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Revolución Alborada

Comisión de Autoformación

Jornada N° 3: Feminismo, Patriarcado y Masculinidades

Agosto, 2020.

Mensaje

La comisión de autoformación se ha creado con la finalidad de contribuir a la formación social y


política de los miembros de Revolución Alborada. Para el mes julio se nos solicitó preparar una
serie de documentos para orientar la discusión interna sobre el feminismo y el ser feminista, en
este sentido, humildemente creemos que logramos articular una serie de ideas, muy generales aún,
sobre el feminismo y su lucha por la igualdad que nos permitirán resolver dudas de forma colectiva
sobre este tema.

Si como individuos y organización creemos en el fin de la desigualdad de la sociedad actual en


todas las aristas de la vida, en ser personas conscientes de esta desigualdad generalizada y
queremos acabar con los pilares que la sustentan, debemos ser capaces de conocer y discutir sobre
el “Ser Feminista”, esto porque el patriarcado ha sido históricamente un pilar del capitalismo y ha
contribuido a la dominación ejercida por el sistema político, económico y cultural. Como comisión
creemos firmemente que es importante cuestionar nuestras prácticas, discusiones, creencias y
acciones en pos de un cambio social que debe ir ligado con una visión feminista de la sociedad.

Muchas veces estas discusiones provocan incomodidad e incluso conflictos dentro de diferentes
organizaciones sociales, incluso en la nuestra, pero esa misma incomodidad debe ser tomada como
una oportunidad que alimente el debate sobre las creencias e incluso los valores sociales que
predominan dentro de nuestra sociedad, cuestionando y alzando las banderas de la justicia y la
igualdad para una nueva sociedad.

El feminismo incomoda porque demuestra que lo personal es político, incomoda porque cuestiona
nuestras identidades. Con esta serie de documentos y la realización del taller esperamos poder abrir
el tema de discusión, pero tenemos claro que es solo el comienzo de un gran camino de aprendizaje,
cuestionamientos, errores y triunfos que esperamos compartir dentro de Revolución Alborada.

Esperamos que este documento les pueda ayudar a entender y clarificar sus ideas sobre el
feminismo, al mismo tiempo que también esperamos que pueda contribuir a una discusión
enriquecedora sobre cómo construimos organización.
I

¿Qué es el feminismo?

El feminismo es un movimiento social que exige la igualdad de derechos de las mujeres frente a
los hombres, por lo que puede entenderse como un movimiento político, cultural, económico y
social que tiene como objetivo la liberación de las mujeres y la reivindicación de sus derechos, así
como cuestionar la dominación y la violencia de los hombres sobre las mujeres y la asignación de
roles según el género.

Para comprender bien el feminismo se debe primero entender la diferencia entre sexo y género. El
sexo no habla específicamente del acto físico, si no que se refiere a la definición “natural” de lo
femenino y lo masculino a través de los cromosomas y las características biológicas. Por otro lado,
género tiene que ver con la identidad y expresión personal, es decir, cómo te sientes, como te ves
y cómo te comportas, según los estándares sociales de rol masculino o femenino, pero no tiene que
ver con el sexo con el que naces.

Para el feminismo, el problema no son los hombres si no el patriarcado, entendiendo este como
una forma de ordenamiento social donde el poder recae principalmente en el hombre, otorgándole
mayor autoridad en la familia, el trabajo o cualquier ámbito social. Esto supone un dominio de lo
masculino y una subordinación de lo femenino, lo que favorece a una distribución desigual del
poder y de los derechos entre hombres y mujeres.

A pesar de existir una confusión sobre la definición del feminismo no se debe concebir al
feminismo como un peligro, si no por el contrario, entenderlo como un espacio por el que todos y
todas podemos transitar, probablemente con contradicciones, con distintos énfasis y diversas
formas; con el cuerpo como arma o sin él, en lo individual o lo colectivo, en lo privado o público.

Se trata de (1) reflexionar acerca de los estereotipos de género y los costos de estos en nuestras
vidas, de (2) cuestionar los patrones de crianza sexista que continúan perpetuando, de (3) tener en
cuenta como reproducimos cotidianamente comportamientos sexistas, porque es lo que
aprendimos, porque es útil, ordena nuestro mundo, nos permite controlarlo y anticiparlo, (4) de
que todos somos protagonistas de la perpetuación de relaciones desiguales, sustentadas en la
dominación de unos sobre otros, todos reproducimos dinámicas que favorecen la discriminación,
ya sea en términos de género, raza, etnia, clase social, etc.

En este sentido, de la forma que sea, a todos nos compete una parte de las transformaciones que,
en materia de derechos, el movimiento feminista está impulsado, en el entendido que un país con
mayor justicia social para las mujeres es un país más justo para todos.
¿Qué significa ser feminista y por qué el feminismo es un humanismo?

Ser feminista es creer que hombres y mujeres somos seres humanos iguales, desde ahí podemos
sacar distintos ejemplos y diferencias, pero fundamentalmente es creer en la igualdad humana.
Eso realmente es el feminismo. Pero lo llamamos “feminismo” porque son las mujeres quienes
han sido excluidas y dominadas por tanto tiempo.

Debemos llamarlo “feminismo” porque a menos que seamos capaces de nombrarlo, no podremos
resolver el problema.

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Hay gente que me ha dicho ¿Por qué te denominas feminista y no humanista? Y yo les digo que
es como ir al doctor por un dolor en la nariz, y que el doctor diga “te daré medicina para la nariz”,
y tú le respondas “no, deme medicina para todo el cuerpo”. ¡El problema es la nariz, eso
necesitamos arreglar!

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¿Cuál es el rol de los feminismos en los movimientos sociales?

El sexismo es una de las muchas injusticias del mundo. No es la única, pero es una de las más
importantes que, sin embargo, se interrelaciona con otras injusticias como el racismo y las clases
sociales, debemos ser capaces de distinguir las diversas formas en que el capitalismo y las clases
dominantes ejercen el poder a través de estas injusticias.

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Muchas veces estos temas están interconectados y, por lo tanto, yo soy una mujer, una persona
negra… a menudo es difícil no relacionar ambas. Y También es bueno recordar que a veces tú,
como persona, ocupas una posición de no-poder y también una posición de poder.

Entonces, soy negra y soy mujer, que no son posiciones de poder. Pero estoy educada, y esa es una
posición de poder. Y cuando pensamos y hablamos de las injusticias, es importante pensar en lo
complejo que son estos temas. Y también recordar que las personas no son solo una cosa, son más
complejas.

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¿Cómo podemos evitar estereotipos de género en la educación?

Primero las personas, cuando perpetúan roles de género, muchas veces no lo hacen porque son
malas personas, sino que lo hacen porque eso les han enseñado. La familia y la educación han sido
históricamente dos instituciones sociales que ayuda a reproducir las normas y estereotipos sociales,
en este sentido, el feminismo puede ser un sistema de aprendizaje que puede contribuir a
deconstruir las ideas y prácticas patriarcales. Aquí resulta importante que los/as profesores/as sean
incentivados/as a desaprender; hay muchos estudios que muestran a los niños al hablar en clase, y
son interrumpidos por las niñas, los profesores creen que está bien porque “así son los niños”.
Necesitamos decirles a los profesores que eso no está bien. Necesitamos decirles a los niños “no
puedes interrumpir a las niñas” y deben actuar bajo el marco del respeto recíproco.

Una manera de ir cambiando nuestra prácticas patriarcales es estar atentos/as constantemente,


preguntando y cuestionando acerca de cuáles son sus propias suposiciones en la sociedad.

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Por ejemplo, yo misma me he reconocido perpetuando estereotipos sin darme cuenta. Por ejemplo,
mi lengua, Igbo, no hay pronombres específicos por género, - es un pronombre para hombre y
mujer- y una amiga me contaba que había ido al doctor, y me lo estaba contando en igbo, entonces
yo cambie al inglés y le pregunté “¿y qué dijo él?” y ella me dijo “no, era una doctora”, y me di
cuenta de que, por pensar siempre que los que están posición de autoridad son hombres, yo también
asumí automáticamente que era un hombre. Así que pensé “necesito reconocer lo que estoy
pensando”. Entonces me parece que estar atentos constantemente, preguntándote, cuestionando,
es difícil pero muy posible.

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II

¿Qué es el patriarcado?

El patriarcado es un sistema político que institucionaliza la superioridad sexista de los varones


sobre las mujeres, constituyendo así aquella estructura que opera como mecanismo de dominación
ejercido sobre ellas, basándose en una fundamentación biologicista.

Esta ideología, por un lado, se construye tomando las diferencias biológicas entre hombres y
mujeres como inherentes y naturales (sin posibilidad de cambio). Y por el otro, mantiene y agudiza
estas diferencias postulando una estructura dicotómica de la realidad y del pensamiento.

¿En qué momento el hombre se posiciona sobre la mujer?

Cuando la especie humana comienza a dar forma a su civilización este orden natural se ve reflejado
en la estructura social. Al aparecer el concepto de propiedad (colectiva) la maternidad comienza a
ser venerada: es necesario tener descendientes herederos. Hay quien (Bashoffen, Engels) a partir
de esta idea han postulado un paso del matriarcado al patriarcado. Dicho paso es inexistente porque
el matriarcado nunca ha existido. Los periodos en los que la Alteridad de la mujer se ha entendido
en un sentido místico no han servido para ensalzarla como otro Superior, simplemente para
definirla como Otro; al no estar dentro del Nosotros, no se le integra en la sociedad (se le ve como
instrumento, posesión, etc. pero nunca como un igual). El hombre somete a todo lo que es ajeno a
él: esto incluye a la Naturaleza y a las mujeres. “Desde el origen de la humanidad, su privilegio
biológico permitió a los varones afirmarse solos como sujetos soberanos; nunca renunciaron a este
privilegio; alinearon en parte su existencia a la Naturaleza y a la Mujer, pero después la re-
conquistaron; condenada a desempeñar el papel de Alteridad, la mujer también estaba condenada
a poseer sólo un poder precario: esclava o ídolo nunca elige su destino. ‘Los hombres hacen los
dioses, las mujeres los adoran’”. (Beauvoir 2005, p. 141).

Sin embargo, el hombre no ejerce esta dominación en un sentido aniquilador; no se trata de


suprimir a la mujer, no sólo porque sea necesaria como instrumento, sino porque el hombre trata
de revestir con su dignidad todo aquello que posee. Quiero que mi mujer sea digna pero no porque
la respete o porque me parezca un fin en sí mismo, sino porque es mi mujer y cómo es ella dice
algo de mí (paralelismo con el perro del vecino kantiano). La mujer es parte de la propiedad privada
del hombre. Esta visión está ligada a la familia patriarcal. La familia patriarcal anula a la mujer;
en sociedades como la romana no sólo es la familia sino el propio Estado (que les da una libertad
formal, vacía).

El cristianismo acentuará esta opresión (primero con ritos, luego con las teorías de inferioridad de
los padres de la Iglesia). Por otro lado, las tradiciones germánicas verán a la mujer como inferior
desde el punto de vista biológico, pero no moralmente; por tanto, está sometida, pero se la
“respeta”. Ambas corrientes se traducirán en la Edad Media en una condición de la mujer incierta
debido a que el derecho feudal confunde la soberanía y la propiedad. Al final la moraleja es que
con derecho o no, la mujer ha de estar tutelizada (mujer como instrumento) porque no tiene fuerza
física para defender lo que es suyo.
Tras la época feudal, el poder marital sobrevive porque es útil para la sociedad. Mayor es la
opresión de la esposa cuanto mayores son los bienes del marido (se le acomoda en sus cadenas,
anulando la posibilidad de concebir un mundo sin su marido; ¿a dónde vas a ir?). El matrimonio
en un sentido más moderno (romántico, más que casarse con un Castillo) surge de la servidumbre:
los siervos no tenían nada, y unido por la pobreza, la única razón que los une es el compañerismo
(son más iguales). Al desaparecer los siervos medievales esta situación se traslada a los
matrimonios que simplemente eran pobres.

En el siglo XVI las condiciones legales se recrudecen aún más para la mujer si cabe debido a los
nuevos códigos civiles (influidos por el derecho romano, el canónico y el germánico). Se hace
realmente estricta la monogamia, convirtiéndose las prostitutas en un mal necesario (la prostituta
como modelo de mujer alternativo).

Hasta el siglo XIX la condición legal de la mujer apenas cambia. Sin embargo, van apareciendo
entre las clases altas cada vez más excepciones de mujeres que consiguen ser más o menos
independientes. Lo lógico hubiera sido que este paulatino ascenso de la mujer (nunca sin
opositores, pero ascenso al fin y al cabo) hubiera culminado con la Revolución Francesa; sin
embargo, no es así. Aunque hubo algunos movimientos feministas (Olympia de Gouges:
“Declaración de los Derechos de la Mujer”), los privilegios que se lograron fueron mínimos (ej.
divorcio, derecho a heredar) y en muchos casos serían eliminados años después.

El contexto social actual está marcado por un orden patriarcal que permea lo social y la identidad
de los sujetos. Este orden define a la ‘‘Mujer’’ desde las características biológicas del sexo
femenino, básicamente se define desde el útero, la maternidad y el cuidado. Beauvoir (2005)
plantea que el hombre y la mujer no se encuentran en igualdad respecto a los valores que
socialmente se le entregan a cada uno. Un ejemplo de esto es lo que se puede observar desde el
lenguaje: la palabra ‘‘Hombre’’ define la generalidad del ser humano, entonces ‘‘hombre’’ tiene
una connotación positiva o neutra y al mismo tiempo en este sistema, ser hombre significa no ser
mujer, ni parecerlo, y estar encima, siendo entonces lo femenino o ‘‘de mujer’’ connotado como
negativo o carente.

Bajo este orden patriarcal las sociedades han ido avanzando, es transversal en la historia de las
sociedades modernas que el patriarcado imponga roles de género, normalizando para las mujeres
el ser dueñas de casa bajo funciones de cuidados como madre, hija y esposa, priorizando este por
sobre los trabajos remunerados (Larrañaga, y otros, 2007). El rol social del hombre por el contrario
está relacionado al trabajo, caracterizando desde aquí lo masculino como respetable, digno y capaz.
Esto se produce ya que el trabajo entrega a los hombres autonomía, protección económica y
autoridad sobre su familia, apareciendo la caricatura social del ‘‘Hombre proveedor’’ (Olavarría,
2001).

La identificación del Patriarcado como sistema de opresión fue uno de los principales logros del
feminismo del siglo XX: su descubrimiento significó dotar de un carácter estructural a las
violencias y discriminaciones vividas por las mujeres. Ya no se trataba más de vivencias
individuales, hechos anecdóticos ni circunstancias particulares; por fin era posible afirmar que era
la sociedad entera la que se regía por unas normas que, de manera sistemática, subordinaban a las
mujeres. La opresión de género trasciende clase y raza, estas violencias adoptan formas específicas
en función de nuestra clase, nuestra orientación sexual, nuestra procedencia étnica, etcétera.
Violencia ejercida por el patriarcado.

Generalmente cuando pensamos en violencia de género lo primero que se nos viene a la cabeza es
la violencia intrafamiliar, donde las mujeres son golpeadas, asesinadas o mutiladas, pero, la
violencia basada en el sexo, o llamada violencia de género, no se reduce a la violencia física (A
pesar de que es la más fácil de reconocer.)

Frente a los casos de violencia física o material existe un agresor que se puede identificar, apresar
en el mejor de los casos, y cuya corporalidad, a veces, da sensación de avance o de estar
erradicando la violencia hacia las mujeres, una vez se supere la impunidad. Pero en el caso de la
violencia simbólica, es la cultura el sujeto enunciador de la violencia, que no encuentra
materialidad alguna en su desarrollo y en su invisibilidad y justamente, sostiene su función
ideológica de dominación.

Toda violencia de género es violencia simbólica ya que se basan en relaciones de poder desiguales
histórica y culturalmente establecidas entre hombres y mujeres. Esta violencia tiene su origen en
pautas culturales, prácticas, estereotipos y representaciones que construyen los cuerpos de una
manera determinada. Esta construcción social del cuerpo por la cual atraviesa todo ejercicio de
dominación simbólica se da en una interrelación entre aspectos como la etnia, el sexo, la lengua y
la religión.

Patriarcado y capitalismo

La entrada del Capitalismo supuso una transformación radical de las formas de vida y de relación
humanas. Con la implantación de las dinámicas de acumulación y la producción de plusvalía, el
sistema capitalista generó una de las divisiones sociales más estudiadas por el feminismo: la
separación de la esfera pública y la esfera privada, asociadas respectivamente a lo masculino (la
política, la academia, el desarrollo profesional) y lo femenino (la crianza, los cuidados, lo
doméstico). Esta división se articula a partir de la diferenciación entre la familia (lo “privado” por
definición) y el mercado y el Estado. Se trata de un fenómeno que es paralelo y complementario a
la denominada “división sexual del trabajo”: la clasificación de los trabajos en productivos o
reproductivos, asociando los segundos a la esfera privada y dejándolos a cargo de las mujeres. Al
no ser visto como generadores de valor (al no producir plusvalía), los trabajos reproductivos no
llevan asociado un salario, convirtiendo así a las mujeres en dependientes económicamente de los
hombres de su entorno.

Además, las imágenes de mujeres que nos vende el sistema del mundo capitalista-patriarcal: la
catira regional (una mujer sin cabeza) es la mujer deseable, en donde se muestra la fragmentación
del cuerpo, reducido a algunas partes más deseables que otras (las nalgas y el busto en detrimento
del rostro y los pies). La invasión de vallas publicitarias gigantes, con mujeres de más de cinco
metros, que muestran al mercado femenino una imagen ideal de mujer, que alimente el ideal del
yo de las mujeres y, por lo tanto, del consumo para así perseguir ese ideal inalcanzable.

Una nueva forma de esclavitud y atadura a un mercado que crea falsas necesidades en base a su
poderío simbólico, sostenido en los dispositivos mediáticos y globales de la comunicación. Un
modelo que las mujeres nunca van a alcanzar y en el cual radica la esclavitud cosmética que
sostiene el consumo de dicho ideal y, a su vez, un modelo de mujer que los hombres nunca podrán
“tener”, aunque se la pongan en sus narices en una valla de 5 metros de altura.

Una mujer mientras más inalcanzable mejor, no sólo como imagen idealizada para el público
femenino, sino para el masculino, que aliena la percepción de su deseo. Mujer-objeto, hombre
deseante, ambos en una lógica dispuesta por el sistema para ser colocados en lugares determinados,
en el juego sexuado de las relaciones de poder. La mujer objeto de mirada de otro, masculino. El
hombre en el lugar del que contempla. “La dominación masculina tiene todas las condiciones para
su pleno ejercicio.

El Capitalismo se apropió de las relaciones de poder preexistentes para ponerlas a disposición de


sus necesidades: la opresión de género adopta por tanto una forma específica en las sociedades
capitalistas, siendo dos de sus rasgos fundamentales la división sexual del trabajo y la familia
nuclear heterosexual y monógama. Esto no significa que las estructuras patriarcales y las normas
de género actuales sean definitivas: desde la entrada del neoliberalismo, por ejemplo, estamos
viendo la paulatina aceptación de otros modelos de familia junto con una evolución del modelo
ideal de mujer, que, a pesar de seguir sosteniendo la carga de los cuidados, también aspira a tener
un cierto desarrollo profesional propio
III

Masculinidades

Para entender la masculinidad, primero se debe comprender la distinción entre sexo y género. El
primero, es definido por las características biológicas de hombres y mujeres, tanto aquellas
específicas de la anatomía y funcionamiento del aparato reproductivo del hombre y la mujer, como
los caracteres sexuales secundarios determinados por la acción hormonal específica de cada sexo.
Por el contrario, género no es el sexo biológico de los hombres y mujeres humanos/as, sino la
construcción social de la masculinidad y la feminidad, cuyo significado varía de una cultura a otra,
e incluso dentro de una misma cultura, con el tiempo y en paralelo a otras categorías como raza,
clase, etnia, religión, sexualidad y edad.

Lo masculino y lo femenino son parte de las relaciones sociales que entre individuos se establecen,
y, están mediadas por relaciones de poder entre unos/as y otros/as, donde la masculinidad
históricamente se ha sobrepuesto a lo femenino, dominando y determinando el curso de las
relaciones sociales. Los procesos de socialización y educación que se reciben desde la primera
infancia son cruciales en la sociedad y en la definición de los sujetos/as, así como también la
coerción social que producen las normas y relaciones propias del patriarcado y el capitalismo; la
masculinidad a través de la familia, la escuela, los medios de comunicación y la sociedad en
general ha enseñado de forma explícita e implícita a los hombres y mujeres cómo deben pensar,
sentir y actuar para cumplir con los estándares imperantes. Por ejemplo, “los hombres no lloran”,
“los hombres no pueden expresar sus sentimientos”, “no se puede tener miedo” y “se debe ser un
ganador”, lo cual afecta directamente en cómo el niño-adolescente-hombre se relaciona consigo
mismo, con las mujeres y otros hombres.

La masculinidad, propia del patriarcado y exacerbada por el capitalismo, se centra en el poder, ser
hombre significa tener y ejercer poder. El hombre en la sociedad actual, y desde hace mucho
tiempo, tiene la facultad de controlar sentimientos, emociones y necesidades afectivas para evitar
la pérdida del control y el poder sobre sus relaciones sociales y afectivas, además del temor que
les genera recibir atributos femeninos, los cuales son considerados inferiores.

¿Como se expresa ha expresa la masculinidad en los hombres?

De la misma forma como se construye la masculinidad, la feminidad también inicia su


construcción desde antes del nacimiento y continúa a lo largo de la vida. Los niños son estimulados
a jugar en espacios abiertos, en la calle, a la pelota, con autos y a la guerra. Las niñas juegan con
muñecas, imitan las tareas domésticas ejercidas por su madre y raras veces les es permitido jugar
fuera de su casa. Desde pequeños, los varones comienzan a percibir su fuerza y las niñas su
dependencia. Se le enseña a cada uno de ellos el lugar social que ocupan, en que el varón siempre
tiene poder y ventajas respeto a la mujer.

Hay que pluralizar y desagregar la masculinidad pues son múltiples sus construcciones, aunque
también hay que señalar que ideológicamente éstas no son vistas como iguales. Hay jerarquías, no
sólo de hombres sobre mujeres, sino de hombres sobre otros hombres, heterosexuales sobre
homosexuales, chilenos sobre inmigrantes, chilenos sobre indígenas, personas de edad mediana
sobre viejos y jóvenes, etcétera. Sin embargo, hay una definición hegemónica de la masculinidad.
El problema no son los hombres por sí mismos sino la definición tradicional de masculinidad, la
cual heredamos e incorporamos a nuestras vidas naturalizando y reproduciendo la dominación que
plantea al hombre como dominador pero que también es dominado, entendiendo que la clase es
parte fundamental de las relaciones sociales en el capitalismo contemporáneo.

Culturalmente, a pesar de las diferencias de clase que están establecidas a nivel mundial, son
definidos algunos patrones de comportamiento en donde el poder y la desigualdad son elementos
que favorecen al hombre y donde la mujer debe postergarse a un segundo plano. En familias de
bajo nivel económico la mujer tiene menos independencia y menor importancia social. Esta
desigualdad crea mayor obligación de someterse, por tener menos opciones de vida. En el ámbito
público, uno de los principales argumentos de las mujeres con relación a la masculinidad, es que
las margina. Se trata de hacerlas creer que es mejor ser frágil, sumisa y poco inteligente, cuando
en realidad los hombres piensan que es mejor ser fuerte, agresivo e inteligente para sobrellevar la
exigencia estandarizada del hombre exitoso y proveedor.

No obstante, la masculinidad construida a lo largo de la vida puede variar su aceptación o rechazo


como norma que prevalece en una sociedad. Esto explica la necesidad de analizar cómo ella se
construye y qué importancia tiene para la vida en sociedad, por ejemplo: actualmente, existe un
gran número de hombres que aceptan y apoyan los movimientos feministas. Muchos, estando a
favor o en contra, ya han percibido que el mundo está cambiando. Algunos de ellos continúan
defendiendo el patriarcado, otros llenos de dudas y temores acompañan el camino, sin decidir qué
actitud tomar y, por último, existen aquellos que entienden que los estereotipos actuales deben
desaparecer y defienden la igualdad de poder entre géneros.

Comprendiendo que la masculinidad interviene en todas las dimensiones de la vida de un hombre,


más allá de su relación con la mujer, es un aspecto que debe considerarse en la construcción de
organización, y las relaciones sociales que se establecen internamente en las prácticas
organizativas. Es un desafío que plantea re-evaluar nuestra posición como hombre en la sociedad
y las relaciones que establecemos con nuestro entorno ya sea la mujer, la naturaleza o los animales.

En el camino hacia una nueva sociedad, es fundamental terminar con la separación dicotómica de
los dos espacios masculinos y femeninos, y con los desequilibrios entre los géneros que se
materializan en la vida diaria. Se debe aprender a vivir sobre una base de igualdad y, ese
aprendizaje debe comenzar a partir del nacimiento. Se Hace necesario un cuestionamiento
profundo que lleve a una transformación del espacio social, al mismo tiempo que se discutan las
condiciones que favorecen una relación igualitaria. Para que estos cambios ocurran, los hombres
tienen que llegar a entender que las normas les dan las ventajas de poder sobre las mujeres, al
mismo tiempo los hacen prisioneros de estereotipos que los atan y ahogan en una camisa de fuerza
artificialmente construida por la cultura patriarcal, y por lo tanto, cuestionarse a sí mismo, y
nuestros pensamientos, prácticas y relaciones, contribuyen a lograr la conciencia necesaria para
comenzar a sentar los cimientos de una nueva sociedad con relaciones sociales en el marco de la
diferencia, el respeto, y la dignidad.

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