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solamente en la medida en que nos reconozcamos (ten-
dencialmente) en una adquiere sentido la maraña de fe-
nómenos. Por eso deseamos el orden por encima de cual-
quier otra cosa y siempre soñamos en un orden mejor.
De ello trata el libro: la necesidad de un orden, la po-
sibilidad de un orden democrático, en fin, qué orden
queremos.
Retomo aquí la cuestión del orden planteada ante-
riormente en "La conflictiva y nunca acabada construc-
ción del orden desead^."^ Observando en estos años la
situación chilena o los procesos en Argentina, Brasil o
Perú sabemos que no basta con invocar la democracia.
En lugar de tomarla por dada hay que asumir la demo-
cracia como un futuro problemático. Es lo que intenta
mi pregunta por el orden. Concibo el orden no como la
perpetuación de lo existente, sino como su transforma-
ción. No cualquier cambio, por supuesto. Al hablar de
orden siempre hacemos referencia, por lo menos tácita-
mente, a una utopía de buen orden. Ha habido un mal
uso de la noción y, sin embargo, no podemos prescindir
de ella. La utopía de la democracia es la autodetermi-
nación de un pueblo sobre sus condiciones y modos de
vida. En esta perspectiva planteo la cuestión del orden
en tanto relaciona democracia y transformación social.
Mi interés por la democracia, la transformación
social y la utopía guarda fidelidad a las ideas socialistas
de mi primera experiencia política: el movimiento del 68
y el gobierno de Allende. {Cuán válidos, cuán irreflexi-
vos eran nuestros deseos?- Suponíamos, generosa, pero
falsamente, que todos compartíamos un mismo sueño.
Apuntábamos a un problema real -la construcción de
un orden colectivo- ignorando empero las condiciones
de una sociedad moderna y secularizada. Esta no obede-
ce a una sola racionalidad ni puede sintetizarse en una
2. Lechner, Norbert: La conflictiva y nunca acabada cons-
trucción del orden deseado. FLACSO, Santiago, 1984 y reeditado
por Centro de Investigaciones Sociológicas y Siglo XXI Editores,
Madrid, 1986.
visión única. La misma democracia no sólo refleja la
pluralidad de intereses y opiniones, sino que es a su vez
objeto de muy distintas interpretaciones. Tratando de
explicarme esa diversidad nace mi preocupación por el
imaginario político, o sea, por las imágenes que nos for-
mamos de la sociedad en tanto producción colectiva-
conflictiva de un orden. No hay una finalidad de la
historia fijada de antemano y cada época, cada grupo
define a partir de su experiencia el sentido del orden.
En este marco entiendo la política como una lucha por
el orden, donde el imaginario juega un papel decisivo,
particularmente en culturas no asentadas como las que
vivimos.
Siento que nuestra imaginación política se extingue.
La intencionalidad de la acción política se diluye y que-
damos detenidos en un presente perpetuo. Desde luego,
toda política (lo confiese o no) instituye, ratifica o mo-
difica determinadas orientaciones del quehacer social.
Pero actualmente tales orientaciones son débiles y con-
tradictorias y se nos escapa de las manos nuestro fu-
turo. De hecho, el desarrollo científico y de nuevas tec-
nologías, los cambios en los procesos económico-finan-
cieros y las innovaciones sociales parecen crear impera-
tivos aparentemente ineludibles que la política -cual-
quier política- no podría sino obedecer. Vale para la
política lo que Castoriadis constata en el conjunto de
la civilización contemporánea: la oposición "entre un
despliegue cada vez más amplio de la producción - e n
el sentido de la repetición (estricta o amplia), de la
fabricación, de la utilización, de la elaboración, de la
deducción amplificada de las consecuencias- y la in-
volución de la creación, el agotamiento de la aparición
de grandes esquemas representativo-imaginarios nue-
vosv3La fuerza de lo necesario aumenta incesantemente,
mientras que se ha debilitado nuestra capacidad políti-
co-cultural de redefinir lo posible y, con mayor razón,
3. Castoriadis. Cornelius: "Transformación social y crea-
ción cultural", en Punto de Vista 32, Buenos Aires, abril-junio1988.
lo deseable. No es que existan menos posibilidades o
menos anhelos; ellos crecen al igual que las necesidades,
mas no encuentran un marco interpretativo. Después de
haber denunciado el avance de las grandes ideologías y
las planificaciones globales, hoy, por el contrario, lamen-
tamos la ausencia de todo proyecto.
Vivimos en América Latina (y no sólo aquí) una
crisis de proyecto. Ello puede conllevar una abdicación
a nuestra responsabilidad por el futuro. Pero también
puede expresar una nueva concepción del porvenir. In-
tuimos que el mañana son mil posibilidades no menos
contradictorias que las opciones de hoy e irreductibles
a un diseño coherente y armonioso. Intuimos que tam-
bién los sueños son necesariamente inconclusos, siempre
reformulados. En fin, vislumbramos un futuro abierto
que resulta incompatible con la noción habitual de pro-
yecto. Entonces, más que un proyecto alternativo, ne-
cesitamos una manera diferente de encarar el futuro.
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Pensar la derrota" no es sólo revisar una estrate-
gia de lucha, es interrogarnos acerca de la lucha misma
y, por ende, redefinir el significado de la propia política.
Visto así, la reflexión política en nuestros países me
parece todavía demasiado cautelosa, como si temiéramos
reconocernos vulnerables. Son estos miedos no asumidos
o mal integrados a la vida los que provocan el desa-
liento y la desazón. En tal contexto, considero saludable
cierto "ambiente posmoderno" y su desencantamiento
con las ilusiones de plenitud y armonía.
Las fantasías de omnipotencia se evaporan y nos
descubrimos frágiles. ¿No podría ser el desencanto (en
este sentido) una situación fértil para la democracia?
Para llevar a cabo reformas políticas necesitamos
realizar, ante todo, una reforma de la política. Ello im-
plica mirar más allá de la política (institucional). Sólo
ahora, en retrospectiva, percibo en los textos la explo-
ración vacilante del ámbito extrainstitucional de "lo po-
lítico". Después de esbozar el trasfondo histórico del
debate político-intelectual en América del Sur -de la
revolución a la democracia- la indagación se vuelca
hacia algunos aspectos poco tangibles y habitualmente
descuidados de la democracia. A menudo se analizan la
dinámica institucional, la estrategia de los actores y los
condicionamientos económicos sin considerar debida-
mente la experiencia diaria de la gente, sus miedos y sus
deseos. Las callejuelas de la vida cotidiana son frecuen-
temente callejones sin salida, pero a veces permiten vis-
lumbrar la cara oculta de las grandes avenidas. También
la democracia, tan necesitada de la luz pública para su
desarrollo, esconde patios traseros, algunos sórdidos,
otros simplemente olvidados. El interés del libro con-
siste, a mi entender, en recorrer tales rincones -el sus-
trato cognitivo-afectivo de la democracia- para obtener
un punto de vista diferente de la política. No se trata
de un recorrido sistemático, sino de una exploración
que resulta tanto más arriesgada cuanto más engañosos
son los signos de la calle. Su significación se aprecia
solamente en el contexto, por tentativo que este sea. He
reunido los fragmentos en un libro por la misma razón
por la que diseñamos el mapa de una ciudad descono-
cida: establecer algunos referentes, trazar posibles rela-
ciones y así ganar la perspectiva de un camino.
La política, al igual que las ciuaaaes y los suenos,
está construida de deseos y de miedos. Por eso
nos resulta ajena y añeja una democracia que no
toma en cuenta la experiencia diaria de la gente.
Las allqjuelas de la vida cotidiana son frecuente-
mente callejones sin salida, pero a veces permiten
descubrir la cara oculta de las grandes avenidas.
Explorar los signos de la calle -la dimensión sub-
jetiva de la política- es la intención de est& ensa-
yos, escritos entre 1984y 1987.La razón de reunir
los en un libro es la misma por la que diseñamos
*
el mapa de una ciudad desconocida: establecer al-
gunos referentes, trazar posibles relaciones y así
ganar una perspectiva para hacer nuestro camino. 4