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I

Probablemente cuando las formas de vida vieron aparecer al homínido temieron que evolucionara sin
control y se adueñara del mundo o, peor aun, que las exterminara. En eso estamos. Nuestra culpa,
literalmente, proyectada se reconoce en la incómoda sensación de ir viendo nosotros como las
máquinas, la inteligencia artificial, ha ido evolucionando, hasta ahora, con un mediano control que
por lo demás no nos asegura que se adueñen del mundo y, peor aun, nos exterminen.
Este no es un libro de historia, biología, arqueología, filosofía, cine, mitología, literatura o
nuevas tecnologías. Este libro es sobre la imaginación. Me refiero a lo que un hombre que vivió sus
primeros veinte años en el siglo XX y la otra mitad en el XXI ha podido imaginar no sólo como
cambio de siglo o transición entre lo analógico y lo digital. Se trata de algo mucho más allá que nos
lleva al inicio de la civilización, a los millones de años que NO hemos imaginado previos a la
escritura, previos a los grandes reptiles, previos incluso al propio Big Bang. Aquí imaginar no es
rellenar hiatos genealógicos ni darle rienda suelta a las siempre presentes fantasías de algo que no
está, que no vimos, que no alcanzamos a escuchar, pero que tampoco nos abandona. Quiero imaginar
la historia de una sola existencia, de una forma de vida desde que despierta en el fondo del mar hace
probablemente 4000 millones de años hasta los últimos cinco minutos antes de dormirse que es
cuando nuestra especie decapita la cabeza de una vaca para hacer el primer signo que será luego
nuestra letra A. (Basta darla vuelta para ver este primer trofeo sangriento y a la vez ritual).
Y lo mejor de todo es que no se trata de mi sola imaginación sino algo que hemos imaginado
todos hace ya varios siglos. Volver a leer los mitos de la humanidad, por ejemplo, desde las culturas
semíticas pasando por las del Mediterráneo, África, el lejano oriente, América precolombina y las del
sur del mundo como las mapuche o selknam no es tan distinto a volver a ver cientos de películas (sé
que no hemo dejado de pensar en Terminator) y releer decenas de libros como Mil mesetas de Gilles
Deleuze o Félix Guattari o las visiones de Swedenborg escritas doscientos años antes.
Me atrevo a afirmar que todo lo que como humanos hemos imaginado es una sola historia.
Estudiosos eminentes como Georges Dumézil o Joseph Campbell nos han mostrado la regularidad de
ciertos mitos alrededor del planeta mientras que grandes cinéfilos han hecho lo mismo con Matrix y
la caverna de Platón. La literatura, por su parte, y las obras a medida que se acumulan como archivo
desde hace casi tres milenios no deja de sorprender en cuanto puede leerse como una sola vida y esa
es Gilgamesh, Odiseo, el Mio Cid, Alonso Quijano, San Juan de la Cruz y todo que le sigue hasta
Lezama Lima y su teoría de los eones, Borges y la universalidad del archivo, Gabriela Mistral y el
espíritu como la conciencia de lo humano, Ernesto Cardenal y la nueva mística del macrocosmos,
Marosa di Giorgio y las formas de vida no humanas conscientes, Roberto Piva y el éxtasis de la
logósfera, Enrique Verástegui y un nuevo humanismo sin humanos o Raúl Zurita y las nuevas formas
de leer la historia de lo mismo.
Las potencias de la imaginación son infinitas, no así nuestras vidas. Todos los fragmentos que
quiero leer en esta obra son partes de una gran novela de la cual somos personajes secundarios, pero
testigos y también culpables. No somos los únicos como ya señalamos. Otras especies también
enloquecieron aunque ya vimos que terminaron muy mal.
Me siento parte de la humanidad y también de los animales, de las plantas y todo lo que pasa
sobre las nubes. Creo que ya podemos hablar sin miedo de mitos y neurobiología o de poesía y de
restos arqueológicos. Este libro no quiere dar respuestas y no soy un profesional en ninguna de las
disciplinas anteriormente mencionadas. Lo que sí, me considero un lector, quizá demasiado
imaginativo, no sólo de obras sino de procesos que condicionan esas obras y de otros mayores que
condicionan la propia vida y su constante inmortalidad. Hablo desde la literatura y la filosofía,
también de un presente hiperconectado y de un país en una grave situación política. Lo que quiero
compartir aquí son preguntas. Nada más que preguntas y unas posibles respuestas de un “hombre
imaginario” que, como ya dije, todos nos hemos hechos desde que somos niños o desde que somos
recolectores y cazadores que es lo mismo.
El saber disciplinario e institucional, sabemos con Foucault, ha servido para mantener los
cajones del conocimiento cerrados y con llave. Hoy que todo ha entrado en crisis es el momento para
hurguetear en esos archivos polvorientos e imaginar no cosas tan distintas que escenas de nuestras
vidas tanto como tú, yo, como las de quienes comenzaron a transcribir la información orgánica en
información artificial que es cómo podríamos entender hoy a Adán y Eva castigados a la producción
y la reproducción. Los pilares de la academia tiemblan y ya no importa mucho lo que digan. Hoy que
el futuro es un poema a medio terminar es que podemos comenzar con las primeras nuevas palabras
para un nuevo mundo que se acaba. Es el momento de imaginar y con eso quiero decir dar una batalla
que involucra los últimos 4000 millones de años.

II

La historia que imaginamos al comienzo no es nueva. Digo hombres versus máquinas. Se ha dado en
varias ocasiones anteriores. De hecho, es casi seguro que los grandes reptiles, los dinosaurios, hayan
provocado miedo en las restantes especies que los vieron aparecer hasta que evolucionaron sin control
y se adueñaron del mundo y, peor aun, casi las exterminaron. De hecho, en estudios científicos y
películas sólo vemos a los tiranosaurios rex y los velocirraptor, pero no tenemos mayormente idea de
sus víctimas. Desde la paleobiología hay registros de enormes cantidades de pequeños y no tan
pequeños mamíferos con sangre caliente que durante millones de años fueron el alimento de estas
máquinas reptilianas.
Su exterminio por el meteoro de hace 65 millones de años es una idea comúnmente aceptada,
pero es probable que no haya sido la única razón. Hay evidencias de que ciertos dinosaurios
sobrevivieron y tuvieron que condicionarse a los nuevos estados de excepción de la Tierra. Por su
parte, aquellos subyugados mamíferos también se vieron expuestos a estas nuevas características
atmosféricas, pero al haber cavado madrigueras y creado hábitats en cavernas y túneles para
refugiarse de los reptiles pudieron sortear mejor el nuevo escenario apocalíptico.
Ya sin el poder de su más temible predador pudieron comenzar a reproducirse con más
variabilidad genética y, en efecto, a evolucionar en formas de vida mayores y más complejas. Desde
pequeños roedores a una suerte de conejos felinos o de primeros cuadrúpedos, tipo cánidos, a
primates menores que escalaron hacia los árboles. De ahí en adelante la historia es más o menos
conocida.
Quisiera que siguiéramos retrocediendo. Toda historia es más o menos imaginaria, lo cual no
quiere decir que no exista. Hay que imaginar primero, darle palabras a las imágenes que van
apareciendo y sumarlas al gran relato que queremos leer, el archivo total. Ciertamente, no leemos
letras ni siquiera palabras sino enunciados que van uniéndose a otros fósiles en la mente hasta que de
repente ya hay algo nuevo. De eso se trata, no estamos inventando nada sino hablando con todo lo
que también ha hablado o han hecho silenciar. Por cierto, hasta acá sólo hemos hecho referencia a los
animales, pero también es probable que haya ocurrido algo similar en el mundo vegetal. Digo, la
aparición de una especie hegemónica que haya devastado al resto.
Una gran cantidad de fósiles vegetales son los de los helechos los que hace 350 millones de
años pudieron alcanzar los 40 metros de altura en forma de árboles. Probablemente la familia de las
pteridofitas sobrepobló la Tierra y se adaptó mejor a los incesantes cambios geológicos. También es
posible que hayan sido ellas una de las especies que creció sin control y haya provocado la casi
extinción de otras formas vivientes que por suerte sobrevivieron hasta nuestros días como los hongos.
Cientos de restos paleobotánicos y proyecciones filogenéticas han demostrado que el planeta
en su momento estuvo dominado a su vez por también gigantes miembros del reino fungi, es decir,
enormes hongos de cerca de diez metros que probablemente también se reprodujeron mediante
esporas. De este modo, fueron estas setas primitivas las que vieron aparecer las nuevas formas
vegetales que crecieron sin control y que les ganaron la batalla hasta el día de hoy. A su vez, no sería
extraño que estos grandes hongos hayan crecido sin control y llevado al casi exterminio a otras
especies que hasta ahora sólo podemos imaginar.
Contrariamente a lo que podría pensarse esta no es una historia de la guerra entre seres vivos,
no es la idea de una evolución basada en la competencia y el ecocidio sino en la mutua cooperación e
incluso la inmolación o el sacrificio. Asimismo, es cierto que las escenas que hemos imaginado hasta
ahora han sido sobre la corteza terrestre y es más que probable que también hayan ocurrido en el
océano. Desde las medianas especies que bordeaban la superficie del mar a las primeras que habitaron
en el fondo hasta llegar a las primeras chimeneas térmicas donde vivió el primer personaje de nuestra
historia: el adorable y rígido Luca, el “último ancestro común universal” (Last Universal Common
Ancestor, de allí sus siglas).

III

No hablaremos de Luca por ahora ni de su tataratataratatara nieta Lucy que vivió hace casi 4 millones
de años. Nos adelantaremos millones de años hasta llegar al reino de Uruk y de allí partiremos en
busca de la planta de la inmortalidad junto a Gilgamesh que es el mito que por lo demás resume todo
lo anterior (…)

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