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Capítulo 11

FRACASOS Y T R A S P I E S

E s imposible calibrar todos los elementos que intervienen en


l a consecución del cambio, debido a las propiedades complejas e
impredecibles de los sistemas humanos. E l terapeuta puede crear
las condiciones para el cambio pero nunca puede predecir cómo
se producirá éste n i si habrá de producirse, y a que existen ele-
mentos casuales y circunstanciales sobre los que no tiene con-
trol, y a veces n i siquiera conocimiento. Por consiguiente, resul-
ta imposible, en retrospectiva, saber con certeza qué fue lo que no
funcionó, por qué no funcionó, o incluso si funcionó. Algunas
veces se produce poco o ningún cambio durante el transcurso de
la terapia pero posteriormente ocurren modificaciones inespera-
das (que pueden o no estar relacionadas con l a terapia.) L a gente
ha estado cambiando desde hace miles de años sin l a ayuda de
ningún terapeuta, lo que indica que hay muchos caminos dife-
rentes que conducen a la transformación. Cuestiones tales como
de qué manera habría respondido la familia a una intervención
distinta, a una regulación diferente del tiempo o a otra evalua-
ción del problema, no pueden ser sino especulativas.
Este capítulo no se ha escrito a fin de que otros puedan eludir
los errores que aquí se exponen (cada terapeuta debe aprender sus
propias equivocaciones), sino para corregir cualquier falsa im-
presión que pudiera haber quedado en el sentido de que este en-
foque siempre conduce al cambio. E l cambio, en este contexto,
significa l a eliminación o l a modificación sustancial del pro-
blema presentado. S i este problema persiste, aunque se produz-
can otros cambios positivos en l a familia durante l a terapia, el
resultado no se considera satisfactorio.
Quizá uno de los motivos por los que no se suele escribir acer-
ca de los fracasos en este terreno es que el proceso de revisar los
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pasos que se dieron es doloroso y frustrante, y v a acompañado de


ciertos pensamientos inevitables: "¿Cómo pude pasar por alto esto
que ahora me parece tan evidente?", o "Si tan sólo hubiera hecho
esto y lo otro, todo habría resultado distinto", o "¿Por qué tal inter-
vención, que preparé con tanto cuidado y que me pareció tan bri-
llante, no surtió efecto, mientras que tal otra, que se ideó de apuro
y con carácter provisorio, produjo un marcado cambio?" Pero hay
que tener en cuenta que lo que uno cree que produjo el cambio
puede no ser lo que en realidad lo ocasionó.
Esto último lo aprendí hace muchos años, cuando era una te-
rapeuta principiante en el Instituto Ackerman. Por ese entonces,
yo trabajaba sobre la base de que si uno entendía por qué hacía lo
que estaba haciendo, podría dejar de hacerlo (lo que comúnmente
se conoce como introvisión). Así es que en cierta oportunidad,
para ayudar a una madre a cambiar su conducta hacia los hijos,
le dije: "Vea, Dora: usted es una mujer muy inteligente, por lo
que estoy segura de que podrá comprender que está tratando a sus
hijos del mismo modo en que su madre la trataba a usted. E l l a l a
apremiaba porque temía que usted no aprovechara al máximo su
capacidad potencial, y ahora usted está apremiando del mismo
modo a sus hijos". Se le iluminó el rostro y me respondió:
"Nunca se me había ocurrido establecer esa relación... pero, sí,
tiene razón. ¡Muchas gracias, señora Papp! Esto ha sido suma-
mente útil".
A l a semana siguiente, Dora acudió a l a sesión con un aire
radiante e informó que había pasado una semana magnífica. Y a
no había más tensión en su casa, y ella había cesado de pelear
con los hijos. Yo me felicité en silencio por mi brillante inter-
pretación. Pero al finalizar l a sesión, cuando estaba por irse,
Dora se detuvo para preguntarme: " A propósito, señora Papp,
¿qué fue lo que me dijo la vez pasada acerca de mi madre y de
mí? Lo único que recuerdo de lo que dijo es: 'Dora usted es una
mujer inteligente', y me pasé toda l a semana repitiéndome: ' L a
señora Papp piensa que soy inteligente; la señora Papp piensa
que soy inteligente', y eso me h a hecho sentirme maravillosa-
mente bien". A partir de esta experiencia, encaro con suma hu-
mildad l a cuestión de qué es lo que produce el cambio. Con todo,
es importante hacer conjeturas al respecto, y a que esto incremen-
ta en el terapeuta la percepción del proceso de la terapia.
E n este capítulo presentamos algunas conjeturas sobre qué
fue lo que anduvo mal en ciertos casos particulares y en torno a
determinados aspectos. Más que conclusiones definitivas, lo que
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se plantean son interrogantes. Se invita a l lector a formular sus


propias conjeturas, que pueden ser muy distintas de las mías.
Casi todos los fracasos en el Proyecto de Terapia Breve se re-
lacionaron con l a existencia de contradicciones en las políticas
globales. A l no estar claros los lincamientos según los cuales se
establecieron esas políticas, l a consiguiente terapia reflejó esa
confusión. L a s contradicciones en torno a l a ausencia de ciertos
miembros de la familia y a l a presencia de un terapeuta externo
fueron responsables de dos de nuestros peores fracasos.

PRESENCIA DE TERAPEUTAS EXTERNOS

Muchas dificultades se han suscitado en relación con casos


en los que participaba algún terapeuta externo. E n un alto por-
centaje de los casos derivados a nuestra clínica, uno o más
miembros de l a familia están en terapia individual fuera del
instituto. Hemos tenido vacilaciones en cuanto a l a política a
adoptar con respecto a este tema, encarando la situación de dife-
rentes modos y con distinto grado de éxito. E n algunos casos
aceptamos l a continuación de l a terapia individual y l a tratamos
como parte del sistema. E n lugar de pedirle a l a familia que
abandonara a alguien en quien habían depositado un cuantioso
aporte emocional y económico, optamos por incorporar a l tera-
peuta a nuestras intervenciones. Por ejemplo, en el caso de un
chico de 13 años, con conducta delictiva, que había estado viendo
a un psicólogo durante dos años, el terapeuta le dijo a la familia
que dejaríamos los problemas intrapsíquicos más profundos del
muchacho en manos del psicólogo y que nos limitaríamos a tra-
tar problemas relacionados con la familia. (Los miembros de
esta familia no habían solicitado l a terapia familiar por su pro-
pia voluntad sino que fueron derivados por el hospital donde se
había atendido a l a madre tras un intento de suicidio.) Los pa-
dres habían evitado hábilmente enfrentar otros problemas gra-
ves concentrándose en forma obsesiva en l a conducta de su hijo.
Durante las sesiones, cada vez que los padres intentaban ocultar
estos problemas a través de sus reproches contra el hijo, el tera-
peuta los interrumpía para preguntarles si pensaban que l a con-
ducta del chico podía estar vinculada con algo que sucedía en la
familia. Invariablemente respondían que se conectaba con algo
que sucedía dentro del chico. E l terapeuta les decía que en ese
caso debían discutir la conducta de su hijo con el psicólogo indi-
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vidual de éste, bloqueando así el torrente de reproches y


obligándolos a hablar del problema que había llevado a la madre
a tratar de suicidarse. E l marido, tras un reciente ataque
cardíaco, había decidido que quería mudarse con su familia al
otro extremo del país, para vivir cerca de sus padres. L a esposa,
que deseaba permanecer cerca de su propia familia y de sus ami-
gos, se sintió incapaz de manifestar su desesperación salvo a tra-
vés de un intento de suicidio. Cuando se hizo evidente para la fa-
milia que el hijo se había visto llevado a tratar de resolver esta
crisis entre sus padres por medio de su mala conducta, los padres
decidieron voluntariamente discontinuar l a terapia individual
del muchacho. S u conducta se trató entonces como parte del proce-
so familiar. Esto habría sido algo complicado si el hijo hubiera
estado muy apegado a su terapeuta, pero en este caso él sólo lo veía
porque sus padres se lo habían ordenado.
Algunas veces hemos utilizado este mismo enfoque en casos
de parejas en las que uno de los cónyuges estaba en terapia indi-
vidual. Dejamos los síntomas diagnosticados como "escasa a u -
toestima", "depresión crónica", "ansiedad libremente flotante" y
"necesidades de dependencia insatisfechas" en manos del tera-
peuta individual, y tratamos los problemas de pareja. E n muchas
ocasiones los "pacientes" dejaron voluntariamente su terapia i n -
dividual cuando se puso en evidencia que sus síntomas eran
parte de las interacciones de la pareja. Aun en casos en que esto
no sucedió, y se prosiguió con l a terapia individual, ésta no siem-
pre interfirió con el tratamiento de los problemas conyugales.
Pero en otros casos nos encontramos trabajando en directa oposi-
ción con el terapeuta externo y el tratamiento resultó seriamente
perjudicado. E n ocasiones pudimos trabajar en forma concerta-
da con el terapeuta individual, pero sólo cuando éste estaba de
acuerdo con la terapia de pareja.
Después de varias experiencias frustrantes, adoptamos l a
política de no aceptar a la familia a menos que el miembro que
estaba en tratamiento individual lo abandonara por el período de
duración de la terapia familiar, o a menos que su terapeuta indi-
vidual accediera a tomar parte en nuestras sesiones. E s t a políti-
ca nos trajo nuevas complicaciones, y a que a veces ese miembro
de la familia renunciaba de mala gana a su tratamiento ante l a
insistencia de los demás, se sentía compelido a asistir a las se-
siones y se rehusaba a participar. E n uno de estos casos, después
de tres sesiones tomamos la decisión de discontinuar la terapia.
E l padre había hecho que su hijo de 21 años abandonara el trata-
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miento psiquiátrico en el que estaba desde hacía cuatro años,


cosa con la que ni el hijo ni el psiquiatra estaban de acuerdo. E l
hijo coincidía con su padre en que no había mejorado con ese tra-
tamiento, pero aún tenía confianza en que algún día su psiquia-
tra lo podría ayudar. Accedió con renuencia a asistir a las sesio-
nes familiares, pero muy pronto se hizo evidente que había llega-
do con el psiquiatra a un acuerdo tácito de no cambiar con nin-
gún otro tratamiento salvo con el suyo. L a razón que se le dio a l a
familia para discontinuar las sesiones fue que si su hijo mejora-
ba con la terapia familiar, estaría dejando mal parado a su psi-
quiatra y por lo tanto se sentiría desleal para con él. Hasta que el
hijo no hubiera pagado su deuda con el psiquiatra por vía de expe-
rimentar una mejoría, l a terapia familiar no sería de utilidad.

AUSENCIA DE MIEMBROS D E LA FAMILIA

Otra política en la que hemos sido contradictorios es la de si


conviene o no aceptar a la familia en caso de que uno o más
miembros se nieguen a asistir a las sesiones. Nuestra decisión
al respecto se ha visto dificultada por el hecho de que hemos obte-
nido resultados diversos siguiendo diferentes caminos. E n algu-
nos casos logramos que la persona ausente se incorporara a la te-
rapia después de iniciada. E n el caso de " L a hija que decía que
no", el padre, que en un principio se había rehusado a asistir,
más tarde se incorporó y participó en forma regular. Aunque co-
menzamos l a primera sesión sólo con l a madre y la paciente
identificada, estábamos seguros de que los otros tres miembros
de la familia también acudirían. Esto se basaba en nuestra im-
presión de que la familia estaba muy habituada a expresarse con
locuacidad acerca de todo, por lo que ninguno de sus miembros se
resignaría a quedar a l margen. E s t a impresión inicial fue
rápidamente confirmada.
E n otros casos hemos logrado que el cambio se produjera aun
estando ausente uno de los miembros de la familia durante todo
el tratamiento. Por lo general se trataba del hijo sintomático, y
su negativa a participar formaba parte de su actitud global de re-
beldía. E n una familia que trató Olga Silverstein, por ejemplo,
la conducta delictiva de un muchacho de 21 años cambió sin que
él asistiera a ninguna de las sesiones. E l resto de la familia con-
currió a entrevistas regulares y al hijo se le enviaron cartas,
después de cada sesión, en las que se aprobaba su decisión de no
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asistir sobre la base de lo que había sucedido durante esa sesión.


S i los padres tenían una pelea, por ejemplo, se felicitaba al hijo
por haber tenido la perspicacia de preverlo y de saber que su pre-
sencia sólo habría servido para desviar el problema hacia su pro-
pia conducta. O si la sesión giraba en torno a su hermana, la car-
ta le decía cuánto apreciaba la familia que hubiera permitido a
su hermana ser el centro de la atención, ya que últimamente ella
había quedado relegada a un segundo plano. O bien se le mani-
festaba que él no habría estado de acuerdo con todas las cosas que
se habían planteado en una determinada sesión, de modo que a l
faltar había evitado que se produjera una situación desagradable
para toda la familia. Continuamente se lo describía como "el
custodio del hogar", que se quedaba en su puesto para preservar el
anterior modo de vida mientras l a familia procuraba cambiar.
A los tres meses, l a familia informó que l a conducta rebelde
y agresiva del hijo había disminuido en forma notoria. Más ade-
lante, el muchacho consiguió un empleo y se mudó de casa. L a s
únicas maneras que había tenido de refutar al terapeuta era asis-
tir a la terapia o bien abandonar el hogar que el terapeuta le re-
comendaba custodiar.

LA HEBRA. D E ORO

E n otro caso, en cambio, nuestra aceptación de ver a l a fami-


lia sin el padre significó un serio obstáculo para la terapia. E l
padre se mantuvo totalmente incomunicado, sin responder a
nuestros llamados telefónicos ni leer nuestras cartas. L a ausen-
cia de uno de los padres es a veces un problema más grave que l a
ausencia de un hijo, cuyo alejamiento de l a familia constituye
, u n hecho natural en el ciclo vital. Esto no es así con respecto a los
padres. E n el siguiente caso, nuestra frustración al no poder ha-
cer participar al padre nos llevó a presionar por el cambio de
modos no productivos. Después de varias sesiones sentimos que
habíamos llegado a un callejón sin salida y dimos por termina-
do el caso. Más tarde nos preguntamos si esta terminación no
había sido prematura y si no habíamos tenido otras opciones a
nuestra disposición. Al escribir este capítulo se me volvió a plan-
tear ese interrogante y me quedé pensando en que quizá nuestro
error estuvo en asumir que no podríamos haber seguido adelante
sin el padre. Dejaré esta duda a la consideración del lector.
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E n este caso, la madre solicitó la terapia debido a que su hija


Cristina, de 38 años, había sido internada recientemente por
manifestar una conducta anómala: oía voces, escribía mensajes
en puertas y ventanas, desparramaba dinero y dejaba abierta l a
puerta de su departamento. L a madre declaró que tenía proble-
mas conyugales desde hacía 40 años, pues su marido era "vio-
lento y paranoide", pero se negaba a iniciar con ella una terapia.
Afirmó que a través de los años había intentado convencerlo mu-
chas veces, pero que él desconfiaba de todo el medio profesional
dedicado a la salud mental. E n un principio la terapeuta se rehu-
só a ver a l a familia a menos que l a madre pudiera persuadir a
su marido de que l a acompañara, pero tras repetidos y desespera-
dos llamados de la madre, quien insinuó que su marido podría
llegar a asistir si el resto de l a familia lo hacía, l a terapeuta
cedió, confiando en poder hacer participar a l padre más ade-
lante.
L a madre y sus tres hijos asistieron a l a primera sesión.
Cristina era rubia, alta y esbelta, de 38 años, ingresó con paso eté-
reo en el consultorio, luciendo un sombrero de alas anchas y los
ademanes elegantes de un personaje extraído de alguna obra de
Tennessee Williams. S u hermano Roberto, de 35 años, que esta-
ba casado y y a no vivía con la familia, era reservado y cauteloso
y no parecía estar muy contento de haber venido. E n cambio el
hermano menor, Carlos, de 27 años, se mostró franco, comunica-
tivo y muy interesado en que se hiciera algo por l a familia.
Vivía con sus padres y estaba por emprender un negocio propio.
L a madre, que descendía de una aristocrática familia europea,
hablaba con un marcado acento extranjero. Tenía el aspecto des-
gastado y marchito de una mujer hermosa a quien le ha tocado
vivir tiempos difíciles.
Roberto y Carlos habían venido sólo para ayudar a su herma-
na Cristina, quien creía no tener ningún problema y sólo había
acudido para ayudar a la madre. Los síntomas más flagrantes
de Cristina habían desaparecido y ahora estaba viviendo tran-
quilamente, en su propio departamento. Se ganaba l a vida pa-
seando perros y no ocasionaba ningún problema. A los herma-
nos les preocupaba que ella pudiera "enfermarse" otra vez. Cris-
tina, por su parte, se preocupaba por la "fragilidad del espíritu" de
su madre y temía que ésta pudiera sufrir un ataque de nervios o
algún accidente grave debido a lo angustiada que estaba por sus
problemas conyugales. Los hermanos admitieron que a ellos
también les inquietaba esta posibilidad, y muy pronto se hizo evi-
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dente que los tres estaban profundamente comprometidos en tra-


tar de resolver l a infelicidad de sus padres.
Durante esta sesión nos enteramos de que ambos padres pro-
venían de familias nobles y acaudaladas y que se habían conoci-
do y casado en Europa, donde el padre había sido un prestigioso
músico y l a madre su dilecta alumna. Habían venido a Estados
Unidos tras haberse visto expulsados de su patria durante la Se-
gunda Guerra Mundial, en l a que perdieron todas sus propie-
dades y su dinero. E l padre nunca había podido labrarse una po-
sición en este país y la madre tuvo que mantenerlo, a él y a l a fa-
m i l i a , dando clases y haciendo arreglos musicales. E l padre
regresó varias veces a Europa con el propósito de volver a estable-
cerse allí, pero fracasó en todas las ocasiones, debiendo retornar
a su casa, a depender nuevamente de su esposa. Aunque el traba-
jo de ella era el que les proporcionaba ingresos, el padre se había
erigido a sí mismo en maestro y conocedor, y continuamente
criticaba la técnica y el estilo musical de l a madre. Según l a f a -
milia, él conservaba el aire de un caballero galante del viejo
mundo en sus vestimentas, sus modales y sus hábitos. L a madre
se quejaba de l a explotación de que era objeto por parte de su ma-
rido, alegando que él l a criticaba y la rebajaba, que nunca apre-
ciaba el hecho de que ella lo mantenía y que a menudo tenía
ataques de cólera incontrolables. Pero sostuvo que no podía aban-
donarlo porque "todavía tengo fe en él... en su talento... y sigo
creyendo que algún día cambiará".
L a madre constantemente le confiaba su angustia a los hijos,
en particular a Cristina, a l a que llamaba con frecuencia para
desahogarse. L a respuesta de Cristina era tratar de disuadirla
en sus "ilusiones románticas" respecto del padre y de convencer-
la de que él no iba a cambiar. "Mi madre es tan optimista que me
da náuseas". Cristina intentaba persuadir a l a madre de que de-
j a r a a l padre y se fuera a vivir temporariamente con ella, para
que él l a valorara más.
E l hecho que parecía haber precipitado su reciente "episodio
psicótico" era el temor de que sus padres se separaran. T r a s una
violenta discusión, el padre amenazó con marcharse. A l ente-
rarse de esto, Cristina llamó a sus padres a medianoche y les
pidió que fueran a quedarse con ella porque tenía miedo de estar
sola. Cuando ellos llegaron, les dijo: "Quédense sentados allí y
no digan nada". Los retuvo todo el fin de semana y les contó que
había soñado con trenes que descarrilaban.
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Los hijos también se preocupaban por la infelicidad del padre


y procuraban consolarlo y apoyarlo. Roberto era considerado el
más allegado a él, el que más se le parecía y el que lo comprendía
mejor. S i n embargo, también en este caso era Cristina quien pa-
recía sobrellevar la principal carga de velar por el bienestar
físico y emocional del padre.
Lo llevaba al oculista, se ocupaba de conseguirle turno para
sus exámenes médicos, hablaba con él de música y siempre se
acordaba de enviarle tarjetas para su cumpleaños y para el día
del padre.
L a familia concordaba en que el padre debería participar en
las sesiones, pero todo lo que se propuso al efecto resultó incondu-
cente.Cuando l a terapeuta sugirió que ella misma podía llamar-
lo o escribirle para invitarlo, se le dijo que el padre se negaba a
atender el teléfono y que probablemente no abriría ninguna carta
enviada por nosotros. (Esto se confirmó cuando nuestros llama-
dos quedaron sin contestar y las cartas que le enviamos nos fue-
ron devueltas sin abrir.) Aunque conjeturamos que la familia
debía estar contribuyendo de algún modo a mantener alejado al
padre, no teníamos claro cómo lo estaban haciendo ni por qué
razón. Lo que sí estaba claro era que los problemas de Cristina se
conectaban con l a monumental tarea que se había impuesto: tra-
tar de mantener a sus padres unidos y felices.
L a madre hacía que Cristina persistiera en esta tarea por vía
de representar el rol de víctima del padre, el que parecía compen-
sar l a pérdida de su prestigio dominando despóticamente a l a
madre. De este modo, la madre y el padre conservaban su pasada
relación maestro-alumna. E l terapeuta y el equipo se sintieron
impedidos de formular una hipótesis sin el aporte del padre.
Cualquier hipótesis que se efectúe en ausencia de l a mitad de l a
ecuación conyugal tenderá a quedar formulada sólo a medias y a
resultar desbalanceada. De acuerdo con nuestra experiencia,
una descripción única, privada de toda refutación o de observa-
ciones directas de l a correspondiente interacción, siempre re-
quiere una profunda revisión cuando aparece el otro cónyuge.
Decidimos, por consiguiente, no referirnos al problema con-
yugal sino centrar nuestra atención en tratar de ayudar a los h i -
jos a desembarazarse de su participación en dicho problema. A
tal efecto, prescribimos un ritual que incluía sólo a l a madre y
los hijos. Se resolvió que el terapeuta y el grupo estarían de
acuerdo con el ritual, pero que el grupo adoptaría una posición
dubitativa respecto de la capacidad de los hijos para llevarlo a
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cabo y que sugeriría que l a madre los ayudara, verificando si es-


taban determinados a hacerlo.
L a terapeuta le dijo a l a familia que había llegado a la con-
clusión de que y a era tiempo de que los hijos sepultaran sus ex-
pectativas en relación con l a felicidad de los padres y que de-
berían realizar una ceremonia para celebrar su renuncia. De-
bían escribir, en una hoja, los sueños y esperanzas que habían
acariciado a través de los años y todos los modos en que habían
tratado de hacer que éstos se cumplieran. Tenían que leerse,
unos a otros, lo que hubieran anotado y luego sepultar las hojas
en el patio, debajo del árbol donde Cristina solía sentarse a medi-
tar. Se sugirió que lo hicieran el Día de Acción de Gracias, en
que la familia pensaba reunirse, y se puso a Cristina a cargo del
cumplimiento del ritual. Se les dijo que los miembros del grupo,
si bien coincidían con la terapeuta en que esto sería conveniente,
pensaban que a los hijos les resultaría muy difícil llevarlo ade-
lante. Sugerían que l a madre podría poner a prueba su decisión
de hacerlo, telefoneándoles todos los días para decirles lo desdi-
chada que era. Cristina comentó: "Resolverá nuestra separa-
ción... que no estamos casados con nuestros padres".
Teníamos la esperanza de que con este ritual se iniciaría el
proceso de desvinculación, ya que el mismo dramatizaba l a inu-
tilidad de los esfuerzos de los hijos por resolver las dificultades
de sus padres, y que l a madre se desentendería de la prescripción
de llamar más a menudo a sus hijos para poner a prueba sus es-
fuerzos por desvincularse. Aunque nos dábamos cuenta de que
este impulso directo hacia el cambio podía ser prematuro, sa-
bíamos que teníamos l a opción de dar marcha atrás y prescribir
la homeostasis si la familia no respondía positivamente.
Roberto faltó a la siguiente sesión, poniendo como excusa sus
compromisos de trabajo. L a familia no cumplió con la tarea;
Cristina declaró: " E r a una buena sugerencia pero la estuve ana-
lizando y v i que le faltan algunas partes. F a l t a mi padre". A l
discutirlo, más tarde, comprendimos que el ritual había quedado
como un acto de enorme deslealtad hacia el padre, pues él no
había estado presente en la sesión y no se le había asignado una
parte en el mismo, como a la madre. Roberto, su representante,
indicó su desaprobación faltando a la sesión, y Cristina, que
siempre se expresaba con metáforas, se pasó esta sesión hablando
de " l a hebra dorada del amor que mantiene unida la familia y
que nunca debe ser cortada". Estos eran claros mensajes de que
nos habíamos apresurado demasiado a cortar la hebra dorada.
FRACASOS Y TRASPIES 241

Los cimientos para l a desvinculación no se habían preparado a


través de una recontextualización positiva de la relación de los
padres que les proporcionara a los hijos un incentivo para desli-
garse. Podríamos haberles dicho, por ejemplo, que los hijos no
debían interferir en la relación de los padres porque para éstos
era importante conservar sus ilusiones románticas, uno respecto
del otro: para el padre era importante seguir actuando en forma
despótica y crítica, y para la madre seguir mostrándose desvali-
da y sumisa, porque esto los mantenía en la posición de maestro
supremo y alumna maravillada, respectivamente. Los padres
estaban dispuestos a pagar con su infelicidad l a preservación de
sus recuerdos y situaciones pasadas, por lo que los hijos no de-
bían interferir con esta infelicidad.
No utilizamos esta formulación del problema en esa oportu-
nidad porque intentábamos no referirnos a la pareja. E n retros-
pectiva, se ve que era imposible desenredar a los hijos del inútil
juego en que estaban envueltos con los padres sin antes definir el
nombre del juego, las reglas con las que se lo jugaba, el monto de
las apuestas y la razón por la que los hijos nunca podrían ganar.
Durante la siguiente sesión, la madre volvió a dedicar bas-
tante tiempo a hablar del padre y a preguntarse qué hacer con él,
mientras que Cristina y Carlos insistían en darle consejos úti-
les. Cristina sostuvo que su madre padecía una "ceguera" en re-
lación con el padre. "Cada vez que ella cree que la relación es ar-
moniosa, resulta que no ha cambiado nada, pero ella conserva su
fe ciega." Carlos apoyó a la madre, diciendo que eso se debía a
que ella no creía que nadie fuera totalmente bueno ni totalmente
malo, y que siempre tomaba en cuenta lo positivo. A menudo Car-
los intercedía en favor de su madre durante los arranques de
violencia del padre.
E n l a consulta, decidimos rectificar nuestro prematuro im-
pulso hacia el cambio y, en su lugar, definir y prescribir l a difi-
cultad insuperable en que se encontraban l a madre y los hijos al
tratar de resolver qué hacer con respecto al padre. Lo hicimos de-
finiendo al patrón circular repetitivo (la madre que no sabía qué
hacer, los hijos que la aconsejaban, la madre que desoía sus con-
sejos y seguía sin saber qué hacer, etcétera) como l a hebra de oro
que mantenía a la madre y a los hijos perpetuamente ligados. Se
decidió que l a terapeuta asumiera una posición neutral en rela-
ción con el mensaje y que partiera de l a base de que Cristina lo
comprendería, ya que la metáfora era suya. E l mensaje decía:
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E l grupo cree que es muy importante que usted no sepa qué hacer con
respecto a su esposo y que continúe sin saber qué hacer, porque esto
mantiene a sus hijos comprometidos en tratar de ayudarla a que
sepa qué hacer. Si usted averiguara qué debe hacer, esto rompería la
hebra de oro que mantiene unida a la familia. Nos disculpamos por
no haberlo comprendido antes.

L a terapeuta agregó: "No estoy segura de comprender el men-


saje, pero el grupo dijo que Cristina lo entendería". Cristina re-
puso: "Está bien encaminado, pero faltan unas cuantas cosas".
Nuevamente, se refería a l a falta del padre. Se le envió a Roberto
una copia del mensaje.
Esto es un ejemplo de una definición del problema que apunta
a l a periferia, y no al centro de la situación. E l interminable jue-
go que practicaba la madre con sus hijos era resultado del inter-
minable juego que practicaba con su esposo. A l evitar referirnos
a ese juego, evitamos el problema central y le erramos al blanco.
Nuevamente, fue l a ausencia del marido l a que provocó esa evi-
tación.
Ni Carlos ni Roberto se presentaron a l a siguiente sesión, a
la que sólo asistieron l a madre y Cristina. Carlos mandó decir
que tenía gripe, y Roberto que no vendría más a las sesiones
porque no creía que fueran de provecho. Cuando un miembro de
la familia deja l a terapia, esto puede tener muchos significados
diferentes y hasta puede ser una buena señal en algunas situa-
ciones. Consideramos l a posibilidad de que Carlos y Roberto pu-
dieran estar reaccionando ante nuestro mensaje por vía de apar-
tarse y desvincularse un poco de los problemas de sus padres,
pero por lo que informaron Cristina y su madre, esto no parecería
ser así. Lo más probable es que estuvieran reaccionando ante
nuestro desacierto.
E n esta sesión l a madre reveló de qué manera colaboraba
ella con el padre para mantenerlo alejado de l a terapia y preser-
var así sus ilusiones mutuas. Habló de lo angustiada que estaba
porque su marido la había acusado de robarle una pieza musical,
venderla y ocultar el dinero en algún lado. "Me trastorna por
completo y me dan ganas de ponerme a romper cosas", afirmó.
"Pero si lo dejo tranquilo, no hay problema. S i uno lo abre, hace
una gran explosión. E s como un paquete escondido debajo de l a
cama: si uno lo abriera y él viera que tiene que asumir l a respon-
sabilidad de su fracaso, sería un choque enorme. E s mejor dejar-
lo cerrado."
Ahora resultaba evidente que la madre estaba protegiendo al
FRACASOS Y TRASPIES 243

padre. A l tratarlo como a alguien demasiado frágil para enfren-


tar l a realidad y asumir responsabilidades, continuaba preser-
vando su ilusión de ser el gran maestro. Y también protegía su
propia posición como la persona de l a que él dependía por entero;
la única que compartía esta ilusión. E l paquete debajo de l a cama
estaba lleno de fantasías, excusas, recuerdos e ilusiones que los
mantenían a ambos ligados entre sí y con el pasado. L a ausencia
del padre era el modo que tenían los^ dos de asegurarse de que el
paquete permaneciera sin abrir y de preservar un equilibrio pre-
cario entre ambos. Pero esto ponía a los hijos en un estado de
constante aprensión, por el presentimiento de que este equilibrio
precario podría romperse de súbito, con resultados desastrosos.
A esta altura, decidimos que el paquete que estaba debajo de
la cama debía ser abierto y que l a presencia del padre era esen-
cial a tal efecto. Creíamos que al aceptar su ausencia estábamos
contribuyendo a perpetuar el sistema. L a terapeuta le dijo a l a
madre que después de pensarlo bien, había llegado a la conclu-
sión de que no era conveniente que ella misma siguiera sin sa-
ber qué hacer con respecto al padre, como había sugerido el grupo,
y que y a era tiempo de que supiera qué hacer. Le dijo que debía
encontrar el modo de hacer que el padre asistiera a la sesión. S i
él no lo hacía, la terapeuta sentía que ya no podría ayudar a l a fa-
milia y debería terminar l a terapia. E l grupo envió un mensaje
expresando sus dudas de que l a madre fuera capaz de convencer
al padre de que asistiera, ya que era muy protectora respecto de él
y no deseaba que se abriera el paquete.
Fijamos una cita con la condición de que l a madre debía lla-
mar para cancelarla en caso de que no lograra convencer al pa-
dre de que asistiera. L a madre canceló dos citas, tras lo cual le
enviamos una carta a cada miembro de l a familia, informán-
doles que no podíamos continuar trabajando con l a madre y
Cristina como principal pareja en l a familia y que sólo reto-
maríamos l a terapia si en algún momento l a familia entera es-
taba dispuesta a participar.
Seis meses más tarde nos enteramos, a través del hospital, de
que Cristina había vuelto a ser internada. Esto nos llevó a pre-
guntarnos qué otra opción podría haber habido en lugar de dar
por terminada la terapia. ¿Era realmente necesario hacer parti-
cipar al padre o podríamos haber encontrado un modo de cam-
biar, sin su presencia, la percepción que tenía la familia de l a re-
lación entre los padres? Por ejemplo, podríamos haber adoptado
la posición de que era positivo que el padre no asistiera pues de lo
244 E L P R O C E S O OE CAMBIO

contraria se corría el peligro de meterse con el paquete que había


debajo de l a cama. Podríamos haber argumentado que no con-
venía tocarlo porque contenía todas las cosas preciadas que man-
tenían ligados al padre y a la madre, entre sí y con el pasado, y
que bajo ninguna circunstancia debían Cristina ni ninguno de
los hijos tratar de despojar a los padres de su infelicidad, dado
que éste era el precio que ellos estaban conformes en pagar por
conservar el paquete cerrado y en su lugar.
Este enfoque podría haber servido para reducir el grado de
participación de Cristina en l a relación entre sus padres. S i n
embargo, como éste era su único modo de conservar el contacto
con ellos, le habría resultado difícil renunciar a esa participa-
ción.
E l interrogante que queda sin respuesta es: si hubiéramos
logrado cortar la hebra de oro, ¿habría encontrado la familia otro
modo de mantenerse unida, a tiempo como para evitar que Cristi-
na debiera ser hospitalizada otra vez?

LA TRADICION DE LA MADRE ABNEGADA

E l siguiente caso llegó a un final abrupto y violento tras seis


sesiones. Creemos que hubo una diversidad de factores que con-
dujeron a este final, incluyendo una confusión respecto de la re-
misión inicial, una intervención desacertada, el mal manejo
del tiempo y el fuerte interés de l a familia en mantener a l pa-
ciente identificado en el rol de paciente.
Se trataba de una familia cuyas numerosas experiencias pre-
vias con la terapia habían resultado otros tantos fracasos (cosa
que siempre constituye un seductor desafío para el terapeuta, que
espera tener éxito allí donde otros no lo han tenido). Las terapias
anteriores incluían ocho años de terapia individual para el pa-
ciente identificado, Héctor, un hijo adoptivo, tras una interna-
ción de cuatro meses ocurrida ocho años antes; dos intentos de te-
rapia de pareja por parte de los padres, y dos intentos de terapia
familiar que terminaron con la decisión de ambos terapeutas de
derivar a l a familia a otro terapeuta.
L a remisión a nuestro instituto fue efectuada por l a terapeuta
individual de Héctor, quien se había vuelto partidaria de l a tera-
pia familiar y estaba sumamente ansiosa de que se tratara a esta
familia debido a l extraordinario y crecientemente explosivo n i -
vel de tensión y violencia existente en el hogar. Esta terapeuta
FRACASOS Y TRASPIES 245

estaba por mudarse a otra ciudad, por lo que debía terminar l a te-
rapia dentro de un plazo de tres meses. Nos pidió que viéramos a
l a familia durante este proceso de terminación, y accedimos a
hacerlo con dos condiciones: 1) que ella asistiera a las sesiones
familiares hasta el momento de su partida, y 2) que hiciera los
arreglos necesarios con el hospital bajo cuya dirección trabajaba
para que se transfiriera a nuestro instituto la responsabilidad
por el tratamiento de Héctor. Esto significaría eximir a Héctor
de sus visitas mensuales al psiquiatra del hospital, quien le rece-
taba medicamentos. L a terapeuta aceptó estas condiciones y v i -
mos a l a familia en tres sesiones de evaluación, suponiendo que
las condiciones se cumplirían. Pero a l a terapeuta le resultó im-
posible coordinar sus horarios con los nuestros, mientras que el
hospital rehusó transferirnos la responsabilidad del tratamiento
de Héctor.
Comprendimos que habíamos cometido un error a l comenzar
a ver a l a familia antes de que se hubieran concretado estos arre-
glos, y después de cuatro sesiones dejamos de atenderlos. Seis
meses más tarde, habiendo terminado los tratamientos en el hos-
pital y con la terapeuta individual, l a familia volvió a presen-
tarse en nuestro instituto y tuvimos otras dos sesiones.
Durante las primeras cuatro sesiones obtuvimos una historia
del problema, cuya esencia quedó sintetizada en el diálogo ini-
cial:

Madre: No nos llevamos bien.


Padre: Mi hijo tiene un problema.
Héctor: Mi padre tiene un problema.
Madre: Los dos tienen problemas.
Blanca (hermana de 21 años): L a cosa es entre mi padre y
Héctor pero afecta a toda la familia. Mi madre toma partido por
mi hermano. E s algo horrible. Yo no tomo partido por nadie.
Trato de mantenerme al margen.
Jorge (hermano de 23 años): Estoy de acuerdo con Blanca. Yo
freno más o menos las peleas, interponiéndome físicamente en-
tre mi padre y Héctor.

L a familia pasó entonces a describir una secuencia de inte-


racción típica. Héctor, quien no trabajaba ni estudiaba, se altera-
ba por algo y daba rienda suelta a su furia acometiendo contra la
casa: derribaba puertas, rompía muebles y platos, desparramaba
basura por todos lados y demás. L a madre trataba de calmarlo
246 E L P R O C E S O DE CAMBIO

pero sólo conseguía empeorar las cosas y ambos terminaban gri-


tándose. E l padre, a l oír los gritos de la madre, acudía corriendo
para detener a Héctor y comenzaba a pelearse violentamente con
él. E s t a era l a señal para que interviniera Jorge, quien separaba
al padre y a Héctor y evitaba que se mataran entre sí.
U n a vez el padre llamó a la policía para denunciar a Héctor
por el delito de agresión, pero cuando los agentes llegaron l a ma-
dre protegió a Héctor declarando que él y el padre se habían agre-
dido mutuamente. E n varias oportunidades, el padre había echa-
do a Héctor de la casa; éste se quedaba durmiendo en el auto has-
ta que, más tarde, l a madre lo dejaba entrar. E l padre, aunque
vociferaba indignado ante l a actitud sobreprotectora de l a madre,
siempre transigía y aceptaba la situación.
E n la segunda sesión, la madre, una mujer robusta y en per-
manente estado de sofocación, dijo que había tenido que faltar a l
trabajo y quedarse en su casa los tres días siguientes a l a prime-
r a sesión debido a que se había puesto muy ansiosa respecto de
hacer que toda l a familia asistiera a l a terapia. E l l a había toma-
do la iniciativa de solicitar una terapia familiar porque se sentía
atrapada en medio de una creciente violencia, que le provocaba
mucho temor. Se quejó de que debía asumir la responsabilidad de
perseguir y reunir a los demás miembros de l a familia para h a -
cer que asistieran, pues todos les estaban dando mucho trabajo.
Blanca se sentía molesta porque tenía problemas para salir del
trabajo a fin de venir a las sesiones. Jorge se mostró hastiado y
declaró que ellos y a habían pasado por esto antes (refiriéndose a
l a terapia familiar) pero que estaba dispuesto a hacer otro inten-
to. E l padre, cuyo rostro revelaba tensión y furia contenida, dijo
que había sido idea de su mujer pero que probablemente fuera
mejor que nada. Héctor miró al cielo raso y manifestó que se
sentía desapegado y despersonalizado.
Durante esta sesión nos enteramos de la siguiente historia.
L a madre había dado a luz a un niño que nació muerto y después
de eso no había podido volver a quedar embarazada. S u médico le
dijo que el único modo en que podría superar su "bloqueo mental"
consistía en adoptar un chico. Héctor comentó con amargura que
él había sido "sólo una prescripción médica" para ayudar a l a
madre a quedar embarazada y dijo que siempre se había sentido
diferente. Sostuvo que sólo supo que era hijo adoptivo cuando es-
tuvo internado, y a que se habló de ello durante las sesiones fa-
miliares que siguieron a su hospitalización. L a madre insistió
en que se lo había dicho cuando tenía cinco años, al regalarle un
FRACASOS Y TRASPIES 247

libro sobre el "hijo elegido" que hacía feliz a l a familia, pero


Héctor afirmó que él nunca lo había entendido. Dijo que él era
un "paciente mental profesional". Ocho años atrás había dejado
de i r a la universidad a los tres días de haber ingresado y actual-
mente pasaba su tiempo durmiendo, fumando marihuana, asis-
tiendo a sesiones de terapia y, a veces, practicando deportes.
Había tomado elevadas dosis de drogas recetadas, llegando en
cierto momento a ingerir hasta 40 miligramos de Valium por
día, pero ahora estaba tomando sólo 5 miligramos. Reciente-
mente el médico le había recetado Librium, pero Héctor tiró el
medicamento al inodoro porque tenía miedo de estar volviéndose
adicto a las drogas.
Según el padre, él y su esposa habían malcriado a Héctor
porque era su primer hijo y porque era adoptado, y se habían des-
vivido por hacerle sentir que lo amaban. "Fue puesto en un pedes-
tal y tratado como un príncipe. Se hizo todo por él... y ella sigue
haciendo todo por él." E l padre opinaba que Héctor nunca apren-
dería a valerse por sí mismo debido a que l a madre lo complacía
en todo. " E l l a trata así a la familia entera: hace todo por todos."
Jorge se mostró de acuerdo: "Mi madre nos trata a todos como si
fuéramos niños, pero eso no nos afecta tanto a mi hermana y a
mí porque somos más independientes y estamos fuera de casa".
(Jorge trabajaba, estudiaba y tenía novia; Blanca trabajaba y es-
taba comprometida para casarse dentro de ocho meses.)
L a madre coincidió: "Soy demasiado buena con todos ellos,
pero no con mi marido a causa de las peleas con Héctor".
Los padres afirmaron que habían tenido una relación conyu-
gal perfecta, sin ningún problema, hasta hacía ocho años, cuan-
do Héctor comenzó a crearles dificultades. Ahora había una cons-
tante tensión entre ambos, pero sólo en lo concerniente a Héctor.
Los hijos manifestaron que existía una relación de extrema de-
pendencia entre los padres y comentaron que cuando el padre
tenía que quedarse trabajando hasta tarde, la madre se sentía su-
mamente desdichada. Héctor era el más sensible a l a soledad de
su madre, y expresó: "Detesto verla triste y abatida. Me hace sen-
tir muy mal y no me gusta dejarla sola. Pero a veces igual sal-
go".
Cuando el padre declaró que Héctor debería trabajar y vivir
solo, éste dijo que no se mudaría a más de diez cuadras de su
casa. Había tratado de encontrar un departamento pero todos los
que había dentro del radio de diez cuadras eran demasiado ca-
ros. L a madre, defendiendo a Héctor, sostuvo: "Héctor puede que-
248 E L P R O C E S O DE CAMBIO

darse mientras no tenga suficiente confianza como para vivir


solo. Necesita a alguien cerca de él. Yo lo sé". E l padre se sentía
atado de manos porque tenía miedo de que si intervenía, su espo-
sa sufriera otro ataque cardíaco. Había tenido un ataque cuatro
años antes y había estado ocho semanas internada. U n año des-
pués volvió a padecer angina y estuvo hospitalizada durante cua-
tro semanas.
L a abuela materna, fallecida hacía diez años, había vivido
durante sus últimos doce años en el piso superior de la casa, con
su marido. E s t a abuela adoraba a Héctor por ser su primer nieto
varón, y cada vez que los padres trataban de disciplinarlo, él
corría al piso de arriba donde la abuela lo protegía. Pese a esto,
toda la familia reverenciaba a l a abuela y hablaba de ella como
si hubiera sido una santa. E l padre manifestó, con lágrimas en
los ojos: " E r a maravillosa... nada era demasiado para ella. E r a
una persona bellísima y se daba a los demás por entero. Con mi
esposa sucede lo mismo. Tiene el mismo tipo de instinto mater-
nal superior... pero la verdad es que la abuela nunca tuvo estos
problemas". Y Blanca expresó: " L a abuela habría tenido a Héctor
con ella. Lo habría aceptado. Así era su manera de ser. Aceptaba
todo y a todos". L a madre, que se ponía a llorar cada vez que se
nombraba a l a abuela, estuvo de acuerdo con Blanca: " E l l a
habría tratado de apaciguarlo. E s lo que yo hago. Pero hay una
diferencia: l a abuela nunca habría aprobado que alguien se fue-
r a de casa a no ser para casarse... y yo sí lo apruebo".
E l abuelo, quien seguía viviendo en el piso de arriba, parecía
cumplir un rol secundario en l a vida familiar y no se lo men-
cionó salvo en relación con la muerte de la abuela, tras l a cual
había sido hospitalizado por sufrir trastornos gastrointestinales.
Sobre la base de esta información, nuestra hipótesis inicial
se centró en l a tradición de la madre abnegada que existía en l a
familia y en l a conexión entre esta tradición y la conducta sinto-
mática de Héctor. L a abuela había sido endiosada como una
gran madre universal que se había sacrificado, sin l a menor
queja, por el bien de los demás. Diez años después de su muerte,
todos lloraban ante l a sola mención de su nombre. L a madre no
sólo parecía estarse esforzando por continuar l a tradición de l a
abuela, a l velar por todos los miembros de la familia, sino que
también estaba empeñada en cumplir l a voluntad de ésta de que
Héctor siguiera siendo el hijo especial. De mostrarse más severa
con él, correría el riesgo de desacralizar el recuerdo de l a abuela.
E l padre, que era sumamente sensible a l a ansiedad de l a
FRACASOS Y T R A S P I E S 249

madre, cooperaba con ella en mantener viva l a tradición de l a


madre abnegada a l no tomar ninguna medida decisiva para
cuestionarla. A él lo favorecía personalmente esta tradición, por
lo que l a aceptaba, al tiempo que reverenciaba el "instinto mater-
nal superior" tanto de l a abuela como de su esposa.
Sólo lo criticaba cuando daba lugar a l a sobreprotección de
Héctor. L a afección cardíaca de la madre había sido usada para
controlar a l padre a través de los años, pero l a sensibilidad de
éste a l a ansiedad de su esposa era sin duda previa a dicha afec-
ción.
Conjeturamos que tras l a muerte de l a abuela, l a madre
había incrementado su dedicación hacia todos los miembros de
la familia, tanto como un medio de manejar su propia depresión
como para probar su lealtad con la abuela. Esta dedicación se di-
rigía principalmente hacia Héctor, y a que Blanca y Jorge pa-
recían estar en camino de poder valerse por sí mismos, a través
de sus trabajos y estudios, y habían establecido vínculos afectivos
fuera de l a familia. (Estaba por verse si el rol de mediador que
cumplía Jorge no le impediría alejarse del hogar.) Cada vez
más, Héctor había quedado a cargo de hacerle compañía a l a ma-
dre y de llenar el vacío que dejaba el padre cuando salía a traba-
jar. L a madre sin duda le había transmitido el mensaje de que lo
necesitaba, y Héctor le había respondido abandonando sus estu-
dios y permaneciendo en su casa. A l haber sido tratado como un
hijo especial desde el día en que fue adoptado, había aprendido a
manipular e intimidar a l a familia por medio de su conducta
violenta y enajenada. L a situación familiar era un terreno fértil
a tal efecto, y a que ningún miembro de l a familia se relacionaba
con Héctor en forma independiente, en sus propios términos,
sino que todos lo hacían en reacción a otro miembro: l a madre en
reacción a la abuela, el padre en reacción a l a madre, Blanca y
Jorge en reacción a l a relación entre los padres. Esto daba por re-
sultado que Héctor se sintiera desapegado y "diferente".
A l ponderar las consecuencias del cambio, llegamos a l a
conclusión de que si Héctor asumiera un comportamiento res-
ponsable y se fuera de l a casa, l a madre se quedaría sin nadie en
quien volcar sus instintos maternales, salvo el padre, puesto que
Blanca y Jorge estaban en vías de separarse de l a familia. Esto
podría resultarle abrumador a l padre, pues l a madre proba-
blemente comenzaría a exigirle que pasara más tiempo con ella,
al no tener a nadie más que l a acompañara. Decidimos reformu-
lar la conducta de Héctor estableciendo que servía para proteger
E L P R O C E S O DE CAMBIO

al padre de l a posibilidad de ser el único receptor de l a tradición


de l a made abnegada, en caso de que todos los hijos se fueran de
la casa. E l grupo asumió l a postura de que Héctor debía conti-
nuar protegiendo al padre por vía de quedarse en casa con l a ma-
dre, pero l a terapeuta discrepó, afirmando que l a carga era de-
masiado pesada como para que él l a sobrellevara solo, y sugirió
que lo justo era que Blanca y Jorge l a compartieran con él. A tal
efecto, los hijos deberían turnarse para hacerle compañía a l a
madre mientras el padre no estaba.
L a familia al principio corroboró nuestra descripción del
problema, y luego l a refutó. Blanca exclamó que ella había trata-
do de auxiliar a Héctor, quedándose a "cuidar" a la madre, pero
que le resultaba muy cansador. Jorge dijo que l a última vez que
él había tratado de hacerlo, la madre lo había enloquecido. L a te-
rapeuta estaba apelando a l a solidaridad de los hermanos cuando
la madre l a interrumpió para preguntarle si en el instituto
podíamos brindarle terapia individual a Héctor, dado que su
terapeuta se estaba por ir.
E l padre apoyó l a solicitud ("Sin ninguna duda, Héctor nece-
sita terapia individual") y Héctor preguntó si no podíamos com-
binar las terapias familiar e individual. L a terapeuta dijo que el
grupo debía estar en lo cierto, porque el mejor modo de asegu-
rarse de que no se produjera ningún cambio era que Héctor se
mantuviera en rol de paciente. Se les volvió a aclarar, con todo,
que en el instituto no brindábamos terapia individual.
Cuando una persona ha sido encasillada durante mucho
tiempo en el rol de paciente, a través de la terapia individual, a l a
familia le resulta sumamente difícil modificar su percepción
del problema y aceptar el concepto de la terapia familiar.
L a madre telefoneó antes de la tercera sesión para decir que
Héctor estaba enfermo y que quería saber si debían venir sin él.
Héctor pidió hablar con la terapeuta y gritó, a través de la línea:
"¡Socorro, socorro, me estoy volviendo loco!" L a terapeuta le dijo
que ésa era una buena razón para asistir a l a sesión, pero él repu-
so que no podía.
Los padres se presentaron solos: Blanca envió un mensaje
diciendo que debía quedarse a trabajar hasta tarde y Jorge alegó
que tenía que preparar dos monografías. Resultó que Héctor sólo
había querido quedarse a mirar un partido de hockey por televi-
sión, y la madre insistió en que no había podido hacerlo venir.
Los padres informaron que l a atmósfera en su hogar había
mejorado mucho. E n las últimas dos semanas, había habido " a l -
FRACASOS Y TRASPIES 251

go así como una hermosa tranquilidad en la casa". Héctor tenía


otro estado de ánimo, se mostraba más franco, salía de su habita-
ción, hablaba con los padres e incluso cenaba con ellos. Hasta
había saludado con un beso a ciertos parientes de la madre. L a
madre adjudicaba todo esto a la nueva medicación, pero el padre
pensaba que era el resultado de nuestras sesiones. Ese día, sin
embargo, Héctor les había hecho pasar un mal rato, y nuevamen-
te se sentían desalentados. Héctor había llamado a l a madre al
trabajo para decirle que no se sentía bien y que quería mirar el
partido en lugar de asistir a l a terapia. L a madre no quiso ceder,
y le dijo que debía asistir. L a volvió a llamar, diciendo que esta-
ba totalmente descontrolado y que iba romper todo en la casa. L a
madre regresó a l a casa y lo encontró llorando y sintiéndose ais-
lado. Héctor fumó marihuana para calmarse y luego tuvo una
rabieta, durante l a cual arrojó basura por todas partes. Por prime-
ra vez, la madre lo obligó a recoger lo que había tirado. Dijo que
había empezado a preguntarse si no debería ser más estricta con
él. Luego atribuyó sus actos al hecho de que su terapeuta se estaba
por ir, y volvió a solicitar una terapia individual para Héctor.
Durante esta sesión, la madre también empezó a quejarse,
por primera vez, de que tenía que asumir toda la responsabilidad
por lo que sucedía en la familia. Además de trabajar medio ho-
rario, limpiaba toda la casa, incluso los dormitorios de sus hijos,
les lavaba la ropa y preparaba todas las comidas. Y la familia to-
maba con toda naturalidad esta situación. L a madre dijo que y a
estaba harta y que contemplaba l a posibilidad de no hacer más
nada, pero que no podía abstenerse. E l padre coincidió en que es-
taba muy exigida, pero sostuvo que ella misma se lo buscaba.
"Piensa que puede hacer todo mejor y más rápidamente que na-
die." E l insistió en que le gustaría ayudarla, pero dijo que cada
vez que lo intentaba su esposa terminaba haciendo las cosas ella
misma, en su lugar.
E l equipo de consulta analizó el marcado cambio que se había
producido en l a familia: Héctor se había comportado en forma
diferente durante dos semanas, hasta el día de l a sesión, en que
se sintió obligado a demostrarle a su familia y a la terapeuta que
él seguía siendo el paciente. L a madre había puesto límites en su
conducta por primera vez, haciéndole limpiar lo que había ensu-
ciado, y había empezado a cuestionar su manera de tratarlo. A l
parecer, Blanca y Jorge habían encontrado un modo de evitar que
volviéramos a pedirles que compartieran l a tarea de Héctor. E l
grupo no envió ningún mensaje al final de esta sesión, plan-
252 E L P R O C E S O DE CAMBIO

teando que esperarían hasta que el resto de l a familia estuviera


presente.
E n el lapso entre esta sesión y la siguiente, nos enteramos de
que el hospital se había negado a derivarnos el caso, insistiendo
en que Héctor debía permanecer bajo el cuidado del psiquiatra de
l a institución y recibir medicación mensualmente. Resolvimos
que no podíamos continuar atendiendo a la familia hasta que
Héctor hubiera terminado los tratamientos en el hospital y con su
terapeuta individual, e informamos a la familia sobre nuestra
decisión. Se sintieron confusos y decepcionados, y Héctor de-
claró que deseaba continuar en terapia individual y que quizá le
asignaran otro terapeuta en el hospital. L a madre se refirió a l a
dificultad de Héctor para dejar a su terapeuta: T o d o su mundo se
está por acabar". Héctor había vuelto a incurrir en sus ataques de
furia destructiva, rompiendo una puerta y arrojando un vaso de
vidrio contra l a pared. L a primera vez que llamó a su madre,
ésta corrió a la casa, pero l a segunda vez le dijo que estaba dema-
siado atareada en l a oficina, que volvería a casa a las cinco y
que esperaba que para entonces él hubiera limpiado y ordenado
todo otra vez, cosa que Héctor hizo.
Estos cambios eran alentadores, y lamentamos tener que ter-
minar la terapia en este momento. Pero tanto el equipo como la
terapeuta coincidieron en que ésa era l a decisión correcta, en
vista de las circunstancias. Con un psiquiatra externo indican-
do medicación y un terapeuta externo en pleno proceso de termi-
nación de su terapia, no habríamos tenido ningún control sobre
el caso. E n el Proyecto de Terapia Breve, en todos los casos en que
se utiliza una medicación se efectúa una consulta previa con el
psiquiatra de nuestro instituto, el doctor Robert Simón, quien de-
termina cómo y cuándo se debe prescribir l a medicación. Se l a
integra entonces al programa de tratamiento y pasa a formar
parte de una estrategia global. E n un caso, por ejemplo, el pa-
ciente identificado insistía en que lo medicáramos para contro-
lar sus arranques de violencia, pero el doctor Simón entendió
que l a medicación le haría muy poco efecto. Nos sugirió entonces
que le dijéramos a l paciente que el médico sólo le recetaría me-
dicamentos después de que él nos hubiera demostrado que podía
controlarse y comportarse con responsabilidad, y a que sería muy
peligroso poner esos medicamentos en manos de u n a persona
irresponsable. De este modo, el paciente se veía en la situación de
tener que probarnos que podía controlarse, tras lo cual l a medica-
ción no sería necesaria.
FRACASOS Y TRASPIES 253

L a familia de Héctor volvió a solicitar la terapia seis meses


después de l a terminación y les dimos una cita. Antes de l a
primera sesión, Héctor llamó a l a terapeuta para pedirle nueva-
mente que lo atendieran en terapia individual, junto con las se-
siones familiares. Se le respondió que ese punto sería tratado en
la sesión. E n una consulta con el equipo, previa a l a sesión, se
decidió que el grupo adoptara la posición de que el deseo de Héctor
de continuar en terapia individual era encomiable, pues eso pro-
tegería a los padres de las muchas dificultades que surgirían en-
tre ellos en l a terapia familiar, y porque mientras Héctor siguie-
r a siendo el paciente, ninguno de sus hermanos tendría que que-
darse atrás para asegurarse de que los padres estuvieran bien. Se
resolvió que la terapeuta debía seguir apoyando los avances de
Héctor hacia su independencia, proponiendo pequeños pasos que
él pudiera ir dando en esa dirección.
E n retrospectiva, creemos que fue con esto con ío que cometi-
mos uno de nuestros principales errores. L a terapeuta estaba fo-
mentando el cambio en l a parte de l a familia que no corres-
pondía. E r a virtualmente imposible que Héctor diera pasos uni-
laterales hacia el cambio mientras los padres se mantuvieran
inamovibles en sus mismas posiciones intransigentes. U n a de-
cisión más inteligente habría sido que l a terapeuta continuara
cuestionando l a relación de los padres en torno al tema de l a
tradición de l a madre abnegada. ¿Habría sentido l a madre que
estaba traicionando a l a abuela si Héctor se iba de l a casa antes
de casarse? ¿Le prodigaría más cuidados maternales al padre?
¿Cómo respondería él? ¿Cuánta atención maternal podría tole-
rar? Tampoco nos dimos cuenta de que, al apoyar l a creciente i n -
dependencia de Héctor, la terapeuta quedaría como poniéndose
del lado del padre y en contra de la madre, dado que era él quien
insistía en que Héctor se fuera de casa. U n tercer error fue no
prever que Héctor podría recurrir a la violencia en el transcurso
de una sesión como forma de probar que aun necesitaba l a tera-
pia individual. Podríamos haber evitado esto, si el grupo lo h u -
biera predicho. Héctor probablemente se hubiera esforzado al
máximo por contradecir la predicción del grupo.
Estos errores, junto con el intenso interés de l a familia en
mantener a Héctor en el rol de paciente, precipitaron una explo-
sión. E n l a siguiente sesión, a la que faltó Blanca, Héctor perci-
bió que l a terapeuta se estaba poniendo de parte del padre y reac-
cionó a la implicación de que él debería madurar e irse de l a
casa por medio de una acalorada diatriba contra la terapeuta y el
254 E L P R O C E S O DE CAMBIO

grupo, a l que profirió obscenidades y amenazas. L a terapeuta le


respondió que el grupo debía estar en lo cierto y que el cambio era
demasiado atemorizador, tras lo cual Héctor l a acusó de estar
confabulada con el padre y le sugirió que se escapara con éste. A
esta altura, Jorge salió de l a habitación, diciendo que y a había te-
nido bastante con su familia. Los padres utilizaron el alboroto
para afirmar sus posiciones. E l padre le chilló a su esposa: "¿Te
convences ahora de lo que te vengo diciendo desde hace ocho
años? E l tiene que estar en un hospital. Tú no vas a aprender
nunca. Yo y a tengo bastante, gracias. Puedes pararte de cabeza,
llorar toda la noche, insistir o deprimirte. Yo no vuelvo más
aquí". L a madre respondió gritándole al grupo: "Ahora quizá se
hayan convencido de que Héctor necesita tratamiento indivi-
dual. ¡Vean lo enfermo que está!" Héctor, regresando a l pasillo,
donde se había lastimado las manos golpeando la puerta de l a
sala del grupo, gritó que sí, que estaba enfermo, pero que también
lo estaba el padre, sólo que no lo admitía. Ambos empezaron a pe-
garse y l a terapeuta intervino para decirles que llevaran a Héc-
tor a su casa y que llamaran para pedir una nueva cita si de-
cidían que deseaban tener otra sesión. Todos dijeron que jamás
volverían.
A la semana siguiente, la madre llamó por teléfono para dis-
culparse por l a conducta de Héctor y para pedir que lo derivaran
a una terapia individual. L a terapeuta l a remitió nuevamente al
departamento de pacientes externos del hospital que y a conocían
y le pidió disculpas por haber desoído la advertencia del grupo
acerca de los riesgos del cambio. L a madre le dijo que Héctor
había estado tranquilo desde el día de l a sesión y que ella lo
había visto muy poco, y a que él salía mucho de l a casa.
Si bien l a última sesión parecía haber tenido el efecto de cal-
mar temporariamente las cosas, Héctor seguía estando en el rol
de paciente. Habíamos fracasado en nuestro intento de sacarlo
de este rol.
L a revisión de los fracasos suscita ciertos interrogantes res-
pecto de temas más amplios relativos a l a terapia y al cambio.
Uno de estos interrogantes es por qué los mismos errores tienen
consecuencias graves en un caso y no las tienen en otro similar.
Muchos de los así llamados errores que describimos en los casos
anteriores también se cometieron, en diversos grados, en otros
casos: mala regulación del tiempo, remisiones mal manejadas,
intervenciones asistémicas e inadvertencias. E n muchos de es-
tos casos, sin embargo, se obtuvieron resultados satisfactorios a
FRACASOS Y TRASPIES 255

pesar de los tropiezos terapéuticos. Cuando se revisa un caso que


se considera fracasado, se descubren errores de cada instante,
pero si el resultado hubiera sido positivo, esos mismos errores se
habrían pasado por alto, se los conceptuaría como insignifi-
cantes o se les daría una justificación teórica.
Otro interrogante que se suscita es en qué momento debe el
terapeuta cambiar su estrategia si ésta parece no estar surtiendo
ningún efecto. Dado que las familias suelen atravesar muchas
crisis en el proceso de cambiar, ¿cómo sabe el terapeuta si las cri-
sis constituyen una reacción natural a este proceso o si son re-
sultado de l a ineficacia de la terapia? Muchas veces nos ha suce-
dido que por la mitad de l a terapia consideramos que el caso h a
fracasado; nos preguntamos, como padres con sentimientos de
culpa, en qué hemos fallado y procedemos a planear una nueva
estrategia. Pero en l a siguiente sesión l a familia nos informa
que se han producido cambios asombrosos. ¿Habrían ocurrido
esos cambios si hubiéramos cambiado nuestro enfoque prematu-
ramente?
E n cierta oportunidad decidimos cambiar nuestras tácticas
porque no había indicios de que se estuviera avanzado. Pero
antes de que pudiéramos implementar nuestra nueva estrategia,
l a familia canceló su siguiente cita debido a que los dos hijos,
que habían estado deprimidos e incapacitados de funcionar nor-
malmente, tenían ahora trabajo y no podían asistir a la sesión.
¿Qué corriente de cambio se había estado dando en silencio, cui-
dadosamente oculta por la familia?
E n otras ocasiones, nos hemos sentido orgullosos de alguna
estrategia particularmente refinada y confiados en que l a fami-
lia nunca volvería a ser l a misma, sólo para descubrir más tarde
que se las habían arreglado para permanecer totalmente i m -
permeables a nuestra maestría.
Si bien se pueden brindar ciertos lineamientos acerca de
cómo conducir una terapia familiar, no existen reglas rígidas,
ni términos absolutos, ni certidumbres totales. E s difícil abarcar
los múltiples factores que inciden en la familia, tanto desde el
interior como desde el exterior de su sistema; es imposible con-
trolar hechos fortuitos o predecir cómo responderá la familia a l
terapeuta, a los mensajes terapéuticos o a la presencia del equipo
de consulta. Y es esta misma impredecibilidad l a que hace que el
estudio de la conducta humana y de los sistemas humanos sea
infinitamente fascinante. Uno nunca tiene todas las respuestas
y nunca está seguro de las respuestas que cree tener.

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