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PRESENTACION

"Del número de ciudades imaginables hay que


excluir aquéllas en las cuales se suman elementos
sin un hilo que las conecte, sin una regla interna,
una perspectiva, un discurso. Ocurre con las ciu-
dades como con los sueños: todo lo imaginable
puede ser soñado, pero hasta el sueño más ines-
perado es un acertijo que esconde un deseo, o
bien su inversa, un miedo. Las ciudades, como
los sueños, están construidas de deseos y de mie-
dos, aunque el hilo de su discurso sea secreto,
sus reglas absurdas, sus perspectivas engañosas y
toda cosa esconda otra."
ITAU)CALVINO.Las ciudQdes invisibles.

Los textos aquí reunidos, escritos entre 1984 y 1987


por motivos diversos, comparten, empero, una misma
intencionalidad: explorar la dimensión subjetiva de la
política.
¿Por qué optar por un enfoque tan esquivo, sabien-
do cuán opaca es la subjetividad, cada máscara remi-
tiendo a otra en una secuencia interminable de muñecas
rusas? Mi premisa básica se encuentra anunciada en la
cita de Italo Calvino.
Presumo que la política, al igual que las ciudades,
está hecha de deseos y de miedos. No es la obra exclusiva
de la mente ni del simple azar y, por tanto, sólo inte-
rrogándonos por los sentimientos involucrados podemos
reflexionar lo que es una política razonable. Por lo de-
más, al hablar de nuestro tiempo como una época de
crisis nos referimos precisamente a la experiencia sub-
jetiva de que los problemas estructurales han alcanzado
su momento de decisión. ¿Cómo entonces comprender
la crisis sin echar una mirada política a los temores y
anhelos que nos provoca el estado de cosas existente?
Yo no hago más que eso. La reflexión sobre la in-
certidumbre, por ejemplo, surgió de una invitación a
confrontar Marx y Tocqueville. Durante meses di vueltas
al tema sin encontrar una "entrada", hasta que fui to-
mando conciencia de la incertidumbre y a partir de esa
experiencia traté de indagar, con la ayuda de los "clá-
sicos", su dimensión política. Vale decir, no me interesa
la política "en sí", sino el significado político que pue-
dan tener el sentimiento de miedo, desamparo o desen-
canto que descubro en nosotros. Escribo de lo que me
duele. Hay que cerrar las heridas, por cierto, para no
desangrar. Sobrevivimos. Para vivir, empero, no hay
que olvidar las cicatrices, allí donde la piel perdió su
sensibilidad. No recuperaremos lo perdido, pero pode-
mos recordarlo. Los escritos son un ejercicio de memo-
ria: memoria política.
Confieso tener recelos del carácter implacable de
una lógica rigurosa; por algo encabecé mi primer ar-
tículo en 1970 (un estudio de las ciencias sociales en Amé-
rica Latina) con una cita de Kafka: "Bien es verdad que
la lógica es imperturbable, sin embargo no resiste a un
hombre que quiere vivir". Admiro el discurso analítico
y puedo envidiar al autor por su lucidez; pero al rato
caigo en una somnolencia indiferente tejiendo mis pro-
pios sueños. Nunca logro revelar esas largas películas,
sin argumento, sin final. Sufro al escribir no sólo por
nombrar las imágenes difusas y precisar su perfil, sino
aún más intentando enhebrarlas en una narración inte-
ligible. Por eso mis textos no suelen desembocar en con-
clusión alguna; como los sueños, simplemente se inte-
rrumpen.
En el fondo, no son otra cosa que un guión que
articula una asociación de imágenes diversas.
Cada frase me enfrenta a una encrucijada y la argu-
mentación termina siendo un camino arbitrario. Cual-
quier ordenamiento resulta finalmente ilusorio y, no obs-
tante, sólo construyendo tal contexto adquiere sentido
cada una de las imágenes. A esta tensión alude desde un
ángulo diferente el cineasta Wim Wenders cuando afir-
ma: "Rechazo totalmente Ias historias pues para mí en-
gendran únicamente mentiras, nada sino mentiras y la
más grande mentira consiste en que aquéllas producen
un nexo donde no existe nexo alguno. Empero, por otra
parte, necesitamos de estas mentiras, al extremo de que
carece totalmente de sentido organizar una serie de imá-
genes sin mentira, sin la mentira de una historia. Las
historias son imposibles, pero sin ellas no nos sería en
absoluto posible vivir".'
No solamente el relato está formado por una diver-
sidad de imágenes a la vez fragmentarias y misteriosa-
mente unidas. La realidad misma es una infinitud de
fragmentos cuya compleja vinculación desborda todo
intento de ordenamiento. Lo que llamamos orden no es
finalmente otra cosa que una propuesta, digamos, un
intento de compartir. Pues bien, sólo compartimos lo
que elaboramos intersubjetivamente; sólo entonces es
nuestro mundo, nuestro tiempo. Visto así, el pensamien-
to político, como el arte o la moral, significa hacer visi-
ble lo colectivo, reconstruyendo contextos, relacionando
creencias e instituciones, vinculando imágenes y cálculos,
expresiones simbólicas y acciones instrumentales. Se
trata, desde luego, de construcciones artificiales y co-
nexiones parciales que no logran dar cuenta de los múl-
tiples hilos que componen el tejido social. Por eso
no me preocupa demasiado cuando amigos me hacen
notar las contradicciones en mis trabajos. Al fin y al ca-
bo ninguna historia es la "verdadera" y, no obstante,
1. Weders, Wim: "El estado de las cosas", en Medios Re-
vueltos. Madrid, primavera 1988, p. 31.

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solamente en la medida en que nos reconozcamos (ten-
dencialmente) en una adquiere sentido la maraña de fe-
nómenos. Por eso deseamos el orden por encima de cual-
quier otra cosa y siempre soñamos en un orden mejor.
De ello trata el libro: la necesidad de un orden, la po-
sibilidad de un orden democrático, en fin, qué orden
queremos.
Retomo aquí la cuestión del orden planteada ante-
riormente en "La conflictiva y nunca acabada construc-
ción del orden desead^."^ Observando en estos años la
situación chilena o los procesos en Argentina, Brasil o
Perú sabemos que no basta con invocar la democracia.
En lugar de tomarla por dada hay que asumir la demo-
cracia como un futuro problemático. Es lo que intenta
mi pregunta por el orden. Concibo el orden no como la
perpetuación de lo existente, sino como su transforma-
ción. No cualquier cambio, por supuesto. Al hablar de
orden siempre hacemos referencia, por lo menos tácita-
mente, a una utopía de buen orden. Ha habido un mal
uso de la noción y, sin embargo, no podemos prescindir
de ella. La utopía de la democracia es la autodetermi-
nación de un pueblo sobre sus condiciones y modos de
vida. En esta perspectiva planteo la cuestión del orden
en tanto relaciona democracia y transformación social.
Mi interés por la democracia, la transformación
social y la utopía guarda fidelidad a las ideas socialistas
de mi primera experiencia política: el movimiento del 68
y el gobierno de Allende. {Cuán válidos, cuán irreflexi-
vos eran nuestros deseos?- Suponíamos, generosa, pero
falsamente, que todos compartíamos un mismo sueño.
Apuntábamos a un problema real -la construcción de
un orden colectivo- ignorando empero las condiciones
de una sociedad moderna y secularizada. Esta no obede-
ce a una sola racionalidad ni puede sintetizarse en una
2. Lechner, Norbert: La conflictiva y nunca acabada cons-
trucción del orden deseado. FLACSO, Santiago, 1984 y reeditado
por Centro de Investigaciones Sociológicas y Siglo XXI Editores,
Madrid, 1986.
visión única. La misma democracia no sólo refleja la
pluralidad de intereses y opiniones, sino que es a su vez
objeto de muy distintas interpretaciones. Tratando de
explicarme esa diversidad nace mi preocupación por el
imaginario político, o sea, por las imágenes que nos for-
mamos de la sociedad en tanto producción colectiva-
conflictiva de un orden. No hay una finalidad de la
historia fijada de antemano y cada época, cada grupo
define a partir de su experiencia el sentido del orden.
En este marco entiendo la política como una lucha por
el orden, donde el imaginario juega un papel decisivo,
particularmente en culturas no asentadas como las que
vivimos.
Siento que nuestra imaginación política se extingue.
La intencionalidad de la acción política se diluye y que-
damos detenidos en un presente perpetuo. Desde luego,
toda política (lo confiese o no) instituye, ratifica o mo-
difica determinadas orientaciones del quehacer social.
Pero actualmente tales orientaciones son débiles y con-
tradictorias y se nos escapa de las manos nuestro fu-
turo. De hecho, el desarrollo científico y de nuevas tec-
nologías, los cambios en los procesos económico-finan-
cieros y las innovaciones sociales parecen crear impera-
tivos aparentemente ineludibles que la política -cual-
quier política- no podría sino obedecer. Vale para la
política lo que Castoriadis constata en el conjunto de
la civilización contemporánea: la oposición "entre un
despliegue cada vez más amplio de la producción - e n
el sentido de la repetición (estricta o amplia), de la
fabricación, de la utilización, de la elaboración, de la
deducción amplificada de las consecuencias- y la in-
volución de la creación, el agotamiento de la aparición
de grandes esquemas representativo-imaginarios nue-
vosv3La fuerza de lo necesario aumenta incesantemente,
mientras que se ha debilitado nuestra capacidad políti-
co-cultural de redefinir lo posible y, con mayor razón,
3. Castoriadis. Cornelius: "Transformación social y crea-
ción cultural", en Punto de Vista 32, Buenos Aires, abril-junio1988.
lo deseable. No es que existan menos posibilidades o
menos anhelos; ellos crecen al igual que las necesidades,
mas no encuentran un marco interpretativo. Después de
haber denunciado el avance de las grandes ideologías y
las planificaciones globales, hoy, por el contrario, lamen-
tamos la ausencia de todo proyecto.
Vivimos en América Latina (y no sólo aquí) una
crisis de proyecto. Ello puede conllevar una abdicación
a nuestra responsabilidad por el futuro. Pero también
puede expresar una nueva concepción del porvenir. In-
tuimos que el mañana son mil posibilidades no menos
contradictorias que las opciones de hoy e irreductibles
a un diseño coherente y armonioso. Intuimos que tam-
bién los sueños son necesariamente inconclusos, siempre
reformulados. En fin, vislumbramos un futuro abierto
que resulta incompatible con la noción habitual de pro-
yecto. Entonces, más que un proyecto alternativo, ne-
cesitamos una manera diferente de encarar el futuro.
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Pensar la derrota" no es sólo revisar una estrate-
gia de lucha, es interrogarnos acerca de la lucha misma
y, por ende, redefinir el significado de la propia política.
Visto así, la reflexión política en nuestros países me
parece todavía demasiado cautelosa, como si temiéramos
reconocernos vulnerables. Son estos miedos no asumidos
o mal integrados a la vida los que provocan el desa-
liento y la desazón. En tal contexto, considero saludable
cierto "ambiente posmoderno" y su desencantamiento
con las ilusiones de plenitud y armonía.
Las fantasías de omnipotencia se evaporan y nos
descubrimos frágiles. ¿No podría ser el desencanto (en
este sentido) una situación fértil para la democracia?
Para llevar a cabo reformas políticas necesitamos
realizar, ante todo, una reforma de la política. Ello im-
plica mirar más allá de la política (institucional). Sólo
ahora, en retrospectiva, percibo en los textos la explo-
ración vacilante del ámbito extrainstitucional de "lo po-
lítico". Después de esbozar el trasfondo histórico del
debate político-intelectual en América del Sur -de la
revolución a la democracia- la indagación se vuelca
hacia algunos aspectos poco tangibles y habitualmente
descuidados de la democracia. A menudo se analizan la
dinámica institucional, la estrategia de los actores y los
condicionamientos económicos sin considerar debida-
mente la experiencia diaria de la gente, sus miedos y sus
deseos. Las callejuelas de la vida cotidiana son frecuen-
temente callejones sin salida, pero a veces permiten vis-
lumbrar la cara oculta de las grandes avenidas. También
la democracia, tan necesitada de la luz pública para su
desarrollo, esconde patios traseros, algunos sórdidos,
otros simplemente olvidados. El interés del libro con-
siste, a mi entender, en recorrer tales rincones -el sus-
trato cognitivo-afectivo de la democracia- para obtener
un punto de vista diferente de la política. No se trata
de un recorrido sistemático, sino de una exploración
que resulta tanto más arriesgada cuanto más engañosos
son los signos de la calle. Su significación se aprecia
solamente en el contexto, por tentativo que este sea. He
reunido los fragmentos en un libro por la misma razón
por la que diseñamos el mapa de una ciudad descono-
cida: establecer algunos referentes, trazar posibles rela-
ciones y así ganar la perspectiva de un camino.
La política, al igual que las ciuaaaes y los suenos,
está construida de deseos y de miedos. Por eso
nos resulta ajena y añeja una democracia que no
toma en cuenta la experiencia diaria de la gente.
Las allqjuelas de la vida cotidiana son frecuente-
mente callejones sin salida, pero a veces permiten
descubrir la cara oculta de las grandes avenidas.
Explorar los signos de la calle -la dimensión sub-
jetiva de la política- es la intención de est& ensa-
yos, escritos entre 1984y 1987.La razón de reunir
los en un libro es la misma por la que diseñamos
*
el mapa de una ciudad desconocida: establecer al-
gunos referentes, trazar posibles relaciones y así
ganar una perspectiva para hacer nuestro camino. 4

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