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Presentación de Lord Banana y otros cuentos de David Miralles

Mónica Sigg Pallares

En mayo de 2007 David Miralles publica su libro Lord Banana y otros cuentos.

En una entrevista que le hiciera posteriormente José Mariquina desde su natal Valdivia,

éste le pregunta sobre la posible sorpresa de un viraje del poeta a la narrativa, a lo cual,

Miralles postula la misma como su primera vocación. Así pues, Lord Banana es un

regreso al lugar donde muchos años antes comenzara el viaje épico en que el escritor se

asume, se consume y finalmente se redime o se condena a sí mismo.

En su libro de poemas Los malos pasos (de 1990), Miralles escribe:

Me leo a mí mismo
y no puedo celebrarme
al comprobar que toda ficción
se reproduce a sí misma
ante los propios ojos del fabulador
que toma por suyo
aquello que abandona
en los campos vacíos de su imaginación.

Me leo y me obligo
a este acto sacrílego.

Tal vez entonces sea ese acto sacrílego de mirarse a sí mismo lo que simboliza la

narrativa de Miralles desde una perspectiva engañosamente coloquial, humorística,

terrorífica y en ocasiones hasta casquivana. En Lord Banana la literatura se pone en

entredicho, desconfía de sí misma y se desacraliza. No hay omnisciencia en sus

narradores; sólo la frase lapidaria del sentido común o los diálogos en argot chileno, que

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si bien pueden resultar extraños para el lector mexicano, no por ello dejan de ser

entendidos por lo que el mismo Miralles dice en la entrevista con Mariquina hablando a

propósito de cómo sería para un colombiano descifrar frases como “seco p’al cornete”

por ejemplo, respondiendo el autor a este problema: “ Se puede adivinar un destino

literario curioso a estas expresiones, en cuanto, según creo, quedarán como

incrustaciones algo abstractas, cuyo sentido se vislumbrará tal vez por cierta cualidad,

cómo te diré, relampagueante de su sonido.” Y es el sonido relampagueante; el ritmo,

que surge de la poesía de Miralles el que confiere a su narrativa su carácter universal y a

su vez, local.

En Lord Banana se sintetizan diversos mundos. Como en el cuento “Aniushka”,

donde el discurso se convierte en denuncia de los años de la dictadura, tema que no

puede perder vigencia en la conciencia chilena; con su abrumadora crudeza vestida de

mujer subversiva. “El abominable Chepo” abreva del relato policíaco y deja suspendido

el misterio de un asesinato impune, mientras que “La taza de té” es claramente un

apunte gótico que bien puede recordarnos a Aura de Fuentes o a La cena, de Alfonso

Reyes, pero siempre desde una perspectiva más desenfadada, coloquial, y por lo mismo

más terrible. El humor llano se encuentra en relatos como “Las mutantes”, donde el

personaje de don Fanta es un referente del típico compadre que cualquier persona puede

reconocer en el imaginario popular; es el personaje donjuanesco, paternal, prosaico y

entrañable, cuya sabiduría siempre deja pasmados a sus escuchas.

El espacio en que se desarrollan los cuentos de Lord Banana tienen lugar en la

natal ciudad austral de Miralles: Valdivia. Podemos reinventar con al imaginación, los

que no hemos estado ahí, lugares como el barrio de Las Ánimas, nombre de por sí

sugerente, o Santa María la Blanca, donde César Díaz, contemporáneo, colega y amigo

de Miralles, dice: “La ciudad que predomina en las narraciones (de Miralles) es Santa

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María la Blanca de Valdivia. Los guiños a la literatura local abundan, pero la anécdota

se aleja del centro de la pintoresca ciudad para inmortalizar el espacio del barrio. Son

así los sectores viejos de la ciudad los que se incorporan a la ficción literaria. Este

Valdivia no es el de las memorias de un González Vera, que en sus días de muchacho

habitó los conventillos de la época, a comienzo del siglo XX, ni es la Plaza de la

República, o las calles por donde transita el detective de Pedro Guillermo Jara. Miralles

se las ingenia para mostrarnos otras veredas de la misma ruinosa ciudad, anterior al

McDonald’s y al mall, mostrándonos también una curiosa manera de recordarla y de

observarla.”

Memoria desarticulada de un pasado proscrito en algunos relatos; nostalgia

disfrazada de cierto cinismo en boca de personajes a veces patéticos, otras, chistosos, o

decididamente trágicos. El recuerdo de Miralles se enclava desde un rincón exorcizado

de melancolía para dar paso a un collage de historias que reinventan la experiencia del

autor por medio de personas reales traspuestas en caracteres configuradores de la

ficción.

Lord Banana, el cuento que da título al libro que hoy presentamos, es el más

extenso y el más complejo sin duda, en términos de estructura, donde la metadiégesis

incurre en un acto de escritura circular; confiriendo al relato con varios niveles de

sentido. Cito las palabras de César Díaz, que mejor resumen el relato: “Hace muchos

años, en nuestros tiempos de universidad, quizás en alguna conversación que nada tenía

que ver con la literatura, Miralles me contó la historia que articula este cuento: el viejo

director de escuela que seduce a la joven maestra. Aquí sucede como en otros relatos

donde se trata como temática la experiencia sexual en los años escolares, la iniciación

en el arte amatorio que implica la complicidad con los iguales, o el aprendizaje al

escuchar la sabiduría de los más viejos y más experimentados. Está aquí también, el

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espacio adecuado para el voyerismo, donde se reflexiona y presenta de manera

descarnada el deseo y la imaginación adolescentes. Pero todos estos temas traman un

mal contrato con el arte de la palabra escrita. Lo anterior responde a que la

ridiculización de la institución literaria, cuyo epítome son los concursos literarios,

genera aquí una comedia de enredos que desencadena la participación de todo el aparato

social que circunda a la institución educacional, implicando a padres, apoderados,

estudiantes y profesores. Todos participantes como protagonistas o espectadores de una

orgía descarnada que se repite bajos distintas fórmulas a través de los años y de la cual

se busca redención a través de la vía confesional. Espacio para que el lector se moje los

labios y decida si avanza o cierra el paso a este juego literario; a este ejercicio de

voyerismo; a este coito clandestino. La madeja que se enreda a partir de los problemas

de la sexualidad adolescente, los abusos del poder, la institución educacional en tela de

juicio, sumados a la evocación como acto fallido, resultan la síntesis del fracaso de la

literatura por abarcar desde una ética dichas conductas sociales.”

Finalmente, hablaremos brevemente de los dos cuentos que hoy escucharemos

de boca de su autor: “El Chamullo” y “Mariposas a las seis”. En “El Chamullo” la

propuesta es temible: Miralles cuestiona desde sus más profundos cimientos, lo que hoy

se considera en el ámbito de las humanidades una ciencia: la lingüística. Chomsky sería

posiblemente víctima de algún ataque si leyera semejante relato, porque el discurso que

aquí se propone hace pedazos la propuesta de la capacidad innata de la adquisición del

lenguaje, además de que para rematar, este es el único cuento que se sitúa en Argentina.

Como habíamos comentado de principio, en este cuento, más que nunca, la literatura se

desacraliza y es sólo un pretexto para formulaciones que van a ninguna parte. El efecto

que consigue es la reflexión sobre los límites de la palabra y su elasticidad, todo regado

de una socarronería feroz y desalmada. La ironía está en juego y es el arma que sacude

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los cimientos propios del acto de habla. Lo más curioso es que el lector nunca puede de

hecho escuchar un ejemplo de Chamullo o de chamullar, ya que este acto permanece

siempre como referente tácito, así que Miralles logra infectarnos de curiosidad por algo

que no sabemos situarlo como realidad o una más de sus tretas literarias.

“Mariposas a las seis” tiene un comienzo ciertamente escalofriante: “¿A ti te pasa como

a mí Carlos?... ¿Te pasa a ti que en lo mejor de una conversación ves el rostro de papá

lleno de sangre y con moscas pululando alrededor de su boca?” Este cuento es un

discurso sobre la locura. Sobre lo cuerdo de la locura también; donde el narrador en una

especie de trance caínico, arenga la perfección del Otro, de su doble perfecto. Aquí la

búsqueda no es ya por los límites de la palabra, sino por los de la imagen. Todo el fluir

de la conciencia del narrador tiene un efecto absolutamente plástico y desgarrador.

Pero dejemos pues, que sea el propio autor, quien nos abisme en los mundos

configurados en Lord Banana.

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