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Catequesis preparatoria

JMJ
El Desafío
Hace ya algunos años, un escritor ruso, Dostoyevski, se preguntaba:
“Un hombre culto, europeo de nuestros días, ¿puede creer, realmente
creer, en la divinidad del Hijo de Dios, Jesucristo?”. Tal vez la
pregunta te resulte un tanto rara. Hoy en día, más bien, puede que de
toda esta historia tengas una cierta sensación expresable en una
frase como esta o parecida: -“No siento a Dios, no tengo la urgencia
de afrontar ese problema”.

Sin embargo, lo quieras o no, lo reconozcas o no, estás ante un


desafío. Un desafío ante el que tienes distintas opciones:
simplemente vivir al día, como si la cuestión fuera irrelevante;
acordarte de estas cosas cuando todo se pone difícil o creer en la vida
y amarla, sintiéndote interpelado sobre su sentido. ¡Ahí es nada!

Ahora quisiera invitarte a usar, por un momento, tu cabecita. Y usarla


para ver si eres capaz de mirar a tu corazón, con una mirada capaz
de ir más allá de las apariencias. En esa mirada, - créeme, no eres tan
bicho raro, lo que vas a ver es más o menos común al resto de los
mortales - , podrás descubrir:

- Que estás a la espera de algo – o de Alguien – a quien


confiar el propio deseo de felicidad y de futuro.

- Que este sueño de felicidad tiene casi tantas formas de


representarse como personas hay en el mundo

Aunque en el fondo no hay tanta variedad. El corazón de las personas


se puede desencriptar; pero eso sí, lo que encontramos no son
fórmulas sino preguntas o misterios sin resolver. Como muestra un
botón:

- Somos buscadores de felicidad, apasionados y nunca


satisfechos. Pero ¿qué felicidad buscamos?, ¿cómo la buscamos?,
¿qué instrumentos nos aseguran su posesión? y ¿qué lugar ocupan
los demás en esta búsqueda?

- Supongamos, en este momento, que admitimos como una


hipótesis el hecho de que Dios nos ha creado para la vida, para la
felicidad. ¿Por qué, entonces, permite el dolor, el envejecimiento, la
muerte?
- Existe en nosotros una inmensa necesidad de amar y ser
amados. En verdad, “es el amor el que hace existir” (Maurice
Blondel). En esta necesidad algunos creen intuir una nostalgia: la de
un amor infinito…

Al final ha de reconocerse, lo queramos o no, que en lo más profundo


de estas cuestiones, algo nos orienta hacia el misterio (-Con
mayúsculas, ¡claro!). ¡Así, que ahí va eso!: Dios, ¿quién eres? ¿dónde
estás? ¿cómo podemos ver tu rostro?

Pero, - ¡claro! -, el problema no es si Dios existe o no existe. De nada


nos sirve constatar la presencia o la ausencia de alguien que está
lejos, contemplándolo todo desde fuera, impasible.

El verdadero problema es dónde y cómo encontrar hoy al Dios de


Jesucristo.

Si quieres, realmente, seguir hacia adelante te vuelvo a recordar que


estás ante un desafío o si prefieres que vas a luchar contra alguien.
¡Luchar contra Dios! No en vano alguien ha dicho que el creyente es
un ateo que cada día se esfuerza por empezar a creer. En la fe, que
es el reto que por un momento has escogido, no puede darse la
dejadez o el pasotismo.

Creer no es asentimiento a una demostración clara o a un proyecto


privado de incógnitas. Creer es fiarse de alguien, asentir a la llamada
del extranjero que invita, volver a poner la propia vida en las manos
de otro, para que él sea el único y verdadero Señor. La fe es
rendición, entrega, abandono, acogida de Dios, que es el primero que
nos busca y se entrega; no es posesión, garantía o seguridades
humanas.

Aceptar esta invitación no es resolver todas las preguntas y verlo


todo rápidamente con una completa claridad. Es buscar, a veces un
poco a tientas, para poder exclamar como en su día san Agustín: “Nos
has creado para ti, y nuestro corazón no hallará sosiego hasta que
descanse en ti”.

Pero, si no mal recuerdo te quería mostrar dónde y cómo encontrar


hoy al Dios de Jesucristo. – Bien, en esto, no hay fórmulas magistrales
como en Botica. Aún así te dejo tres medios, instrumentos, caminos,
recetas, vías, pilares, buscadores, - en fin, como tú quieras llamarlos.

Primero, la oración. (Solo recordarte que has aceptado asumir el


desafío, así que déjame que siga hablándote).

Ahora sería el momento de hacer dos preguntas clave: ¿Por qué orar?
Alguien en su día respondió que para vivir. Sí, para vivir
verdaderamente es necesario orar. Porque vivir es amar: una vida sin
amor no es vida. Es soledad vacía, es prisión y tristeza. Solo quien
ama vive verdaderamente, y solo ama quien se siente amado,
alcanzado y transformado por el amor. Orando, uno se deja amar por
Dios y nace el amor, siempre de nuevo. Por eso, quien ora vive,
verdaderamente en el tiempo y para la eternidad.

La otra pregunta sería: ¿Cómo rezar? ¿Cómo orar? Te podría dar


muchas respuestas pero me centró solo en una. Orar es, en otras
muchas cosas pero de ellas quizá la más principal, escuchar la
Palabra de Dios. Cuando se llega a comprender que la Biblia es esta
“carta de Dios”, que habla precisamente a nuestro corazón, entonces
nos acercaremos a ella con el temblor y el deseo con el que un
enamorado lee las palabras de la persona amada. Entonces Dios
hablará precisamente a cada uno de nosotros y la escucha fiel,
inteligente y humilde de cuanto él dice saciará poco a poco nuestra
necesidad de luz. Aprender a escuchar la voz de Dios que habla en la
Sagrada Escritura es aprender a amar.

Segundo, los sacramentos.

A través de los sacramentos es el mismo Cristo quien entra en


nuestra vida, actuando en ella con el poder de su amor. En el
Evangelio aparece una mujer, con una enfermedad por la que se la
conoce con el nombre de hemorroísa, que tocó el manto de Jesús e
inmediatamente quedó curada. Jesús, a su vez, se dio cuenta “de que
una fuerza había salido de él” (Mc 5, 30). Los sacramentos continúan
ahora lo que Jesús hizo entonces. A través de ellos y en ellos, él nos
“toca” para curarnos y darnos vida. En cada uno de los sacramentos
nos encontramos con Cristo, como se encontró con él la gente de
entonces. Al igual que entonces a muchos Jesús les pareció
insignificante y no vieron en él más que al hijo de un simple
carpintero, así también hoy, para muchos, sus sacramentos pueden
parecer a menudo insignificantes a los que no los ven con los ojos de
la fe. Igual que la divinidad de Cristo permanecía oculta entonces,
también la fuerza de los sacramentos es invisible pero no por eso
menos real.

Tercero, el servicio.

Al final, aceptar este desafío del que ten vengo hablando consiste en
hacer también nosotros aquello que Jesús, nuestro Maestro, hizo:
servir y amar.

La escuela del servicio es la escuela del amor: se comprende cómo se


puede vivir una existencia plena sirviendo a los demás y dialogando
con ellos, solo si se reconoce haber sido haber sido interpelados y
amados primero por Otro. “No hay mayor invitación a amar que
adelantarse en el amor” (san Agustín). ¡Así nos ha enseñado Dios a
amar! La fatiga del servicio es la fatiga misma de amar: esta debe
vencer el ansia de poseer y la obstinación egoísta que hacen de
nosotros una isla. El gozo del encuentro con Cristo acompaña la vida
del cristiano, incluso en la prueba y la persecución. Esta alegría se
conjuga así con la caridad, vivida en el llevar con Cristo el peso del
sufrimiento propio y ajeno. Por eso servir es hacerse colaboradores de
la alegría de todos.

Catequesis (El desafío)

UNA PROPUESTA DE LA
DELEGACIÓN DIOCESANA DE JUVENTUD DE CÓRDOBA

DENTRO DE LA CAMPAÑA
CÓRDOBA ESPERA...

PARA LA PREPARACIÓN DE LA
JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD MADRID 2011

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