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La vida sigue siendo bella para algunos en Europa, como pasaba a principios de los 40 y contaba la
película de Roberto Benigni. Antes, hombres y niños hacinados en un campo de concentración alemán;
hoy, hombres y niños hacinados durante días en el compartimento de carga de un camión en la
frontera entre Hungría y Austria, escondidos por miedo a la Europa que debería acogerlos de brazos
abiertos. Distinta época, parecidas circunstancias, el mismo sufrimiento por culpa de lo inhumano del
sistema.
Se calcula que unas 2.300 personas han muerto en los últimos ocho meses intentando llegar al
continente. Números de 11-S en nuestras costas, sin monumento, ni homenaje, ni mucho menos
concienciación o medidas para que la sangría pare. Cuando medio mundo pasa hambre, el sistema
que nos gobierna crea el Día Internacional Contra el Hambre. Para los refugiados tenemos el Día
Mundial del Refugiado. Cuando un banco entra en quiebra, el sistema no crea el Día Mundial del
Banco en Quiebra. El sistema rescata al banco.
Decía José Saramago que el capitalismo es incompatible con la democracia y los Derechos
Humanos. Y no es incompatible porque el capitalismo prefiera la dictadura o la muerte. No. Es
incompatible porque al sistema que nos gobierna le es indiferente la democracia o la vida. No son
variables que entren en los balances macroeconómicos al final del trimestre. La llamada estabilidad de
una zona u otra del planeta que nos han vendido nada tiene que ver con las guerras y hambrunas, con
el desastre humano que éstas provocan; la estabilidad de una zona u otra del planeta depende de la
capacidad que el sistema capitalista tenga de desarrollar negocios en dicha zona.