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La epopeya de la clausura

Fígaro, travieso
Christopher Domínguez Michael

Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais ociosidad y lambisconería y llegó a con- 1945— es autor de la biografía que rese-
murió, convenientemente, en 1799, con su vertirse, sin habérselo propuesto, en el úl- ñó en su edición española de 1974 en la
siglo. De oficio relojero, quien sería autor timo de los grandes clásicos de la escena benemérita colección Austral: Beaumar-
de El barbero de Sevilla (1775) y de Las francesa. Ese fue Beaumarchais, el com- chais, o las travesuras del Fígaro, libro que
bodas de Fígaro (1778-1784) fue un di- padre de Voltaire y el dolor de cabeza de puede hallarse, a precio irrisorio, en los sal-
vertido sinvergüenza que ocupó desde an- Luis XVI antes de perderla. Era tan sim- dos de la Librería Gandhi.
tes el centro de la vida pública francesa. pático que Robespierre lo libró del Terror. Leyendo a Faÿ se comprende por qué
Conspiró como agente comercial en Es- Sólo una sociedad disoluta como aquella, Caron, nacido en 1732 como Goethe, se
paña; especuló con las maderas preciosas la verdadera vida según Talleyrand, pudo convirtió en Beaumarchais. Criado inso-
de los cotos de caza puestos a su custodia crear un pícaro como Beaumarchais, quien lente él mismo, dibujó la servidumbre vo-
por el rey; le vendió al general Washington se desplazó desde el Tercer Estado hasta luntaria como la manera más sutil de do-
las armas con las que expulsó a los ingle- la Corte dando piruetas como aquel pí- minar el mundo, como lo hace ese Fígaro
ses; sus libelos y contralibelos escandali- caro que es apenas un autorretrato piado- que Lorenzo da Ponte y Mozart transfi-
zaron más a sus paisanos que las reyertas so de su creador. guraron en una divinidad que no podía ser
de los Filósofos; se casó tres veces y enviu- Bernard Faÿ —literato francés que cu- sino ajena a Beaumarchais. Eso, en 1786,
dó otras tantas, e iba acumulando las for- ró las colecciones artísticas nacionales para gracias a la música.
tunas de sus difuntas; llegó al teatro por los nazis y por ello recibió penitencia en Faÿ aclara, por cierto, que es dudosa
la versión de una prohibición pública de
Las bodas de Fígaro por sus gracejadas con-
tra la aristocracia. Sucede que la corte del
rey cerrajero y de su esposa austriaca so-
portaba eso y más. Llegaron al cadalso por
ilusos, por creer que los criados-filósofos
como Beaumarchais eran inofensivos. El
problema de Las bodas de Fígaro fue, co-
mo me dijo un amigo cuando se enteró de
que su esposa lo engañaba, “erótico-sin-
dical”. El rijoso Beaumarchais se había
querellado contra los actores, que en esos
días quitaban, ponían y remendaban las
piezas dramáticas a su gusto, y esclaviza-
ban a escritores como el autor del Fígaro,
quien además sublimaba esas tristezas en el
lecho de las actrices. Beaumarchais, en
cambio, fue pionero en la defensa de los
derechos de autor. Y por esa causa, en
1778, Luis XVI, presionado por las com-
pañías teatrales, falló contra el dramatur-
go y prohibió temporalmente Las bodas de
Fígaro. Los actores eran el verdadero es-
píritu de aquella Francia y nada se podía
hacer contra ellos. [1995]
Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais

RESEÑAS Y NOTAS | 105

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