaleza y el grado de recompensa se manifestará en


las profundidades del conocimiento y disfrute de Dios que cada persona
experimenta. La gente a menudo se muestra reacia a esta idea, pero no debería.
Como he explicado en mi libro, One Thing (Una Cosa):

¡Casi nada te traerá más alegría [en el cielo] que ver a otros santos con mayores
recompensas que tú, experimentando mayor gloria que tú, con una mayor
autoridad que tú! No habrá celos ni orgullo que alimenten tu competitividad
malsana. No habrá avaricia que le dé energía a tu deseo de obtener más cosas
que todos los demás. A partir de entonces, te deleitarás solamente en el deleite de
los demás. El logro de ellos será tu mayor alegría. Su éxito será tu mayor felicidad.
Realmente vas a regocijarte con los que se regocijan. La envidia viene de la falta,
pero en el cielo no hay falta. Lo que necesitas, recibes. Sean cual sean los deseos
que surjan, son satisfechos.

El hecho de que algunos sean más santos y más felices que otros no va a
disminuir la alegría de los demás. Habrá humildad y resignación perfecta a la
voluntad de Dios en el cielo, por lo tanto, no habrá ningún resentimiento ni
amargura. Además, los más santos, precisamente porque son santos, serán más
humildes. ¡La esencia de la santidad es la humildad! No existirá ese vicio que
podría hacer que algunos se vean inclinados a mirar con condescendencia a las
personas inferiores a ellos mismos. La razón por la que son más santos es porque
son humildes y por lo tanto incapaces de ser arrogantes y elitistas.

No van a pavonearse ni vanagloriarse ni utilizar sus grados más altos de gloria


para humillar o dañar a aquellos con grados menores de gloria. Los que saben
más de Dios, como consecuencia de ese conocimiento, pensarán más
modestamente y humildemente de sí mismos. Serán conscientes de la gracia que
justificó su santidad, más que los que conocen a —y experimentan menos de—
Dios; por lo tanto, estarán más dispuestos a servir, a ceder, a diferir, y a
humillarse.

Algunas personas en el cielo serán más felices que otras. Pero esto no es motivo
para la tristeza o la ira. De hecho, ¡solo servirá para hacerte más feliz al ver que
otros son más felices que tú! Tu felicidad aumentará cuando veas que la felicidad
de otras personas ha superado la tuya. ¿Por qué? Porque el amor domina en el
cielo y el amor es alegrarse en el aumento de la felicidad de los demás. Amar a
alguien es querer su mayor alegría. A medida que aumenta su alegría, también va
aumentando tu felicidad en ellos. Si su alegría no aumentara, tampoco lo haría la
tuya. Nos cuesta entender esto porque ahora en la tierra nuestros pensamientos y
deseos y motivos están corrompidos por el egoísmo, la competitividad, la envidia,
los celos y el resentimiento pecaminosos (180-81).

Es necesario concluir con dos comentarios finales. En primer lugar, nuestros


hechos no determinan nuestra salvación, pero la demuestran. No son la base de
nuestra relación con Dios, sino el fruto de ella, una posición ya obtenida por la fe
solo en Cristo. La evidencia visible de una fe invisible son las obras “buenas” que
se darán a conocer en el tribunal de Cristo.

En segundo lugar, no tengas miedo de que, con la exposición y evaluación de tus


acciones, el arrepentimiento y el remordimiento echen a perder el placer del cielo.
Si hay lágrimas de dolor por las oportunidades desperdiciadas, o lágrimas de
vergüenza por los pecados cometidos, Él las enjugará (Ap. 21:4a). La alegría
inefable de la gracia misericordiosa se tragará completamente el dolor, y la belleza
de Cristo te cegará a cualquier otra cosa excepto el esplendor de lo que Él es y lo
que, por gracia, ha logrado en tu nombre.

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