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Los cacharreros

Héctor López López

Nicol Julieth Rodríguez Urrea**

Resumen

Este texto pretende presentar un acercamiento testimonial a los descendientes de los


trajinantes, quienes iban de un lugar a otro ofreciendo mercancías y algunas personas
los aprovechaban para mandar cartas o mensajes. Los cacharreros eran curiosos
empresarios del rebusque, que recorrían los campos con diferentes productos de interés
para las personas que no tenían facilidades de salir al pueblo o a la ciudad. Ellos podían
ofrecer desde agujas e hilos, hasta ollas exprés y objetos decorativos o medicamentos,
que muchas veces dejaban a crédito o recibían como pago gallinas, café, huevos, fríjol,
entre otros elementos de cambio. Además, eran parte vital de las comunicaciones en la
zona rural, pues llevaban mensajes de una vereda a otra o traían al campo las noticias
del pueblo o la ciudad.

Palabras clave: cacharrero, comunicación, mercancía.

Abstract

This text tries to present a testimonial approach to the descendants of the trajinantes,
who went from one place to another offering merchandise and some people took
advantage of them to send letters or messages. The 'cacharreros' were curious
businessmen of the search, that crossed the fields with different products of interest for
the people who did not have facilities to go out to the town or to the city. They could offer
everything from needles and threads, to express pots and decorative objects or
medicines, which many times left on credit or received as payments hens, coffee, eggs,


Doctor H.C. en ciencias sociales, profesor titular emérito en la República del Perú, investigador de la
historia de la ciencia y el folclor. Tiene más de 25 publicaciones y ha pronunciado más de 150
conferencias en Colombia y el exterior. Fundador y director del Agro Parque Sabio Mutis – Jardín Botánico
de Uniminuto.
** Tecnóloga en informática, estudiante de Filosofía e Historia. Investigadora del Agro Parque Sabio –

Mutis Jardín Botánico de Uniminuto.


beans, among other exchange items. In addition, they were a vital part of
communications in the rural area, as they carried messages from one sidewalk to
another or brought news of the town or city to the countryside.

Key words: cacharrero, comunication, commodity.

Introducción

En el año 2018 se inauguró en el Agro Parque Sabio Mutis – Jardín Botánico de


Uniminuto el Museo de las Comunicaciones Jorge William Montoya Santamaría, con
más de cincuenta radios de tubos y treinta transistorizados, una pared en la que se
encuentra la evolución de las comunicaciones en Colombia, diversos proyectores
antiguos y una sección especial dedicada a Radio Sutatenza y a la evolución de las
emisoras culturales. Luego de la inauguración se continuó el trabajo para situar al lado
del museo la Posada del Tequendama, sitio característico donde se hospedaban
quienes transportaban los correos. Junto a ella se colocó un palomar para recordar que
las palomas mensajeras fueron un medio de comunicación importante en la antigüedad
e incluso durante las guerras contemporáneas.

El estudiante de medicina Félix Henao Toro, nos brinda un testimonio fundamental en


los comienzos del siglo XX para comprender los recorridos que debían hacer aquellos
que llevaban el correo e incluso de algunos cacharreros que se dirigían hasta Bogotá a
comprar sus mercancías. Para llegar a Bogotá desde Manizales debían tomar entre
otras la ruta que pasaba por la falda de “la Elvira” o por “el Papal” a “Letras”, Soledad
(hoy Herveo), Guarumo (hoy Padua), “la Aguadita” y Fresno hasta llegar a Mariquita
donde salía el tren que lo dejaría cerca a Beltrán (Tolima), para tomar un vapor que lo
llevaría a Girardot, para allí coger el tren que llegaba a Bogotá. Sin embargo, por aquella
época los caminos eran difíciles de recorrer y debían cruzarse a lomo de mula, lo cual
retrasaba muchas veces los tiempos y hacía que la noche tomara a los viajeros a mitad
de camino. Ese siempre era el camino de Henao Toro, quien nos habla de dos posadas
en las que se quedaba: “Casaleta” y “Letras”, siendo su preferida esta última que
pertenecía a don Pedro Parra, amigo de todos los viajeros y caracterizado por su
maravillosa atención. Consistía la posada en una casona de techo de paja ubicada en el
Páramo de Letras, en el límite de los departamentos de Tolima y Caldas, tenía una
habitación grande para los dueños de la finca, otras más pequeñas para los viajeros y
una cocina que ocupaba la quinta parte de la casa donde se encontraba un banco para
que los viajeros se sentaran a charlar1.

Dentro de las investigaciones que se adelantan en el museo, encontramos que hubo


otro personaje representativo en las comunicaciones de nuestro país y que, por lo tanto,
debía estar junto a la posada: el cacharrero. Según la Real Academia de la Lengua

Española, este se define como una “persona que vende cacharros o loza ordinaria”. No

obstante, nosotros hemos encontrado que se trata de un hombre que recorría los
campos con diferentes productos del interés de las personas que no tenían la facilidad
de salir constantemente a los pueblos o ciudades, a quienes también les ofrecía créditos
y otras facilidades de pago, además de que su mercancía no siempre era ordinaria. Este
curioso empresario, después de tantos viajes se ganaba la confianza de sus clientes,
que mandaban con él mensajes a sus vecinos, familiares e incluso al pueblo por algún
encargo. Por esta razón, el cacharrero era fundamental como medio de comunicación
en los espacios rurales durante el siglo XX, según los testimonios de viva voz que
hemos podido recoger.

Al continuar con la investigación, encontramos que los cacharreros son los


descendientes de los que antes se conocían como los trajinantes, que “eran personas
que iban de un sitio a otro ofreciendo mercancías o productos, y los particulares los
utilizaban para mandar cartas o mensajes” (Santa María, 1987). Estos hombres a su vez
provenían de los chasquis, conocidos originalmente como los mensajeros incas que
llevaban recados o mensajes dentro del imperio.

1 Félix Henao Toro, Las Posadas, documento inédito conservado por el ingeniero Ramiro Henao
Jaramillo. Manizales, 2020.
En la década del ochenta entrevistamos al señor Néstor Botero Goldsworthy2, a quien
le preguntamos sobre el oficio de los cacharreros en su querida Sonsón. Él nos contestó
que por la extensión territorial de este municipio existían numerosos trabajadores en
este oficio, que inclusive llegaban a los municipios limítrofes. Sin embargo, José
Fernando Botero3, técnico operativo en cultura y patrimonio, radicado en Sonsón,
Antioquia, nos confirmó en el año 2018 que este oficio antes tan reconocido en la región
prácticamente ha desaparecido. Así mismo, en la búsqueda de documentos y
testimonios nos fue muy importante su aporte, ya que gracias a su apoyo y orientación
pudimos acceder al único texto escrito sobre cacharreros de que se tiene noticia y que él
nos facilitó para comprender mejor este oficio.

Vale la pena aclarar que el presente texto no pretende agotar las reflexiones que
sobre el tema pueden hacerse. Antes bien, consideramos que se trata de un estudio
incompleto ofrecido a los investigadores, folcloristas, sociólogos o antropólogos que
quieran continuar con estos estudios desde otras perspectivas y otros lugares,
enriqueciendo así el conocimiento que hasta el momento se tiene de este oficio.

Cómo se hace un cacharrero

Marco Aurelio Cacante regresó a su casa en Sonsón, Antioquia, después de haber


recorrido el Valle del Cauca y otros lugares de Colombia durante ocho años,
encontrando a sus padres y hermanos en la misma situación en la que los había dejado,
es decir, estaban en “la misma resignación que se vive en el campo pero unidos y con
afecto” (Cacante, 2014, p.151). Al llegar se dio cuenta de que tenía que ayudar a sus
padres y hermanos, pero por desgracia y estando en el mes de julio cuando no había
cosecha de frutas y tampoco de café, se le complicaba encontrar trabajo en el campo.
Acudió pues a sus amigos de infancia para que le ayudaran en su búsqueda, e incluso
fue hasta el pueblo probando suerte, pero en ningún caso obtuvo una respuesta
afirmativa.

Entre desilusionado y preocupado, no encontraba solución alguna a su angustiosa


situación laboral, hasta que un día en su casa escuchó a su tía Lucila comentarle a

2 Néstor Botero. Entrevista. 1986.


3 José Fernando Botero. Entrevista. 2018 y 2019.
Laura, su madre, sobre la buena situación en la que estaba la familia Naranjo, todo
gracias a que estaban cacharreando, esto es, que iban por los campos vendiendo
retazos y cacharros. Su tía decía que primero había sido don Joaquín, quien de
cacharrero pasó a tener un almacén en el pueblo, y luego, le siguieron en el mismo
negocio sus hermanos Marco y Ernesto.

Marco Aurelio recuerda que esta conversación lo impactó mucho, entre otras cosas
porque ya había oído hablar de este oficio en el Valle del Cauca y en Santa Rosa de
Cabal, Risaralda. Animado entonces en este proyecto se decidió a realizarlo, y con
trescientos treinta pesos de capital intentó pedir un crédito en un almacén donde lo
conocían desde su niñez, pero terminó en el almacén de don Ernesto Naranjo,
cacharrero con bastante experiencia, que no dudó en orientarlo, darle ánimo y venderle
alguna mercancía que, aunque poca, sin duda era lo que se requería en el campo que
don Ernesto conocía tan bien.

Luego de una semana durante la cual visitó veredas cercanas vendiendo medias,
pañuelos, pantaloncillos, enaguas, brasieres, pantis para damas y niñas y algunas
toallas, cada vez se animaba mucho más al ver que en el día podía llegar a ganar
cincuenta y seis pesos, cuando un trabajador ganaba solo quince pesos, de forma que
comenzó a llegar en las tardes al almacén para resurtir y salir temprano al día siguiente.
Así lo hizo hasta que el sábado don Ernesto le propuso que se fuera con un trabajador
recomendado que conocía el oficio, pudiendo llegar hasta veredas lejanas en viajes de
ocho o diez días. Además, le entregaba la mercancía por consignación, de manera que
se podía llevar lo que quisiera del almacén, siempre y cuando le pagara una vez
regresara del viaje.

Mientras se familiarizaba con el oficio de cacharrero, Marco Tulio aceptó el negocio


de don Ernesto, que implicaba también dividir las ganancias con el ayudante. Así
mismo, el señor Naranjo le dio otros consejos sobre la forma de pago en las veredas
lejanas, como por ejemplo, le dijo que donde había café este lo podría recibir a cambio
por las mercancías, en otros lugares por frijol y otros productos que se podían vender en
las fondas. En estas travesías -afirma Marco Tulio- llegó hasta Puerto Venus, a orillas
del río Samaná, jurisdicción de Nariño en Antioquia, y a Samaria, en el municipio de
Pensilvania, Caldas.

Poco tiempo después, sintiéndose más seguro en este oficio, dejó de trabajar con
Fingo, el ayudante que le había impuesto don Ernesto, y en su lugar decidió llevarse a
su hermano Gustavo para que aprendiera a trabajar, quien al cabo de cuatro salidas,
también se ganó la confianza de don Ernesto Naranjo y se independizó. Finalmente su
hermano Héctor que se había quedado sin trabajo, decidió animarse a “la aventura de
vivir con la cajada [sic] de mercancía a las espaldas, y al igual que nosotros
conseguirnos la vida de una forma diferente a las labores del campo” (Cacante, 2014, p.
159). Héctor también aprendió rápido, y al ver que no les convenía trabajar juntos, cada
quien tomó su camino con sus propios cacharros.

Luego de enseñarle a sus hermanos, y estabilizarse en el negocio, Marco Tulio se


ganó tanta confianza de don Ernesto, que en los meses en los que había pocas ventas,
sin necesidad de dejar su oficio de cacharrero, se quedaba trabajando en el almacén del
pueblo.

Nuestra primera idea del cacharrero

Los cacharreros que conocimos a finales de la década del cincuenta andaban por los
campos cargados con maletas, las cuales abrían en el corredor de la casa a donde se
les había mandado entrar. Y sin necesidad de sacar nada de lo que allí llevaban, se
podía apreciar la mercancía como si se tratara de una pequeña estantería donde se
podían ver bolas blancas de alcanfor, paños de agujas pequeñas, agujas más grandes
para coser costales, rollos de caucho, resortes, cáñamo, juegos de pañuelos, espejos
pequeños, peinillas o peines, hilos, el piquillo o ribete para las costuras, jabón de Reuter,
agua florida de Murray, tricófero de Barry, pomada para desmanchar la piel de las
mujeres, y para los niños bolitas de cristal para sus juegos, especialmente el que se
conocía como la vuelta a Colombia4.

4 En los patios de las casas o en la escuela, los niños practicaban este juego que consistía en trazar

una pequeña ruta formada por huequitos en la tierra donde debían meter la bola impulsada por los dedos,
a los cuales le daban el nombre de los municipios o ciudades por donde debían pasar los ciclistas de la
Vuelta a Colombia para llegar a la meta. Esta programación la publicaban en pequeños folletos de
En la década de los setenta el maestro Ovidio Rincón Peláez y el dentista Augusto
Becerra Duque escucharon gustosos esta descripción, y nos precisaron que estos
“andariegos o rebuscadores del centavo se especializaban en vender determinados
productos de acuerdo a la región y a la época del año”, pues gracias al conocimiento
que tenían de la región y de sus gentes, sabían qué mercancía necesitaban si iban a
visitar una región fría o una cálida. También nos dijeron que los cacharreros que ellos
conocieron vendían productos para el aseo personal, que si pasaban al comienzo del
año llevaban el almanaque de Bristol, y si era por la época de navidad en sus maletas
no faltaban los juguetes y objetos que sirvieran para pagar el aguinaldo si lo habían
‘casado’. Esta costumbre de casar aguinaldos la practicaban entre otros, las parejas de
novios, y uno de ellos consistía en comprometerse a no contestar si se le hablaba, a lo
cual le llamaban ‘hablar y no contestar’. Si se perdía la apuesta con la novia, ella
imponía una pena que el novio debía pagar con un objeto por lo regular comprado al
cacharrero, y entre los más recurrentes se encontraban los juegos de pañuelos, los
espejos pequeños, la pasta de jabón Reuter o una loción.

Según Becerra Duque, el cacharrero muchas veces era propietario de un pequeño


negocio en el pueblo que cerraba de lunes a jueves mientras permanecía en los campos
ofreciendo artículos de su negocio, especialmente para promocionar los productos de
moda y también para darle salida a los que tenía estancados o rezagados. “En esta
economía del rebusque -agrega- los cacharreros establecían rutas y aceptaban
encargos que se comprometían a entregar en fechas precisas”. Becerra Duque, quien
era dentista en Manizales, identificó que muchos de estos cacharreros vendían la gota
eléctrica, un líquido para el dolor de muela que estaba empacado en los frasquitos en
donde venía el anestésico para la extracción de las piezas dentales. Así mismo nos
contó que estos comerciantes del campo fueron muy importantes en la promoción de los
dentífricos o cremas dentales, ya que al llevar constantemente nuevos productos al
campo, fueron ellos los que ayudaron a promocionar entre los campesinos los ‘colinos
dentales’ y el uso del cepillo de dientes para prevenir las caries dentales.

propaganda y también se oía por la radio el itinerario, del que estaban muy pendientes los niños y
adolescentes para construir correctamente su juego.
Con el tiempo, este curioso empresario se fue ganando la confianza de sus clientes
después de muchas visitas a los hogares, y de esta manera servía de mensajero con
quien se enviaban razones a los vecinos o al pueblo. Además, Rincón Peláez nos
cuenta que tenían un interesante sistema de crédito que consistía en un acuerdo entre
las partes, y del cual llevaban una contabilidad en una libreta, donde escrito con lápiz
aparecía el nombre de la persona, el producto fiado y la fecha o las fechas en que se
comprometía a pagar, incluyendo los abonos que hacían.

Con lo anterior, tanto para Rincón Peláez como para Becerra Duque, el cacharrero
fue un hombre muy importante para los campesinos, porque los sacaba de apuros
cuando traían el producto que estaban necesitando con urgencia, como el hilo para
remendar o un analgésico para los dolores. De todas maneras el campesino esperaba
su visita, ya fuera cada ocho o cada quince días, en el campo se programaban ciertas
actividades como los cumpleaños o las costuras de acuerdo a lo que ellos traían en sus
maletas que terminaban siendo la solución para quienes no podían o se les dificultaba
salir al pueblo o a la ciudad.

Los cacharreros en el occidente colombiano

Posteriormente y continuando con nuestras investigaciones sobre la cultura popular,


le preguntamos al profesor Miguel Giraldo Rodas sobre los cacharreros que él había
conocido en Marmato, Caldas, quien nos manifestó que el cacharrero que él distinguió
andaba a caballo y en otra mula llevaba las maletas como si se tratara de una carga de
café. Aquel hombre tenía un itinerario entre los municipios de Marmato, Caramanta,
pero también llegaba a La Felisa, Hojas Anchas y tomaba la vía a la Vega de Supía, con
su carga que llevaba forrada con un ‘encerado’, que era un papel grueso que impedía se
mojara la mercancía. En la casa de don Miguel sus padres le habían dicho que los
cacharreros de antes protegían sus mercancías con un hatillo, que era una especie de
cajón de cuero seco que se tapa y se destapa, dentro del cual se protegía de las
inclemencias del tiempo, especialmente por los lados de Caramanta por donde hay más
lluvias, afirmaba el profesor Miguel.

Estos cacharreros -continuó- recorrían grandes distancias vendiendo sus productos,


pues había algunos que llegaban hasta La Merced, Caldas, y por la otra parte llegaban
hasta San Bartolomé, corregimiento de Pácora. Tenían proveedores en Manizales y
Medellín, y su mercancía era buena o de regular calidad dependiendo el poder
adquisitivo de sus clientes. El profesor Giraldo Rodas creía que el cacharrero tenía
mucho parecido con el curandero o vendedor de específicos de plaza pública, pues en
el discurso para vender sus productos, el curandero hacía reminiscencias a compañías
o laboratorios con los que nada tenía que ver, pero que según él eran sus benefactores
y proveedores. En efecto, el profesor escuchó a un cacharrero que decía elogiando su
oficio, que él compraba mercancías en La 14 de Cali, pues esta gigantesca empresa de
los Cardona de Aguadas había tenido su origen en este trasegar por los campos, lo cual
era una afirmación falsa para asegurar su credibilidad y mantener su clientela.

Tomando el camino hacia el sur en Armenia, Quindío, en la vereda de San Juan, los
padres de Iván Danilo Ortiz le contaron que tenían recuerdos desde el año de 1936
sobre los cacharreros que pasaban por su casa vendiendo piedras de candela, polvos
flores de Niza, espejos, Bay Rum Negret y Quinifer contra el paludismo, cuadritos de la
virgen del Carmen, el corazón de Jesús, el ánima sola y Santa Marta, entre otras
mercancías. Así mismo, nos cuenta Iván Danilo que había cacharreros muy famosos por
esos lados, como lo fueron don Eusebio, Campo Elías y Luis Adán, quienes tenían su
estilo o particularidad, pues algunos a la vez que vendían sus mercancías compraban
frascos y botellas, muy especialmente los de onza o de almendras, los de libra o los
frasquitos de color café llamados sinara donde se empacaban los jarabes. Otros
vendían únicamente de contado, y no faltaba el que recibía como forma de pago
huevos, pollos o libras de café.

Un proveedor de mercancías para los cacharreros fue el almacén El Buen Gusto, del
empresario Vicente Giraldo Gutiérrez5, propietario de la marca Vigig, acrónimo de su
nombre y apellido. Giraldo, célebre por la cantidad de productos que fabricaba y el
original nombre con el que los bautizaba, “fue un publicista ingenioso, que conocía el
comportamiento de su clientela como si se tratara de un antropólogo o un sociólogo, y

5 Vicente Giraldo nació en Calarcá en 1895 y falleció en Bogotá en 1956.


es muy posible que hubiera buscado en los cacharreros a unos promotores de sus
productos, pues estos vendían o se entendían directamente con los consumidores” 6.

Iván Danilo recuerda que los cacharreros compraban en el almacén el Buen Gusto
jabones, el Caspidosan Vigig, el cual era recomendado por su fabricante con tanta
efectividad que afirmaba en su publicidad: “si no se cura la caspa, córtese la cabeza” y
también el afeitol que tenía “la suficiente espuma para la afeitada”. En cuanto a las velas
de parafina, don Vicente las llamó el bombillo del pobre, y la harina de maíz la
promocionaba de muy buena calidad por ser fabricada con maíces colombianos muy
superiores a la Maizena Duryea, de origen norteamericano a la que consideraba su
mayor competencia.

Cuando Iván Danilo se trasladó a La Dorada, Caldas, se encontró con los


cacharreros practicando el mismo oficio que él conoció en el Quindío, a los cuales
atribuía como una especialización o evolución en su negocio por cuanto que ya se
adquirían productos extranjeros que por lo regular habían entrado de contrabando por
La Guajira, y que se vendían en el puerto de La Dorada para ser promocionados en la
zona cafetera, región muy especial para este negocio, pues “siempre había plata, o
mejor dicho café, que era oro en polvo. No obstante, -continuó- muchos cacharreros del
oriente de Caldas, compraban sus productos en la Cacharrería Mundial7, de Medellín,
Gómez Ossa de Manizales y La Campana”. Esta última editaba unos folletos
promocionales con extensos poemas que los campesinos se aprendían de memoria.

Aseneth Sánchez, quien vive en Salamina, Caldas, recuerda a los cacharreros por su
madre Teresa, de quien aprendió su importancia para “uno que vive en el campo y
poder conseguir algo que faltara estando tan lejos de la ciudad”. En efecto -según
Aseneth-, el cacharrero les proveía mercancías diversas y con muchas facilidades de
pago. Su mamá que vivió entre las poblaciones de San Félix, Salamina y Pácora en el
departamento de Caldas y en distintos climas, pudo acceder a muchas mercancías,
entre otras, telas y paños que se utilizaban para confeccionar vestidos para usarse de
acuerdo a los climas.

6 Gonzalo López Ospina. Entrevista. 2010.


7 Fundada en 1921 en Medellín por Germán Saldarriaga del Valle.
Aseneth nunca olvida a don Fernando Cardona como un cacharrero muy especial,
quien vivió allá por los años sesenta, llevando su mercancía al hombro en una caja de
cartón donde no podían faltar las tijeras, jabones, billeteras, rosarios, medallas de los
santos, cosméticos, cremalleras, hilos y hebillas. Don Fernando les advertía a sus
clientes que no era necesario tener plata en efectivo para cancelarle la mercancía, pues
él recibía quesos, mantequilla, huevos y gallinas; productos que él después vendía en
los lugares donde compraba lo que llevaba al campo8.

Los cacharreros del Tolima

En la década del sesenta fue muy famoso el cacharrero Chepe, quien hacía el
recorrido entre Villahermosa, Líbano y Murillo en el departamento del Tolima. Don
Chepe por lo regular andaba solo, pero de vez en cuando lo acompañaba un muchacho
que le ayudaba a llevar la maleta y que usualmente era un pariente suyo. Al pasar el
tiempo se hizo muy conocido porque cumplía con los encargos que le hacían, lo cual le
permitió aumentar este negocio, logrando reemplazar al ayudante por una mula.

A Chepe lo esperaban con una regularidad de ocho días, que era el tiempo que se
demoraba haciendo el recorrido, y cuando volvía traía los encargos que podían ser
toallas, sábanas, ollas pitadoras, pomadas, máquinas de afeitar y colinos dentales, entre
otros. La mercancía se podía pagar con gallinas, huevos, papa o plátanos, y las ollas
exprés o pitadoras, después de discutir el precio, era posible cancelarlas por cuotas, que
podían ser cada ocho o quince días de acuerdo a lo pactado con él. En aquella época
decían que don Chepe adquiría las mercancías en las galerías del Líbano, aunque él
constantemente lo negaba, pues siempre insistía que traía un surtido de las grandes
bodegas que existían en la capital. La verdad es que lo que vendía era de buena
calidad, y su mucha clientela se debió a que negociar con él era relativamente fácil, ya
que nunca tenía problema cuando no se le podía pagar con dinero en efectivo, de
manera que cuando hacía el trueque o negocio no le faltaba la expresión: “plata es lo
que plata vale”9.

8 Aseneth Sánchez López. Entrevista. Salamina, Caldas. 2019.


9 Martin Ernesto Morales. Entrevista. Ibagué. 2008 y 2019.
Otro testimonio es el de Ismael Sánchez, quien tiene 78 años y es oriundo de
Chaparral, Tolima, donde hoy vive en el caserío Risalda. Él recuerda que la mayoría de
los cacharreros viajaban con un ayudante o maletero, y pasaban con alguna frecuencia
por su casa vendiendo o trayendo los encargos que le habían hecho. “Cuando yo vi la
necesidad de purgar a dos de mis hijos -dice- no fue sino decirle al cacharrero y él a los
quince días me trajo el purgante, me dijo como debería usarlo y así purgué bien a mis
dos guámbitos”. Según don Ismael, los cacharreros que él conoció vendían pomadas
calientes, linimento veneciano, papeletas de ácido bórico para echarle a las botas de
caucho, fósforos, hilos, carreteles con hilos gruesos, agujas, tabacos, cigarrillos,
candelas Tequendama y otras clases de encendedores, veneno para las cucarachas,
cuchillos, cortaúñas y cáñamo.

Muchos cacharreros adquirían sus productos a don Ignacio Caballero, quien era
dueño en Chaparral de un gigantesco almacén donde “se podía comprar desde una
aguja hasta una máquina despulpadora de café”. Con el cacharrero era posible pedir al
señor Caballero algo que le hiciera falta en el campo y él se lo hacía llegar con el mismo
cacharrero o por algún otro medio. Estos cacharreros, aparte de la venta de sus
productos contaban noticias, por ejemplo en la época de la violencia, por ellos se
informaba don Ismael sobre las andanzas de Chispas, Sangrenegra o Desquite10, ellos
“escuchaban los comentarios en el pueblo y se lo contaban a uno”, nos dijo.

Cuando le preguntamos por el cacharrero moderno, y qué diferencia tiene con el que
él conoció a finales de los cincuenta, no dudó en afirmar: “los de hoy son muy distintos,
andan en carros, motos o transportan su mercancía en una carretilla de dos llantas, todo
porque las vías de comunicación acabaron con el camino real y las trochas. Pero en
verdad las facilidades para uno transportarse ayudan o hacen que las cosas se puedan
conseguir con más facilidad en los pueblos”. En cuanto al pago, se les podía cancelar
con gallinas o pasilla, que es el grano seco o picado que flota cuando se está lavando el
café, o no pasa en la zaranda, aunque los cacharreros la recibían de muy buen gusto
como forma de pago.

10 Véanse sus biografía en: Téllez, P. Claver (1989). Crónicas de la vida bandolera. Bogotá: Planeta.
También María Pantoja, de 53 años, conoció a los cacharreros en Gaitania, vereda El
Jordán, Tolima, en la década del noventa. Se acuerda mucho de ellos porque traían
jabón de la tierra, pomada Dolarán, tijeras, linimento, ollas y cauchos para la olla exprés.
Con ellos “se hacían cambios por pasilla de café o gallinas”. María cree que el
cacharrero de esa época ha cambiado mucho, pues el actual ahora se moviliza en carro,
carretas o motos, y los sistemas de pago son diferentes, pero el pago por cuotas o
plazos aún prevalece, nos dijo.

Cacharreros en Cundinamarca

Don Marcos Alfonso Ovalle vivió en la vereda Peñanegra de Tena, Cundinamarca,


donde fue muy reconocido por su hogar de siete hijas, fabricaba aguardiente en un
alambique que escondía cerca de la casa, y con el cacho que tocaba para alertar sobre
la presencia de la policía de rentas, llamaba a los trabajadores a la hora de comer. Por
los años setenta, su hija Ofelia recuerda que su madre María Eliza Esquivel atendía a
los cacharreros, quienes eran muy bien recibidos en su casa, ya que no existían
carreteras y la salida al pueblo no se podía hacer con tanta frecuencia. Por eso, cuando
el cacharrero abría su maleta, los niños también se asomaban a ver qué les pedían a
sus padres. Y para los mayores había pocillos y platos esmaltados, losa, olletas,
cucharas, alhajas de fantasía y ropa de cargazón, es decir, barata. Si no había plata en
la casa para el pago, el cacharrero recibía por su mercancía monedas antiguas, aretes,
anillos, cadenas de oro o porcelanas finas que hubiera en las casas. Según Ofelia,
“vendían o hacían intercambios”11.

También Marina Aguirre12, residenciada en la vereda Escalante del municipio de


Tena, nos manifestó que fueron dos cacharreros famosos con los que ella y su familia
se entendieron: Serafín y Pío V, el primero más amplio y generoso, el segundo por el
contrario, “más esquivo y desconfiado porque en algún momento le habían quedado mal
con un pago”. Fueron muy constantes en sus visitas por la década de los ochenta, las
realizaban cada quince días aunque se turnaban, y sus clientes sabían a quién
esperaban y también que clase de productos traían.

11 Víctor y Ofelia Moreno Alfonso. Entrevista. Tena, Cundinamarca. 2019.


12 Marina Aguirre. Entrevista. 2019.
Ellos afirmaban que compraban su mercancía en San Victorino, y “unas veces venían
bajando o subiendo, pero eran muy puntuales. Alguna vez que les pregunté si ese
negocio daba resultado, o mejor dicho, ganancias, ellos me contestaron que sí”. Marina
nos dijo que el pago era con dinero, pero también recibían huevos, pollos o gallinas.
Además agregó que tanto Serafín como Pío V, traían en sus maletas para la venta:
velas de sebo, alicates, cauchos para ollas, pomada verde, cáñamo, agujas puntudas
para coser o ‘talonar’ alpargatas de fique, agujas para coser la ropa, botones, el
almanaque de Bristol y otros almanaques de bolsillo, pañuelos blancos bordados para
hombre y mujer, frascos de linimento, paños de agujas, bolas de alcanfor, tijeras para
peluquear, perfume ‘tabú’ para dama, purgante Pipelón (para el niño flaco y barrigón),
alpargatas de lona y de fique, paquetes de hilo de varios colores, dedales y jabón de
tierra envuelto en hojas de bijao13.

Cuando le preguntamos por el cacharrero moderno, nos contestó que era


prácticamente el mismo comprador de chatarra. Aunque también vienen en carros y
carretillas vendedores con productos de la época moderna, como medias, sombreros,
cachuchas, ropa, loza para la cocina, pilas para las grabadoras, y demás implementos
de la tecnología moderna.

Resumiendo, los cacharreros fueron importantes actores en los campos colombianos


del siglo XX, haciendo largos recorridos como ingeniosos empresarios llevando sus
mercancías y aliviando las urgencias de los campesinos, pero también empleándose
como amables mensajeros que llevaban cartas y mensajes en sus andanzas,
posibilitando el contacto cercano entre familiares y amigos y el conocimiento de las
noticias que escuchaba en el pueblo llevándolas por toda el área donde trabajaba. En
consecuencia, para realizar el montaje sobre los cacharreros junto a la Posada del
Tequendama en el Agro Parque Sabio Mutis, contamos con la suerte de haber
encontrado testimonios de viva voz sobre este oficio, que a la vez pudimos completar
con notas y borradores que se habían guardado durante muchos años en la biblioteca
Héctor López López.

13 Según Marina Aguirre, el jabón de la tierra servía para bañarse el cabello porque les quitaba la
caspa, pero también para lavar la loza y las ollas que se ponían muy negras porque se hacía de comer
con leña, y además el axión y otros jabones modernos no existían.
Bibliografía

Echeverry, G. (2018). Me encontré en la vida con Vicente Giraldo Gutiérrez. La Crónica.


Recuperado de https://www.cronicadelquindio.com/noticia-completa-titulo-me-encontre-
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