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UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERÍA

FACULTAD DE INGENIERÍA INDUSTRIAL Y DE SISTEMAS

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FACULTAD DE INGENIERÍA INDUSTRIAL Y DE SISTEMAS

FISICA MODERNA

EL UNIVERSO
OCULTO
Montoya Salazar Abner Enrique
20150258H

Física Moderna
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Lo que vemos es solo una mínima fracción de lo que existe. Para


vislumbrar el universo oculto que nos rodea, estamos aprendiendo a
detectar el material que lo compone: la materia y la energía oscura.
Antes se decía que los cosmólogos –científicos que estudian el universo
en su conjunto– se equivocaban a menudo, pero no dudaban nunca.
Ahora se equivocan menos, pero sus dudas han crecido tanto que
ocupan todo el firmamento. Tras décadas de investigación, con
telescopios cada vez más potentes, detectores de luz y
superordenadores, ahora pueden afirmar con un grado aceptable de
certeza que el universo nació hace 13.820 millones de años,
probablemente como una burbuja de espacio no más grande que un
átomo. Por primera vez han cartografiado la radiación cósmica de
fondo –luz emitida cuando el universo tenía solo 378.000 años de
edad– con una precisión superior a un 0,1%.
Pero también han llegado a la conclusión de que todas las estrellas y
galaxias que vemos en el cielo constituyen solo el 5 % del universo
observable. El resto, la mayoría invisible, es materia oscura (un 27%
del total) y energía oscura (un 68%), y las dos son un misterio. Se cree
que la materia oscura es lo que da forma a las resplandecientes láminas
y filamentos de galaxias que componen la estructura a gran escala del
universo, aunque nadie sabe muy bien en qué consiste exactamente. La
energía oscura es aún más enigmática. El término, acuñado para
designar el factor que está acelerando la expansión del universo, ha
sido descrito como «una etiqueta que engloba todo lo que ignoramos
acerca de las propiedades a gran escala de nuestro universo».
Los primeros indicios de la omnipresencia de la materia oscura
surgieron en la década de 1930 a raíz de las observaciones del
astrónomo suizo Fritz Zwicky, quien midió la velocidad con que las
galaxias del cúmulo de Coma, a 321 millones de años luz de la Tierra,
orbitan el centro de dicha agrupación galáctica. Según sus cálculos, a
menos que el cúmulo tenga una masa mucho mayor que la que es
visible, sus galaxias habrían tenido que dispersarse en el espacio hace
mucho tiempo. En opinión del astrónomo, el hecho de que el cúmulo de
Coma haya permanecido unido durante miles de millones de años

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solamente puede significar una cosa: «que la materia oscura está


presente en el universo en densidades mucho mayores que la materia
visible». Investigaciones posteriores han indicado que las galaxias ni
siquiera se habrían formado si la gravedad generada por la materia
oscura no hubiera aglutinado los materiales primordiales cuando el
universo era joven.
La materia oscura no puede ser simplemente materia normal difícil de
observar, porque ese tipo de materia no existe en cantidad suficiente.
Seguramente hay en el universo billones de objetos muy tenues de
materia normal –por ejemplo, agujeros negros, estrellas enanas, nubes
frías de gas y planetas errantes expulsados de sus sistemas estelares
originales–, pero en ningún modelo verosímil tienen una masa cinco
veces superior a la de todos los cuerpos luminosos juntos. Por eso los
científicos piensan que la materia oscura debe estar hecha de materiales
más exóticos. Los teóricos que trabajan en el campo de la física
cuántica supersimétrica han postulado muchas variedades de la materia
que hasta ahora no han sido observadas. Cabe la posibilidad de que una
o más de esas variedades resulten ser la materia oscura buscada. Pero
los resultados experimentales obtenidos recientemente en el Gran
Colisionador de Hadrones del CERN, cerca de Ginebra, han descartado
algunas versiones de la supersimetría. Así pues, en lugar de especular
sobre la identidad exacta de la materia oscura, la mayoría de los
científicos se centra en la búsqueda de las llamadas WIMP (siglas en
inglés de weakly interacting massive particles, «partículas masivas que
interactúan débilmente»).
La prueba de que la materia oscura interactúa muy débilmente no solo
con la materia normal, sino consigo misma, ha surgido a 3.000 millones
de años luz de la Tierra, en el cúmulo Bala, que en realidad son dos
cúmulos de galaxias en colisión. Los astrónomos que cartografiaron el
cúmulo Bala con ayuda del Observatorio de Rayos X Chandra de la
NASA hallaron grumos masivos de gas caliente en el centro, que
atribuyeron a colisiones de nubes de materia normal. Pero cuando
estudiaron el campo gravitatorio del cúmulo Bala, descubrieron otras
dos grandes concentraciones de masa, una por cada cúmulo original,
alejadas ambas del centro de la colisión. Concluyeron que si bien las
estructuras de materia normal de los dos cúmulos están chocando entre

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sí y fusionándose con violencia, los pesados cargamentos de materia


oscura navegan hacia el centro de la catástrofe sin participar en el
choque ni sufrir perturbación alguna.
La escasa tendencia a la interacción de la materia oscura hace que sea
muy difícil de observar, aunque, como creen algunos científicos, sea
tan común que a cada segundo atraviesan nuestros cuerpos miles de
millones de esas partículas. Los detectores de materia oscura que
funcionan en la actualidad son artilugios de avanzada tecnología,
semejantes a huevos de Fabergé, fabricados para deleite de futuros
arqueólogos.
Uno de ellos, el Espectrómetro Magnético Alfa, instalado sobre la
Estación Espacial Internacional, busca indicios de colisiones entre
partículas de materia oscura cerca del centro de nuestra galaxia. Pero la
mayoría de los detectores intentan captar interacciones entre partículas
de materia oscura y materia normal en la Tierra. Se instalan en las
profundidades subterráneas para minimizar la intromisión de partículas
de alta velocidad de materia normal procedentes del espacio. Algunos
consisten en un conjunto de cristales superenfriados o en un tanque de
xenón o de argón líquido rodeado de detectores y de multitud de capas
de materiales protectores, desde polietileno hasta cobre o plomo.
El Large Underground Xenon, el detector más sensible de su clase, se
encuentra en Lead, Dakota del Sur, enterrado a unos 1.500 metros de
pro¬fundidad. Empezó a funcionar en 2013, pero sin ningún resultado
positivo. Ahora ha reanudado la búsqueda, con más sensibilidad. Otros
experimentos han arrojado indicios poco claros y ninguno ha
encontrado pruebas concluyentes de materia oscura. El Gran
Colisionador de Hadrones, que volverá a funcionar en 2015 tras un
cierre temporal por obras de mantenimiento y mejora, puede que
alcance niveles de energía suficientemente altos para producir
partículas de materia oscura. Pero es muy difícil calcular las
probabilidades de éxito, porque las masas de las partículas buscadas se
desconocen. La caza de las WIMP no es para propensos al desánimo.
Pero el enigma de la materia oscura, por arcano que parezca, es casi
prosaico comparado con el misterioso fenómeno de la energía oscura,
que para el físico Steven Weinberg es «el proble¬ma central de la

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física» y para el astrofísico Michael Turner, «el misterio más profundo


de la ciencia».
Turner acuñó el término «energía oscura» en 1998, después de que dos
equipos de astrónomos anunciaran que el ritmo de expansión del
universo parecía estar acelerándose. Los astrónomos llegaron a esa
conclusión tras estudiar una clase particular de explosiones estelares
que son lo bastante brillantes para ser observadas incluso a enormes
distancias y cuyo brillo es suficientemente constante para servir como
referencia para el cálculo de la distancia de galaxias remotas. La mutua
atracción gravitatoria que ejercen todas las galaxias entre sí frena la
expansión del universo, por lo que era de esperar que dicha expansión
se estuviera ralentizando. Sin embargo, los astrónomos descubrieron
justo lo contrario. El universo se está expandiendo cada vez más
deprisa y lo viene haciendo desde hace 5.000 o 6.000 millones de años.
Hoy los observadores están cartografiando el universo con una
precisión sin precedentes para saber cuándo surgió la energía oscura y
averiguar si desde entonces ha ejercido una fuerza constante o bien esta
ha ido en aumento. Tienen la ventaja de poder contemplar el pasado –
cuando un investigador observa una galaxia situada a miles de millones
de años luz de la Tierra, la ve tal como era hace miles de millones de
años–, pero están limitados por la capacidad de sus telescopios y
detectores digitales. Hoy, como en el pasado, necesitaremos mejores
equipos si queremos escribir una historia del cosmos más exacta.
A esa necesidad ya han respondido proyectos como el Estudio
Espectroscópico de Oscilación Bariónica (Baryon Oscillation
Spectroscopic Survey), que utiliza un telescopio de 2,50 metros
instalado en Nuevo México para medir distancias cósmicas con una
precisión sin precedentes del 1 %. Mientras tanto, el Estudio de la
Energía Oscura (Dark Energy Survey), que emplea el telescopio Víctor
M. Blanco de cuatro metros instalado en los Andes chilenos, recoge
datos de 300 millones de galaxias. El telescopio espacial Euclides, de la
Agencia Espacial Europea, cuya puesta en órbita está prevista para
2020, está diseñado para efectuar mediciones precisas de las dinámicas
cósmicas de los últimos 10.000 millones de años. También suscita
muchas expectativas el Gran Telescopio para Rastreos Sinópticos
(LSST), actualmente en construcción en el norte de Chile: un

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instrumento de 8,40 metros equipado con la mayor cámara digital de la


historia, que está previsto capte incesantemente imágenes de las
profundidades del universo observable y que cubra el cielo nocturno de
todas las regiones australes hasta diez veces al mes.
Con ese tipo de instrumentos, los cosmólogos esperan reconstruir la
aparición e influencia de la energía oscura mediante la medición directa
del ritmo de expansión del universo a lo largo del pasado. Puede estar
en juego nada menos que el futuro del universo… y de su estudio. Si
vivimos en un «universo desbocado» cada vez más dominado por la
energía oscura, entonces la mayoría de las galaxias se alejarán hasta
perderse de vista unas de otras, y los cosmólogos del futuro lejano solo
podrán observar sus proximidades más inmediatas y la negrura del
espacio.
En un futuro más cercano, la comprensión de la energía oscura exigirá
probablemente una transformación radical de nuestra concepción del
propio espacio. Durante mucho tiempo se creyó que en el espacio entre
las estrellas y los planetas no había absolutamente nada. Aun así, Isaac
Newton admitió que era muy difícil entender cómo la gravedad lograba
mantener a la Tierra girando alrededor del Sol si el espacio entre ambos
estaba completamente vacío. En el siglo XX, la teoría cuántica de
campos vino al rescate, al demostrar que el espacio nunca está
realmente vacío, sino impregnado de campos cuánticos. Los protones,
electrones y otras partículas a menudo descritas como los «ladrillos» de
la materia son excitaciones de los campos cuánticos. El espacio parece
vacío cuando los campos se mantienen próximos a sus niveles mínimos
de energía. Pero cuando los campos se excitan, el espacio cobra vida
con materia visible y energía. «El espacio vacío no está vacío –dijo una
vez el físico estadounidense John Archibald Wheeler–. Es la sede de
fenómenos físicos variados y sorprendentes.»
La energía oscura podría demostrar que la afirmación de Wheeler fue
profética en la mayor de las escalas posibles. Para entender por qué se
expande el espacio cósmico (y por qué ahora parece expandirse con
creciente rapidez), los físicos se basan fundamentalmente en la teoría
general de la relatividad, formulada por Einstein hace un siglo. La
teoría funciona bien en grandes escalas, pero pierde validez en el nivel
subatómico, donde reina la física cuántica y donde probablemente

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reside la causa de la aceleración de la expansión cósmica. Para explicar


la energía oscura, es posible que se necesite algo nuevo: una teoría
cuántica del espacio y la gravedad.
Los científicos se encuentran en la incómoda situación de no saber
cuánta energía –oscura o corriente– contiene el espacio. Cuando los
teóricos de la física cuántica intentan calcular, por ejemplo, la energía
contenida en un decímetro cúbico de espacio aparentemente vacío,
llegan a una cifra muy alta. Pero los astrónomos que calculan la misma
cantidad a partir de sus observaciones obtienen un resultado mucho
más reducido. La diferencia entre los dos números es pasmosa: 10
elevado a 121, es decir, un 1 seguido de 121 ceros. Es la mayor
disparidad entre teoría y observación de toda la historia de la ciencia.
Es evidente que aún nos queda por descubrir algo de una importancia
fundamental acerca del espacio, y en consecuencia acerca de todo lo
demás, ya que galaxias, estrellas, planetas y personas estamos hechos
mayormente de espacio.
Pero este tipo de enigmas ya han abierto antes las puertas de los
grandes descubrimientos. La teoría de la relatividad general de Einstein
fue desarrollada en parte para explicar pequeñas discrepancias entre la
órbita que la teoría predecía para Mercurio y la observada en la
práctica. La física cuántica surgió en parte a raíz de pequeñas
incongruencias en la teoría que explicaba la radiación del calor.
¿Cuánto más podremos aprender entonces, tratando de resolver las
actuales incógnitas mucho más profundas sobre la materia oscura y la
energía oscura? Como solía decir el físico Niels Bohr: «Sin paradoja,
no hay progreso».

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