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Domingo III del tiempo ordinario (ciclo A)

En el evangelio de hoy san Mateo nos hace una especie de “presentación


general” del ministerio de Jesús, dándonos algunas claves fundamentales para
interpretarlo correctamente.
“Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea (…)
Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías”. Con estas palabras san Mateo
nos hace ver que Jesús otorga en su vida un peso a las circunstancias externas, que
las observa, las valora y toma decisiones en base a ellas. A pesar de ser Dios, Jesús
descubre la voluntad del Padre a través de las circunstancias externas de su vida -
como nos ocurre a nosotros- y actúa en función de ellas. Jesús no se comporta
como un héroe desafiante sino como un hombre humilde que examina la realidad en
la que se encuentra envuelto para tomar sus decisiones, en este caso concreto la
decisión de huir buscando un sitio más seguro. Y a través de esto se cumple la
Escritura, el plan de Dios se va realizando. Él dirá a sus discípulos: “Cuando os
persigan en una ciudad huid a otra, y si también en ésta os persiguen, marchaos a
otra” (Mt 10,23). También nosotros debemos aprender a leer la voluntad de Dios a
través de las circunstancias de nuestra vida (y no esperar que un ángel nos la diga).
El hecho de que Jesús se retire a Galilea y de que sea precisamente allí
donde inicia su ministerio tiene algo de desconcertante. Porque Galilea era la parte
menos “judía” de Israel. Ya Isaías la llama “Galilea de los gentiles”. Cuando san
Mateo escribe su evangelio, la mitad de la población de Galilea era gentil: había
otras religiones, además de la fe judía, y eran bilingües, hablaban tanto arameo
como griego. Cabía esperar que el Mesías iniciaría su actividad en Jerusalén, la
capital religiosa del país, o incluso en el desierto, el lugar del idilio entre el Señor y
su pueblo en la historia santa. El hecho de que Jesús “se establezca” en Cafarnaún
implica la adquisición de una casa, y el que inicie su predicación en Galilea significa
que su mensaje va a ir dirigido tanto a los judíos como a los gentiles (paganos). Lo
que los magos significaron con su gesto de ir a adorarle y el mandato que dará a sus
discípulos de ir al mundo entero, se ratifica y se anticipa en este hecho de iniciar su
predicación en Galilea.
“Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Estas palabras
condensan la predicación de Jesús (y también la de la Iglesia, que no hace sino
repetirlas a lo largo de la historia). Indican dos cosas: que hay un acontecimiento

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que está ocurriendo y que hemos de vivir de cara a él. El acontecimiento es que el
“reino de los cielos” (circunloquio respetuoso de Mateo para no nombrar a Dios) o
“reino de Dios”, está a las puertas, al alcance de la mano, se está acercando, está
viniendo. No es todavía una realidad completamente presente. De hecho Jesús nos
enseñará a rezar pidiendo que “venga tu reino” (Mt 6,10). Pero está definitivamente
cercano y ya no es posible ningún paso hacia atrás, sino sólo hacia delante, hacia su
plena manifestación. El “reino de los cielos” indica el señorío de Dios sobre todo lo
creado: que Dios no va a dejar a los hombres a merced de los poderes de la
naturaleza y de la historia, ni a la condición de estar sometidos unos a otros.
Convertíos significa vivid de cara a este acontecimiento, no le deis la espalda,
no viváis como si ignorarais que Dios ha decidido irrevocablemente instaurar su
reino. ¿Vivo yo convencido de que Dios ha decidido instaurar su reino? ¿O sigo
creyendo que el dinero, el poder, la vanidad, las influencias humanas son quienes
tienen la última palabra en todos los asuntos? Quien se convierte se toma en serio
que Dios ha decidido instaurar su reino, se cree de verdad que la última palabra es
de Dios y eso le hace capaz de no dejar que los poderes de este mundo determinen
su obrar.
“Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Jesús cuenta con
nosotros desde el principio. Dios, para realizar su obra, por medio de su Mesías,
requiere la colaboración de los hombres. “El que te creó sin ti no puede salvarte sin
tu consentimiento”, dirá san Agustín. El Señor, para realizar su obra de salvación en
cada uno de nosotros, nos pide cosas, nos pide que le sigamos, a cada uno de un
modo, de una manera. Es importante que dejemos nuestras redes, es decir, aquello
en lo que estamos “enredados” y demos prioridad a lo que nos pide el Señor.
“Jesús recorría toda la Galilea enseñando en sus sinagogas, anunciando el
evangelio del Reino y curando toda clase de enfermedades y dolencias en el
pueblo”. La obra de Jesús comporta estos tres aspectos: enseñar, anunciar y curar.
También la Iglesia, que continua su obra, tiene que proclamar la verdad de las cosas
(enseñar), anunciar la decisión irrevocable de Dios de instaurar su Reino (predicar) y
testimoniar al amor de Dios a los hombres mediante las obras de misericordia, la
práctica de la caridad (curar). También cada uno de nosotros tiene que hacerlo:
¿Enseño, anuncio y amo?
Rvdo. Fernando Colomer Ferrándiz

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