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El pensamiento filosófico en la Edad Media

De Agustín a Maquiavelo

Kurt Flasch

En colaboración con Fiorella Retucci y Olaf Pluta

Reclam

3ª edición completamente revisada y ampliada, 2013 .

Para Cesare Vasoli y Nidia Danelon en amistad.

Primera parte — Cimientos de la filosofía medieval


1. La situación histórica
La Edad Media no fue un nuevo comienzo radical; estuvo desde el inicio basada en formas anti-
guas. Primero le dio patrones de vida y formas de interpretación la Antigüedad Tardía cristiana.
Fueron al encuentro, sobre todo, de las obras de Agustín, luego los escritos de Boecio y Dionisio
el Areopagita. Para comprender el desarrollo filosófico de Edad Media, uno tiene que descubrir
qué se logró filosóficamente en estos textos, porque formaron el punto de partida histórico para
esfuerzos que condujeron más allá del estadio de compilación.

Ahora bien, en la presente introducción, el pensamiento de Agustín, Boecio y Dionisio no puede


presentarse con el detalle deseable. Me limito a una gruesa caracterización de su mundo intelec-
tual y su posición histórica. Todos son del período entre el final del siglo IV y el comienzo del siglo
VI. Por su diversidad característica, estos tres autores crearon una legítima diversidad cristiano-
filosófica. Los tres escribieron dentro del marco creado por el desarrollo económico, social y polí-
tico de la Antigüedad Tardía. Los conceptos filosóficos y las tablas de valores de la antigüedad
aún eran alcanzables para ellos; pero fueron puestos en cuestión por el desarrollo histórico-dog-
mático y político-religioso.

El espacio cultural unificado del mundo mediterráneo comenzó a romperse: Constantino, desde
el año 324, había mudado su trono a la Constantinopla fundada por él. De este modo había con-
firmado y acelerado un desarrollo que dividió cada vez más las mitades oriental y occidental del
imperio. Especialmente desde finales del siglo IV, justamente desde el inicio del período que nos
interesa, se profundizaron las divisiones políticas y culturales: en Occidente había cada vez me-
nos y menos personas que pudieran leer libros griegos; incluso Agustín ya no lo hacía. Esto rom-
pió la conexión con la ciencia y filosofía clásicas griegas; sólo bajo condiciones excepcionalmen-
te favorables, como con Boecio, podría anudarse de nuevo. Pero la tendencia general era la se-
paración de las dos mitades del imperio: en Oriente, el comercio de larga distancia y las ciudades
seguían floreciendo; la distancia entre ricos y pobres todavía estaba finamente graduada, mien-
tras que en Occidente la polarización social progresó. Aquí las ciudades dejaron de ser atractivas
para los ricos. Los propietarios huyeron al campo, rodearon sus tierras y, a medida que la admi-
nistración central se debilitó, recibieron derechos soberanos: la jurisdicción, la recaudación de
impuestos y la defensa se convirtieron cada vez más en responsabilidad de las autoridades re-
gionales y locales. La consecuencia fue la incipiente ruralización de la civilización antigua tardía;
la edad feudal se estaba preparando. Al mismo tiempo, los ingresos de la agricultura disminuye-
ron; la esclavitud se volvió más costosa; la superficie disminuyó. Para financiar su hinchado apa-
rato burocrático y las cargas militares en aumento, el Estado de la Antigüedad tardía tuvo que
reaccionar a la pérdida creciente de producción de la economía con una presión fiscal ruinosa. El
resultado fue una regulación y burocratización de la vida entera. El retóricamente prominente po-
der absoluto del emperador se hizo cada vez menos efectivo. Los hombres de los estratos más
bajos se identificaron cada vez menos con este Estado, que un veterano historiador como Matt-
hias Geltser ha denominado "estado penitenciario" — debido a la rigidez de las estructuras, el
aumento de la coerción y la extinción de la iniciativa privada. La artesanía estaba organizada
como una caja. Se temía a las migraciones y las ocupaciones artesanales se hacían hereditarias.
Un estilo de vida individual se hacía cada vez más difícil. Los cargos públicos estaban gravados
con impuestos tan elevados que nadie los buscaba voluntariamente; también hubo que hacerlos
hereditarios. La eremítica, la retórica y la carrera clerical ofrecían salida de este rígido sistema. La
idea filosófica de la autodeterminación y de llegar a la eudaimonía por la propia actividad, podría,
en el mejor de los casos, ser un eco lejano en estas formas de vida. La filosofía podría servir para
expresar la resignación individual y el distanciamiento de la empresa social; podría sobrevivir
como un entendimiento clerical de sí, o como una decoración retórica. Comparado con la tradi-
ción clásica, esto era una degradación; cortó tanto la dimensión de la práctica relacionada con la
polis, como el desarrollo dialéctico de contenido racional. Lo que se consideraba "razonable" ad-
vino en posición dogmática. Esto fue cierto tanto para Oriente como para Occidente. Sólo que en
el empobrecido e incierto Occidente, la conciencia racional de sí entró en una contradicción irre-
soluble con el curso aparentemente irracional de la historia real. Si la vida de los hombres se con-
virtiera en racional y verdadera, sólo podría ser en el más allá.

La amenaza militar, que encontró a Occidente, con su extremadamente larga frontera, más sensi-
ble que a Oriente, puso la fragilidad del mundo más ante los ojos, a diario. La divina opulencia de
los emperadores ya no ofrecía verdadera protección. Lo que estaba cerca eran los opresores an-
cestrales o los opresores bárbaros. Además, las derrotas militares tuvieron un impacto en la posi-
ción doméstica, social y económica de Occidente. Una batalla como la espectacular derrota del
emperador Graciano contra los godos (378) — Agustín tenía entonces 24 años — tuvo múltiples
consecuencias: La presión tributaria aumentó, pero hacía mucho tiempo que no llegaban prisio-
neros de guerra al mercado de esclavos, y el trabajo manual se hizo más caro; la rentabilidad de
la propiedad de la tierra y, por lo tanto, los ingresos del Estado, disminuyeron. La población dis-
minuyó. Las tribus germánicas, que no podemos imaginar demasiado grandes — como máximo
unos 20.000 combatientes — devastaron ciudades y destruyeron vías de transporte. Esto com-
plicó el comercio y promovió la descentralización y, por lo tanto, el poder de los terratenientes.
Incluso bajo la presión de la recesión en la agricultura, hacia el año 400 — el año en que Agustín
dejó que la Gracia venciera al libre albedrío — los campesinos libres se habían puesto en manos
de los propietarios de latifundios para, liberados de la presión tributaria, trabajar en sus tierras:
Cambiaron independencia por un poco de seguridad, la libertad individual contra el favor de un
poderoso. A medida que los conquistadores se abrían paso saqueando los campos, los campe-
sinos buscaban protección con sus señores. Así, los colonos acabaron en una situación similar a
la de los esclavos. Allí donde la explotación era demasiado dura y la esperanza aún no había
desaparecido en una vuelta del destino — en África, Galia y España —, hubo levantamientos
campesinos. Estos enfrentamientos internos a su vez aceleraron el colapso militar.

Cuando en esta situación global el pensamiento aún tenía la fortaleza de tomar la salida pura-
mente individual de la miseria común — el Camino de los Padres del Desierto — o de mantener
una frágil fachada cultural para criticar — el mundo de la retórica —, frente a la omnipresente in-
certidumbre, tenía que desplazar certeza, riqueza de valores y recta vida a otro mundo, o sea, a la
preparación para ello. En qué medida prevaleció esta tendencia, hasta qué punto sería detenida o
transformada por la antigua filosofía y ciencia, es algo que debe ser investigado de manera dife-
renciada para cada autor de la Antigüedad Tardía cristiana.

Bibliografía

Sobre la situación histórica véase

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Sobre la situación en Bizancio y la interacción bizantino-latina, véase, además de las


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