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Los rostros que a s u m e el dolor son ¿ P O R QUÉ E L D I O S D E L AMOR

infinitos: catástrofes n a t u r a l e s , epide­

mias, violencias de todo tipo, enferme­ PERMITE QUE SUFRAMOS?


dades incurables, envejecimiento paula­

tino ... Desde siempre, este escenario de

sufrimiento ha provocado en el corazón


Gisbert Greshake
del hombre la pregunta por su sentido y,

casi de forma inmediata, la pregunta por

la existencia de Dios y su responsabilidad

ante el dolor.

Muchos, a lo l a r g o de la h i s t o r i a ,

han i n t e n t a d o superar el i n i c i a l d e s á n i ­

mo que genera una realidad tan i n c o m ­

p r e n s i b l e y e m p r e n d e r la b ú s q u e d a de

razones q u e puedan i l u m i n a r este m i s ­

terio. Y s i n embargo, sólo aquellos q u e

sufren radicalmente en su cuerpo o en su

espíritu tienen la p o s i b i l i d a d real de

«verificar» en sí mismos si la última pa­

labra la t e n d r á el dolor, o m á s b i e n el

Dios bueno y amoroso, q u e J e s ú s de

N a z a r e t ha a n u n c i a d o en s u v i d a y su

muerte.

Gisbert Greshake (Alemania, 1 9 3 3 ) es un

relevante teólogo católico q u e ha ejer­

cido la docencia de la teología dogmáti­

ca en las universidades de Viena, Fribur­

go de Brisgovia y Gregoriana (Roma).

PVP: 1 2 , 0 0 €

ISBN: 978-84-301-1688-I

V
V
- E D I C I O N E S SIGUEME
9 788430 116881 V
/
VERDAD E IMAGEN MINOR GISBERT GRESHAKE

24

Colección dirigida por

Ángel Cordovilla Pérez

Breve ensayo sobre el dolor

EDICIONES SÍGUEME

SALAMANCA

2008
CONTENIDO

-------------· -·· .. .

PONTIFICIA UNIVERSIN�D , ; ,¡ Vi';RiAi;.-\


EJBLIOT"::Ct. GENi'.. :�AL

ADQVIS!CICNES

Prólogo . 9

Primera parte

EL PRECIO DEL AMOR

1. El dolor y la cuestión de Dios. Aspectos del pro-

blema . 15

2. Abuso de la libertad y dolor . 41

3. Creación y dolor . 61

4. ¿«Un precio demasiado alto»? . 73

Cubierta diseñada por Christian Hugo Martín 5. Superar el dolor . 89

Tradujo Miguel García-Baró

sobre el original alemán Wan1111 ldsst 1111s Gol/es Liebe leiden?


Segunda parte

© Verlag Herder, Freiburg im Breisgau 2007 VIVIR CON LÍMITES

© Ediciones Sígueme S.A.U., 2008

l. Límite y experiencia de la muerte . 101


CI García Tejado, 23-27 - E-37007 S a l a m a n c a / España

Tlf.: (34) 923 2 1 8 203 - Fax: (34) 923 270 563 115
2. Dimensiones implicadas en el manejo del dolor
ediciones@sigueme.es

www.sigueme.es

133
Índice de citas bíblicas ··· ··· ····· ·
ISBN: 9 7 8 - 8 4 - 3 0 1 - 1 6 8 8 - 1
135
Índice de nombres ·· .. · · · ·· · · · ·
Depósito legal: S. 1454-2008

Índice general . 139


Impreso en España/ Unión Europea

Imprime: Gráficas Varona S.A.

Polígono El Montalvo, Salamanca 2008


PRÓLOGO

¿Sigue siendo lícita y políticamente correcta la vie­

jísima pregunta sobre el porqué del dolor? ¿Sigue te­

niendo sentido cuestionarse sobre su origen, su signi­

ficado y su compatibilidad con la fe en un Dios bueno?

¿O le pasa aquello que Voltaire afirmó una vez: «La

pregunta por el mal no es más que un juego intelectual

para aquellos que disfrutan discutiendo; son como pre­

sos haciendo ruido con sus cadenas»? ' 1

La presente meditación sobre el dolor no pretende

ser, al igual que «el ruido que hacen los presos con sus

cadenas», un pasatiempo inútil. No se basa únicamen­

te en experiencias propias, sino que procura ante todo

tomar en serio que Jesús, desde el sufrimiento más pro­

fundo, ha clamado: «Dios, Dios mío, ¿por qué me has

abandonado?» (Mt 27, 46), y ha muerto con este grito.

Quienes seguimos a Jesús en la fe no podemos, como

señala con razón Jürgen Moltmann 1, eludir la pregunta

ue lanzó nill!stro Señor moribundo; al contrario, tene­ . \


mos la obligación y el compromiso de buscar alguna
. . -

1. J. Moltmann, Der gekreuzigte Gott, Míinchen 1 9 7 2 , 1 O (ver­

sión cast.: El Dios crucificado, Salamanca 2009).


Prólogo
11
JO Prólogo

respuesta al porqué del dolor confrontándolo con un también que tomar en c onsideración muchas obras sa­

Dios bondadoso y omnipotente. Por otra parte, no sólo cadas a la luz durante estos últimos años que, en cierta

Jesús luchó por encontrar un sentido a su dolor; de he­ medida, optan por no plantear o no responder a la c u es­

cho, ya en la Antigua Alianza se planteó con penetran­ tión de la compatibi lidad del mal en el mundo con la

4.

te insistencia la pregunta acerca de su porqué y se in­ existencia de un Dios bueno, como aquí intento yo En

2• todo caso, la discusión de estas últimas décadas ha sido


tentó responderla de varios modos Con todo han sido

la cruz y la resurrección de Jesuctj�o las que han 12!_0-. un motivo adicio nal para examinar los argumentos de

yectado una luz nueva sobre el casi insoluble roblema los «adversarios» y, en consecuencia, remodelar nota­
0

c ap ítu lo . A demá s, he comple t a d o


de �ón{o ce1=-compaiible ;Í e��;�dolor dclmu�­ blemente el primer

mi texto incorporá ndo l e recientes investigaciones que


do con la fe en un Dios bueno y amaros;. Esta nÜeva
5.
se encuentran más en l í nea con mis planteamientos
luz, sin embargo, «no quiere sencillamente explicitarse

Un modo especia l del dolor consiste en tocar los lí­


en ensayos teóricos, sino que desea probarse en el dolor

3 mites de la vida, como experimentan lo s enfermos -so­


y la comprensión» .

En este sentido, por más que la meditación teológi­ bre todo los crónicos-, los que p ade c en alguna d i sca­

ca que ofrezco trate de seguir un curso coherente y ar­ pacidad permanente, los ancianos que se van apaga ndo

y los moribundos. A esta experiencia de los límites de­


gumentar con el rigor que la cuestión del sufrimiento

dico, pues, una segunda parte («Vivir con límites»), que


exige, ú�nte..p_o�l� verificación en �pt��

originalmente fue una conferencia.


! .d�- f�, la esperanza _y el �-mor. Para que así lo «verifi­

E spero, en fin, que la nueva edición de este libro


quen» quienes sufren y se preguntan por el sentido de

su dolor, este libro está dedicado sobre todo a e l los. ayude a soportar los dolores del mundo y de la propia

La primera redacción apareció con el título El pre­ vida, y a co nt e mplarlos , al menos incoativamente, @­

un h o r i z onte de sentido q� no está en c on tra d icci ón


cio del amor. Meditación sobre el dolor, y tuvo siete

con la fe en el D ios único que ama infinitamente a su


ediciones desde 1978 a 1 9 8 8 . A simismo apareció como

libro de bolsillo bajo el título Cuando el dolor paraliza Creación.


' -
mi vida. ¿El dolor, precio del amor? (1992). Pasado el

tiempo, y viendo que los lectores siguen demandando

4. En este sentido, resulta especialmente digno de mención W.


esta meditación sobre el dolor, he decidido publicarla
Gross - K. J. Kuschel, «Ich schaffe Finsternis 1111d Unheil!». !si Golf
de nuevo, si bien considerablemente ampliada. Tenía verantwort lich fiir das Übel?, Mainz 1992, que declara sin ambages

a Dios responsable del dolor (cf. p. 3 1 ) .


5. Por ejemplo, A. Kreiner, Golf i111 Leid. Zur Stichlialtigkeit
2. Cf. G. Gerstenberger - W Schrage, Leiden, Stuttgart 1977, 89.

3. !bid., 1 7 8 . der Theodizee-Argumente, Freiburg i .B. 1997.


PRIMERA PARTE

EL PRECIO DEL AMOR


1

EL DOLOR Y LA CUESTIÓN DE

D I O S . ASPECTOS DEL PROBLEMA

ROSTROS DEL DOLOR

¡ Son en número infinito los rostros del dolor!

Dolor físico, corporal, causado por accidentes, ca­

tástrofes naturales, guerras, hambre, enfermedades de

todo tipo y el penoso envejecimiento. Dolores insopor­

tables: incontables discapacidades; amarga dependen­

cia de instrumentos y medicinas, de cuidadores y tera­

pias. Y al final el dolor del ir apagándose las fuerzas y

del penoso proceso de morir.

Y aún más: el infinito espacio del dolor del alma. El

sufrimiento por las propias limitaciones, por las heri­

das psíquicas y la abismática oscuridad que hay en no­

sotros, por la culpa y el pecado. El dolor de las expec­

tativas defraudadas y las esperanzas rotas, el dolor de

estar en el paro o de tener excesivo trabajo. Y luego, so­

bre todo, el dolor causado por el prójimo: por sus crí­

ticas y su desprecio, por sus burlas y su desconside­

ración, por la envidia y la ambición, por el abuso y la


16 El precio del amor El dolor y la cuestion de Dios 17

competitividad. En definitiva, el sufrimiento producido do bien. Y también hay dolores que pueden reprimirse

por tantos que me amargan y echan a perder la vida. en parte, olvidarse, acallarse. Pero todos sabemos que a

Mucho peor aún es sufrir por amor. Ya el bardo me­ la larga ninguna vida se libra del dolor. En seguida ace­

dieval Gottfried de Estrasburgo, autor del famoso poe­ cha un sufrimiento nuevo. Nadie escapa de él; resulta

ma Tr i s t á n e !solda, escribió: inevitable que a todos nos alcance. ¿Por qué?

A esta pregunta tan originalmente humana (¿por qué


Quien nunca sufrió dolor por amor
el dolor?) va desde siempre estrechísimamente unida
nunca tampoco gozó del amor.

Amor y dolor: esta otra: ¿Cómo cabe hacer compatibles, de un lado, la

¿cuándo se han separado estos amantes? fe en Dios, que ha creado el mundo con poder y amor

infinitos y lo gobierna benévolamente con su providen­

No hay amor sin dolor. Se sufre porque la persona cia, y, por otro, la experiencia del mal, de lo oscuro, de

amada no es como pensábamos, como soñábamos, co­ la pena? Ya Lactancia, el antiguo autor eclesiástico,

mo esperábamos. Se sufre por la alteridad del otro: por formulaba así el problema, citando a Epicuro: «O bien

los hijos, que no toman el camino que habíamos pre­ Dios quiere eliminar el mal, pero no puede; o bien pue­

1;
visto; por la pareja, que evoluciona a su modo hasta de, pero no quiere; o bien puede y quiere» sólo que es­

volvérsenos ajena. Se sufre por falta de corresponden­ ta última posibilidad, que Dios quiere y puede eliminar

cia, de atención, de reconocimiento de nuestro amor. Y el mal, parece quedar desmentida por la experiencia; de

se sufre por el sufrimiento de la persona amada. donde se sigue directamente una prueba empírica con­

Por último, pero no por ello menos importante, se tra la existencia de un Dios todo poder y todo bondad.

sufre a causa de Dios. Tampoco él es como yo lo con­

cebía. Muchas veces parece ausente; además, cuando

¿UN PROBLEMA SUPERADO?


me dirijo a él orando, suele levantarse entre ambos una

muralla ciclópea. ¡Con cuánta frecuencia mi oración no


Plantear esta pregunta y ocuparse con ella no son
es escuchada: en vez de consuelo, tan sólo impenetrable
cosas que coticen al alza en la teología reciente; in-
oscuridad! Habitualmente tengo que vivir como si él no

existiera. 1. El fragmento de Epicuro se encuentra en Lactancio. La cita

continúa así: «Si quiere y no puede, es débil, lo que no se corres­


Así, nuestra vida lleva por todas partes el cuño del
ponde con Dios; si puede y no quiere, es rencoroso, cosa que t?m­

dolor. Claro que también pasamos por fases y periodos bién es ajena a Dios; si no quiere y no puede, es rencoroso_y débil,

o sea, tampoco es Dios. Pero si quiere y puede, que es lo único con­


bastante largos en los que impera la falta de dolor, en
forme con Dios, ¿de dónde proceden, entonces, los males y por qué

que sólo existe alegría, luz, ligereza; en que nos va to- no los elirnina?» (Lactancio, De ira Dei, 1 3 , 19-22, en PL 7, 1 2 1 ) .
18 El precio del amor El dolor y la cuestion de Dios 19

3•
cluso en ocasiones se considera que no vienen al caso, ble sufrimiento de los hombres Esta actitud constituye//

que son peligrosas y confundidoras. Así, por ejemplo, hasta hoy un tópico de la teología contemporánea. //

ya en 1 9 7 3 , en el por entonces Nuevo Catecismo, es­ La renuncia de la teología a vérselas con el antiquí­

cribía Otto Hermann Pesch: «El cristiano renunciará a simo problema del dolor y la cuestión de Dios; más

todo intento de 'explicar' definitivamente, pese a to­ aún, la convicción de que hay que oponerse enérgica­

do, este dolor; de mostrar que 'tiene sentido' y es ' l ó ­ mente a todos los intentos de hacerlo ha sido constata­

g i c o ' . Claro que puede bosquejar teorías y proponer da hasta por sociólogos como Peter L. Berger. Señala

consideraciones acerca de dónde proviene el sufri­ éste que la respuesta que ofrecieron los teólogos al ho­

miento y, quizá, incluso acerca de su futuro provecho. rror del régimen nazi «fue un peculiar silencio acerca

Hasta el pasado recientísimo, así lo han hecho una y de su importancia para la teodicea [la compatibilidad

otra vez los cristianos. Quien se prometa algún resul­ del dolor con la fe en Dios]. Los portavoces del cristia­

tado de ello, que lo siga haciendo hoy; pero no le es lí­ nismo se concentraron, en cambio, en cuestiones antro­

cito querer imponer tales teorías -tarnpoco teorías 're­ pológicas y ético-políticas, en las que les cabía esperar

l i g i o s a s ' - en nombre de la fe de otros hombres, de mantenerse dentro de un marco de referencia que tam­

4•
otros cristianos. Nos parece hoy, en general, cuando bién compartían sus contemporáneos laicos» Dentro

sabemos más sobre la auténtica magnitud del sufri­ de este «marco de referencia», resulta evidente que, pa-

miento inmerecido e inexplicable que prolifera en el ra muchos contemporáneos nuestros, el dolor no lleva

mundo, que se ha perdido el gusto por semejantes ex­ � plante�r_el problema de Dios, sino únicamente el ,

plicaciones. No es por casualidad que hoy agradezca­ problema del hombre.

mos tanto el hecho de que entre los libros sagrados de ¿Tenemos entonces que abandonar una antiquísima

la Iglesia se encuentren textos tan pesimistas como pregunta de la teolo g ía ? En mi opinión, ni podemos ni

Job o Qohelet, obras que desenmascararon sin mira­ debemos. Las consideraciones que siguen tratan de de­

mientos las carencias de todas las explicaciones del fender tal posic ió n . Pero antes hay que preguntar: ¿ Có ­

dolor del mundoo", mo se llegó -y se llega- recientemente a rechazar una

Con mayor radicalismo aún, Dorothee Sólle desca­ cuestión que en otro tiempo fue tan ac tu al ? ; ¿qué razo­

lificó, tachándolos de «sadismo teológico», los intentos nes se aducen?

de la tra d i c i ó n por vincular la fe en Dios con el inevita-


3. D. Selle, Leiden, Stuttgart-Berlin 1 9 7 3 , 32s (versión cast.:

S11.fri111ie11to, Salamanca 1978).


2. J. Feiner - L. Vischer (eds.), Neues Glaubensbuch, Freiburg 4. P. L. Berger, Zur Dialektik 11011 Religion 1111d Gesellschaft.

i.B. 1973, 3 1 5 . Ele111e11te einer soziologischen Theorie, Hamburg 1 9 7 3 , 27.

1
20 El precio del amor El dolor y la cuestián de Dios 21

La actitud negativa hacia la cuestión de hacer com­ roso con un mundo lleno de sufrimiento y mal se trata

patibles fe en Dios y dolor necesario de los hombres tie­ ahora como problema fundamental de la doctrina filo­

ne su historia, y es desde ella como, en cierta medida, se sófica, puramente racional, sobre Dios; se hace, ade­

deja entender. En la Antigüedad y la Edad Media cris­ más, en perspectiva apologética, o sea, con el interés

tianas, el hombre se preguntaba como creyente, o sea, puesto enjustificar la existencia de Dios confrontada

motivado por la fe, cómo cabía compatibilizar la bon­ con el dolor. En este contexto fue también en el que se

dad y la omnipotencia de Dios con el dolor del mundo. desarrolló por primera vez el concepto de «teodicea»,

6•
Queda entender el porqué y el cómo desde lafe. Y hubo de justificación de Dios Surgió así la impresión de

dos grandes respuestas «clásicas», que desarrolló por que en el problema de hacer compatibles el dolor hu­

primera vez Agustín de Hipona y que posteriormente mano y la bondad y la omnipotencia divinas, de lo que

fueron repetidas hasta la saciedad. se trataba era de justificar a Dios ante el «tribunal» de

La primera respuesta dice lo siguiente: la hermosu­ la razón humana.

ra del divino orden universal resplandece precisamente Esta empresa moderna de la «justificación de Dios»

por contraste; se patentiza en el hecho de que el mal que la llevó a cabo, en su amplia teoría que hizo época,

en ella se encuentra 1) tiene que estar al servicio del Leibniz. Dicha teoría desemboca en la siguiente tesis:

bien y 2) Dios lo lleva en última instancia a un fin bue­


«Si el mundo no fuera el mejor de todos los mundos

no. Esta doble relativización de lo oscuro y lo malo ha­ 7


posibles, Dios no habría creado mundo alguno» . Y en

ce evidente que los «dolores de este tiempo» no contra­


otro lugar: «La ilimitada sabiduría del Todopoderoso,

dicen la bondad de Dios.


junto con su bondad sin medida, han hecho que, en

La segunda respuesta señala que la causa de todos


perspectiva global, no pudiera surgir nada mejor que lo

los sufrimientos no es Dios, sino el pecado del hom­


que Dios ha creado[ . . . ] Por tanto, siempre que algo pa­

bre; así que sólo el hombre queda señalado como res­


rece censurable en las obras de Dios, hay que suponer
5.
ponsable de todos los males

6. La palabra teodicea procede del griego theon dikein y quie­


En la Modernidad, en cambio, el problema (y con
re decir literalmente «justificar a Dios». De aquí la definición que

él también la respuesta) recibe un acento distinto: la trae Kant: «Por teodicea se entiende la defensa de la sabiduría su­

prema del Creador del mundo contra la acusación que eleva la ra­
cuestión de compatibilizar al Dios bueno y todopode-
zón partiendo de cuanto en el mundo es contrario a un fin. Se dice

que es combatir por la causa de Dios» (l. Kant, Sobre el fracaso de

5. A propósito de estas dos formas de argumentar, así como de todos los ensayos fllosóflcos en teodicea, edición de Weischedel,

otras más que no expongo aquí, cf. el resumen de H. Kessler, Gol/ Darmstadt 1 9 7 1 , 1 0 5 ) .

1111d das Leid seiner Schopfung. Nachdenkliches zur Theodizeefra­ 7. G. W. Leibniz, Teodicea I, § 8, edición Erdmann-Vollbrecht­

ge, Würzburg 2000, 24-37. Aalen 1959, 506.


El precio del amor El dolor y la cuestión de Dios 23
22

que no las conocemos lo bastante y que el sabio que lo­ p reservado del sufrimiento -sea éste lo que quiera­

gre penetrarlas intelectualmente juzgará que ni siquiera nin gu na vida humana .

8.
En la teología reciente, Karl R ahner se suma a es­
puede desearse que fueran mejores»

La teoría leibniziana ha marcado profundamente la ta idea cuando insiste en que « la incomprensibilidad __

historia espiritual moderna hasta los sistemas del Idea­ �el d olor es un fragmento de la incom p rensi bilid ad de

1•
J)i os »!. Precisamente que no quepa ver en qué relación
lismo alemán. Pese a las muchas diferencias concretas,

en éste se preservó la idea fundamental de que cabe están la bondad de Di os y el dolor del hombre constitu­

ye para el creyente un argumento de peso para ren di rse


justificar a Dios; que Dios y el dolor no entran en con­

ante el misterio de la transcendencia incomprensible de


tra d i c c i ó n , pues el dolor se encuentra en un contexto de

D ios . No «se debe», pues, revelar este misterio. La pre­


sentido superior que es preciso volver evidente.

gunta tiene que quedar sin respuesta; porque toda «res­


Pero justamente este resultado confiado y optimis­

puesta definitiva» sería un «í dolo » y, en consecuencia,


ta, que sin embargo ponía en cuestión la hondura y la

i n adecuada respecto de la m a g ni tu d de la pregunta, co­


dignidad del dolor humano, fue lo que llevó a la crisis

mo señ ala Regina Ammicht-Quin, en la m i sma l í nea


de la teodicea. Ya en Kant encontramos un escrito tar­
12
que Rahn er .

dío que lleva por título Sobre el fracaso de todos los

9•
ensayos filosóficos en teodicea Para Kant el fracaso

se fun da , en última instancia, en el reconocimiento de


¿ UNA EMPRESA CARENTE DE SENTIDO?
que «nuestra razón es absolutamente impotente para

p ene tra r en la re l aci ó n en que esté un mundo tal co­


La objeción más fuerte contra todos los intentos de

mo lo c o noce m os en la e xp eriencia , con la sab i dur í a


hacer compatibles la fe en Dios y la experiencia del do­

s u p r e m a » ! ". D ic h o con otras p ala b ra s : inves t i g ando


lor se encuentra, con todo, a mayor profundidad. A s í, el

la com p a t ibilidad del dolor con el D ios de bondad, el


sentido y lo apropiado del empeño se niegan radic a l­

hombre se arroga algo que est á por completo fuera de


mente sobre la base de que trate de darse una respuesta

su al can ce . No p odemos llegar a fundamentar por qué


universal y teórica a una cuestión hondísimamente exis­

ha creado D ios un mundo lleno de mal y dolor y no ha


tenc i a l. ¿No es toda respuesta -pregunta Hans Küng­

« nada más que una há b il ar gu mentaci ó n es p eculativa


8. Id., Causa Dei adserta per iustitiatn eius c11111 caeteris per­

fectionibus cunctisque actionibus conci/iata111, § 46s, edición de L.


1 1 . K. Rahner, Warnm /iisst Goll uns leiden?, en Schriften zur
Dutens, Koln-Berlin 1 7 8 9 , 4 8 l s .

9. l. Kant, Sobre e/fracaso de todos los ensayos filosóficos en Theologie, Z ü ri c h 1 9 8 0 , 463.

12. R. Ammicht-Quin, Van Lissabon bis Auscliwitz, Freiburg


teodicea, 1 0 5 - 1 2 4 .
i.B. 1992.
10. lbid., 1 1 4 .
24 El precio del amor El dolor y la cuestión de Dios 25

[ . . . ] que aporta a quien sufre tanto como al hambrien­ no respetar en absoluto el dolor y de no tener b á sica ­

to y al sediento le aporta una conferencia sobre higiene mente más que una abstracta compasión por é l »14.

o sobre química alimentaria?[ . . . ) Lo oscuro del dolor Por su parte, Erich Zenger sintetiza : «El dolor no es

y del mal no se deja transformar en luz ni con psicolo­ un problema teórico que haya que comprender. Jamás

gía, ni con filosofía, ni con moral. Lo que importa es se puede entender el dolor. Y t ampoco ayuda en nada

que no intentemos penetrar más allá del misterio de la entenderlo.El dolor es una situación que s_{)lo_se uede

decisión y el plan de Dios sobre el mundo. Los que to­ soportar e virtud de._una_praxis humana, cristiana, ere­

do lo explican y demuestran con perfecta pulcritud que yente�15. En su e xég esis del libro de Job, Zenger cree

todo debe ser precisamente como es y que eso es lo óp­ p oder mostrar que ya en él se expresa la condena de to­

timo, siguen dejándonos en el desamparo ante la mise­ do intento teórico de teodic e a. Alude a la burla sobre

ria personal del pecado y del dolor»!'. Lo mismo pone los «charlatanes y curanderos teológicos » (Job 1 3 , 4) y

de relieve Karl Lehmann: «Hoy nos deja fríos la idea a los versículos en los que Job interpela a sus amigos

de que cierta armonía superior sea el fundamento ex­ que están razonando y buscando con teorías un sentido

plicativo del mal y el dolor en el m u n d o [ . . . ] Sentimos al problema del dolor :

que esta explicación del dolor es racionalista y tiene al­


¿Hasta cuándo vais a seguir atormentando mi alma y

go de componenda.-5.e_ab.usa...teoló.gicamente..del..dolo · aplastándome con esas palabras? Ya me habéis denos­

Q!!!)lan_o_de_U1Lmodo que hoy.J�J?.emos ue Pl!gar de mil_ tado diez veces y no os da vergüenza injuriarme[ . . . ]

¡Cómo me consoláis confundiéndome! ¡Vuestras res­


maneras: el dolor viene de la mano de Dios; la raíz de- ,
puestas son engaños! (Job 1 9 , 2-3 y 2 1 , 34).
la enfermedad es el pecado; 13: salud plena sólo se en­

cuentra en el reino de Dios; el dolor es unaoportu nidad


La consecuencia que deduce Zenger es : «La teoría
ú n i c a para madurar.internamente; sufrir es la sublime
ue uno se inventa acerca del problema del dolor no
e d u c a c i ó n que Dios imparte al hombre o b sti n ado [ . . . )
.camhia.nada enla práctica. Si se presta atención, se ve
Lo que se ha vuelto problema no es intentar aclarar per­
que las ideas sobre el dolor no suelen surgir en la arena
sona l y existencialmente el sentido del dolor -que es
misma donde él se debate, sino en las tribunas del esta­
algo que siempre repiten de nuevo los hombres, más o
dio. En la arena se sufre y quizá se lanzan quejas y gri­
menos felizmente-, sino la sistematización teoló g ic a a
tos; quizá se alaba aún a Dios; pero no se reflexiona so-
posteriori, que inevitablemente suscita la impresión de

14. K. Lehmann, Jesus Christus is! auferstanden, Freiburg i.B.

13. H. Küng, Got11111d das Leid, Einsiedeln-Zürich-Koln 1967, 1975, 28s.

18 y 39.
15. E. Zenger, Durchkreuztes Leben, Freiburg i.B. 1976, 14.

L'' i, : :- '"' ; [" • , ;, J I' ' ! .: r. 1 /\ NA

e ' ti· 1 r , . r-,:: t--. (.., e 1 1


• t r� .� ,
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- . . . .¡A
26
El precio del amor
El dolor y la cuestión de Dios 27

bre el dolor. En la arena del dolor el sufrimiento no es mente suscitaría la impresión de que se estaba inten­
16
un problema, sino la realidad» • Y confrontado a esta
tando «reconciliarse con el Dios omnipotente en cierto

realidad, exclama el hombre de hoy: «LEl mal no re­


modo a espaldas de los dolores anónimos de los inocen­

quiere ser entendido_,_sina eomhatido.b)l.7.


tes»!". Pues precisamente por esto la teología lleva -se­

Este imperativo halla vivo eco, ante todo, en Johann


gún Metz- una fuerte impronta de «manifiesta enjundia
1 8 •
,6aptist Metz y sus discip s Metz intima no sólo
apática», de falta de sensibilidad hacia el dolor, la mise­

la dimensión práctica del compromiso solidario a favor


ria y la opresión: en seguida se reconcilia con ellos y

de los que sufren y contra el dolor, sino también y so­


«asunto terminado». Renunciar a tratar el problema de
bre todo la compassio, el sufrir-con las limitaciones las
la teodicea y, en cambio, practicar la solidaridad y la
'
grietas y los tormentos de la Creación, allí donde los se-
compasión, abren justamente y por el contrario, en el
res humanos se ven sometidos por la «experiencia de
buen sentido que el término tiene en la Biblia, la dimen­
dolor en este mundo que clama al cielo». Esta compa­
sión de la ,gueja�º· Es decir, mantienen vivo el «clamor
sión se niega a intentar «solucionar» la cuestión de la
apocalíptico» a Dios, que se justificará respecto del do­
teodicea y presentarla luego resuelta, porque ello única-
lor de su creación sólo cuando cumpla la promesa de un

16. !bid., 25. Hay, sin embargo, otros modos de interpretar el li­
mundo nuevo, reconciliado, libre de penas.

bro de Job. De a�uerdo con ellos, se trata sobre todo de «la búsqueda
Al llegar aquí -¡ya no lo puedo retrasar!- quenía
de D10s en el túnel tenebroso del dolor» (G. Ravasi, Hiob. Der

Mensc/1.i111 Leid, München 2005, 52). Claro que se rechaza «charlar» plantear algunos interrogantes y, ya que se argumenta

sobre D10s y presentar «explicaciones manidas» del estilo de las de

los amigos �e Job. En cambio,. Job tiene que buscar el encuentro per­
19. J. B. Metz, Theodizee-empfindliche Gottesrede, en J. B.
sonal con _D10s; y cuando, hacia el final del libro, se le concede, apa­
Metz (ed.), «Landschaft aus Schreien». Zur Dramatik der Theodizee­
rece un Dios ante el cual el dolor no es simpl emente i r ra cio n al e in­
Frage, Mainz 1 9 9 5 , 9 1 . En la mis ma l í n ea, pero con una radicalidad
co m prens ib le , sino parte de un p l an y un orden que puede al menos
aún mayor (que no comprendo), Kessler afirma: «Lasj11st/f,cacio11es
«barruntarse», aunque no c ompren der se del todo; pero que es un or­
teóricas de D i os t ien de n a ju st i f ica r las relaciones de dolor e in ju s t i ­

den q ue D i os realiza m co n d1c 1 ona lm e nte. «El do lo r y el sufrimiento


cia existentes, ya que intentan c onci liada s con la idea de D ios y, así,
pertenecen,. as í, a una reali d ad más a mplia que los abarca» (p. 1 1 5 ) .
la s vuelven aceptables. Por tanto, en p rinci p io todo, tal como e.s y tal
Para el conjunto, cf. sobre todo 110-121.
como pasa, tie ne su j u s t i f i c a c i ó n [ . . . ] Este arreglo tan armonizador
_17. L. Boff,. Das Leiden, das aus de111 Kampfgegen das Leiden
con Dios omnipotente a e s pa l da s de la criatura que sufre ino ce n t e ­

erwdchst: C o n c i l i u m 1 2 (1976) 5 47. A propó sit o del ca mbi o en la


mente conduce, por un lado, a de c lara r de modo c í nico y apa c igua­
cuesti ó n d.e la teodice a, que aba nd on a la teoría para ir a la práctica,
dor que el d o l or concreto es i n o c u o , y, por otro, a una idea grotesca
cf. A. Kremer, Gott i111 Leid. Zur Stic/1haltigkeit der Tlieodizee-Ar­
de Dios. D icha idea, en el mejor de los casos, es la de un padre que se
g11111e11te, Freiburg i .B . 1997, 35�44.
preocupa poco por sus hijos; pero, en el peor, degenera en un mons­
18. Cf., por ejemplo, H. G. Janssen, Das Theodizee-Problem der
truo del sadismo» (H. Kessler, Gol/ 1111d das Leid seiner Sc/16pfi111g.
Neuzeit, Frankfurt-Bern 1 9 8 2 , 32: «La te odicea, o sea, la afirm ac ión
Nachdenkliches zur Theodizeefrage, Würzburg 2000, 40).
de la rea li dad de Dio s confrontado con el dolor, s ólo es po si b le me­
2 0. En camb io , todos l os ensayos teó ricos , como también afir­
d ia nte una praxi s sol i daria y su teoría, que describe la s ol i d ar i dad i n­
ma Klaus Berger, son «p roh ib ir la queja» (K. Berger, Wie ka1111 Gott
d iv i d u a l y soc ia l con los que sufren y l o s n ecesita dos».
leid 1111d Katastrophen zulossen", Stuttgart 1996, 1 6 8 ) .
( '

28 El precio del amor El dolor y la cuestión de Dios 29

con «praxis contra teoría», empiezo por aducir, con toda cación pretende valer de manera universal. Lo estricta­

sencillez, mi propia experiencia: el hecho de que yo (y, mente personal no es una «subclase» de lo general, de

desde luego, no sólo yo) hasta ahora siempre he refle­ modo que, cuando se dispone de una teoría general, só­

xionado sobre el dolor con máxima intensidad cuando lo lo haya que «aplicarla» a lo personal. De aquí que una

he experimentado con máxima intensidad. Claro que es teoría sobre el dolor no resuelva los problemas que

verdad -y por ello también aciertan en gran medida las . comporta la experiencia real del dolor personal. Pero,

objeciones que acabo de traer a colación en contra de como apunta no sin polémica Arnim Kreiner, «de esto

que las consideraciones de la teodicea sean convenien­ no se puede deducir que las víctimas de las experiencias

tes- que la cuestión del porqué del dolor no es teórica y de dolor pierdan automáticamente la inteligencia y, por

21
abstracta. Se trata, fundamentalmente, de una abreviatu­ tanto, les sirva más un teologúmeno incomprensible» .

ra de la cuestión. En este sentido, ¿cómo puedo manejar_ =r:> Efectivamente, de las restricciones que he mencio­

el dolor e integrarlo en mi vida? Cuestión que, para el nado no se sigue en absoluto que sea inconvenientela

creyente, va con esta otra: ¿Cómo puedo permanecer sin reflexión teológica sobre el dolor. Al contrario, precisa­

reservas en la fe en Dios sin dudar ni desesperar de su mente porque de lo que se trata es de manejar personal

bondad y su poder al ver tanto dolor? Y se me concede­ y existencialmente el dolor, y la reflexión y el pensa­

rá que ésta es una cuestión de todo menos t e ó ri c a y que miento pertenecen esencialmente a la existencia perso­

no encontrará respuesta en una doctrina universal y co­ nal, la tarea de la teología es, justamente, aducir en qué

herente. Cuando el dolor se apodera del hombre, se lo dirección puede entenderse el sufrimiento y cómo, en

experimenta como algo que entra en pugna con su ten­

dencia más íntima y lo esclaviza, lo oprime y no resulta

integrable. En defini_ti� cuando �l dolor se apQ..d�rª1id.) 120 .I._esuelve aún la experiencia personal d�J 4_olor, ero _

( hombre, lo alcanza en el centro de su persona.


ofrece el marco.en que ha _ g ue bus_c::arle solución..un

Así que allí donde el hombre grita: ¿Por qué tengo solución.que muestra que el alud de dolo..u:¡ue bay en J a
� - -- -
yo que sufrir, por qué precisamente yo y precisamen­

21. A. Kreiner, Golf i111 Leid, 39. Se entiende que haya tal polé­
te así?; o: ¿Por qué son atormentados niños inocentes?,
mica al ver las duras proscripciones lanzadas a veces contra los teó­

¿por qué irrumpe el mal en la vida de hombres y muje­ logos que se ocupan con la cuestión «teórica» de la teodicea. Kreiner

muestra con ejemplos que esta polémica antiteórica es más bien una
res que fueron justos ante Dios y sus semejantes?, una
estrategia de inmunización de la propia posición y sirve para «ocul­

explicación del origen del dolor y de por qué y cómo es tar lagunas y disparates teóricos o argumentativos; lo cual se logra

tanto mejor cuando todo se presenta como la perspectiva de la Biblia.


compatible con Dios no puede en absoluto resolver la
Pueden leer la Biblia gentes que no quieran saber nada del 'pensa­

cuestión planteada, precisamente debido a que tal expli- miento', pero no fue escrita, ciertamente, por ellas» (ibid., 37).
r

30 El precio del amor El dolor y la cuestión de Dios 31

tierra, que aparece a primera vista como incomprensi­ c itadas , « la roca del ateismo»:"; o sea, el dolor es la

ble, no tiene que estar en contradicción con la fe en un objeción más resistente contra la fe en Dios y la Crea­

Dios que ama. ción . Por este motivo, la discusión con el ateísmo ( que

Además, el dolor no es sencillamente un dato tan en cada uno de nosotros ha penetrado ya un trecho)

sólo objetivo, que me sobreviene de manera puramen­ preci s a también una teoría que intente j usti f icar que

te pasiva. CJ2mo sufro (subjetivamente), tiene tambiéo son co m pat ib le s creer en D ios y que las criaturas su­

ue y_er_@JlCÓrrw afronto la aflicción_yjade_§ggcis1., Y


--. fran. S i no se puede mostrar cómo se aúna el indecible

cómo-las sobrellevo Y aquí desempeña también su pa- sufrimiento de la Creación con la fe en un C reado r y

pel el hecho de disponer de un «marco» con sentido Conservador bueno y omnipotente de este mundo aso­

�nt!Q_ del cual pue.Q-ª-, al m�rio� d� forma incoativa, n­ lado por el dolor, la fe en Dios debería cancelarse por

tender y elaborar mi.dolor, Una actitud nada más que honradez, a menos que se quiera ser ingenuo o cargar

de resignación y tristeza, que sostiene que no hay nada con una cont ra dicción .

que entender en el dolor, únicamente consigue que és- Porque ú nicamente si hay buenas razones para que

te se incremente, como se dice en el conocido canto li­ Di o s per m ita el dolor puedo creer en É l . La cuestión

túrgico: «Nuestra cruz y nuestro dolor sólo los hace­ de la teo d icea , en últ ima in s tancia, no la han inventa­

mos mayores con la tristeza». do teó r icos r áb ulas : existe «porque la p lantean, en la

Ello no quiere decir, por supuesto, que en algunos, aflicción del dolor y la injusticia, personas que quieren

23.
quizá en muchos casos en que se sufre, no sea mejor, creern Contestar entonces que es seguro que existen

por respeto al dolor, practicar la compasión si l en c iosa buenas razones para que D ios permita el dolor, pero

en vez de lanzarse a decir palabras apresuradas que v io­ que no p odemos ni sa berlas ni entenderlas, es una afir­

lenten al que sufre. La p resencia silencio s a es en tales mación , como dice Arnim Kreiner, «que bordea el sin ­

casos el testimonio más adecuado a la situación de la sentido»>'. Ocultando tales razones, Dios sólo haría

25.
comprensión cristiana del fundamento y el fin del dolor. mayor nuestro sufrimiento Y no sirve de nada huir a

refugiarse en mantener abie r ta, como queja y como

EL DOLOR, «ROCA DEL ATEÍSMO» 22. G. Büchner, La muerte de Da11tó11, acto tercero.

23. Th. Propper, Fragende 1111d Gefragte zugleich. Notizen zur

Theodizee, en T. R. Peters - Th. Própper - H. Steinkamp (eds.),

Otra razón más, que quizá sea la principal, obliga a Eri1111em 1111d Erke1111e11. Denkanstofie aus der Theologie van J. B.

Metz, Düsseldorf 1 9 9 3 , 66.


la reflexión teoló g ica sobre el d olor: el dolor es de fac­
24. A. Kreiner, Golf i111 Leid, 69.

to, como señala Georg Büchner con unas pala b ra s muy 25. lbid.,71.
32 El precio del amor El dolor y la cuestión de Dios 33

acusación, la pregunta de la teodicea: «¿Dónde está qué?; es decir, ¿por qué este ahora y por qué la espan­

27
Dios?», o en la espera esperanzada que lanza el grito tosa historia del dolor en el pasado?» .

apocalíptico: «¿Por cuánto tiempo aún?». Pues si aho­ Es desde aquí desde donde también hay que proble­

ra Dios no impide sin razón el dolor, ¿por qué debo matizar la apelación a la incomprensibilidad de Dios.

poner mi esperanza en que lo hará o lo podrá hacer Hans Jonas subraya con razón «que podemos entender

más adelante? Si ahora no hay «justificación alguna a Dios, aunque no del todo, pero sí algo de Él [ . . . ] Mas

de Dios», o sea, razones para que Dios permita el do­ si Dios ha de ser entendible en cierto modo y en cierto

lor, ¿por qué habrá de haber más adelante tal autojusti­ grado (y hay que insistir en ello), su bondad tiene en­

28.
ficación de Dios? tonces que ser compatible con la existencia del mal»

Walter Gross y Karl-JosefKuschel lanzan, según mi Si esto ya lo remarca un pensador judío, ¡cuánto más

modo de ver las cosas, un golpe al vacío cuando escri­ vale lo que sostiene la fe cristiana, que se apoya en que

ben: «La categoría de la autojustificación [ de Dios . . . ] Dios ha salido de su transcendencia, inaccesible para

va de la mano del concepto de Dios e impide que el nosotros, y se ha revelado en Jesucristo como purísimo

Dios vivo sea confundido con los productos de nuestra amor, como luz sin indicios de sombra (cf. 1 Jn 1 , 6)! Y

teodicea racional o se convierta en el ídolo, a la medi­ juntamente con ello queda lanzado el obligado reto de

da de nuestros deseos, de las fantasías y anhelos reli­ que el que cree entienda la existencia del dolor y el mal

26. de tal modo que (también) ellos tengan algo que ver
giosos de los hombres»
9.
Debemos preguntar: ¿Es que hay entonces una au­ con el amor de Dios y sean compatibles con él2 Gross

tojustificación de Dios sólo «al final»?; ¿no es ya el y Kuschel intentan cortar el nudo gordiano de la cues-

acontecimiento Cristo (aún, por cierto, no concluido)


27. Th. Pri:ipper, Fragende 1111d Gejragte zugleich. Notizen zur

el gran acto tanto de autorrevelación como de autojus­ Theodizee, 67.

28. H. Jonas, Der Gottesbegriff nach Auschwitz. Eine jiidische


tificación de Dios? Dios no «llegará a ser» sólo al fi­
Sti111111e, Frankfurt 1 9 8 7 , 1 3 1 .

nal el Dios del amor incondicionado; lo es, como es­ 29. Cuadra aquí una anecdóta personal: la última vez que vi a

Karl Rahner, con quien tuve mucha amistad, fue en Viena en una re­
cribe con razón Thomas Própper, «también ahora, y lo
cepción. Me preguntó qué pensaba de su ensayo ¿Por q u é deja Dios

fue siempre. Éste es precisamente el punto que suscita que suframos? (cf. supra 23, nota 1 1 ) . Con no poca ironía, le con­

testé que era todo un logro teológico· el que un teólogo escribiera


el pensar. Porque entonces la pregunta no es sólo: ¿dón­
. tantas páginas sobre el sufrimiento sin mencionar ni una sola vez el

de está Dios?, ni: ¿por cuánto tiempo aún?, sino: ¿por nombre de Jesucristo ni la cruz. Rahner se echó a reír; le gustaban

estas «puntadas». A continuación pasé a explicarle cómo pretendía

hacer compatible el hablar de la revelación de Dios en Jesucristo con

26. W. Gross - K. J. Kuschel, «Ich scliaffe Finsternis 1111d U11- su idea capital del misterio absolutamente incomprensible de Dios.

lieil!». /st Gott verantwortlich fiir das Übe/?, Mainz 1 9 9 2 , 2 1 1 . «¡Muy buena objeción!», me contestó. Yo esperaba en tensión su res-
34 El precio del amor El dolor y la cuestión de Dios 35

tión de la teodicea atribuyendo a Dios, sin más ni más, Kuschel imputan a algunos teólogos: «Este Dios esta­

la responsabilidad del mal. Aducen tres textos bíblicos ría por debajo del nivel ético de cualquier padre o ma­

que contienen, «de distintos modos, un provocativo in­ dre, que harían cuanto estuviera en sus manos si un hi­

terrogante dirigido a Dios mismo: ¿Qué clase de Dios j o suyo cayera en situaciones de desgracia que claman

33
es el que deja que sufran seres humanos inocentesja'". al cielo o se convirtiera en causante de ellas»? Yo

Es verdad que conceden «generosamente» que también creo que es perversa una imagen de Dios según la cual

hay cierta responsabilidad del hombre por el sufrimien­ él mismo, sin razones reconocibles ni comprensibles,

to y que no se debe adjudicar a Dios toda la culpa y to­ es responsable del dolor y no lo elimina. Lo único que

da la responsabilidad; pero «si Yahvé es el único Señor cabe entonces es dar la razón al ateísmo. El dolor, en tal

que no conoce límites, sobre él recae la responsabilidad caso, constituye realmente la «roca del ateísmo». Cier­

tos teólogos deberían tomar más en serio la posición


respecto de la realidad en todos sus aspectos, de modo

atea, que resulta más consistente que andar coquetean­


que también creó la oscuridad y la desdicha»!'. Y con­

do con hacer responsable a Dios.


cluyen que «únicamente quien reconoce la responsabi­

«No creo en Dios; pero si existiera, sin duda sería


lidad de Dios en el mal puede reclamar la responsabili­

32 el mal en persona. Prefiero negarlo a atribuirle la res­


dad de Dios en la destrucción del mal» .

ponsabilidad por el mal». Estas palabras de Jean Clau­


¿Qué imagen de Dios es ésta? ¡Este Dios puede
de Coutureau deberían, por lo menos, darnos que pen­
destruir el mal (no cabría, si no, «reclamárselo»), pero,
sar'". En la misma línea hace notar Manfred Scheuer,
por razones que resultan (aún) indiscernibles, no lo ha­
obispo de Innsbruck: «Una oración de queja y una teo­
ce y deja que los hombres sufran indeciblemente! ¿No
dicea que explícitamente cuentan con los lados oscuros
es intolerable? ¿No alcanza a tal Dios lo que Gross y
Y malos de Dios se reducen rápidamente ad absurdum y

puesta. Pero en ese momento reclamó a Rahner el anfitrión, así que


llevarían al hombre a la esquizofrenia[ . . . ] Si Dios con­

me quedé para siempre sin saber qué me iba a replicar. Tiempo des­
tiene en sí el mal, en último término se vuelve un Jarro
pués, poco antes de su muerte, me escribió que estaba ya en la edad
de dos caras, una máscara. Adorarlo no estaría a la altu­
en que podía dejar confiadamente a la visio beatifica la solución de

nuestras controversias teológicas. 35.


ra de la dignidad del ser humano» Lo cual, dicho con
30. W. Gross - K. J. Kuschel, «Ich scliaffe Finsternis 1111d U11-
otras palabras, quiere decir que si «la cuestión de la teo-
heil!», 1 2 .

31. !bid., 45, interpretando (a mi parecer, de manera discutible)

Is 45, 5s. Acerca de lo cuestionable de esta exégesis, cf. H. Kessler, 33. !bid., 296.
Gol/ 1111d das Leid seiner Schopfung. Nachdenkliches zur Theodizee­ 34. Citado por G. Ravasi, Hiob. Der Mensch im Leid, 8 1 .

frage, Würzburg 2000, 72s. 35. M. Scheuer, Mil Gott zu rechten is/ Mei11 Wu11sch, en H.
32. W. Gross - K. J. Kuschel, «Ich schaffe Finsternis 1111d Un­ Hinterhuber - M. Scheuer - P. von Heyster (eds.), Der Mensch in

heil l», 202. seiner Klage, Innsbruck-Wien 2006, 1O1.

l
36 El precio del c1111or El dolor y la cuestión de Dios 37

dicea sea por principio no susceptible de respuesta», co­ gía actual? Recientes interpretaciones sistemáticas del

mo sostienen Gross y Kuschel, hace de la fe si no algo llamado estado original apenas rozan, con indiferencia

imposible, sí, desde luego, un acto irracional. notable, el tradicional problema de la teodicea:

-Sin el pecado, el ser humano habría tenido una

experiencia diferente de su íntima escisión, del sufri­

PREGUNTAS QUE PERSISTEN 7.


miento y de la muerte3

-Hay que entender el «Paraíso» como meta feliz de


•I
Al fin y al cabo, la pregunta por la compatibilidad
la Creación. Dios no ha querido situar lo perfecto en el
"
,,

l
11
entre la fe en Dios y la experiencia del dolor es plena­ 8.
comienzo sino en el final3
mente bíblica36. Los relatos de la Sagrada Escritura
-Sólo se puede resolver el problema de la teología
que llamamos relativos al estado original tenían y si­
cristológicamente, o sea, señalando que Dios mismo se
guen teniendo el objetivo de cohonestar la situación no
ha expuesto al dolor y lo ha situado así bajo la prome­
salvada del hombre y el mundo, las múltiples formas
9.
sa de una gloria que no podemos concebir3
de alienación, pecado y dolor, con la fe en un Dios que

ha llamado al ser a la Creación calificándola de «bue­ Creo, sin embargo, que lo que en última instancia

na» e incluso de «muy buena». estas y otras tesis afines implican es no tomarse en serio

La doctrina clásica acerca del estado original po­


las vitalísimas preguntas que tantas personas se plan­

día responder a este problema interpretando los relatos


tean: ¿Por qué Dios ha hecho tan miserable este mundo?

bíblicos sobre él de una manera que antaño resultaba


¿Por qué permite un dolor y una desgracia tan horri­

plausible: «Adán tiene la culpa de todo». Por su pecado,


bles? Puesto que, por más verdad que pueda ser que el

el mundo, que originalmente era bueno, se transformó:


ser humano, sin el pecado, en una relación con Dios

a las rosas les salieron espinas; el león devora desde en­


intensa y no perturbada, habría experimentado las de­

tonces inocentes corderos; el trabajo se volvió esclavi­


sintegraciones y las penas del mundo de modo distin­

tud; las penas, el dolor y la muerte entraron en el mun­


to a como las experimentamos nosotros hoy, el dolor si-

do; las pulsiones humanas se perturbaron. Hoy, que no

podemos aceptar con tanta ingenuidad esta solución, 37. Cf., por ejemplo, K. Rahner, Grundkurs des G/a11be11s, Frei­
7
burg i . B . 1977, 1 2 1 (versión cast.: Curso fundamental sobre la.fe,
persiste la pregunta: ¿ Qué alternativa presenta la teolo- 7
Barcelona 2007); W. Seibel, Der Urstand, en J. Feiner - M. Lohrer,

Mysterium salutis II, 8 3 8 .

36. En la Sagrada Escritura se mencionan varias razones. Por 38. Cf., por ejemplo, Z. Alszeghy - M. Flick, JI peccato origi­

ejemplo, que el dolor es consecuencia de la culpa h�mana; que es na/e in prospettiva evoluzionistica: Gregorianum 4 7 ( 1966) 201 ss.

castigo divino; que es prueba de la fe; que es re p a ra c i ó n vicana, etc. 39. Por ejemplo, W. Kern, Theodizee: Kosmodizee durch Chris­

No trataremos de todo ello en las siguientes páginas. tus, en J. Feiner - M. Lohrer, Mysterium salutis III/2, 20lss.
38 El precio del amor El dolor y la cuestión de Dios 39

gue siendo el dolor, el cáncer sigue siendo el cáncer, una tras días: el dolor no hay que aceptarlo sin más, sino

inundación que causa la muerte a miles de personas si­ que hay que combatirlo.

gue .siendo una catástrofe. ¿ Cómo es posible, entonces, A este propósito, las reflexiones sobre el tema del

cohonestar con la bondad y la omnipotencia de Dios el dolor tienen que empezar por distinguir especies dis­

mundo con sus estructuras desintegradas y causantes de tintas de éste. Dichas diferencias no atañen al dolor en

dolor? Y por más correcto que resulte responder a la cuanto dato existencial, sino únicamente a su esencia,

cuestión del dolor remitiendo a su superación c r i s t o l ó ­ o sea, al fundamento del dolor considerado en sí mismo.

gica y escatológica, ¿cabe rehuir, a continuación, la pre­ En esta perspectiva, tenemos, por una parte, el dolor que

gunta de si en esa respuesta no se manifiesta un terrible los seres humanos nos infligimos a nosotros mismos: el

cinismo, a menos que se mencionen al mismo tiempo que yo me inflijo, el que inflijo a otros, el que otros me

otras razones? infligen; , por otra, el dolor


y que procede de las estruc­

Tal vez pueda llegar a desviarse la atención de los turas de la realidad que están dadas o, en términos teo­

teólogos de estas cuestiones; pero lo que sin duda no es lógicos, el dolor que procede «d e la C reación».

posible es reprimirlas por completo. Así que en las si­


'

guientes páginas intentaré darles respuesta. Y no -lo su­


!

1 l t brayo una vez más- para resolver con una teoría el pro­
,,

blema del dolor, sino para establecer el marco de una

solución. No para resolver sin más -y, a ser posible, de­

finitivamente- todas las preguntas", sino para posibi­

litar aquí y ahora la fe en un Dios de purísimo amor, en

quien no hay huella alguna de oscuridad.

Mi intento de respuesta no es singularmente nuevo,

pero procura integrar de manera novedosa los distintos

elementos a los que se refiere la tradición y, con ello,

hacer justicia a la actitud básica del hombre de nues-

40. En este sentido, sigue siendo actual la observación, trans­

mitida por Walter Dirks, que hacía Romano Guardini moribundo.

Este afirmaba «que en el Juicio Final no se dejaría sólo interrogar,

sino que también él preguntaría lo siguiente: ¿Por qué, Dios mío,

estos caminos terribles y retorcidos para la salvación: el dolor de

los inocentes, la culpa, etc.?».


2

ABUSO DE LA LIBERTAD Y DOLOR

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1 '

«OMNIPOTENCIA DEL AMOR» O «PODER DEL AMOR»

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Empecemos por considerar el dolor que nace evi­

dentemente de la misma libertad humana.

Tras el concepto tradicional de la omnipotencia de

Dios se descubre ya el fundamento de la posibilidad

de cierta mala comprensión, de cierto paralogismo. En

efecto, si se define la omnipotencia de Dios como aque­

lla propiedad suya por la que puede hacer todo lo que

quiere, cabría concluir entonces, falsamente, que Dios

puede crear un círculo triangular o un hierro de made­

ra. La conclusión es mala, ya que al concepto de omni­

potencia pertenece el que Dios no pueda crear nada que

sea esencialmente imposible. Lo cual no significa li­

mitación alguna de la omnipotencia divina, sino que ex­

presa, sencillamente, que la omnipotencia, como pro­

piedad del ser de Dios, se fundamenta en el ser, no en el

no ser. Las imposibilidades esenciales no son más que

construcciones conceptuales carentes de sentido. No se

fundan en el ser, sino en la absurdidad de la nada, de

modo que ni limitan en modo alguno la omnipotencia


42 El precio del amor Abuso de la libertad y dolor 43

de Dios ni aun la conciernen. Hay, por tanto, construc­ las cosas, le resulta posible, dentro de determinados lí­

ciones conceptuales que Dios no puede realizar; y ello mites, definir por sí mismo su lugar en la realidad y

debido no a que su omnipotencia resulte demasiado dé­ hacerse, en el plazo temporal de su vida, aquello que

bil, sino a que se trata de postulados sin ningún sentido. desee ser. Partiendo de ello, puede también imprimir al

Pues bien, el concepto de una Creación absolutamen­ mundo el rostro que él mismo se ha hecho. En todo es­

te libre de dolor es básicamente tan contradictorio co­ to es el ser humano semejante a Dios, por cuanto Dios

mo el concepto de un círculo triangular; así que sólo se también realiza por sí mismo, sacándolos de la pleni­

puede exigir a título de postulado absurdo que pueda tud de su ser, su vida divina y la puesta en práctica de

Dios, gracias a su omnipotencia, crear un mundo y, al su amor.

mismo tiempo, excluir de él por principio el dolor. No; A pesar de la inmensa distancia que hay entre el

si Dios quiere la Creación, queda dada necesariamente, Creador y la criatura, el hombre, «imagen y semejanza»

a una con ella, la posibilidad del dolor. Expliquemos de Dios, ha recibido a su vez algo de esta capacidad, en

mejor esta tesis. la medida en que Dios lo ha dotado de la posibilidad

Si nos preguntamos por el fundamento y el sentido de realizar por sí mismo la «opción fundamental» que

de la Creación, la respuesta que ofrecen tanto la Escri­ lo cualifica y que marca su esencia. Así, equiparado en

tura como la tradición es que Dios creó el mundo por cierto modo a Dios, puede dar libremente su respuesta

amor y para el amor', Dios, que como Dios trinitario positiva al ofrecimiento de la vida y el amor divinos.

es el amor mismo, quiere comunicarse a las criaturas Desde el asombro más profundo, sólo cabe aquí excla­

de modo que éstas participen en su gloriosa vida di­ mar con Seren Kierkegaard: «Es incomprensible, es el

vina del amor. De aquí que la cumbre del sentido de milagro del amor omnipotente, que Dios conceda real­

la Creación no puede ser sino la libertad. En efecto, el mente tanto a un hombre que, por lo que a él mismo

amor no puede existir sino en la correlación de liberta­ concierne, pueda decirle como a alguien libre [hay un

des: al hombre le cabe, por su libertad, acoger o rehu­ juego de palabras irreproducible entre libre y liberador:

sar el amor de Dios; le cabe responder amorosamente Freier]: ¿Quieres o no quieres tenerme? Y espere, aun­

a Dios o negarle el amor. El ser humano es imagen de que sólo sea un segundo, la respuestas"

Dios por su libertad: al no estar fijado como lo están Pero a pesar de su libertad y en ella misma, el ser

humano permanece siendo una criatura; lo que quiere


1. Cabe hallar esta respuesta, al menos incoada, también en la

reflexión filosófica. Si con la obra de la Creación Dios mismo no


decir que ya siempre, «antes» de hacer uso de su líber-

puede salir ganando nada, ya que no adolece de ninguna carencia

(no sería, si no, Dios), el fin de su obra de creación sólo puede con­ 2. S. Kierkegaard, Die Tagebiicher, München 1949, 405 (ver­

sistir en transmitir su propia vida a las criaturas. sión cast.: Diario de 1111 seductor, Madrid 2008).
44 El precio del amor Abuso de la libertad y dolor 45

tad, es un ser referido a Dios y previamente puesto por dolor; una posibilidad que se ha realizado de hecho en

Dios. De aquí que el hombre no pueda nunca tenerse la historia de los hombres. Queda entonces claro que el

del todo a sí mismo en sus manos; simplemente con­ mal de ningún modo es el objeto de la voluntad divina;

tando sólo consigo mismo jamás será capaz de hallar en absoluto quiere Dios el mal, el dolor, la desgracia.

su identidad ni logrará cumplir con plenitud su vida de Estas cosas son, más bien, el otro lado de la moneda de

3.
forma autónoma Sólo encuentra el sentido de ésta su infinita bondad: culpa exclusiva del hombre.

cuando permanece en ese nexo de sentido, ya previa­ Sin embargo, si se insiste -como hacen Gross y Ku­
r:·
: 1
mente dado, que el Creador abrió para él: haber sido schel, pero también Metz- en que, aunque hasta cierto
1

creado por amor y para el amor. De donde se sigue que punto nolens volens, Dios es la «causa última» del do­

si el hombre opta, por su libertad, contra Dios y con­ lor y, por tanto, tiene la responsabilidad de é l " , hay que

tra el ofrecimiento de su amor, si se niega a ser criatu­ determinar con mucha precisión cuándo esta afirma­

ra y a reconocer que sólo puede consumar su existen­ ción tiene sentido y cuándo no lo tiene. Expliquémonos

cia partiendo de Dios, en virtud de esta opción libre se sobre un ejemplo concreto. Supongamos que un joven,

destruye a sí mismo. Al situarse en contradicción con en un accidente de tráfico, mata a un niño. ¿Tiene sen­

Dios, se malogra: no halla ni su identidad ni el cum­ tido hacer corresponsables de la muerte de ese niño a

plimiento del sentido de su vida. En fin, su libre op­ los padres del joven sólo porque lo engendraron, lo tra­

ción negativa acarrea, innegablemente, dolor. Alienar­ jeron al mundo y, en consecuencia, sin ellos este joven

se de sí, no poder tenerse del todo a sí mismo en su no habría podido tener la culpa del accidente? Nadie,

mano, que la existencia caiga en la falta de sentido, creo yo, argumentaría así, puesto que el haber criado al

son circunstancias que producen dolor y que se experi­ joven no es algo que fuera de ninguna manera d ir igido

mentan como dolores.


4. Cf. J. B. Metz, Theodizee-empfindliclie Gottesrede, en J. B.
Vemos, pues, que si Dios quiere regalar a sus cria­
Metz (ed.), «Landschaft aus Schreien». Zur Dramatik der Theodizee­

turas el participar de su vida y su amor, si quiere que Frage, Mainz 1 9 9 5 , 90: «Ya que la libertad del hombre, como liber­

tad creatural, está hecha posible por Dios, está puesta por Él y se re­
entre él y la criatura haya amor, con ello va necesaria­
cibe de Él, no le puede tocar la última responsabilidad por la historia

mente unida la posibilidad de que el ser humano se del dolor del mundo; de manera que la cuestión recae, en cierto mo­

do, en Dios y en su soberanía predeterrninante». Por su parte, W.


aliene de sí mismo: la posibilidad de la desgracia, del
Gross - K. J. Kuschel, «Ic/1 scliaffe Finsternis 1111d Unheil!». Ist Golf

verantwonlich fiirdas Übel?, Mainz 1992, ! O l s , dan un paso más:

3. A este radical hallarse remitida la criatura al Creador, a esta «El que subraya la responsabilidad de Dios en el mal del mundo, ¿no

experiencia de la finitud o, en otras palabras, a esta experiencia de tiene también que hablar de la culpa de Dios [ ! ] en este mal? Si la

no ser uno mismo Dios, no la llamaría yo aún m a l , como hacen las existencia del mal se vuelve también pregunta crítica a Dios, ¿no es­

tradiciones filosófica y teológica desde Leibniz, que hablan de «mal tá Dios entonces coimplicado en la historia de la culpa del mundo?

metafísico».' De hecho, tales cuestiones no se pueden eludir por más tiempo».


46 El precio del amor Abuso de la libertad y dolor 47

a que causara el accidente; así que no cabe hacer a los desintegración que se experimentan de forma doloro­

5.
padres corresponsables Se puede comparar con este sa. Más aún: como, por su destino primordial, el ser

ejemplo el problema de la teodicea. Desde luego, Dios, humano se encuentra ordenado a la comunicación con

en vista de la posible perversión de la libertad humana, Dios y con los demás, los efectos de las opciones li­

podría haber omitido la obra de la Creación, y entonces bres erróneas que producen dolor no se presentan tan

no habría dolor alguno. Pero ¿realmente es mejor «nin­ sólo en el sujeto aislado y en el mundo, sino que al­

guna» Creación que «ésta»? Volveremos más adelante canzan agresivamente a los demás y a todo. Así, quien
1

:,,. sobre esta pregunta. Por el momento, hemos de llevar util iz a su libertad contra Dios y se idol a tra a sí m is m o

adelante el curso de nuestras ideas. en variaciones infinitas, se convierte en causa de dolor

Hemos visto que el dolor es consecuencia de una para l os demás, tanto si tal dolor surge de ac iaga v io ­

libre decisión errada. El dolor del que estamos hablan­ lencia fis ica -guerras, expolios, inj u sti c ias, d e l i to s de

do sólo concierne, en principio, al sujeto de la misma todo tipo-, como de la violencia psíqu i ca -odio, falta

decisión equivocada. Pero los hombres no somos «is­ de amor, en v idia, celos-.

las». El ser humano, imagen del Dios tri-uno, destina­ Todo este dolor que nace del pecado y marca pro­

do al amor, se encuentra ya de entrada, por su cuerpo y fundísimamente el rostro del mundo está dado en su

por su «estar-puesto-en-el-mundo», enredado con todo posibilidad, con necesidad esencial, al mismo tiempo

l:'
que la l ibertad humana . Por consiguiente , este do lo r
y con todos. De aquí que la libertad humana subjeti­

va, que empieza por ser cosa íntima, necesariamente no comporta objeción alguna contra la omnipotencia,

la b ondad y el amor de Dios. Precisamente porque es­


se objetive en el mundo: se encarna en determinadas

tos males brotan de la culpa y del pecado de l os hom­


materializaciones y de modo concreto, de forma que

bres -que tantas veces claman al cielo-, de modo que


las opciones libres no permanecen en el ámbito íntimo

el hombre es su responsable, queda absolutamente ex­


y concerniendo tan sólo a su sujeto, sino que obligada­

cluido que estas conside raciones tiend a n «a j usti f i c a r


mente se extienden por el mundo y Jo marcan hondísi­

las relacione s de dolor y de injusticia subsistentes [. . . ]


mamente. Por esto, las opciones personales equivoca­
6•
Y, de esta forma, a hacerlas estables » Sucede exacta­
das deforman la cara del mundo, suscitan desorden y

mente lo contrario de lo afirmado por K e s s l e r: «Está

5. No puedo, por tanto, estar tampoco de acuerdo con D. R. Blu­ bien entonces, p or principio, todo tal y como e s t á » .
menthal, Theodizee: Dissonanz in Theorie und Praxis: Concilium 34
¡N o , de ninguna manera está bien ! No se pr oduce en
( 1 9 9 8 ) 85s, cuando escribe que en el caso de un hijo causante de un

accidente de coche a quien su padre ha dado las llaves, el padre es

corresponsable. Sólo puede serlo si, al darle las llaves, sabía o sos­ 6. H. Kessler, Golf 1111d das Leid seiner Schopfung. Nachdenkli­

pechaba que su hijo no conducía bien. ches zur Tlieodizeefrage, Würzburg 2000, 40.
Abuso de la libertad y dolor 49
48 El precio del amor

mismo se ha determinado a respetar en su acción la li­


absoluto «una rebaja cínica y apaciguadora del dolor

bertad humana incluso hasta el punto de dejarse deter­


concreto». Lo que más bien ocurre es que de esta ma­

nera se reta a la responsabilidad última del hombre a minar por ella. ¿Cómo, si no, cabría seguir pensando

8•
«convertirse» para que al final la «espiral» por la que una relación de amor?» Frente a este razonamiento,

siempre «el mal ha de engendrar el mal» (Schiller) y la tesis de la tradición parte de una comprensión de la

el dolor producir nuevo dolor, se rompa. Es así y -a mi omnipotencia que yerra en el sentido de «cosificarla»,

entender- únicamente así, como encuentra fundamen­ y que se corresponde con la metafísica occidental, pe­

tación racional última la preocupación absolutamente ro no con la imagen bíblica de Dios. En la Escritura, la

legítima e importantísima de la «teodicea práctica», omnipotencia no significa que el poder de Dios se im­

que llama a la solidaridad con los que sufren y a la com­ pone a «todo», incluida, pues, la libertad humana. La

, , ¡
omnipotencia de Dios es más bien el poder de su amor,
pasión con ellos.

Hay, claro está, voces en la tradición teológica anti­ que concede al hombre y su mundo espacio junto a sí y

gua que atribuyen a la omnipotencia de Dios la capa­ es garante de la libertad; que regala posibilidades de co­

cidad de preservar del pecado, y por tanto del dolor, a operar con él y deja que el hombre la interpele y que su

los hombres, aun conservando su libertad creatural'. Si libertad la «toque». Precisamente porque la omnipoten­

se comparte esta postura, naturalmente que se plantea cia de Dios es su libertad y su amor personal, no aplas­

con terrible agudeza la cuestión de por qué no ha pre­ ta a las criaturas ni las facultades de éstas. La grandeza

servado Dios al hombre del pecado, teniendo, por su de la omnipotencia de Dios consiste, más bien, en que

omnipotencia y su amor, la posibilidad de hacerlo. Pe­ libera al hombre para la libertad y para que actúe por sí

ro la tesis de que Dios puede impedir el pecado y el mismo; en que se deja interpelar y mover por el hombre

dolor en contra de la libertad del hombre, lleva a «co­ e introduce la acción de éste dentro de los planes divi­

sas impensables». Tiene razón Thomas Própper -ente­ nos salvíficos.

ramente en la línea de nuestras consideraciones sobre Seren Kierkegaard expresa en estas potentes frases

el amor como meta del sentido de la Creación- cuando la siguiente comprensión de la omnipotencia de Dios:

señala que no se puede abandonar la idea de que «Dios «Lo supremo que cabe hacer por un ser es liberarlo.

Para lograr tal cosa es para lo que se precisa omnipo-


7. Cf., por ejemplo, Agustín de Hipona, De Civ. Dei XIV, 27;

Tomás de Aquino, S11111111a theologiae 1/11, 79, 1 . La idea aparece in­


8. Th. Propper, Fragende 1111d Gefragte zugleich. Notizen zur
cluso en Karl Rahner, cuando dice que Dios puede, «en su absoluta
Theodizee, en T. R. Peters - T h . Propper - H. Steinkamp (eds.), Eri11-
soberanía, establecer la libertad como buena o mala [ ! ] sin destruir
nern 1111d Erke1111e11. Denkanstofle aus der Theologie von J B. Metz,
por ello la libertad» (Grundkurs des Glaubens, 1 2 1 ; cf. también su
Düsseldorf 1993, 68.
Wam111 liisst Got11111s leiden?, 4 5 l s ) .
50 El precio del amor Abuso de la libertad y dolor 51

tencia. Parece algo sorprendente, ya que la omnipoten­ Dios actúa como poder personal liberador no impo­

cia debería hacer depender. Pero si se reflexiona sobre niéndose inexorablemente al hombre como «por la es­

la omnipotencia, se verá que justamente debe tener el palda» y en sus profundidades ocultas -quizá bajo la

carácter de poder recogerse en sí justo cuando se es­ ilusión psicológica de la libertad creatural-, sino justa­

tá exteriorizando como tal omnipotencia, de modo que, mente sosteniendo la libertad de la criatura y pugnan­

precisamente, lo que ha llegado a la existencia gracias do por guiarla a su meta, dirigiéndole personalmente la

1
a la omnipotencia puede ser independiente. Sucede, por palabra y comunicándosele amorosamente".

esto, que un hombre no puede liberar del todo a otro ¿No estamos así despidiéndonos de la idea de la

1¡:¡,
[ . . . ] ya que en todo poder finito ( en toda aptitud finita) omnipotencia de Dios? Ésta es la consecuencia que sa­

reside un egoísmo finito. Sólo la omnipotencia es ca­ ca éÍ filósofo 'udío H--ª12§._Joñ_?s ante la experiencia del

1 : 1
paz de recogerse en sí misma mientras da, y tal relación silencio de Dios en los espantosos abismos de Ausch­
1

es, justamente, la independencia de quien recibe. Por witz, donde su propia madre fue asesinada. Y bosque­

ello, la omnipotencia de Dios es su bondad; no en vano, jó «un mito» de su invención, para comprender cómo

la bondad es dar del todo, pero de tal modo que, como resultan compatibles la I� del hombre (incluso en

se va recogiendo en sí poco a poco, hace independien­ �u _P.ervers_ión,más horrendaj.y la exjstencia de Dios


1 1

)
te al que recibe. Todo poder finito hace depender de él; El núcleo de este mito dice así: «Para que el mundo

sólo la omnipotencia puede hacer independiente; sólo exista, y exista para sí, Dios renunció a su propio ser;

ella puede producir de la nada algo que tenga en sí sub­ se desvistió de su divinidad para volverla a recibir de

sistencia , porque la omnipotencia se esté recogiendo la odisea del tiempo». Esta renuncia, este desvestirse

constantemente en sí [ . . . ] Esto es lo que no se puede de Dios, son tan radicales que debe decirse: «¡No es

comprender: que la omnipotencia no puede sólo produ­ éste un Dios omnipotente! Afirmamos, de hecho, que

cir cosas que impongan enormemente, como es la tota­


l O. Para ampliar este punto, cf. G. Greshake, Der dreieine Gott.
lidad v isible del mundo; sino que es capaz de producir 4
Ei11e trinitarische Theologie, Freiburg i . B . 2 0 0 1 , 278-283 (versión

lo más frágil de to d o: un ser que sea independiente res­ cast.: El Dios 11110 y trino: 11110 teología de la Trinidad, Barcelona

2 0 0 1 ) , y también Gnade als konkrete Freiheit, Mainz 1972, sobre to­


pecto de la omnipotencia [ . . . ] En verdad, só l o la omni­
do 283ss.
9.
potencia lo puede» 11. Cf. H. Jonas, Der Gottesbegriff nach Auschwitz. Eine jii­

disclte Sti111111e, Frankfurt 1 9 8 7 . También a propósito de las raíces


La omnipotencia de Dios no compite, pues , con la
de tal idea en el pensamiento judío, añade ciertas aclaraciones H. H.

libertad del hombre, sino que es la condición de ésta: Henrix, Machtentsagung Galles? Ein Gesprdch mil Hans lonas im

Kontext der Theodizee-Frage, en J. B. Metz (ed.), «Landschaft aus

Schreien», 118-143 (con bibliografia). Cf. también G. Greshake,


9. S. Kierkegaard, Tagebiicher, 2 1 6 s . Der dreieine Gott, 279s.
El precio del amor Abuso de la libertad y dolor 53
52

no podemos mantener la doctrina antigua y tradicional bre la base de esta «discreción de Dios» puede darse

del poder absoluto e ilimitado de Dios, por mor de nues­ amor real entre él y nosotros, criaturas; un amor que no

tra imagen de él y de toda nuestra relación con la divi­ coacciona ni violenta ni golpea ni manipula, sino amor

na voluntad». Dios ni siquiera puede volverse atrás de omnipotente que intenta ganarse la libertad del otro al

su renuncia y su despojamiento: no puede hacerlo ni ra­ modo del amor, o sea, cortejando, atrayendo, suplican­

dical ni ocasionalmente. Si no, Dios no se podría pensar do y esperando paciente. Y como se trata del amor del

en Auschwitz. Se suscitaría la idea de que, al menos en Dios omnipotente, hay que confiar en que conoce mo­

alguna ocasión, Dios habría tenido que intervenir salva­ dos de cortejar que -así podemos esperarlo-, en última

doramente en aquel infierno. «Pero Dios callaba; y yo instancia logran con todos su objetivo, respetando la li­

digo entonces: no intervino no porque no quisiera, sino bertad de cada cual.

porque no podía»
12
.
Y sin embargo, he aquí la objeción de Gross y Ku­

Con todo, habiendo depuesto su omnipotencia, ¿có­ schel: «¿Cabe en serio mantener un Dios que, por amor,

mo puede Dios seguir siendo Dios y seguir siendo ob­ puede estar mirando de hito en hito todo el dolor sin

jeto de la esperanza y de la expectativa de salvación de impedirlo; un Dios que se queda mirando 'por amor'

Auschwitz, sólo porque respeta la 'libertad' del hom­


los hombres?

No, no puede tratarse de negar la omnipotencia di­ bre?»!". Hay, desde luego, que tomar en serio esta ob­

vina; de lo que se trata, más bien, es de comprender la jeción. He aquí la réplica: ¿Cómo se podría sostener

omnipotencia de Dios como poder de su amor. Lo que seriamente un Dios que esté constantemente retirando

quiere decir, tal como lo formula muy bien Johannes B. el sentido de la Creación ( el amor, que sólo es posible

Brantschen, algo «inaudito»: «Dios, el señor soberano en libertad) interviniendo milagrosamente «desde arri­

de cielos y tierra, mendiga nuestro amor; pero el Padre ba» cuando la libertad se pone a errar culpablemen­

omnipotente es impotente mientras no respondamos te? 15 ¿Cabe pensar tal deus ex machina? ¿No carece

nosotros de corazón a su amor que se anticipa; pues el absolutamente de sentido?

amor sin la libertad es un hierro de madera. Sentimos


14. W. Gross - K. J. Kuschel, «Ic/1 schaffe Finsternis 1111d Un­
hoy esta impotencia del amor como silencio de Dios o lieil!», 1 9 6 .

15. Cuando Gross y Kuschel hacen a Dios corresponsable del


quizá, mejor, como discreción de Dios [ . . . ] Dios nos
dolor por «haber creado al hombre así y no de otro modo: con todas
13.
toma en serio. Es discreto porque ama» Tan sólo so- sus capacidades de perversión, de inhumanidad y de contradiós» (W.

Gross - K. J. Kuschel, «Ic/1 schaffe Finsternis 1111d Unheil!», 102), re­

12. H. Jonas, Der Gottesbegriff 11ac/1 Auschwitz, 16s, 33, 4 J s . sulta obligado replicar: ¿Como podría en principio haber sido creada

13. J. B. Brantschen, Machi 1111d Oh11111acht der Liebe: Freibur­ de otro modo la libertad? Si realmente es libertad, necesariamente to­

ger Zeitschrift für Philosophie und Theologie 27 ( 1980) 2 3 8 s . das las capacidades positivas se pueden pervertir en sus contrarios.
54 El precio del amor
Abuso de la libertad y dolor 55

Mantendremos, pues, que si el sentido de la Crea­ «¡No HAS COMPRENDIDO EL PESO DEL PECADO!»

ción es el amor entre el Creador y la criatura, ésta ha

sido puesta realmente en libertad. De donde se sigue Surge aquí, desde luego, un problema muy serio. Por

que, al crear Dios al hombre, queda dada también la correcta que sea nuestra argumentación, hoy día tropie­

posibilidad de que pueda acontecer el mal, aun cuando za con mucho escepticismo. Porque, como señala Karl

Dios, el Santo, no quiere en absoluto el mal. Romano Rahner, los seres humanos observan «lo que se deno­

Guardini señala que «es evidente que lo finito tiene pa­ mina pecado como parte de la universal miseria, del

ra Él tanta importancia que se arriesga a esta posibili­ universal absurdo de la existencia humana, frente a la

dad. Tal es la 'osadía' de Dios: la osadía secreta, en la cual el hombre no es sujeto, sino objeto; especialmen­

que sólo cabe pensar con veneración extrema. Si con­ te a medida que la biología, la psicología y la sociolo­

tinuamos pensando esta idea con la dicha veneración, gía investigan más y más las causas del llamado mal

parece que lo 'serio' de esta osadía consiste en que el moral. Por ello, el hombre de hoy más bien tiene la im­

Creador, 'desde el comienzo m i s m o ' , toma también presión de que Dios ha de justificar ante la humanidad

sobre sí la responsabilidad de que el mal acontezca por el desdichado estado del mundo; que el hombre más

su criatura [ . . . ] La volúntad de Dios, que a lo largo de bien es la víctima y no la causa de que el mundo sea

toda la historia de la salvación rechaza y castiga el mal como es y de la historia humana; incluso cuando el do­
, ",

con absoluta decisión, es la misma cosa que esta serie­ lor parece causado por el hombre como sujeto libre, tal

dad que toma sobre sí la responsabilidad del mal que actor sigue siendo el producto de su physis y su situa­

16•
realiza su criatura» ción social. Tiene, pues, el hombre más bien la impre­

Pero estamos adelantándonos. Mantengámonos en sión de que hay que justificar a Dios, y no que el hom­

que si hay libertad humana, la posibilidad del mal que bre mismo haya de convertirse, ante Dios y por Dios,

causa dolor queda dada al mismo tiempo. Si Dios impi­ de injusto en justificado»!".

diera este dolor, significaría que Dios retiraba al hom­ Ahora bien, la magnitud espantosa del dolor en el

bre la libertad y, con ella, la posibilidad del amor real. mundo ¿no podría ser la ocasión, imposible de pasar por

En la experiencia del dolor que nace del pecado experi­ alto, de tomarse en serio, con todo su peso, el pecado y

mentamos la consecuencia de la culpa humana, de nues­ la culpa de los hombres, junto con sus lamentables con­

tro hallarnos enredados en la culpa. secuencias; en vez de, como suele ocurrir hoy, menos­

preciarlos con las fáciles palabras «nadie es perfecto»?

16. R. Guardini, Theologisclie Briefe a11 ei11e11 Freund, Mün­

chen 1976, ! Is. 7


17. K. Rahner, Grundkurs des Glaubens, Freiburg i.B. 1 9 7 7 , 99.
El precio del amor Abuso de la libertad y dolor 57
56

¿Y no están jugando también al mismo juego hoy, qui­ porciona a nosotros mismos, y sobre todo a los demás,

zás sin querer, los teólogos que reprochan a la teología este o céano de dolor.

heredada el haber estado determinada, en vez de por el Al llegar a este punto, suele escucharse la objeción

pathos y la solidaridad con el dolor y con los dolientes, de que se da un infinito dolor humano inocente e i nj us­

18
por el interés soteriológico (la liberación de la culpa)? to, cuya magnitud «no guarda proporción con la biogra­

21.
Ante tantas situaciones en la Creación que claman al fía de quienes lo su fr en » ¿Qué objeción es ésta real­

cielo, plantean preguntas extremadamente moralizadas, mente? Cl a r o que es verdad que tan sólo en muy p o c os

-�·

«preguntas que siempre son sólo parenéticas y se diri­ casos el dolor se de b e a mi propia c ul p a ; c asi siempre

19

gen a la conducta humana, mas no réplicas a Dios» • me viene , s in más, de la culpa a je n a ; del mismo modo

¿No habría que oponerles aquellas palabras de Ansel­ que, a la inv ersa, mis malas ac c iones se vuelven c ausa

mo de Canterbury: «¡No has entendido el peso que tie­ del dolor de otros.

2
ne el pecado!»? º Aún no has entendido que el inconce­ En este fenómeno se evidencia con máx ima c laridad

bible peso del pecado consiste en ser una de las causas que ninguno de nosotros está «en cerrado en sí mismo » ,

del dolor, la miseria y l as l ág rimas . En el exceso del do­ sino que ser persona es algo que esencialmente se reali­

lor, ¿ acaso no se experimentaría claramente, en los su­ za en conexión con los dem ás. La persona se define di­

frimientos del cuerpo y el alm a propios , lo que quiere rectamente por la rela c ionalidad . Así es como el hombre

de c i r la c u lp a , qué peso tiene y hasta qué punto esta­ resulta ser imagen de Dios, cuya esencia se re a li z a en el

m os enredados, tanto nosotros como los demás, en la intercambio de v ida de tres personas; cuyo ser es, p ues ,

cu l p a y su sec u ela , el dolor? ¿No n os haría aprender relación , communio. Y c omo el hombre fue creado p a­

mucho j us t amente la e xperie n cia del dolor? La culpa ra pa rtici p ar de la vida de este Dios , también él es re­

hum a n a repercute a ta l es p ro fu ndidades que nos pro- l ac i on a l en lo que hace al bien -el plan y la voluntad de

Dios- y en lo que hace al mal -sobre la base de la per­


18. Cf., por ejemplo, J. B. Metz, Theodizee-etnpflndliche Got­
versión de la li b er t ad humana-. De la m i sma manera
tesrede, 87: la teología, desde el principio, procuró «evitar la inquie­

tante pregunta por la j u s t i c i a hacia los que sufren inocentes, trans­


que los miembros y órganos de un cuerpo influyen unos
formándola enseguida en la cuestión de la redención de los culpables

[. . . ] E l cristianismo se mutó de ser una moral del dolor a una moral

del pecado extremadamente individualizada; pasó de ser un cristia­ 21. W. Gross - K. J. Kuschel, «Ic/1 schaffe Finsternis 1111d Un­

nismo sensible al dolor a un cristianismo demasiado sensible al peca­ heil!», 1 0 1 . En la misma línea se sitúan las observaciones de Doro­

do». Cf. también su Tlieologie als Theodizee", en W. Oelmüller (ed.), thee Sa l l e : «Usando como medida la mag nitud del dolor humano, to­

Theodizee - Gol/ vor Gericht?, München 1990, 108. Cf. W. Gross - dos son 'in ocentes ' . Existen do l ores que sobrepa san in f i nitamente

K. J. Kuschel, «Ic/1 schaffe Finsternis 1111d Unheil!», lOls. todas las formas de la culpa : son ' de m asiado ' para cual q uie ra» (D.

19. J. B. Metz, Theodizee-empfindliche Gottesrede, 92. Sa lle , Leiden, Stuttgart-Berlin 1 9 73 , 35 s ; versión cas i . : S11fi"i111ie11/o,

20. Anselmo de Canterbury, Cur Deus l,01110?, I, 2 1 . S ala m anca 1 9 78) .


58 El precio del amor Abuso de la libertad y dolor 59

en otros tanto para bien como para mal (cf. 1 Cor 1 2 , mal parado. Lo que importa es constatar el fenómeno

12-30, sobre todo el v. 26), así también nosotros, para de que el propio fracaso subjetivo me destruye y, como

bien y para mal, influimos en la vida de los demás y la si fuera una infección, ataca a la vez a los demás. En es­

marcamos. Y es justamente así como nuestra responsa­ te sentido, resulta opor tu no recordar que el « auténtico»

bilidad, mi responsabilidad, por el dolor del mundo se p ecado de los c ri stianos es la « o mi sión del bien» (M arc

planta acuciante ante mis ojos, que no pueden dejar de O raison). D e hecho, qué aspecto tendría el mundo si la
¿

verla. En este sentido, no es una reconciliación barata mayoría de los cristianos practicara la justicia, la b on­

con el dolor lo que aquí se produce (a veces, se supone dad y la pa z? N o existiría el ac tu al alud de dolor, ham­

que es así), sino un reto extremo a reconocer la propia bre, terror y gu erra.

responsabilidad, a asumirla y a «convertirse». H ay, pues, que insistir en este punto: del dolor del

Que nadie argumente que su propia culpa es a lo su­ que h asta aquí h emos h ablado es responsable el mismo

mo un granito de arena en el inmenso desierto de las h ombre. N ace del pecado: del pecado propio, del de

, ,
1
causas del dolor de los hombres, pues lo que parece mí­ nuestros prójimos y del de toda la h umanidad.

,
' ,
nimo puede estar en el comienzo de una cadena de cau­

sas de espantoso dolor. Pongamos como ejemplo una

pequeña calumnia que alguien lanza contra un vecino

sin quizá tomarla demasiado en serio, y que, conocida

por otros, va siendo tan magnificada y divulgada que

puede llevar a producir la aniquilación psíquica del ve­

cino y su familia. ¿Qué significa en tal caso eso de que

la culpa propia no es más que un grano de arena?

Pensemos aquí en algo que nota Ignacio de Loyola:

la consideración del propio pecado debe conducirme a

reconocer, como Pablo, «que soy el mayor de los peca­

dores» ( 1 Tiro 1 , 1 5 ) . No es que con esto estemos reco­

mendando una falsa «mística del pecado» o una «fic­

ción piadosa»; de lo que se trata es de que entendamos

lo que en última instancia significa la perversión de la

propia libertad. En esto no ayuda compararse con otro

para llegar quizá a la conclusión de que no salgo tan


3

CREACIÓN Y DOLOR

Existe además otra especie de dolor, que es la que

l .
ofrece las mayores dificultades a la teología. Se trata

del dolor que no es causado por el pecado del hombre,

por su libertad, sino que claramente tiene su origen en

1 'd
'
la Creación misma. La tradición teológica retrotraía

este «mal fisico» al «mal moral», o sea, al pecado: co­

mo el hombre ha pecado, las estructuras del mundo se


. .

1i han vuelto dolorosas para castigarlo. Pero puesto que

esta solución teológica hoy día ya no tiene defensores

-ni puede tenerlos-, debe buscarse a la cuestión una

respuesta nueva.

Resulta sin duda poco satisfactoria una respuesta

puramente «escatológica», que remite a la superación,

mediada por Cristo, de todo dolor en el mundo prome­

tido, donde no habrá lágrimas ni penas. Asimismo, y

en el mejor de los casos, conserva como consideración

filosófica «de primer orden» el hecho de que el «dolor

fí s i c o - o rg á n i c o , como señal de un peligro, y la lucha

por la vida en la naturaleza, como motor de la conser­

vación autorregulada y la evolución de la vida, tienen

también una función positiva. En este sentido, la crea-


Creación y dolor 63
62 El precio del amor

ción cultural de los hombres, su talento de inventores y ción de la misma Creación. ¿Cómo concuerda todo es­

su perseverancia en el trabajo van vinculados a la guía to con un Dios bueno y con la convicción de fe de que

que les proporciona la penosa insatisfacción respecto la Creación es buena? En las páginas siguientes inten­

de un mundo que quiere ser domeñado y liberado ha­ to responder a esta cuestión.

1•

cia nuevas e inauditas posibilidades»


Ya la antropología bíblica valora el hecho de que el
Frente a esto, hay que preguntarse con plena serie­
hombre se halla unido del modo más íntimo con el res­
dad por la razón íntima de un mundo que de hecho pro­
to de la Creación (es su «cima» y la «meta de su senti­
duce dolor 2 • Ahí tenemos las enfermedades, las epi­
do»). Lo cual concuerda con la experiencia humana: el
demias y los variados deterioros tanto del cuerpo como
hombre se encuentra en el nexo nuclear de la restante
del espíritu. ¡Cuánto dolor fisico atroz y, vinculado a él,
realidad como parte integral de ella.
cuánto dolor psíquico que procede del rostro multifor­
Esta experiencia humana primitiva se radicaliza e
me de la enfermedad! Además, deben sumarse los te­

intensifica en el modelo evolutivo del mundo. El hom­


rremotos, las inundaciones, las olas de frío extremo y

bre se descubre en medio del continuo de la evolución.


las sequías, las hambrunas y las penalidades. ¿No es la

Aunque al aparecer el espíritu humano se produzca un


ley del mundo «devorar y ser devorado dolorosamen­

salto cualitativo, el hombre sigue siendo el resultado


te», «nacer y tener que morir»? Por si todo lo anterior

de procesos evolutivos. Las leyes de la evolución rigen


fuera poco, deben añadirse los peligros que presentan

también para él. Con todo, y si es verdad que el hombre


tanto el mundo animado como el inanimado: los anima­

es el ser hacia el que marcha el desarrollo de la evo­


les salvajes, los árboles que caen, los accidentes de toda

clase. Y existe, en fin, la obstinación del mundo, que le lución, es que las leyes y estructuras de ésta reciben del

hace frente al hombre que trabaja entre cansancio, pe­ hombre su claridad y univocidad; sólo desde el ser hu­

mano se puede leer su «sentido», de acuerdo con el


sadumbres y dolores.

No es el ser humano quien ocasiona todo esto: no principio escolástico: «Finis in executione, primus in in­

nace de su libertad sino, evidentemente, de la construc- tentione», a saber: lo que está al final en la realización,

es lo primero y la fuerza impulsora permanente en la di­


1 . W. Kern, Theodizee: Kosmodizee durch Christus, en J. Fei­

rección del sentido de todo el proceso.


ner - M. Lohrer, Mysterium salutis IIU2, 579.

2. Es muy notable, por cierto, «que en los Salmos [y en toda la


Toda la evolución prehumana debe entenderse, por
Escritura] se elevan quejas en mucho mayor número ante la perse­

tanto, como bosquejo previo, como prehistoria del hom­


cución y la opresión humana que ante las catástrofes naturales, co­

mo los incendios, las sequías, las malas cosechas, la enfermedad y


bre, como incoación de lo que luego se despliega pro­
la muerte» (J. David, Die schopferisclie Kraft des Me11sc/1e11, en J.
piamente en el ser humano y en él llega a cumplimien-
Feiner - M. Lohrer, Mysterium salutis II, 789).
Creación y dolor 65
El precio del amor
64

go de las fu er z as ; a l l í donde se observan « es p acio s de


to y a la plena configuración de su sentido. Sea cual sea
4•
jueg o» y lo c asu al rompe una y otra vez lo necesario
la actitud que se adopte frente a Pierre Teilhard de Char­
Ex is t en , a d em ás, sobre todo en la t eo l o gí a nortea­
din en esto radica el valor permanente de su visión del
mericana reciente, a la que apela no pocas veces Armin
mu; do. En el prólogo de Le phénomene humain, Tei­
1
K.reiner, voces según las cu al es las misma s «leyes» y
lhard se pone en el puesto de un observador que mira el

los mism os «m e ca nis m o s» de la evolución que han pro­


pasado no como es en sí, sino «como se le presenta ª
.

d u c ido al hombre, son también las causas del «origen


quien lo contempla subido a la cumbre en que nos ha si-

3. de los innumerables males na tural e s que ll enan de dolor


tuado la evolución»
5.
Cuando se contempla la evolución prehumana co- la vida, y no só l o la del género h u m ano » Partiendo de

mo bosquejo previo del hombre y se interpreta desde aquí, la ll am ad a «teoría de que no hay un mundo me­

éste -en lo ac c id e ntal del juego de la evolución, en có­ j o r»6 sostiene que, si debe «ser describible un universo

mo prueban posib ilid a des lo inorgánico y lo o rgá nico , que, en primer lugar, sea uni t ario y no contradictorio y,

incluso en algo como los saltos cu án ti c o s, o s ea , en lo en segundo luga r, deba or igi n ar vida h u ma n a, no c a b e

c as u a l e indefinible de los pro c e so s fí si c os - necesaria­ excluir que tal universo tenga que estar c onsti tu ido más

mente se p e rcibe la figura previa , el preanuncio t ími do , o menos como el nuestro o, posiblemente, in cl u s o exac­

de lo que en la libertad humana llega plenamente a ser. tamente igual que el nuestros".

Porque en todo ello se hace ya claro que la ley de la

4. En esta misma línea escribe Kessler: «Si el proceso evolutivo


Creación no es la necesidad, la fijeza, el estar aca b ado ,
estuviera mecánicamente determinado paso a paso, jamás podrían
sino la libertad (por amor). Si no se quiere, pues, llegar surgir de él seres vivos cada vez más autónomos y, por fin, el hom­

bre, dotado de libertad en su voluntad» (H. Kessler, Golf 1111d das


a pensar el ser del hombre como algo absolutamente Y
Leid seiner Schopfung. Nachdenkliclies z111· Theodizeefrage, W ü rz ­
en todo respecto nuevo, que de ninguna manera está en burg 2000, 9 1 ).

5. A. Kreiner, Golf im Leid. Zur Stichhaltigkeit der Theodizee­


co ntinuidad con el resto del mundo de la evolución, Y
A1g11111e11te, Freiburg i . B . l 997, 3 7 6 .
por tanto no se construye una o p o s ición infranqueable 6. !bid., 364-379.

7. !bid., 374. El autor cita a este propósito, entre otros, a Ste­


entre el hombre y el mundo, hay que afirmar entonces
phen Hawking, que conjetura que a Dios «no le quedaba libertad al­
que existe ya en el mundo de la evolución prehumano guna a la hora de elegir las condiciones iniciales [del mundo, que son

determinantes también para los factores que producen dolor]. Natu­


un bosquejo de estructuras de l ibert a d : justamente all í
ralmen(e, siempr� habría estado a su discreción elegir las leyes que
donde el mundo no aparece definido y determinado, si­ determinan el universo; pero no podría haber tenido auténtica liber­

tad de opción, porque es perfectamente posible que haya muy pocas


no que se despliega a base de probaturas en el libre jue-
teorías unitarias y completas -quizá sólo una [ . . . ] - q u e carezcan de

contradicciones y permitan la existencia de estructuras tan complejas


3. Cf. la edición alemana,. Der Menscli int Kosmo:, München
como el hombre» (p. 368).
[ 965, 22 (versión cast.: El Je110111e110 l111111a110, Madrid 1986).
Creación y dolor 67
El precio del amor
66

En todos los niveles de la e volución, siempre, en n oso­


Estas consideraciones proporcionan una base para

tros y a nuestro alrededor, se constituye lo malo y se si­


comprender el fenómeno del dolor, la desintegración,

gue siempre, implacablemente, constituyendo de nuevo


los tropiezos y malogros, la obstinación del mundo. Di­

[. . . ] Así lo e xige, sin que quepa hacer nada, el juego de


gámoslo con toda concreción: que haya cáncer, epide­

l os grandes números dentro de un conjunto que se va


mias, malformaciones, accidentes, inundaciones y cosas
8.
organizando»
parecidas, es una secuela necesaria de que la evolución

Así pues, si la libertad humana, debido a cómo el


se realice como un bosquejo previo de la libertad: no de

hombre se encuentra en la trama del mundo, se va bos­


manera determinada, ni necesaria, ni fija, sino jugando,

quejando de antemano en las estructuras de la evolución


probando posibilidades en el ámbito de lo casual. La

prehumana; si la a parición del hombre hace imprescin­


Creación , cuya meta es la libertad de la criatura, no tie­

dibles determinadas condiciones iniciales , determinadas


ne l a i
f gura d e un or den estático q ue encaje a priori, i
s ­

«leyes» y «constantes»; se sigue de todo ello que exista


n o que es alg o d i n ámic o , n o prefijado, j uguetón. A de­

en el mundo t a mbi é n lo disonan t e, lo n o integrado, lo


más, qu e e l er
s hum ano a parezca requiere determinadas

m alogrado y, por tanto, lo que suscit a dolor. De modo


«l eyes» y «const antes» que producen, como la otra cara
que si Dios quiere al hombre y su libertad como condi­
d e su m oneda, dol or. D e aquí q ue en la Cr eación e dé
s

ción para poder dar a las criaturas participación en su


n ecesariamente lo negativo, lo desintegrador, lo q ue no
gloria divina y el hombre se halla esencialmente vincu­
si empre s ale bi en : una p ét l ora de «pro ductos residua-
lado a un mundo que va en correspondencia con él y
les» que pro ducen dolor.
gr a cias al cual entra en múltiples relaciones con todos
T eilhard e
d Ch ardin h abla a este p ropósito del do l o r
l os demás hombres, queda dado al mismo tiempo el en­
omo
c «pr oducto co lateral n ecesario» de la evolución. Ya

v és de la libertad: hay en t al caso necesariamen t e do­


en el d ominio d e lo ehumano se
pr p aga cara la li b e r tad.
lor estructural". Todo ello quiere decir, en lo que hace a
L a evolución del mu ndo m archa, como apunta el fil ó­

s ofo f rancés, p or medio de ensayos, aciertos y, también, 8. P. Teilhard de Chardin, Der Mensch i111 Kosmos, 324.

9. Al hombre se le concede un plazo para que crezca en liber­


trabaj osa y fatigosam ente. «Ya p or esto se v e n [ . . . ] tan­
tad hasta poder decir sí al amor. Los plazos son inherentes a la au­
t os ensayos malogrados rente a un
f ú nico éx ito; tanta torrealización de la libertad creatural. También se explican en esta

perspectiva el llegar a ser y el pasar como leyes fundamentales de


d esdicha fre nte a una única dicha [ . . . ] En el nivel de la
UI.1 mundo en evolución. Que la vida misma tenga su plazo no es
materia, al p rincipio, tan sólo falta de orden u orden fí­ aun algo doloroso, ya que, sin pecado, el fin del tiempo de la vida

no se expenmenta como ruptura, como marcha a lo oscuro e inson­


sico per turbado; y luego, en seguida, dolor en la carne
dable. Cf. sobre esto K. Rahner, Zur Theologie des Todes, Freiburg
c apaz de s entir; en niveles superiores, maldad o tortura 1.B.
3
1 9 5 8 , 33s (versión casi.: Sentido teológico de la muerte Bar-

�=!%�. '
de un e spíritu que se investiga a sí mismo Y elige [ . . . ]
Creación y dolor 69
El precio del amor
68

tad�s por el mal hasta en nuestra facultad d . .


nuesh·a cuestión de la compatibilidad del dolor con la t a c i ó n ) ; de e represen-
. , ' maner� que no nos es posible concebir la no-
imagen cristiana de Dios, que el hecho del dolor no ha­
cion dde una expenencia de dolor no determinada por el
bla contra el Dios creador bueno ni contra la bondad de
peca o. Con todo el m d
el am . ' o o en que subsiste el dolor en
la Creación. Más bien, y visto desde estas reflexiones, el
01, tal como hoy nos resulta posible puede ofr
dolor es el precio de la libe1tad; mejor dicho, el precio
cernos una débil analo ía d 1 , e­
de dol . . g e o que sea una experiencia
del amor. Un Dios que por su omnipotencia y su bon­
. 01 sm pecado. «Quien ama, quizá sufra dolores
dad impidiera el dolor, tendría que hacer imposible el
torrnentos
. del alma y amenazas en su cuerpo· pero '.
amor, que presupone libe1tad. Amor sin dolor es, pues,
ama qmere d · , , Sl
ectr que esta con todo s
al tú
'
u set. transportado
.
lo mismo que hierro de madera o círculo triangular.
:ue ama, y lleva entonces en sí la dicha que no ha
Y sin embargo, el dolor como precio del amor -ni
dolor que , pueda tocar» . En e 1 do 1 01,
d . pues, sm
. Y
el peca-
podemos ni necesitamos exponer este punto aquí con
o, se dana un saber cierto y hondo de 1 1
está aco · d . que «e iombre
detalle- podría haberse pagado «fácilmente» si nues­
uede . . gt o en el amor de D10s. Este saber inmediato
tra manera de experimentar el dolor no estuviera teñida
p 11 de la mano del dolor corporal d I
nal y d ¡ , di , e a pena terre-
absolutamente por el pecado. El pecado humano ha ro­
e as per idas temporales» 1 1 .

to la experiencia de la inmediatez de Dios y la transpa­

rencia del amor que Dios nos tiene, lo cual ha elimina­ Este en�ayo de explicación no es el único ni está a

do o dificultado la posibilidad de integrar el dolor en la sa I.vo de criticas


t . . Hay voces que insisten
. . en que los fac-

totalidad de la persona y en la relación viva con Dios. El ores negativos de la Creación fáctica s 011 .
de · d un «precio

pecado también destruye. por tanto, el auténtico «hori­ �ads1a o alto» para esta realidad positiva que es la li-

zonte de sentido» para manejar el dolor, porque «no hay b erta


. humana ' el o bi
�e to propiamente
. tal que Dios se

mal que tenga un efecto tan aniquilador como el dolor propuso; no pueden p h
bíblica d . ' ue�, co onestarse con la imagen

que se experimenta como algo del todo absurdo y ca­ d 1 C e �'.os. Lo negativo, lo destruido y destructivo

rente de sentido»1º. Así, es a causa del pecado por lo que e lib


a reacion
. ' no pued e por tanto expresar ni a Dios ni

el dolor se convierte en ese dolor que experimentamos su 1


d I ertad
1
liberador
.
.
ra, smo que ha de ser la expresión

concretamente como lo que desintegra, como lo oscuro, � . m a º .pnmordial, de S atán , quien, como poder an­

g é l i c o caído, actúa estructivamente


d obre los
s

como Jo oprimente. cóst · p ro cesos

No nos podemos representar, por cierto, el mundo y . m�os, como , por ejemplo, en la evolución sus es-

tructuras. En este sentido h ay qu e hab lar , se gun


, YLu dger
la existencia humana sin pecado (ya que estamos infec-

11 . L . Boros , E /'"
ros/es D asein, Olren-Freiburg i . B . 4 1 9 6 4 , 23.

10. A. Kreiner, Golf i111 Leid, 396.


70 El precio del amor
Creación y dolor
71

Oeing-Hanhoff ( que retoma aquí los términos de Car! no tengan explicación en la ciencia de la naturaleza mu­

Friedrich von Weizsacker), «de un Antidiós, que de he­


chas realidades, apenas cabe negar una communio os­

cho, de acuerdo con el testimonio de la Escritura, es mótica entre todas las criaturas. Si cabe conjeturar que

responsable de la 'plétora infinita de los fracasos, los estas estructuras «de comunión e integrativas» de la
12•
dolores y los fallos'» Creación eran más estrechas y más profundas de como

Ahora bien, no debería ser imposible mediar entre lo son hoy antes del esencialmente desintegrador peca­

esta respuesta y la que antes hemos desarrollado am­ do original, no es tan rara la idea de que el pecado ori­

pliamente. El modelo de tal mediación podría ser el si­ ginal haya influido negativamente en el «espacio de jue­

guiente: es verdad que, de acuerdo con la «primera go» que de hecho posee la Creación, de modo que se

respuesta», la Creación prehumana dispone de un «es­ haya convertido en (co-)origen del c ú m u l o ( ! ) de facto­

pacio de juego» para realizarse; pero el hecho de que res negativos de ésta.

este «espacio de juego» haya llevado a tantas y tan po­ En todo caso, la pregunta por la compatibilidad en­

derosas estructuras negativas precisa de mayor explica­ tre el dolor de la Creación y la bondad de Dios se plan­

ción ( en el sentido de la «segunda respuesta»). Pero si tea después de nuestros ensayos de respuesta de un mo­

no queremos introducir un poder cósmico satánico co­ do nuevo que es notablemente más agudo.

mo un deus ex machina, hay que preguntar si acaso el

pecado original de la humanidad no desempeña ya

él mismo este papel. Naturalmente que no en el sentido

de que Dios, debido a este pecado y como un castigo

que viene del exterior, haya cambiado en el sentido del

mal las estructuras de la Creación, como defendía, ba­

sándose en cierta interpretación de Gn 3, 1 6 - 1 9 , la tra­

dición dogmática antigua. A lo que hay que referirse es,

más bien, a la ósmosis esencial de todas las cosas crea­

das. Lo que esto significa es que hay múltiples «rela­

ciones misteriosas» entre el hombre, de un lado, y las

cosas, las plantas y los animales, del otro. Aunque aún

12. L. Oeing-Hanhoff, Negativitiit 1111d Bases, Freiburg i.B. 1981,

165. Las palabras de C. F. von Weizsacker se encuentran en su obra

Der Garlen des Menschlichen, München 1977, 152.


4

¿«UN PRECIO DEMASIADO ALTO»?

«¡No ACEPTO!»

Incluso cuando es posible mostrar en la teoría la evi­

dencia de que el dolor se da necesariamente a una con

un mundo que ha sido creado por amor y para el amor

( como hemos venido señalando desde el principio), se

plantea de nuevo, y agudizada, la pregunta por el Dios

que se cobra tan caros la libertad y el amor de la Crea­

ción. ¿No sería mejor, entonces, ninguna Creación que

la Creación tal como es, con el dolor perteneciendo a

su «segunda naturaleza»? [Cuántas personas que sufren

maldicen la hora de su nacimiento, empezando por el

Job de la Biblia y siguiendo hasta hoy! ¡Cuántas per­

sonas que sufren preferirían no ser antes que ser así, en

esta Creación!

Fédor M. Dostoievski lanza enérgicamente esta pre­

gunta en su obra Los hermanos Karamázov: «Deja que

te diga en pocas palabras -comenta Iván a su hermano

Aliosha en el contexto de esta cuestión- que, en su re­

sultado final, yo no acepto este mundo de Dios; y aun­

que sé que ex�'e: no quiero q� ;sté vigente.No es que


' -
El precio del amor ¿«Un precio demasiado alto»? 75
74

yo no acepte a Dios, entiéndeme bien, sino que no acep­ co de un Dios contable, que declara estar ilimitadamen­

to el mundo que ha creado, que no puedo aceptarlo. Me te de acuerdo con el dolor, sin considerar él tampoco

1•

expresaré con más claridad: Estoy convencido como un para nada a las víctimas?» Gerhard Streminger, de ma­

niño de que el dolor cicatrizará y será compensado [ . . . ] nera provocadora y amarga, resume estas considera­

Me parece muy bien, me parece perfecto, que suce­ ciones así: ¿Por qué Dios llama arbitrariamente a sus

da, que sea así; pero no lo acepto y no lo quiero aceptar criaturas «de la paz de la nada al ser [ . . . ] para hacerlas

2.
[ . . . ] S e ha puesto un precio demasiado alto a la armo­ portadoras de una desgracia sin medida?» Tal crítica

nía. Mi bolsillo no me lo permite de ninguna manera: termina desembocando en la tesis de que la Creación

no puedo pagar unas entradas tan caras. Por tanto, me ni merecía ni merece el precio que supone el espanto­

3.
so dolor de la humanidad De hecho, constata también
apresuro a devolverlas[ . . . ] No es que no admita la exis­

Horst R. Burkle: «Quien afirma que Auschwitz de nin­


tencia de Dios, Aliosha, sino que le devuelvo mi entra­

guna manera debiera haber ocurrido y que Dios ten­


da muy educadamente».

Simone Weil se refiere a estas palabras de Iván Ka­ dría que haberlo prevenido a cualquier precio, está di­

4•
ciendo que los hombres no deberían existirn
ramázov cuando escribe: «Ofrézcaseme lo que se me

La pregunta de la fe se plantea aquí poderosamente.


ofrezca en compensación de las lágrimas de un niño,

¿Qué ocurre con la afirmación de san Pablo: «Estoy


nada hay que pueda llevarme a aceptarlas. Nada, abso­

convencido de que los dolores de ahora no significan


lutamente nada que la razón idee».

n a d a [ ! ] comparados con la gloria que se revelará en no­


¿Tiene realmente tanto valor la libertad, presupues­

sotros» (Rom 8, 1 8 ) ? ¿Es también «cinismo»? ¿Es una


to del amor, como para exigir por ella el precio, la «en­
5
frase completamente ininteligible? ¿No está detrás de
trada», de un dolor espantoso? Tras nuestras reflexio­

nes, ¿no sigue habiendo aún una especie sublimadísima


1 . A. Kreiner, Gol/ im Leid. Zur Stichhaltigkeit der Theodizee­

del dios Moloch que permite, por la libertad y el amor A1g11111e11te, Freiburg i.B. 1997, 261.

2. G. Streminger, Gol/es Güte 1111d die Übel der Welt, Tübingen

de su Creación, hecatombes de dolor, y por tanto las


1992, 1 5 1 .

quiere (en la medida en que permitir es una forma de 3. Cf. A. Kreiner, Golf im Leid, 262.

4. H. R. Burkle, God, Suffering and Belief, Nashville 1977, 57.


querer)? «Un Dios que acepta el riesgo de crear seres li­
De aquí nace también la crítica de Simone Weil a Dostoievski. Para

bres ¿no se nos presenta como un calculador sin escrú­ ella, las reflexiones de Iván Karamázov son una fuga a lo irreal: «No

hay ningún proceso que esté determinado por el amor. El niño que

pulos, que sólo mira a la balanza de resultados finales


llora no quiere que uno se represente la idea de que él no existe» ( Ca­

[ dar participación en su vida a las criaturas] y para nada hiers ll, Paris 1953; versión cast.: Cuadernos, Madrid 200 ! ) .

5. En la dirección de su ininteligibilidad se sitúa E. Levinas,


toma en cuenta a las víctimas? Y el hombre que acepta
J11de11t11111 1111d Christe11t11111 nach F,: Rosenzweig, en G. Fuchs - H.

a este 'Dios', ¿acaso no aparece como el cómplice cíni- H. Henrix (eds.), Zeitgewinn, Frankfurt 1987, 170: «A veces me pa-
76 El precio del amor ¿«Un precio demasiado alto»? 77

ella la consideración, perfectamente racional y eviden­ Sin embargo, como ya hemos expuesto, Dios no es

te, de que hasta el dolor atroz siempre es finito, mien­ el «Señor» cuya omnipotencia oprime al hombre, sino

tras que la meta y la finalidad de la Creación es una poder personal y amor que concede espacio junto a sí

promesa infinita: participar de la vida infinita de Dios? al hombre, le regala la libertad y lo libera para la liber­

Como ya mostró Blaise Pascal en sus reflexiones sobre tad. Por todo esto, el absoluto no querer el dolor no se

la «apuestas", la relación de lo finito y lo infinito es tan realiza, en lo que respecta a Dios , por un acto de im­

absolutamente incomparable que, en el caso de que sea p os i ció n que retire la li b ertad de la cria tur a y vuelva

necesario elegir, siempre conviene apostar a la carta de im p o s ible el amor, sino introduciéndose Dios mismo

lo infinito, visto desde cuya perspectiva lo finito siem­ en el dolor y haciéndolo suyo. Si la Cr ea c i ón c o n s i ste

pre es sólo paso, tránsito y, como tal, aparece «soporta­ en que Dios q uiere lo « finito » , lo qu e él mismo no es,
7
ble» así como, en cierto modo, legitimable . para pode rl o amar y recibir en la vid a eterna de su di­

¿Quiere Dios entonces «de alguna manera» el do­ vino amor ; y si este amor es tan inmenso que Dio s

lor? Repitámoslo con toda claridad: Dios no quiere en « ace pt a » p or él la p osi b ilidad del m al , del dolor, de la

absoluto el dolor. No quiere el pecado -origen autén­ de s i n te grac ión ; tal p ensamie n to ú n i c am e n t e resulta so­

tico del dolor- que constantemente cometemos contra p ortab l e s i es que Dios mismo t amb ién co nllev a co n

nosotros mismos y contra los demás, y que impregna plena seriedad el dolor como dote que a c o mp a ñ a el

por entero las estructuras de la historia. Tampoco quiere amor que él bu s ca.

que el hombre pierda por el pecado -o sea, decayendo Pero exactamente as í es como actúa D i os , asegura

de su relación con Dios, donadora de sentido- el único la fe cr i sti ana en la revelación. «Cuanto hace Dios -co­

punto de referencia desde el que se supera lo amena­ menta Romano Guardini- lo hace 'en se r io ' , y cuando

zador y desintegrador de la Creación en la experiencia decimos esto apuntamos a una c a ract er í s t i ca suya im­

de estar amparados en el amor de Dios, y sin el cual es p or t a n te , de c isiva. Q uiere de ci r s e que lo que hace no

cuando el dolor se hace auténticamente dolor. o curre 'o l í m p icamente ' , como bajando de un soberano

que no i nterviene . Tal clase de majestad no s i gnific a en


rece que lo que pasó en Auschwitz tiene un sentido, como si el buen
r eal i dad p reeminencia ontol óg i c a , si no deb i lid a d que
Dios exigiera un amor que no promete n a d a [ . . . ] Pero entonces me

digo: Cuesta demasiado, y no a Dios sino a la humanidad».


nota que se va a poner en peli g r o si se m ezcl a con lo
6. B. Pascal, Pensées, Paris 1987, 1 2 1 2 - 1 2 1 6 (versión cast.: Pe11-

saniientos, Madrid 2004). pequeño. Más bien, lo que sucede 'le imp o rt a ' , lo inte­

7. Este proceso de la relativización del dolor lo conocemos por 8.


gra en su v ida » Y también integra en su vida el dolor,
experiencia cuando, mirando retrospectivamente una vez que he­

mos alcanzado cierta meta o estatus, somos capaces de decir sí a los

sufrimientos que hemos padecido por el camino. 8. R. Guardini, Theologische Briefe cm ei11e11 Fre1111d, 1 Os.
l .

78 El precio del amor


¿«U11 precio demasiado alto»?
79

mejor dicho: expone su propia vida al dolor. No para EL Dios QUE COM-PADECE

9
«duplicar» de este modo el dolor y eternizarlo y dar­

le como el brillo perpetuo de lo divino, sino para supe­ La teología judía rabínica, basándose en algunas

rarlo radicalmente. Pues en un mundo de pecado la lu­ insinuaciones del Antiguo Testamento, desarrolló ya

cha contra el dolor que brota del pecado lleva a su vez una teología de la com-pasión de D i o s . Allí donde Is­

al dolor. Pero es que solamente así se puede transfor­ rael sufre, allí Dios sufre también personalmente con

mar internamente el dolor que se funda en el pecado y él. Una sentencia de los rabinos asegura: «Dios se p
.Q.¡

en nuestro estar enredados en él: mediante el dolor que ne en el mismo plano que el corazón afligido» º. Los 1

se acepta y se soporta voluntariamente, mediante la so­ versículos de l�ritura: «EqJ�os ;us dolores-;; Él l;_

lidaridad en el dolor. �> (Is 63, 9), «con el hombre que sufre sufro Yo»

Vale esto, en primer término, respecto del hombre (Sal 9 1 , 1 5 ) y_«eLAlto Y. Sublime dice así: Habito�; la

que se esfuerza en combatir y superar el dolor. Allí altura y en el Santuario y en los que tienen el espíritu

donde el dolor que procede del pecado no es aceptado humilde y desgarrado» (Is 57, 15), son los lugares clá­

y potenciado; allí donde alguien se compromete por la sicos a partir de los cuales los rabinos cayeron en la idea

1 1 •
justicia, la paz y la cura, se sufre de una manera nueva. de la coro-pasión de Dios Dios acompaña a Israel en

Pero este dolor es dolor por amor, dolor al servicio de su vía dolorosa por la historia.

Dios, que se comunica Él mismo con el hombre que En la misma línea, Abraham Heschel, el gran teó­

sufre y así le da capacidad y poder para superar el do­ logo judío a quien se ha llegado a denominar «el Buber

lor. Mas Dios también sufre con el hombre: se intro­


10. Frase de Rabí Eleazar ben Pedath citada en P. Kuhn, Gof/es
duce en el dolor de la Creación y se somete a su carga.
Selbstemiedrig1111g i11 der Theologie der Rabbinen München 1 9 6 8

Dios no es el Moloch que está sentado en su trono, 14. Haciendo un resumen, señala Henrix: «El tem� del vaciamient�

de Dios es muy conocido en la experiencia religiosa judía desde sus


tranquilo en las alturas, por encima de las lágrimas de
comienzos bíblicos. Hay muchos testimonios, desde la época del Tal­

�1rnd hasta la mística moderna, que hablan de la humildad de Dios, e


la Creación y sin que el dolor lo toque. Dios se deja to­
incluso de su autoabajamiento o kénosis» (H. H. Henrix, Gof/es Ja
car y concernir por el dolor. zu Israel, Berlin-Aachen 2005, 94).

1 1 . W. Gross - K. J. Kuschel, «Ic/1 schaffe Finsternis und U11-

lteil!», lst Golf verantwortlich fih- das Übel?, Mainz 1 9 9 2 , 192, ob­

Jetan que estas citas del Antiguo Testamento no apoyan, desde el


9. Tal es la objeción que constantemente repite, desde mi pun­
punto de vista .exegético, la noción de la divina com-pasión (aunque
to de vista sin razones, J. B. Metz, Theologie a/s Theodizeei , en W.
estos autores tienen en contra a D. Barthélemy y también a G. Foh­
Oelmüller (ed.), Theodizee - Gol/ vor Gerichti , München 1990,
rer). Pero debe respondérseles que los textos de la Escritura no se
1 1 7 ; cf. también Theodizee-empfindliche Gottesrede, en J. B. Metz
ª.<lucen .por aquello que dicen propiamente según la exégesis «obje­
(ed.), «Landscliaft aus Schreien». Zur Dramatik der Theodizee-Fra­
tiva», smo porque de hecho fueron y son el punto de partida de la
ge, Mainz 1 9 9 5 , 93 y 95.
teología judía rabínica sobre la compasión de Dios.

+-
El precio del amor ¿«Un precio demasiado alto»? 81
80

americano», desarrolla una «teología del pathos divi­ div i nidad . Y los creó porque a m a b a al mun d o en su

n o » ! " Por su parte, Ulrich Mauser muestra que tras la pro pi o H ij o , que estab a ante su mirada eterna como el

15.

manera de presentar el Antiguo Testamento al profeta R echazado y A sesinado por los pecados del mundo »

sufriente (por ejemplo, Oseas y Jeremías), se halla el Lo que también quiere decir que Dios pod ía en cierto

Dios com-pasivo. Al igual que los profetas representan modo « arr ie s g arse » a establecer una C r e ación que p o­

a Yahvé, el amor y el celo de Oseas no son «tan sólo día volverse contra él y desenca d enar un al u d de dolor,

símbolos de cierta conducta de Dios para con el mun­ sólo porque de antemano se h ab í a decidido a curar con

,,
do, sino correspondencias reales del amor y el celo de su p ropio compromiso doloroso las heridas de las que
,, .

Dios, que también son del todo reales. Pero si cabe ha­ la m isma Cre ac ió n tiene la culpa . En todo caso , en la

blar con toda seriedad de amor y celo reales en Dios, es vida y la muerte de Jesucristo se manifiesta que Dios

evidente que no se puede mantener el dogma de que se in t roduce realmente en nuestra historia de dolores ;
13.
Dios es incapaz de sufrir» que, literalmente, sufre con nosotros para superar el do­

Esta idea del Dios com-pasivo, que hunde ya sus lor desde dentro.

raíces en el Antiguo Testamento, encuentra finalmen­ 16


La historia de Dios se vuelve h istoria de dolo r no
14

te en el Nuevo su pleno desarrollo y cump li miento .


para confirmar el dolor o ete rn izarlo , sino porque, co­

Para nuestro problema resulta especialmente importan­


mo ya he s eñ alado , en un mundo ca ra cterizado p or el

te, en primer t é r m i n o , 1 Pe 1 , 20 . Dice este texto que


p ecado , la lucha contra el dolor conduce ella misma al

C r i sto, el C or d ero , «h a bí a sido ya escogido , antes de la


dolor : al dolor por amor. Jesús no ha querido el fracaso,
c reaci ó n del m un d o », para r escatarnos con su san g re .

Karl B art h se ñ a l a : «C on la mi ra da puesta en este su 15. K. Barth, Kirchliclie Dogtnatik I W I , Zollikon-Zürich


4
1970,

53s.
Hijo, que habí a de h acerse hombre y p or t ado r del p e­
16. Cf. J. Moltmann, Der gekreuzigte Gotl, München 1972 ( ver­

cado humano, amó Dio s desde la eternidad al hombre sión cast.: El Dios crucificado, Salamanca 2008); K. Kitarnori, Teo­

logía del dolor de Dios, Salamanca 1975. En este libro se encuentra


y, con el hombre, a todo su mundo, antes de c r earlos ,
una observación digna de ser meditada: «El dolor de Dios está en los

pes e a y en su ba je z a , su no-d i v i nidad e incluso anti- antecedentes infinitamente profundos del Jesús histórico. Cualquier

teoría carece de toda profundidad, si no tiene en cuenta estos antece­

12. Cf., a este respecto, el excelente trabajo de B. Dolna, A11 dentes» (p. 45). Tesis por completo opuesta a la de Gross y Kuschel,

die Gegenwart Gottes preisgegeben, Mainz 2001.


que sostienen que en el Nuevo Testamento nunca se expresa la idea

1 3 . U. Mauser, Gottesbild 1111d Menschwerdung, Tübingen 1971,


de que «el dolo r de Jesús es el dolor de D os y i que Dios , por amor , ha

40. Se trata de una investigación fundamental para este tema.


s e n tido este dolor como suyo propio» (etch schaffe Finsternis 1111d

14. Cf. diversos textos y referencias bibliográficas en G. Gre­


Unheil!», 1 94) . Ta mbién J. B. Metz, Theodizee-empfindliche Gotles­

shake, Der dreieine Gott. Ei11e trinitarisclie Theologie, Freiburg i.B.


rede, 96, se opone, mencionando a su maestro K. Rahner, a que el do­

4
2001, 344ss (versión cast.: El Dios 11110 y trino: una leología de la lor de Jesús se entienda como el l
do or de Dios. Para la discusi ón con

Trinidad, Barcelona 2001).


K. Rahner, cf. G. Greshake, Der dreieine Gott, 34 5ss.

L
82 El precio del amor ¿«U11 precio demasiado alto»?
1 · 83

la pasión y la cruz. Lo que ha querido es que los hom­ (Heb 2, 1 8 ) se nos ha abierto el camino que lleva fuera

bres se aparten del pecado, que siempre produce nuevo del dolor. Justamente porque Dios se introduce en nues­

dolor; lo que ha buscado es la alegría del reino de Dios, tra historia de dolor, el dolor, con su falta de salidas, su

tratando de realizarla incoativamente en el amor a los


atmósfera cerrada y su sinsentido, queda expuesto a la

que sufren y con las palabras de consuelo de la prome­


luz liberadora de la esperanza.

sa. Pero como los hombres se confabularon contra él


De ninguna manera es que Dios se hunda sin más

(«¡Fuera con é s e ! » ) , aceptó tomar sobre sí los dolores


en el dolor y no pueda ya por tanto salvarnos, como en

del suplicio y de la muerte de cruz sin responder con la


ocasiones a l g u n o s t e ó l o g o s objetan a esta concepción.

violencia, con el fin de interrumpir de una vez para


Este sumergirse en el dolor de los hombres es, más

siempre la espiral del mal y, por tanto, la del dolor, y así


bien, diferente para cada una de las tres Personas en la

privarlo de su fuerza. De este modo, el Hijo de Dios


vida del Dios trinitario. El Hijo, como hecho hombre,

conllevó con dolor -en su corazón y en su cuerpo- la


está plenamente en la trama de nuestro humano dolor,

escisión producida por el pecado entre el sí incondicio­


incluso sumergido en él, a fin de comunicar al mundo

nal de Dios a la criatura y el no con que el ser humano


el absolutamente inconcebible amor de Dios. En cuan­

responde a Dios. La cruz fue, pues, la consecuencia de


to al Espíritu Santo, sus «gemidos» se unen ciertamen­

su esfuerzo y su compromiso contra el dolor; de modo


te a los gritos de dolor de la Creación (Rom 8, 26); pe­

que no significa «seguir aceptando el dolor, sino que es


ro, al mismo tiempo, en el extremo abandono de Jesús
17•
la rebelión contra el d o l o r »
en la cruz, es quien mantiene el vínculo con el Padre y
En la misma línea de estos pensamiento se sitúa
se hace, así, «Espíritu de la resurrección». El Padre,
también la frase de la Carta a los hebreos: «Jesús apren­
8,
por último, sufre en el Hijo y con el Hijo 1 pero de tal
dió la obediencia a través del dolor y llegó así a la per­
modo que, como no habiéndose hecho hombre -aun­
fección» (Heb 5 , 8). La obediencia, o sea, el adaptarse
que no por eso con dic h a imperturbada- , soporta en
a la entrega amorosa a Dios que el hombre debe llevar a

cabo -entrega que no conoce ningún dolor que no pro­


18. Es muy hermosa la fórmula de Karl Barth: «Dios, y preci­

ceda del pecado, y relativiza el dolor estructural y lo ha­ samente Dios Padre, sufre en la entrega y el envío de su Hijo, en el

abajamiento de éste. No sufre su propio dolor sino el dolor ajeno de


ce soportable- es ella misma dolorosa en un mundo
su criatura, el hombre, que acoge en Sí m is m o . Pero lo sufre en el

marcado por el pecado y el dolor; y lo es también para abajamiento de su Hijo; lo sufre con una hondura con la que ningu­

na criatura, ningún hombre -salvo ese hombre único que es su Hijo­


«el Hijo». Pero por este voluntario «com-padecimiento»
ha sufrido ni sufrirá [ . . . ] Esta compasión paternal de Dios es el mis­

terio, es el fundamento del abajamiento de su Hijo; es lo real, lo au­

17. Ch. Duquoc, Das Kreuz Christi 1111d das Leid des Menschen: téntico que se hace acontecimiento histórico en la muerte del Hijo

2
Concilium 12 ( 1 9 7 6 ) 592. en la cruz» (Kirchliche Dogmatik IV/2, Zollikon-Zürich 1 9 6 4 , 399).
84 El precio del amor ¿«Un precio demasiado alto»? 85

cuanto «Padre dotado de pleno poder», como se lo in­ da negatividad no resiste a la reconciliación última del

voca en los himnos litúrgicos, el dolor de la Creación, «Dios todo en todo». Léon Bloy decía: «El dolor pasa,

21.
y lo lleva a un final bueno. Dios, pues, no se ha intro­ pero el haber sufrido no» En efecto, donde el haber

ducido en el dolor de modo que escapen de su mano su sufrido ha acontecido por amor, rige la verdad de que el

ser y el ser de las criaturas. El dolor de la Trinidad es amor es lo que «permanece» ( 1 Cor 1 3 , 8).

soportado por el Padre, quien con ambas «manos», co­ El «precio demasiado alto» por el dolor a causa del

mo Ireneo de Lyon llamaba al Hijo y al Espíritu Santo, amor lo pagó, pues, Dios mismo. Como dice Gerd Neu­

hace manifiesto su amor en el mundo. haus: «El padre, al dejar marchar al 'hijo pródigo' con la
..
• !

Así es como cabe entender las conocidas palabras herencia que voluntariamente le lega, paga con su dolor

de Dietrich Bonhoeffer: «Sólo puede auxiliar el Dios el 'precio del amor'. Este dolor se sigue de la autorres­
19.
que sufre» La expresión «Dios sufriente» es también tricción voluntaria del poder que es esencial en el uso
1,

la auténtica respuesta a la pregunta de Johann B. Metz: dialógico de la libertad. No en vano, el padre podría ha­

«¿Cómo cabe hablar de Dios a la vista de la abismática ber obligado al hijo a quedarse en casa negándole su he­

historia de dolor del mundo, de su mundo'or". En la


rencia y se habría ahorrado el dolor de la separación, y

cruz se muestra que cuando el dolor se acepta por amor


asimismo se lo habría ahorrado al hijo en la fase poste­

y para superarlo, el dolor se halla rodeado por la pro­


rior de su arrepentimiento. Este trato no doloroso con la

mesa de la vida: la resurrección, respuesta del Padre a


libertad del hijo habría tenido también su precio: el hi­

la cruz del Hijo, es el comienzo de la superación de to­


jo habría quedado rebajado a objeto de la voluntad pa­

dos los dolores. Superación como eliminación y como


terna y se habría perdido la relación subjetiva que cons­

elevación creadora de sentido. Pues en el hecho de que


tituye la esencia del uso dialógico de la libertada".

Cristo lleve a la derecha del Padre por toda la eternidad


Dios, en cambio, ha pagado realmente él mismo el

los estigmas, se muestra que verdaderamente el dolor


«precio del amor», y hasta tal punto que todos los do­

halla acceso a Dios por toda la eternidad, y su ilimita-


lores de los hombres se pueden amparar en el amor del

com-padecer de Dios y encuentran en la c o m - p a s i ó n


19. D. Bonhoeffer, Widerstand uud Ergebung, München 1970,

394 (versión cast.: Resistencia y s11111isió11, Salamanca 2008). Sobre de Dios la fuerza para luchar contra el dolor, para re­

cómo K. Rahner se declaró en contra de la concepción de un Dios


sistirlo y para dotarlo de sentido.
sufriente, cf. G. Greshake, Der dreieine Gol/, 345ss. La declaración

decía: «Para s a l i r de mi impureza caótica y de mi desesperación no

me sirve de nada que Dios, digámoslo brutalmente, esté en el mis­ 21. Citado por W. Kern, Theodizee: Kosmodizee durch Chris­

mo caos impuro que yo» (P. lmhof - H. Biallowons [eds.], K. Rah­ tus, en J. Feiner - M. Lohrer, A1ysteri11111 salutis III/2, 5 7 6 .

ner i111 Gespriich Il, München 1 9 8 3 , 245s). 22. G. Neuhaus, Theodizee=Abbruch oder Anstoss des Gla11-

20. J. B. Metz, Theodizee-empfiudliche Gottesrede, 82. bens, Freiburg i . B . 1 9 9 3 , 264s.


86 El precio del amor ¿«U11 precio demasiado alto»? 87

EXCURSO que Dios reine sobre todo y en todo» (1 Cor 1 5 , 28).

Completar lo que aún falta al sufrimiento (Col 1 , 24) Sólo entonces su acción llega a su meta.

Hay, pues, también una forma de dolor que toma

El Hijo de Dios se ha introducido de pleno, como sobre sí el creyente en el seguimiento de Cristo, siem­

hemos visto, en nuestro mundo marcado por el dolor, y pre que conlleva y, al pie de la letra, agota mediante el

lo ha hecho literalmente suyo para enmendar, sufrien­ dolor, el mencionado conflicto entre el no del pecado y

do en su corazón y en su cuerpo, la escisión producida el sí de Dios; pero esto es un proceso que no se termina

por el pecado entre el incondicional sí de Dios y el no incondicionalmente con el final de la vida en el tiempo,

con el que el hombre le responde y que causa dolor. Pe­ sino que se prolonga en la «purificación tras la muer­

23.
ro Cristo llama a este camino suyo también a los que te», en el llamado purgatorio

creen en él, de modo que seguir al Señor significa siem­ El purgatorio -concepto que, por desgracia, se ha

pre y al mismo tiempo seguirlo en su vía dolorosa. Los ido deformando y cargando de cursilería- no es un «in­

discípulos deben «completar lo que aún falta en los su­ fierno temporal» ni un tribunal para la represalia, ni un

frimientos de Cristo por el cuerpo de Cristo, que es la expiar «restos» aún presentes de pecado o un sufrir cas­

Iglesia» (Col 1 , 24-25). He aquí una frase muy dificil de tigos que quedaron pendientes ( en la medida en que se

entender, que precisa ser aclarada. mantiene a la vista algo cuantitativo y contable). Más

«Completar» quiere decir hacer «completa» la ac­ bien es que el hombre, cuando después de la muerte

ción de Cristo, permitiendo los discípulos que ejerza entra en la luz de Dios, experimenta el poder aún re­

en ellos todos sus efectos y apropiándosela. «Lo que manente del no que produce dolor y el déficit de la in­

aún falta en los sufrimientos de Cristo»: faltar no en el tegración en él mismo, no plenamente lograda, del sí.

sentido de que la acción de Cristo no bastara, sino en «Ante el amor de Dios, el hombre sufre por falta de

24.
amor suyo» Por ello, todavía tiene que cumplirse en
el sentido de que las posibilidades ( o las «implicacio­

nosotros un proceso de maduración y de sanación que


nes») que latían en la acción del Señor y estaban en la

tenemos que representarnos como dolor por nuestro


dirección de realizarse, de hecho se realicen. Y no están

demasiado pequeño amor, por nuestro demasiado poco


plenamente realizadas mientras todo lo malo y mortífe­

ro, lo doloroso y lo que causa dolor en la Creación, no


23. Un interesante libro sobre el tema del purgatorio, que in­
esté realmente superado en y por los creyentes. Sólo
cluye además una completa bibliografía, es: H. Vordermayer, Die

cuando «todo le esté sometido» a Cristo, o sea, cuando Lelire vo111 P11rgatori11111 1111d die Volle11d1111g des Meuschen, Jnns­

bruck-Wien 2006.
todos los caminos de la humanidad hayan llegado en él
24. W. Kasper, Tod - Gericht - Jenseits: Herder Korrespon­

a su meta, «también él, el Hijo, se someterá[ . . . ] para denz 3 1 ( 1 9 7 7 ) 1 3 3 .


88 El precio del amor

decidido sí y por la aún no lograda reconciliación entre 5


el responsable y la víctima; como dolor que es «expre­

25
SUPERAR EL DOLOR
sión del anhelo de amorn .

Vuelve a mostrarse en estas reflexiones que la pre­

gunta: ¿Por qué el dolor?, no se interesa simplemente

por el origen del dolor o por si éste es compatible con

el Dios creador y bueno; sino que implica asimismo la

' l
pregunta: ¿A dónde conduce el dolor?, o bien: ¿A dón­
'
1
1 de es conducido por Dios? Al final el dolor será superado. No es ésta única­
1

1
, ,
mente una afirmación escatológica que expresa la es­

peranza de la victoria definitiva y última sobre el do­

lor; la esperanza cristiana no se dirige en exclusiva al

final como punto terminal, sino a la plenitud que ya

ahora está realizándose y va mostrando un anticipo de

su rostro en «pequeños» cumplimientos. Karl Barth

lo formuló muy b i e n : «La esperanza cristiana, como

es un ser actual en, con y a partir de la promesa del

setfuturo, será también siempre, sin por ello romperse,

tanto la gran esperanza como la pequeña esperanza:

expectativa a lo largo de la vida temporal, de la vida

eterna, y también expectativa temporal; confianza en

El que viene como fin y nuevo comienzo de todas las

cosas, y también confianza en que se está mostrando

previamente en medio de lo que aún transcurre y se

apresura a su fin y su nuevo comienzo [ . . . La prome­

sa] se refiere a lo último y definitivo, pero, por ello,

también justamente a lo penúltimo y previo; está toda


25. G. L. Müller, Fegfeuer. Zur Hertneneutik eines umstrit­
ella referida a la totalidad, pero, por lo mismo, también
te11e11 Lehrstücks in der Escliatologie: Theologische Quartalschrift

1 6 6 ( 1 9 8 6 ) 26. justa y concretamente a lo singular; toda ella se refiere


90 El precio del amor Superar el dolor 91

3
a lo que es Uno en todo, pero, por tanto, también jus­ jo del mundo futuro» y, con eUa, ha de anticiparse «en

tamente a todo en Uno. El porvenir prometido no es cierto modo, mas realmente, en este tiempo del mun­

sólo el del Día del Señor al final de todos los días, si­ do»4, la renovación de la realidad: un mundo sin dolor

no, precisamente porque éste es el final y la meta de ni lágrimas. Esto no puede suceder en un mundo mar­

todos los días, también es el porvenir inmediato del cado por el pecado y el dolor sin que quienes se com­

1 •
día de hoy y el de mañana» prometen en la superación del dolor caigan eUos mis­

En este sentido, la esperanza apunta a la superación mos en el dolor, como le ocurrió al propio Dios. Pero

del dolor; no sólo a su definitivo desarme, sino también «este dolor tiene sentido; causa alegría y serenidad [ . . . ]

a que, ya ahora, se quiebre la absoluta negatividad del no es un destino desdichado, sino que queda acogido en

dolor y comience a briUar el «anticipo» de su supera­ el marco de un plan liberador. Es, pues, el fruto de una

ción. Tal esperanza se realiza de múltiples modos. libertad valerosa y de la decisión de un hombre vale­
1,

Ante el dolor, nuestro reto consiste en apostarlo to­ roso»". Este dolor es «complemento de lo que aún fal­

do, en seguimiento de nuestro Dios, para erradicarlo: ta al dolor de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia»

las estructuras sociales injustas y penosas, el hambre y (Col 1 , 24); es c o rn - p a s i ó n con Cristo, que está puesta

la pobreza, las enfermedades, las relaciones huma­ bajo la promesa de la alegría (cf. 1 Pe 4, 1 3 ) y de la con­

cesión de la gloria (Rom 8, 1 7 ) .


nas deshechas. Y eUo, mediante el compromiso perso­

nal, mediante reformas sociales y, no en último térmi­ Sin embargo, mientras «la Creación entera suspira

y se lamenta» (Rom 8, 22), existe un dolor que no se


no, mediante la com-pasión. El que intenta eliminar el

puede superar. De lo que entonces se trata es de resis­


dolor está poseído por el Espíritu del amor y la espe­

tir tanto a la destructiva agresividad cuanto al aisla­


ranza, que se nos entrega en primicia para que nos pon­

miento en el dolor, que Ueva a la resignación; y así,


gamos al servicio de su venida definitiva.

mediante este resistir, «transformar» el dolor. «El do­


No les es lícito, por tanto, a los cristianos, como en­
lor se vuelve productivo cuando no engendra respues­
seña el concilio Vaticano II, «ocultar» su esperanza «en
ta agresiva. La agresión que se sufre y que desemboca
lo íntimo del corazón», sino que «deben realizarla ex­

2 en nuevas agresiones a otros individuos, produce nue­


teriormente, en las estructuras de la vida profana» . Ya
vo dolor en vez de transformarlo. Esta transformación
ahora tiene que surgir una «representación en bosque-

3. Concilio Vaticano 11, Ga11diu111 et spes, Constitución pastoral


3
1 . K. Barth, Kirchliclie Dogmatik J V / 1 , Zollikon-Zürich 1960, sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, 39.

1 3 1 . 4. C o n c i l i o Vaticano 11, Lumen gentium, 48.

2. C o n c i l i o Vaticano IJ, Lumen gentiuni, Constitución dogmá­ 5. L. Boff, Das Leiden, das aus dem Kampf gegen das Leiden

tica sobre la Iglesia, 2 5 . erwdclist: Concilium 12 ( 1 9 7 6 ) 549.


92 El precio del amor Superar el dolor 93

sólo puede tener lugar en el afectado mismo, porque lizar la fe en que el absurdo y la oscuridad no tienen la

6.
no se puede sufrir en representación de él» última palabra tampoco aquí y ahora. Espera que, ba­

Para la persona con fe, la transformación del dolor jo la luz de la promesa pascual de sentido, la experien­

ocurre, sobre todo, en la oración, en la queja que exige cia de su dolor se quiebre, «cambie su cualidad», y pa­

ver en el dolor un «sentido» y experimentar ya ahora, se a ser experiencia creyente de la presencia de Dios

al menos en primicia, la promesa pascual de la supera­ y de su prometida fidelidad. De esta manera, la oración

ción del dolor. Esta oración lleva en sí la promesa de de fe transforma el horizonte experiencia! en que se

ser escuchada. Pues cuando el orante presenta con fe encuentra el dolor humano. Se ordena éste en un nexo

su dolor ante Aquel que despertó a Jesús de entre los de sentido completamente nuevo incluso cuando, «en

muertos -acción por la que hizo recaer en nosotros la sí», el dolor permanece inmutado después de la ora­

promesa de la vida omniabarcadora-, el dolor queda ción de súplica.

extraído de su unidimensionalidad enrarecida, desinte­ Resulta fácil, desde luego, interpretar mal este «en

gradora y esclavizante. sí», por cuanto la experiencia del dolor no es ningún

Al descargar el hombre de sí y poner ante Dios su «en sí» objetivista, sino un dato que, precisamente en

miseria en la forma de grito desesperado, de queja o la medida en que es experiencia, sólo se muestra sub­

de súplica, quita ya a la desgracia su espina más honda, jetivamente refractada, bajo un determinado horizonte

es decir, su falta de salidas y su oscuridad. El dolor, ex­ de experiencia ya cualificado. Si este horizonte, alcan­

puesto ante Dios, queda situado en un espacio nuevo, zado por la promesa de la resurrección y del sentido

en un contexto nuevo. De aquí que, ya al pronunciar la omniabai·cante, varía, logra transformarse también la

súplica, le está dada respuesta. Cuando se presenta el experiencia de desdicha en experiencia de esperanza,

dolor ante el Dios que sufre, el orante se penetra de la consuelo, confianza y alegría. El dolor, por tanto, no

verdad de que no existe dolor humano que se pueda su­ permanece siendo el mismo que antes.

perar de otro modo que como lo supera Dios: por me­ Toda la tradición espiritual muestra que la oración

dio del amor. Además, en la oración el orante ofrece las no es para nuestro problema ninguna solución excesi­

múltiples desintegraciones y los incontables absurdos vamente armonizadora y comprada a bajo precio por la

de su vida y lo agresivo de la experiencia de la muer­ especulación, sino que es interpretación de la experien­

te en el horizonte de la promesa divina de vida. Expre­ cia concreta. ¿Cómo se puede legítimamente hablar de

sando su concreta experiencia de dolor, intenta actua- la oración que parte del dolor, si no es mirando a la

misma experiencia de la oración? En el Monte de los


6. A. M. K. Müller, Der Sturz des Dogmas vo111 Tdter: Luther

Monatschefte 1 3 ( 1 9 7 4 ) 470. Olivos, Jesús se quejó ante el Padre en su desdicha y


94 El precio del amor Superar el dolor 95

fue escuchado ( cf. Heb 5, 5- 7), aunque su circunstan­ na madura 7. Es ésta una convicción que se expresa en la

cia, «en sí» (¡qué punto de vista tan abstracto!), no va­ Escritura en ciertas frases que hablan del dolor como

rió. En esta misma línea de experiencia cristiana básica recurso educativo divino; pero es también una convic­

si sitúa también aquella exclamación del apóstol Pablo: ción que cada cual puede verificar en sí mismo. Una

«Aunque nos vemos acechados por todos lados, no es­ persona que no sufre o que apenas sufre, que se hurta a

tamos aplastados; aun sin tener escapatoria, nos mante­ todas las situaciones dolorosas de la vida y omite la so­

nemos animosos; estamos perseguidos, mas no abando­ lidaridad con los sufrientes, permanece en la puerilidad,

nados; abatidos, pero no perdidos; llevamos siempre los como un niño eterno. «Las personas que nunca han su­

sufrimientos mortales de Jesús en nuestro cuerpo, pero frido, nunca han vivido. Quienes están cubiertos de ci­

así la vida de Jesús se manifiesta en nuestro cuerpo» catrices albergan un fuego especial: han aprendido que

(2 Cor 4, 8). También: «Estamos muriendo y, sin em­ las heridas son como exámenes de la vida, pruebas de la

bargo, vivimos [ . . . ] Estamos afligidos, pero dichosos; vida que ponen de manifiesto nuestra fuerza, nuestras

8.
pobres, pero damos a muchos; gente que nada tiene, pe­ convicciones íntimas, nuestro carácter»

ro lo posee todo» (2 Cor 6, 9). La concreta experiencia Esto es verdad no sólo respecto del individuo, sino

del dolor y la muerte que tiene el apóstol está rota y so­ de la sociedad. Dorothee Salle señala: «Hay que pre­

metida por la experiencia de fe de la vida pascual pro­ guntarse qué ocurre con una sociedad en la que se evi­

metida y ya presente en primicia. Esta «dialéctica» de ta sin arancel alguno determinadas formas del dolor

experiencia de la muerte y consuelo pascual se prolon­ [ . . . ] en la que un matrimonio que empieza a verse co­

ga a todo lo largo de la historia de fe de la Iglesia. Ca­ mo insufrible se rompe rápidamente y sin más; en la

bría aducir innumerables ejemplos de ello. que, tras la ruptura, no quedan cicatrices; en la que las

No sólo este lanzarse de la fe a la promesa del rei­ relaciones entre las generaciones se deshacen a toda ve­

no futuro logra quitarle su aguijón de negatividad sin locidad, sin conflicto y sin dejar huella; en la que los

salida al dolor; también logra esta empresa la evidencia duelos son muy sensatamente breves; en la que los dis­

de que un determinado dolor aquí y ahora, que en sí no capacitados y los enfermos salen rápidamente de las ca­

hay modo de evitar, puede, precisamente como tal do­ sas y los muertos rápidamente de la memoria. Cuando

lor, ocupar en el desarrollo de mi historia vital un lu­


7. Con todo, resulta imprescindible tomar en cuenta la obser­
gar positivo, quizá incluso irrenunciablemente impor­
vación restrictiva de E. Kübler-Ross: «Puede ser que crezcamos con

tante, si se soporta en amor a Dios, en solidaridad con el dolor; pero no creo que estemos destinados a sufrir para poder

crecer» (Konnnerziaíisierte Leiden fiir verborgene Leiden: Conci­


el dolor de los demás y como participación del dolor de
lium 1 2 [ 1 9 7 6 ] 5 6 1 ) .

Dios. Sólo gracias a (ciertos) dolores es como la perso- 8. !bid., 563.


96 El precio del amor Superar el dolor 97

el cambio de pareja se lleva a cabo según el modelo de lo previsible y posible para el hombre. Así, algo que

la venta del coche viejo y la compra del nuevo, las ex­ perturba el sentido de la cotidianeidad de los hombres

periencias que se vivieron en la relación fracasada que­ y los saca de sus caminos intelectuales acostumbrados,

dan infecundas. No se aprende nada del dolor: no hay expresa signitiva pero visiblemente, en la inesperada li­
9.
nada que aprender» Cuando no se sufre, faltan la se­ beración de sus dolores, el amor de Dios y la promesa

riedad, la profundidad, la dignidad que son propias de la de la resurrección. Pero también confirma en la espe­

persona madura. Porque cuando el hombre no se quie­ ranza de recibir un día de Dios la patria en la que ya no

re enfrentar con lo obstinado y desintegrado de la reali­ existirá dolor ni queja .


.,11
dad; cuando, en la medida de lo posible, procura eludir
Se muestra de esta forma la permanente verdad de
..

�1'
todas las situaciones que producen dolor y se retira al
aquella frase sobre el dolor que escribió san Agustín:
t
caparazón de un «mundo seguro» que él mismo se ha
«El Dios omnipotente[ . . . ] como es sumamente bueno,

fabricado, queda siendo infantil, inmaduro, sin rostro.


,: no permitiría jamás la existencia de ningún mal en sus
1
Este reconocimiento del dolor como elemento positi­
,,1 obras si no fuera tan poderoso y tan bueno como para
1
vo de la historia de la vida, que no se hace gracias a una
1
lograr sacar del mal mismo el bien»!". Dios permite el
\

teoría general, sino en la praxis existencial, es él mismo


mal y los dolores porque su posibilidad es el envés ne­
obra del Espíritu de esperanza y amor y, por tanto, un
•I
cesario de una Creación que está llamada al amor y, por
anticipo, un primer nivel de la vida nueva prometida en
ello, a la libertad. Pero Dios mismo se introduce en es­
la resurrección de Jesús.
te mundo del dolor para transformar por el amor el do­
Y finalmente, cada hombre que se queja ante Dios
lor en el hombre y mediante el hombre, para superarlo.
de su situación desdichada sabe de cómo las oraciones
Ahora, fragmentariamente; un día, en plenitud.
son escuchadas en modos ocultos, sólo visibles para

aquel cuya mirada, precisamente en la oración de fe, se Hemos establecido así el marco teórico dentro del

ha agudizado en lo que hace a la presencia y la acción cual ha de moverse la personal elaboración del dolor:

de Dios. En casos especiales, pueden también adoptar sólo quien ama consigue soportar, integrar y superar el

para el orante, por su carácter de inesperados, casuales, dolor. El que sufre en amor y por amor, sigue el cami­

no suscitables, el pleno carácter de milagros. Por cier­ no del Dios que «prefiere sufrir con la Creación antes

to, milagros que, según el concepto bíblico, aluden a lo que retirarle su libertad»
1 1 ;
esa libertad que es el sen-

maravilloso que desborda todas las expectativas, todo

10. Agustín de Hipona, Enchiridion II, 1 1 .


9. D. Solle, Leiden, Stuttgart-Berlin 1973, 52 (versión cast.: 11. B. Langemeyer, Das Pha110111e11 Z11fl1/l 1111d die Frage 11ac/1
S11fri111ie11to, Salamanca 1 9 7 8 ) . der gottlichen Vorselntng: Geist und Leben 45 (1972) 40.
98 El precio del amor

tido de la Creación, a fin de que el hombre, en el sí li­

bre del amor, halle su destino definitivo en el diálogo

con Dios. Sufrir y superar el sufrimiento sufriendo es,

pues, el camino concreto del amor del Dios cuya om­

nipotencia no oprime a las criaturas, sino que las sitúa, SEGUNDA PARTE

para que vivan el amor, en la libertad y en ellas mis­

mas, a fin de traer un día la ciudad de la que está es­ VIVIR CON LÍMITES
crito: «Dios enjugará las lágrimas de todos los ojos; ya

no habrá muerte ni dolor, ni lamento ni fatiga, porque


'!I

1
todo lo viejo se ha desvanecido. Y he aquí que todo lo

hago nuevo» (Ap 2 1 , 4-5).

,,

1
¡I
1

LÍMITE Y EXPERIENCIA

D E L A MUERTE

LA ANGOSTURA PRODUCE ANGUSTIA

Los límites pueden ser para el hombre algo muy

beneficioso: regresamos a casa, cerramos la puerta y

entonces, como hemos puesto un límite entre nosotros

y el resto del mundo, nos encontramos a gusto. Los lí­

mites integran, resguardan y marcan protectoramente

el espacio en que podemos vivir. Por otra parte, la pa­

labra communio, tan de moda en los últimos tiempos,

pertenece a este contexto, según cuenta su historia lin­

güística. Los términos latinos munus y moenia signifi­

can muro o muralla de la ciudad, tras la cual se puede

vivir en paz y en común (de donde cum-munioi. En de­

finitiva, los límites pueden ser confines que delicada­

mente protegen y que integran.

Pero esto es sólo un lado de la cuestión. Los límites

también delimitan: me separan de lo que yo no soy ni

puedo ser, de lo que jamás podré alcanzar ni realizar.

En este sentido, incontables límites, puestos ahí irrefra­

gablemente, obstaculizan nuestras ilimitadas hambre y

r I
102 Vivir co11 límites Límite y experiencia de la muerte 103

sed de vida. Cuando hemos de aceptar restricciones y da, porque por ellos se constriñe y disminuye la pleni­

circunscripciones, cuando nos falta aquello que nuestra tud del vivir. Hay que reconocerlo claramente: la vida

vida exige, los límites se convierten en duras barreras no muere una sola vez «al final»; el hombre tiene que ir

que se oponen a nuestro anhelo de estar plenos, de estar entregándola pedazo a pedazo, sucesivamente. Cuanto

salvos, de autorrealizarnos completamente. Aparecen más viejo se es, menores son las propias posibilidades

entonces sólo como lo que estrecha, restringe, impide y vitales. Toda decisión de peso implicó limitar las opor­

destruye. Rozamos ásperamente contra ellos. Tales ex­ tunidades abiertas que se daban antes de la misma; to­

periencias de los límites son las que viven ante todo los do año vivido resta al total de la vida. Y, desde luego,

enfermos y, en especial, los que sufren sin esperanza de toda enfermedad, todo dolor, toda incapacidad, signifi­

curación, los que se encuentran inexorablemente impe­ can pérdida de fuerza y energía vitales. Las experien­

didos y los que están condenados a la inacción, a la de­ cias de límite son, pues, anticipo e incoación del límite

pendencia de los demás, o están conectados a aparatos


extremo que es la muerte. Y precisamente es esto lo

y medios auxiliares que los atan. Para ellos hay límites


que angustia.

que no se les aparecen más que restringiendo y dificul­


Por tanto, el «vivir con límites» no es sólo un pro­

tando la vida, que sólo producen estrecheces. Y lo que


blema que tengan los enfermos graves y los discapaci­

estrecha ocasiona angustia.


tados, aunque en ellos tome una intensidad especial y

La angustia, que surge donde existen límites que


de primerísimo orden; no, «vivir con límites» es, por

angostan el espacio vital, presenta innumerables ros­


principio, un problema que nos afecta a todos: todos los

tros. Y aunque propiamente tan sólo hay una angustia,


hombres vivimos una vida que va constantemente es­

la de la muerte, reviste distintas caras. En este sentido,


trechándose y al fin es aplastada por la muerte.
cualquier barrera, cualquier estrechez remite a la muer­

te como extremo límite de toda vida; y, a la inversa, la

muerte proyecta de antemano su sombra allí donde hay REPRESIÓN DE LA MUERTE

posibilidades vitales que se ven restringidas o elimina­

das para siempre. Así pues, la vida, con sus múltiples Cada uno de nosotros tiene conocimiento de este lí­

experiencias de límite, es siempre también, como ya mite extremo que es la muerte. Aun así, no son pocas

señalaba la más vieja sabiduría, un poco muerte. Enfer­ las personas que desarrollan una enorme capacidad pa­

medades, dolores e incapacidades, fracaso y decepción, ra reprimir la conciencia de este archilímite de la vida

envejecimiento y pérdidas no son sólo emisarios de la y se aplican muchísimo a ello. El sociólogo estadouni­

muerte sino efectivas presencias de la muerte en la vi- dense Goffrey Gorer habla directamente de una «pomo-
104 Vivir con límites Límite y experiencia de la muerte 105

1
grafía de la muerte» en la sociedad contemporánea , o se de límite. En vez de ser el lugar más fecundo del co­

sea, de que hablar de la muerte y confrontarse expre­ nocimiento, como dijo en cierta ocasión el teólogo Paul

samente con ella se siente hoy como algo indecente, al Tillich, hoy los límites suelen ser escamoteados a base

modo en que antes eran sentidas la pornografía y la per­ de mentiras. ¿Cómo es esto?

versión sexual. Piénsese tan sólo en palabras tabú como

cáncer o esclerosis múltiple, ejemplos de enfermedades

«EL MITO DE LA OMNIPOTENCIA NARCISISTA» Y LA «SO­


que devoran la vida, que muchas personas no se atreven

CIEDAD DE LAS VIVENCIAS»


a pronunciar y las reemplazan por largos giros, como si

fueran sucios términos pornográficos. También se debe


El mito fundamental de la modernidad es, precisa­
mencionar aquí el confinamiento de los viejos, los mo­
mente, la «locura del puedo hacerlo» o, como lo formu­
ribundos y los discapacitados en lugares apartados.
la el famoso psicoanalista Horst E. Richter, la «omni­
En todo esto se hace significativamente visible algo
4
potencia narcisista» . Se refiere con ello a la extendida
de la represión de la muerte. En vez de plantarse ante el
mentalidad según la cual se tiene derecho a todo, todo
límite radical de la vida, se lo escamotea con mentiras.
se puede hacer, todo se puede y se debe cambiar, pues­
Suele, además, procederse como decía tan descriptiva­
to que se considera que cambiar es siempre mejorar.
mente Blaise Pascal: «Ya que los hombres no han podi­
Pero donde se piensa que se tiene derecho a todo,
do encontrar medio de salvarse de la muerte, la miseria
que uno puede permitírselo todo y que aumentando los
y la ignorancia, para ser felices han optado por no pen­
rendimientos se puede llegar a ser más humano, «el
sar en ellaso", La consigna es disimular, reprimir, olvi­
hombre rentable amenaza con convertirse en ideal de la
dar; huir no parando de trabajar, haciendo la mejor de

sociedad humana, lo que comporta que el hombre inca­


las carreras; la fuga a un mundo de vivencias que anes­

3 paz de generar rentabilidad sea juzgado inútil y hasta


tesien, al optimismo barato o a auxilios químicos . Aho­

nocivo para esa sociedad. El hombre capaz de rendir y


ra bien, esta represión de la muerte como límite extre­

deseoso de rendir es, por tanto, el hombre al que se re­


mo que se constata de una forma tan amplia, va ligada

conoce hombre, mientras que el que no es capaz de ren­


muy hondamente con no querer reconocer ninguna cla-
5•
dir se vuelve irreconocible como hombre» No en va-

1 . G. Gorer, Die Pornographie des Todes: Der Monat 8 ( 1 9 5 6 )

58-62. 4. H. E. Richter, Der Gotteskomplex. Die Geburt 1111d die Krise

2. B. Pascal, Pe ns é es, Paris 1987, 176 (versión cast.: Pensa­ des Glaubens a11 die Allmacht des Menschen, Reinbek 1979.

mientos, Madrid 2004). . .. 5. E. Jüngel, «Der alte Mensch- als Kriterium der Lebensqua­

3. Cf. M. Fritzen, Diese seltsame Angst: Was ko111111t danach] : htat. Bemerkungen zur Menschenwürde der leistungsunfahigen Per­

FAZ-Magazin 59 ( 1 6 de abril de 1981) 12ss. sonen», en su l i b ro E11tsprec/11111ge11, München 1980, 3 1 9 .


106 Vivir con límites Límite y experiencia de la muerte 107

no, la persona que visiblemente está limitada (el enfer­ nales, las cuales suelen interpretarse como «variantes

mo, el doliente, el discapacitado, el viejo, el moribundo) reductivas de la vida humana normal y plenamente ca­

6.
se halla en oposición diametral a las fantasías de omni­ paz de funcionar» A esta visión tan extendida de la

potencia de la sociedad moderna. Precisamente por esto enfermedad y la discapacidad, que las considera défi­

los dolores, las enfermedades, las discapacidades, o sea, cits, se opone otra distinta. Para ésta, «la discapacidad

todo lo que limita, se reprime a los márgenes y, si es po­ no es como tal la capacidad funcional somática pertur­

sible, se le hace desaparecer. bada de una persona, sino el resultado de una comuni­

Tal es la tendencia de los últimos desarrollos de cación social dificultada e incluso destruida entre una

la diagnosis prenatal y de implantaciones, que tienen la persona que padece problemas orgánicos y su entorno

finalidad de lograr a cualquier precio que la vida enfer­ social [ . . . ] En consecuencia, la vida de la persona im­

ma e impedida no llegue de ninguna manera al mundo. pedida ya no es una variación a la baja del ser humano

¡Ay de los padres que se atreven a tener un hijo al que normal, sino una variante normal de la existencia hu­

se le ha diagnosticado previamente una discapacidad! 7.


mana puesta en condiciones dificiles»

El sistema afectivo de la sociedad ejerce sobre ellos Pero es justamente esta perspectiva, según la cual el

una presión enorme para que de ninguna manera trai­ auténtico problema de las discapacidades y las enfer­

gan al mundo a un ser limitado por la enfermedad y la medades terminales es el de la comunicación entre los

discapacidad. Hace algunos años, un médico escribía no impedidos y los enfermos, la que nuestra sociedad

en un renombrado periódico una carta abierta donde, desplaza por el hecho de que los sanos perciben la vida

entre otras cosas, decía: «La madre de un niño con gra­ de los discapacitados como anormal, como «experien­

ve discapacidad me confesó en mi consulta que su ma­


cia no elaborada de algo ajeno, o hasta como amenaza

yor problema era la actitud de rechazo de la sociedad. 8;


básica de su propio valorn incluso peor, la sienten co­

En gran medida, tenía que afrontar ella sola su situa­


mo perturbación de su estilo de vida y reaccionan en

ción. Debido a las experiencias negativas con su entor­


consecuencia.

no social [ . . . ] pensaba ahora que no volvería a traer al


En efecto, en la sociedad contemporánea no domina

mundo a un niño así». De modo que es la sociedad la


únicamente el «mito de la omnipotencia narcisista», si­

que, por sus fantasías infantiles de omnipotencia, no


no también la loca ilusión de que el sentido de la vida

consiente la vida de quienes están impedidos.

Acompaña a esto el hecho de que se reduce el estar 6. A. Lob-Hüdepold, Menschenbilder in der Ethik «beliinder­

ten» Lebens: Stimmen der Zeit 1 6 (2001) 60 l .


impedido y el estar incurablemente enfermo a dolen­
7. !bid., 6 0 l s .

cias médicamente bien registradas y anomalías funcio- 8. !bid., 602.


108 Vivir con límites Límite y experiencia de la muerte 109

se reduce a tener vivencias, a gozar del mayor número ren vivir indiscutiblemente su vida como una cadena in­

posible de experiencias. No en vano, una obra de Ger­ interrumpida de experiencias gratificantes, ¿cómo no

hard Schulze dedicada a analizar nuestra sociedad con­ han de ver en los marginados tan sólo elementos pertur­

temporánea lleva el elocuente título de La sociedad de badores muy desagradables y molestos, que no hacen

las vivencias ( «Die Erlebnisgesellschaft» ). En ella, el sino cubrir de sombras el ideal por el que ellos se em­

criterio de la vida plena y con sentido es la plétora de peñan: el de una vida de lujos y deleites?

las cualidades vivenciales subjetivas en absolutamente Sin embargo, son precisamente las personas que su­

todos los dominios. fren severas limitaciones quienes muestran de un modo

Por su parte, Thomas Propper ha llamado la aten­ claro e imposible de esquivar lo que con tanta aplica­

ción sobre el siguiente ejemplo, mínimo pero muy sig­ ción pretendemos reprimir, pasar por alto y no tomar en

nificativo: hace un tiempo, la publicidad de jabones lla­ consideración, o sea, el hecho de que todos nosotros,

maba la atención sobre su «eficacia limpiadora»; pasó sin excepción, tenemos que vivir con límites; con lími­

luego a destacar su «perfume», mientras que lo que hoy tes que constituyen el anticipo de ese gran límite que es
9.
se subraya es que tal o cual jabón «mima tu piel» O la muerte. En los enfermos graves, en los que sufren y

sea, que hasta asuntos tan banales como la limpieza se están impedidos, vemos que la vida de todos nosotros

sitúan en el horizonte de la cualidad subjetiva de viven­ -dicho con palabras de Kierkegaard- es una «enferme­

cia. Lo mismo sucede con todo lo demás: ya se trate de dad mortal».

túneles de lavado de coches, cursos de meditación, una El enfermo y el discapacitado son, pues, la verda­

discoteca o la Novena de Beethoven, todo se convierte dera refutación de esa loca ilusión actual de que somos

en vivencias que se hacen y se escenifican de modo que capaces de todo, y de esa tan ampliamente extendida

«uno se sienta a sí mismo» en ellas y experimente un opción vital que se atiene a la palabra programática vi­

indescriptible bienestar. vencias. «El otro que sufre me muestra el carácter ilu­

Pero entonces los marginados, o sea, los que no pue­ sorio de la expectativa de una vida sin dolor y un mun­

den disfrutar al máximo, los viejos, los enfermos y los do libre de sufrimientos»!'.

discapacitados, ¿qué podrán ver en esta sociedad de las Las personas con discapacidad nos estorban porque

vivencias «que no sea la cínica conjura de los que lo tie­ nos recuerdan nuestra propia limitación, nuestra de­

nen todo y están arriba»?" Y a la inversa, quienes quie-


pendencia, nuestra impotencia incluso; porque advier­

ten de que el hombre no puede encontrar su satisfac-


9. Th. Própper, Eva11ge/i11111 1111d freie Vernunft. Ko11t11re11 ei­

ner tlteologischen Hen11e11e111ik, Freiburg i . B . 2 0 0 1 , 36.

10. !bid. 1 1. K. Stock, Gottes wahre Liebe, Tübingen 2000, 2 3 1 .


Vivir con límites Límite y experiencia de la muerte 111
110

ción y el sentido de su vida en él mismo, sino que de­ manos son los hambrientos y oprimidos, los rechaza­

pende de los demás, de lo demás y, en última instancia, dos, los pobres y enfermos. En una situación así hay

de la transcendencia que desde la fe llamamos Dios: el que aprender a descifrar el lenguaje de la desgracia si

único que, en definitiva, puede llevar a su plenitud la se quiere redescubr i r la humanidad»!'.

En este contexto, la persona con discapacidad, el


vida humana tan repleta de límites.

enfermo incurable, o sea, aquellos en quienes se mues­


Podemos también decirlo de esta forma: los enfer­

tran límites con evidencia imposible de no percibir y


mos, los viejos y los discapacitados confrontan provo­

de pasar p or alto, significan justamente un reto m á xi­


cativamente a la sociedad con el hecho de que ser cria­

mo, una máxima provocación.


tura significa existir con límites. Dietrich Bonhoeffer

interpretaba bellamente el árbol prohibido del Paraí­

so como el símbolo de la limitación fundamental de la


APARTAR EN VEZ DE SOCORRER

existencia humana. De la misma forma que el árbol

«que señala el límite del hombre está en el centro -es­


¿C ómo reacciona a este reto la sociedad ? Ya hablé
cribía Bonhoeffer-, el límite del hombre está en el cen­
de cómo suele l i brarse en cuanto puede de los vie j os,
12
tro de su existencia, no en un margen» . Y el pecado
los enfermos y los discapacitados que necesitan cuida­

consiste precisamente en no aceptar el límite, en creer


dos. Se esconde el sufrimiento incurable ; q uien está

que por nosotros mismos podemos superarlo, reprimir­


afectado por él debe frecuentemente salir de la familia

lo, disimularlo o no reconocerlo. Es justamente así co­


y del ámbito p ú blico, porque angustia a nticipar las li­

mo el hombre se vuelve inhumano, y lo mismo la so­


mitaciones y la decadencia que nos amena z an acom­

ciedad. Y sabe Dios que tal fenómeno se está dando en


pañando muy de cerca cómo van perdiendo las fuerzas

nuestro mundo hoy. los enfermos, los que sufren y están impedidos ; nos an­

Así, un filósofo como Georg Picht, a la vista de es­ gu stia que l i teralmente nos pong an ante los ojos que el

ta ocultación actual de los límites que desemboca en lo modelo vital que se guía por la consigna: «Querer te­

inhumano, recuerda: «Hace mucho tiempo que lo que nerlo todo, querer vivirlo todo, querer rentabili z ar todo

es humano ha huido a refugiarse en la penumbra de la y querer permitirse todo», no va bien.

existencia: en la enfermedad, el dolor y la miseria. Hoy En consecuencia, los que sufren son apartados en­

los humanos no son los que se han acomodado, los viándolos al hospital , a la residencia de ancianos y a

hartos y los que se atienen a las normas [ . . . ] Los hu- los centros para discapacitados. Pero a menudo tampo-

12. D. Bonhoeffer, Scliopfung 1111d Fa//, München 1 9 6 8 , 60. 13. G. Picht, Mut zur Utopie, München 1969, 150.
1
112 Vivir con limites Límite y experiencia de la muerte 113

co en estos lugares se acepta, o ni siquiera se plantea, pecto de lo que más necesitan ayuda: en lo referido a

el reto que cada uno de ellos personalmente supone. afrontar sus limitaciones y, en definitiva, sus angustias.

En los hospitales y las residencias no es raro que el do­ Tienen que aprender a vivir con sus específicos límites,

liente se vea convertido en un mero «caso», o que se que muchas veces son enormemente graves; para ello

sienta tratado como un niño por cuidadores y enferme­ necesitan socorro y consuelo. El trato de puro cuidado

ros que ante él se arrogan el papel del más fuerte; tam­ clínico no llega muy lejos. El reto para el médico y el

poco es inusual que para los médicos la enfermedad o cuidador -como para los miembros de la familia- es no

la discapacidad misma despierte más interés que el pa­ sólo sanar, sino literalmente confortar. Pero sólo pueden
'11

1 ,

cumplir esta tarea los médicos, los cuidadores y los fa­


ciente. El enfermo, el discapacitado, se convierte así en

miliares cuando toman conciencia, admiten y recono­


simple objeto del arte médica y de la práctica del cui­

cen que el problema más hondo del discapacitado, del


dador. Horst E. Richter señala que «la disposición y el

paciente, del enfermo grave es también su problema:


funcionamiento de las clínicas [ . . . ] apenas recuerda ya

¿ Cómo se puede llevar una vida con sentido a la vista


que en ellas se trata de atender angustias y dolores hu­

de la muerte que constantemente la acosa y la invade?


manos concentrados en su punto álgido [ . . . ] Resulta

¿Cómo cabe vivir con límites y con la angustia que se


excepcional, como han demostrado ciertas investiga­

apodera de nosotros cuando nuestras ganas de vivir se


ciones de sociología médica, que alguien internado en

ven defraudadas y nuestras metas vitales aniquiladas?


estos centros disfrute de cinco minutos al día para ha­
Sólo el que afronta la limitación de la propia vida que
blar con el médico y las enfermeras».
supone la muerte puede ayudar a enfermos, pacientes e
Así pues, los pacientes se encuentran en tal atmós­
impedidos a manejar su crisis de todo sentido. Tal es el
fera con sus problemas intransferibles y personales.
requisito fundamental e indispensable de cualquier asis­
«Sufren por conflictos que no se han arreglado [ . . . ] An­
tencia realmente eficaz.
sían que se les ayude a mantener la moral alta para po­

14•
der resolver por ellos mismos sus problemas» Lo que
Ahora bien, ¿qué caminos hay que recorrer en con­
les importa es, sencillamente, sentir proximidad y sin­
creto para llegar a manejar las limitaciones -o sea, la
tonía humana en la desdicha de su enfermedad, de su
enfermedad, el dolor y la minusvalía- y cómo se pue­
discapacidad. Pero, en lugar de eso, no es excepcional
de prestar ayuda para lograrlo?

que se vean aislados y solos en los centros donde son

ingresados, porque les dejan a solas precisamente res-

14. H. E. Richter, Der Gotteskomplex, I 73s.


2

DIMENSIONES IMPLICADAS

EN EL MANEJO DEL DOLOR

· \

RECONOCER

Se trata de invitar a reconocer la verdad sobre el es­

tado en que uno se encuentra. Tocamos aquí un dilema

que se discute con frecuencia tanto entre los profesio­

nales de la sanidad como entre los agentes de pastoral:

¿Debe decírsele al enfermo, al paciente, la verdad?

En mi opinión, también en este caso tiene vigencia

la expresión de la Escritura: «La verdad os hará libres»

(Jn 8, 32). Y a la verdad pertenece asumir que quizá no

se pueda vivir durante mucho más tiempo, que se va a

estar impedido el resto de la vida, que no será posible

continuar con la actividad profesional, que se depende­

rá en adelante de la ayuda de extraños. «La verdad os

hará libres»; sólo ella vencerá la angustia que acecha en

lo secreto y el recelo que desconfía; sólo ella estimula­

rá a buscar sentido para lo que resta de una vida que ha

quedado dañada.

Pero hay que añadir de inmediato que no basta, que

puede ser engañoso y hasta equivocado comunicar sim-


116 Vivir con límites Dimensiones en el manejo del dolor 117

plemente a alguien la verdad sobre su estado y dejarlo a trar sentido es algo que no puede hacerse ge espaldas a

continuación abandonado a su suerte. Aceptar los lími­ la verdad y que no puede ocurrir sin que se verbalicen

tes es para todos, y desde luego para los enfermos gra­ las limitaciones que se experimentan: el sufrimiento, el

ves y los impedidos, y para sus familiares, un proceso dolor del cuerpo y la impotencia del alma. Sólo dialo­

que no se lleva a cabo simplemente con una conversa­ gando pueden descubrirse y abrirse nuevas posibilida­

ción, por buena que ésta sea. des y perspectivas. Al que se atreve a ver los límites y

No es conveniente dejar que los enfermos y sus fa­ a hablar de ellos, se le abre la oportunidad de encontrar

miliares hagan solos algo habitualmente tan dificil co­ un sentido nuevo a la vida.

mo es procesar la verdad. Sin duda, la auténtica razón

de que se prefiera mantener a los enfermos y a los dis­

MADURAR
capacitados en ilusiones y falsas esperanzas acerca de

su estado radica en que, de este modo, los sanos, ca­


Comenta André Gide: «Creo que las enfermedades
llando o encubriendo con embustes la realidad, se que­
son llaves que nos abren ciertas puertas. En todo caso,
dan ellos mismos tan tranquilos a un lado, y se ahorran
la buena salud normalmente no nos permite entenderlo
el tener que ayudar al enfermo en el trabajoso proceso
1•
todo» Tiene razón este escritor francés cuando pone
de asumir y manejar su dolor y de hacer el duelo co­
de relieve con estas palabras el hecho de que la enfer­
rrespondiente a su situación.
medad, el dolor, el envejecimiento y el morir pueden
Así al menos lo ha observado Elisabeth Kübler­

poner en marcha un proceso de aprendizaje y madura­


Ross, para quien el hecho de que con tanta frecuencia

ción tan importante como la vida activa y saludable. Es


se deje solos a los moribundos va esencialmente unido

ésta una evidencia a la que en absoluto permite que se


con el hecho de que ni los médicos, ni los cuidadores,

abra paso la sociedad moderna, buscadora de rentabi­


ni la familia se plantean el reto que para ellos mismos

lidad y vivencias gratificantes, ansiosa por alcanzar la


significa tener que acompañar a alguien en el camino

quimera de la juventud, el éxito y la salud.


hacia la aceptación del límite extremo. Sin embargo,

¿Cómo se realiza esta maduración y cómo se �fron­


callando la verdad y reprimiendo las preguntas recelo­

ta en ella el sufrimiento? En el dolor, el hombre se ve


sas se priva a los enfermos y discapacitados de la posi­

retrotraído a sí mismo de manera inaudita. El dolor ha­


bilidad de asumir su dolor y su discapacidad, y de en­

contrar aún sentido a su quizá ya limitadísima vida. ce que uno fije toda su atención en sí mismo. «La re-

Donde dominan las ilusiones, el rechazo, la protes­


l . Citado por R. Ruthe, Krankheit muss kein Schicksal sein,

ta, no queda lugar para la elaboración del dolor. Encon- Wuppertal 1975, 64.
118 Vivir con límites Di111e11sio11es en el 111a11ejo del dolor 119

gión del cuerpo que duele parece extenderse enorme­ da en que les demuestra que, pese a su debilidad, con­

4.
mente, invadir las demás regiones y hacernos olvidar servan al menos un poder: el de hacer daño»

que existen. No se es más que muela, cabeza, estóma­ En efecto, la enfermedad puede dar pie a un egoís­

go . . . »2, dependiendo de qué nos duele. Cuando vive mo brutal que abusa de los próximos. Pero si el sufrien­

feliz, la persona sale de sí misma, mientras que «el do­ te combate esta tentación de convertirse en el centro de

lor, en todas sus formas, la lleva a cerrarse a todo lo todo y, con la ayuda de las buenas personas que le ro­

que no está de un modo u otro en relación con él. Tal li­ dean -y normalmente tras un proceso largo y doloro­

mitación del campo de percepción, tal andar constan­ so--, consigue salir de sí en vez de hacerse un ovillo so­

temente vuelta hacia sí, no afecta exclusivamente a la bre sí mismo, y logra aceptar con paz su situación en

esfera emocional, sino también a la intelectual[ . . . ] El vez de protestar, es que ha superado en gran medida el

afectado se pregunta por qué ha de doler tanto y duran­ reto y la prueba que le ha propuesto el dolor, y que le

te tanto tiempo esta herida, este órgano, esta parte del abren a la vida de una forma enteramente nueva.

cuerpo. ¿Por qué precisamente yo, precisamente ahora, Salir de sí: tal es la meta y, al mismo tiempo, el ca­

precisamente aquí? [ . . . ] L a s preguntas espoleadas por mino auténtico y la piedra de toque del manejo del do­

3.
el dolor tienen la índole de la protesta» lor. Pero salir de sí es también una actitud que perte­

Pero la protesta conduce a la agresividad. Es como nece al centro de la fe cristiana en la forma del salir de

si el enfermo expulsara fuera de sí los dolores y las mi­ sí para abandonarse en Dios. La Escritura enseña que

nusvalías proyectándolos en forma de odio sobre otros «quien pierde su vida, quien la abandona, la ganará»

factores y otras personas. Sabemos bien que los que (Le 1 7 , 33). Formulado más en general, quiere decir es­

sufren y quienes se ven impedidos pueden llegar a ser to que quien se desprende de las fantasías de omnipo­

muy agresivos, malignos e incluso brutales, a veces de tencia pueriles e inanes y reconoce que no se puede asir

modo muy sutil. Friedrich Nietzsche, por ejemplo, re­ la vida y exprimirla, como un limón, hasta la última go­

salta esto: «Cuando uno vive en contacto con personas ta; quien ha comprendido que ha recibido de Dios como

enfermas y deprimidas, se pregunta si sus clamorosas un «préstamo» la vida, para que la haga fructificar den­

quejas, sus gemidos y la expresión de su desdicha no tro de sus numerosas limitaciones y restricciones (que

persiguen en el fondo la finalidad de hacer daño a quie­ todos tenemos siempre, aunque sean diferentes en cada

nes están a su alrededor: la compasión que éstos les ma­ uno), es el que, finalmente, ha llegado a ser una persona

nifiestan consuela a los débiles y dolientes en la medí- madura; el que, finalmente, vive con pleno sentido. Por-

2
2. H. Plessner, Lachen 1111d Wei11e11, Bern 1 9 5 0 , 77. 4. F. Nietzsche, Menschliclies, Allzumenschliches, edición de

3. F. J. J. Buytendijk, Ü b e rden Sclimerz, Bern 1 9 4 8 , 23s. K. Schlechta, München 1966, 486.


120 Vivir con límites Dimensiones en el manejo del dolor 121

que el logro supremo de la vida, que un día se nos exi­ más íntimo y más apasionado cuando se espera morir

7
girá a todos, consiste en, como lo expresa la psicóloga pronto, sino que la vida entera se enriquece» •

suiza Margrit Erni, «afrontar la muerte y poder dejar En efecto, la vida de quien asume el límite que es la

nuestra vida, con sus logros y sus éxitos. Se trata, por muerte y todas las limitaciones que hacen a ésta presen­

tanto, del más dificil empeño: consentir que algo suce­ te, gana en hondura, y sin tal experiencia transcurre su­

5.
da con nosotros mismos» perficial y hasta puerilmente. «Las personas que nunca

Quien se deja y se abandona es sostenido. El que han sufrido, nunca han vivido. Quienes están cubiertos

puede morir es también el que puede de veras vivir, de cicatrices albergan un fuego especial», insiste Elisa­

8
con pleno sentido. Por esto, no son pocas las personas beth Kübler-Ross . Sólo se vive con intensidad, auten­

para las que la experiencia de la enfermedad, el dolor o ticidad y madurez si se aceptan las propias limitacio­

la discapacidad soportada en el pasado o en el presen­ nes dolorosas. La vida humana es fecunda únicamente

te con fe, ha significado el descubrimiento de la ver­ cuando puede abandonarse y entregarse con la esperan­

dadera existencia humana, la cual no se realiza en el za de que así se ganará. Podemos remitir al hecho de

afán de poseer y aferrarse, sino en el abandono. Cuan­ que en la historia de la humanidad las carencias físi­

do así ocurre, son verdad también respecto de la enfer­ cas y los dolores psíquicos han sido a menudo el punto

medad y la discapacidad aquellas hermosas palabras de partida de logros supremos en el arte, la filosofia, la

de Teilhard de Chardin: «Para el que cree, todas l a s c o ­ ciencia y la economía; es una verdad que vale para to­

6.
sas resplandecen» dos los hombres sin excepción. Y tal es el mensaje que

Tener el límite de la vida a la vista y aceptarlo pue­ constantemente enseña la Biblia: sólo el grano de trigo

de desembocar en un enorme incremento de la inten­ que muere da fruto; sólo quien entrega su vida la gana.

sidad con que se vive. En este sentido, el filósofo Wil­

helm Kaufmann escribió una vez: «Para la mayoría de


AMAR
nosotros, la muerte nunca llega en buen momento. Gra­

cias al sentimiento de que la muerte está lejos y no im­


Mientras que el término «madurar» tomaba en con­
porta, las vidas se malogran, se echan a perder [ . . . ] Se
sideración más bien la actitud vital para consigo mismo
lleva una vida mejor cuando se tiene acordada cita con
del hombre sufriente, la palabra «amor» lo considera en
la muerte. No sólo el amor puede hacerse más hondo,

7. Expongo más ampliamente esta idea en G. Greshake, Star­


1 3
5. M. Erni, Grenzen erfahren, Olten-Freiburg i . B . 1 9 7 8 , 68. ker als der Tod, Mainz 2 0 0 1 , 54s (versión cast.: Más fuerte que la

6. Citado por F. Wetter, Gelieimnis unserer Hoffuung, M ü n ­ muerte. Lectura esperanzada de los «Novísimos», Santander 1 9 8 1 ) .

chen 2000, 56. 8. E. Kubler-Ross, Konunerzialisierte Leiden, 563 .


122 Vivir con límites Di111e11sio11es e11 el 111a11ejo del dolor 123

sus diferentes relaciones. Si es verdad lo que dijimos al neja, manifiesta la preeminencia de la persona respecto

principio, o sea, que la vida del discapacitado y del en­ de la rentabilidad y el rol social. Es justamente así como

fermo grave no es una «variante a la baja» de la vida puede volverse para su entorno un signo e incluso una

normal, sino una «variante normal de la existencia hu­ fuente de energía. En este sentido, resultan muy acerta­

mana puesta en condiciones diflciles», importa enton­ das estas palabras que escribió Hans Herzog: «Aún más

ces construir tales relaciones entre quienes no están que los enfermos a los sanos, necesitan los sanos a los

impedidos y quienes sí lo están, relaciones que den co­ enfermos. Los enfermos caen en la cuenta antes que los

mienzo a «condiciones positivas». Para ello, resulta sanos de hasta qué punto la pura glorificación de la vi­

esencial que las personas que no están impedidas se es­ da es cuestionable y ambigua. El ser humano individual

fuercen en que la comunicación con los enfermos no y la sociedad, tanto la que está sana como la que es­

degenere convirtiéndose en una vía de un solo senti­ tá enferma, e incluso la sociedad que hace enfermar a

do, sino en una experiencia donde también ellos se en­ sus miembros, únicamente recuperan su sentido donde

riquecen. Las personas que sufren pueden desplegar, y cuando el dolor, la enfermedad y la muerte se aceptan

9.
precisamente debido al dolor que aceptan y consienten, como parte de la vida y no se los intenta escamotear»

una inmensa capacidad de amor y una enorme irradia­ Desde mi punto de vista, este mensaje debería, a ser

ción amorosa. Cuando en las familias o las sociedades posible, ser transmitido amorosamente por el discapa­

hay un enfermo grave o un discapacitado, es muy fre­ citado, pero también ser a su vez amorosamente recibi­

cuente que él constituya su centro secreto. do por los demás.

¿ Cómo se puede entender que un enfermo sea pre­ Naturalmente, no es sólo el enfermo quien da. Al

cisamente el centro de su familia? En primer término, ser aceptado, afirmado y amado por los que están cerca

la familia se mantiene unida, literalmente, por los co­ de él, sobre todo por los miembros de su familia y por

munes cuidados al enfermo. Va toda ella en la misma sus amigos, y al ser, además, reconocido en su valor e

dirección; tiene una tarea común, una meta común. Y el importancia, logra él también afirmarse y aceptarse

paciente ha de aceptar ser el objeto de la ayuda y el cui­ a sí mismo con sus limitaciones. Intercambiando amor,

dado de los demás; tiene que aceptarlo sabiendo que, al dando y recibiendo, es como tiene lugar el verdadero

estar dispuesto a dejarse ayudar, es simultáneamente manejo del dolor. «Quien ama puede sentir dolores, te­

quien da; porque los demás pueden experimentar muy ner atormentada el alma y amenazado el cuerpo; si ama

de cerca en él que cabe vivir, incluso padeciendo limi­ y mientras ama [ . . . ] lleva en sí la dicha que no puede

taciones, con ánimo, con valor, con agradecimiento. Ya


9. H. Herzog, «Krankheit als Schicksal», en Schicksal? Gre11-

en su existencia, y sobre todo en el modo como l a m a - zen der Machbarkeit, München 1 9 7 7 , 1 7 l s s .


124 Vivir con límites Dimensiones e11 el manejo del dolor 125

tocar ningún dolor»!". Esta tesis de Ladislaus Boros es ESPERAR

una antigua y profunda sabiduría que ya se encuentra

en Agustín de Hipona. También es Agustín quien ve tal Ocurre algo extraño con la esperanza: tiene dos ros­

amor fundado últimamente en D i o s . Y puesto que es tros 1 2 . Existe esa forma de la esperanza en la que uno

Dios quien dice a cada hombre su «sí» inquebrantable, espera que le sucedan ciertos acontecimientos determi­

todos estamos invitados y capacitados para decirnos sí nados; por ejemplo: espero curarme, espero vivir más

a nosotros mismos y decirlo a los demás, quizá tras un tiempo, espero alcanzar las metas vitales que llevo per­

proceso trabajoso y paciente, y a pesar de todos los lí­ siguiendo desde hace tanto. Esta clase de esperanza se

mites, todas las restricciones y todos los impedimentos. ve defraudada con mucha frecuencia. Sin embargo, ta­

Pues el amor de Dios que, como dice Pablo, ha sido de­ les decepciones no deben abocarnos a desesperar por

rramado en nuestros corazones, tiene largo aliento; no completo, a abandonar toda esperanza. La des-ilusión

se deja cegar ni amargar. «Lo soporta todo [ . . . ] lo es­ puede también querer decir la liberación de las ilusio­

pera todo, lo resiste todo» ( 1 Cor 1 3 , 4 . 7 ) . nes; puede, precisamente, construir así una forma nue­

Así, pues, también es el amor el que supera la an­ va de la esperanza; una esperanza que ya no se expresa

gustia y pone en tela de juicio la inalterabilidad de los en oraciones completivas. Es ésta una esperanza que ya

límites; incluso los hace saltar por los aires. Si es cier­ no tiene un contenido fijo, sino que levanta cabeza jus­

to que, como dijimos al principio, toda experiencia de tamente cuando se quiebran todas las esperanzas que sí

límite es un anticipo del límite de la muerte, también poseen un contenido determinado.

es verdad la expresión del Cantar de cantares: «Más Con la palabra «espero» confiesa el que espera que

fuerte que la muerte es el amor» (Cant 8, 6). En nues­ nada de lo que sucede ni nada de lo que pueda suceder

tro tiempo, Gabriel Marcel ha escrito esta variación: queda para él inapelablemente concluido. Él edifica so­
11.
«Amar a alguien significa decirle: No m o r i r á s » El bre la base de que lo que parece sin salida y perfecta­

amor constituye la protesta más radical contra la muer­ mente fijo no es lo definitivo, sino que todo linda con

te y, por tanto, contra todos los límites. Amando, la vi­


un sentido último: todo desemboca en una reconcilia­

da se experimenta como más fuerte que la muerte, y


ción y una sanación últimas, sin que él sepa ni cómo

las perspectivas de la esperanza más dilatadas que los


sucederán ni en qué consisten. El que espera, suele es­

límites presentes. El amor es, así, el auténtico poder de


perar, justamente, contra toda desesperanza.

la esperanza.

12. Id., Homo viatot: Philosophie der Hojji11111g, München 1957,

10. L. Boros, Erlostes Dasein, 23. 58 (versión cast.: Hamo viatoi: Prolegomenos a una metafisica de la

1 1 . G. Marcel, Geheimnis des Seins, Wien 1 9 5 2 , 472. esperanza, Salamanca 2005).

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126 Vivir con límites Dimensiones en el manejo del dolor 127

¿En qué se basa esta esperanza? ¿Cabe dar razón todo, la fe cristiana en la resurrección de los muertos y

responsable de ella? Desde luego, no es incorrecto de­ la vida eterna testimonia esta esperanza que no frustra

cir que la esperanza se basa en una especie de con­ límite alguno. De aquí que Pablo, en su Carta a los ro­

fianza originaria e «innata» en la vida, en el sentido de manos, ponga «los dolores del tiempo presente» a la luz

las palabras de Gabriel Marcel, según las cuales «en la de la esperanza de la gloria futura, prometida por Dios

raíz de la esperanza hay algo que nos es literalmente ( cf. Rom 8, 1 8 - 3 9 ) . Esta esperanza no elimina la furia

innato». Otra frase suya afirma que la esperanza «es la del dolor ni el lastre de las discapacidades, pero mantie­

13.
materia de la que quizá esté hecha nuestra a l m a » O ne en constante alerta el «grito apocalíptico»: «¿Dónde

sea, que hay en las profundidades del hombre una ex­ está Dios?», ¿dónde está el Dios que prometió al ser hu­

traña fuerza que dice: «A pesar de todo»; que está se­ mano una vida dichosa, sin límites ni obstáculos? Y en

gura de que la vida ajena o propia con minusvalías, in­ este grito que es a la vez queja y protesta, y también es­

capaz de rendir, marcada por la muerte, también tiene peranza y confianza, puede el hombre afirmarse en la fe

sentido. Es un poder que se opone a la realidad fáctica, y hallar suelo firme bajo sus pies.

infectada por la muerte, y la desafia. Para el que intenta afrontar su dolor a la luz de la fe

Hasta la filosofia crítica de la modernidad sabe de cristiana, se añade aún algo más: el Dios de la Biblia

tal esperanza. En este sentido, por ejemplo, Theodor W no es un Dios que se sienta en su trono, en las alturas

Adorno escribe: «Al final, la esperanza, en lucha con la olímpicas, y reina sobre el valle de lágrimas de este

realidad y desafiándola, es la única figura con la que mundo y se desentiende de los abismos de su Creación

aparece la verdad»
14

en su vida de dicha eterna, como mirando desde arri­

ba, a distancia, como un sádico, al hombre que sufre.


Sin embargo, es precisamente en la cuestión de la

No; en medio de la fe cristiana se alzan la cruz y el


fecundidad y el fundamento de la esperanza donde se

Dios crucificado: un Dios que se deja alcanzar y con­


bifurcan los caminos de los hombres. En este sentido, el

cernir él mismo por el dolor del hombre. El propio


creyente apuesta por Dios como fundamento de su es­

Dios, en su Hijo, se ha introducido en los oscuros abis­


peranza: «Te llamé por tu nombre; eres mío» (Is 43, 1 ) .

mos de la humanidad y los ha acogido en sí para expo­


Y sabe, por tanto, que si el hombre pertenece a Dios,

ner a la luz liberadora de la esperanza lo aporético, lo


pertenece a la vida y puede esperar sin reservas. Sobre

irrespirable y absurdo de la enfermedad y el dolor, del

13. !bid. verse impedido y la impotencia.

14. Th. W. Adorno, Mínima moralia, Frankfurt 1 9 8 2 , 1 2 3 (ver­


Esta fe cristiana en la c o m - p a s i ó n de Dios con el
sión cast.: Mínima moralia. Reflexiones desde la vida dañada, Ma­

drid 2004). hombre es un pensamiento no ajeno a la fe judía. Elie


128 Vivir con limites Di111e11sio11es e11 el 111a11ejo del dolor 129

Wiesel, un judío testigo presencial del campo de exter­ de esta esperanza le llega del médico, de los enferme­

minio de Auschwitz, relata este suceso: «Los SS ahor­ ros y los cuidadores.

caron a dos hombres y un chico judíos ante toda la Yo mismo he vivido lo siguiente: cuando hace unos

gente del campo reunida. Los hombres murieron rápi­ años tuve que someterme a una serie de operaciones

damente; la lucha del chico con la muerte duró una me­ más bien complicadas, un médico asistente que me ha­

dia hora. '¿Dónde está Dios? ¿Dónde está?', preguntó bía tratado poco antes de la primera gran operación vi­

alguien detrás de mí. Cuando después de largo rato se­ no a saludarme. Al terminar su visita, justo cuando sa­

guía el chico retorciéndose en la horca, oí que aquel lía de la habitación, se volvió y dijo con toda sencillez

hombre volvía a exclamar: '¿Dónde está Dios ahora?'Y (aún me parece oír el extraño acento eslavo de su voz):

oí una voz en mí que decía: '¿Que dónde está? Ahí está «Todos estamos en las manos de Dios». Seguramente,

15
[ . . . ] Ah í está, pendiendo de la horca'» • el médico no sabía que soy sacerdote, de modo que no

El Dios de la revelación bíblica sufre con el que cabe sospechar que sólo quería darme la impresión de

sufre y en los que sufren, a fin de estar con ellos y lle­ que era un hombre piadoso.

varlos a una vida sin límites. Partiendo de esta convic­ Estas palabras, dichas por la boca de un médico, me

ción de fe, incontables personas han encontrado fuerza hicieron un bien indecible. Expresaban que tanto sanos

para vivir con sus limitaciones y sus dolores y para es­ como enfermos vamos en el mismo barco, porque todos

perar. A nadie se le puede hacer una demostración de experimentamos, cada uno a nuestro modo, los límites

esta fe y esta esperanza; pero cuando alguien, quizá en de nuestra vida, anticipaciones del gran límite angustio­

medio de todas las impugnaciones imaginables, lleva so de la muerte. Pero sanos y enfermos vamos también

en sí esta esperanza de fe, se ve desafiado a exponerla en el mismo barco en la medida en que mantenemos en

y testimoniarla a quienes experimentan los límites con común la esperanza y podemos reforzarnos los unos

dolor; no indiscreta e importunamente, con la insisten­ a los otros en ella: «Todos estamos en las manos de

cia del sectario, sino como sencillo testimonio de la Dios». Se puede vivir con límites, se puede manejar el

propia vida; pues la esperanza se transmite a través de dolor no con represiones y silencios, sino mirando vale­

ejemplos, a través de hombres que esperan. Cuando el rosamente el límite y aceptándolo, siempre con la espe­

entorno de un enfermo, de alguien que sufre, está mar­ ranza de que el límite no tiene la última palabra.

cado por el testimonio de esta esperanza, adquiere pa­

ra él infinita importancia, en especial si el testimonio

15. Citado según J. Moltmann, Der gekreuzigte Gott, München

1972, 262 (versión cast.: El Dios crucificado, Salamanca 2009).


ÍNDICES
ÍNDICE DE CITAS BÍBLICAS

ANTIGUO TESTAMENTO

Génesis 3, 1 6 - 1 9 : 70 Cantar de los cantares 8,

Isaías 4 3, 1 : 1 2 6 6: 124

Isaías 57, 1 5 : 79 Job 1 3 , 4 : 25

Isaías 63, 9 : 79 Job 1 9 , 2 - 3 : 25

Salmo 9 1 , 1 5 : 79 Job 2 1 , 34: 25

NUEVO TESTAMENTO

Mateo 27, 4 6: 9 2 Corintios 4, 8: 94

Lucas 1 7 , 3 3 : 1 1 9 2 Corintios 6, 9 : 94

Juan 8, 3 2 : 1 1 5 Colosenses 1 , 24: 86, 9 1

Romanos 8, 1 7 : 9 1 Colosenses 1 , 24-25: 86

Romanos 8, 1 8 : 75 1 Timoteo: 1 , 1 5 : 5 8

Romanos 8, 1 8 - 3 9 : 1 2 7 Hebreos 2, 1 8 : 83

Romanos 8, 22: 9 1 Hebreos 5, 5-7: 94

Romanos 8, 2 6 : 83 Hebreos 5, 8 : 82

1 Corintios 1 2 , 1 2 - 3 0 : 5 8 1 Pedro 1 , 20: 80

1 Corintios 1 2 , 26: 58 1 Pedro 4, 1 3 : 9 1

1 Corintios 1 3 , 4 . 7 : 124 1 Juan 1 , 6 : 33

1 Corintios 1 3 , 8 : 85 Apocalipsis: 2 1 , 4-5 : 98

1 Corintios 1 5 , 2 8 : 87
ÍNDICE DE NOMBRES

Adorno, Th. W.: 126 Dolna, B . : 80

Agustín de Hipona: 20, 84, Dostoievski, F. M . : 73, 75

97, 124 Duquoc, C h . : 82

Alszeghy, Z . : 3 7

Ammicht-Quin, R . : 23 Eleazar ben Pedath: 79

Anselmo de Canterbury: 56 Epicuro: 17

Erni, M . : 120

Barth, K.: 80s, 89s

Barthélemy, D.: 79 Feiner, J.: 1 8 , 3 7 , 62, 85

Berger, K . : 27 Flick, M . : 37

Berger, P. L . : 19 Fohrer, G . : 79

Bloy, L . : 85 Fritzen, M . : 104

Blumenthal, D. R . : 46

Boff, L . : 26, 9 1 Gerstenberger, G . : 10

Bonhoeffer, D.: 84, 1 1 0 Gide, A . : 117

Boros, L . : 69, 1 2 4 Gorer, G . : 103s

Brantschen, J. B . : 52 Gottfried de Estrasburgo:

Buber, M . : 79 16

Büchner, G: 30s Greshake, G . : 5 1 , 80s, 84,

Burkle, R . : 75 121

Buytendijk, F. J. J.: 1 1 8 Gross, W.: 11, 3 2 - 3 6 , 45,

5 3 , 56s, 79, 8 1

Coutureau, J. C . : 3 5 Guardini, R . : 3 8 , 54, 77

David, J.: 62 Hawking, S . : 65

Dirks, W.: 3 8 Henrix, H. H . : 5 1 , 7 5 , 79


136 Índice de nombres Índice de nombres 137

Herzog, H . : 123 Marce), G . : 124, 1 2 6 Teilhard de Chardin, P.: 64, Weil, S . : 74s

Heschel, A . : 79 Mauser, U.: 80 66s, 1 2 0 Weizsacker, C. F.: 70

Metz, J. B.: 26s, 31, 45, Tillich, P.: 105 Wetter, F.: 120

Ignacio de Loyola: 5 8 4 9 , 5 1 , 5 6 , 78, 8 1 , 8 4 Tomás de Aquino: 48 Wiesel, E . : 128

Imhof, P.: 84 Moltmann, J.: 9, 8 1 , 1 2 8

Ireneo de Lyon: 84 Müller, A . M . K . : 92 Voltaire: 9 Zenger, E . : 25

Müller, G. L . : 88 Vordermayer, H . : 87

Janssen, H. G . : 26

Jüngel, E . : 105 Neuhaus, G . : 85

Nietzsche, F.: l l 8s

Kant, I. : 2 1 s

Kasper, W.: 87 Oeing-Hanhoff, L . : 70

Kaufmann, W.: 120 Oraison, M . : 59

Kern, W.: 3 7 , 62, 85

Kessler, H . : 20, 27, 34, 47, Pascal, B . : 76, 1 0 4

65 Pesch, O. H . : 18

Kierkegaard, S.: 43, 49s, Picht, G . : l IOs

109 Plessner, H . : 118

Kitamori, K . : 8 1 Própper, T h . : 3 1 s, 48s, 1 0 8

Kreiner, A . : 1 1 , 26, 29, 3 1 ,

6 5 , 6 8 , 75 Rahner, K.: 23, 33s, 37,

Kübler-Ross, E . : 95, 1 2 1 48,55,67,81,84

Küng, H . : 23s Ravasi, G . : 26, 3 5

Kuschel, K. J.: 1 1 , 32-36, Richter, H. E . : 105, 1 1 2

45, 5 3 , 56s, 79, 8 1

Scheuer, M . : 3 5

Lactancio: 17 Schiller, F. von: 48

Langemeyer, B . : 97 Schrage, W.: 1O

Lehmann, K . : 24s Schulze, G . : 108

Leibniz, G. W.: 2 1 , 44 Seibel, W.: 37

Levinas, E . : 75 seue, D.: 1 8 s , 57, 9 5 s

Lob-Hüdepold, A . : 1 0 7 Stock, K . : 109

Lohrer, M . : 3 7 , 62, 85 Streminger, G . : 75


ÍNDICE GENERAL

Prólogo 9

Primera parte

EL PRECIO DEL AMOR

l. EL DOLOR y LA CUESTIÓN DE Dros. ASPECTOS

DEL PROBLEMA .. . .. . . . . .. .. .. .. . .. .. .. .. .. .. .. . .. .. .. .. .. .. .. 15

Rostros del dolor . . . . . . .. . . . . . . . .. .. .. .. .. .. .. . 15

¿Un problema superado 17

¿Una empresa carente de sentido? 23

El dolor, «roca del ateísmo» 30

Preguntas que persisten 36

2. Asuso DE LA LIBERTAD y DOLOR . . . . . . .. . . . . . . .. . . . . 41

«Omnipotencia del amor» o «poder del amor» 41

« ¡ N o has comprendido el peso del pecado!» 55

3. CREACIÓN Y DOLOR 61

4. «¿UN PRECIO DEMASIADO ALTO?» 73

« ¡ N o acepto!» 73

El Dios que com-padece . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . 79


140 Índice general

Excurso: Completar lo que aún falta al sufri-

miento (Col 1 , 24) 86

5. SUPERAR EL DOLOR 89

Segunda parte

VIVIR CON LÍMITES

l. LÍMITE Y EXPERIENCIA DE LA MUERTE 101

J· La angostura produce angustia 101

Represión de la muerte 103

«El mito de la omnipotencia narcisista» y la

«sociedad de las vivencias» .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. . 105

Apartar en vez de socorrer 1 1 1

2. DIMENSIONES IMPLICADAS EN EL MANEJO DEL

DOLOR 115

Reconocer 115

Madurar......................................................... 117

Amar 121

Esperar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

Índice de citas bíblicas 133

Índice de nombres 135

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